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Gomez Trueba - La Elegancia en Ortega
Gomez Trueba - La Elegancia en Ortega
U.N.E.D.
Máster Universitario
Filosofía Teórica y Práctica
Curso 2019-2020
Tabla de contenido
1. Introducción 3
3.1. Perspectivismo 10
3.2. Raciovitalismo 11
4.2. Circunstancia 18
6. Conclusiones 26
7. Bibliografía 27
“Pero esas gentes que de nada entienden, menos que nada entienden de elegancia, y no
conciben que una vida y una obra puedan cuidar esa virtud. Ni de lejos sospechan por qué
esenciales y graves razones es el hombre el animal elegante. Diesi rae, dies illa.” José
Ortega y Gasset (1947).
1. Introducción
La elegancia es una faceta esencial de la especie humana —como la verdad, como la belleza,
como la justicia. Tal vez hay otras especies animales que tienen el sentido de lo elegante. Si se
medita largamente sobre lo que es la elegancia, se descubre con sorpresa su secreto
anudamiento a la raíz misma de la vida.
Nos iremos aproximando en giros concéntricos, de radio cada vez más corto e intenso,
deslizándonos por la espiral desde una mera exterioridad con aspecto abstracto, indiferente y
frío hacia un centro de terrible intimidad, patético en sí mismo, aunque no en nuestro modo de
tratarlo. Los grandes problemas filosóficos requieren una táctica similar a la que los hebreos
emplearon para tomar Jericó y sus rosas íntimas: sin ataque directo, circulando en torno
lentamente, apretando la curva cada vez más y manteniendo vivo en el aire son de trompetas
dramáticas. En el asedio ideológico, la melodía dramática consiste en mantener despierta
siempre la conciencia de los problemas, que son el drama ideal. Yo espero que esta tensión no
falte, por ser el camino que emprendemos de tal naturaleza que gana en atractivo conforme va
avanzando (17).
Parece, por tanto, que la elegancia matemática sería algo inicialmente ajeno a la
matemática, algo que viene súbitamente a penetrar en ella, mejorándola y haciéndola
resplandecer. Sí, pero ¿Qué es ese algo que se añade? ¿Acaso un simple ahorro de
esfuerzos, una mera economía intelectual? Nada de eso. Más bien al contrario, la clave
de la elegancia está en haber dado con una prueba que, por el hecho de “ser más breve,
es precisamente más difícil de encontrar” y por tanto requiere de “un sobrante de fuerza
más allá de la requerida que ha hecho, pues, sin aparente esfuerzo, algo más difícil y
superfluo”. Así, la prueba elegante sería “la manifestación de un intelecto rebosante y
elástico, que supera la dosis exigida, que representa un exceso de potencia, un lujo de la
mente” (Ortega VIII 1928, 74).
la expresión sobria de una lujosa, exuberante capacidad que la matemática no necesita, que le
es añadida como regalada … bajo ella el matemático siente un entusiasmo más que
matemático, la jocundia de percibir en medio de su severa labor la pura dote vital del hombre
que es el talento (Ortega VIII 1928, 74-75).
Así las cosas, “el traje elegante anuncia un poderío social latente, el cual se
expresa en la forma más sobria. Toda elegancia es la modulación más simple de una
moda dada, y la moda, a su vez pretende expresar el bienestar de los círculos
superiores” (Ortega VIII 1928, 76-77).
Nótese que hasta ahora hemos hablado sólo de objetos corporales o del
pensamiento, ante lo cual se pregunta Ortega si de verdad es posible que la elegancia
sea una cualidad intrínseca de los objetos inanimados. Su respuesta no puede ser más
clara: "la elegancia es exclusivamente un atributo y una gracia de la vida". Cuando
creemos ver elegancia en las líneas de un objeto, en realidad somos nosotros los que
proyectamos, con nuestra imaginación, esa elegancia sobre él. Y ello nos exige además
una condición: que podamos representarnos al objeto en cuestión como un ser dotado de
vida, que nosotros lo veamos como un animal. Parece por tanto que la elegancia se
encuentra indisolublemente unida a lo vivo, y más concretamente a los seres del reino
animal.
