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Polt11 (16 10 12)
Polt11 (16 10 12)
02-043-02
02043023302-046-02
tt 27
27 copias 3 0
Cátedra: Damiani.
Teórico: N° . 11
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derecho, tal como aquí es concebido, es abstracto. Las únicas relaciones y dimensiones
que aquí consideraremos son aquellas que pueden ser pensadas en términos del derecho
privado, del derecho de las personas. Vamos a ver que estas personas van a ser
caracterizadas como algo distinto de las cosas. El escenario que encontramos en el
derecho abstracto se compone de estas dos figuras: personas, por un lado, y, por otro
lado, cosas, cosas que pueden devenir propiedad de esas personas. Las cosas aquí no
tienen una relevancia ontológica, el tratamiento que se está haciendo aquí es
simplemente jurídico. Ahora, no sólo encontramos la relación entre persona y cosa, sino
también entre personas que pueden llegar a algún tipo de acuerdo respecto de la
propiedad de las cosas, y que son capaces también, en cuanto son voluntades libres, de
transgredir ese acuerdo, y no respetarse ni como personas ni como propietarios.
Entonces las relaciones que nos interesan son aquellas relaciones pensables en
términos de derecho privado: derecho de propiedad, derecho de contratar y el derecho
de castigar la lesión de las personas, de la propiedad y de los contratos. Entonces, el
derecho abstracto trata de la primera figura de esta voluntad libre, que es la voluntad
con capacidad jurídica, y eso es una persona. Esta persona soporta la tensión, la
contradicción entre el hecho de ser un ser finito, y un ser libre, un sujeto. Esta libertad
es la que la hace distinta de las cosas, y aquello que contiene su dignidad, aquello que
contiene la exigencia de respeto recíproco que se deben las personas entre sí, no ser
tratadas como cosas.
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humanos, es solo una posibilidad. Los seres humanos pueden ejercer ese derecho, pero
esa realización no agota todas las dimensiones de lo que es un individuo real. La
libertad de la persona tiene algo de subjetivo. Una persona es una voluntad libre, pero
esta certeza que tiene la persona de la libertad de su voluntad, sólo se vuelve verdadera
en la medida en que se hace objetiva, en la medida en que esa voluntad de la persona se
da en una esfera exterior. Y así es como Hegel pretende justificar el derecho de
propiedad, propiedad entendida como el aspecto jurídico de la posesión de cosas.
Hay tres momentos dentro del primer momento de la propiedad, que son: la
toma de posesión, que sería el modo en que se efectiviza ese derecho de propiedad de la
persona al tomar posesión de una cosa, y esa toma de posesión puede realizarse de
distintas maneras, cada una con más mediación. La primera es una toma de posesión
corporal, luego mediante el trabajo, el trabajo no es un medio de apropiación, sino de
toma de posesión, y luego mediante la designación, mediante la indicación de un signo
de que esta cosa pertenece a determinado propietario, un signo reconocido por los
demás. Luego, mediante el uso de las cosas, la propiedad deviene útil, aparece este
aspecto de la satisfacción de las necesidades de las personas. Y por último, se encuentra
el momento de la posible enajenación de la propiedad. Eso significa que en el momento
en que enajeno una propiedad, o sea, hago que una cosa propia sea de otro, mediante la
venta, el canje, o lo que sea, muestro que no dependo de esa cosa que era mía, sino que
yo soy la voluntad libre y la cosa es algo accidental. Entonces, el momento de la
enajenación demuestra para la persona que la cosa apropiada era de esa persona porque
la persona quería, en el momento en el que deja de quererla deja de ser de esa persona.
Ahora bien, las voluntades de esas dos personas que contratan, por un lado son
distintas: uno quiere vender y otra comprar, pero por otro lado son idénticas, en el
sentido de que ambas se ponen de acuerdo respecto del contenido del contrato. El
contrato es una noción del derecho abstracto, del derecho privado, que nos está
indicando el momento de una mediación entre personas particulares que se ponen de
acuerdo respecto del destino de una cosa. Estos propietarios acuerdan lo que quieren
hacer con esa cosa. En ese sentido, la crítica de Hegel al contractualismo va a estar
centrada en, simplemente, una caracterización de esta figura del contrato. El contrato no
puede contener, dice Hegel, el fundamento teórico del Estado, sino que sólo dentro de
un Estado puede haber personas que decidan hacer un contrato, referente a las cosas de
las que son propietarias. Entonces, esta ubicación del contrato como un momento del
derecho abstracto, ya contiene implícitamente todo el contenido de la crítica de Hegel al
contractualismo. Mirando el índice del libro uno ya podría descubrir que Hegel no es un
contractualista. Entonces, esta noción de contrato es una determinación conceptual de la
voluntad libre que se hace objetiva, pero es una noción abstracta, es una determinación
abstracta de ese desarrollo de la voluntad libre que es el derecho. En ese sentido, no
puede contener el fundamento del Estado, sino que el Estado es condición de cualquier
contrato.
