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£08 oFicros.—L1BR0 1 - 154 felizmente con sus buenas inclinaciones; por el cual camino caminarén con mas seguridad, por cuanto los jévenes no solamente estan lejos deios golpes de la envidia, sino que antes bien todos por lo regular los favorecen. La primera recomendacién de un joven para Ja gloria es si puede sefalarse en alguna funcién militar, que era por donde empezaban muchos en los tiempos antiguos; porque casi siempre se estaba en- tonces con las armas en la mano. En tu edad casual- mente se ofrecié una guerra en que hubo demasiada maldad en un partido, y en el otro poca fortuna. No opstante, puesto en ella por Pompeyo 4 la frente de una ala de caballeria, mereciste gran reputacién de aquel famoso general y de todo el ejército por el ma- nejo del caballo, de las armas, y por la tolerancia de toda la fatiga militar. Mas aquella gloria tuya se se- pulté en las ruinas de Ja repablica. Pero vamos ade- lante, pues no he emprendido est. discurso por ta solo, sino por todos los jévenes en comin. Asi como en los demis asuntos son mis apreciables Jas operaciones del 4nimo que las del cuerpo, también en el presente merecen mas alabanzu las que son efecto de la razén y juicio, que de las fuerzas corpo- rales. La primera y principal recomendacién nace de ja modestia, del respeto para con los padres y el amor con los propios. Mas se da principalmente 4 co- nocer la juventud por la mejor parte al lado de hom- bres ilustres, sabios y buenos ciudadanos; 4 quienes sise dedican frecuentemente ganan opinién con el pueblo de que serén algin dia semejantes 4 aquellos que han escogido por modelos de su conducta. La casa de Publio Mucio dié gran recomendacidn de bon- dad y sabiduria en el derecho civil al joven P. Rutilio. Lucio Craso, siendo ain muy mozo, no la debié & otro, sino que por ai mismo merecié grande alaban- {89 ftaRco TULIO étcERdi. za por aquella noble y famosa acusacién (1); y en una edad en que son dignos de alabanza los.que empie- zan 4 ejercitarse, como sabemos de Demédstenes, did Craso una prueba clara de que ejecutaba ya perfecta- mente en el foro lo que solo meditarlo en su casa le daria honor y estimacidén. CAPITULO XIV. Cudn itil es el don de [a elocuencia: moderacién en acusar: es mas glorioso el defender & los acusados. De dos especies que hay de lenguaje, uno propio de la conversacién, y el otro del discurso oratorio, no hay duda en que este <imo contribuye mas 4 la glo- ria, porque es lo que propiamente llamamos elocuen- cia. Pero‘no obstante, es increible cudénto gana los aénimos de los hombres la suavidad y dulzura de la conversacién. Tenemos las cartas de Filipo 4 su hijo Alejandro, de Antipatro 4 Casandro, y de Antigono 4 Filipo, tres hombres sapientisnnos (pues sabemos que por tales fueron reputados), en las cuales los amones- tan que se concilien el amor del pueblo con la suavi- dad de sus discursos, y ganen los a4nimos de sus soldados con palabras biandas y carifiosas. Pero el discurso oratorio que se hace al pueblo, muchas veces basta para moverle todo al aplauso. Porque es mucha la-estimacién con que se oye al que habla con sabi- duria y elocuencia, y se hace concepto de que aquel (1) Aeusé 4 C. Carbon siendo todavia muy joven, sagan dice Cicerdn; in Bruso, cap. xu, y Logré que se le condenase, L08 OFICIOS.—LIBRO It. 123 hombre entiende y sabe mas que todos los otros. Y si se manifiesta en la oracié6n cicrta gravedad acompa- Hada de modestia, no hay cosa mas admirable, par- ticularmente si estas prendas se hallan en un joven. Mas como sean muchas las causas que requieren elo- cuencia, y habiendo muchos jévenes merecido sin- gulares alabanzas en nuestra repiblica, ya en el se- nado, ya en los tribunales; aqui es donde mas brilla el discurso oratorio. Hay en los juicios dos maneéras di- ferentes de tratar las causas, es 4 saber, acusaciones y defensas. De las cuales, aunque es mas laudable la defensa, con todo eso muchas veces ha merecido la acusacién los aplausos. Ya dije arriba de Craso: lo- mismo hizo M. Antonio en su mocedad. También did mucho honor 4 la elocueneia de P. Sulpicio la acu- sacién de aquel C. Norbano ciudadano inttil y albo- rotador. - Pero no se han de emprender acusaciones muy 4 menudo, y aun nunca sino por interés de la repfi- blica, como hicieron estos de quienes acabo de hablar, 6 por un justo resentimiento, como los dos Liculos, 6 por patrocinio, como yo por los Sicilianos y Julio Cesar por los Sardos. Asi manifestd L. Fusio sus talen- tos en su acusacién contra M. Aquilio. Puede hacerse una vez, 6410 menos no muchas. Pero si se viera uno en Ja precisidn de hacerlo frecuentemente, sea por amor de la repfablica; pues perseguir continua- mente 4 sus enemigos no merece reprensién, mas con sus Ciertos iimites; pues parece propio de un hombro ferreo 6 inhumano poner & muchos 4 riesgo de perder la vida. ¥ es peligroso por una parte 41a persona, y por otra poco conducente 41a reputacién hacer por donde se merezca el titulo de acusador: como sucedié 4M. Bruto, hombre de nobleza muy antigua, cuyo padre fué reputado porel mayor jurisconsulto de su 194 MARCO TULTO cIceRdN. tiempo. Sobre todo se ha de guardar con exactitud este precepto de la obligacién, de no atusar jamais a un inocente; cosa que de ningfin modo puede