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Historia e historiadores A FAVOR DE UNA HISTORIA COMPARADA DE LAS CIVILIZACIONES EUROPEAS'! [Revue de synthése historique, t. XLVI, 1928, pp. 15-50. Traduccién inglesa «Enterprise and Secular Change», readings in Economic History, Frederick Lane and Jelle C. Riemersma, 1953, Richard de Irwing, Inc., Homewoo, Illinois, Mélanges historiques, t.1, pp. 16-40] Les ruego que desde el principio de mi intervencién me permitan aclarar un posible equivoco y que asi me ahorre, al mismo tiempo, caer en el ridiculo. No comparezco ante ustedes como «descubridor» de una nueva panacea. El método comparativo ofrece muchas posibi- lidades y considero que su generalizacion y su perfeccionamiento constituye una de las necesidades mas apremiantes que en la actuali- dad se imponen a los estudios histéricos. Sin embargo, también hay que sefialar que, como método, no es todopoderoso, pues en ciencia no existen los talismanes. Del mismo modo resulta preciso indicar que dicho método no tiene que ser inventado pues ya hace mucho tiempo que éste viene demostrando su utilidad en gran cantidad de ciencias sociales, habiendo sido recomendada, ya con anterioridad en numerosas ocasiones, su aplicacion a la historia de las instituciones politicas, econémicas y juridicas?. No obstante, resulta muy evidente ' Este articulo reproduce una comunicaci6én presentada en Oslo el pasado mes de agosto durante el Congreso Internacional de Ciencias Hist6ricas (seccién Historia de la Edad Media). Con respecto al texto lefdo en aquella ocasién he reestablecido aqui todos aquellos aspectos que me vi obligado a suprimir en Oslo debido a las limitaciones de tiem- po con que contaba en aquella ocasi6n. > Sin tener la intencién de dar aqui un bibliograffa completa acerca de esta cuestién, hecho que, por completo, estaria totalmente fuera de lugar, citaré sin embargo la comuni- caci6n de Henri Pirenne ante el V Congreso Internacional de Ciencias Histéricas (Compte rendu, pp. 17-32), muy significativa pues nos informa sobre la mentalidad histérica que ha ilustrado una obra de historia nacional; en Revue de synthése ver también, ademas de los articulos de Davillé (t. XXII, 1913), concebidos de acuerdo con un espiritu muy diferente del trabajo que aqui se va a leer, los articulos de Henri See (t. XXXVI, 1923, publicado también en el volumen titulado Science et philosophie de l'histoire, 1928), asf como las re- 113 que la mayoria de los historiadores no se han convertido de manera decidida a este método, sino que, por regla general, simplemente asienten al contemplar los éxitos que con él se consiguen, volviendo, de inmediato, a su trabajo sin cambiar, en nada, sus habitos. Sin duda alguna, las razones de este comportamiento se deben a que con mu- cha frecuencia se ha dejado que los historiadores crean que la «histo- ria comparada» es un tema propio de la filosofia de la historia 0 de la sociologia general, disciplinas que el historiador, segun cual sea su punto de vista, tan pronto las venera como simplemente las acoge con una sonrisa escéptica pero que normalmente nunca intenta practicar. El historiador exige que un método sea sobre todo un instrumento técnico, de uso corriente, manejable y susceptible de ofrecer resulta- dos positivos; en su aplicaci6n a la historia, el método comparativo cumple en realidad todas estas condiciones pero no estoy seguro que, al menos hasta ahora, esto se haya llegado a demostrar con plena co- treccién. El método comparativo puede, y debe, calar en las investi- gaciones histéricas minuciosas y de detalle. Este es el precio de su fu- turo y quizd sea también el futuro de nuestra ciencia. Asi pues, me gustaria poder precisar ante ustedes, y con su ayuda, la naturaleza y las posibilidades de aplicacién de esta magnifica herramienta e indi- car, mediante algunos ejemplos, los principales servicios que éste nos puede ofrecer, asi como sugerir, por ultimo, algunos médios practicos con los que facilitar su empleo. Al hablar ante un publico formado por medievalistas, tomaré mis ejemplos preferentemente del perfodo que, por suerte 0 por error, se denomina corrientemente como Edad Media. Pero no es preciso indi- car —mutatis mutandis— que las observaciones que aqui se van a rea- lizar también se podrian aplicar a las sociedades europeas de época moderna, por lo que, en ocasiones, también realizaré algunas alusio- nes a ellas. II El] término «historia comparada» que en la actualidad resulta de uso corriente ha sufrido la misma suerte que la mayoria de las pala- bras de uso cotidiano: un desplazamiento de sentido. Dejando a un lado algunos usos abusivos del mismo y una vez rechazados estos errores, atin subsiste un equivoco con respecto a esta expresiOn; en flexiones de Henri Berr (t. XXXV, 1923, p. 11). Por lo que respecta a estudios positivos dentro del campo de la historia politica, recordemos el importante articulo de Ch-V. Lan- glois, «The comparative history of England and France during the Middle Ages», English Historical Review, 1900 y, en otra direcci6n, algunas ilustrativas paginas de las Villes au Moyen Age, de Pirenne. 