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a, MARCO TULIO CICERGN. nos ama, la primera obligacién nuestra es que haga- mos mas bien 4 aquel que m4s amor nos tiene. Mes este amor no le hemos de juzgar como los nifos, pcr un efecte acalorado de carifio, sino por la estabilidad y constancia. Si hubieren precedido oficios de amis- tad, de modo que no se trate de hacer beneficios, sino de recompensarlos, se han de doblar entonces los deseos; porque no hay obligacién alguna mas precisa que la de la correspondencia. Si, como dice Hesiodo, hemos de pagar con exceso Io que nos han prestado siéndonos posible, jqué de- beremos hacer cuando otro se anticipé con el benefi- cio? {Por ventura no seré bien que imitemos 4 las tie- tras fértiles que producen mucho mas de lo que reci- bieron? Y si no nos paramos en mostrar nuestra ge- nerosidad con aquellos de quienes esperamos algan proveciio, qué sentimientos habran de ser los nues- tros con los que ya nos han obligado? Tiene la libera- lidad dos brazos: con uno hace los beneficios; con otro corresponde 4 los recibidos: el hacerlos 6 no, depende de nuestra voluntad; pero el pagarlos es una obliga-~ cién de la hombria de bien, como pueda cumplirse sin faltar 4 1a justicia. Por lo que toca 4 los beneficios recibidos, es menester grande respeto y considera- cién. No hay duda en que el mayor merece mis recompensa; pero en esto se ha de ponderar atenta- mente el 4nimo, el deseo y amor con que se hizo; pues muchos hacen beneficios sin saber por qué 4 todo gé- nero de personas, dejandose llevar de un impetu temerario y como viento repentino. Estos no deben parccer tan grandes como los que han procedido de juicio, scitdez y contancia. Mas asi en conferirlos como en corresponder 4 ellos, es lo principal de la obligacién, aunque las demas circunstancias sean iguatles, socorrer principalmente al que tiene mayor £08 oF1CI08.—~LTBRO tf. 3 necesidad. En lo cual los mas obran muy al revés, haciendo mayores servicios 4 aquel de quien mis esperan, aunque no los haya menester. CAPITULO XVI. Principios de la sociedad, y primera obligacién de eltds La sociedad y unidn de los hombres scra per- foctamente guardada si aplic4remos principalmente nuestra generosidad 4 aqueilos con quienes mas estre- chamente estamos unidos. Pero se ha de tomar mas de su origen la doctrina de Jos principios funda- mentales de la vida sociable. El primero es aquel que forma con tan estrecho vinculo Ja sociedad universal del género humano, y consiste cn la razén y el habla, que ensefiando, eprendiendo, comunicando, dispu- tando y juzgando, concilia los hombres entre si y los une en una sociedad natural. Y por ninguna otra prerrogativa se eleva mas nuestra naturaleza sobre la de los demas animales; en los que muchas veces decimos que se halla fortaleza, como en los caballos, en los leones; pero no equidad, justicia 6 bondad, porque estén privados de Ja razén y del habla. Esta es la sociedad tan dilatada que ubraza todo el género bumano, en que deben ser comunes todas aquellas cosas que crié la naturaleza para el uso comin: de enerte que en orden 4 la separacién de ellas tengan luo - yes civiles su vigor y efecto en las posesiones particulares; y en lo demas se observe puntualmente aquel adagio griego (1)en que se dice: Los dienes de (Q) Este proverbio le atribuye Piutarco @ Didgenes. Ea cl nome TOMO IV. 8 34 MARCO TULIO CICERON. Jos amtgoe son comunes. Por los cuales bienes se entiefi« den aquellos que pueden reducirse 4 los que com~- prendié Enio en este ejemplo, que puede aplicarse 4 todos los semejantes: . El que ensefia el camino al que va errado, Luz en su luz !e enciende, y 4 é1le alumbra Lo propio habiéndola comunicado. Por este solo ejemplo se percibe bien que todo ‘cuanto podamos comunicar sin detrimento nuestro, debemos darlo aun al que no conocemos: de donde nacen aquellas obligaciones comunes de no estorbar el uso del agua corriente, permitir tomar lumbre de Ja nuestra 4 quien la quicra, dar buen consejo al que je haya menester: cosas que ceden en provecho de quien Jas recibe, y al que las da no le cuestan nada. Y asi, conviene que sea libre y universal ei uso de ellas, y contribuir siempre con algo de nuestra parte 4 la utilidad comtin. Mas puesto que las facultades de los particulares son limitadas y el nG@mero de los ne- cesitados casi infinito, para poder ser bienhechores de los nuestros se ha de arregiar la liberalidad ordinaria 4 aquel fin de Enio: Y 4 é le alunbra éo propio habiéndola comunicado. bre de amigos quiere que se entiendan todos los buenos, en aquel ofdseulo en que afirma que, segin los principios de Epicuro, no se puede vivir suavementa. LOS OFICIOS.<-LIBRO i. . hee CAPITULO XVI. Cuatro vinoulos de la sociedad, e! mas fuerte es el dels patria. Son muchos los grados de la sociedad humana. Porque descendiendo de aquella infinita y univer- sal (1), la m&s inmediata es la de una misma nacién, Ja de una misma tierra, la de una misma lengua, por Ja cual se unen mucho unos hombres con otros. Pero todavia es mds estrecha Ja de una misma ciudad, porque son muchas las cosas gue tienen comunes los ciudadanos, como Ja plaza, los templos, los paseos, Jos caminos, leyes, votos, privilegios, y ademas los tratos, amistades, y muchos negocios y contratos par- ticulares. Aun es mas de adentro la de los parientes, que reduce 4 un estrecho punto la sociedad universal de todos los hombres. Porque como sea propio de todos los animales el deseo de multiplicarse (2), la primera sociedad esta en el matrimonio, la segunda en los hijos, de que se forma una casa y un todo coman, y este es el principio de las ciudades y como semillero dela reptiblica: siguense después los herma- (1) Esto es, aquella sociedad natural, por la cual se unen unos hombres con otros. La inmediata 4 ésta es lade una misma na- cién, cuyos hombres hablan una misma lengua; después la de la ciudad, en que tos hombres tienen muchas cosas comnnes; des- pués la de la casa, donde todo es comin, y éstase extiende después 4 otras muchas casas y parentelas, (2) Entre las socielades de los parientes, la primera es la del matrimonio, como que debe su origen al impulso de la naturaleza € que todos los animales obedecen, 88 MARCO THLIO CrorRdN. hos, sus hijos y los hijos de éstos, que no cabiendo ya en una casa, se exticnden y reparten en otras 