Hay varios parágrafos que vamos a comentar para recoger esta crítica de Hegel
al contractualismo. El primero que vamos a examinar es el parágrafo 75. En este
parágrafo 75 Hegel, en el cuerpo del parágrafo mismo, nos ofrece tres tesis respecto del
origen del contrato, del tipo de voluntad que encontramos en el contrato, y del objeto
del contrato. Estos serían los temas de cada una de las tesis. Hegel dice que el contrato
tiene su origen, proviene, del arbitrio. Nosotros vimos la clase pasada que el arbitrio era
una forma de la voluntad muy particular, una forma específica. Decir que el contrato se
origina en el arbitrio significa decir algo más o menos obvio: que un contrato los
propietarios deciden arbitrariamente si quieren o no quieren firmar ese contrato. Nada
obliga a esas personas libres que están contratando a suscribir a ese contrato, sino que es
el arbitrio lo que opera en el origen del contrato, si no hay personas que quieran firmar
un contrato, no hay contrato. En ese sentido, los pactantes son libres de una manera muy
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elemental, de la segunda manera que hemos visto la clase pasada. El arbitrio es una
forma de la voluntad que se caracteriza por tener una libertad formal. O sea, quien
decide arbitrariamente no crea, no produce el contenido de su querer, sino que opta
entre posibilidades que le vienen de afuera, elige entre lo dado. O sea, la gente no pone
el contenido, sino que ese contenido viene preformado como algo que puede elegirse o
rechazarse.
Entonces, esta voluntad común es contingente, depende del arbitrio de las partes,
nada la fuerza a querer lo mismo ni a fijarlo expresamente en un contrato. Mientras que
esa voluntad en y por sí no es arbitraria, no depende de los propósitos de los
particulares, sino que más bien se realiza por medio de las acciones de los particulares,
y eso lo vamos a encontrar recién en la eticidad. Entonces, esta voluntad libre, en y por
sí, esta voluntad universal, no quiere algo particular y exterior como lo que quieren los
contratantes, sino que quiere realizar su propia esencia, quiere realizar la libertad en las
instituciones. Entonces, la segunda característica del contrato es que expresa una
voluntad común y no una voluntad universal.
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ejemplo: el Estado, que no es otra cosa que una realización de la libertad humana, y no
una limitación de la libertad humana.
Después de este breve texto en el que presenta estas tres características del
contrato, encontramos la crítica de Hegel al contractualismo. La crítica consiste en
aplicarle estas determinaciones necesarias de la noción de contrato al Estado, para ver si
el Estado puede ser objeto de contrato o no. Más o menos en el cuarto renglón, después
de criticar a Kant que había dicho que el matrimonio era simplemente un contrato,
Hegel dice lo siguiente:
Del mismo modo, tampoco radica la naturaleza del Estado en una relación
contractual, ya se lo considere un contrato de todos con todos, o de todos con el
príncipe o el gobierno.
En una época más reciente se consideró que los derechos del príncipe eran
objeto de contrato y estaban fundados en él, que eran una mera comunidad de
voluntades surgida del arbitrio de quienes están unidos en un Estado.
El error de los contractualistas es creer que este derecho del príncipe está
fundado en un contrato, que puede ser objeto de un contrato surgido en la comunidad, o
sea, de una voluntad común, que surgiera arbitrariamente en los particulares. ¿Cuál es el
error, en qué consiste la crítica de Hegel? La clave estaría en esto: en que la noción de
Estado no cumple con las condiciones señaladas en el parágrafo 75. No es una cosa
exterior, apropiable, no es algo que los propietarios puedan apropiarse, y en ese sentido
no puede ser puesta por las partes, sino que el Estado es esa voluntad en y por sí
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universal, o sea, es la realización concreta de la voluntad humana misma, y en ese
sentido no es un objeto de contrato. En el agregado Hegel presenta la manera de
comprender correctamente la relación entre el Estado y el arbitrio de los particulares.
Dice Hegel:
Los contratantes, por otro lado, no son seres naturales, no son meros animales.
Alguien que está en condiciones de suscribir un contrato es el resultado de esa
educación cívica, esa educación que adquiere un individuo por permenecer a una
familia, a una sociedad civil, a un Estado. Los contratantes mismos son el resultado de
un proceso de socialización sostenido por las instituciones políticas, por eso mal puede
pensarse que el Estado sea un resultado de un contrato, más bien es a la inversa.
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contrato en la dimensión que le corresponde, la dimensión del derecho privado. Por otra
parte, la persona que contrata es una persona abstracta, de ella sólo nos interesa saber
aquellas determinaciones que son pensables desde el punto de vista del derecho privado.
Esa persona va a ir adquiriendo a lo largo de este desarrollo científico del concepto
científico del concepto de libertad de la voluntad, otra forma más concreta, como la de
ser miembro de una familia, la de ser ciudadano de una sociedad civil, o ciudadano de
un Estado. Allí la persona va a ir adquiriendo determinaciones mucho más concretas
que esta persona contratante. En ese sentido, podemos decir que esta persona
contratante es deudora del Estado. En Hegel encontramos esta prioridad ontológica de
lo político sobre lo económico, de lo público sobre lo privado.
En la observación del parágrafo 100 Hegel discute una tesis de Cesare Beccaria,
en un libro titulado Sobre los derechos y las penas. En el capítulo 28 de este libro
Beccaria había sostenido que la pena de muerte no puede estar dentro del derecho, y
como fundamento había invocado el contrato social. No puede suponerse que los
votantes le hayan dado al Estado la autoridad para dejarse matar. Leo un par de pasajes
de Beccaria:
¿Qué derechos pueden atribuirse para despedazar a sus semejantes? Por cierto
no el que resulta de la soberanía y de las leyes. ¿Son estas más que una suma de cortas
porciones de la libertad de cada uno, que representa la voluntad general como
agregado de particulares? ¿Quién es aquel que ha querido dejar a los otros hombres el
arbitrio de hacerlo morir?" "No es, pues, la pena de muerte, derecho, cuando tengo
demostrado que no puede serlo. Es solo una guerra de la nación contra un ciudadano
porque juzga útil y necesaria la destrucción de su ser.
