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LIBRO SEGUNDS ARGUMENTO, £n este segundo libro trata Cicerén de lo util que es la Segunda Parte de eate Tratado, lo cual enseiia que es inseparable de lo honesto, Pero como no se puede procurar aquello que es «til sino por los servicios que se hacen los hombres unos 4 otros, prescribe los medios de ganar los corazones y de hacerlos con- currir 4 nuestra felicidad. Estos medios consisten en ser verda- deramente justos. sabios, fuertes y moderados. Conciuye exa- minando las varias comparaciones que pueden ocurrir entre dos cosas titiles, y dice que 4 la mAs itil ae le dé Ja preferencia, pero con tal que no desdiga ni se aparte de la honestidad, pues de otro modo, conforme 4 estos principios, no seria til CAPITULO PRIMERO. La filosofia es el unico consuelo de Cicerdn. Ya me parece, hijo mio Marco, te he explicado con bastante claridad en el libro anterior cé6mo proceden las obligaciones de lo honesto, y de cada una de las virtudes. Siguese tratar ahora de aquel género de obligaciones que pertenecen ai porte de la vida y é la posesiOn de aquellos bienes que necesita el hombre, como son las riquezas y el poder. Acerca de lo cual dije arriba, que no sdlo se examinaba lo que es til y lo que no lo es; sino también entre dos cosas ftiles, TOMO IV 7 98 MARCO TULIO croends. cual es la mis util, 6 cudl Jo es por excclencta. Rm- pezaré, pucs, 4 tratar de esta materia abriendome el camino primero con explicar mi modo de pensar y los motivos de emprenderla. Porque aunque muchos de mis libros han inspirado 4 otros, no solamente la aficién 4 leer, sino también el gusto de escribir; con todo eso me recelo que algunos, por otra parte hom- bres de bien, miren con malos ojos este nombre cde filosofia (1), maravillandose de que yo emplee en ella tanto tiempo y trabajo. Pero han de saber que cuando se gobernaba la repiblica por aquellos 4 quienes se habia ella niismia entregado, no tenian otro fin mis pensamientos y cuidados que su servicio; mas des- pués que todo se redujo 4 Ia dominacién de uno solo (2), que no tuvo més lugar el consejo y la auto- tidad, y que perdi aqucllos nobles companeros que me ayudaban & mantenerla, no me quise entregar Gel todo 4 mis pesares, que hubieran acabado con- inigo 4 no haberme armado de fortaleza, ni tampoco 4 los deleites indignos de un hombre de talénto. Pluguiera al cielo que la repiblica se mantuviera en su primitiva forma, y no cayera en manos de hombres, no tan deseosos de mudarla (3) como de acabar con ella. Entonces si que lo primero, como solia hacer cuando se mantenia en pie, emplearia yo mi trabajo en obrar, no en escribir; y escribiria, no tomo ahora tratados de moral, sino mis oraciones, (1) Cuando estaba la repiblica en sa mayor auge no se dedica- ban mucho los Romanos 4 la filosofia. Los Griegos eran los que tenian esta profesion. @ C. Jutio César, & cuya autoridad se veian precisados & obe- decer en todo. (3) Sile, César y log Triumviros aparentaban mudar la forma de la republica; pero en realidad no tiraban 4 reformerld, sino & destruirla, LOS OFICIOS —LIBRO It. 99 €omo ya hicé otras veces. Pero hoy que no hay rep’1- blica, por quien yo sacrificaba mis desvelos, mis ta- lentos y mi trabajo, call6 también mi pluma los asun- tos forenses y del senado. Mas como el animo habituado desde mis primeros aiios 4 estos estudios no pudiese estar ocioso, juzgué que el medio més honesto de dar treguas al senti- miento era volverme 4 la filosofia; en cuyo estudio habiendo gastado mucho tiempo de mijuventud por aprenderla, después que comencé la carrera de los empleos, y me entregué del todo 4 la repablica, sdlo tenia lugar para el.a en aquellos ratos que me dejaban sus negocios $ los de los amigos, los cuales empleaba en leer, sin tener tiempo para escribir. CaPiTULO IL Conviene sacar algin provecho de los males: alabanzas de ja filosofia: sistema de los académicos. No obstante, de tan graves males creo haber sacado este bien, de escribir unos asuntos no muy sabidos de nuestros Romanos, y muy dignos de saberse. Porque iqué bien, joh Dios! més digno de ser buscado, mas noble, mas util, més digno del hombre que la sabi- duria? Dase nombre de filésofos 4 los que estudian, y 4la verdad no quiere decir otra cosa filosofia (si va- nos @ interpretarlo) que estudio de la sabiduria. La cual, segiin la definicién de los antiguos, es la cien- cia de las cosas divinas y humanas, y de las causas de que proceden, cuyo estudio, el que le reprueba, yo no sé por cierto qué juzgara digno de alabanza. 