114 ciencias humanas normalmente se retinen dos corrientes intelectuales muy diferentes bajo el término «método comparativo». Sdlo los lin- guistas parecen haber estado preocupados por llegar a distinguirlas con cuidado*. Busquemos, por tanto, intentar precisarlas a nuestra vez y desde el punto de vista propio de los historiadores. Antes que nada, tenemos que plantearnos la siguiente pregunta: {qué entendemos, dentro de nuestro campo de trabajo, por comparar? La respuesta, incontestablemente, debe ser la siguiente: elegir, en uno o mas medios sociales diferentes, dos o mas fenémenos que a prime- ra vista parecen presentar ciertas analogias entre si, describir sus cur- vas evolutivas, constatar las similitudes y las diferencias y explicarlas en la medida de lo posible. Es necesario, por tanto, que existan dos condiciones para que, hist6ricamente hablando, haya comparaci6n: una cierta similitud entre los hechos observados —hecho que en cier- ta forma es implicito ya de por si— y una cierta diferencia entre los medios en que ambos han tenido lugar. Si estudio, por ejemplo, el ré- gimen sefiorial del Limosin estaré obligado a poner siempre en rela- ci6n las noticias extrafdas de tal 0 cual sefiorio; en el sentido vulgar de la palabra, las compararé. Pero no por ello tendria la impresién de estar haciendo lo que en lenguaje técnico se llama historia compara- da, pues tomo los diferentes temas de mi estudio de fragmentos de una misma sociedad que en conjunto presenta una gran unidad. En la practica, se ha introducido el uso de reservar, de modo casi exclusivo, el término historia comparada para la confrontacién de fendmenos que se han desarrollado a ambas partes de la frontera de un Estado o de una nacion. Entre todos los contrastes sociales, las oposiciones politicas o nacionales son, en efecto, las que Ilaman la atencién de manera mas inmediata. Pero, como veremos, ésta es una simplifica- cidn un tanto tosca. Conservemos, por tanto, la nocién, mas sutil y exacta, de diferencia de medio. El procedimiento de la comparacién, asi entendido, es comtn a todos los aspectos del método. Pero es susceptible, segtin el campo de estudios de que se trate, de dos aplicaciones totalmente diferentes tanto por sus principios como por sus resultados. En el primer caso se eligen sociedades tan separadas en el tiempo y en el espacio que resulta totalmente imposible llegar a explicar las analogias observadas entre dos fenémenos mediante el recurso a las influencias mutuas o por medio de un origen comin. Asif, por ejem- plo (y ya desde la época en que el padre Lafitau, de la Compajiia de Jestis, invitaba a sus lectores a comparar las «costumbres de los sal- > Véase, sobre todo, A. Meillet, La Méthode comparative en linguistique historique, 1925, del cual tomo prestada la idea general de la evoluci6n acerca de las dos formas de di- cho método. 115 vajes americanos» con las de los «primeros tiempos»*, y ésta, sin duda alguna, es la clase mas frecuente dentro de este tipo de compa- raciones), se relacionan las sociedades mediterrdneas (helénica o ro- mana) con las sociedades denominadas «primitivas» que son con- temporaneas a nosotros. A inicios del Imperio Romano y muy cerca de Roma, alrededor de las hermosas orillas del lago de Nemi tenia lu- gar un rito que por su extrafia crueldad desentonaba con las practicas propias de un mundo relativamente civilizado: a todo aquel que qui- siera llegar a ser sacerdote del pequefio templo de Diana se le ponia como Unica condici6n que diese muerte al servidor cuyo lugar iba a ocupar. «Si podemos mostrar que siempre ha existido una costumbre barbara similar a la de Nemi; si podemos descubrir los motivos que han dado origen a esta institucién y demostrar que éstos han ejercido una influencia muy amplia y quiza universal en el seno de las socie- dades humanas que dio origen, en circunstancias muy variadas, a una gran numero de instituciones muy diferentes pero genéricamente pa- rejas; si podemos encontrar, en definitiva, las trazas de su funciona- miento incluso en la Antigiiedad clasica... entonces legitimamente podremos inducir que fueron estos mismos motivos los que han dado nacimiento, en una época muy lejana, al sacerdocio de Nemi»*. Este fue el punto de partida de la inmensa investigacién de La Rama de Oro, ejemplo, a la vez ilustre e instructivo, de una investigacién com- pletamente basada en la recopilacién de testimonios tomados de to- dos los lugares del mundo. El estudio comparativo, ast comprendido, ha prestado enormes servicios de todo tipo. En principio, y muy es- pecialmente, por lo que respecta a la antigiiedad mediterranea. La educacién humanistica nos habia acostumbrado a imaginar a Roma y a Grecia como muy similares a nosotros; por contra, la comparaci6én, de mano de los etndégrafos, nos restituye mediante una especie de choque mental con esa sensacién de diferencia, de exotismo, que es condicién indispensable para toda comprension inteligente del pasa- do. Otro tipo de beneficios son de un orden mucho mas general: la posibilidad de Ilenar, mediante hipdtesis basadas en la analogia, al- gunas lagunas de nuestra documentacién; la apertura de nuevos ca- minos en la investigaci6n sugeridos gracias a la comparacion y, sobre todo, la explicacidn de muchas supervivencias que hasta entonces nos + Moeurs des sauvages américains comparées aux moeurs des premiers temps, Paris, 1724; con respecto a esta obra, cfr. Gilbert Chinard, L’Amérique et le réve exotique dans la littérature francaise aux XVI et XVH* siécles, 1913, p. 315 sq. > J. Frazer, The Golden Bough, 3. de., t. I, p. 10 (N. del T.: existe traduccién espaiio- Ja de la obra de Frazer, a partir de la edici6n abreviada inglesa de 1944, La Rama Dorada, Fondo de Cultura Econémica, México, 1984). El ejemplo escogido por Meille en la obra citada en una nota anterior es diferente y ha sido sacado de las investigaciones sobre los cuentos de animales. 