ejecue tarse sin pecado. Porque ;qué mayor crueldad que convertir en perjuicio y ruina de los buenos este don de Ja elocuencia que Ja naturaleza puso en nosotros para bien y conservacién de los hombres? Mas tam~ poco por huir de este defecto hemos de hacer escri- pulo de tomar alguna vez 4 nuestro cargo la defensa de un delincueute, como no sea muy malo y facine- roso. Esto lo pide el interés del pueblo, lo sufre la costumbre, y lo lleva de suyo la humanidad. El oficio de un juez es seguir siempre en las causas la verdad; el del orador 4 veces defender lo verosimil, aunque no sealo mds verdadero. Lo cual no se atreveria 4 escribir (principalmente hablando de asuntos morales) si nv fuera de la misma opinién Pancecio, el’ mas es- trecho de todos Ios estoicos. Mas el favor y la gloria se granjea en especial por las defensas; y tanto mas si ocurre defender 4 alguno que parezca-ser ultrajado y abatido por algin poderoso, como me ha aconte- cido 4 mi varias veces, y en mi mocedad en favor de Roscio Amcrino contra todo el poder de Lucio Sila, que dominaba entonces en Roma, cuya oracién, como sudes, anda en manos de todas. LOS OFICIOS.—LIBRO II, 125 CAPITULO XV, Cos géneros de liberalidad, ef dinero y fos servicios perse- nales: éstcs son mas honrosos. {" Declaradas ya las obligaciones que conducen los jovenes 4 la gloria, vamos 4 tratar ahora de la benefi- cencia y liberalidad. Esta virtud tiene dos medios: uno los servicios que se hacen por los menesteroses, y el otro el dinero. Este filtimo es més facil, particular- mente 4 los ‘ricos; pero el primero es mas noble y glorioso y mas correspondiente 4 un hombre grande y esclarecido. Porque aunque en los dos hay igual- mente un deseo generoso de hacer bien, con todo, lo uno se saca del bolsillo y el otro de la virtud. La lar- gueza que se hace de la hacienda, agota la misma fuente de Ja liberalidad y se destruye 4 s{ misma; porque cuanto més se comunica, tanto més se impo- sibilita de comunicarse 4 otros. A) contrario, los qua fueren generosos y liberales con su virtud y su propia actividad, en primer lugar tendran otros tantos que los ayuden 4 hacer bien en todos aquellos 4 quienes han favorecido, y ademas, con la costumbre y ejerci- cio de su beneficencia se hallaraén mds bien dispues- tos 4 emplearla en otros muchos. Con razén reprende Filipo en una carta 4 su hijo Alejandro el pretender conquistar con diddivas los corazones de los Macedo- nios. {Qué mal pensamiento (le dice) te ha hecho concebir esperancas de que hallards fidelidad en esos que corrompes con dinero? gAcaso intenias que te lengan los Macedones, no por su rey, sino por su tesorero y provecdor? Dijo muy bien 126 MARCO TULIO CICERON. tesorero y proveedor, por ser indigno de un rey; pere dijo mejor en haber llamado 4 la dadiva corrupcién, pues se hace de peor condicién el que recibe una vez y se ensea 4 esperar lo mismo en otras ocasiones. Esto amonestaba él 4 su hijo; mas pensemos que se ha dicho para todos. Y asi no queda duda alguna en que la liberalidad que procede de los favores y servicios es mds honrosa, més amplia, y puede aprovechar 4 muchos mas sujetos. Mas también se ha de dar algunas veces, y no se debe reprobar del todo este genero de liberalidad; hanse de franquear nuestras facultades 4 los menes- terosos en varias ocasiones, pero con prudencia y moderacién, pues muchos han dilapidado sus patri- monios derramindolos inconsideradamente. ;Que ma- yor necedad que andar buscando modo de no poder hacer con frécuencia lo que con tanto gusto se hace? Y lo peor es que 4 estas franquezas se suele seguir la usurpacién, porque en comenzando 4 faltarlos por lo mucho que han repartido, se ven cn la precisién de echarse sobre Jos bienes ajenos. Y asi, cuando preten- den por ser generosos conciliarse amor, no consiguen tanto afecto de aquellos 4 quicnes dicron, como odio de los otros & quienes usurparon. Por lo cual, nise han de encerrar de suerte las riquezas que no haya de abrirlas nunca la generosidad, ni se han de franquear de modo que estén patentes 4 todos. Ha de haber mo- deracién, y ésta que se arregle 4 las facultades. Debe- mos tener muy fija en la memoria aquella méxima tan frecuente en nuestros antepasados, que ha venido a recibirse por proverbio: la liberalidad no tiene fondo. Porque jqué limites ha de haber, cuando los que una vez recibicron lo estin descando siempre, y tienden 4 un mismo tiempo la mano por otra parte muchos ne- cesitados? CAPITULO XV Hombres précigos y liberates: en los gastes se ha de huscar dignidad, Entre los que dan 4 otros hay dos especies de hom- bres, unos prédigos, otros liberalcs. Los que consu- men sus bienes en banquetes, gladiadores, fiestas, cazas, espectaculos, y en cosas como éstas, que, 6 se olvidan luego, 6 duran poco en la memoria, éstos son prédigos; y liberales son los que con sus facultades yescatan 4 los miserables que han caido en manos de los piratas, 6 toman 4 su cargo las deudas de sus ami- gos, 6 los ayudan en la colocacién de las hijas, 6 en buscar su fortuna 6 en aumentarla. Y asi, me maravillo en qué pensaria Teofrasto cuando entre tan buenas méximas como hay en su libro De las riguezas, did lugar 4 un absurdo como este: se dilata mucho en alabar el aparato y magnifi- cencia de los donativos al pueblo, y juzga que e fruto de las riquezas