4 ico Marco TULIO CICERON. Porque 6 bien se busque el recreo del animo y des eanso de otros cuidados, jcudl puede ser comparable con el estudio de aquellos que estin siempre emplea- dos en la investigacién de asuntos tiles al provechc y felicidad de la vida. Para fortificar el valor y la vir. tud, 6 se acude 4 la filosofia, 6 no hay arte que ayude nuestros esfuerzos; y decir que no hay arte para las v grandes cosas, habiéndvlo para las mas pequefias. seria hablar con sobrada ligerera y equivocarse er capital asunto. Admitido que hay reglas para llegar é Ja virtud, como encontrarlas fuera de Ja filosofia: Verdades son éstas en que insisto al exhortar 4 lu: hombres 4 Ja filosofia, y asi lo hice en otra obra, limi- téndome ahora 4 declarar por qué, cuando me cerra- ron la carrera politica, volvi con preferencia 4 estos estudios. Pero aqui me salen al paso, y esto hombres de eru- dicién y doctrina, preguntindome si yo guardo bas: tante consecuencia, que habiendo asentado que nadt se sabe con certeza (1), trato otras veces de varios asuntos, y al presente doy preceptos de las obliga: ciones. Los cuales quisiera yo penetraran mi mod¢ de pensar: porque no soy de aquellos cuyo anim anda siempre vago de unas en otras opiniones sin te ner norte fijo. ;Quée 4nimo ni pensamiento, 6 por me jor decir, qué vida seria la nuestra quitado el métodc no s6lo de la disputa, sino aun el de arreglar el mod¢ de vivir? El hecho es, que asi como algunos estable- cen ser unas cosas Ciertas (2) y otras inciertas; asi yo (1) El alma de esta sentencia es que nada se puede comprender ni saber, ni afirmar de cierto; pero Cicerén era de la escuela d los académicos antiguos, que fueron mfs moderados, y asi admi tia lo provable. (2) Los dogmaticos, que admitian lo cierto, y decian que esti Se podia alcanzar por la nota 6 seal propia de lo verdadero. ico Manco TuLio cicERdéN. Porque 6 bien se busque el recreo del animo y des- eanso de otros cuidados, jcuél puede ser comparable con el estudio de aquellos que estin siempre emplea- dos en la investigacién de asuntos fitiles al provecho y felicidad de la vida. Para fortificar el valor y la vir- tud, 6 se acude 4 la filosofia, 6 no hay arte que ayude nuestros esfuerzos; y decir que no hay arte para las grandes cosas, habiéndolo para las mas pequejias, seria hablar con sobrada ligerera y equivocarse en capital asunto. Admitido que hay reglas para llegar 4 la virtud, ;como encontrarlas fuera de la filosofia? ‘Verdades son éstus en que insisto al exhortar 4 los hombres 4 la filosofia, y asi lo hice en otra obra, limi- tandome ahora 4 declarar por qué, cuando me cerra- ron la carrera politica, volvi con preferencia 4 estos estudios. Pero aqui me salen al paso, y esto hombres de eru- dicidn y doctrina, preguntindome si yo guardo bas- tante consecuencia, que habiendo asentado que nada se sabe con certeza (1), trato otras veces de varios asuntos, y al presente doy preceptos de las obliga- ciones. Los cuales quisiera yo penetraran mi modo de pensar: porque no soy de aquellos cuyo 4nimo anda siempre vago de unas en otras opiniones sin te- ner norte fijo. ;Que 4nimo ni pensamiento, 6 por me- jor decir, qué vida seria la nuestra quitado el método no s6lo de Ja disputa, sino aun el de arreglar e] modo de vivir? El hecho es, que asi como algunos estable- cen ser unas cosas Ciertas (2) y otras inciertas; asi yo, (4) El alma de esta sentencia es que nada se puede somprender, ni saber, ni afirmar de cierto; pero Cicerén era de la escuela de Jos académicos antiguos, que fueron més moderados, y asi admi- tia lo probable. (2) Los doymaticos, que admitian lo cierto, y decian que esto 8 podia alcanzar por la note 6 sefial propia de lo verdadera. LO8 OFICIOS.—LIBRO 1. wi apartindome de su opinién, digo que unas son pro- bables y otras no lo son (1). 2Qué impedimento, pues, hay para que yo siga aque- {lo que me parece probable, y no adopte lo contrario; y evitando la arrogancia de afirmarlo todo, huya de ‘a temeridad, que tanto se opone 4 la sabiduria? Los juestros disputan contra todos los argumentos, por- jue no puede darse 4 mostrar lo probable, si no se jonfrontan las razones por una y otra parte. Mas ssto creo que esta bastantemente explicado en mis suestiones académicas. No obstante. hijo mio Marco, wunque te estas formando en la mas antiguay mds :elebre filosofid, bajo la conducta y educacién de sratipo, varén muy semejante 4 sus primeros inven-- ores, no he querido dejar de instruirte en estos prin- ipios mios, que no se diferencian mucho de log uestros. Mas volvamos ya 4 nuestro propésito. CAPITULO TIL. edo fo que sea honesto es también itil: estas dos cosas son inseparabtes: utilidades de ta sociedad. Habiendo sefialado ya cinco partes del tratado de sobligaciones, dos pertenecientes al decoro y 4 la ynestidad; dos a las conveniencias de la vida, abup- mcia, poder y riquezas, y la quinta al juicio de la eccién, si alguna vez parece que repugnan entre si 4) En las mismas cosas probables admitian sus grados, de ido que unas cosas fuesen mas probables que otras; pero decian eeran tantas las sutilezas y falacias que resultaban de la coms racion y semejanza do unag cosas con otras. gue nada 86 are wa adrmay, 192 MARCO TULIO CICERON. Jo Gtil y lo honesto, he concluido Ja parte de la ho nestidad, de que deseo hayas adquirido un conoci- miento pleno, y paso ahora 4 tratarde lo que Nama- mos fitil. Acerca de lo cual se han desviado del ca- mino verdadero las costumbres corrompidas, y han llegado sin sentir 4 tales términos que, separando lo itil de lo honesto, han querido establecer que alguna cosa podia ser honesta sin ser también Atil, y que se ? hallaba asimismo alguna &til que no fuese honesta, que es el error més perjudiciat que ha podido