4 ma- nera de colonias; despues los casamientos y entron- ques con otras familias, de que resultan otros muchos parientes, la cual propagacién y descendencia es causa y origen de las repiblicas. El vinculo de la sangre es uno de los que mas estrechan la unidn y benevolencia de unos hombres con otros, 4 lo cual coutribuye mucho tener en su familia los mismos monumentos, la misma religién (1) y las mismas se- pulturas. Mas entre todas las sociedades ninguna es mas s6- lida y estimable que la que componen los hombres de bien parecidos en costumbres con Ja unién de la amistad. Porque la virtud (esto repetiré muchas ve- ces) (2) aun cuando la vemos en otro, nos mueve y nos hace amar 4 aquel en quien nos parece que se halla. Y aunque todas las virtudes tienen cierto atrac- tivo que nos hace amar 4 los que creemos adornados de ellas, pero principalmente causan este efecto la justicia y la generosidad. No hay cosa mas amable y atractiva que la semejanza de costumbres de los bue- nios. Porque en los que estén dotados de unos mismos deseos é inclinaciones se ve que cada uno se deleita tanto con el amigo, como consigo mismo; y sucede aquello que Pitégoras tiene por el colmo de Ja amis- tad, que se haga una sola persona de muchas. Tam- (2) AdemAs de los sacrificios comunes de Ja ciudad, cada familia tenia los suyos propios, los cuales celebraban todos los dependien= tes de ella, (2) Toda virtua, en cualquiera hombre que se halle, nos mue- ‘ve, nos atrae y nos hace amigos de él, pero en especial aquella que pace de la justicia y liberalidad; perque de ninguna manera 80 unen mas estrechamente los hombres que dando y recibiendo, segdn el natural impuliso de la sociedad y ei amor. £08 OFICIO’.—TIBRO ¥. 8? bién es grande la unidn que resulta de los reciprocos oficios, que siendo muchos y correspondidos, unen a aquellos entre quienes pasan con una amistad muy firme y verdadera. Pero recorramos con los ojos del anime y de Ja ra- zon todas las diferentes sociedades, y hallaremos que Ja mas estrecha, la que con més amor nos une, es la que tenemos los hombres con la republica. Muy ama~ dos son los padres, los hijos, los parientes y los ami- gos; pero todos estos amores los encierra y abraza en st el amor de la patria. Por la cual jqué hombre de bien dudaré exponer su vida si con esto la puede ser de provecho? Tanto mds abominable la crueldad de aquellos que la han tiranizado con todo género de maldades (1), y que se han ocupado y aun ahora se ocupan en arruinarla enteramente. Mas lMegando 4 términos de comparar cuales obligaciones nos deben merecer mas atencién, las primeras son las de la pa- tria y de nuestros padres, é quienes estamos obligados con especiales bencficios; luégo las de los hijos y de toda la casa, que fija finicamente en nosotros sus espe~ ranzas, y no puede tener otro amparo alguncs después las de los parientes bien avenidos, con quienes por lo regular es comin nuestra fortuna y estado. A éstos de que hablamos debemos dar los auxilios necesarios para pasar la vida. Pero la unidn de la vida y el trato frecuente, Jos consejos, conversaciones, avisos, con- suelos, y algunas veces también las reprensiones, donde més cabida y ejercicio tienen es en la amistad, siendo Ja mas dulce y suave la que concilia la seme- janza y conformidad de las costumbres, (D Esto ge entiende de César y de M. Antonio, el cual, después je muerto César, titanizaba la patria con mis crueldad que el mismo César. * 9) MARCO TULIO CICERON. CAPITULO XVIII. fieglas que se han de observar en los servicios que se haces a fos padres y 4 los amigos. Mas en la practica de todas estas obligaciones se ha de considerar atentamente cual es la mayor necesi- dad, y lo que con nuestra ayuda y sin ella puede 6 no puede cada uno conseguir. Asi se conoceré la di- ferencia de grados entre la amistad y parentesco, y las demas circunstancias (1). Porque hay oficios que son mas debidos 4 unos que 4 otros Por ejemplo, en Ja recoleccién de frutos deberemos estar mds prontos & ayudar 4 un vecino nuestro, que 4 un hermano 64 un amigo; pero en un pleito que esté en el tribunal, acudiremos primero 4 la defensa de un amigo 6 pa- tiente que de un vecino. Estas y otras circunstancias se han de atender en todas las obligaciones, y de tales reglas formarnos un haébito y costumbres para ser buenos y exactos computadores de los oficios, de modo que quitando y multiplicando saquemos lo que queda cn limpio, y Heguemes 4 conocer io que es de- bido 4 cada uno. Mas al modo que ni los médicos, ni los generales, ni los oradores, aunque Sepan con per- feccién las reglas de sus artes, no han conseguido cosa que merezca alabanza sin la practica y ejercicio de aqucilas reglas; asimismo no basta dar preceptor de las obligaciones, como hacemos nosotros al pre- sente: es materia muy dificil, y asi requiere también (1) En los servicios que se hacen por los hombres, & veces se hr wie mirar mas 6 las circunstancias y necesidad que al parentegco, LOS OFICIOS.—LIBRO 1. 39 Ja practica y ejercicio. Mas baste lo dicho en orden 4 conocer la obligacién de aquellas cosas que son del derecho de la socicdad humana. Observemos ahora que habiendo sejialado al piin- cipio cuatro partes de la honestidad (1), de donde dimanan todas las acciones virtuosas y todas las obli- gaciones, parccen Jas Inds ilustres aquellas que pro- ceden dela grandeza y heroismo del 4nimo que des- precia los aconteciinicitos humanos. ¥ asi la mayor de todas las injurias es si hay motivos de decir (2): “ Mujeres sois, oh jévenes cobardesl Un héroe es la doncella... (3) O esto: Da é Saimacis, cobarde, esos despojos Nunca de sangre ni sudor manchados (4). Al contrario cn las alabanzas: todas Jas hazafias que sc han ejecutado con valor y grandeza de énimo, naturalmente nos merecen mis colmados elogios. De aqui es un campo tan dilatado para los oradores (5) la (1) Cumienza recomendando la fortaleza, que ha sido tenica giempre por exce-ente entre las virtudes en el pueblo romano, por el deseo de ja gloria militar. (2) Palabras de Enio, en que reprende la cobardia de los solda- dos: st fiu es darnos a eutonder que la mayor infamia es la co- bardia. (3) Esto se entiende de la doncella Clelia.