consiste en poder hacer estos gas- tus. A mi me Purece mucho mayor y mas seguro fruto de la liberalidad aquel de que acabo de propo- . ner algunos ejemplos. jCudnto mds verdadero y soli- do nos reprende Aristétcles del falso concepto que formamos de estos gastos excesivos que se dirigen 4 conciliarnos e] aura popular! Si un hombre (dice) que se halla cercado dal enemigo paga cicn dracmas por un sextario de agua, nos parece increible, 4 tudos nos admira, y aun después de haber hecho alguna refle- xién, apenas excusamos 4 la necesidad; y en cstos 123 MARCO TULIO CICERCN. otros gastos soberbios y profusiones descomedidas nada nos maravilla, y mas cuando con ellas ni se so- corre alguna necesidad, ni se acrecienta el honor; y cuando el mismo deleite de la muchedumbre es para muy corto tiempo, y lo disfruta la gente baja, cuya memoria espira juntamente con el fastidio de aquel deleite. De lo cual concluye Aristételes, que esto sdlo puede ser agradable 4 los nifios, 4 las mujeres, 4 los siervos y 4 aquellos libres que merecian ser esclavos; pero que no puede agradar al hombre justo y cons- tante, que pesa todas las cosas con el fiel de su juicio y rectitud. Aunque ya entiendo que es costumbre recibida en nuestra repiiblica desde sus venturosos tiempos, que los hombres principales pretendan el fausto y esplen- dor de la edilidad (1). Y asi obtuvo este magnifico empleo Publio Craso, hombre rico por sobrenombre y por sus facultades, y poco tiempo después le sirvid suntuosamente L. Craso en compaiia de Q. Mucio, que era el sujeto mds moderado que se conocia en Roma. Después C. Claudio, hijo de Apio, y otros mu- chos, como los Liiculos, Hortensio y Silano. Pero 4 todos los anteriores excedid, siendo yo cénsul, la magnificencia de P. Léntulo, al cual imité M. Escau- ro. Hizo también magnificas expresiones con el pue- blo mi gran Pompeyo en su segundo consulado. Mas ya sabes mi parecer acerca de todas estas libera- lidades. (1) Este era el primer magistrado curul, 4 cuyo cargo estaham Jas fiestas pablicas, y la provision de low viveres. Era e] magistrae do en que més se conciliaban los hombres e1 amor del pueblo, a8 cual (como dice Juvenal en la sétira 10) dos cosas son las que de seacon més ansia: pan y fleatas, Los oFicios —t.1BR0 It. 129 CAPITULO XVII. Dadivas necesarias alguna vez: verdadera y falsa liberalidad, Con todo se ha de procurar no hacérnos sospecho- sos de avaricia. Porque 4 Mamerco, hombre muy po- deroso, el no haber admitido el cargo de edil le aca- rreé la repulsa del consulado. Y asi es preciso hacer estos gastos cuando lo pide el pueblo, y no lo des- aprueban, ya que no lo deseen los hombres ajustados; pero siempre han de ser arreglados 4 las facultades de cada uno, como yo Io hice; y también cuando se adquiere por medio de esta largueza alguna, utilidad mayor. Orestes se concilié6 gran nombre con haber -epactido con titulo de diezmos la vianda por todos los suarteles de la ciudad (1). Tampoco fue mal parecido om M. Seyo el haber dado en tiempo de una carestia yor un as cada modio de trigo (2); antes por este me- lio se vindic6 de un odio de mucho tiempo con quo ra perseguido, con un gasto no reprensible para un ‘dil como él era, ni tampoco excesivo. Mi amigo Jilén consiguié muy buen crédito por haber puesto n armas los gladiadores que. compré por el bien de x republica, el cual dependia del mio, con que des- araté los locos furores de P. Clodio. De suerte, quo {1) Cn, Aufidio Orestes dié estas comidas al pueblo con el nom- +a de diezmos por conciliarge su amor, como que consagraba &los ioses, segdn era costumbre, la décima parte de sus bienes. @ Esto es, veinticuatro libras de trigo por tan corto precia argue el modio tiene dies y seis sextarios, y cada sexterio una li- ‘ay seis onzas. TOMO i ia) Marco TULIO cIcERON. hay motivo de hacer tales gastos cuando son fitiles 6 necesarios. Mas deben siempre medirse con la regla de la me- diocridad. L. Filipo, hijo de Quinto, hombre de gran- de ingenio, y dela primera nobleza, se gloriaba dv haber obtenido los emplcos mas honorificos sin dona- tivo alguno: lo mismo decia C. Curién. Y aun yo puc- do jactarme de lo propio; porque en comparacién de los empleos que he logrado por aclamacién, fueron ciertamente muy cortus los gastos de mi aiio: cosa que no sucedié 4 otro de los que acabo de nombrar. Mucho mejores son los gastos que se hacen en mura- llas, arsenales, puertos, acueductos y otras obras ati- les 41a repdblica, Porque aunque deleita mas Io que de presente se da como en la mano, con todo estotras dadivas causan un gozo que pasa 4 Ja posteridad. ‘Los teatros, pérticos y templos nuevos los reprendo con menos severidad por respeto de Pompeyo; pero otros fildsofos muy doctos no los aprueban, como el mismo Panecio, 4 quien tanto sigo en mis libros, aunque sin trasladarle; y Demetrio Falereo, que reprende 4 Peri- cles, el héroe mas esclarecido y poderoso de Grecia, por haber empleado tan gran suma de dinero en aquel atrio magnifico del templo de,Minerva (1). Pero este asunto esta tratado con bastante extcensién en mis libros De la remiblica. Todas las didivas de esta naturaleza son por si reprensibles: la necesidad las hace 4 veces precisas, pero aun entonces lan de arre= glarsé 4 las facultades, y seguir laregla de la me- diana. (2) En que dicen gasté dos mi} y doce talentos. Véase 4 Pintar- 0 en su Vide, . 