intro- ducirse en la vida humana. Los fildsofos de mas auto- ridad (1) distinguen estas tres causas confusas entre si, pero sdlo con el pensamiento, sin ofender en nada ni & la naturaleza de lo honesto, ni 41a severidad de su doctrina; estableciendo que todo lo que es justo, es también &til; y asimismo, que todo lo que es honesto, es justo; de donde se concluye que todo lo que es honesto, es también Util. Mas los que no conocen bien esta verdad, se dejan preocupar de algunos hombres artificiosos y astutos, y califican 4 la malicia de sabi- duria. A los cuales es necesario sacar de su. error y hacerlos creer que podran legar al cabo de sus deseos por consejos honestos y acciones justas, y no por frau- des y dobleces. De las cosas necesarias 4 Ia conservacién de la vida humana, unas son inanimadas (2), como el oro, la “@) Los meyores filésofos. esto es, aquellos que lo miden todo por la regla de la honestidad, distinguen con el pensamiento las nociones de lo titil, de lo honesto y de lo justo, que en realidad y por su misma naturaleza no pueden separarse, y arguyen de eata manera: lo que es justo es titil, lo que es honesto es justo; luego lo que es honesto es til. Este argumento fuera de ninguna fuerza si las tres nociones no se distinguieran con el entendimiento; pero de esto no ge puede argtir que por nataraleza ee distingan. @) Divide las cosas utiles en sus géneros, y después enseiis Qe todo Je vions al hombre por ¢l hombre. LOS OFICIOS.—LiBRO I. 103 plata, los frutos de la tierra y otras semejantes; otras son animadas, que tienen sus impetus y pasiones, De estas mismas, unas son participantes de razdn y otras son irracionales, como son los caballos, los bucyes, las demas bestias y las abejas, cuyo trabajo contri- buye, con alguna utilidad, 41a vida de los hombres. De las participantes de razén se distinguen dos espe- cies, una de Dioses y otra de hombres: la proteccién de los Dioses se merece con la reverencia y santidad; y después, inmediatamente, quien puede scr 4 Jos hombres de mas utilidad, son los hombres mismos. La misma divisién se hace de las cosas datiosas y per- judiciales; mas por cuanto no se cree que los Diosca ofendan ni perjudiquen 4 nadie, exceptuando 4 ellos, Jos hombres son los que mas daiio pucden acarrearse asi mismos. Y en efecto, Jas mas de Jas cosas inani- madas son obra de Ja industria y trabajo de Jos hom- bres, las cuales no tuviéramos si los hombres no hu- pierfin empleado en ellas las manos y cl arte, ni po- driamos aprovecharnos de suuso si el hombre no fomara este cuidado. Pues no habria medicina, ni na- vegacién, ni agricultura, ni acopio y conservacién de Jas mieses y demas frutos sin el trabajo y aplicacién de los hombres. Tampoco tendriamos ni extraccioncs de aquellos géneros de que nuestros paises abundan, ni introduccién de otros de que carecemos, si los hombres no se aplicasen 4 estos oficios; y por la mis- ma raz6n ni se abririan canteras para sacar la picdra necesaria para nuestros usos, ni mineros de donde se sacase cl hierro, cl bronce, el oro y la plata escondi- dos en las entranas de la tierra. 104 MARCO TULIO CICERON CAPITULO IV Utilidades del trabajo de los otros: ventajas de fa sociedad. Pues las habitaciones, para repararse contra los ri- gorosos frios y para resguardarse de los calores exce- sivos, jeé6mo hubieran podido ni levantarse al princi- pio, ni reedificarse después, si por una tempestad, 6 un temblor de tierra, 6 por su antigiiedad viniesen & derribarse, si la sociedad comin no hubiera ensefiado 4 pedir estos auxilios 4 los mismos hombres? Los con- ductos de las aguas, las derivaciones de Ios rfos, los riegos de los campos, los diques, las presas 6 muelles opuestos 4 las aguas, y la fabrica de los puertos, pre- gunto, jde dénde nos vendrian sin la industria ygtra- bajo de los hombres? De lo cual, y de otras muchas pruebas, se convence con evidencia que no podria~ mos disfrutar de las comodidades y provechos que las cosas inanimadas producen sin el arte é industria de nuestras propias manos. ¥ de las bestias, ;qué fruto ni utilidad sacariamos si no nos ayudaran los hom- bres? Porque los que primero hallaron qué uso se po.lia hacer de cada uno de los animales, fueron cier- taimente los hombres; y tampoco podriamos ahora, sin el trabajo de ellos, ni alimentarlos, ni domartos, nj conservarlos, ni emplearlos 4 tiempo oportuno de que nos puedan servir; siendo ellos también quienes matan los que son dafiosos y quienes buscan los que son ttiles y nos pueden ser de provecho. Mas ypara qué es ir haciendo menuda expresién Ge lag innumerables artes, sin las cuales absoluta- LOS OFICIOS.