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Las normas mínimas deberán definirse con precisión de modo que se puedan
medir tan exactamente como sea posible. Un mínimo en materia de
enseñanza, por ejemplo, podría consistir en un cierto número de años de
escolarización gratuita. En el campo de la salud, la norma podría ser la
posibilidad de acceso al agua potable y a los servicios públicos sanitarios,
juntamente con un mínimo en materia de alimentación y de acceso a los
servicios médicos de base y a los servicios de planificación familiar, todo ello
a una distancia aceptable o sin desplazamientos demasiado lejanos y
prolongados. En materia de vivienda, el derecho debe garantizar la posesión
de una casa sencilla (o de un espacio donde uno mismo la pueda construir)
con un costo a su alcance. Este costo se podría definir como un cierto
porcentaje de los ingresos de las familias elegidas entre el 20% de las más
pobres. En materia de medio ambiente, el mínimo podría ser un cierto umbral
de pureza del aire y del agua y un máximo de distancia de recorrido para
acceder a los espacios verdes. En la vida familiar, el mínimo podría ser la
ausencia de violencia.
Objetivos y calendarios
Los Gobiernos, dentro de unos límites de tiempo que hay que determinar,
deben fijar metas y calendarios para alcanzar las normas mínimas y
comprometerse a cumplirlas en un período de tiempo razonable. Esta
duración "razonable" variará dependiendo, obviamente de los niveles de
partida: para conseguir que haya una enseñanza primaria para todos, hará falta
más tiempo en un país en que la escolarización primaria es el 40% que en otro
en que la matricula sea el 80%.
Las colectividades locales también pueden determinar los objetivos y fijar los
calendarios en los asuntos de su competencia: educación, sanidad, vivienda,
infraestructuras públicas y medio ambiente en sus múltiples aspectos.
En vez de ser medios arbitrarios válidos para todo el país, los objetivos
deberían corresponder a unos niveles mínimos que cada cual podría superar.
Eso implica elaborar indicadores desagregados (por sexo, por grupo étnico o
de renta, o por región) con el fin de verificar que cada grupo se sitúe por
encima de los mínimos y que desaparezca la pobreza.
Cuando se hayan asegurado de ese modo para todos los derechos elementales,
una calidad de vida mínima, la mejora sostenible de la calidad de vida debe
continuar siendo un objetivo político esencial. Es un proceso continuo que
debe evolucionar permanentemente.
A medida que las naciones más pobres consigan que sea realidad esta calidad
de vida mínima, será necesario apuntar a otro objetivo, que tiene igual
importancia: la equidad entre las naciones. La Comisión rechaza algo que
implícitamente podría convertirse en idea admitida: la de una doble serie de
normas, de mínimos para los pobres, y de objetivos cada vez más altos para
los ricos, se trate de individuos o de naciones. Todos los países, todas las
clases y las generaciones, tanto hombres como mujeres, tienen el derecho a
todos los mínimos y a la equidad sin fallos.
Los indicadores
Estos indicadores tienen numerosas funciones. Hacen pasar los objetivos del
dominio de la retórica al de la acción concreta y al de la responsabilidad.
Permiten fijar objetivos precisos a la acción futura; facilitan al gobierno y a la
sociedad civil el seguimiento de los progresos alcanzados y señalan los
problemas cuando aparecen y necesitan una corrección.
Los indicadores no son útiles sólo para los gobiernos. Si se establecen con la
participación de los ciudadanos y se difunden ampliamente, dan un cierto
poder al público y a la sociedad civil. Cada cual está al corriente del " estado
de las cosas" y puede medir los progresos conseguidos en la dirección del
objetivo; los indicadores son una base a partir de la cual se pueden pedir
esfuerzos cuando no se han conseguido los objetivos; estimulan la toma de
conciencia de los problemas por parte de los ciudadanos, y pueden incitarlos a
cambiar por sí mismos su modo de vida y a mejorar su salud y el estado del
medio ambiente.
Los indicadores deben, ante todo, cuantificar los elementos que definen los
objetivos de las acciones que se han de emprender. Deben también
proporcionar las bases que permitan luego a los ciudadanos medir los
progresos. Los indicadores se pueden convertir en un poderoso instrumento
para que cada ciudadano pueda seguir las evoluciones en la calidad de su
propia vida, construyendo de ese modo, a través del mismo esquema, una base
sólida sobre la cual podrán apreciar los medios de comunicación social, las
ONG y los mismos ciudadanos las responsabilidades de los gobernantes y
pedirles cuentas.