Y luego discute dos posibilidades de qué motivos puede tener el Estado para
condenar a muerte a un ciudadano, y esos dos motivos pueden ser la seguridad de la
nación, y la contención de otros. Respecto del primero, dice que es un acto de guerra,
como decía Rousseau, y solo tiene sentido en una situación excepcional. Y respecto del
segundo trata de demostrar que otras penas, como la cárcel, contienen más a los
delincuentes que la pena de muerte.
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Pero el Estado no es en absoluto un contrato, ni su esencia sustancial es de un
modo incondicionado la protección y la seguridad de la vida y de la propiedad de los
individuos singulares. Él mismo es, por el contrario, lo más elevado, que reivindica
para sí aquella vida y propiedad y exige su sacrificio.
Bueno, sobre esta cuestión de la guerra que aparece aquí mencionada, pueden
leer la observación al parágrafo 324, que también podría completar este argumento que
aparece en la observación al parágrafo 100.
Hay otro parágrafo, el 126, que ya pertenece a la moralidad, pero que podríamos
incluir en esta crítica de Hegel al contractualismo. Esto nos recuerda aquella anécdota
que formaba parte del contexto de la publicación del libro: el asesinato de un escritor
por un estudiante de teología. Aquí lo que dice Hegel es que la intención de procurar el
bien, sea a sí mismo o a los demás, no puede justificar nunca una acción injusta. Hay
algo, que es el derecho formal, que tiene cierta prioridad, y esta figura está subordinada
a el bien del Estado, al bien público. Entonces, el derecho del Estado tiene primacía. El
derecho formal y el derecho moral son momentos subordinados al derecho estatal.
Por último, para terminar con esta crítica al contractualismo, nos podemos dirigir
hacia la observación al parágrafo 258, que es un parágrafo que ya encontramos dentro
del Estado mismo, pero en donde Hegel vuelve a su crítica al contractualismo, y, con
más precisión, crítica a Rousseau.
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derecho, nos vamos a encontrar con alguien que ya no es una persona privada, ni un
miembro de la familia solamente, ni un ser humano que participa del sistema de las
necesidades en la sociedad civil, sino con algo que va a tener una función de
reconocimiento de la propia eticidad. Esta racionalidad en y para sí que es el Estado se
vuelve conciente de sí misma en la conciencia de los ciudadanos. Por otra parte,
presenta al Estado también como el fin último, como el primer motor inmóvil, y los
individuos serían algo que tiende hacia ese motor. Entonces, como veíamos en el
parágrafo que comentamos hace un rato, los individuos deben pertenecer a un Estado,
ser miembros. Y ese deber de pertenecer al Estado no es algo exterior, sino que es algo
formativo. El Estado emancipa al individuo de su naturalidad, de la mera naturaleza de
sus impulsos animales. En la observación aparece la crítica al contractualismo.
Entonces, el error es suponer que ser libre es tener una voluntad arbitraria, como
si se pudiera decir sí o no al Estado. Creen que ser libre es decidir respecto del ingreso o
egreso al Estado, mantenerse o regresar al Estado de naturaleza sería una decisión del
pactante. Lo que Hegel trata de advertir es que quien decide arbitrariamente rechazar al
Estado, lo hace gracias al Estado. El Estado es una condición de posibilidad de esos
individuos que han sido formados por la vida social, por la vida ética, y que, en cuanto
tales, son espíritus y no mera naturaleza. Por otro lado, Hegel reconoce que el interés
individual debe tener un lugar dentro del Estado, Hegel no está negando eso. De hecho,
la distinción entre sociedad civil y Estado viene de sostener que en un Estado
completamente desarrollado existe la sociedad civil, o sea, existe un ámbito donde los
individuos tienen esa libertad de maximizar su beneficio. Sin ese ámbito el Estado está
históricamente atrasado. Eso el que le pasa a la polis clásica, donde no tenemos
sociedad civil. Entonces, el interés individual, incluso como egoísmo, tiene un lugar en
la eticidad racional, y ese lugar es la sociedad civil.
Hegel dice:
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Entonces, para concebir correctamente esta relación entre el Estado y el
individuo habría que decir lo siguiente: en primer lugar, solo un ciudadano puede
desarrollar todas las capacidades del humano, porque el Estado garantiza la existencia
de instituciones que forman esas capacidades, y que le permiten ejercer esas facultades
ya formadas. Un individuo natural es algo semejante a un animal, sin costumbres, sin
lenguaje, mientras que un ciudadano es la objetivación efectiva de lo humano. El fin
último no es el interés del individuo como tal, sino que el fin último es la unión, la
relación entre los individuos. La unión como tal es el fin. O sea, esta relación entre
individuos que han devenido miembros del Estado, que han devenido ciudadanos,
porque la determinación del ciudadano es llevar una vida universal. ¿Qué es una vida
universal? Llevar una vida de acuerdo a leyes. Leyes que son normas universales, leyes
que emancipan a los individuos de su particularidad natural, que los universaliza.