Pero ¿Es esto suficiente? ¿De verdad podemos conformarnos con asimilar la
elegancia a la sobriedad, a la contención de las propias fuerzas bajo un manto de mesura
y discreción? ¿Acaso no es posible encontrar elegancia en algunas conductas humanas,
mas allá de la esbeltez, sobriedad o contención que se insinúe en la silueta de su
protagonista? Basta con echar un vistazo al resto de escritos antes mencionados para
darnos cuenta de que Ortega tenía una idea mucho más sutil sobre lo que significa la
elegancia. Y es que, efectivamente, la elegancia se nos aparece a menudo como algo
intrínseco a las acciones de las personas; es decir, como algo que cae dentro del dominio
de la ética.
1
Omitimos aquí los análisis de Ortega relativos al cuerpo de la mujer y del hombre oriental por
considerar que no nos ayudan a esclarecer lo que entendía por elegancia; y también porque quizá son las
partes de su estudio que peor han resistido el paso del tiempo.
Manuel Gómez Trueba. El concepto de elegancia en José Ortega y Gasset
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En Origen y epígono de la filosofía Ortega se pregunta qué es aquello que debe
hacer el hombre y concluye que, sea lo que esto sea, no consiste en ningún caso en
actuar por capricho, sino que actuar humanamente implica "elegir, entre las muchas
cosas que se pueden hacer, precisamente aquella que reclama ser hecha". Pues bien, el
nombre que va a escoger Ortega para denominar ese "arte de elegir la mejor conducta",
esa "ciencia del quehacer", no va a ser el de ética sino el de elegancia. Podemos por
tanto avanzar un poco más en nuestras pesquisas y decir con Ortega que "elegante es el
hombre que ni hace ni dice cualquier cosa, sino aquél que hace lo que hay que hacer y
dice lo que hay que decir" (Cit. Ortega IX, 349)
La pregunta siguiente es evidente: si para ser elegante hay que "hacer lo que hay
que hacer y decir lo que hay que decir" ¿Qué diablos es eso que hay que hacer y que
decir? Para responder a esta pregunta sin hacerlo caprichosamente, no queda otra que
desarrollar antes un cierto conocimiento de dos cuestiones fundamentales: por un lado,
conocernos a nosotros mismos; y por otro, tener una visión de cómo es la realidad en la
que nos hallamos inmersos. Ello nos lleva a dejar por un momento nuestra indagación
en la ética orteguiana para adentrarnos, siquiera someramente, en su epistemología y su
ontología.
Con respecto a la primera cuestión, desde el siglo V a.C. los filósofos vienen
dividiéndose en dos grupos: aquellos que creen que la verdad es una sola, objetiva e
independiente de los hombres que la piensan —objetivistas—, y aquellos que opinan
que no es posible alcanzar la verdad última por ser ésta algo múltiple y dependiente de
los hombres que la experimentan —relativistas.
Como era de esperar Ortega también se ocupó de estos temas, pero en vez de
refugiarse en alguna de las posiciones clásicas, optó por alumbrar sus propias respuestas
originales. A la cuestión en torno al problema de la verdad, contestó con su tesis
perspectivita. Ante la pregunta por los medios de conocimiento, respondió con su
original raciovitalismo. Veamos en qué consisten estas propuestas.
3.1. Perspectivismo
Sobre el problema sobre la verdad, Ortega creía que todos nosotros observamos
la realidad desde un lugar determinado que viene marcado por nuestra posición
geográfica, época, entorno cultural, educación, ideas, creencias, valores, etc. La
consecuencia de esto es que las respectivas visiones de cada uno de nosotros diferirán
unas de otras en función de todos estos condicionantes y por tanto nadie por sí solo,
desde su particular punto de vista, estará en condiciones de acceder a ninguna verdad
universal y última.
Dicho así, a primera vista, uno podría pensar que Ortega era un relativista. Sin
embargo, las cosas no son tan simples, pues nuestro filósofo va a advertir un detalle
fundamental que va más allá del punto de vista del sujeto cognoscente para tocar la
mismísima estructura de la realidad. Como nos recuerda Suances Marcos (2010),
“frente al pensamiento tradicional que cree que la sustancia última consiste en materia o
espíritu, Ortega cree que la sustancia última del mundo no es cosa sino perspectiva”. Lo
que quiere decirse con esto es que la perspectiva no es algo meramente subjetivo, sino
que se constituye en ingrediente irrenunciable de la realidad. En opinión de nuestro
filósofo, cada uno de nosotros actúa como un espejo de la realidad, reflejándola desde
su particular posición. La perspectiva —la de cada cuál— es lo único que nos está
permitido aprehender de la realidad (326).