—LIBRO It. 105 mente no se podria vivir sin infelicidad y miseria? iQuién curaria los enfermos? jCuél seria el justo di- vertimiento de la buena salud? jCual el trato y porte de la vida, si tantas artes no nos lo suministraran, con cuyas prerrogativas, cultivada la vida de los hom- bres, se diferencia tanto del modo de vivir de los irra- cionales? ‘lampoco las ciudades podrian edificarse, ni ser frecuentadas, sin la unidn de los hombres; de donde ha provenido la constitucidn de leyes y cos- tumbres, la igual prescripcién de derechos, y la disci” plina y el arreglo cierto de vivir; 4 que sc ha seguido la mansedumbre de los animos, cl resp to y pudor, y se han dado 4 la vida mayores resguardos, llegando 4 estado de que, dando, recibiendo y trocando nuestras facultades, no nos falte nada. CAPITULO V. Nada puede ser mas perjuatcial al hombre que e! hombre mismo: arte de hacer 4 los hombres dtiles a ta 80- ciedad. . Mas en este punto me alargo ya mas de lo que es menester. Porque jquién no ve 4 primera vista lo que refiere prolijamente Panecio, es a saber, que sin el concurso de los hombres ningfn gencral en la gue- rra, ni hombre de estado en la paz hubiera s:do capaz de ejecutar hazaiias tan tiles y esclarecidas? Hace mencién de Temistocles, de Pericles, de Ciru, de Age- 3ilao y Alejandro, los cuales jamés se hubieran sefa- iado en tan ilustres hechos sin la ayuda de los otros hombres; valiéndose de testimonios y autoridades su 10e MARCO TULIO CICERON. perfluas en un asunto tan claro. Mas asi como conse- guimos grandes ventajas por la unién y concurso de los hombres, asi fambién no hay mal tan pernicioso que al hombre no le venga por el hombre. Hay un li- bro de Dicearco, insigne y elocuente peripatético, so- bre la muerte de los hombres; en el cual, recopilando las causas de inundaciones, pestcs, asolaciones, irrup- ciones repentinas de fieras, cuya violencia algunas veces ha arrasado pueblos y regiones entcras, com- para después y hace reflexid6n cuanto mayor namero de gente ha destruido el impetu de los hombres con guerras y sediciones civiles, que los que han perecido por todas las demas plagas y calamidadcs. Mas pues este punto no admite alguna duda que pueden acarrearse muchos provechos, y también da- Hos muy graves unos hombres 4 otros, juzgo que debe ser el primer empefio de la virtud reducirlos 4 concu. trir, y hacerlos utiles 4Ja sociedad comun. Las ven. tajas que pueden resultar 4 la vida del hombre de los seres inanimados, y del empleo y uso de los anima- les, consiste en las artes de industria y trabajo; mas ei hacer prontas y dispucstas 4 nuestros aumentos las inclinaciones de los hombres, es efecto de la sabi- duria y virtud de los talentos y genios superiores. Porque la virtud consiste principalmente en tres co- sas: la primera en conocer la naturaleza esencial de Jas cosas, sus relaciones y propiedades, sus causas y sus efectos: la segunda en refrenar los movimientos del énimo desconcertados, que Maman los Griegos xditn, y hacer obedientcs 4 la razén las pasiones que ellos llaman épydc: la terccra en el uso moderado y sabio de aquellos con quiencs estamos asociados, de modo que por su industria tengamos cumplido y col- mado todo cuanto necesita la naturaleza; rechazando por medio do ellos cualquier dafio que se nos acarree, y oo 7G F - ' LOS OFICIOS.—LIBRO It. 107 y aun tomando satisfaccién y castigando 4 quien lo intente; pero con la pena que permiten las leyes de la justicia y de la humanidad. CAPITULO VL Poder grande do la fortuna; pero sin Jos hombres nada bueno ni mato se puede hacer, Diremos ahora por qué medios podremos conseguir e] arte de ganar Jos corezones y mantenerlos en be- nevolencia (1), y esto no mucho después; pero antes es menester suponer algunas reflexiones. ;Quién ig- nora cuanto influye la fortuna en ambos estados, ast enel préspero como en el adverso? Porque cuando nos sopla con viento favorable, todo se viene 4 la mano de nuestros deseos; pero ella misma en mudén- dose nos atormenta. Y también tiene otros casos mas ._ raros: primeramente de las cosas inanimadas, como son borrascas, tempestades, naufragios, ruinas, in- cendios, ademas de las bestias cuando convierten sus iras contra nosotros. Pero estas fatalidades (como ya dije) son mas raras. Mas la pérdida de los ejércitos, como 1a reciente de tres (2) y de otros muchos en dis- tintas ocasiones, las muertes desgraciadas de los ca- pitanes generales, como la de este insigne varén que acabamos de perder (3); ademas de esto los odios de la plebe, y por esta causa los destierros, los trabajos y (1) Generalmente se gana el amor de los hombres, como ya se ha dicho, con la virtud; pero se han de examinar menudamen- te qué cosas mueven la inclinacién y afecto de los hombres. (2) En Farsalia, on Africa x en Eepate, @ Pompeyo, 108 MARCO TULIO CICERON fugas de muchos ciudadanos beneméritos; por ofra parte los sucesos favorables, como son imperios, ho- nores, victorias, aunque dependen de la fortuna, con todo n> pueden suceder, 6 présperos 6 adversos estos casos, sin la intervencién y concurrencia de los hom- bres. Esto supuesto, paso 4 declarar por qué medios podremos atraer y conducir sus inclinaciones 4 nues~ tro provecho: cuyo discurso si se alargare algo mas, comparese con la grandeza de la utilidad, y por ven- tura parecera mas breve de Jo justo. Todo cuanto un hombre hace por el aumento 6 por el honor de otro, 6 lo hace Nevado del amor, si halla en é] prendas para ser amado, 6 por una alta idea de estimacién que forma de su virtud, la cual juzga dig- _ na de ja mayor fortuna, 6 por la confianza que le me- — rece, creyendo que mira bien por sus cosas; 6 porque Nega 4 temer