1.08 OFICIO8,---LIBRO Ii, a CAPITULO XVIII. Reglas de fa liberalidad: cual es mas honrosa.—Afabilldad en todos los ‘negocios.—Alabanza justa de la hospita- lidad. En la otra especie de donativos que proceden de lis beralidad, es menester juicio y prudencia para saber distinguir los casos diferentes. Porque es muy distin- to el caso del que se ve oprimido de la desgracia, del de aquel que desea mejorar de estado sin hallarse en especial calamidad. Debemos inclinarnos mds hacia los desgraciados, sino es que merezcan la fatalidad que padecen; mas no por eso hemos de mostrarnos apretados 6 escasos con los que piden favor, no por sa- lir de algun ahogo, sino para mejorar de fortuna; aun- que con discernimiento prudente para escoyer los mas dignos. Porque dijo muy bien Ennio : Mal hace antes que bien, en mi concepto, Aquel que el beneficio mal emplea. En los beneficios que se hacen 4 un hombre virtuo- so y agradecido, no sdélo se percibe el fruto de su agra~ decimiento, sino también del de otros muchos. Porque es muy agradable la liberalidad como sea prudente y juiciosa; y se esmeran muchos en engrandecerla con empefio, porque esta bondad en los hombres podero- 30s y nobles es el comin refugio de todos. Mas se ha de procurar emplear esta virtud en aquellas buenas obras cuya memoria, pasando de padres 4 hijos, no puede admitir jamas la ingratitud; pues todos aborre- tod MARCO TULIO CICERON ccn ai hombre desagradecido, y juzgan por suya prds pia la injuria con que ata las manos al poderoso, y le ticnen por enemigo comin de los necvsitados. Tam- bién es muy Gtil 4 la patria la liberalidad de redimir los cautivos y sacar 4 los ciudadanos de miseria: lo cual acredita con muchos ejemplos el célebre discur- so de Craso, que era antiguamente propio empleo de nuestro orden senatorio. Esta costumbre de hacer bien es la que yo antepongo 4 la profusién de las otras Gadivas: ésta es la propia de hombres serios y gran- des; y aquélla de lisonjeros dedicados 4 halagar con tales gustos la ligcreza de la muchedumbre. Importa mucho también ser magnificos para dar y ‘pada tiranos en cobrar; mostrarse afable y humano con los vecinos y confinantes en todos los contratos, sean ventas, Compras, alquileres 6 arrendamientos; ceder 4 otros en ocasiones parte de su derecho; y il- timamente desviarse de pleitos todo cuanto sea posi- ble, y estoy por decir aun mas de lo que se pueda. Porque ademas de ser propio de 4nimos generosos ce- der algo de su derecho, es también algunas veccs muy atil. Entre tanto, se ha de mirar por los biencs, que no es bueno dejarlos ir perdiendo; pero de un modo que no vengamos 4 caer en sospecha de ava- rientos y miserables; pues el fruto mayor de lari- queza consiste en poder uno ser generoso, sin menos- cabo de su patrimonio. Con razén también se hace Jenguas Teofrasto de la hospitalidad; porque es 4 mi entender mucha gloria que se franqueen las casas de Jos sujetos ilustres &los huéspedes esclarecidos; y asimismo es honor de la repiblica que los extranjeros experimenten en nuestros pueblos este género de li- beralidad. Y es también muy atil para los que puc- déa hacerlo con esplendor el tener favor y valimiento eB los reinos extraios por medio de sus huéspedes. LOS OFICIOS.—LIDRO TY. 3) fe Cimén, natural de Lacia, escribe el mismo Teo- frasto que se portaba con mucha generosidad en Atcnas con sus paisanos, y que tenia dada orden en sus granjas que 4 cualquiera Laciade que legase se Je suininistrase todo lo necesario CAPITULO XIX. Los Jurisconsultos pueden hacer bien 4 muchos, y mas fos oradores.—No se ha de ofender alos que no se pueda obligar. Los beneficios que no proceden de las riquezas, sino . de buenos oficios, parte son en favor de la republica en general, y parte en favor de los particulares. El dirigir 4 muchos, ayudarlos con el consejo, y aprove- charlos con esta especie de sabiduria, son otros tantos medios muy seguros de aumentar el crédito y las fa- cultades. Y asi, entre muchas singulares glorias de nuestros antepasados, es la principal la est:macién que siempre dieron dla ciencia é interpretacién del derecho civil tan sabiamente establecido. La cual mantuvieron en silos hombres mas principales y de mas doctrina, como posesién suya, antes de esta re- volucién de tiempos; pero ahora ya se ha olvidado el esplendor de esta facultad, como el de todos los em- pleos y dignidades; y esto con tanta mayor fealdad por haber acaecido en ocasién que la mantenia un var6n insigne, que no siendo nada inferior en nobleza ilos antepasados, 4 todos hacia grandes y conocidas ventajas en sabiduria. Estos, pues, son unos servicios muy agradables 4 todos, y muy 4 propésito para te- Wt, MARCO TULIO CICERGN. ner 4 los hombres obligados con ellos. La inmediata a ésta es la facultad de la elocuencia mds majestuosa, més benéfica y brillante. Porque jqué cosa mas exce- jente, asi por la admiracién de los que oyen, como por la esperanza de los necesitados, y por el agrade- cimiento de aquellos 4 quienes favorece? Y asi la die- ron nuestros mayores el lugar primero en los empleos dela toga. Son, pues, de grandisima extensién los beneficios y patrocinio de un hombre elocuente, afa- ble en su trabajo, y que segin las primitivas costum- bres toma 4 su cargo la defensa de