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Myriam Feldfeber (comp.) Sandra Carli, Carlos Cullen, Roberto Follari, Pablo Gentili, Flora Hilert y Ma. Silvia Serra Los sentidos de lo ptiblico. Reflexiones desde el campo educativo. (Existe un espacio publico no estatal? Ediciones NOVEDADES EDUCATIVAS, Buenos Aires + Mexico 1. Chr R, Rorty, Contingenci, iron, solavidad, Barcelona, Paidés, 1996. Texto origi- sal: Contingency, irony and solidarity, New York, Cambridge Univ. Press, 1991 15, Cir. M, Foucault, “Tecnologia del yo", en Tecnologis del yo y ot705 ensayo afines, Barcelona, Paidés-ICE/UAB, 1995. Los ttulos originales: Technologies ofthe Self: A Seminar with Michel Foucoul,, Amherst the University of Massachusetts Pres, 1988, ¥y “Omnes et singulatim: Toward a Criticism of Political Reasons", en The Tanner Lectures on Human Values, 1981, H, Salt Lake City, Univ. of Utah Press, 1981 16, Cle J. Derrida, Espectras de Mars. El esta dela ewa, ltrabajo del eto y le ueon Inernacional, Madd, Trotta, 1995. Original: Spectres de Mars. L'Elat de le dete le travail ds delet la nowcelle Internationale, Paris, Gailée, 1993, V7. Cfe. A. Badiou, ,Se puede pensar la politica”, Buenos Aires, Nueva Visién.1990. Ori ginal: Peu-on penser la politigque?, Paris, Du Seuil, 1985, 18, Cir. R, Kusch, America Profida, Buenos Aires, Bonum, 1975, 19. Nos sentimos particularmente deudores del pensamiento de Lévinas, aunque desde hace mucho tiempo- intentamos una lectura “situada”. En particular: E Levinas, Totalidad e lnfnita. Ensayo sobre la Exteraridad, Madd, Sigueme, 1977 Original: Totalité et Infni- Essai sur Exterior, La Haye, Mastinus Nijbof, 1971 Geme édition) 20. Es un tema obsesivamente pensado por G. Steiner: cfr: Pasionesintactas, Madi Bogots, Siruela-Norma, 1997. Original: No Passion Spent, 1996, 21. E. Levinas, "Humanismo y An-arquia”, en Humanism del otro hombre, México, Sic ‘lo XX, 1974, pigs. 110-111, Teaduccicn al inglés propia. Original: Humarisme de Frautre konme, Montpelier, Fata Morgana, 1972. El trabajo citado apareci6 como articulo, en 1968, en la Revue Internationale de Philosophie 22, Desde fuentes muy eclécticamente usadas,el ema esti bien desarrollado en E. La lau, Emancipacian y diferencia, Buenos Aires, Ariel, 1996 y, sobre todo, su libro es enito con Ch. Mouffe, Hegemonia y Estrategia socalista, Madrid, 1998. Fl presente texto fue originariamente una conferencia para el IV Congreso de Filoso fia Intercultural, realizado en Bangalore (India), en 2001, y publicado en inglés por ICO, en 2002. Una segunda version fue publicada en el libro Globelizaion y nuevas ciu- dadanias(editado por M. C: Reigadas y C. Cullen), Mar del Plata, Sustez, 2003. La pre- sente versién es una tercera revisiin. Lo ptblico revisitado: paradojas del Estado, falacias del mercado Roberto A. Follari Doctor y Licenciado en Psicologia por la Univ. Nacional de San Luis. Profesor titular de Epistemologia de las Ciencias Sociales (Univ. Nacional de Cuyo, Fac. Ciencias Politicas y Sociales). Ha sido asesor de la OEA, de UNICEF y de la CONEAU (Comisién Nacional de Evaluacién y Acreditacién Universitaria) Ganador del Premio Nacional sobre Derechos Humanos y Universidad otorgado por el Servicio Universitario Mundial. Ha sido director de la Maestria en Docencia Universitaria de la Univ. de la Patagonia, y es miembro del Comité Académico de diversos posgradlos. Hia sido miembro de las comisiones evaluadoras de CONICET. Ha sido profesor invitado de posgrado en la mayoria de las universidades argentina, ademas de otras de Ecuador, Venezuela y México. Autor de 14 libros publicados en diversos paises, y de unos 150 articulos en revistas especializadas en Filosofia, EducaciGn y Ciencias Sociales. Ha sido traducido al alemén, el inglés y el portugues. Su tiltimo libro se denomina Teorias Débiles, y ha sido editado por Homo Sapiens (Rosario, Argentina). viene diciendo casi hasta el cansancio, pero en realidad sélo desde hace pocos afios: lo piiblico es mds que lo estatal, y no debe confundis~ se con esto tiltimo. El tardio "clescubrimiento” de la importancia de la sociedad civil y de las organizaciones que en ella se establezcan -por parte de la ciencia social latinoamericana-, lev6 a advertir en cuanto se habia fe- tichizado al Estado como espacio tinico en el cual se dirimmirian las relaciones de poder entre las clases sociales y, por cierto, también