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Carmilla ba aterrorizada. El ritmo de sus pasos gradualmente se hacia mds ve- loz, la habitacién se tornaba con rapidez mas y mas oscura y por fin fas tinieblas fueron tan espesas que sélo permanecieron visibles los ojos de la bestia. Percibi que saltaba agilmente sobre el lecho. Los dos grandes ojos se aproximaron a mi cara y de repente senti un dolor punzante, como si dos grandes agujas se clavaran hondamente en mi pecho separadas entre si por una distancia de unos cinco centimetros. Me desperté dando un grito. La habitacién estaba iluminada por la vela que se mantenia encendida toda la noche y vi una figura femeni- na que se erguia a los pies de la cama, un poco hacia la derecha. Llevaba un amplio ropaje negro y el pelo, suelto, cubria sus hombros. Una piedra no podria haber estado mds inmévil. No habia ni el mds remoto signo de respiracién. Mientras la miraba, la figura parecié cambiar de lugar y se ubicé mas cerca de la puerta; luego, cuando se aproximé atin mds a ella, la puerta se abrid y eso salié del dormitorio. En ese instante me senti liberada y en condiciones de respirar y maverme. Mi primer pensamiento fue que Carmilla me habia hecho una broma y que yo me habia olvidado de cerrar la puerta con llave. Me apresuré a verificarlo y comprobé que, como de costumbre, estaba ce- rrada del lado de adentro, Tuve miedo de abrirla... me sentia aterroriza- da. Me arrojé en la cama, cubri mi cabeza con las mantas y permancci alli mas muerta que viva hasta la mafiana siguiente. CAPITULO VII DescENso Seria intitil cualquier intento de explicar el horror con que, aun en la actualidad, recuerdo el episodio de esa noche. No se trataba de ese terror transitorio que un suefio deja detras de sf. En apariencia se pro- fundizaba a medida que transcurria el tiempo y se transmitia a Sa habi- tacion ¢ inclusive al mobiliario mismo que sirvieron de marco a la apa- ricidn. Al dia siguiente no pude soportar estar sola ni siquieta por un mo- mento. Lendria que habérselo dicho a mi padre, pero no lo hice por dos motivos opuestos. Por um lado, pensé que se reiria de mi relato y no me sentia dispuesta a admitir que se lo tratara como un hecho cémico y, por otro, supuse que podria imaginar que me habfa atacado 1a misterio- sa dolencia que asolaba nuestra comarca. Por mi parte no abrigaba rece- los de esa especie y como él habfa estado bastante enfermo durante algtin tiempo me atemorizaba la perspectiva de alarmaclo. 353, Joseph Sheridan Le Fanu Me sentia bastante bien con mis afables acompafiantes, madame Perrodon y la vivaz mademoiselle de Lafontaine. Ambas advirtieron que me hallaba decafda y nerviosa y a la larga les confié lo que tanto pesaba en mi énimo. Mademoiselle se rid, pero, en cambio, cref descubrir sintomas de ansiedad en el semblante de madame Perrodon. ~De paso -dijo mademoiselle riendo-, je! largo sendero de los tilos que pasa junto a la ventana del dormitorio de Carmilla esta hechizado! ~jQué disparate! ~exclamé madame, que probablemente pensé que el tema era un tanto inoportuno—. ;¥ de dénde sacé eso, querida mia? —Martin dice que, cuando el antiguo portén del patio estaba siendo reparado, dos veces se levanté antes de la salida del sol y en ambas ocasiones vio la misma figura femenina que caminaba a lo largo del sendero de los tilos. ~Mejor lo hubiese recorrido para averiguar si en los prados de la ribera quedaban vacas que debfa ordefar ~comenté madame. ~Es probable; pero Martin declaré estar aterrorizado y, a decir ver- dad, nunca vi a un necio tan asustado. —No deben contar ni una palabra de esto a Carmilla porque se pue- de ver el sendero desde la ventana de su dormitorio —interpuse— y, si ello resulta posible, es atin mds cobarde que yo. Ese dia Carmilla abandoné sus habitaciones un poco mds tarde que lo habitual. ~jMe sentf tan atemorizada anoche! —declaré, tan pronto nos reuni- mos-.. Y estoy segura de que hubiese visto algo espantoso a no ser por el amuleto que le compré a ese pobre jorobadito a quien traté tan mal. Soné que algo negro se movia alrededor de mi lecho, desperté absolutamente horrorizada y por algunos segundos realmente cref ver una forma sombria junto ala chimenea, pero busqué