muchas causas, sin dificultad y con desinterés. Aqui me estaba estimulando el mismo asunto & mezclar mis quejas por la intermisién que ha pade- cido la elocuencia, por no decir su total exterminio, si no pareciera que me quejaba de mi particular des- gracia. No obstante, vemos que olvidados los orado- res, han quedado esperanzas en muy pocos, en mu- chos menos talentos, y en muchisimos gran presun- cién. Mas puesto que no todos, ni aun muchos, pueden ser jurisconsultos & oradares, hay otros servicios con que pueden favorecer 4 los demas, ya pidiendo gra- cias por ellos, ya recomendando 4 los magistrados y jueces sus negocios, y ya velando por sus intereses, 6 rogando 4 los que pueden aconsejarlos 6 defender- Jos. Y asi la industria y actividad de los que se dedi- can 4 estos oficios gana mucho favor, y tiene muchi- - gimo en que emplearse. Mas no es menester amones- tarlos (por ser cosa bien Clara y manifiesta 4 todos) que tengan consideracién de no ofender 4 unos por favorecer & otros. Porque sucede muy frecuentemente que perjudican 4 quien no deben: cosa que si hacen sin saberlo, es descuido, y si con ciencia cierta, es temeridad. También es necesario, cuando se ha ofen- dido 4 otre contra toda nuestra intencidén, excusarse LOS OFICIOS.—LIBRO 1. 135 del modo posible, alegando la inevitable necesidad y que no se pudo obrar de otra suerte, y recompensar con otras obras y servicios la pasada ofensa. CAPITULO XX. Lcs beneficios casi siempre ssn interesados: fos grandes nd quieren quedar cbhiigados.—Dafios de las riquezas. Mas como en esto de favorecer & otros se mire co- manmente 4 las costumbres 6 4 la fortuna, es cosa | facil de decir, y asi se dice por lo comin, que se con- sidera en los servicios el mérito de los sujetos, y no sus riquezas. Muy bien dicho; pero al cabo, jquién es el que al hacer un beneficio no antepoue cl favor de un poderoso al motivo de un pobre, aunque sca el hombre mas de bien y virtuoso? Porque rogularmente sc inclina més nuestra voluntad 4 aquel sujeto de quien se promete mas facil y mas pronta remunera- cién. Mas abramos los ojos, y observeimos atenta- mente la naturalezu de las cosas. Aqu2l pobre. si es hombre de bicn, cuando no pyeda pagar el bencficio, se mostrard 410 menos agradecido. Porque dijo muy bien cualquiera que fuese: gue cl gue voleid el dinero, no le tiene, y el que le tiene, no le ha vuello; pero el agrade- cimiento aungue se haya vuello permanece, y en leniéndole, ya se cree que ha satisfecho el que le tiene. Mas los que se juzgan ricos, ilustres y afortunados, ni aun obligados quieren quedar al beneficio, antes creen quz hucen un gran favor cuando reciben aun- que sea cosa de importancia; porque sospechan que algun interés 6 esperanza incluye el servicio que 89 136 MARCO TULIO CICERON. les hace; y el haberse valido de patrocinio 6 nome brarse dependientes, esto lo sienten 4 par de muerte. Al contrario el pobre, como en cualquier favor juzga que no ha mirado 4 su fortuna el que le favorece, procura manifestarse agradecido, no sélo 4 quien le hizo el beneficio, sino 4 todos aquellos en quienes funda igual esperanza, porque 4 todos ha menester. Y si alguna vez 61 ha tenido proporcién de servir en algo, tan lejos esta de ponderar el beneficio, que an- tes le disminuye. Hase de considerar también que cuando se sirve 4 un poderoso afortunado, en él solo, 6 cuando mas en sus hijos, queda e] agradecimiento; pero cuando se hace bien 4 un menesteroso, hombre ‘de bien y modesto, todos los que son como 6&1 (que suele haber muchos en el pueblo), miran en el que lo hace su amparo y proteccién. Por cuyas razones soy de parecer que son mejor colocados los beneficios en los virtuosos y honestos, que en los poderosos. No obstante, 4 todos hemos de procurar satisfacer Mas si llegase el caso 4 terminos de competencia, si- gamos el] ejemplo de Temistocles, que habiéndole preguntado con quién colocaria de mejor gana una hija suya, con un hombre de bien pobre, 6 con un rico de no tan buen crédito, respondié: Yo mds guiero hombre sin dinero, que dinero sin hombre. Puro este en- canto de las riquezas ha echado 4 perder y corrom- pido las costumbres: cuya abundancia, jqué nos im- porta 4 cada uno en particular? Seran de provecho cuando més 4 aquel que las posee, y esto no siempre; pero demos que lo sean, él sera ciertamente mas afor- tunado; pero jserd mas virtuoso? Mas si el rico fuere también bueno, no sean sus haberes impedimento para servirle, con tal que no sean el motivo; y en todo caso deberd hacerse juicio de lo que él es en si, y no de lo que tienc. Finalmente, sea la altima rogla de LOS OFICIOS.