Pero, qué mejor para entender lo que es el perspectivismo, que oír al propio
Ortega condensar su tesis en este hermoso fragmento del primer tomo de El espectador:
2
Utilizamos aquí el término racionalista en su sentido más amplio, para referirnos a la confianza en la
razón por delante de la fe, los sentimientos o los instintos. No nos referimos, por tanto, a la vieja
distinción entre racionalistas y empiristas, que quedó un tanto superada a partir de Kant.
Manuel Gómez Trueba. El concepto de elegancia en José Ortega y Gasset
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Desde este Escorial, riguroso imperio de la piedra y la geometría, donde he asentado mi alma,
veo en primer termino el curvo brazo ciclópeo que extiende hacia Madrid la Sierra del
Guadarrama. El hombre de Segovia, desde su tierra roja, divisa la vertiente opuesta. ¿Tendría
sentido que disputásemos los dos sobre cuál de ambas visiones es la verdadera? Ambas lo son
ciertamente por ser distintas. Sí la tierra materna fuera una ficción o una abstracción o una
alucinación, podrían coincidir la pupila del espectador segoviano y la mía. Pero la realidad no
puede ser mirada sino desde el punto de vista que cada cuál ocupa fatalmente en el universo.
Aquélla y éste son correlativos, y como no se puede inventar la realidad, tampoco puede
fingirse el punto de vista.
He aquí otra conclusión que cabe extraer para nuestra investigación en torno a la
elegancia: para ser elegante es preciso no desertar jamás de nuestro particular punto de
vista.
3.2. Raciovitalismo
Decía Ortega que el hombre necesita conocer la realidad para “saber a qué
atenerse”; que es ésta una necesidad imperiosa. El hombre abre los ojos3 y ¿qué es lo
primero que encuentra? Ortega advierte que, antes de que percibamos los objetos, sean
estos corporales o mentales, y antes incluso de que nos demos cuenta de que existimos
como seres pensantes, percibimos que existe una realidad previa a las dos anteriores, en
cuyo interior habitan necesariamente todas las demás. Esa realidad radical no es otra
que la vida misma, la vida de cada cuál.
3
Empleamos la expresión "abrir los ojos" en su sentido metafórico.
Manuel Gómez Trueba. El concepto de elegancia en José Ortega y Gasset
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¿Acaso hemos llegado con esto al final de nuestra búsqueda? Si así fuera,
entonces podríamos pensar que Ortega no hizo otra cosa que alinearse con las tesis del
vitalismo, solución ya formulada por otros pensadores como Nietzsche o Bergson. Pero
sucede que, tal como señala Garigorri (1970), Ortega no buscaba únicamente cuál es la
realidad última, sino que también pretendía conocer “qué y cómo es esa realidad y
cuáles son sus atributos … intentaba revivir, de raíz, el trato más primario y elemental
que con la realidad tengamos antes de prefigurarla” (64-65).
Ahora bien, lo que el hombre no tiene derecho a hacer en ningún caso, es a hacer
lo que hacen los racionalistas: terminar creyendo que la razón no tiene límites. Porque,
como advierte Ortega muy certeramente, existen muchos aspectos de la realidad
—aspectos irracionales— de los que la razón no es capaz de dar cuenta. Ortega lo
explica muy bien en El tema de nuestro tiempo, recordando a Platón:
Pero el mismo Platón tropieza, desde luego, con la inevitable antinomia que la razón incuba. Si
conocer racionalmente es descender o penetrar del compuesto hasta sus elementos o principios,
consistirá en una operación meramente formal de análisis, de anatomía. Al hallarse la mente
ante sus últimos elementos, no puede seguir su faena resolutiva o analítica, no puede
descomponer más. De donde resulta que, ante los elementos, la mente deja de ser racional. Y
una de dos: o, al no poder seguir siendo racional ante ellos no los conoce, o los conoce por un
medio irracional. En el primer caso, resultará que conocer un objeto sería reducirlo a elementos
incognoscibles, lo cual es sobremanera paradójico. En el segundo, quedaría la razón como una
estrecha zona intermedia entre el conocimiento irracional del compuesto y el no menos
Para entender correctamente como funciona la razón vital, Garagorri (1970) nos
pone un ejemplo muy ilustrativo referido a un juicio que en aquel momento se celebraba
en Londres contra un tal doctor Adams, acusado de asesinato. Observa Garagorri como
el juez, para entender plenamente la acción del acusado, intenta esclarecer cuales fueron
sus circunstancias, para lo cual debe representarse y reproducirse esa acción. Intenta
“saber de qué hacía el doctor Adams al inyectar morfina a su paciente, si hacía de
médico que aliviaba terapéuticamente o hacía de asesino”. El juez no se contentaba en
conocer la verdad del hecho, sino que trataba de establecer “la del fieri”, la intención
del autor: “su por qué y su para qué” (124-125).