entre otras formas de recorte existentes en la sociedad (de género, de estamento, institucionales, etc). {La version leninista dela teoria politica marxsta habia implicado, sin dua, una fuerte reduccion en tomno a la cuestion. Es certo que Marx n0 hae bia teorizado la tematica del partido, y que ello resutaba im problema en tanto no se verfiaba la idea del “derrambe capitlista’ por tanto se hacia necesaria una especifica tori politica dela organizacion, als fines de act var concientemente al derrumbe (todo ello, a fines del siglo XIX, y comien- 205 del 0 Pero lo cierto es que el peso concedido por Lenin al partido/Estado (es decir, al partido concebido como maquina para la toma yejrccio del poder del Estado), resut6 casi excluyente, y en fos hechos invirti el significado aque Marx hacia del Estado como forma de alienacin de la voluntad social! Gracias a Gramsci se ud iniiar, en el marismo, una reflexign més amplia que la referida al aparato adminstativo-estatal, pero en realidad ha bria que decir que ella alcanzé matices nuevos en las lecturas de est autor que empezaron a realizarse hacia los aftos achenta, con sociedades de alta compledad, donde la densidad de la composiciin de conjanto hacia im- prescindible un tratamiento espeifico. ello se sums, en los noventa, ap dida de centralidad de los estados nacionales producida por la globaliza ci6n, lo cual significé una nueva vuella de tuerca en cuanto a no focalizar la lectura del poder slo en el apaato de Estado A. Follari Pero como en toda reaccién, ocurrié algo de exceso en cuanto a la supre: sidn de aquelio que se queria negar (de un modo, ciertamente, muy poco apegado a lo que ensefia la dialéctica sobre la identidad de los contrarios). De manera que, de pronto, nos encontramos en los tltimos afios con cierta feti- chizacién de la sociedad civil, pensada no sélo como no reductible al Estado sino casi como escenario tinico de la contienda social. Y advertimos que un Gramsci, que fuera funcionario del Partido Comunista y de la II Internacio: nal, es stibitamente convertido en adalid de la no-referencia al Estado en la lucha social, y de la nocién de una sociedad civil que se autoorganizaria "por fuera” de la lucha por el poder del aparato estatal Tal Gramsci nunca existi, y ¢s s6lo un efecto de lectura trasladado des- de el presente sobre el momento en que él escribiera.? Para él, la organizacion en el seno de la saciedad civil guardaba como finalidad la toma del aparato de Estado, pensada en el sentido tradicional de “toma del poder”. Por cierto, hay todo el derecho de disentir con esta pastulacién; pero no lo hay, en cam: bio, de forzar la obra del autor italiano hasta convertirlo ~como a menudo se ha hecho-en una especie de Foucault avant la lettre, o en un supuesto profe- ta del abandono de la politica tradicional, ésa que ponia al Estado como cen- tro de aquello que estaba en disputa. En todo caso, es cierto que en el presente se ha hecho claro que lo pabli co no resulta coextensivo con lo estatal. Es evidente que lo puiblico se ejerce y trabaja también en otros espacios los del Estado, o los de la lucha dentro de la sociedad “hacia” el Estado. Flo estd hoy casi universalmente aceptado, Pe- 19 también lo esté -al menos en el plano de la teorfa- que el Estado sigue y seguird siendo tno de los puntos decisivos respecto del ejercicio del poder. No podemos asumir de ninguna manera que lo piblico no esté presente en el campo del Estado. De modo que lo que cabe decir, hoy, es que lo piiblico 25 mus que lo estatal, pero de ninguna manera es otra cosa que lo estatal. Se di- ria que el espacio de lo piblico incluye a lo estatal como una parte importan- te de sf mismo, pero que lo pablico no se agota ali, Podemos subrayar uno de los campos de disputa de lo piblico inaugura- do en los tiempos de la globalizacién, tal cual lo es lo “supranacional”, que va rds allé de los estados singulares. Por cierto, eso no se ha inventado recién ahora: la ONU existe hace mas de medio siglo, y la politica internacional des: de que existieron los estados nacionales, Recordemos las “brigadas internacio- rales" de la guerra civil espafiola, surgidas ademés entorno al “internaciona- lismo proletario propuesto por Marx hace ya casi dos siglos. Pero sin duda existe hoy una modificacién, tanto morfolégica como de intensidad e impor- tancia relativa de la disputa por el poder en el