—LIBRO It. 137 Jos beneficios, que en nada nos empefiemos contra la equidad ni con agravio de otro; porque,el fundamento de una perfecta recomendaci6n y crédito es la justi- cia, sin la cual nada es digno de alabanza. CAPITULO XXI. Mo se ha de tocar a los bienes de los particalares: no Imponcr tributes sin gran neces:dad; y mantener ta abundancia. Después de haber hablado de aquella especie de be- ueficios que pertenecen 4 los particulares, pasemos 4 tratar de los que se dirigen al comtn y 4 Ja reptblica. De estos unos Se refieren 4 todos los ciudadanos, y otros 4 cada uno en particular, que son Jos mas agra- dables. Homos de procurar abrazar, si podemos, am- bos objetos; pero de modo que no nos lleven menos atencién los particulares, y que el fin sea aprovechar 641o menos no perjudicar 4 Ja republica. Eran exor- bitantes los donativos de frutos de C. Graco, y asi empobrecia al crario: los de M. Octavio, mas modera- dos, eran tolerables para Ja repablica, y necesarios al pucblo: de este modo fueron a un tiempo tiles 4 los ciudadanos y 4 la patria. En primer lugar ha de cui- dar el que gobicrna un Estado de que cada ciudadano posea lo suyo, y que no padezcan detrimento los bie- nes de los particulares bajo el pretexto de utilidad pablica. Fué muy perjudicial aquella maxima de Fi- lipo en su tribunado cuando promulg6 la ley agraria, la que facilmente permitié que no se recibiese, y en esto se mostré muy moderado; pero en su discurso, entre muchas proposiciones muy favorables al pucblo, profirié una muy perjudicial, y fue: que no habia en lg 138 MARCO TULIO CICERON. repiblica dos mil hombres que luviesen bienes propios: e& PresiOn sediciosa, y dirigida 4 igualar las hacivndas, que era el mas grave perjuicio que podia introducir- se. Porque las ciudades y repablicas fueron fundadas Por causa de conservar la propiedad. Pues aunque se juntaban los hombres siguiendo su natural sociable, no obstante buscaban lus resguardos de las ciudades Con la espyranza de asegurar sus propios bienes. Este mismo principio reclama también contra los nuevos impuestos (que eran muy frecuentes en los tiempos antiguos por las cortas facuitades del erario y las continuas guerras), los cuales deben precaverse muy de antemano. Y si alguna repablica se ballare en necesidad de imponer tributos (cuya fatalidad mas quiero anunciar 4 otra que 4 mi patria, aunque hablo de todas en gencral), se ha de procurar que todos en- tiendan que si no quicren perecer, han de sujctarse 4 la necesidad. Del mismo modo han de atender los que gobiernan 4 la provisién de las cosas necesarias para vivir, las cuales no tengo por neccsario especificar ahora, porque son bien sabidas; solo he querido tocar de paso este lugar. Mas lo principal en cualquier go- bierno 6 cargo pablico es huir hasta la sospecha mas minima de avaricia. «jOjala, decta C. Poncio Sainnita, que la fortuna me reservase para aquellos tiempos en que abran los Romanos la mano 4 los presentes, si Jahan de abrir algun dia! No sufriria yo por mucho tiempo su dominio.» En verdad que habia de haber vi- vido muchos siglos. Porque ha poco tiempo que se in- trodujo este mal en nuestra repUblica. Y asi mejor es que no viva en nuestros dias un hombre tan poderoso como C. Poncio. Todavia no ha ciento y diez afios que promulg6 L. Pisén Ja primera ley sobre los cohechos. Pcro despues se han establecido tantas (y las mis mo- ernas mds fucrtes); han sido tantos los reos y tantos LOS OFICIOS.—LIBRO I. 189 Jos que han salido condenados en este juicio; se ha encendido tan cruel guerra en Italia por miedo de las causas (1); tantas y tales han sido Jas exacciones in- justas y latrocinios en los aliados por desprecio de las leyes, que ya no dominamos por nuestro valor, sino vor la debilidad y miseria de los demas pueblos. CAPITULO XXII. Ejemptos de desinterés, que es una virtud muy faudable: daiios de usurpar los bienes ajenos. Alaba al Africano Panecio por su desinterés: digna alaLanza; pero las merecia mayores. Porque este elo- gio dcl desinterés no era tan propio suyo, como de aquellos tiempos. Paulo Emilio se apoderé de todo el tesoro de Macedonia, que era de inestimable valor; y en tal grado se aumentaron los caudales del erario, que con la presa sola de este Gencral cesaron todos los tributos; de cuya riqueza no llev6 otra cosa 4 su casa que una memoria eterna de su nombre Imité 4 su pa- dre Africano, nada mds opulento con la ruina de Car- iago. Y su compafiero en la Censura L. Mumio, ;fué por ventura ms rico después de haber reducido & cc- nizas una ciudad muy opulenta? (2). Quiso mas ver & @) Esta guerra se tlamé también social, emprendida por al- gos principalmente porane no les pusiesen en juicios de coe bechos. Q) Corinto, 41a cual cespojé de las estatuas y pinturas, con que adorné 4 la Italia. Era esta Mumio hombre tan -zafio y tan poco curioso dé estas cosas, que habiendo mandado Hevar & Italia estatuas y pinturas originales muy erquisitas, intim6 4 los con- ductores, que ai le perdian algunas, te habiau de dar otras nuevas : : : : , 3 140 MARCO TULIO CICERSN. su patria ennoblecida que 4 su casa: aunque honrada laltalia me parecen mis ilustres los timbres desu casa. No hay, pues, vicio més feo (volviendo 4 nues- tro propdsito) que la avaricia, especialmente en los que gobiernan la repiblica, de cuyos cargos honro- sos el hacer comercio no sélo es una nota vergon- zosa, sino que es un delito abominable. Y asi, aquel ordéculo de Apolo Pitio, que ninguna otra cosa des- truiria 4 Esparta més que la avaricia, creo yo que es prediccién no s6lo para Lacedemonia, sino para todos Jos pueblos opulentos. Al contrario, por ningiin me- dio pueden los que gobiernan conciliarse con mas fa- cilidad el amor de la muchedumbre, que por un gc- neroso desinterés. Mas los que pretenden ganar la aceptacién del pueblo, y por este motivo 6 intentan, leyes agrariag con que desfojar 4 los poseedores de sus bienes, 6 ha~ cen por donde se perdonen las deudas 4 los que las hayan contraido; éstos tiran 4 