—Véase & Tito Livio y 4 Valer. Max, lid. mr, cap. 1 (4) Habla asi por desprecio de un hombre 4 quien atribuye el nombre de mujer. Porque se creia que el agua de la fuente Sal- macia hacia 4 los hombres afeminados. (8) Celebran los oradores la victoria de Milciades en el campo de Maratona: la de Temistocles en el estrecho de Salamina: la de Pausanias en que fué derrotado Mardonio, general de los Persas, on Plateas, ciudad de Beocia: la de Leonidas en Termépilas: la de Epaminondas en los campos de Leutra, ° 40 MARCO TULIO CICERON. gloria de Maratén, Salamina, Termépilas, Plateas, Leutra; por lo mismo son tan alabados nucstros Co- cles, los Decios, los Escipiones, los Marcelos y otros innumerables, y e) mismo pueblo romano tan célebre por la grandeza de dnimo: también se declara el grande amor 4 las alabanzas militares, porque vernos jas mas de nucstras estatuas adornadas con las insig- nias de la guerra. CAPITULO XIX. €splendor de la fortaleza: virtudes qne la han de acompa- fiar: defectos 4 que suele estar sujeta, Mas si esta grandeza de dnimo que se muestra en los trabajos y peligros no esté acoinpanada de la jus- ticia, y si se intercsa por asuntos particulares en lu- gar de emplears2 en servicio del bien comin, no es virtud, sino vicio; pues no sélo no es propio esto de la virtud, sino de la ferocidad y barbarie que se despoja de todos los sentimientos de humanidad. Y asi definen exactamente los estoicos 4 la fortaleza cuando dicen que es una virtud que combate por la justicia. Por lo cual ninguno que ha adquirido repu- tacién de hombre fuerte consigue semejante gloria por engaiios y malicias, por cuanto nada puede haber honesto en faltando 4 la justicia. A este propésito dijo muy bien Platén, que asi como 4 la ciencia que no esta acompaiiada de justicia le cuadra mejor el nom- pre de astucia que el de sabiduria, del mismo modo el dnimo que se expone al peligro si se mueve por sus provios intereses, y no por el bicn coman, merece LOS OFICIOS.—LIBRO 1. a mas bien el nombre de atrevido que de esforzado. Y asi & los hombres mas magnanimos los queremos también buenos, sencillos, amigos de la verdad, nada enganiosos y falsos: que son las principales calidades de la justicia. Pero la lastima es que en esta valentia y grandeza de 4nimo sucle con facilidad engendrarse una perti- nacia inflexible y un inmoderado deseo de reinar. Porque al modo que dijo Platén que toda la educacién de los Lacedemonios se encaminaba 4 inspirar en sus corazones un ardentisimo deseo de vencer; asimismo ei que llega 4 sobresalir en valentia de espiritu, es el que més pretende ser el primero de entre los hom- pres, 6 mandarlos 4 todos. Y es sumamente dificil, queriendo aventajarse 4 los demas, guardar la igual- dad, que es como la basa de 1a justicia. De aqui pro- viene que estos hombres no pueden sufrir el quedar vencidos en la disputa (1), ni sujctos 4 derecho alguno pablico 6 legitimo; y de aqui nace también el que se jevantan cn la repablica prédigos y facciosos por ex- tender basta lo sumo su poder, y ser mas superiores por fuerza que iguales por justicia 4 los demas ciuda- danos. Pero cuanto es mis dificil, tanto mas ilustre y glorioso: porque no hay instante ni circunstancia en que no tenga su lugar y sus derechos la justicia. Por esto han de ser tenidos por hombres fuertes y magna- nimos no los que hacen la injuria sino los que nos de- fienden de ella. Los que poseen Ja sabia y verdadera grandeza do animo creen que la honestidad (que tan couforme es 4 nuestra naturaleza) consiste en las ac- ciones virtuosas, no en la gloria de la reputacién; y (4) Nienel foro, ni en Ia curia, ni en el campo quieren ser ven- cidos de donde se originan las dédivas y facciones, por las cuales exceuun y veuzun 4 los otros, , 7 42 MARCO TULIO CICERON. aspiran mds bien 4 sobresalir entre los demas hom~ bres que 4 parecer sobresalientes. Porque no debe contarse entre los de grande animo el que depende de la opinién del vulgo, las mas veces errada. El amor de la gloria en el que es do‘ado de dnimo generoso, suele inducir 4 algunas pretensiones injustas. Mas este es punto muy delicado; porque apenas se hallard quien después de haber emprendido muchos trabajos y peligros, no aspire 4 la gloria como 4 una justa re- compensa de sus buenas obras. CAPITULO XX. Sefiales de Ia verdadera grandeza del alma: es Incompatibie con el deleite, con ia avaricia y ambicida. En dos cosas se experimenta especialmente el anti mo grande y esforzado: la primera en el desprecio de los bienes externos, cuando llega el hombre 4 estar persuadido que nada debe admirar, apetecer ui buscar sino lo que sea honesto y honroso; y que es indigno de su caracter rendirse ni 4 otro hombre, ni 4 pertur- _ bacién alguna del dnimo, ni 4 la fortuna: la segunda es que animado Ge estos sentimientos que he dicho, emprenda siempre cosas grandes, pero muy atiles y cmpefiadas, llenas de trabajos y dificultades, pasandc por todos los peligros de la vida, y de cuanto 4 ella pertenece. De estas dos cosas, el esplendor (1) y ge- (@) La causa de la fortaleza esté en la primera; esto es, en al fespreciar los acontecimientos humanos: el efecto en 1a segunda: esto es, on el obrar, . LOS OFICIOS.—LIBRO ¥ : 43 “nerosidad, y aun la utilidad esté en la segunda; pero la causa que hace 4 los hombres grandes esté en la primera: porque en ella resplandece aquel grado de imagnanimidad que eleva los 4nimos y Jos hace des- preciar los acontecimientos humanos. Lo cual se de- muestra por otras dos sefiales (1), si solamente se tiene por bueno lo que es honesto, y si se vive libre de toda pasion y perturbacién de dnimo. Porque el estimar en poco muchas cosas que 4 otros parecen grandes é jlustres, despreciandolas con razones firmes y sdlidas, esto se ha de considerar por de un corazén magnéni- mo y generoso; y el aguantar y sufrir con entereza otras que parecen duras (que ocurren muchas y varias en la vida y fortuna de los hombres) de modo que en nada se aparte de su natural estado, ni desdiga de la dignidad de hombre prudente; esto se ha de juzgar por fortaleza de 4nimo y gran constancia. Mas no es conforme 4 razén que el que no se rinde al miedo, no pueda resistir 4 los deseos; y que el que muestra un pecho invencible 4 los trabajos, sea ven- cido torpemente de los deleites. Y asi se ha de evi- tar esto y huir de la codicia del dinero; pues no hay cosa que mas indique la bajeza y abatimiento del ani- mo que el amor 4 las riquezas; nada mas honesto y magnénime que