campo supranacional: hay ejemplos como la constitucién “todavia sin concretar, pero ya votada- de la — st Lo pibico revistado: paradojas det Estado 51 Corte Internacional para juzgar crimenes impunes en los Estados nacionales (es decir, instituciones judiciales internacionales permanentes). O, incluso, podemos aludir a las muy reconocidas luchas en torno a los encuentros de li- deres mundiales de la globalizacién capitalista (de Davés a Génova, 0 even- tos alternativos como el de Porto Alegre), En el presente ya no se trata de que desde una nacién se va a intervenir en la politica interna de olza -como era el caso de la Espafa de la Repiiblica, o el apoyo alemén al franquismo-, sino de la constitucién de una arena politica internacional propiamente dicha, donde cl espacio territorial en que se dé la conczeta reunién resulta por completo in- diferente al significado politico global en que se inscribe el enfrentamiento. 1. La disputa en teoria social Fue en el campo del marxismo donde se produjo, en términos de teoria so- cial, uno de los mas sélidos desarrollos contrarios a la idea del Estado como depositario tinico del poder, y a la politica especializada en un espacio sin- gular y con actores profesionalizaclos. Ello no resulta casual: una de las in- tuiciones decisivas de Marx (desde su juventud, pero entendemos que hasta el final de st vida) fue que el Estado es un espacio desde el cual la voluntad colectiva ha sido despojada; un lugar donde se ha depositado y condensado la soberania social, alienandola y perdiéndola. Por ello, el mazxismo teérico jams podria ser acusado de la estatolatria que ha caracterizado la experien- cia soviética: el Estado era un enemigo de la clase obrera, y si debia acudir- se momenténeamente a é1 cuando la revolucién socialista, era con la finali- dad de eliminarlo luego de manera definitiva, La imagen de un marxismo “totalitario” y concentracionario, que todo Jo deposita en el Estado, y que guarda en sila semilla del despotismo, es mas bien una muestra de desconocimienta de la teoria de Marx, o una suposicién de que la préctica habria demostrado la existencia de una especie de “in- consciente desconocido” por la teoria, As{ lo presenta Foucault, cuya eviden- te ignorancia de la teoria del filésofo alemdn (casi nunca esté citada en sus obras) lo llevé a pretender identificar la obra marxiana con esa caricatura que fue la politica del PCF, y con el estilo prosovistico y burocratico que a és- te le imprimié Marchais? Lo cierto es que la apelacisn a la mejor inspiracién de Marx llevé ala crt- tica de la politica especializada, ya la de la centralidad del Estado. Quirs ha- ya sido Biaggio de Giovanni quien mejor haya expresado esta cuestin,t al proponer que la politica estatalista constituye “la forma burguesa de la poli- tica’. Trabajada la idea lukacsiana de la divisién de las instancias sociales 52 Roberto A, Flr por el capitalismo todavia superpuestas y con/fundidas durante el feuda- lismo-, la separacién del Estado como funcién escindida, por ejemplo, de la cesfera religiosa, seria una invencién de la modernidad capitalista. La teoria critica deberia buscar ~entonces- restituir el poder social a sus actores, devol- ver a la sociedad lo que el Estado le ha succionado. Por ello, se trataria de ir disolviendo la forma/Estado, de pensar la politica como reconstitucién del poder social asumido alli donde los actores estén, en los diferentes espacios de la actividad econdmica y cultural Este intento de volver al marxismo original, producido desde la potente iaquierda italiana de fines de los afios setenta, pudo luego combinarse con el foucaultismo, de muy diferente raigambre conceptual. A partir de la critica al tolalitarismo estatalista propia del ataque al Gulag soviético que se dio en ‘esos tiempos del post-1968 francés, se empez6 a imponer un cierto neoanar- quismo, tanto politico como conceptual, al cual Foucault colaboré definida- mente’ En esa tesitura, tomar al Estado como enemigo maximo (no al Esta~ do burgués, sino a cualquier forma de Estado) se hizo casi connatural, Cabe advertir que esta posicién tendi6 a incluir como objetivo de su ataque a la idea marxista de “totalidad”, y con ello a diluir el andlisis estructural en una reivindicacién generalizada de lo micrasocial y del evento ~esta tiltima, con- tra la nocién de decurso histérico— La confluencia (conflictiva) entre