derribar los mas firmes fundamentos de la repiblica: en primer lugar, la concordia, que no puede subsistir cuando 4 unos se usurpan sus haberes y 4 otros se perdonan las deu- das; después la justicia, que enteramente se destruye, si no se procura mantener 4 cada uno en la propiedad de sus bienes; siendo Jo principal (como arriba he di- cho) del estado de una ciudad que sea libre, franca, nada solicita, ni peligrosa la propiedad y posesién de los biencs 4 todo ciudadano. Y es mas, que con este perjuicio de la republica aun no consiguen el favor que pretenden; porque en aquel 4 quien quitan co- bran un enemigo, y aquel 4 quien han dado Jo disi- mula y calla; especialmente todo deudor perdonado oeulta su goz0, por no confesar que no estaba en dis- posicidn de poder pagar. Pero el agraviado no olvida lg injusticia, y lleva sicmore delante su resentimien- LOS OFICTOS.—LIBRO It. 141 to, Ni vienen tampoco 4 ser més bien quistos porque sea mayor el nimero de los que han Jevantado injus- tamente que el de aquellos 4 quienes han usurpado con iniquidad; pucs en estos casos no se juzga por el nimero, sino por la gravedad del negocio. &Y qué justicia hay para que uno que nada tiene éntre en posesién de una heredad poseida muchos afios, y aun muchos siglos antes, y se quede sin ella su legitimo poseedor? CAPITULO XXiM. La Injusticia es Ia ruina de los Esta'os. — Alabanza de Arato.—Precauciones acerca de Jas deudas. Por esta especie de injusticia echaron los Lacedc- monios de su ciudad 4 su eforo Lisandro, y dieron muerte alrey Agis, cosa nunca oida entre ellos hasta entonees. Desde cuyo tiempo empezaron tantas dis- cordias y sediciones, que se levantaron tiranos, fuc- ron destruidos los hombres principales, y quedé ente- ramente arruinada una repiiblica fundada con maxi- mas muy sabias de gobierno; y no sdlo se arruinéd ella, sino que cundiendo este contagio que empezé en Lacedemonia, se extendié por todas las demas ciuda~ des de la Grecia. Mas ypara qué salimos de la nuestra? 2Quién perdié 4 nuestros Gracos, los hijos de aquel insigne varén Tiberio Graco y nietos de Africano, sino sus alborotds y empefios por Jas leyes agrarias? Es acreedor Arato Sicionio 4 inmortales elogios: el cual viendo gemir 4 su patria bajo la larga opresién de los tiranes que la dominaban por espacio de cin: 143 MARCO TULIO CICERGN. cuenta aiios, salié de Argos para Sicién, y entrando clandestinamente en ella se apoderé de la ciudad. Y habiendo sorprendido de improviso al tirano Nico- cles, hizo volver 4 la ciudad 4 seiscientos desterrados que habian sido de los mas ricos, y restituy6 con su venida la libertad 41a patria. Pero advirtiendo gran dificultad en los bienes y posesiones, y teniendo por iniquidad que viviesen pobres aquellos 4 quienes ha- bia restituido, cuyas posesiones estaban ya ocupadas por otros; y pareciéndole también que no era puesto en razén remover de ellas 4 los que por espacio de cincuenta aiios las tenian, y més porque en el dis- curso de tanto tiempo se poseian muchas sin injusti- cia, unas por herencias, otras por ventas y aun por dotes, juzgé por conveniente no quitarles 4 éstos lo que tenian, ni dejar de satisfaccr 4 los primitivos duefios de las posesiones. Viendo, pues, que para artreglarlo todo era menester gran cantidad de dine- ro, les dijo cémo le precisaba disponer su viaje para Alejandria, y los mandé que 4 nada tocasen hasta que él volviese. En efecto, con gran prisa se fué 4 ver a&su huésped antiguo Tolemeo, que reinaba el se- gundo en Egipto después de la fundacién de Alejan- dria; y habiéndole manifestado sus deseos de restituir la libertad 4 su patria, junto con los motivos que le movian, alcanzé facilmente un hombre tan grande de tan poderoso monarca que le ayudase con gran suma de dinero. Volvié con ella & Sicién, y aconsejandose con quince sujetos de los mis principales, que Je in- formaron de la situacién, asi de los actuales como de Jos primeros poseedores; y valuadas las posesiones, hizo de modo que los unos se persuadiesen & ceder el derec= de ellas, tomando en compensacién dinero; y que otros tuviesen por mejor que se les diese de Gontado . valor, que no recobrar lo que era suyo. ¥ LO$ OFIcIos.—1.mRo tt, 143 asi Jogré establecer le concordia, sin que nadie quee dase gucjoso. jOn magnanimo varén, digno de haber nacido en nuestra Roma! Este es el modo de portarse con los ciudadanos, y no Jevantar la pica (como hemos visto ya dos veccs) en medio dela plaza y publicar sus bie- nes 4 voz de pregonero. A todos juzgé aquel Griego que debia atender; digna prudencia de un hombre sabio y magnanimo. Este es €] porte, esta es la ver--™ dadcra ciencia de un buen ciudadano; no destruir los intereses de los demas, sino medirlos 4 todos por una misma medida. ;Qué! jhabitar yo de balde en casa ajena’ ;Cémo es esto? {Que yo compre, que edifique, que guarde, que gaste mis caudales, y que venga otro 4 disfrutarlo contra mi voluntad? ;Qué diferencia hay entre quitarle 4 uno lo que es suyo y dar 4 otro Jo ajeno? ZY qué otro fin es el dc estas nuevas leyes, sino que uno compre heredades con mi dinero, quo jas posea y que yo me esté sin ello? . CAPITULO XXI¥. Precauciones para que no haya deudas perjudiciales 4 ta rae pibiica.