despreciarlas si no las tenemos, y si Jas tenemos emplearlas en ser liberales y bienhecho- res. Se ha de evitar también la ambicién de glo- ria (como dije arriba); porque quita la libertad, por ja cual debe ser el mayor empeho de los hombres fuertes y magnanimos. ‘lampoco se han de desear los mardos, antes, por mejor decir, no se deben aceptar (2) Aqnello que se dice la causa es también de dos maneras: ia primera seguir sola la honestidad; la segunda no afligirse ui per- turbarse de los altos y bajos de la vida. at MARCO TUNIO CICERON, algunas veces, y otras se deben renunciar generose- mente. Nuestro principal cuidado ha de ser vivir libres siempre de todas las pasioncs, deseos, inquietudes, tristeza, ira y alegria demasiada, para poder conser- var la serenidad y tranquilidad de espiritu, la cual produce juntameute cunstancia y dignidad. Pero hay y ha habido muchos que buscando este sosiego y tranquilidad (1) se han apartado de los negocios pa- blicos, y se han entregado al sosiego y retiro. Entre éstos, algunos filésofos de gran mérito, y muchos hombres de autoridad y costumbres severas, no pu- diendo sufrir la relajacién de sus pueblos y de los ciu- dadanos poderosos; y otros han pasado su vida en los campos, gustosos y divertidos con su hacienda. Todos estos se propusieron lo mismo que los Reyes, no ne- cesitar de nada, no depender ni vivir sujetos 4 otros, y usar de entera libertad; la cual consiste, en su modo de pensar, en vivir 4 medida de su deseo. CAPITULO XXI. La vida retirada excluye la ambicién: quiénes han de tener los cargos del gobierno: qué prendas fos han de adornar: qué defectos han de evitar. Habiéndose, pues, propuesto un mismo fin los que descan mandar que los que apetecen el sosiego y tranquilidad, los unos juzgan que le conseguiran vi- viendo en la abundancia y epulencia, y los otros con- (1) Hasta aqui ha explicado la primera parte de la fortaleza: ahora emprende la segunda, que consiste en el oprar, la que eg abandonada de muchos vor ja trananilidad £08 OFICIOS.—TIERO 1 45 outdndose con lo poco que Ins conccde su estado. Ni unos ni otros van descaminados; aunque es mas facil, mas segura, menos solicita y gravosa 4 los demas Ja vida de lo retirados y ociosos; pero es mas Util dja sociedad, y mas 4 propdsito para el esplendor y la gloria, la de aquellos que se dedican Alarepadlica y al manejo de Jos asuntos graves. Por lo cual el renun- ciar al manejo de los negocios piblicos no creo que merezca reprenderse en los hombres de ingenio s0- presaliente que sc entregan del todo 4 los estudios de las ciencias: también se debe conceder 4 los que se apartan de estos empleos, impedidos 6 de su poca sa- lud 6 de alguna otra causa grave, dejando para otros Ja facultad y gloria de administrarlos. Mas los que no tienen alguna de estas razones, si dicen que lo hacen por desprecio de aquellas cosas que admiran y apete- cen los demas hombres, como son el poder y los em- pleos, no s6lo no deben ser, 4 mi juicio, alabados, sino aun merecen ser vituperados. Mirando Gnicamente al desprecio y poca estima que hacen de la gloria, es muy dificil no aprobar su opinién; mas por otra parte parece que tienen micdo 4 las molestias y trabajos, ya de pesadumbres, ya de repulsas, como 4 manchas de la honra y la reputacién. Porque hey hombres que se contradicen frecuentemente en circunstancias opuestas; que desprecian, por ejemplo, con rigidez los deleites, y en el dolor se rinden como delicados; que no son ambiciosos de gloria, y les falta valor en al- guna mengua de la reputacion: y aun esto todo con poca constancia. Mas aquellos & quienes ha dotado la naturaleza de talentos, y de la disposicién necesaria para gobernar, dejando 4 un lado todo embarazo, deben aspirar é los mayores cargos y el gobierno de la repiblica. Porque ni de otra suerte puede ser bien gobernada Ja repi~ 46 MARCO TULIO CICERON. blica, ni manifestar el ciudadano la grandeza de su cS- piritu. Pues 4 estos hombres de Estado es tan esencial como 4 los filésofos (y aun no sé si mas) la magnani- midad, el desprecio de los acontecimientos humanos, la tranquilidad y constancia de 4nimo que tanto he re~ comendado: porque nunca se han de hallar solicitos y acongojados, sino que 4 todo se han de mantener su- periores con una misma firmeza y gravedad. Esta igualdad de animo es tanto mas facil 4 los fildsofos, cuanto son menos los asuntos en su género de vida en que se experimentan los golpes de la fortuna; cuanto menos son las cosas que han menester; y por- que aunque les suceda una desgracia, no es la caida de tanto ruido y consecuencia. Por lo cual no sin mo- tivo son mas gravemente agitados en su interior los que gobiernan el Estado, por ser su empleo de mucha mayor gravedad, que el de los retirados y ociosos; y asi con precisién han de tener més elevados espiritus, y no dar lugar 4 pesadumbres ni inquictudes. Sobre todo ha de procurar el que se destina 4 los cargos del gobierno cargar Ja consideracién no solamente en lo honroso de su empleo (1), sino en si tiene facultades y talentos para desempefiarle: también debe mirar 4 no desconfiar sin tiento por falta de valor, ni 4 fiarse de- inasiado de si por presuncién; y en todos los nego- ios, antes de emprenderlos (2), meditarlos y estu- ” diarlos diligentemente. (4) Para que no parezca que excita & todos los homores sin dis- tincién al gobierno del Estado, amonesta que examine cada uno sus fuerzas, y considere si son proporcionados para ello sus ta- lentos. (2) Nada se ha de emprender temerariamente y sin meditacién, para que sea conforme 4 la virtud. Este amonesta, porque ordinas. Tiamente los varones fuertes, si no son muy pruientes, se dejan evar del impetu y celeridad 4 1a ojecucién do las conai. £08 OFICIOS.