Entonces, un ciudadano no vive en la naturaleza física, sino en una segunda naturaleza
que es lo que Hegel va a denominar la eticidad, cuyo centro organizador, cuyo
fundamento ontológico es el Estado. El ciudadano es aquel individuo que puede llevar
una vida universal en cuanto vive de acuerdo a leyes, y lo que no es universal en el
individuo, todo lo particular que hay en el individuo, existe, puede existir, solamente en
el Estado moderno. Solo en el Estado moderno aparece esta esfera en la que la
particularidad se desarrolla hasta el extremo. Entonces, todas estas actividades
particulares de los individuos que llevan una vida universal tienen como punto de
partida el Estado. El punto de partida de los intereses particulares se encuentra en ese
marco que es la sociedad civil, y el resultado de las acciones de los particulares, en
cuanto particulares, también. Entonces, la verdadera relación es que, por un lado, el
Estado pone leyes universales que permiten que los individuos lleven una vida urbana,
dentro del Estado, y los individuos viven según esas leyes, y, por otro lado, su
particularidad tiene como marco, como resultado, al Estado mismo.
(Receso)
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su contenido, la unidad de la libertad objetiva, es decir la voluntad universal
sustancial, y la libertad subjetiva, o sea el saber individual y la voluntad que busca sus
fines particulares. Según su forma es por lo tanto un obrar que se determina de acuerdo
con leyes y principios pensados, es decir, universales.
Luego de haber presentado cómo se articulan los dos aspectos de la vida de los
ciudadanos, estos es, una vida universal pero que, también, en cuanto miembro de la
sociedad civil, realiza una actividad particular; que tiene como punto de partida y como
resultado el propio Estado; aquí presenta Hegel esta idea de racionalidad. En primer
lugar, distingue la racionalidad en abstracto y la racionalidad en este caso concreto. En
abstracto, dice, es la unidad de la universalidad y la individualidad. Y en este caso, en el
que la universalidad sería la voluntad del Estado y la individualidad la del ciudadano; él
distingue a su vez, dos maneras de considerar esta racionalidad. Según el contenido, es
la unidad de la libertad objetiva, esto es de la libertad de la voluntad sustancial,
universal, y la voluntad subjetiva, esto es, aquella voluntad que busca fines. Y, según su
forma, dice él, es un obrar que se determina según principios, según leyes. O sea, la
voluntad de los miembros del Estado que, independientemente de cuál sea el contenido
de su voluntad, se atienen a esa forma universal que es la ley. Nosotros la clase pasada
habíamos examinado el parágrafo tercero de la introducción y allí habíamos visto que el
interés de la filosofía política no estaba centrado en el origen histórico del Estado, sino
en el núcleo racional que justifica al Estado como voluntad libre; o sea, el concepto
pensado y realizado de voluntad libre; realizado en formas institucionales cuya
culminación es el Estado. Entonces, el problema del origen histórico del Estado en
general o de un Estado particular no es, dice Hegel, el problema de esta demostración
científica. Eso lo decía en el parágrafo y aquí vuelve sobre eso. Hay un aspecto que
podríamos llamar fenoménico, referente a las motivaciones que esos individuos pueden
tener para actuar en el Estado e, incluso, para formar un Estado; y esto es un problema
más bien empírico. Entonces, las motivaciones empíricas que pudieron haber unido a
los seres humanos históricamente en la construcción de Estados particulares, eso no
tiene, para el punto de vista filosófico, ningún interés. Si el Estado estuvo precedido por
relaciones patriarcales que luego dieron motivo a la instauración de un orden superior a
las aldeas, por ejemplo, o si la motivación principal fue el miedo, o la confianza que
tenían en un jefe; o sea el modo en que los propios agentes sociales comprendieron el
derecho del soberano, eso es algo secundario, dice Hegel. Secundario, si a uno le
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interesa conocer científicamente el Estado. En este punto es donde Hegel introduce lo
que podríamos llamar un balance de la filosofía política de Rousseau. En este balance,
Hegel trata de indicar los méritos y los defectos de la perspectiva de Rousseau para
pensar filosóficamente los medios de legitimación del Estado. Un poco más abajo, en la
misma observación, dice Hegel lo siguiente:
Veamos qué es lo que está diciendo Hegel en este pasaje, en cuanto los méritos y
los defectos de la perspectiva de Rousseau, en cuanto perspectiva que pretende ofrecer
una respuestas científica al conocimiento del concepto de Estado. O sea, todos los
filósofos políticos anteriores a Rousseau ofrecieron un principio legitimador del orden
político y, en cuanto propusieron un principio, ese principio fue formulado en el
pensamiento; fue pensado, en ese sentido, dice Hegel, que todos los filósofos anteriores
pensaron algún principio y, por lo tanto, todos los principios, según su forma, son
pensamientos; pero cuál era el contenido de esos principios: la sociabilidad natural de
los antiguos; el animal político aristotélico; el apetito social de Grocio; el deseo
sociabilidad; la autoridad divina de los medievales o de Filmer. Todos estos principios
eran pensamientos sólo según su forma, pero el contenido venía de otro lado. Rousseau,
el mérito que tiene fue haber propuesto un principio que es pensamiento no sólo por su
forma, no sólo por el hecho de ser un principio, sino también que es pensamiento en su
contenido. O sea, el contenido del principio propuesto por Rousseau, es pensamiento; es
pensamiento práctico; es el comportamiento práctico del espíritu, que es la voluntad.