debajo de la almohada mi amuleto y en el momento mismo en que mis dedos lo tocaron la forma desaparecié y tuve la absoluta certeza de que, de no haber sido por este auxilio, una presencia horrible me hubiese asaltado para estrangularme, como en los casos de esa pobre gente de la que tenemos noticias. ~Bien, esctichame —comencé y le referf mi aventura, en cuyo trans- curso Carmilla parecié desconcertada. ~;Tenias el amuleto a mano? ~pregunté con absoluta seriedad. —No, lo habia arrojado dentro de un jarrén de porcelana en el saldn, pero sin duda alguna esta noche me lo llevaré conmigo ya que tienes tanta fe en dl. Después de haber pasado tanto tiempo no me es posible explicar, ni siquiera entender cémo superé mi pavor tan eficazmente que esa noche 354 Carmilla pude permanecer sola en mi habitacién. Recuerdo con claridad que colgué el amulcto en mi almohada; me quedé dormida casi de inmedia- to y esa noche descansé atin més profundamente que de coscumbre. La noche siguiente la pasé del mismo modo. Mi reposo fue delicio- samente profundo y desprovisto de suefios. Pero desperté con una sen- sacién de lasitud y melancolia que, sin embargo, no excedia de un esta- do casi placentero. ~Bueno, te diré por mi parte -afirmé Carmilla cuando te describi mi agradable descanso— que anoche yo también dormi plécidamente; prendi el amuleto en el pecho de mi camisén; la noche anterior estaba demasiado lejos. Estoy segrura de que todo, con excepcidn de los sue- fos, fue una fantasia. Solia pensar que los malos espiritus forjan pesadi- Ilas, pero nuestro médico me aseguré que no existe tal cosa. A veces una fiebre pasajera o cualquier otra dolencia, tal como sucede frecuente- mente, segtin me dijo, llaman a la puerta y como no les es posible introducirse directamente, se enmascaran provocando esa alarma. ~zY qué crees que es el amuleto? ~le respondi. ~Ha sido rociado 0 sumergido en alguna droga y es un antidoto contra los estados febriles —replicd. —Entonces, gsdlo acttia sobre el cuerpo? -Sin duda. No supondrds que a los malos espfritus los aterrorizan las cintas © los aromas de una drogueria. No, esas dolencias que se propagan por el aire comienzan por atacar los nervios y, de ese modo, infectan el cerebro; pero antes de que puedan apoderarse de uno, el antidoto las rechaza. Estoy segura de que eso es lo que el talisman ha hecho por nosotras. No es nada magico, se trata de algo simplemente natural. Me habria sentido més satisfecha si hubiese podido estar plenamen- te de acuerdo con Carmilla, pero hice lo que pude y la impresidn co- menzé6, en parte, a perder su fuerza. Durante algunas noches dormi profundamente. Pero, aun asi, por las mafianas experimentaba la misma lasitud y una cierta languidez se cernia todo el dia sobre mi. Me sentia como si fuera otra persona. Una extraiia melancolfa se iba apoderando de mi animo... una melancolia que no hubiera estado dispuesta a interrumpir. Empezaron a surgir sombrios pensamientos de muerte y la idea -hasta cierto punto bien acogida~ de que estaba declinando lentamente tomé posesién de mi sin engendrar inquietudes. Aunque triste, la sensacién que me iba pe- netrando era asimismo dulce. Sea lo que fuere, mi espiritu lo aceptaba. No hubiese admitido que estaba enferma, ni hubiese consentido en decirselo a mi padre o en pedir que llamaran al médico. 355 Joseph Sheridan Le Fanu Carmilla se consagré a m{ mucho mds que nunca y sus extrafios paroxismos de Linguida adoracién se tornaron mas frecuentes. A medi- da que se iban esfumando mis fuerzas y mi Animo, se acentuaba el ardor con que se deleitaba en mi. Esa actitud siempre me producfa el efecto de ser un momentdneo destello de locura. Sin saberlo, habia llegado a una etapa muy avanzada de la mds insé- lita enfermedad jamds padecida por mortal alguno. En sus primeros sintomas habia una inexplicable fascinacién que logré algo mds que reconciliarme con la accién debilitadora de esa fase de la dolencia. Du- rante algun tiempo esa fascinacién se acrecenté hasta que alcanzé un punto determinado y desde ese momento, gradualmente, se mezclé con ella un sentido del horror que, tal como explicaré, se fue acentuan- do y llegé a corromper la total condicién de mi existencia. El primer cambio