su poder, 6 al contrarto por Ja esperanza que de é] concibe, como cuando los poderosos 6'los populares derraman algunas dadivas, 6 ultimamente seducido de su propia avaricia: que 4 Ja verdad es el motivo mas indecoroso y torpe, asi para aquellos quo se dejan llevar de esta paga tan vil, como para log que pretenden valerse de tan indignos medios. Por- que mal van Jas cosas cuando se intenta conseguir con dinero lo que debe ser efecto de la justicia. Mas por cuanto algunas veces es preciso echar mano de este medio, diremos cémo se ha de usar de 61, en ha- blando primero de otros que se acercan mas 4 la vir- tud. Los motivos, pues, porque los hombres suelen sujetarse al arbitrio y potestad de otros, son 6 que los lleva el amor, 6 grandes beneficios, el mérito sobre- saliente, la esperanza de otros provechos, el miedo, las recompensas y promesas; y, por filtimo, algunos también se dejan conducir por cierto salario, comg vemos muchas veces en nuestra repablica. LOS OFiCI0S.—LIBRO IT, 109 CAPITULO VII. ®o hay cosa mis peligrosa que ser temido, ni mas itil ue ser amado, Para conservar, pues, cada uno su autoridad y cré- dito, no hay medio més 4 propésito que hacerse amar, y nada mas contrario que el hacerse aborrecer. Diio muy bien Enio: «Aborrecen 4 quien temen; cual- quiera desea la muerte del que aborrece.» Si antes de ahora no se sabia que no hay poder que resista con- tra el odio de muchos, en el caso presente se ha po- dido bicn conocer. Y no solamente declara cuanto contribuye 4 Ja ruina del aborrecido la muerte de este tirano que sojuzgé 4 la repiblica con el poder de sus armas, yugo que, aun después de muerto, no puede sacudir (1); sino también los fines de los demas tiranos que han sido, como él, victimas de la libertad oprimida, Es mal seguro de la duracién el miedo, y al contrario, el amor muy fiel hasta la eternidad. Sea licito valcrse de la crueldad 4 los que sélo por fuerza mautienen su dominio, como los duefios hacia sus esclavos, si no pueden sujetarlos -por otros me- dios; pero pretender hacerse temible en una ciudad libre, es la mayor locura en que el hombre puede dar. Porque aunque estén oprimidas las leyes y amedren- (1) Esto se entiende de César, euyos estatutos'se habfa decre- tado que se guardasen 4 instancias de Antonio. Y asi, la ciudad Je obedecia aun después de muerto; porque todo lo que presen- tuba Antonie de los apuntamientoy de César tenia fuerza de ley “HO MARCO TULIO CICERON. tada la libertad por el poder de alguno, tarde 6 teri- prano sacan la cabeza, ya con tacitos juicios, ya con votos secretos sobre el honor, siendo mas vehementes Jos impulsos de una libertad interrumpida, que disfru- tada 4 todas sus anchuras. Abracemos, pues, aquella maxima de tanta extensién, que importa mucho, asi para la seguridad propia, como para acrecentar el po- ~ der y facultades; es 4 saber, que se destierre el miedo y se mantenga el amor, por cuyo medio conseguire- mos con facilidad en nuestros negocios y en la repi- Dlica cuanto acertaremos 4 desear. Porque aquellos que pretenden hacerse temer, no pueden dejar de es- tar con recclo ellos mismos de todos cuantos los temen. {Qué juicio haremos de aquel Dionisio el mayor? jCon qué temores y recelos no seria atormentado, pues temiendo la navaja del barbero, él mismo, con un carbén encendido, se abrasaba la barba? ;Con qué animo creeremos que vivia aquel Alejandro de Ferea, el cual, aunque amaba muy tiernamente (segdn lee- mos) 4 su mujer Tebe, con todo eso, al pasar 4 su cuarto desde la meosa, mandaba entrar delante un bdrbaro con la espada desnuda, marcado su rostro con las sefiales de tracio, y enviaba también dzlante algunos de sus Ministros que registrasen los cofres de las mujeres y mirasen no tuviesen algGn puiial es- condido entre los vestidos? jMiserable, que hacia mas confianza de un barbaro cosido de cicatrices, que de su propia mujer! Mas no le engaiié su temor, porque ella misma, sospechosa de que la habia faltado 4 la fe del matrimonio, le maté 4 pufialadas por vengarse. No hay, pues, imperio alguno tan poderoso que, domi- nando el temor, pueda ser durable. Buen testigo es Falaris, cuya crueldad le hizo famoso entre todos, que no murié de asechanzas, como este Alejandro de quien ‘acabo de hablar, nid mauos de pocos, como este nucs- LOS OFICIOs.—LIBRO 11. iil tro tirano, sino de la universal conjuracién de Agri- gento armada contra su vida. y¥ los Macedonios? ;No abandonaron todos 4 Demetrio y se pasaron 4 Pirro? Lacedemonia, por su tirana dominacién, jno se vid de repente desamparada de todos sus aliados, que con gran sosiego fueron espectadores de la derrota lamen- table de Leutra? CAPITULO Vit. El Imperio ramano debid todos sus aumen‘es 4 la fustiola, Mas me agrada en este punto hacer mencidn de los cjomplos de fuera, que de los domésticos. No obstan- te, mientras cl Imperio romano se mantenia con be- neficios, y no con injusticias, las gucrras se empren- dian, 6 por los aliados, 6 por el Imperio, y Ja clemen- cia 6 la necesidad las terminaba. Era nuestro Senado el comin refugio y amparo de todos los reyes, puc- blos y naciones; y en sélo defender con justicia y fidelidad 