Esta voluntad da existencia, es la esencia del cuerpo político, sin voluntad general no
hay cuerpo político. En ese sentido, Hegel le reconoce a Rousseau el mérito de haber
descubierto que el Estado es una voluntad libre; que el Estado es un ser autónomo, que
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no depende de ninguna determinación exterior a esa voluntad, sino que es autofundante,
es ese principio la voluntad. Y esto lo distingue a Rousseau de aquellos que propusieron
un principio heterónomo, como por ejemplo, un instinto de sociabilidad, la autoridad
divina, etc.; un principio cuyo contenido proviene de otro lado. Por otro lado, en este
pasaje Hegel destaca cuál es el defecto de la perspectiva de Rousseau, o sea, en qué se
equivocó Rousseau. El defecto de Rousseau consiste en que concibe a este principio, la
voluntad, sólo bajo la forma de una voluntad individual; en el sentido de que confunde,
según Hegel, la voluntad del Estado -que es una voluntad sustancial, racional en y por
sí- con una voluntad común, con la voluntad del contrato, con esa voluntad puesta por
los que realizan el contrato que, habíamos dicho, no es una voluntad universal, sino una
voluntad común, aquello en lo que están de acuerdo estas voluntades meramente
individuales. Entonces, Rousseau, a pesar del mérito de haber descubierto que el Estado
es voluntad libre, su propuesta no es satisfactoria porque concibe el origen del Estado en
la voluntad individual, y la naturaleza del Estado en un acuerdo entre voluntades
individuales; o sea, una voluntad común, un querer común a estos distintos individuos
que participan de la suscripción del contrato. Entonces, confunde la voluntad del Estado
con una voluntad que surge concientemente de las voluntades individuales; de los
individuos que quieren firmar un contrato. El pasaje sigue diciendo:
Entonces, esta voluntad del Estado, dice Hegel que es en sí misma racional;
independientemente del reconocimiento que reciba de los individuos, se vuelve racional
para sí misma cuando se realiza en la autoconciencia de los ciudadanos; esto es, en los
ciudadanos que cumplen con las leyes porque comprenden que expresan su propia
naturaleza humana, que expresan lo universal, que son condiciones de la propia libertad.
Entonces, uno podría decir que Rousseau con la idea de esta contrato como una
alienación total intento algo que quizás no estaba previsto en las formulaciones de los
contractualistas anteriores, que es la integración, en intento de integrar lo individual a lo
universal; una integración que también el propio Hegel quiere. Ahora bien, según
Hegel, ese intento rousseauniano fracasa porque el punto de partida es la voluntad
individual; es la voluntad de alguien que realiza un contrato; el arbitrio individual de los
contratistas.
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por ser abstracciones de su idea han convertido el intento en el acontecimiento más
terrible y cruel.
Entonces, aquí tenemos un balance, dos aspectos señalados por Hegel respecto
de la revolución francesa. Por un lado, podríamos decir, esta novedad histórico
universal; por primera vez encontramos este espectáculo prodigioso, dice Hegel, que
consiste en lo siguiente: el pensamiento libre inicia completamente, de cero, sin deberle
nada a la tradición, la constitución de una Estado; el pensamiento libre derriba todo
aquello que ya no tenían realidad efectiva -todas las instituciones generadas en el
pasado- y establece un orden o, al menos, eso pretende. Ahora bien, el aspecto negativo
de este intento, ya lo habíamos anticipado cuando vimos el primer momento lógico de la
libertad: la universalidad; es el terror. Como ese pensamiento libre era una abstracción
de una idea, dice Hegel, era la idea de una libertad absoluta que sólo se concibe como
tal dejando a un lado toda particularidad, todo contenido; eso le ha costado al intento
revolucionario el terror jacobino. O sea, la destrucción de todo lo que existía y el
obstáculo para establecer un nuevo orden. Esta observación va más allá del tema que
nos interesa desarrollar aquí, que es la crítica al contractualismo, y va más allá cuando
presenta Hegel una crítica a lo que podríamos llamar: el extremo opuesto a Rousseau:
no el pensamiento inspirador de la revolución francesa –que es con lo que está ligando a
Rousseau Hegel- sino el pensamiento reaccionario frente a la revolución francesa; esto
es: la filosofía de la restauración; todo lo que sigue de la observación y una larga nota al
pie introducida por Hegel mostrará cuál es la opinión de Hegel frente a ese otro
extremo, cuyo representante es von Haller. Aquí reaparecen algunas críticas que ya
aparecían en el prefacio, esto del odio a la ley. En realidad se trata de un pensamiento
reaccionario, restauracionista, que confunde el desarrollo del concepto con el desarrollo
histórico; confunde cuestiones de derecho con cuestiones de hecho y concepción
descendente y tradicional de la soberanía; que identifica la fuerza con el derecho divino.
O sea, todos los tópicos de esta filosofía de la restauración. Esto lo leerán con cuidado y
descubrirán que Hegel, por criticar a Rousseau, no se transforma en un defensor del
pensamiento contrarrevolucionario.