Diversas instituciones han elaborado índices que, aquí o allá, dan una idea de
la calidad de vida en su conjunto. Un índice resulta de la combinación de
varios indicadores: intenta representar, de una manera general, el bienestar
real de los individuos. Los índices pueden hacer grandes titulares en los
medios, polarizar a la opinión pública, movilizar a los dirigentes políticos y en
ciertos casos estimular a todo el país a trabajar todavía mejor. Pero no pueden,
y no deben, ser utilizados como guía en la formulación de políticas detalladas.
Los índices tienen sus inconvenientes y sus peligros. La calidad de vida está
compuesta de elementos dispares que no es posible reunir en un índice
sintético satisfactorio y que contiene también una parte de subjetividad. La
elección de los elementos que componen el índice y la ponderación que se les
atribuye dependen en buena medida de juicios de valor, y los resultados
obtenidos son mucho menos objetivos de lo que aparecen bajo su forma
numérica.
El PNB deja de lado una buena parte de la actividad indispensable para la vida
individual y colectiva, y sin la cual ésta no sería sostenible. No tiene en cuenta
el trabajo no remunerado (esencialmente el de las mujeres) en el seno de los
hogares y de las comunidades: cuidado de los niños, de los enfermos, los
ancianos o los minusválidos. Esta economía no monetaria representa al menos
tantas horas de trabajo como toda la agricultura, la industria, el comercio y los
servicios públicos reunidos. Numerosos estudios evalúan el trabajo entre el 30
y el 50% del PIB de los países industrializados y de los países en desarrollo17.
Pero hay que hacer más y rápidamente. La Comisión recomienda con fuerza
que se adopten medidas que permitan evaluar los servicios que se hacen en los
hogares domésticos y el voluntariado en las comunidades, y registrarlas en
cada país, en cuentas paralelas. Esto se podría hacer cuando se realizan los
censos de población y mediante encuestas, poniendo al día regularmente los
resultados y dándoles difusión amplia20. A falta de ello, se continuarán
tomando decisiones importantes sobre la base de informaciones erróneas.
Asimismo sería útil crear en cuanto sea posible cuentas paralelas que puedan
reflejar los costos ecológicos y la depreciación del capital natural. Los
métodos actuales del cálculo del PNB no nos dicen si son sostenibles o no las
rentas adicionales. Para el PNB, el agotamiento de recursos no renovables se
contabiliza como renta.
Este PNB desajustado es engañoso: nos estimula a vivir de una forma que no
se puede prolongar indefinidamente. En su forma actual incluye el valor de las
acciones correctoras o preventivas que sólo sirven para ocultar los daños
sociales y ecológicos.
La equidad
La equidad es una noción más amplia que la igualdad. Hay un cierto número
de convenios internacionales que ponen el acento en la discriminación,
afirmando, por ejemplo que los derechos que se garantizan deben ser ejercidos
"sin ninguna discriminación basada en la raza, el color de la piel, el sexo, la
lengua, la religión, la opinión política o cualquier otra opinión, el origen
nacional o social, la fortuna, el nacimiento o cualquier otra situación"24. Según
la declaración de las Naciones Unidas sobre el derecho al desarrollo (1986),
los Estados deben "asegurar a todos la igualdad de oportunidades en el acceso
a los recursos básicos, a la educación, a los servicios sanitarios, a la
alimentación, a la vivienda, al empleo y a un reparto equitativo de la renta".
La equidad no es una noción que pueda ser ignorada con el pretexto de que el
desarrollo no ha alcanzado un determinado umbral. Tampoco es una cuestión
que dejará de plantearse cuando un país se haya hecho rico. En cualquier
circunstancia forma parte integrante de toda política. Cuando son razonables
las políticas vigentes, los países en que reina efectivamente la equidad, se ven
recompensados con un crecimiento económico más fuerte, una mayor
seguridad de las personas, una esperanza de vida más larga y un medio
ambiente más sostenible. Por encima de todo, al tratar de hacer efectiva la
equidad, los países mejoran la calidad de vida para todos y con ello refuerzan
la cohesión de su pueblo y de los diferentes grupos sociales.