estas dos corrientes, la de un marxismo antiestatal y el acontecimientalismo posestructuralista, mds las condiciones dela complejizacién social en acto, ademés de la impotencia efectiva para de- rribar el poder del Estado capitalista por parte de sus opositores, fueron con vergiendo hacia una creciente reivindicacién de la sociedad civil contra el Es- tado. La jerga de los “movimientos sociales” se impuso répidamente, inclu so en Latinoamérica todavia se habla de “nuevos movimientos sociales”, y en ellos se incluye a veces hasta a los grupos religiosos (cuya “novedad’” no es precisamente tal), Estos “errores clasificatorios” no son casuales: nuestra hi otesis es que la politica de enfrentamiento al Estado capitalista en determi nado momento mostré su impotencia, y que la asuncidn de que en la socie- dad civil anida una especie de verdad politica que acaba de descubrirse, tie- ne mucha relacién con tal impotencia para sostener discursos criticos efecti- vos en relacién con el poder estatal De cualquier modo, hay un aspecto que juzgamos pristinamente positi- vo en este movimiento de recuperacién del “societalismo” de Marx. Liberar a la ciencia social del fetiche/Estado, y pensar la politica como proliferacién. de espacios disimbolos, ha sido sin duda dejar de entender la sociedad como establecida en un centro, multiplicar los focos de atencién hacia los diversos regimenes de poder existentes, y advertir que los medios no pueden estar en Lo publico revisit: paradojas del Estado 53 colisién con los fines, en cuanto a la oposicién al capitalismo (es imposible tender a una sociedad democratica por via de procedimientos autoritarios). Ala vez, ha sido retornar a las fuentes mismas de la critica hacia la sociedad burguesa: atacar su centralismo, devolver a las clases no hegeménicas un es- pacio de afirmacién aunque no detenten el poder del Estado, buscar en for- mas de la vida cotidiana cierta realizacién al margen de la lucha por la do- minacién estatal. Seftalado lo anterior, también es de advertir que la dominacién burgue- sa por via del Estado no es adventicia, sino que responde a una necesidad in- tera del proceso de dominio. Como en sus tiempos planteara Poulantzas, el Estado presenta como si fueran universales los intereses particulares de una clase. Es decir, el Estado legitima la dominacién, la justifia, logra hacer apa- recer como condicién de igualdad ciudadana lo que es diferenciacién econd- mica y social efectiva. La dominacién de clase seria mucho més intolerable si no estuviera me- diada por la funcién estatal. Esta “edulcora” la situaci6n, presenténdola co- ‘mo juridicamente fundada, y como frato de la voluntad colectiva encarnada en las instituciones electorales y parlamentarias. Pero hay un modo diferente de pensar esta misma cuestién. Para que la dominacién de clase se presente “como si” respondiera a una igualdad jur- dica universalizada, la apariencia de esta igualdad requiere sostenerse. Si cefectivamente hay entre esencia y apariencia la relacin que la dialéctica pro- pone (es decir, que a diferencia de lo que supone la teoria althusseriana, la “forma exterior” de los hechos es consustancial a su configuracién objetiva, y por elloa su inteleccién), para parecer iguales, los hombres tienen en algtin ‘determinado sentido que serlo. Desde este punto de vista, las garantias juri- dicas ofrecidas por el derecho sin duda operan diferencialmente para los dis- tintos actores sociales, pero a la vez es cierto que deben tener alguna inciden- cia factica para todos los ciudadanos. $i asi no fuera, la apariencia de univer salidad desapareceria. Por ello, podemos colegir que el Estado no sélo “aparece” como univer- sal, sino que esté obligado a realizar algunas acciones y mantener un mini- mo de garantias que operen de hecho como universales. Dicho de otra mane- ra, el Estado, para sostener la dominaci6n de clase y a la vez disimularla,tie- ne que ejercer alguna representacidn real (obviamente parcial y minoritaria) de Ios intereses de los sectores sociales subordinados. De modo que el Estado “media” la dominacién que una clase realiza so- bre otra/s a los fines de legitimarla, y ala vez hacerla socialmente plausible y tolerable. En ese proceso, propone una especie de “colchén’ a lo que seria Ja dominacién de clase lisa y llana, ejercida exclusivamente en nombre de si 5a Roberto A. Follari misma (a esta