4 los aliados, cifraban toda su gloria nues- tros magistrados y generales; de suerte que con mis razén se podia llamar patrocinio de todo el mundo, que dominacién. Ya hace tiempo que veiamos irso disminuyendo esta disciplina antigua; mas después de Ja victoria de L. Sila la acabamos de perder del todo, dejando de parecernos inicuo lo ejecutado con los aliados 4 vista de las crueldades que experimen- taron los propios ciudadanos. Siguidse 4 su guerra justa (1) una victoria cruel; pues levantada la pica y (1) Liamada asi porque Sila favorecia el partido de los moblog, esto es, la mejor parte de la ciudad 149 _ MaRco TbLio cicrrén. vendiendo en la plaza los bienes de los hombres hors rados, ricos y ciudadanos, se atrevid 4 decir que ven- dia el despojo de sus enemigos. Sucedidle otro (1) que con injusta guerra y mas indecorosa victoria, no s6lo vendié pablicamente los bienes de los ciuda- danos, sino con el mismo edicto hizo victimas de su crueldad 4 todas las naciones y provincias. Y asi, abrasadas y arruinadas todas las tierras, vimos traer 4 nuestros ojos, en triunfo, por espectéculo del Impe- rio perdido, la imagen de Marsclla, y triunfar de aquella plaza, sin 1a cual nunca triunfaron nuestros generales: de las guerras transaJpinas. Prosiguicra contando otras injusticias hechas 4 los confederades, si el sol en su carrera hubiera registrado otra mas in- digna que ésta. Y asi, bien merecido tenemos el cas- tigo; porque si no hubiéramos tolerado las maldades de otros muchos, nunca hubiera Iegado uno solo 4 tomarse tanta licencia; el cual, si ha dejado 4 pocos la herencia de sus bienes, la de sus ambiciosos deseos seguramente queda en todos los malos. Mas no podran acabarse estas semillas 6 incentivos de guerras civiles mientras los hombres perdidos con- serven la memoria y esperanzas de aquella pica san- grienta que vibrada por L. Sila (2) la primera vez siendo dictador un pariente suyo, no por eso se apartd de otra mas crue] treinta y scis afios después; y el otro (3) que en aquella primera fué sélo escribano, ya en ésta fué tesorero de la ciudad. Con que propuestes (1) Julio César, que peled contra la libertad comin de su pa- tria. . @) Este L. Sila, siendo su tio dictador, presidié 41a almoneda en que ge vendieron los bienes de los proscritos; y 61 mismo, treinta y seis aiios después, siendo dictador César, compro en la almoneda publica los bienes de los Pompeyanos. @ Ser. Cornelio Sila LOS OFICIOS.—ZLIBRO IX, © 113 tales premios, :cdmo es posible que falten nunca gue- rras Civiles? Sdlo han quedado en pie hoy Jas paredes de Roma, y éstas temiéndose la &iltima maldad; pero Ja reptblica ya se perdié enteramente. Y hemos caido en este abismo de miserias (volviendo 4 nuestro pro- pésito) desde que quisimos mas ser temidos que ama- dos. Pues si esto ha podido suceder 4 todo un Imperio romano por abusar de su poder, zqué podran esperar los particulares? Y asi, siendo tan evidente que el poder de la benevolencia es muy grande, y el del te~ mor muy imal seguro, siguese que mostremos ahora por qué medios alcanzaremos facilmente este amor que deseamos con la estimacién y confianza de los hombres. Mas no es igual en todos la necesidad do este amor. Porque ha de conformarse con la manera, de vida de cada uno el determinar si le estara mas bien ser amado de muchos 6 de pocos. Pero téngase por cierto y por lo més necesario y principal el tener amigos fieles que hagan estimacién de nosotros, que es circunstancia casi igual en los grandes y peque- os, y que todos igualmente deben anhelar por ella. Por ventura no todos necesitan igualmente del honor, de la gloria y amor de sus conciudadanos; pero po- scidas estas cosas, ayudan mucho para todo, yen especial para granjear amistades. CAPITULO IX. Medios de adquirir gloria, y la conflanza de tos hombres. Mas de la amistad he hablado en el libro que se in- titula Zelio, Tratemos ahora de la gloria, aunque tam- bién he tratado de ella svparadamente en otros des TOMO IV. 8° 1A MARCO TULIO CICERON. libros (1): no obstante, tocaré este punto, porque contribuye mucho para el manejo de los negocios graves. La verdadera y perfecta gloria consiste en tres cosas: en el amor del pueblo, en Ja buena fama, y en cierto grado de admiracién hacia nuestras pren- das. Estas se granjean del pueblo por los mismos me- dios que de los particulares; pero es diferente el modo de insinuarse (digamoslo asi) en los animos dela ~ muchedumpbre. De los tres requisitos que se han pro- puesto, tratemos primero de la benevolencia. El me- dio mas cficaz para adquiriria son los beneficios, y en segundo lugar la voluntad de haccrlos, aunque no nos alcancen para ello las facultades. Influye mucho tambi¢n la roputacidu y fama de liberalidad, fran- queza, justicia, lealtad, y de las demas virtudes que prueban bondad y afabilidad de costumbres. Porque como la honestidad y el decoro por si mismo nos cau- tiva, y su naturaleza y especie mueve los dnimos de todos, y principalmente recibe su lustre y esplendor de estas virtudes; por tanto, naturalmente nos incli- namos 4 amar 4 aqucllos en quienes juzgamos que se halian. Estos son los motivos mas fucrtes del amor; aunque hay también otros no tan principales. La confiunza de los hombres puede granjearse por otros dos medios, si se han persuadido que estamos adornados de sabiduria acompafiada de justicia. Por- que aquellos en especial merecen nuestra confianza, de quicnes creemos que entienden mas que nosotros, que preven mejor lo futuro, y que en los tiempos cri- ticos sc hallan desembarazados y prontos para tomar resolucién de repente; que es la sabiduria que juzgan todos por til y verdadera. Y ademas Megamos 4 ha- si) Hace mencién de estos libros en las cartas que escribid & Atico, lik xv, ep. 27; y en el iib, xvi, og. 2; perose han perdido, 108 OFICIOS.