El segundo tema que hoy quería que examináramos siguiendo, sobre todo, el
parágrafo 135, es la crítica de Hegel a la ética kantiana. Este es un tema mucho más
amplio que lo que vamos a presentar nosotros, porque, para hacer una reconstrucción
completa de esta cuestión habría que recurrir a otros textos que no pusimos en el
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programa, por ejemplo la Fenomenología.... A nosotros nos interesa la crítica que Hegel
formula en este libro, en cuanto la moralidad, que es el segundo momento del espíritu
objetivo, y Hegel va a sostener que el punto de vista de la moralidad, dentro de la cual
también encontramos como un momento muy desarrollado de la ética kantiana, es un
punto de vista limitado en cuanto carente de lo que recién encontraremos en la eticidad,
en el tercer momento. Pero, veamos, antes de ver la crítica, una pequeña referencia a los
contenidos a esta segunda parte de la filosofía del derecho, que es la moralidad.
¿Por qué pasar del derecho abstracto a la moralidad?; esa es una primera
pregunta que uno podría hacerse. En el derecho abstracto, habíamos dicho, lo que
encontramos es la libertad de las personas y su objetivación en la propiedad. Mientras
que en la moralidad encontramos la libertad de un sujeto moral; o sea, ya no nos
encontramos con una libertad que se exterioriza en la cosa apropiada y que mantiene
una relación exterior con la libertad de otras personas, sino que encontramos una
dimensión de la cual se había hecho abstracción, justamente, en el derecho abstracto,
que es en el aspecto interior de libertad de la voluntad. O sea esta referencia, podría
decirse, de la voluntad libre a sí misma, no ya como mera persona abstracta, sino como
sujeto moral. Uno podría decir que si uno le concede a Hegel lo que él pretende, la
filosofía práctica anterior se había mantenido en estas dos esferas: la moralidad y la
legalidad. La moralidad se refería a las intenciones de la gente, la voluntad de la gente;
cómo había que determinar si las intenciones de la gente eran buenas. Y las acciones de
la gente, que eran objeto del juicio legal. Esta diferenciación, que encontramos en Kant,
de moralidad y legalidad, uno podría decir que agotan lo que, en la tradición anterior a
Hegel, eran los dos esferas de la filosofía c; y Hegel nos está diciendo que hay algo más;
que estos son momentos de una unidad superior que es la eticidad. Pero,
manteniéndonos todavía dentro de esta diferenciación. O sea el derecho, esa libertad de
las personas, y su objetivación en la propiedad, y su relación exterior de persona a
persona, es una relación legal; es una relación jurídica. Mientras que la moralidad se
ocupa, más bien, del bien o el mal de las intenciones de la gente. El último capítulo del
derecho abstracto se refería a la injusticia, al delito y a las penas que le corresponden a
quien delinque. En la injusticia y el delito encontramos una oposición entre lo universal
en sí, que es el derecho, y la voluntad de transgresor; la voluntad individual del
transgresor. Encontramos una oposición que sólo puede ser superada en el ámbito del
derecho mediante la pena o el castigo, dice Hegel. Entonces, eliminada esa oposición lo
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que encontramos es una nueva dimensión de la voluntad que es la subjetividad. O sea,
un nuevo punto de vista, que no es el punto de vista de la consideración de las acciones
de las personas, sino de las intenciones del agente. En ese sentido, podemos distinguir
incluso dentro del derecho abstracto distintos momentos del progreso del concepto de
libertad. O sea, en el momento de la propiedad, dice Hegel, lo mío abstracto es una cosa
exterior; en el momento del contrato encontramos que lo mío es comuna, o sea mediado
por la voluntad de otro, y en la injusticia lo mío es algo opuesto al derecho, o sea, es
algo contingente opuesto al derecho. El punto de vista moral, dice Hegel, supera esta
contingencia y aparece una subjetividad que podríamos llamar activa, dinámica,
autodeterminada. O sea, aparecen varios aspectos de la voluntad en la moralidad, de los
cuales habíamos hecho abstracción por completo en el derecho abstracto. Entones, en la
moralidad encontramos un nuevo terreno para la elaboración del concepto de libertad de
la voluntad, para su realización. Un aspecto interior que es propiamente moderno, si uno
quiere; o sea, la idea de moralidad que aparece aquí uno podría históricamente asociarla
a una conciencia protestante: una conciencia que es un juez calificado que interpretación
de la ley moral; un interlocutor directo con dios, sin necesitar de toda la mediación de la
institución eclesiástica para la determinación de en qué consiste la verdad y la fe.