—L1BRO % 43 CAPITULO XXII. tas acciones de cabeza y consejo son mas iitiles que las dQ la guerra, aunque no de tanto esplendor. Mas por cuanto la mayor parte de los hombres juz- gan por mas gloriosos los hechos militares que los po- Iiticos, hemos de desvanecer esta opinidn; porque muchas veces ha hecho tomar las armas el solo deseo de la gloria, 4 lo que cominmente estén expuestos los genios y espiritus superiores, y mas cuando sus talentos son propios para la milicia y tienen fuego de soldados. Pero si queremos juzgar 4 la luz de Ja ver- dad, hallaremos muchas empresas del gobierno civil y politico mayores y mas ilustres que las de} gobierno militar. Pues aunque se deban 4 Temistocles (1) muy justas alabanzas, y aunque sea su nombre mas céle- pre que el de Solén, y se cite 4 Salamina por testigo de aquella tan sefialada victoria que se anteponga 4 la sabiduria de Solén con que fundé el Aredpago; no as menos gloriosa esta que aquella hazaiia de Temis- cles. Porque aquélla fué util 4 la ciudad por solo dna vez; pero esta lo serdé siempre, pues con ella se conservan las leyes de los Atenienses, y Jas costum- ures y establecimientos de los antepasados. Ni tam- poco podré sefialar Temistocles algan hecho con que el ayudase al Areépago, y éste podra decir con verdad (4) Compérase el mas célebre capitén de los Atenienses con el mayor legislador, Solén; y las victorias de aquél con el consejo y pradencia de éste. dy MARCO TULIO CICEROH. que did favor 4 Temistocles. Porque ia guerra se hizo por consejo y autoridad de aquel senado que nabia fundado Solén (1). Lo mismo puede decirse de Pausa- nias y de Lisandro (2), con cuyas hazafias, aunque es constante que dilataron su imperio los Lacedemonios, con todo no son comparables ni en una minima parte von las leyes y disciplina de Licurgo; antes debieron a ellas el esfuerze y subordinacién de sus ejércitos. A mi no me parecia en mi juventud que cedia en cosa alguna M. Escauro 4 Cn. Mario, ni cuando ya habia entrado en los negocios piblicos creia inferior 4 Q. Catulo en comparacién de On. Pompeyo (8). Pues de poco sirven fuera las armas, si no hay dentro de casa sabiduria y consejo. Ni fué de mas provecho para Ja reptblica el Africano, varén muy ilustre y Gene- ral famoso por haber asolado 4 Numancia, que por el mismo tiempo P, Nasica, ciudadano particular, dando muerte 4 Tiberio Graco: aunque ésta no fué accién meramente civil, sino que tocé algo en militar, por cuanto se ejecuté con armas y fuerza; pero al fin fué resolucién doméstica y sin ejército. Por donde es muy bien fundado el pensamiento de aquel verso, al cual entiendo que muerden los mur- miuradores y envidiosos: Cedan la guerra 4 la toga, Y 4 la elocuencia el laurel. (4) (1) Del Areépago, que dice haber sido fundado por Solén; por- que hasta que recibié su nueva forma de este legislador, era més bien plaza que senado, (2) Compara aquellos Generales que aprovecharon & Lacede- monia con Ja gloria de sus conquistas con Licurgo, que con sus leyes y disciplina fué cause de que ellos pudiesen aprovechar. (8) Escauro y Catulo fueron esclarecidos en 1a pazt Mario ¥ Pompeyo en la guerra. “ (4) Cedant arma toga, concedent laurea tingue. Verso de Ciserén, con que ensalzaba sus hechos en tiempo LOS OFICIOS.—LIBRO I. 49 Porque dvjando aparte otros ejemplos, jen el tiempo de mi consulado no cedieron las armas 4 la toga? Ja- mas se vid la repiblica en mayor peligro ni en mayor tranquilidad, Tan, presto se les cayeron las ar- mas de las manos por mi consejo y vigilancia 4 aque- llos ciudadanos atrevidos y temerarios. {Qué hazaiia mis sefialada han logrado nunca las armas? ,Que triunfo que se pueda comparar con éste? Porque bien puedo vanagloriarme asi contigo, hijo mio Marco, 4 quien toca la herencia de esta gloria y la imitacién de mis hechos. Yo mereci que Pompeyo, aquel varén tantas veces coronado de laureles militares, dijese en presencia de otros muchos que en vano habria él alcanzado su tercer triunfo (1) si mis servicios no hu- pieran conservado Ja patria donde celebrarle. Luego no es menos apreciable este valor doméstico y civil, que por ventura requiere mas sabiduria, mis empefio y aplicacién. CAPITULO XXIII. Cualidades que forman un hombre grande: fa prudencfa, justicia y fortaleza. Aquella virtud que buscamos en la magnanimidad, resulta de las fuerzas del 4nimo, no de las del cuerpo. Pero también se ha de ejercitar el cuerpo y acostum- brale 4 que se sujete al consejo, y obedezca 4 la ra- de paz. Mordianle sus émulos, tanto porque le decia con dema-~ siada frecuencia, como por ser un verso mal hecho y de poca gracia. (1) Por la victoria que sleanzé de les reyes Mitridates y Th granes, TOMO 1, & 50 MARCO TULIO CICERON, z6n en la ejecucién de las cosas y en Ja tolerancia del trabajo. Mas esta virtud de que hablamos depende toa del 4nimo, de sus sentimientos y del juicio: en lo que no son menos titiles los que gobiernan en paz la re- piblica, que los que dirigen la guerra. Y asi muchas veces, 6 deja de emprenderse ésta por su consejo, 6 con él se concluye, y también se declara; como suce- dié en la tercera guerra Punica, intimada por consejo de Catén (1), en que prevalecié su dictamen aun des- pués de muerto. Por lo cual mas digna es de desearse Ja sabiduria para tomar oportunas resoluciones, que el valor para ejecutarlas. Pero guardémonos de se- guir este partido, mas por huir de los peligros de la guerra, que en atencién 4 la mayor utilidad. Ha de emprenderse la guerra de modo que no lleve otro fin propucsto que la paz. Por iltimo,es obligacién del animo constante y fuerte no perturbarse en los casos adversos ni caer de su estado, digamoslo asi, por alu- cinarse; sino estar siempre sobre si, y no apartarse de la razén. Mas aunque estas son propiedades de animes gran- des, es también propio de mucho entendimiento el pravenir con el pensaimiento lo venidcro, y tener for- mado juicio de lo que por unay otra parte puede acontecer, y lo que se ha de haccren cualquiera acontecimiento; de forma que nada mos sorprenda, y nos veamos obligados 4 decir: Nunca tal pensara. Lo cual cabe tnicamente en un animo grande y sublime que solo se fia y se funda en la razin y prudencia. Pero salir al campo temerariamente, y venir 4 las Q) Emprendiése esta guerra por autoridad de Catén; el cuai mientras vivid, al fin de los pareceres que daba sobre los asuntos que ac ofrecian, aiad{a siempre: ¥ que se desiruya 4& Cartago. El murié tres atios antes que fuese destruida, siend- eonsules L. Cen- sorinoy M. Manlio. LOS OFICIOS.