— LIBRO Tt. N5 cer tal conflanza de los hombres justos y fleles, esto es, buenos, que no caemos en la més minima sospe- cha de fraude ni injusticia: de suerte que creemos . poder flar con seguridad 4 su conducta nuestras ha- ciendas, nuestra vida y nuestros propios hijos. De estas dos, Jamas poderosa para atraerse la confianza es la justicia, como que aun sola sin la sabiduria tiene mucha dutoridad, y la sabiduria sin ella es de poca importancia para el efecto. Porque desnudo un hom- pre de la opinién de virtud, cuanto mas artificioso y mas astuto, tanto mas aborrecido es y mas sospe- choso. Y asi la justicia acompaniada de la ciencia ten- dra todo el poder que quisiere para granjear la con- fianza; podra no obstante mucho la justicia sola, pero la sabiduria sin ella es de ningtn valor. CAPITULO X. Qué cosas admiramos y cudles despreciamos. Mas para que nadie se admire que siendo comfin opiniédn de todas los filésofos, y que yo mismo le ascntado muchas veces, que el que posce una virtud jas posee todas, ahora las separo de modo que pucca ser uno justo sin ser al mismo tiempo prudente; en- tiéndase que una esla sutileza con que se adelgaza Ja verdad en la disputa, y otra cosa cuando se acomo- da el modo de hablar 4 la opinién comtin de las gen- tes. Y asi hablando ahora con el vulgo, digo que hay unos hombres fuertes, otros buenos y otros prudentcs; por ser preciso adaptar nuestro lenguaje al comin modo de hablar: y lo mismo hizo ) Panecio. Mas volva- mos 4 nuestro asunto 116 MARCO TULIO CICERON. ‘De las tres circunstancias que contribuyen 4 la gio-~ ria, era la tercera el que fuésemos reputados por dig- nos de honra con cierta admiracién de los hombres. Admirase por lo comun, en general todo aquello en que se nota grandeza y un esplendor extraordinario, ' que se aventaja 41a opinién; y en particular si se ad~- vierten algunas prendas inopinadas. De modo que ve- neran mucho los hombres, y levantan con alabanzas hasta el cielo 4 aquellos en quienes les parece que ob- servan excelentes y singulares virtudes; y al contra- rio, desprecian y tienen en poco 4 aquellos en quienes no hallan virtud, ni nervio, ni espiritu. Mas no des- precian 4 todos aquellos de quienes hacen mal con-' cepto; porque 4 los que tienen por malos, engahado- res, mal hablados y dispuestos 4 ofender 4 los demas, & éstos no los desprecian, sino juzgan mal de ellos. Por lo cual (como ya he dicho) son despreciados los que ni son para si ni para nadie, como se suele decir, hombres initiles, sin industria, cuidado ni habilidad para cosa alguna. Ultimamente se admira 4 aquellos de quienes se hace juicio que sobresalen entre los de-. mas en virtud, y que no sélo no se han dejado corrom- per de algun género de torpeza, mas tampoco de todos | aquellos vicios & que dificilmente resisten los demas. ! Porque en unos los deleites, que son sirenas encanta- doras, apartan de la virtud la parte mas noble del ani- | ; ~ mo; d otros les angustia sobremanera el ver asestada | contra si la flecha del dolor; y 4 todos finalmente per- , turban muchisimo los intereses de la vida, de la muerte, de las riquezas y de la necesidad. yPues quién | no admirara el esplendor y gloria de la virtud de | | aquellos que muestran su heroismo en cualquier for=- tuna, y que sdlo los arrebata y Leva tras si el objeto honrogo y honesto que se les ponga delante? ZS OFICIOS.—LIBRO tt, ii > CAPITULO XL La admiracién es el premio de fa justiota, y la henevolencia es ef'de fa bondad, De modo que también esta superioridad de dnimo granjea la admiracién; pero sobre todo 18 justicia, que da nombre 4los hombres de bien, le parece 4la muchedumbre una virtud admirable; y con razén. Porque no puede ser justo el que teme & la muerte, al dolor, 4 la pobreza, al destierro, 6 que antepone lo contrario 4 la equidad. Principalmente se admira 4 aquel 4 quien no mueve el dinero; porque en quien esto se reconoce, parece el tal sujeto acrisolado al fuego. Y asilas tres condiciones, que son el funda- mento de la gloria, son efectos de la justicia; el amor, porque desea hacer bien 4 muchos; la confianza y la admiracién igualmente, porque desprecia y tiene en poco aquellos bienes 4 que muchos se dejan arrastrar de sus deseos. Mas 4 mi modo de entender, todos los estados y condiciones de la vida tienen necesidad de los auxilios de los hombres, en especial para tener con quien hablar con familiaridad; Jo cual es dificil, si no se leva en la frente la reputaci6n de hombre de bien. De forma que