que experimenté fue mas bien agcadable. Se produ- jo cerca de la encrucijada desde la cual comenzé el descenso al averno. En el transcurso del suefio me acometian ciertas sensaciones vagas y extrafias. La que predominaba consistia en ese peculiar y frio estremeci- miento que tenemos al bafiarnos cuando avanzamos contra la corriente de un rio. Muy pronto esto fue acompafiado por sttefios que parecian interminables y que eran tan imprecisos que nunca podia recordar el lugar en que transcurrian ni los personajes que intervenian en ellos, ni tampoco ningtin fragmento conexo de su trama. Pero dejaban una im- presién ominosa y la sensacién de que me hallaba exhausta, como si hubiese soportado un prolongado periado de gran esfuerzo mental y riesgo. Luego de estos suefios, al despertar persistia el recuerdo de ha- ber estado en un sitio casi por completo sombrio y de haber hablado con gente a la que no me era posible ver y, especialmente, subsistia la reminiscencia de la voz muy clara de una mujer, de registro muy pro- fundo, que hablaba como si estuviera a la distancia, con lentitud, y que siempre me suscitaba una idea persistente de solemnidad y temor in- descriptibles. A veces me parecfa que me besaban cdlidos labios, con besos que se tornaban més largos y afectuosos cuando Slegaban a mi garganta, pero en ese sitio la caricia se detenfa. A veces crefa percibir que una mano pasaba con suavidad sobre mis mejillas y mi cuello, Mi coraz6n latia con mayor rapidez; mi respiracidn se elevaba y caia acele- radamente, luego se extinguia; un sollozo, que se acrecentaba hasta pro- vocar un efecto de estrangulamiento, se prolongaba hasta convertirse en terrible convulsién en la que los sentidos me abandonaban y perdia la conciencia. En ese momento habian transcurrido tres semanas desde el comien- zo de |a inexplicable afeccién. Durante !a tiltima semana los sufrimien- 356 Carmilla tos habian dejado sus huellas en mi aspecto. Estaba pilida, renia los ojos dilatados y con ojeras y Ia languidez que habia experimentado por canto tiempo empezaba a hacerse manifiesta en mis rasgos. Con frecuencia mi padre me preguncaba si estaba enferma pero, con una obstinacién que en la actualidad me parece incomprensible, insis- tfa en asegurarle que me hallaba absolutamente bien. En cierto sentido eso era verdad. No tenia dolores y no podia quejarme de ningtin malestar fisico. Al parecer, mi dolencia procedia de la imaginacién o de los nervios y, por mds horribles que fueran mis sufrimientos, con mérbida reserva los mantenia en secreto. No podia tratarse de ese terrible mal que los campesinos atribuian al vampiro por cuanto yo Ilevaba tres semanas padeciéndolo y quienes eran atacados por él rara vez estaban enfermos mucho mas de tres dias, plazo en que la muerte ponia fin a sus tormentos. Carmilla se quejaba de suedas y sensaciones febriles, que de ninguna manera eran de naturaleza tan alarmante como los mios. Acabo de decir que los mios eran muy alarmantes. Si hubiese sido capaz de entender mi estado, habria pedido ayuda y consejo de rodillas. En mi estaba actuando el narcético de una influencia insospechada y mi percepcién se habia obnubilado. Ahora he de narrar un suefio que de inmediato condujo a un insdlito descubrimiento, Una noche, en lugar de la voz que estaba habituada a oir en la oscu- ridad, escuché otra, dulce y tierna pero al mismo tiempo terrible, que decfa: “tu madre te advierte de que te cuides de quien asesina”. Simul- tineamente, en forma inesperada se encendié una luz y vi a Carmilla cerca de mi lecho cubierta con su blanco camisén y baiiada, de la boca a los pies, en una gran mancha de sangre. Me desperté profiriendo un grito, atormentada por el tinico pensa- miento de que a Carmilla la estaban asesinando. Recuerdo que salté de mi lecho y luego me veo en el pasillo pidiendo socorro a gritos. Madame y mademoiselle abandonaron presurosas y alarmadas sus habitaciones; en el pasillo siempre estaba encendida una lampara y, al verme, muy pronto se enteraron de la causa de mi terror. Insist en que llamdramos a la puerta de Carmilla. Nuestros golpes no obtuvieron respuesta. El llamado muy pronto se convirtié en un tremendo estrépito, La reclamamos a gritos por su