116 resultaban ininteligibles. Entendiendo por supervivencias a todas aquellas costumbres que, habiéndose conservado y llegado a cristali- zar tras la desaparicién del medio psicolégico en que originalmente habian nacido, se nos aparecerian como irreductiblemente extrafias si el examen de casos similares en el seno de otras civilizaciones no nos permitiese reconstruir con precisién ese medio desaparecido, tal y como, por ejemplo, ocurre con la muerte ritual de Nemi*. Dicho de un modo simple, este método comparativo de largo alcance es esen- cialmente un procedimiento de interpolacién de curvas evolutivas. Su postulado, al igual que la conclusidn que siempre alcanza, es la uni- dad fundamental del espiritu humano 0, si se prefiere, la monotonia, la asombrosa pobreza de recursos intelectuales de que ha dispuesto la humanidad en el curso de su historia y particularmente la huma- nidad primitiva en los tiempos en que, por hablar como Sir James Frazer, «elaboraba, en su simplicidad primigenia, su filosofia de la vida». Existe sin embargo otra aplicacién del procedimiento de la com- paracién: el estudio paralelo de sociedades vecinas y contempora- neas, constantemente influidas entre si y sometidas precisamente en razon de su proximidad y de su sincronismo a la accién de las mis- mas causas en su evolucié6n y que parcialmente tienen, al menos, un origen comin. En historia propiamente dicha, esta aplicacién del mé- todo comparativo seria el equivalente de la lingiiistica hist6rica (por ejemplo, de la lingiiistica indoeuropea), mientras que la historia com- parada en modo extenso se corresponderia, poco mas 0 menos, con la lingiifstica general. Ahora bien, ya se trate de historia o de lenguaje, todo parece indicar que de las dos tipologias que ofrece el método comparativo, la que presenta un horizonte mas limitado es también cientificamente la mas rica. Se trata de una tipologia mucho mas ca- pacitada para realizar rigurosas clasificaciones y criticar las relacio- nes existentes y que, al mismo tiempo, parece permitir la posibilidad de alcanzar conclusiones que, a la vez, resultan menos hipotéticas y mas precisas’. Esto es, al menos, lo que voy a intentar esclarecer en ® No obstante, no es suficiente con la constatacién de la «supervivencia». Atin es ne- cesario indicar que el hecho interesante y que, por tanto, debe de ser explicado es precisa- mente el mantenimiento del rito o de la institucién que en apariencia es discordante con el nuevo medio. ’ En la actualidad, el estudio de las civilizaciones primitivas se orienta de manera muy visible hacia una clasificaci6n mas rigurosa de las sociedades que compara. No existe nin- guna razon para que el segundo tipo de método que aqui intento poner de manifiesto no se aplique a estas sociedades al igual que a otras. Por lo demas, resulta evidente que algunas ventajas de la historia comparada de horizonte limitado, tal y como serdn expuestas mas ade- lante —sugerencias de investigaci6n, prevenciones contra las seudocausas locales—, también son propias de la otra tipologfa. Estos dos aspectos del método comparativo presentan as- pectos comunes, lo que no impide que ambos no deban de ser cuidadosamente distinguidos. 117 las siguientes paginas, pues la comparaci6n que les propongo instituir entre las diferentes sociedades europeas, sobre todo entre las socie- dades de Europa occidental y central, sincrénicas todas ellas, prdxi- mas entre sf en el espacio y surgidas, si no de una, si, al menos, de va- rias fuentes comunes, pertenece a este tipo metodoldgico. I El descubrimiento de los fendmenos siempre es anterior a la des- cripcién de los mismos. En este paso primordial ya vemos aparecer, en principio, la utilidad del método comparativo. Es muy posible que haya alguien que se pregunte si hace falta tanto trabajo para llegar a «descubrir los hechos histéricos. Dado que éstos sdlo los conoce- mos, y nos resultan cognoscibles, mediante los documentos, simple- mente hay que leer los textos y los monumentos para verlos surgir con total claridad ante nuestros ojos. Sin duda alguna esto es asi, pero también es preciso que sepamos leerlos. Un documento es un testigo que, al igual que la mayoria de los testigos, sdlo habla cuando se le interroga®. La dificultad radica, por tanto, en la confeccién del cues- tionario y ésta es la ayuda mas valiosa que aporta la comparacién a ese perpetuo juez de instruccién que es el historiador. Con mucha frecuencia ocurre que, dentro de una sociedad, un fenédmeno se puede llegar a manifestar con tanta amplitud y, sobre todo, con unas consecuencias tan numerosas y aparentes —muy faci- les de descubrir, ademas, en nuestras fuentes dentro del campo de lo politico— que necesariamente tienen que llamar la atencién del histo- riador, a no ser que éste esté ciego. Si nos fijamos ahora en una so- ciedad vecina a la anteriormente estudiada, es muy posible que en ella también se hayan producido hechos andlogos y quiza con una inten- sidad y una amplitud similares; pero ya sea por el estado de nuestra documentacion 0 quiza porque esta sociedad tiene una constitucién social y politica distinta, en ella la accidn de estos fendmenos resulta mucho menos perceptible y no quizds porque sus efectos hayan sido menos importantes, sino porque han actuado a mayor profundidad, al igual que ocurre con esas oscuras afecciones del organismo que, sin llegar a traducirse instantaéneamente a través de una sintomatologia bien definida, permanecen ocultas durante afios, sin llegar a manifes- El caso de la realeza sagrada europea ofrece un ejemplo muy claro y a la vez incomparable de la utilidad y de los limites de la etnografia comparada; ésta, tnica disciplina capaz de po- nernos en el camino de la explicacién psicoldgica del fenémeno, se revela en la practica to- talmente inadecuada para tratar la realidad de modo exhaustivo; esto es, al menos, lo que he intentado demostrar en los Rois thaumaturges, sobre todo en pp. 53 y 59. * Esta misma idea es retomada en Apologie pour I’histoire..., pp. 109 y 248. 