Entonces, en el derecho abstracto hemos hecho abstracción de cuáles son los motivos,
cuál es la finalidad, cuáles son las intenciones de las personas; cuáles son, entonces,
esas determinaciones subjetivas que van a recibir tratamiento en el momento de la
moralidad. Entonces, recién en este momento encontramos un sujeto moral que, dice
Hegel, tiene un contacto con los absoluto, se sabe así mismo como portador de una tarea
que involucra a lo absoluto; y una tarea que sólo puede realizarse mediante lo que Hegel
llama la autoderetminación de ese sujeto. Entonces, frente a un niño cuya conducta está
determinada por la voluntad de sus padres; frente a un ser natural, que está determinado
por la naturaleza; el sujeto moral tiene esa capacidad de determinarse a sí mismo. Ahora
bien, esa autodeterminación, al ser la autodeterminación de un sujeto individual, no es
idéntica a la autoderminación del concepto que Hegel está presentando ante nuestros
ojos; y es por eso que el punto de vista de la conciencia moral va a presentar esa
autodeterminación como una exigencia, como un deber ser. En ese sentido, el punto de
vista de la conciencia moral es un punto de vista de una conciencia que se interroga a la
luz de este deber ser, que evalúa sus intenciones a la luz de un imperativo. Y, en ese
sentido, la conciencia moral es un momento, dice Hegel, de intranquilidad, que no llega,
ni puede llegar, al cumplimiento, a la concreción efectiva del deber. Un sujeto, decía
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Kant, era un ciudadano de dos mundos, y aquí Hegel nos dice que es un sujeto que se
propone fines de distinto tipo, que son válidos en y por sí; fines objetivos que están
representados en el concepto de deber, y se proponen también fines particulares que
satisfacen mediante los que la gente pretende satisfacerse; fines subjetivos. En la
moralidad estos fines no se excluyen de manera necesaria, mutuamente, sino que es el
entendimiento abstracto el que establece una exclusión recíproca del deber ser y la
satisfacción. Un sujeto, nos dice Hegel, es la serie de sus acciones. Esto quiere decir:
cómo se mide la grandeza o pequeñez de un ser humano, la respuesta es, atendiendo las
acciones que realizó, no las intenciones que tuvo, no a lo que quería hacer, sino a lo que
efectivamente hizo. En ese sentido, aparece aquí mencionada una figura que aparece
también en otros textos, que es una concepción psicológica de la historia. O sea,
aquéllos malos historiadores cuya tarea consiste en hacernos ver que lo que llamamos
“grandes hombres” de la historia, en realidad tenían una miseria subjetiva, estaban
movidos por intereses egoístas. Pero, el problema es que este historiador lo que hace es
detenerse en detalles que no son irrelevantes, podría decirse, para comprender el
significado histórico universal de un agente. El significado se expresa en las acciones y
no en las intenciones. Este derecho, dice Hegel, de la satisfacción de la gente, que no es
opuesto al deber, es algo que los antiguos no tenían. O sea, la idea del principio de la
libertad subjetiva es algo que aparece recién con el cristianismo. Ahora bien, ese doble
aspecto o doble finalidad del sujeto moral es algo que el entendimiento abstracto
pretende oponer, por ejemplo, leo un pasaje del parágrafo 124, la observación:
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conciencia moral se le presenta de manera abstracta, o sea, la voluntad subjetiva de la
conciencia moral no está integrada, todavía, con el bien; con el objeto de la voluntad,
sino que para ella, para la conciencia moral, el bien se presenta como un deber ser. Esto
decía Kant respecto de toda voluntad racional que estuviera también determinada por las
inclinaciones. El bien es algo que debe ser llevado a cabo: “se debe cumplir el deber por
el deber mismo”. Aquí, dice Hegel, que esta determinación tiene algo correcto: el deber,
para la conciencia moral, consiste en el bien o el bien, mejor dicho, el presentado a la
conciencia moral bajo la forma del deber. Entonces, hay cierto mérito en esta exigencia
kantiana; o sea, en el reconocimiento de la autonomía infinita de la voluntad humana se
expresa en esta máxima. Ahora bien, el problema que Kant no advirtió y que Hegel trata
de desarrollar; el problema propio de la filosofía ética de Kant, no de la moralidad en
general, sino de una forma de comprender la moralidad; una forma muy sofisticada de
comprender la moralidad, reside en lo siguiente: el deber, tal como lo advirtió Kant, no
aporta un contenido particular, un fin determinado. Entonces, el punto de vista que
queda fijo en la moralidad no puede resolver el pasaje de la forma del deber a su
contenido; o sea, el fin determinado de una acción particular ¿Qué es el deber en una
situación particular? La respuesta de Hegel es “actuar conforme al derecho, buscar el
bienestar propio, buscar el bienestar de los demás. Ahora, todas estas obviedades no
están contenidas en el concepto formal de deber; el deber es lo incondicionado y es
aquello esencialmente universal de la conciencia moral. En ese sentido, aquella
universalidad de la conciencia moral es una abstracción carente de todo contenido
determinado. Por eso, ese deber hacer parece difícil de responder desde el punto de vista
estrictamente moral. O sea, la conciencia moral, práctica, obra de un modo universal
cuando logra hacer abstracción, cuando logra neutralizar las inclinaciones, los intereses,
las pasiones particulares y contingentes. Y eso significa que la buena voluntad se
determina universalmente a sí misma. Ahora bien, la dificultad mencionada reside en el
formalismo de la ética kantiana y no en la moralidad como tal. No en la conciencia
moral, sino en la representación que nos ha ofrecido Kant de esa conciencia. Veamos la
observación al parágrafo 135. Unos cinco renglones después de empezar el parágrafo,
Hegel dice:
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Entonces, Kant tiene el mérito de haber purificado el punto de vista moral y
hacernos ver que la conciencia moral es la conciencia de un sujeto que se autodetermina
de manera autónoma. Ahora bien, el error, consiste en haber permanecido en el punto de
vista estrictamente moral y no pasar al punto de vista siguiente que es la eticidad. Esto
convierte la propuesta kantiana en lo que Hegel denomina “formalismo vacío”; un
universal abstracto, mal infinito que tiene los particulares fuera de sí, cerrado sobre sí
mismo e interior a la conciencia; una conciencia que intenta a tenerse a esta
universalidad abstracta y no pude realizarse en la acción guiándose sólo en el concepto
de deber. Este formalismo vacío tiene como figura central el imperativo categórico; el
experimento mental que intenta universalizar una máxima. Hegel dice que de este
imperativo no puede seguirse lo que él llama: una doctrina inmanente del deber, que es
lo que va a tratar de hacer. O sea, un deber que no es pensado formalmente, sino un
deber concreto que esta siempre ya vigente en la eticidad: las costumbres, las
instituciones, las leyes, el ethos de la época, la racionalidad efectiva, el espíritu objetivo
en el que los seres humanos viven, son educados y actúan. Por eso dice Hegel, este
punto de vista no es posible sin una doctrina inmanente del deber, es decir, ética y no
moral.