—Medios de conservar la salud y fa hacienda. Por lo cual se ha de poner gran cuidado en que no haya deudas que perjudiquen al coma; y esto puede evitarse por muchos caminos, no de manera que si las hubiere pierdan los ricos lo siyo y lucren los deudores lo ajeno. Porque e] mas fuerte escudo de una repablica es la fidelidad, y ésta no puede subsis- tir en no siendo precisa la paga de lo que se ha fiado. baa MAY UY Ua WUINe Jamas ha habido mis obstinado empeiio por no pagar que en mi consulado. Toda especie de gentes, de to- das condiciones y estados, lo pretendian con las ar- mas en la mano; pero los resisti yo de modo que s¢ liberté la repiblica de tan grave dafio. Nunca han sido en mayor nfmero ni mayores las deudas, ui nunca se ha logrado mejor satisfaccién ni con mas fa- Cilidad. Porque perdida la esperanza de defraudar, se ‘siguié la precisién de pagar puntualmente. Mas este nuestro vencedor, vencido entonces (1), ha Nevado sus intenciones al cabo en un tiempo en que ya no tenia que esperar utilidad alguna (2); y ha sido tal su inc!i- nacién 4 obrar mal, que se ha gozado en sus depra- vadas acciones, aun cuando no ha tenido en ellas in- terés particular. Deben, pues, abstenerse los que go biernan el Estado de esta especie de liberalidad, de dar 4 unos y usurpar 4 otros, y en especial procurarin poner igualmente bajo la proteccién de las leyes los Dienes de todos-los ciudadanos, de manera que ni los mas pobres sean oprimidos por su fiaqueza, ni 4 los poderosos estorbe la envidia para recobrar 6 conser- var sus haciendas. Ademés estdn obligados 4 aumen- tar por cuantos medios sean practicables la repi- blica en dominios, tierras y rentas. Estos son emplcos de hombres verdaceramente grandes; en estos se de3- velaban nuestros antepasados. ¥ los que se dediquen (1) Oprimida la conjuracién de Catilina, en la que se dijo que César tuvo parte; porque él también, estando muy cargado de Geudasen aquel tiempo, bugcaba en las novedades salida de sud @puros, . 42) Mstando él en le mayor abundancia, apoderado de todo y sia motivo ya de defraudar 4 los demds, con todo eso por causa de Sas amigos, que estaban Henos de deudas, defraudd 4 los acree- dores por un decreto suyo de la cuarta parte de los eréditcs. Ast do roflere Suetonio, cap. xmz, LO$ OFICIOS.~ LIBRO It. 145 4 esta especie de beneficios, conseguirin mucha esti maci6n y crédito, junto con muy conocidas ventajas de su patria. Mas en estos preceptos de las utilidades juzga An- tipatro Tirio, fildsofo estoico (que poco ha murié en Atenas), que se olvidé de dos Panecio, y son el cui- dado de Ja salud y de la hacienda (1). Los cuales creo yo que omitiria este gran fildsofo por ser tan obvios, aunque ciertamente son dos causas utiles. La buena salud se conserva conociendo cada uno su complee xién y observando qué cosas le hacen daiio y cuales provecho, y también con la moderacién eu la comida y trato del cuerpo, dirigido sdlo 4 conservarle con huir de los deleites, y Gitimamente con el arte de aquellos 4 cuya Ciencia pertenecen estas cosas. Por Jo que toca 4 la hacienda, ésta se ha de adquirir por medios honestos; se ha de conservar con e) cuidado y parsimonia, y acrecentar del misino modo. Xeno- fonte, discipulo de Sdcrates, traté6 muy de propésito esta materia en su libro intitulado Econdmico, el cual traduje yo del griego en latin cuando tenia la misina edad que ti ahora, con corta diferencia. (1) Los estoicos contavan 4 la salud y al dinero entre las co- moxtidades de la vida, aunque no entre los bienes; y por tanto, creian qué se podian dar preceptos del cuidado de entramuas cosas. TOM) IV. wn CAPITULO XXV. €omparacién de los bienes de! cuerpo con los externos, Pero muchas veces es necesario comparar las utili- dades, que es el cuarto punto que omitié Panecio. Sue- len compararse las comodidades del cuerpo con las exteriores, 6 éstas con aquéllas, 6 las del cuerpo entre si mismas, 6 también las externas con las externas. Las del cuerpo.con las exteriores se comparan de esta manera: estar bueno es mejor que ser rico. Las ex ternas con las del cuerpo, asi: mejor es ser podercso, que tener muchas fuerzas. Las del cuerpo entre si mismas: la buena salud se debe anteponer al deleite, y las fuerzas 4 la ligereza. Asimismo las externas; la gloria es preferible 4 las riquezas; las rentas de la ciu- dad 4 las de la campafia. A esta comparacién puede referirse lo que dijo el viejo Catén, cuando pregun- tado cual era la mejor hacienda, respondié: «Tener y apacentar muchos ganados.—jY la segunda?—Apa- centarlos con bastante conveniencia.—jY la tercera? —Criarlos con escasez.—j¥ la cuarta?—Arar.» Y como instase el que le preguntaba, diciendo: «j¥ el dar su dinero 4 usura?» replicé Catén: «jY el matar 4 un hombre?» De lo cual, y de otros muchos ejemplos, s@ deduce que, 4 veces, suelen compararse las utilida- des, y que va bien colocado en este lugar este cuarto examen en orden 4 las obligaciones. Mas toda esta materia de adquirir y emplear el dinero, mejor 1a saben tratar (jasi ensefiaran 4 hacer uso de él!) aquee 1.08 OFICIOS.—LIBRO IY. 147 Nos grandes y muy diestros usureros que tlenen su puesto en medio de la plazuela de Jano, que todos los filésofos en sus escuelas. No obstante, debe tam- bién saberse, porque pertenece 4 la utilidad de que tratamos en este libro. Lo restante ve-emos en ej tercera. Ree = eee

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