118 tarse, siendo muy dificil que, aun en el momento en que sus efectos definitivamente aparecen, el observador las reconozca debido a la im- posibilidad de establecer una relacién entre sus resultados visibles y una causa originaria muy antigua. Toda esta argumentacién no se debe de considerar, sin embargo, como una simple hipotesis tedrica, y para demostrarlo me voy a referir a un ejemplo tomado de mis in- vestigaciones personales. Lamento tener que recurrir a un ejemplo que es fruto de mi experiencia personal’, pero la literatura no me ofre- ce, debido a la tendencia de los investigadores a no perder el tiempo narrando sus titubeos, ningtin ejemplo que me permita sustituirla. Si ha existido una transformacién dentro de la historia agraria de Europa que se haya manifestado en todo su esplendor, ésta, sin duda alguna, ha sido la que tuvo lugar en Inglaterra desde los inicios del si- glo xvi hasta los primeros afios del siglo xix: el amplio movimiento de los enclosures (cercados) que bajo su doble forma (cercado de las tierras comunales y cercado de las tierras de labor) se puede definir basicamente por medio de la desaparicién de las servidumbres colec- tivas y por la individualizaci6n de la explotaci6n agricola. En esta ocasion sdlo vamos a prestar atencién al cercado de las tierras de la- bor. El punto de partida para la evolucion de este tipo de tierras nos lo ofrece un régimen en que la tierra arable pasaba a ser, inmediata- mente después de la recoleccién, objeto de explotaciédn comunitaria como pasto y cuyo ritmo de cultivo, cuando era sembrada o estaba cubierta con la cosecha, obedecia a una serie de normas destinadas a proteger los intereses de la colectividad. El punto final de este proce- so evolutivo nos lo ofrece una situacién caracterizada por un estado de estricta apropiacién personal de la tierra. Esta gran metamorfosis resulta muy Ilamativa en todos sus componentes y por ello atrae nues- tra atencion: las polémicas suscitadas a lo largo de toda su historia; el acceso, relativamente sencillo, a la mayoria de los documentos (actas del Parlamento, investigaciones oficiales) que informan sobre ella; su vinculacion con la historia politica, pues, habiéndose visto muy favo- recida por los progresos del Parlamento, que estaba controlado por los grandes propietarios, ella contribuyé, como consecuencia de un movimiento de rechazo, a asentar atin mas sdlidamente el poder de la gentry; sus posibles relaciones con los dos hechos mas inmediata- mente comprensibles de la historia inglesa, es decir, la expansion co- lonial y la revolucién industrial, a cuyo desarrollo muy posiblemente contribuy6 (hecho que se discute pero que para nosotros ya es sufi- ciente con que simplemente se discuta), y por Ultimo, la gran in- ° Anticipo aqui —al igual que haré mas adelante a propésito de las teorias de Meitzen— el resultado de un trabajo sobre los sistemas agrarios al que me vengo dedicando desde hace algtin tiempo y cuyas conclusiones han sido presentadas en otra seccién del Congreso. 119 fluencia que tuvo la extensidn de sus efectos sobre los fenémenos sociales, siempre muy dificiles de descubrir, y sobre los elementos paisajisticos mas visibles, provocando la construccién por toda la campifia inglesa, anteriormente abierta hasta donde la vista podia al- canzar, de barreras y setos. Todas estas razones explican que no exis- ta ni una sola historia de Inglaterra, por elemental que sea, que no preste atencion a los enclosures. Abramos ahora una historia de Francia, incluso una historia econémica. En ella no encontraremos ni la menor alusi6n a este tipo de movimientos que, sin embargo, sf existieron. En la actualidad co- menzamos a discernirlos gracias sobre todo a los trabajos de Henri Sée, pero todavia estamos muy lejos de poder llegar a apreciar su ex- tensiOn y atin mas de tener una conciencia suficientemente clara de las diferencias que a este respecto presentan las evoluciones, a la vez similares y divergentes, de las sociedades francesa e inglesa. Deje- mos por el momento esta ultima consideracién pues la percepcion de los contrastes s6lo tiene lugar, en el buen uso del método comparati- vo, en un segundo momento y nosotros por ahora atin nos encontra- mos en la etapa de descubrimiento del fendmeno, Resulta muy signi- ficativo que la desaparicién de las servidumbres colectivas en Francia sdélo haya sido observada hasta ahora en épocas y lugares en que el fenomeno, al igual que sucedia en Inglaterra, se manifestaba a través de textos oficiales que, como consecuencia de su origen, son muy fa- ciles de conocer: los «edictos de cercado» del siglo xvii y las inves- tigaciones que los han precedido o continuado. Sin embargo, esta misma transformacion también tuvo lugar en otra regién de Francia en la que su existencia, al menos hasta donde Ilegan mis conocimien- tos, nunca se habia sefialado: la Provenza, en donde tuvo lugar, ade- mas, desde una €poca relativamente antigua, los siglos Xv, XVI y XVI. En dicha regién este fen6meno muy probablemente fue mucho mds profundo y efectivo que en la mayoria de las comarcas mas septen- trionales, en las que este tipo de hechos se han estudiado en numero- sas ocasiones; sin embargo, este proceso pas6 desapercibido a la vis- ta de los historiadores debido a que en Provenza se desarroll6 en una época en que la vida econémica, y sobre todo la vida rural, no preo- cupaba ni a los escribanos ni a los administradores y porque no su- puso, ademas, ninguna modificacién en el paisaje (pues la desaparicién de las servidumbres colectivas no Ilevé aparejada la construccié6n de cierres). Asi pues, la pregunta que nos podemos plantear es saber si las re- percusiones de dicho proceso en Provenza fueron las mismas que en Inglaterra. En la actualidad desconozco la respuesta a esta pregunta, pero en principio soy muy reticente a creer que todas las caracteristi- cas del movimiento inglés se encuentren también a orillas del Medi- 120 terraneo; por el contrario, me llama mucho la atencién el aspecto muy particular que presentan los hechos meridionales que dieron lugar a que en esta zona se constituyese territorios agrarios totalmente dife- rentes de los del norte (como consecuencia de ello, y a diferencia de lo sucedido en Inglaterra, no se produjo una redistribucion de las par- celas, una «concentraci6n parcelaria»), a la existencia de practicas econémicas muy especiales (sobre todo la «trashumancia») y, como consecuencia de ellas, a la aparicién de unas condiciones sociales sin parangon en los campos ingleses (pienso, sobre todo, en el antago- nismo entre los grandes ganaderos, los «nourriguiers», y los restan- tes sectores de la poblacién). También