Y como ese por qué y ese para qué no pueden establecerse si no es a través de
una narración que reconstruya el hecho históricamente, no queda otra que concluir que
la razón vital es razón histórica. Como remarca Garagorri, “la razón histórica, que no
consiste en inducir ni en deducir, sino lisamente en narrar, es la única capaz de entender
las realidades humanas, porque la contextura de estas es ser históricas, es historicidad”
(Cit. Ortega IX, 88).
Una vez que tenemos claro que la vida es la realidad radical en la que
necesariamente acontece todo lo demás, y que la razón es el único medio de que
disponemos para conocerla, es el momento de que examinemos bajo qué formas pueden
aparecer los objetos mentales —los pensamientos— que produce nuestra razón.
Las ideas son los pensamientos que se hallan en el estrato más exterior de
nuestra psique, esas convicciones que sostenemos consciente y deliberadamente, que
expresamos, defendemos y justificamos. Ideas son tanto las creaciones intelectuales,
científicas, discursivas, lógicas, etc., como los meros pensamientos vulgares más o
menos improvisados.
Volviendo a las ideas, nos dice a Ortega que pueden ser más o menos generales.
En un extremo tendríamos las ideas particulares, "de poca extensión y rica
comprensión" propias de los especialistas, que tal vez nos sirvan como medio pero que
no nos dan razón sobre el problema para el que fueron concebidas. En el otro extremo
tendríamos las ideas generales, "conceptos de gran extensión y reducida comprensión"
que quizá contengan dentro de sí el problema al que se refieren, pero que por su
excesiva generalidad son incapaces de darnos una solución eficaz al mismo. Y entre
ambos extremos estarían las ideas enteras que contienen la solución a un problema al
tiempo que "exhiben su filiación". Las ideas enteras son ideas “justificadas” y son las
únicas que conforman la auténtica cultura (Garagorri, 193-204).
4
Sobre la cuestión de la mayor o menor originalidad de las ideas de Ortega en torno a la vida como
realidad radical existe un debate aún no resuelto, en el que ahora no podemos entrar. Siendo evidente que
existen grandes parecidos entre sus tesis y las de autores como Heidegger, diremos tan salo que Ser y
tiempo se publico en 1927 y las Meditaciones del Quijote en 1914.
Manuel Gómez Trueba. El concepto de elegancia en José Ortega y Gasset
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esa realidad, ideas que no deberíamos confundir jamás con la realidad que representan
(Garagorri, 66-68).
Tenemos por tanto un hecho radical anterior a cualquier otro que es la vida
misma, la vida de cada cuál. Cualquier otra realidad que hallemos a partir de ahí, tendrá
que estar necesariamente inserta en esa realidad primigenia. ¿Y qué es lo que
encontramos cuando nos asomamos a la vida? Básicamente dos cosas: por un lado, me
encuentro a mi mismo, a mi yo pensante. Por otro, me doy cuenta de que mi yo no está
solo, sino que se encuentra rodeado de cosas que no son yo, que contribuyen a
prefigurarme. Ese mundo circundante en el que mi yo se encuentra inmerso es lo que
Ortega va a llamar la circunstancia. Mi vida aparece entonces como la suma de dos
aspectos que se copertenecen y que no pueden darse el uno sin el otro: mi yo y mi
circunstancia.
Para dar con la estructura intima del yo, la antropología filosófica orteguiana se
va a valer del método fenomenológico: a partir de la introspección irá descubriendo los
hechos que se experimentan en la conciencia, para después ir describiéndolos lo más
fielmente posible. Así Ortega va a ser capaz de establecer tres estratos constitutivos de
la persona, indisolubles pero discernibles a efectos descriptivos (Bastida Freijedo,
64-70).