altura de los tiempos, obviamente inconcebible). Y en ese pro- ceso, el Estado “universaliza” limitadamente determinados derechos (por ejemplo, el acceso gratuito a la escuela, la existencia en algunos paises -como México- de articulos de primera necesidad subsidiados, etc) Entonces, la ficcién juridica de la igualdad de los ciudadanos se cumple por via de una minima actualizacién de condiciones que hagan plausible la idea de que tal ficciGn os realidad. Y en ese sentido, el Estado aparece como tuna cierta “atenuacién” de las condiciones mas extremas en las cuales pueda ‘cumplimentarse la dominacién, Esa partir de lo dicho que se entiende la politica neoliberal de “liquida- cin del Estado”. Acabar con éste es terminar con la mediacidn de la politica fen relacién con la més cruda dominacién desde el aparato econdmico. Es también acabar con la legitimacién a que debe aspirar el politico, no necesa- ia habitualmente para el mercado. Y es eliminar cualquier concesién en. ‘cuanto a la vigencia de la libre y absoluta ley de la ganancia por parte de los grandes empresarios, suprimiendo asi los derechos adquiridos por los traba- jadores, tales como las garantias contra el despido, las indemnizaciones, el descanso semanal, el salario minimo, eteétera ‘Vemos asi que los enemigos del Estado no son sélo marxistas y foucaul- tianos, sino también -y muy principalmente en la préctica, aunque no tanto, en el plano de la teor‘a social- los neoliberales y sus tecnécratas pagos. Y es de advertir que la “delgada linea” que separa estos dos puntos de vista que debieran ser claramente opuestos (pues en efecto lo son, en cuanto a sus fi- nalidades) no ha sido casi nunca suficientemente delimitada. Tan es asi, que los neoliberales a menudo utilizan argumentos "de izquierda” para justificar sus posiciones, y en muchos casos logran engafar a diversos interlocutores encuantoa su verdadera ideologia. El pretender que se esté a favor de la des- centralizacién de los servicios de salud 0 los escolares por razones “democré- ticas" oculta que lo que se busca por los neoliberales es algo muy diferente: municipalizar los servicios para que la comunidad se haga cargo de lo que antes solventaba el gasto estatal o, lisa y Hanamente, privatizar la gestién pa- ra que se realice -segiin ellos~ “desde la sociedad civil”, y de una manera su- puestamente diferenciada y “plural”, Estos equivocos merecerian un capitulo aparte, pero no esté de més re- ‘marcarlos aqut. Hemos visto en varias ocasiones sostener posiciones conser- vadoras que se disfrazan de progresistas; e incluso posar de neoanarquistas foucaultianos a miembros ocultos del funcionariato empresarial o de gobier- no. Lo hacen hablando airadamente de la necesidad de “acabar con la buro- cracia”, dar todo el poder “a las bases” (las escuelas, los centros de salud), y ‘oponer abiertamente sociedad a Estado, reivindicando a la primera, Lo publico revistado: paradojas de! Estado 55 Por supuesto que, para los neoliberales, esa “sociedad se traduce luego simplemente como “mercado”. Y que sabemos que en éste las “condiciones de competencia perfecta” son por completo inexistentes.6 De manera que la liquidacién det Estado no es aqui liquidacién de la dominacién, sino acen- tuacién brutal de ésta: adi6s completo a los beneficios sociales, a la salud y/o Ja educaci6n gratuita, a las garantias universalistas (al margen de las limita- ciones que ellas tengan). De modo que hay que cuidarse de los profetas del antiestatalismo: a menudo no son otra casa que agentes encubiertos ~0 abier~ tos-del gran capital. Y en otros casos, no siéndolo, sino tratandose de perso” nas de iquierda bien intencionadas, puede producirse el mismo efecto: sin querer, puede coincidirse objetivamente con las lineas de ataque al Estado presentes en la derecha econémica neoliberal, hoy hegemnica. Por lo tanto, es notario que la critica “de izquierdas” al Estado debe plantearse con cuida- do, sefalando explicitamente sus fundamentos, y siendo conscientes con res- ppecto a cudles sera las situaciones y relaciones de fuerza en que habré de operar el discurso. Lo cierto es que cabe preguntarse por qué, cuando mds se requiere de la proteccién estatal en Latinoamérica, mas pululan sus eriticos y opositores. Es tuna paradoja sélo aparente: la misma fuerza que arrasa desde lo econémico con las protecciones estatales logradas en acumulacién de