resulta muy interesante cons- tatar la presencia, en un pais mediterraneo y con rasgos tipicamente propios, de un fendmeno que hasta ahora s6lo habia aparecido muy difundido en latitudes mds septentrionales y que es, ademas, muy fa- cil de observar en Provenza, pues si prestamos una poca mas de aten- ci6n podemos ver que los textos que permiten seguir su pista son muy numerosos: el estatuto condal, las deliberaciones de las comunas, los procesos, cuya duraci6n y peripecias nos hablan claramente de la im- portancia de los intereses en juego. No obstante hay que indicar que es preciso buscar y relacionar todos estos textos entre si para que lle- guen a ser Utiles al fin que aqui estamos buscando. Si he podido Ile- var a cabo esta labor no se debe a mi especial familiaridad con la do- cumentacion local pues mis actuales conocimientos sobre ésta atin son muy inferiores a los de los investigadores especializados en his- toria provenzal. Estos profesionales son los Unicos que en verdad pueden llegar a explotar la veta que yo simplemente me he limitado a indicar. Mi tinica ventaja sobre ellos es muy modesta y por supues- to totalmente impersonal: yo he leido bibliografia dedicada a los en- closures ingleses, 0 a revoluciones agricolas andlogas que tuvieron lugar en otros pafses europeos, y he intentado inspirarme en ellas. En otras palabras, para realizar mi trabajo he utilizado una vara de zahori muy eficaz: el método comparativo. IV Pasemos ahora la segunda etapa de trabajo dentro de la correcta aplicacién del método comparativo: la interpretacién. El principal servicio que se puede esperar de una comparacién bien establecida entre hechos tomados de sociedades diferentes y ve- cinas es que permita Iegar a discernir las influencias ejercidas entre si por esos grupos. Este tipo de investigaciones, desarrolladas con la prudencia debida, nos revelaran, sin ninguna duda, la existencia de una serie de corrientes de préstamos entre las sociedades medievales 121 que hasta ahora sdlo se habian puesto de manifiesto de manera muy imperfecta. Veamos un ejemplo propuesto sélo a titulo de hipdtesis de trabajo. La monarquia carolingia presenta con relacién a su inmediata pre- decesora temporal, la monarquia merovingia, unos caracteres absolu- tamente originales. Mientras que los merovingios, con relacion a la Iglesia, siempre habfan sido laicos, Pepino y sus descendientes, por el contrario, recibieron, ya desde el mismo momento del adveni- miento de su dinastia, la impronta sacral por medio de la uncién con el 6leo bendito. Los merovingios, creyentes como el resto de los hombres de su tiempo, siempre habifan dominado, enriquecido y ex- plotado a la Iglesia, pero nunca se habian preocupado por poner la fuerza publica al servicio de sus preceptos. Con los carolingios, en cambio, lo que ocurrié fue todo lo contrario. Durante el tiempo que dur6é su poder nunca se privaron de dirigir al clero y de utilizar sus bienes en beneficio de su politica, pero se consideraron, de manera muy manifiesta, los encargados de hacer reinar sobre la tierra la ley de Dios, y asi, por ejemplo, lo manifiesta su legislaci6n, que es esen- cialmente religiosa y moralizadora; hace algtin tiempo, y como con- secuencia de la lectura de una noticia de prensa relativa a un decreto promulgado por el emir de Nedjed, me Ilamaron mucho la atencién las similitudes que éste presentaba con la literatura pietista de los ca- pitularios. Esos grandes capitulos que, convocados alrededor del rey o del emperador, son muy dificiles de distinguir de los concilios. Por ultimo, y si bien las relaciones de protecci6n ya tenfan un importan- te papel en la sociedad, bajo los merovingios atin estaban al margen de la ley que tradicionalmente las ignoraba. Los carolingios, por con- tra, reconocian estos lazos y los sancionaban, fijando y limitando los casos en que el encomendado podia abandonar a su sefior; su preten- sidn era utilizar este tipo de vinculos personales para consolidar la paz ptiblica, que fue el objetivo mas deseado y, al mismo tiempo, mas huidizo de su tenaz ambicion: «Que cada jefe ejerza una accidn co- ercitiva sobre sus inferiores con el fin de que éstos obedezcan y aca- ten, cada vez més, los mandatos y preceptos imperiales»'®, esta frase de un capitulario del 810 resume en expresién abreviada la politica social del Imperio. Si se lleva a cabo una buena labor de bisqueda, sin ninguna duda se podran encontrar los gérmenes de algunos de es- tos rasgos en la Galia merovingia. Del mismo modo, también es cier- to que si sdlo nos fijamos en la Galia, el Estado carolingio se nos apa- rece casi como una creacién ex nihilo. Sin embargo, si dirigimos nuestra mirada mds alla de los Pirineos, la perspectiva cambia total- '0 Cap. nim. 64, c. 17 (de. Boretius): «Ur unusquisque suos iuniores distringat ut me- lius ac melius oboediant et consentiant mandatis et praeceptis imperialibus». 122 mente. En la Europa barbara asistimos, ya desde el siglo vil, a la re- cepcion, por parte de algunos reyes, de la «sacro-santa uncién», tal y como la denomin6 uno de ellos: Ervigio!'; se trata de los reyes visi- godos; igualmente podemos ver la existencia de una monarqufa, la vi- sigoda, totalmente religiosa y preocupada por hacer triunfar las 6rde- nes de la Iglesia mediante la accién del Estado; asistimos a unos concilios, los de la Iglesia de la Espafia visigoda, que se confundian con las asambleas politicas, y vemos aparecer unas leyes, las de los soberanos visigodos, que desde muy antiguo se habian ocupado por regular las relaciones entre el sefior y el encomendado” y que tendian a basar la organizacién militar en este tipo de vinculos establecidos de hombre a hombre!