Se puede aportar una materia dada del exterior -a esta forma que es el
imperativo categórico-, y llegar así a deberes particulares; pero si se parte de las
determinaciones del deber como falta de contradicción o concordancia formal consigo
mismo, que no es otra cosa que no es otra cosa que el establecimiento de la
indeterminación abstracta, no se puede pasar a la determinación de deberes
particulares.
Todo modo de proceder injusto e inmoral, puede ser justificado de esta manera.
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Podríamos decir, no son proposiciones formalmente contradictorias.
Si, por otro lado, se admite y supone que a propiedad y la vida humana deben
existir y ser respetadas, entonces cometer un robo o un asesinato es una contradicción.
…una contradicción sólo puede surgir con algo que es, con un contenido que
subyace previamente como principio firme.
Como les dije antes, hay otros textos en los que Hegel ha desarrollado de una
manera más completa y compleja esta crítica a la ética kantiana que ha tenido una
influencia en la filosofía práctica posterior decisiva; tanto para aquellos que rechazan la
deontología kantiana como para aquellos la aceptan; que tienen que tomarse en serio
buena parte de lo que Hegel dice para reformular las pretensiones de Kant después de
esta crítica de Hegel. Esos textos son, la Enciclopedia… y, sobre todo, la
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Fenomenología…; dos figuras en particular en las que aparece esta crítica; al final de la
figura de la razón, aparece la figura de la razón que examina leyes y hace esta crítica al
imperativo categórico kantiano. Y, al final del espíritu, que es el momento siguiente a la
razón, sobre el final, aparece bajo el título de “La concepción moral del mundo”, una
crítica referente a los postulados de la razón pura práctica. Pero, todo esto no entra en el
Programa, es sólo a título informativo para quien la interese el tema.
Antes de terminar con esta crítica a la ética kantiana, quisiera señalar que en el
parágrafo 137 Hegel distingue los que ha sido objeto de la crítica, esto es el formalismo
vacío, la retórica del deber por el deber ser, de lo que él denomina “la verdadera
conciencia moral”. O sea, Hegel no está haciendo una crítica de la conciencia moral; la
conciencia moral es un momento decisivo del desarrollo del concepto de libertad de la
voluntad; lo que ocurre es que la filosofía kantiana ha interpretado de manera incorrecta
o de manera unilateral a esta conciencia moral. Entonces, él anticipa aquí lo que él
denomina la verdadera conciencia moral, o sea, la conciencia de un individuo que
cuenta con principios normativos objetivos. Ahora, cuál sea el contenido de estos
principios; cómo se justifiquen, eso ya no puede ser apresado desde el punto de vista de
la moral. Entonces, la crítica que le hacía Hegel a Kant en la observación, es que la
perspectiva kantiana no nos permite pasar al punto de vista de la eticidad; lo que la
eticidad va a denominar la disposición ética. Entonces, la conciencia moral, podría
decirse que es la actividad de un sujeto de autodeterminar su voluntad; una actividad
que es formal y de la cual el sujeto moral está cierto; tiene certeza de que él es el que
debe determinar los principios de su acción. Pero, en cuanto es verdadera esta
conciencia moral no puede determinarse, ni pasar a la acción, pasar a lo particular sólo
apelando a la forma de la autodeterminación de la conciencia moral, que pasa por ser
sólo una opinión meramente subjetiva, reñida con el punto de vista ético. El final del
momento de la moralidad no lo vamos a ver, pero es muy rico en cuanto a las figuras
que aparecen en él, en cuanto ya no se trata de una conciencia moral como la kantiana,
en cuanto sabe que debe cumplir con una ley universal; sino figuras que vienen
posteriormente en el desarrollo fenomenológico, en las cuales ese sujeto pretende ser él
el que determina cuál es la ley. Figuras como la ironía, el alma bella; figuras que ya no
se atienen a un universal racional, sino que serían la expresión expansiva de una
subjetividad moral limitada e irracional.
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La próxima veríamos, en primer lugar, el tránsito de la moralidad a la eticidad,
que es el parágrafo 141; para ver, así como vimos cómo se pasaba del derecho abstracto
a la moralidad, comenzaremos viendo cómo se pasa de la moralidad a la eticidad; para
luego ver la introducción a la eticidad, o sea, todos los parágrafos que están antes de la
familia; que es el primer momento de la eticidad. O sea comenzaríamos con el 141 hasta
el 157 y después retomaríamos hasta el 182 en adelante, que es la sociedad civil.
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