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Convivencia y Violencias en La Escuela R-6-29
Convivencia y Violencias en La Escuela R-6-29
Introducción
En los años que van desde 2004 a 20071 nos propusimos analizar en
forma comparativa las perspectivas de estudiantes, profesores y directivos
sobre la disciplina y la convivencia, el abordaje docente de los conflictos y las
relaciones con la construcción de la autoridad pedagógica. En dicha etapa nos
centramos en el análisis de las perspectivas de estos actores provenientes de
tres escuelas, dos de gestión estatal y una privada buscando comprender los
presupuestos que orientan sus modos de lectura de los conflictos emergentes
en la cotidianeidad escolar. En ese momento organizamos el análisis de los
datos de entrevistas, observaciones y grupos de discusión en relación con
tres ámbitos que los mismos actores nos señalaban: el plano de las relaciones
entre jóvenes, los conflictos en las prácticas educativas del aula y respecto de
la relación en tanto sujetos jóvenes con el orden normativo institucional de
la escuela media (Paulín y Tomasini, 2008).
En el ámbito de las relaciones entre pares, identificamos que el conflicto
se centraba en el tratamiento de la diferencia entre “iguales” o “pares” que no
eran tales en un primer momento. Es decir, en la convivencia tolerante de las
diferencias del otro u otros, pudiendo derivar en situaciones de dominación,
confrontación, indiferencia. Postulábamos que este tratamiento de la dife-
rencia asumía dos procesos simultáneos de diferenciación entre los jóvenes.
Por un lado por la diferenciación social a nivel de las diferencias económicas y
Entre los extremos de dicho abanico los estudiantes atraviesan por di-
ferentes conflictos y ensayan diversas estrategias de resolución que no pasan
necesariamente por las violencias. Un objetivo de la investigación emprendida
en este período fue describir estos tipos de conflicto según la esfera relacional
de pertenencia de los estudiantes para conocer a escala microsocial los de-
venires de los enfrentamientos y violencias pero también de los encuentros
solidarios que son parte de las sociabilidades juveniles en la escuela secundaria.
También planteamos que los procesos de lucha por el reconocimiento (Hon-
neth, 1997) se despliegan en las relaciones entre escolares. Relaciones atrave-
sadas por la heterogeneidad propia de las condiciones juveniles –edad, género,
posición social y etnia–, que se constituyen en desafíos y tensiones específicos
para la convivencia en las escuelas y en el barrio. Un hallazgo importante de
esta investigación ha sido poder identificar el papel de las construcciones de
respeto personal y social como cuestión central en la sociabilidad juvenil. Para
“hacerse respetar”, ciertas violencias situacionales responden a la necesidad de
sentirse existente y válido frente a conflictos donde se juega el reconocimiento
de sí mismo o del grupo de referencia (amigos, pareja, familia, barrio) por
parte de otros construidos como adversarios en los enfrentamientos cotidianos
(Madriaza, 2006; Paulín, 2013 y 2015b).
Entendemos que las manifestaciones de ciertas acciones vividas como
violentas para algunos responden a veces a violencias reactivas producto de
sentirse heridos en su estima personal, familiar y/o barrial; son violencias si-
tuacionales (Duarte, 2005) para hacer a frente violencias previas. Es decir que
también postulamos la importancia de analizar cuándo los sentidos del respeto
emergen como una construcción justificatoria del ejercicio de las violencias
amparadas en una compleja combinación entre haber sido objeto de violencias
previas (generando “miedo a la otredad social”, postula Klaudio Duarte [2005:
5], lo cual justifica la reacción defensiva) y constituirse como sujeto que no deja
avasallarse a partir de cierto “imaginario de virilidad” (Carreteiro, 2003). “Hay
que hacerse respetar porque te quieren tener de perro o de siervo”, escuchamos
decir a los estudiantes.
También identificamos que ciertas construcciones discursivas y acciones
referidas a “hacerse el malo o la mala” y su variante “hacerse el choro o la chora”
pueden constituirse en corporalidades listas para meter miedo e intimidar a un
otro considerado como objeto de desprecio y merecedor de humillación pero,
también, pueden ser fachadas y juegos de rostro (Goffman, 1970) desplegados
sin que se ejerza violencia física ante la posible amenaza de un otro asumido
como peligroso (Tomasini, 2013; Paulín, 2015b).
El análisis de los prejuicios racializados realizado por otros cientistas
sociales (Mac Laren, 1984; Margulis y Urresti, 1999; Maldonado, 2000) nos
permitió describir e interpretar el interjuego de un conjunto de prácticas
1. ¿Qué aprendimos?
Otros “semejantes”
Yo
Afirmación de la Afrentas a la
identidad identidad
Construcción
simbólica como
otros “precarios”
(posición social,
étnia, sexo,
género)
¿Qué proponemos?
Bibliografía