*. No obstante, y a pesar de todas estas ana- logias, también resulta muy sencillo descubrir la existenca de dife- rencias entre la monarquia carolingia y la visigoda. La primera de ellas radica en que los primeros carolingios regian la Iglesia, en lugar de ser, como le ocurria a los principes visigodos del siglo vil, gober- nados por ella. Sin embargo, y aun asf, las similitudes entre ambas si- guen siendo extremadamente asombrosas, hasta tal punto que éstas se podrian interpretar como resultado de causas similares que actuaron a ambos lados de los Pirineos en una misma direccién y cuya natura- leza, en este caso, no seria necesario llegar a precisar, o bien podemos creer, como consecuencia de la mayor antigiiedad de los hechos visi- godos con respecto a los francos, que cierta concepcién de la realeza y de su papel, asf como algunas ideas acerca de la constitucién de la sociedad vasallatica y de su utilizaci6n por parte del Estado, apareci- das en principio en Espafia y que ya habian encontrado alli su tra- duccion en los textos legislativos, fueron conscientemente retomadas por el entorno de los reyes francos y por los propios monarcas en per- sona. Evidentemente, para poder responder a estas preguntas seria ne- cesario proceder a una investigacion detallada que aqui nos resulta imposible abordar. Su principal objetivo radicaria en buscar cudles fueron los canales por los que la influencia visigoda pudo penetrar en el reino franco. Existen algunos hechos muy conocidos que conceden bastantes visos de probabilidad a la hipdtesis de la influencia visigo- da. Durante el siglo que siguidé a la conquista drabe de Espafia se pro- '! Duodécimo concilio de Toledo (681), «la carta del rey Ervigio»: Mansi, t. XI, col. 1025. '2 Textos reunidos por Sanchez Albornoz, «Las behetrfas», Anuario de historia del de- recho espajiol, t. 1, 1924, en las notas de las paginas 183, 184 y 185. El estudio de Sanchez Albornoz ofrece la exposicién mas completa del patrocinium visigodo. Es especialmente destacable el pasaje del Codex Euricianus, CCCX, que se aplicaba originalmente al bucce- larius (soldado privado) y que reaparece en la Lex Recessvindiana, V, 3, 1, con la sustitu- cion de la palabra buccelario por la expresi6n mas amplia: ei quem in patrocinio habuerit. 'S Ley de Ervigio (680-687), recogida en Lex. Visig., IX, 2, 9, de. Zeumer, in-4, p. 378, cfr. Sanchez Albornoz, loc. cit., p. 194. 123 dujo una diaspora espaniola dentro del reino franco. Los fugitivos de partibus Hispaniae establecidos por Carlomagno y Luis el Piadoso en Septimania eran en su gran mayoria gentes del comtin, pero en sus fi- las también habia individuos pertenecientes a las clases elevadas (ma- jores et potentiores) y sacerdotes, es decir, personas que estaban al corriente de los habitos politicos y religiosos del pafs que acababan de abandonar"’. Algunos espafioles refugiados en la Galia llegaron a hacer brillantes carreras dentro de la Iglesia: Claudio de Turin, Ago- bardo de Lyon, apdéstol en pais franco de esa unidad legislativa que habia podido conocer en su patria de origen, y sobre todo Teodulfo de Orleans, el primero en llegar y sin duda alguna el mas influyente de todos. Por tltimo, las colecciones conciliares espafiolas también ejer- cieron una influencia innegable sobre el derecho canénico de la épo- ca, si bien su alcance es algo que atin esta por determinar. Espero que se reconozca la necesidad de plantear todos los problemas derivados de esta cuestion, si bien es necesario indicar que no se trata de un caso tinico en su especie). Vv Como bien dijo Renan al referirse a Jesus y los Esenios, «las si- militudes en historia no siempre implican relaciones». Muchas simi- litudes al ser estudiadas con mayor detenimiento se pueden reducir a simples imitaciones. Me gustaria decir que éstas son las mas in- teresantes de observar pues nos permiten avanzar en la apasionan- te biisqueda de las causas. Una de las ayudas mds destacadas que el método comparativo presta a los historiadores radica precisa- mente en la realizacion de una labor de este tipo pues los ayuda a llegar al camino que conduce al descubrimiento de las verdaderas causas de ciertos fendmenos, ofreciéndoles al mismo tiempo otro beneficio, mucho mas modesto pero igual de necesario, al permi- tirles abandonar cierto tipo de indicios que simplemente son calle- jones sin salida. '4 Maiores et potentiores: Cap. nim. 133 (t. I, p. 263, I, 26), Sacerdotes: Diplomata Karolin, t. 1, nm. 217; Hist. de Languedoc, t. Il, pr. col. 228, Véase E. Cauvet, Etude his- torique sur létablissement des espagnols dans la Septimanie, 1898, e Imbart de La Tour, «Les colonies agricoles et l’occupation des terres désertes 4 lépoque carolingienne», en Questions @’ histoire sociale et religieuse, 1907. 'S La monarquia carolingia recibié numerosas influencias exteriores pero parece que a su vez también fue imitada. Su influencia sobre las monarquias anglosajonas no parece que haya sido suficientemente estudiada hasta el momento. El titil ensayo de la Srta. Helen M. Cam, Local goverment in France and England. A comparison of the local administration and jurisdiction of the carolingian Empire with that of the west saxon kingdom, 1912, no resulta de ninguna manera definitivo. 124 Todos sabemos a qué se Ilama, en la Francia de los siglos xIv y xv, Estados generales o provinciales (uso estos adjetivos en su sentido corriente y aproximativo, hecho que resulta muy cémodo pero en- tiéndase bien que no ignoro que los Estados generales y los Estados provinciales se reunian en toda una serie de gradaciones, que los Es- tados verdaderamente «generales» casi nunca se Ilegaron a reunir y, por ultimo, que el marco provincial, durante mucho tiempo, nunca tuvo un aspecto fijo). En los iltimos afios se han escrito muchas mo- nografias que tratan acerca de los Estados provinciales y en particu- lar acerca de los pertenecientes a los grandes principados feudales'®. Estas obras testimonian un esfuerzo erudito que resulta mucho mas meritorio porque la documentaci6n, al menos para las €pocas mas an- tiguas, es por regla general muy pobre e ingrata; ademas, estos traba- jos han aportado precisiones muy interesantes con relacién