nombre, pero todo fue en vano. Empezamos a asustarnos porque la puerta estaba cerrada con lave. Acometidas por el temor, nos precipitamos de regreso a mi habitacién. Alli hicimos sonar la campanilla prolongada y enérgicamente. Si el dor- Joseph Sheridan Le Panu mitorio de mi padre hubiese estado en esa ala de la casa, de inmediato le habriamos pedido que acudiese en nuestra ayuda. Pero, lamentable- mente, se hallaba en un sitio desde donde no podfa ojrnos, y llegar hasta ¢l significaba una excursién que ninguna de nosotras tenia el co- raje de emprender. Sin embargo, muy pronto surgieron los servidores subiendo precipi- tadamente las escaleras; en el interin me habia puesto una salida de cama y me habia provisto de pantuflas, lo mismo que habian hecho mis compafieras. Al reconocer las voces de los criados en el pasillo, las tres salimos juntas. Luego, después de haber renovado infructuosamente nuestros llamados en la puerta de Carmilla, ordené a los servidores que forzaran la cerradura. Asi lo hicieron; permanecimos en el umbral con las luces en alto contemplando el dormitorio. Gritamos el nombre de mi amiga pero no hubo respuesta. Recorri- mos el cuarto. Todo estaba en orden, tal como yo lo dejé al desearle Sas buenas noches. Pero Carmilla habia desaparecido. CAPITULO VIII BUSQUEDA, Alentrar en la habitacién, que estaba en perfecto orden exceptuan- do nuestra violenta irrupcién, empezamos a recobrar la calma un tanto y pronto fuimos duefias del sentido comtin suficiente como para despe- dir a los servidores. A mademoiselle se le ocurridé que posiblemente Carmilla habja sido despertada por el alboroto ocurrido a las puertas de su dormitorio y que, en el primer momento de pavor. salté del lecho oculténdose en un armario o detras de un cortinado y que, por supues- to, no podia abandonar su escondite hasta tanto no se retiraran el ma- yordomo y sus acélitos. Por lo tanto recomenzamos nuestra btisqueda y volvimos a llamarla en voz alta. No obtuvimos resultado alguno. Nuestra perplejidad y agitacién se acrecentaron, Examinamos las ventanas pero estaban cerradas por den- tro, Le imploré a Carmilla que, si se habia escondido, no siguiera ju- gindonos esa broma cruel, que se hiciera ver y pusiera fin a nuestra ansiedad. Todo fue infructuoso, En ese instante me hallaba convencida de que Carmilla no estaba ni en el dormitorio ni en el cuarto de vestis cuya puerta estaba cerrada con Have por el lado de afuera. Era imposi- ble que hubiese salido por alli. Me sentfa absolutamente desconcerta- da. ;Acaso habfa descubierto alguno de esos pasadizos secretos que se- guin la anciana ama de llaves se sabia que existian en el Schloss, aunque 358 Carmilla se habfa perdido la informacién acerca de su ubicacién exacta? Un poco mas de tiempo sin duda Jo explicaria todo, pero por el momento nos halldbamos absolutamente perplejas. Ya eran mds de las cuatro de la mafiana y prefer{ pasar las restantes horas de oscuridad en las habitaciones de madame. El! amanecer no trajo aparejada solucién alguna. A la manana siguiente, la casa (ntegra, con mi padre a la cabeza, se hallaba en un estado de conmocién, Todos los sectores del chatean fue- ron revisados. Se exploraron los terrenos circundantes. No se pudo des- cubrir ni un rastro de la dama perdida. Ya se habia resuelto dragar el rio; mi padre estaba desolado, conjeturando qué le dirfa, cuando regre- sara, a la madre de la pobre Carmilla. Por mi parte, me encontraba casi por completo fuera de mi, aunque mi pesar era de una indole por com- pleto distinta. La mafiana transcurrié en un clima de alarma y sobresalto, Ya habia dado la una y atin carecfamos de noticias. Corrf a la habita- cidn de Carmilla y la hallé junto a su tocador. Me saludé apoyando su dedito en la boca en sefial de silencio. Su rostro expresaba un miedo panico. Me precipité hacia ella transportada de alegria; la besé y la abracé una y otra vez. Fui répidamente hasta la campanilla y la hice sonar con vehemencia, a fin de que acudiesen otras personas que pudieran aliviar ami padre de su ansiedad. ~Querida Carmilla, :qué te ha sucedido todo este tiempo? Pasamos una verdadera agonia por ti —exclamé-. :Dénde estuviste?

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