—-LIBRO 1. BY manos con él enemigo, esto toca en inhumanidad, y se acerca mds 4la ferocidad de las bestias; aunque cuando lo pida la ocasién se ha de mostrar también el valor del brazo, y auteponer la muerte ala escla- vitud y é la deshonra. CAPITULO XXIV. Regla de la humanidad: prudencla en expanerse al peligre: sacrificar 4 la patria la propia gloria y reputacién. Cuando se ha de arruinar una ciudad y entregarla al saco de los soldados, se ha de considerar atenta- mente que no se ensangricnte la crueldad por falta. de maduro consejo. La obligacién del hombre fuerte y magndénimo cn tal caso es, que bien pensadas las cosas, scan castigados sélo los delincuentes, conser- yar el pueblo, y mantener la justicia y rectitud en todo acontecimiento. Porque al moao que hay quienes prefieran los hechos militares 4 los civiles y politicos (como ya he dicho), hallaremos también muchos que tsngan por mejores y mas gloriosas las resuluciones expuestas y maliciosas, que las pacificas que proce- dcn de madura reflexién. Nunca hemos de hacer por donde nos tengan por timidos y cobardes huyendo de los peligros; mas también debemos ser cautos en no exponernos 4 ellos sin motivo, que es la mayor necerlad. Y asi, en meternos en los peligros hemos de imitar la costumbre de los médicos; los cuales aplican remedios suaves 4 los que enferman liyerainente; pero cn las enfermedades mis graves, se ven preci- sados a echar mano de las medicinas mis peligrosas 52 MARCO TULIO CICERON. y aventuradas. Es disparate desear Ja tempestad cuando el mar esta en leche; pero es prudencia re- sistirla del modo posible cuando sobreviene; y més si se espera mayor provecho de que se decida la suerte que dajio si se queda en incertidumbre. Estas accio- nes peligrosas suelen serlo, parte para quien las em- prende, y parte para la republica; y en ellas se pone a peligro el hombre, ya de la vida, ya de la patria, ya del amor de los ciudadanos. A los riesgos de nos- otros mismos debemos estar mas prontos que 4 los comunes, y pelear con mayor esfuerzo por el honor y 1a gloria que por todos los demas provechos. Mas ha habido muchos hombres que estando pron- tos 4 exponcr sus riquezas y 4derramar su sangre por la patria, no serian capaces de aventurar aun le mas minima parte de su fama en la mayor urgencia de la reptiblica: como Calicratidas, que habiendo sido general de los Lacedemonios en la guerra del Pelo- poneso, y ejecutado en ella singulares hazaiias, lo eché todo 4 perder por no reducirse al parecer de los que Je aconsejaban que apartase su armada de las is- Jas Arginusas, y no viniese 4 las anos con los Ate- nienses. A cuyo Consejo respondia él, que los Lacedee monios si perdiesen aquella armada podian levantar otra; pero huir él, no podia sin deshonra suya. AI fin esta pérdida pudo tolerarse; mas lastimosa fué aquella en que habiendo Cleombroto (1) por temor de la infa- mia dado la batalla temerariamente 4 Epaminondas, quedé enteramente deshecho todo el poder lacedemo- nio. Cudnto mejor que éstos hizo Quinto Maximo (2), de quien canté Enio: (1) General de los Lacedemonios.Temiendo el odio de sus ciue dadanos y la nota de cobarde, peleé en Leutra con el tebano Epa- tainondas, y quedé enteramente derrotado. « @ Q. Fabio Max. con su sosiego -y paciencia quebranté Jas LOS OFICIOS.—LIBRO 1. Con su lento sosiego un hombre solo, Del pueblo despreciando los rumores, Volvié 4 su ser nuestro perdido estado; Ganando fama é inmortal renombre. en ee. fsta flaqueza debe evitarse también en los asuntos civiles; pues hay muchos que por femor de qué se diré de ellos, no se atreven 4 manifestar su dictamen aunque sea el mas acertado. CAPITULO XXV. Reglas que han de observar tos que gokiernan y los aw administran justicia. Los que se destinan al gobierno del Estado, tengan muy presentes sicinpre estas dos miximas de Platén: Ja primera, que han de mirar de tal manera por el bien de los ciudadanos, que refieran 4 este fin todas sus acciones, olvidéndose de sus propias conveniencias: la segunda, que su cuidado y vigilancia se extienda 4 todo el cuerpo de la republica; no sea que por mos- trarse celosos con una parte desamparen las demas. Los negocios é intereses de un Estado se pueden com- parar con la tutela, la cual se ha de administrar con atcncién al provecho de los que se entregan 4 ella, y no de aquellos 4 quienes se ha encomendado. Porque los que se desvelar por una parte de los ciudadanos, y descuidan de otra, introducen un perjuicio el mas notable en el gobierno, que es la sedicién y discordia; tuerzas de Anibal, no haciendo caso de Jas injurfas ecrimine. aoues de aus ciudadanos, que le llamaban pesado y perezoso. ot + MARCO TULIO CICERON, de donde nace que tomen unos el partido del pueblo, otros el de la nobleza, y muy pocos el del coman. Esta ha sido la causa de gravisimas discordias en Atenas, y la que ha producido en nuestra repiblica no s6lo sediciones, sino también muy perniciosas guerras civiles: todo lo cual debe huir y abominar el] vardn prudente y magnénimo, digno de manejar las riendas del gobierno: y manteniéndose libre de am bicién de riquezas y poderio, se entregaré todo ala repiblica, mirando por ella de manera que se ex~ tienda y alcance 4 todos su cuidado. Tampoco deber4 exponer 4 nadie al odio y 41a envidia de los demas con falsas acriminaciones; y constante siempre en Ja honestidad y justicia, muera por conservarlas sin temor de la envidia, antes que abandonar estas cosas que acabo de decir. Nada hay mas digno de compa- sién y léstima que el ambicioso empefio por los ho- nores; acerca de lo cual dijo muy bien el mismo Pla- ton: «Que los que disputan entre si sobre quién ha de gobernar la repiblica, son semejantes 4 unos marine- ros que altercasen sobre quién habia de llevar el ti- mé6n de la nave.» Mas también enseiia el mismo Platén que se juzgue por enemigos de la patria 410s que toman las armas contra ella, pero no 4los que pro- tenden que prevalezca su dictamen en las materias de gobierno: cual fué la oposicién entre P. Africano y Q. Metelo, que nunca pasé 4 la voluntad. No.se ha de dar oidos 4 los que sean de parecer que debemos mostrar grave enojo con nuestros enemigos, y esto lo juzguen propio de un fuerte y magnénimo ‘varén. Pues no hay prenda que merezca mas elogios, ni més digna de un hombre ilustre y generoso, que la piedad y clemencia. En aquellos pueblos libres donde son iguales los derechos de los ciudadanos, es snenester afabilidad y también superioridad de 4nimo: LOS OFICIOS.—LiBRO 1. 