a algunas cuestiones concretas. Sin embargo, en casi todas estas obras los auto- res han tropezado, de partida, con una dificultad que es imposible de resolver y cuya naturaleza no llegaron a comprender bien en la gran mayoria de las ocasiones; me refiero al problema de los «origenes» de estas instituciones. Uso de forma totalmente voluntaria esta ex- presién que los historiadores utilizan con mucha frecuencia y que, ademas, también resulta ambigua pues tiende a confundir dos opera- ciones intelectuales de diferente esencia y alcance desigual; por una parte, se buscan las instituciones mas antiguas (por ejemplo, las cor- tes ducales o condales), de las que, con mucha frecuencia, parecen que han evolucionado los Estados —btisqueda que, por otra parte, es perfectamente legitima y que resulta muy necesaria—, pero atin que- dan por aclarar —y éste es el segundo paso-— las razones que pueden explicar la nueva extension y el nuevo significado que en un momen- to dado tomaron estos organismos tradicionales; es decir, su transfor- macién en Estados, en asambleas dotadas de un papel politico y so- bre todo financiero, conscientes de detentar, frente al soberano y su consejo, un poder quiza subordinado pero claramente distinto que, en ultima instancia y de acuerdo con unas modalidades infinitamente va- riadas, representa a los diversos poderes sociales del pais. Descubrir el germen no es lo mismo que revelar las causas de la germinacion. Ahora bien, creemos que no se puede esperar con llegar a descubrir estas causas si, por ejemplo, nos limitamos a Artois (para el caso de los Estados artesianos), 0 a Bretafia (en el caso de los Estados breto- nes), 0 incluso si simplemente nos contentamos con recorrer a simple vista el reino de Francia. Actuando asi sdlo conseguiremos perdernos '© Cfr. H. Prentout, «Les Etats provinciaux en France», en Bulletin of the Internatio- nal Committee of historical sciences, julio 1928 (Scientific reports presented to the sixth in- ternational congress of historical sciences). 125 dentro de un laberinto formado por una multitud de pequefios hechos locales a los que nos veremos obligados a atribuir un valor que sin ninguna duda nunca Ilegaron a tener y en cambio pasaremos inevita- blemente por alto lo esencial. Un fenédmeno general sélo puede tener causas generales, y si existe un fendmeno de amplitud europea, éste es, sin duda alguna, el que aqui he denominado, conservando su nom- bre francés, como formaci6n de los Estados. En diferentes momentos, temporalmente muy poco alejados en el tiempo, se ven surgir Esta- dos por toda Francia, al igual que por otros lugares como ocurre en Alemania con los Stdnde (palabra que, curiosamente, es vecina de la utilizada en francés, Etat), en Espafia con las Cortes o en Italia con los Parliamenti. Hasta la aparicion del Parlamento inglés, nacido en un medio politico muy diferente, su desarrollo siempre obedecié a movimientos ideoldgicos y a necesidades frecuentemente similares a las que presidieron la formaci6n de lo que los Alemanes Ilamaron el Stddenstaat. No obstante, quiero realizar una aclaracidn a este res- pecto. Reconozco plenamente la gran utilidad que presentan las mo- nografias locales y no exijo, de ninguna manera, que sus autores so- brepasen el marco propio de sus estudios para ponerse a investigar, cada uno a su vez, la solucién al gran problema europeo que aquf aca- bo de indicar. Por el contrario, lo que les pedimos desde estas lineas es que tomen consciencia de que ninguno de ellos podra por si solo llegar a resolver esta cuesti6n. La ayuda mds importante que nos pue- de ofrecer este tipo de trabajos es despejar los diferentes problemas politicos y sociales que precedieron 0 que acompafiaron en cada pro- vincia a la aparicién de los Estados o Stdinde y que parece que, por naturaleza, se pueden clasificar provisionalmente entre las posibles causas del nacimiento de estas instituciones. A la hora de llevar a cabo esta investigacion, el examen de los resultados ya obtenidos en otras regiones, es decir, un poco de historia comparada, puede servir como una ayuda muy Util para llamar la atencién de los investigado- res. La comparacion de conjunto sdlo podra tener lugar a continua- ci6n, pues ésta resultarfa totalmente inutil sin las investigaciones lo- cales preliminares, siendo, al mismo tiempo, la Unica que puede llegar a retener, dentro de la multitud de causas imaginables, sdlo a aquellas que en realidad tuvieron una accidn de caracter general, es decir, a sus tinicas causas reales. Como muy facilmente se podra advertir, no me habria sido muy dificil enumerar otros ejemplos. Asi, y entre muchas otras posibilida- des, existe otro ejemplo de una cuestidén de este tipo que me parece muy evidente. Cuando los historiadores alemanes estudian la forma- cién de los «territorios» (los pequefios estados que se constituyeron en los siglos x y xen el interior del Imperio y que ostentaron, poco a poco y en beneficio propio, la mayor parte del poder ptiblico) con 126 mucha frecuencia se dejan llevar por la idea de que estan ante un fenédmeno especificamente germano; sin embargo, no creo, por ejem- plo, que este proceso se deba separar de la consolidacién de los prin- cipados feudales en Francia. Otro ejemplo de la prudencia que el mé- todo comparativo puede inspirar en todos aquellos historiadores excesivamente inclinados a buscar causas exclusivamente locales para las transformaciones sociales nos lo ofrece la evolucién del sefiorio en los tiltimos siglos de la Edad Media e inicios de Epoca Moderna. Los sefiores, cuyos ingresos estaban amenazados por la disminucion en valor real de las rentas monetarias, fueron conscien- tes por primera vez en dicho momento del peligroso empobrecimien- to a que progresivamente se encontraba sometida su fortuna desde hacia mucho tiempo!’, pasando asi a preocuparse en todos los paises por poner fin a dicho peligro. Para esta finalidad utilizaron medios