esta opinién de justicia es también ne- cesaria aun al que vive solitario en el campo; y tanto mis, porque si no la tiene, ser& reputado por injusto, ysinel apoyo de los otros hombres estaré expuesto 4 muchas injurias. También necesitan de esta virtud para sus trates los que venden, los que compran, los que arriendan, is MARCO TULIO CICEROR. los que alquilan, y todos los que se mezclan en otros comercios; pues es tanta su fuerza, que ni aun los que se alimentan de robos y maldades pueden subsistir sin alguna parte de justicia. Porque el que quita 6 de- frauda algo 41los mismos que le acompaian en los robos, éste ni aun en el latronicio se hace lugar. EL capitin de corsarios, si no reparte con igualdad !a presa entre sus compaiieros, 6 le matan 6 le dejan; pues tienen también sus leyes los ladrones, que guar- dan y obedecen. Por haber repartido con tanta fideli- dad sus robos Bardilis, famoso ladrén de Iliria (de quien hace mencién Teopompo), vino 4 poseer in- mensas riquezas; y las llegé 4 tener mucho mayores Viriato de Lusitania, 4 cuyas fuerzas se rindieron hasta nuestrossejércitos y generales: mas abatié su orgullo siendo Pretor aquel Cayo Lelio, reputado por hombre sabio, y redujo su soberbia 4 tan infeliz es- tado, que les fué muy facil derrotarle de todo punto & los que después le sucedieron en el mando. Siendo, pues, tan grande el poder dela justicia, que hasta Jas riquezas de los ladrones asegura y aumenta, yqué fuerza no creeremos que tiene entre Jas leyes y jui- cios, y en una repiblica bien ordenada? CAPITULO XII. Razones det establecimiento de tos Reyes y de las teyees medio seguro para adquirir gloria. A mf me parece que no sdlo entre los Medos, como dice Herodoto, sino también entre nuestros antepasa- dos, no por otro motivo fueron elevados al trono log Los oFICINs.—tipro it. 119 hombres de mas bien probadas costumbres, que por gozar de justicia. Porque cuando Ja pobre plebe se voeia oprimida de los que tenian mayor poder, se aco- gia ala proteccién de algfin hombre virtuoso, que defendiendo de la opresidn 4 los mas necesitados, mantuviese igual la balanza de la justicia entre el po- deroso y el pobre. La misma causa hubo para el esta- plecimiento de las leyes; siendo siempre el fin de es- tas providencias conseguir una justicia igual 4 todos, porque de otro modo no seria justicia. Cuando halla- ban esto en un hombre de bien y justo, se contenta- ban con él; mas como no siempre se podia conseguir, inventaron Jas leyes que hablasen con todos con una sola voz y perpetua. Pero es evidente que siempre sé ha echado mano para el gobierno de aquellos sujetos gue han tenido mas bien sentada su opinidn con el pueblo: lo cual junto con la reputacién de sabiduria, no hay cosa que los hombres no concihan asequible por su conducta. Y asi debemos mantener y guardar inviolablemente la justicia, tanto por ella misma (por- que sin esto no lo seria), como por lo que contribuye al adelantamiento del honor y gloria. Mas al modo que respecto del dinero, no basta solamente adqui- rirle, sino que es necesario saber el arte de emplearle bien donde nos dé un rédito continuo para los gastos precisos, y para los liberales y extraordinarios; asi no pasta adquirir gloria, es menester también saberla colocar. . Decia muy bien Sécrates, que el camino mas dere« cho y mas corto para la gloria era intentar cada uno por su parte ser tal como desease parecer. Mas se en- gaiian notablemente los que con fingimientos, vans ostentacién y fingida hipocresia en la conversacién y enel semblante piensan granjearse una reputacién durable. La verdadera gloria echa raices, y ge va pros 126 MARCO TULIO cicERON. pagando; las apariencias, 4 manera de florecitas tier- nas, cacn muy pronto, y ninguna cosa fingida puede durar largo tiempo. Facil me fuera referir muchos ejemplos por una y otra parte; mas por no ser prolijo me contentaré con el de una sola familia. La gloria de Tiberio Graco, hijo de Publio, duraré mientras se conserve Ja memoria del Imperio romano; pero sus hijos ni en vida fueron bien vistos de los buenos, ni ha habido quien no tuviese su muerte por un efecto de la justicia, ‘ CAPITULO XIII. Qué han de precaver los Jévenes al entrar en el manejo ép fos negocios: apliquense 4 los koemares sabios. E] que desea conseguir la verdadera gloria cumpla con las obligaciones de la justicia: cudles sean éstas, ya se ha explicado en el libro antecedente. Ahora daré algunas reglas para parecer con facilidad tales como somos, aunque lo que importa mas es ser tales como deseamos ser reputados. Porque si alguno desde su juventud tiene motivo de celebridad y fama, ya heredada de sus padres (como creo, hijo mio, que te ha sucedido 4 ti), ya por otro accidente 6 fortuna; to- dos ponen en él los ojos, notan todas sus acciones y conducta de vida; y como si estuviera rodeado de una muy Clara luz, ninguno de sus dichos 6 hechos puede quedar oculto. Mas aquellos que por haber nacido en bajeza y oscuridad de nadie son conocidos, deben concebir grandes esperanzas desde su tierna edad, y empefiarse con todo su esfuerzo en levarlas al cabo

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