65 po sea que por enfadarse con los que llegan intem- pestivamente, 6 preguntan y suplican con poca dis- crecion, se caiga en una odiosa 6 impertinente ridicu- Jez, que nunca aprovecha, antes bicn acarrea el odio de todos. Mas esta mansedumbre y clemencia se ha de moderar de modo, que por razén del empleo se mantenga severidad, sin la cual no se puede absolu- tamente gobernar. Se ha de castigar y corregir sin jnsultar 4 nadie, y todas las reprensiones y castigos se han de referir 4 la utilidad 6 interés no propio sino del comin. También hemos de precaver que el cas- tigo no sea aayor que el delito cometido, y que no padezca, uno por una culpa por la que 6 otro ni aun se ha mandado comparecer 4 dar su descargo. Mas sobre todo que no tenga parte alguna la célera en nuestras providencias. Porque es imposible que el que no llega 4 castigar desnudo de este afecto, mantenga aquella rectitud y medio entre mucho y poco, que tanto agrada 4 los peripatéticos, y con muchisima ra~ zon, sia un mismo tiempo no alabaran Ja iracundia, diciendo que es un don util de Ja naturaleza (1). An+ 2s se debe apartar esta pasién lejos de nosotros en todos asuntos, y desear que los que gobiernan sean semejantes 4 las leyes que castigan no por irritadas, sino por justas y equitativas. (1) Dacian los peripatéticos que la iracundia y les demas pasio~ nes nos eran dadas por la naturaleze, y que por esto no lag habiae mos de arrancar de nosotros, sino moderarlas. Los estoicos crefan que las tom4bamos por opinién, y que asi las debiamos dejar en- tecamente. Lo mismo que los peripateticos sentian de la iracun- dia los antiguos ecadémicos. Veinse lag Tusculan., lib, v, capls fulo xxx y las Academ. lib. 1V. cap. XLIV. 56 _ MARCO TOLIO CICERON. CAPITULO XXVI. Igualdad de animo y modestia, dos prendas muy necesariag en los puestos elevados. En Jas prosperidades cuando la fortuna lisonjea nuestros deseos, hemos de huir mucho de la soberbia, encono y arrogancia; porque es prucba de flaqueza de 4nimo no saber moderarse, asi en lo favorable como en Jo adverso; y es muy laudable Ja igualdad en toda la vida, y un mismo cardcter sismpre, un mismo sembiante, como tenemos el ejemplo en S6- crates y en Cayo Lelio. Veo excedido 4 Filipo, Rey de Macedonia, por su hijo (1) en hazahas y gloriosas conquistas; pero en la afabilidad y clemencia le hallo superior: de modo que Filipo fué siempre grande, pero su hijo Alejandro muchas veces el peor de todos los hombres. Por lo que es muy sabia aquella maxi- maque nos ensefia 4 ser més modestos y humildes, cuanto mas sobresalientes, Cuenta Panecio que su discipulo y su amigo Africano decia muy frecuente- mente que para conocer bien la poca firmeza de las cosas del mundo y la volubilidad dela fortuna, con- venia sujetar al freno de la razén por medio de la filosofia 4 aquellos hombres 4 quienes las prosperida- des sacan fuera de si Iendndolos de presunvidn; al (4) Alejandro vencié y sujetd 4 su dominio 4 toda el Asie. Pero refiere Livio, lib. rx, cap. Xt, sus torpes crueldades en medio de Jos convites y borracheras de gus amigos, y la vanidad que hae cia de su linaje, Por esto le Hama Cicerén el peor de todos los hombrom Los OFICIOS.—LIERO 84 modo que se suelen entregar 4 los domadores aque- Jlos caballos que por Ja frecuencia de los combates se han vuelto muy fogosos, para poderlos manejar después con mas facilidad. En las mayores felicida- des es cuando mas conviene valernos de los sabios consejos de los amigos, dandoles mayor autoridad sobre nosotros que en otras ocasiones; y entonces es cuando mas cuidado hemos de poner en no dar en- trada & las lenguas lisonjeras, cerrando los cidos 4 las adulaciones. En lo cual es muy facil dejarse en- gahar, porque en aquel tiempo nos tenemos por dig- nos de que nos alaben; de donde se originan muchos defectos, pues engrefdos los hombres de falsas opi- niones, son mofados de los otros vergonzosamente, y preocupados de innumerables errores. Pero basta de esto. Concluyamos ya diciendo que los mayores asun- tos, aquellos que requieren més grandeza de espiritu, pertenecen 4los que gobiernan las repiblicas, por- que Ja administracién de ellas es de muchisima exten- sién, y abraza también 4 muchos. Pero asentemos que ha habido y hay hombres muy singulares en Ja vida quieta y retirada, 4 quienes se deben grandes inventos y.empresas, contenténdose con los limites de su fortuna; y otros que guardando un cierto medio entre la vida de filésofus y la de politicos, han tenido todos sus deleites con sus haciendas, sin procurar acrecentarlas por diversos modos, y sin excluir de su participacién 4 sus parientes; antes bien suministran- dolas 4 éstos, 4 sus amigos y 4 la repiblica en sus ne- ccsidades. Lo primero y principal es que la hacienda sea bien ganada, no por malas artes ni logrerias tor- pes; y después que se emplee en provecho de los més que se pueda como lo merezcan: por filtimo, aumen - tarla por la buena conducta, trabajo y economia, frane 58 MARCO TULIO ctcERdN. quedéndola & Ja liberalidad y beneficencia, no 4 super- fluidades del lujo y 4 los deleites, El que observare estas reglas puede vivir magnifica, grave y animosa- mente, y también con sencillez y fidelidad; y en la gracia y estimacién de todos los demas hombres. CAPITULO XXVII. Utilidades ge la templanza.—Decoro inseparable de ta honestidad. : Siguese que tratemos ahora de la cuarta y ultima parte de la honestidad, en que se reconoce Ja ver- giienza, y todo el ilustre y ornato, por decirlo asi, de la vida: que es la templanza, la modestia, la sujeci6n - de les pasiones, y la moderacién en todas las cosas. Aqui se contiene lo que los Griegos aman npinov, que en latin podemos decir decorum. Este decoro es de tal naturaleza que no puede separarse dela honesti- dad; porque todolo que es decente es también ho- nesto, y todo lo que es honesto es igualmente de- coroso. Mas cuales la diferencia que hay entre lo nonesto y decente, se puede comprender con mas facilidad que explicarlo; porque para conocer que una cosa es decente es necesario que primero sea precedida de la honestidad (1). Por lo cual no sola- mente se reconoce lo que es decoroso en esta parte de la honestidad de que ahora tratamos, sino también Q) Precade la honestidad como causa de este modo: es honesto, luego es decente: mas cuando ge dice; es decente, luego es hones= fp, fe arguye por el efecto LOS OfICIOS.—LIBRO 7. 