muy diversos y en mayor o menor medida eficaces segtin los distin- tos lugares; se recurrié al incremento ocasional de ciertos productos cuyo montante no estaba establecido con rigurosidad por la costum- bre (los fine ingleses), se sustituy6, alli donde era juridicamente posi- ble, el arrendamiento en metdlico por pagos en especie proporciona- les a la cosecha (de ahi la gran frecuencia que, en Francia, presenta la aparceria), se procedié a la desposesién brutal de los arrendatarios, obtenida, en principio, de acuerdo a procedimientos de muy diferen- te naturaleza segtin cada lugar (como ocurrid, por ejemplo, en Ingla- terra o en Alemania del Este). En principio, se traté de un esfuerzo de indole general cuya aplicaci6n y, atin mas, su éxito también fue muy variable. La comparaci6n nos invita a constatar las marcadas diferen- cias que a este respecto existieron entre los distintos medios naciona- les —mas adelante vamos a ver que éste es, precisamente, uno de los principales intereses de nuestro método-; pero ello también nos obli- ‘7 Alain Chartier, en su Quadriloge invectif, compuesto en 1422, pone en boca de un caballero las siguientes propuestas (ed. Droz, Les Classiques francais du Moyen Age, p. 30): «La ventaja del pueblo radica en que su bolsa es como la cisterna en que se ha acumulado, y todavia recoge, toda el agua, lo cual pone en peligro la riqueza del reino... pues la debi- lidad de la moneda ha hecho disminuir el pago de las obligaciones y de las rentas que nos deben y \a ultrajante escasez de viveres y servicios que nos han prestado les ha hecho cre- er que todo aquello que a diario recogen y acumulan les pertenece». No he encontrado un texto mas antiguo en que esta afirmaci6n se encuentre tan claramente indicada. No obstan- te, seria muy interesante proseguir su busqueda. Con mucha frecuencia olvidamos que im- porta menos el momento en que el fenémeno comenz6 a manifestarse (para determinar este punto de partida serfa necesario remontarse mucho mas atras) que el momento en que co- menz6 a ser percibido. Mientras los sefiores no fueron conscientes de que sus ingresos dis- minuian no buscaron medio alguno para intentar frenar esta pérdida. Ahora bien, en la ac- tualidad sabemos que la depreciacién de una moneda cuyo valor nominal permanece estable escapa, con mucha facilidad y durante mucho tiempo, pudiendo incluso llegar a tra- tarse de un perfodo bastante largo, al conocimiento de aquellos individuos interesados. Pa- rece que, una vez mas, el problema econémico se reduce a un problema psicoldgico. 127 ga, al mismo tiempo, a ver que el impulso inicial que dio origen a toda esta inmensa variedad de resultados fue un fendmeno europeo que, por tanto, sdlo responde a causas europeas. Esforzarse por ex- plicar la formacién de la Gutsherrschaft mecklemburguesa 0 pome- raniana o la acaparaci6n de tierras por parte de los hacendados ingle- ses mediante hechos que sélo se constatan en Mecklemburgo, Pomerania o Inglaterra y que no vuelven a aparecer en ninguna otra parte equivale a perder el tiempo dedicandose a un juego intelectual totalmente vacio'®. VI Es preciso, sin embargo, que aclaremos un malentendido que ha hecho mucho dajfio al método comparativo. Con frecuencia se cree, 0 se aparenta creer, que el Unico objetivo de este método es la buisque- da de las similitudes; por ello se le acusa con mucha facilidad de que se contenta con descubrir ciertas analogias forzadas o incluso en oca- siones se le ha Ilegado a acusar de inventarlas, aduciendo de forma to- talmente arbitraria la existencia de ciertos paralelismos necesarios en- tre evoluciones diferentes. Es totalmente inttil llegar a plantearse la posible justificacién que en determinadas ocasiones presenta este tipo de reproches; ademas, también es cierto que el método asf practicado no es mds que una mala caricatura de sf mismo. Por el contrario, el 'S La necesidad de los estudios comparativos, los tinicos capaces de disipar el milagro de las falsas causas locales, ha sido excelentemente puesta de manifiesto por A. Brun en su importante libro Recherches historiques sur l’introduction du francais dans les provinces du Midi, 1932 (cfr. L. Febvre, en la Revue de synthése, t. XX XVIII, 1924, p. 37 sqq.), obra que, sin embargo, atin presenta ciertas carencias. Brun ha demostrado que el francés sélo lleg6 a conquistar el Midi a partir del siglo Xv. Veamos, en sus propias palabras, cémo ex- plica las razones por las que aun resignandose de entrada a no hacer mds que un examen incompleto de los documentos, se decidid a extender su investigacién a todo el Midi en lu- gar de explorar a fondo una sola regién, tal y como, sin duda, le habrian aconsejado nu- merosos eruditos: «Quizd hubiese sido preferible reducir el poblema a una sola provincia y agotar la masa documental que ésta nos ofrecia. Siendo estrictos con el método, habria que decir que si, pero, de hecho, este procedimiento se expone a graves errores de inter- pretaci6n. Por ejemplo, si se hubiese elegido la Provenza y se constatase que en ella el francés fue una innovacién del siglo Xvi, se habria admitido, sin mas, que se traté de una consecuencia derivada de la reunién (1481-1486) —lo cual, en si, no es inexacto-, pero {se habria llegado a percibir que la causa profunda de este hecho no fue la reuni6n en sf mis- ma sino la especial circunstancia de que la reunién se haya producido en el siglo xv, en un momento crucial de nuestra historia, y que Provenza participa en ella con una evolucién co- mun y sincr6nica en todos los paises mediterrdneos? Una investigacion localizada hubiese provocado una explicacién localizada y los caracteres generales —que son los tnicos que importan— se nos habrian escapado» (p. XII). No se puede expresar mejor. El resultado de las investigaciones de Brun es, por sf solo, un brillante discurso en defensa del método que aqui estoy defendiendo. 128

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