Pero, además, Ortega advierte que entre todos los deseos que hallamos en
nuestra alma, siempre hay uno que destaca por encima del resto, un deseo al que va a
denominar la vocación. Esta vocación no necesariamente tiene que ser una única para
toda la vida, ni tampoco tiene por qué referirse exclusivamente a la actividad
profesional. La vocación de la que habla Ortega es esa voz inexorable que nos interpela
desde nuestro interior para que realicemos un determinado proyecto de vida. “Esa
vocecita que nos llama desde lo más profundo a ser de un cierto modo” (Cit. Ortega
VIII, 566), que no puede ser apaciguada por ningún razonamiento y que no callará hasta
que la obedezcamos. Cierto que podemos ignorarla y distraernos con otras cosas, pero
en lo más profundo de nuestro ser sabemos que si lo hacemos, nos estamos traicionando
a nosotros mismos, y que, de alguna manera, nos estamos condenando. No llegaremos a
ser lo que estamos llamados a ser (69-70).
4.2. Circunstancia
Decíamos antes que el hombre se sorprende a sí mismo arrojado a una vida que
él no ha escogido. Se descubre, además, rodeado de todo un mundo de cosas que ya
estaban ahí sin que nadie le halla pedido permiso para ello. Ese conjunto de fatalidades
con las que nuestro yo habrá de habérselas, quiéralo o no, es lo que Ortega llamó la
circunstancia.
Pero recordemos: entre todos los deseos que contribuían a conformar nuestra
alma, nuestra tesitura, había uno que sobresalía por encima del resto, al que Ortega
llamaba vocación y que habíamos caracterizado como esa llamada inexorable a “ser lo
que se tiene que ser”. Y ahora nos encontramos con que una parte de nuestra
circunstancia puede estar constituida por dificultades que se interponen a la realización
de nuestra vocación. Estas dificultades pueden afectarnos de tres maneras: haciéndonos
perder la vitalidad, el espíritu, o incluso el alma (Bastida Freijedo 71-72).
Por fin podemos entender plenamente el famoso dictum orteguiano: “Yo soy yo
y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo yo (43-44)”.
Una vez que ya conocemos los dos aspectos inseparables de nuestra vida,
podemos pasar a ver cuales son sus rasgos. Para ello vamos a seguir las enumeraciones
propuestas por Batista Freijedo (80-85) y Suances Marcos (331-334),
complementándolas con alguna aportación personal.
4. La vida es fatalidad. Hay una parte de mi vida (una parte enorme) sobre la
que no tengo elección porque me viene dada. Esta parte está constituida por eso que
habíamos llamado la circunstancia (lo que incluye también mi propio cuerpo,
habilidades, etc.) y por mi vocación.
11. La vida es elegancia. El hecho de tener que elegir constantemente para poder
sacar adelante mi vocación, al tiempo que lidiar con una circunstancia que no he
elegido, entraña un gran esfuerzo y una enorme responsabilidad. No sólo tengo que
elegir, sino que, si quiero salvar mi vida, tengo que elegir bien. O dicho con palabras de
Ortega, tengo que “elegir elegantemente”.
En su Idea del principio de Leibniz (1947), Ortega nos da algunas pistas sobre
como se realiza esa elección. Nos habla de la necesidad de justificar ante nosotros
mismos la acción que escogemos y nos dice que los proyectos que nos marca la
vocación no suelen ser equivalentes, sino que se nos aparecer ordenados
jerárquicamente. Nuestra tarea consiste en tratar de clarificar esa jerarquía para no elegir
al “buen tun-tun”. Se trata de “tener a la vista los diversos naipes que es posible jugar:
el óptimo, el simplemente bueno, el que no vale la pena y el que es franco
contrasentido”. Podemos escoger el que queramos, pero “no podremos hacerlo
impunemente” porque, en ese caso, estaríamos desertando de nuestra obligación de
alcanzar la mejor versión de nosotros mismos, de “ser el que teníamos que ser”.
Nosotros solos nos habríamos rebajado y ello indefectiblemente nos provocaría
remordimiento.
Ortega nos dice también que esta responsabilidad no sólo existe para las grandes
ocasiones de la vida, sino que rige en todos los momentos, hasta en el gesto más nimio.
Entre las acciones que nos permite nuestra circunstancia, siempre hay una que es “la
que hay que hacer”. Desgraciadamente, hay una mayoría de hombres que no es capaz de
percibir esa diferencia de calidad entre unas acciones u otras, porque no han llegado a
desarrollar la sensibilidad adecuada. Elegir bien nuestras acciones es un arte que implica
atención, esfuerzo y hábito. Esta disciplina siempre recibió el nombre de ética, pero
sucede que, a fuerza de querer ser una ciencia, se ha hecho “mistagógica y
grandilocuente”. Por eso Ortega propone un cambio: dejar atrás esa ética “patética”,
para construir una disciplina nueva, a la que prefiere llamar elegancia, que adiestre a los
hombres en “el arte de preferir lo preferible” (Cit. ed. El Arquero 375-378).