59 en Jas otras tres primeras: asi el usar con prudencia de la razén (1) y del habla, como también poner con- sidcracién en nuestras acciones, conocer y sostener eu las cosas ia verdad; todo esto es decente: al con- trario una credulidad indiscreta, cl error y el engatio es tan indecoroso como el delirio y 1a Wemencia. Del mismo modo todo lo que es justo es decoroso; al con- trario lo injusto, como vicio, es indecoroso. Lo mismo puede decirse de la fortaleza: las acciones que de- muestran 4nimo varonil y grande, parecen y son dignas del decoro del hombre; las que no le demues- tran son malas, y por lo mismo indecorosas. Y asi este decoro de que hablo pertenece 4 todas jas partes de la honestidad, y de una manera tan clara y perceptible, que para conocerle no es necesario una muy aguda penetracién, sino que esté dla Vista. Porque en todas las virtudes hay cierto decoro que se puede distinguir més bien con el pensamiento que separarle real y verdaderamente. Al modo que la hermosura y buena disposicién del cuerpo es insepa- rable dela buena salud, asimismo el decoro de que hablamos se confunde con la virtud, y sdlo se distin- gue con el entendimiento. De 61 hay dos especies, porque entendemos uno general, que resulta de todo el conjunte de las virtudes; y otro como especie de este género, que pertenece 4 cada virtud en particu- lar. El primero, segin se define cominmente, es aquello que conviene 4 la excelencia de la naturaleza humana, considerada en todo lo que la distingue de los demas animales; y el segundo, que es como parte de éste, se define diciendo: que es aquello que se (4) Esto pertenece & la prudencia, en que principalmente tiene Jugar el decoro: de suerte que el que peca en esta parte se cucnts, entre los necios.’ és MARCO TULIO CICERON adapta 4 la naturaleza de cada uno, de tal mancra que haga resplandecer cierta cultura y dignidad en la modestia y templanza. CAPITULO XXVIIL Pecoro, del cual nace la gracia, el placer y la hermosura, Por aquel decoro que guardan los poctas, de que en otra parte se habla mas copiosamente, podemos venir en conocimiento del que ahora tratamos. Estos decimos que guardan el decoro cuando las cosas que pintan y representan corresponden 4 las personas: por ejemplo, si éMinos 6 4 Eaco (1) se atribuyeran estas expresiones: Nada importan sus odios, si me tomen (2): Las entrafias del padre (crueldad rara) Serén sepulcro de sus propios hijos: seria contra el decoro; porque ambos fueron tenidos por hombres muy ajustades; pero en boca de Atreo las aplaudiria todo el teatro, por ser muy propias de su persona. Mas los poetas juzgarén de lo que 4 cada uno dice bien por estas personas; pero 4 nosotros nos la imprimié la misma naturaleza, y esto con noble preferencia 4 todos los demas animales. De suerte que los poetas en tanta diversidad de caracteres pintaran (1) Eaco y Minos fueron tenidos por hijos de Jupiter, y estable- cidos por Ja fama de su justicia por jueces en el inflerno. (2) De la antigua tragedia de Tiestes, 4 cuyrs hijes, siendo nie fos, di muerte su hermano Atreo, y se lus sacé entre log demas mnanjaves de una cedae LOS OFICIOS.—LIBRO I. 6] fo que 4cada uno sea decoroso, y aun 4 los malos: mas nosotros, habiéndonos concedido la naturaleza partes de constancia, modeéracién y templanza, y ha- piéndonos ensefado 4 respetar también el comin de Jas gentes, y c6mo nos hemos de portar con los otros pombres, nos es bien facil conocer la extensién infi- nita del decoro que pertenece 4 la virtud en general, y el que en cada virtud particularmente resplandece. Porque asi como la hermosura y buena disposicién de un cuerpo atrae los ojos, y deleita por la gracia y ar- monia con que estén hermanados unos miembros con otros; asi este decoro, que se percibe en nuestra con- jucta por el orden, igualdad y arreglo de nucstras acciones y palabras, se concilia la atencién de todos aquellos con quienes vivimos. Para esto es necesario taner cierta reverencia 4 todos los hombres, no sola- mente 4 los nobles y sabios, sino también 41a gente vulgar. Porque el menospreciar los juicios y Ja opi- nién en que nos tienen los demas, seria de hombres presuntuosos y del todo corrompidos. ¥ ademdés en este respeto y reverencia que les debemos es menes- ter hacer diferencia entre la justicia y elwespeto. Las partes de la justicia son no hacer daiio 4 los otros; las del respeto, no ofenderlos de ningfin modo: en que se demuestra principalmente la fuerza del decoro; el cual, por lo que se ha dicho, me parece queda bas- tantemente explicado. Mas la obligacién que de él resulta, primeramente se encamina 4 la conveniencia y conservacién de la naturaleza, 41a cual si seguimos por guia nuestra, nunca erraremos; antes la luz de ella encontraremos la habilidad y prudencia, la conducta relativa 41a sociedad de los hombres, yla valentia de un espirity magnanimo. Pero Ja mayor fuerza del decoro esta en le virtud de que ahora tratamos; porque no sélo arre- 62 MARCO TULIO CICERON. gla con justo temperamento los movimientos del cuerpo, sino mucho més los del 4nimo, conformando 4. unos y 4 otros 4 las leyes de la naturaleza. Los movi- mientos del 4nimo, considerado en su estado natural, proceden de dos principios: de los cuales uno es el apetito, que los Griegos llaman dpy4, que conduce al hombre de unos 4 otros deseos; y el otro es la razén, que distingue y ensefia lo que se ha de hacer y lo que se ha de huir; de modo que la raz6n mande y el ape tito obedezca. CAPITULO XXIX. Sujecién de tos apetitos 4 la razén: de los juegos y chanzas, En todas nuestfas acciones hemos de evitar la pre- cipitacién y pereza, no haciendo cosa alguna de que no se pueda dar una razén digna de ser atendida. Porque casi consiste en esto toda la fuerza de la obli- gacién. Para esto es menester que los apetitos obe- dezcan dla razén; que ni se adelanten 4 ella, nila abandonen por debilidad y pereza, y que estén siem- pre sosegados y libres de toda perturbacién de 4ni- mo. De donde resultara la constancia y moderacién .en todo. Porque los apetitos que se propasan mids de Jo justo, y huyendo unas cosas y apeteciendo otras, no pueden ser contenides con el freno de Ja razén, salen sin duda de sus limites y moderaci6n; por- que sacuden la obediencia, la desprecian, y no se someten 4 la razén 4 quien Jos sujeté naturaleza; y de este modo perturban no sdlo el animo, sino también el cuerpo. Y si no, obsérvese con atencién el rostro de los airados 6 de aquellos que estin domiiadus de li-

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