afios de luchas so- ciales, es la que acalla y debilita a quienes defienden al Estado. Es decir: lo econdmico es “forma” material ~y lo intelectual, a su vez, es “forma te6ri- ca’ del mismo proceso de acumulacién concentrada del gran capital inter- nacional en su momento de fluidez mundialmente globalizada Locierto es que todo lo dicho desemboca en que la utopia neoliberal que lia sociedad “Mont-Perelin” se planteaba sin éxito hace més de cincuenta afios? puede plantearse ahora de manera abierta y cruda. En los tiempos del Estado benefactor ellos estaban a la defensiva, y la estrategia del gran capi tal debia compatibilizarse con las restricciones que le imponian los benefi- cios sociales orientados desde el Estado. Ya no es el caso, ahora los neolibe- rales creen que pueden prescindir de la mediacién estatal que por tanto tiempo les result6 eficaz. Y lanzan abiertamente las consignas del aniquila- miento del Estado y de la politica, como algo que vale la pena conseguir. $6- To que esto lo proponen disfrazado como “recuperacién de la decisién por parte de la sociedad civil” No estamos seguros cle que sea la mejor estrategia, aun para los.intere- ses mismos del gran capital: eliminar los pocos rasgos de universalidad que ‘mantiene la sociedad capitalista la har mas frégil frente a las criticas, y mi- nard su endeble legitimaciGn. Pero hay que decir que ello importa poco a los, capitalistas “realmente existentes”, los cuales velan por sus ganancias en 86 Roberto A, Follari pplazos relativamente breves, y por tanto son indiferentes a los destinos estra- tégicos del capitalismo mundial o de la sociedad como un todo. Por ende, la crudeza de los procedimientos esta totalmente impuesta, y asistimos a una ofensiva global -mds préctico/ politica que conceptual, aun cuando también, se mueva en este tltimo plano para acabar con los vestigios de un Estado. que, en la Argentina, Costa Rica 0 México, por ejemplo, habia llegado en los hechos @ ofrecer protecci6n social parcial pero real 2. La sociedad civil incontaminada, o el nuevo mito del “buen salvaje” Locierto es que la critica marxista del Estado, 0 la -muy diferente que se ha- {ga en nombre del eventualismo posestructuralista, no pueden en absoluto superponerse con la posicién liberal, y debieran cuidarse conscientemente de con/fundirse con ella en la politica préctica, donde el neoliberalismo corre con amplisima ventaja objetiva. PPor cierto que aqui cabe una breve disgresién para hacer notar el “fon- do comin” desde el cual se establecieron tanto el liberalismo econémico co mo el marxismo durante el siglo XIX, siendo esta centuria portadora de un tenaz optimismo hist6rico. Ambas concepciones apostaron al final de la po- Iitica especializada y del Estado, aun cuando desde perspectivas de clase to- talmente enfrentadas. Sin duda, el utopismo racionalista de la época, y la creencia en el peso de la produccién industrial como sostén de la historia, colaboraron en ambos casos para pensar en un mundo regido desde la pro- duccién misma (en un caso por el mercado, en el otto por la asociacién con- ciente de los productores).8 Por cierto, esta especie de simetria en espejo -y por tanto, invertida~ permite captar a la vez el antagonismo radical de am- bos puntos de vista y su coméin raiz iluminista de creencia en el progreso, la historia, y la primacia de la accién consciente a partie del espacio de la trans: formacién técnica Lo cierto es que hoy estos “parecidos de familia” se hacen gravosos para los sectores criticos del capitalismo, pues despistan algunas de sus posiciones y las superponen a la astucia de sus adversarios, la cual esté sostenida por la hegemonfa econémica. Es fundamental que la discusién en la izquierda inte- lectual se muestre capaz de desmontar estos mecanismos ideol6gicos del dis- positivo neoliberal, a fin de poder ser mas efectivos en el enfrentamiento con este. Hay ademds otra razén de peso para no salir a sostener desde la izquier- da, lisa y llanamente, la necesidad de eliminar el Estado, 0 de achicarlo, co- Lo publica revistedo: paradojas del Estado s7 ‘mo si ello fuese un beneficio para las clases populares. Y es ésta: la politica es una accién estratégica que se relaciona con adversarios, dentro ce un con: junto de actores miltiples respecto de los cuales debe jugarse. La politica no constituye un juego solitario, y no se realiza dentro de