Para ilustrar cuales son los rasgos que van a caracterizar a la persona elegante, y
que a su vez le van a auxiliar en su continuo elegir elegante, Batista Freijedo sigue el
análisis orteguiano, en el que se distinguían tres estratos constitutivos de la persona:
Con respecto a los dos primeros estratos, los relativos a la energía vital de la
persona (aspecto cuantitativo) y el conglomerado de deseos, sentimientos y emociones
que constituye su alma (aspecto cualitativo), el ánimo de la persona elegante se va a
caracterizar por dos elementos que serán a la vez requisito y efecto: en primer lugar, la
magnanimidad o grandeza que entraña la vitalidad ascendiente. En segundo lugar, la
madurez, entendida como facultad de afrontar la vida con la necesaria seriedad sin
perder por ello la capacidad de disfrutar (sin perder al niño que llevamos dentro). La
suma de la magnanimidad y la madurez se traduce en entereza ante los problemas que
va a plantearnos nuestra circunstancia. El hombre elegante cuenta con la madurez
suficiente para tomarse en serio su vida y, por tanto, el proyecto que entraña su
vocación. Se enfrenta a su circunstancia y halla facilidades y dificultades. Aquellas que
se amoldan a su proyecto se constituyen en valores para él que, al ser confrontados con
sus deseos, dan lugar a las ilusiones. Sobre este punto, Ortega insiste mucho en la
Manuel Gómez Trueba. El concepto de elegancia en José Ortega y Gasset
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necesidad de hacer que nuestras ilusiones apunten siempre alto, hacia grandes metas.
Ello es síntoma de una personalidad elegante (93-98).
Con respecto al tercer estrato, el del espíritu, Batista Freijedo distingue entre el
elemento racional y el volitivo. Una razón elegante habrá de tener el don de la claridad
que le permita conocer, por un lado, cuál es su vocación íntima, y por otro, cómo es su
circunstancia.
No quisiéramos acabar este ensayo sin hacer una rápida alusión a La rebelión de
las masas, obra fundamental en la que creemos posible vislumbrar mucho de lo que se
ha dicho hasta ahora. En dicho texto, entre otros temas de interés, Ortega realiza una
sutil disección de dos tipos humanos ideales: el hombre masa y el hombre selecto.
Por hombre masa entiende Ortega el hombre que “no se valora a sí mismo, que
se siente como todo el mundo y que no se angustia por ello”. El hombre que “no se
exige ningún esfuerzo para perfeccionarse”, que sólo se esfuerza cuando se le exige
desde fuera. Alguien que carece de proyectos, que no construye nada, que “va a la
deriva”.
El otro tipo humano es el hombre selecto, aquel que se impone libremente una
disciplina, “acumulando sobre sí dificultades y deberes para superarse a sí mismo”, para
“trascender lo que ya es hacia lo que se propone como deber y exigencia”; por eso dice
Ortega que vive en una esencial servidumbre.
6. Conclusiones
En nuestra tercera vuelta nos adentramos en las ideas orteguianas de vida como
realidad radical con sus dos aspectos: el yo y la circunstancia. Aquí fue donde
7. Bibliografía
Bastida Freijedo, Álvaro. "De la elegancia. Selección de textos y citas de José Ortega y
Gasset sobre la elegancia". Torre de Babel Ediciones. Portal de filosofía,
psicología y humanidades en internet. Fecha de acceso 01-04-2020 Web. <
https://www.e-torredebabel.com/OrtegayGasset/Textos/SobrelaElegancia.htm >
Manuel Gómez Trueba. El concepto de elegancia en José Ortega y Gasset
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---. "Salvación y elegancia de la vida. La metafísica ética de José Ortega y
Gasset." Meditaciones sobre Ortega y Gasset. Eds. Fernando H. Llano Alonso y
Alfonso Castro Sáez. Madrid: Tébar, 2005. 55-107.
---. “Ideas y creencias”. 2010 ed. Biblioteca Virtual Omegalfa, 1940. Fecha de acceso
27-04-2020. Web < https://omegalfa.es/autores.php?letra=&pagina=15# >