condiciones o reglas que puedan proponerse unilateralmente por alguno de los jugadores. Siendo asi, si nuestra finalidad estratégica de largo alcance fuera la eli- ‘minacién del Estado, ello no significa que, para tal logro de largo plazo ~dentro de una sociedad sin clases, no la eliminacién del Estado a favor de la burguesfa y el libre mercado-, lo que debamos hacer en lo inmediato sea atacar e] Estado realmente existente. La dialéctica ensefia que la historia es, tun escenario de oposiciones, y que por ello la liquidacién inmediata del Es- tado, sin pasar por las etapas previas de cambio del cardcter de clase de és te, llevarfa a incrementar la hegemonia de las clases hoy dominantes, con lo ‘cual para nada estariamos eliminando la dominacién (como se buscarfa con esa accién), Es decir: el paso de una forma burguesa de la politica centrada en el Es- tado a una modalidad societal de la politica no es algo que pueda decretar~ se, sino que podra lograrse s6lo en la medida en que los sectores sociales del caso estén en condiciones de asumir una acci6n consciente de autoorganiza- cidn de la sociedad. Evidentemente, para llegar a esa posibilidad hay que su perar también la sociedad burguesa como tal, reemplazando el carécter de clase del Estado capitalista por tno diferente. Ademas de lo sefalado, cabe persar en la complejidad social a la que ros enfrentamos desde hace ya al menos treinta afios, que hace inviable “en puridad” la utopfa de la sociedad sin Estado a la que referia Marx. La nece- sidad de margenes de administracién centralizada parece dificil de eliminar, de modo que la divisin social del trabajo que ella implica tiende a resultar inerradicable. Por supuesto, las especificidades profesionales concurrentes en el presente llevan también a una plurificacién de saberes expertos dificil- mente sostenibles en la idea de su subsuncidn en la libre accién colectiva. La utopia de Marx sobre el fin del Estado sigue siendo notablemente moviliza- dora, posee una gran capacidad de sugestién para figurar como punto de fu- _ga de la perspectiva hist6rica que se asuma, algo asi como ese horizonte que std siempre delante y no puede alcanzarse. Personalmente ~y aunque sé ques una afirmacién polémica~ entiendo que una sociedad sin Estado pue- de operar hoy como “idea reguladora”, en el sentido kantiano. Un ideal que perseguir, pero que dificilmente pudiera ser logrado a cabalidad, Retomamos ~ademas~ la idea de que la politica no se hace donde un an- tagonista lo desea, sino en el campo en que el antagonismo se define como tal. Esto es lo que hace que la busqueda de superar la limitacién de la politi- 58 Roberto A. Fllar! ca al restringido campo de Ia politica especializada, no pueda desprenderse de esta altima en un gesto stibito y definitive. No podemes abandonar la po- litica hoy “realmente existente” y retirarnos al campo de las asociaciones ci viles y sociales, desdefiando lo que desde el Estado pueda realizarse. La cecuacién es simple: el Estado es especializado, pero desde esa funcién espe- cifica opera sobre el conjunto de la sociedad, y guarda consecuencias para és: ta.en todas sus partes components. Si queremos hacer cambios “especificos” al estilo foucaultiano, estamos obligados a enfrentarnos con la actual méqui- na-Estado, y deberemos hacerlo en términas de superar su eficacia propia No podemos “retirarnos” a un campo ideal que estuviera ajeno a su influen- cia; de modo que si queremos sostener la politica en el espacio de las organi- zaciones sociales, e incluso si deseamos que se respete la especificidad de 6s- tas y no se las reduzca al uso politico partidista inmediato (lo cual lamenta- blemente sucede a menudo), tendremos que mezelarnos en la politica relati- va al Estado para impedir que ésta aplaste a la sociedad, para permitit los maxgenes de autonomia y de respeto a los derechos que se hacen imprescin- diles en Ja busqueda de la autoorganizacién social ‘De modo que entendemos como una retirada idealista la noci6n de opo- ner a la modalidad burguesa de la politica otra radicalmente diferente que abandone la referencia al Estado, mientras este tiltimo siga teniendo marge- nes de poder. Ensanchar la politica hacia los margenes, hacia las instituciones y los dispositivos de poder en dispersién, hacia el espacio de las costumbres ¥ los prejuicios arraigados, no sélo es conveniente: sin dudas resulta absolu: tamente necesario, y es de celebrar que la referencia a la “sociedad civil” ha- ya servido para trabajar en esa direccién. En cambio, la idea de que ello hace innecesaria la politica en relacién con el aparato estatal y su consiguiente pa- rafernalia de elecciones, parlamento y derechos politicos explicitos, es sin du da errénea: mientras haya Estado, habré que organizar alguna politica al res- ‘pecto. En el limite, se tratard de luchar contra el Estado existente para lograr su demolicién: momento para el cual mucho falta en las sociedades capitalis~ tas occidentales, incluidas las latinoamericanas, Por el contrario, entendemos que en este momento en que la globaliza: cin quita poder al Estado-naci6n en cuanto regulador de la economia, y cuando el neoliberalismo aprovecha para sustentar la idea de una supresin lisa y Ilana de las funciones estatales, éstas deben ser defendidas en lo que tienen ~parcialmente, por supuesto~ de vehicules de voluntad politica, de re- presentacién social. Son expresién de una cierta nocién de universalidad te ida, como ya hemos dicho, de caracter de clase y de parcialidad evidente. Y, sin embargo, son funciones que obligadamente deben aparecer como si s¢ considerara a todo ciudadano como igual a los dems, como pleno sujeto de Lo publica revistado: paradojas del Estado 59 derechos. El mercado ni da sentido identitario (como sf lo hacia el Estado), ni asume ningiin derecho que no sea el de la ganancia de aquel que tiene condiciones para imponerse en la légica implacable de la competencia. Fren- tea la liquidacién de jubilaciones, venta de empresas estatales rentables, su presién de derechos laborales, dlesocupacién creciente de la poblaciGn, es evidente que en el corto plazo el Estado resulta atin un parcial garante de de- rechos bisicos que el mercado esté arrasando. Sin duda que, en esta perspec- tiva, se requiere defender al Estado. En contraste, nos encontramos en Latinoamérica con un eémulo grande de defensores unilaterales de la “sociedad civil”, que oponen ésta al Estado como si se tratara de instancias sociales por completo exteriores y ajenas la una a la otra. Esta oposicidn (que en Gramsci era complementariedad, por esto él hablaba de “Estado ampliacio” para referirse alas instituciones de la sociedad civil), se expresa de la manera més cruda: la sociedad civil serfa in- trinsecamente buena, lo politico/estatal necesariamente malo y rechazable. Este maniqueismo ha alcanzado mucha presencia en las ciencias sociales de los dltimos afios, y ha adquirido peso politico vigente en la Argentina de los cacerolazos, donde las clases medias quieren que los politicos "se vayan to- dos” (aho 2002), juzgandolos como corruptos e incompetentes en masa, mientras reservan para si la idea de ser impolutas y no haber tenido nada gue ver con las acciones que Hevaron el pats al desastre. Una parte de esas clases medias -sin embargo- apoy6 masivamente al menemismo ya visible- ‘mente corrupto de la primera parte de la década de los noventa, y a su in- discriminada politica privatizadora, Incluso también muchos votaron en 1995 a la dupla Menem (presidente) - Cavallo (ministro de economia), a par- tir de las posibilidades que la convertibilidad 1 a 1 de peso y délar habjan dado para comprar productos importados antes inhallables, viajar barato fuera del pais, y lograr compras a crédito, Nadie recuerda ahora tales situa- ciones, y la sociedad pretendidamente impoluta juzga en blanco y negro a los politicos profesionales, que han mostrado mayoritariamente una conduc ta reprochable y vergonzasa, pero donde también se reconocen excepciones y claroscuros. Es la sociedad que se supone “buena”, ésa que no puede ad- vertir que una mejora de la situacién econdmica y politica del pats no se lo- gra sélo con buenas intenciones, y que aun el mejor politico ante situaciones extremas naufragaria. Fs la sociedad que, aunque no lo reconoce, consinti6 ‘nunga undnimemente- las acciones que en su momento llevaron al poste- rior desastre El mito de la “buena” sociedad civil tiene diferentes alcances. Uno, es el de que seria una lave maestra para vaciar y derrotar a la politica centrada en el Estado; tal cosa esta lejos de haber sido demostrada, aun cuando es evi- 60 Roberto A. Follari dente que desde all se pueden producir tensiones fuertes y golpear en pun- tos de urgencia inesperados y poco accesible para la politica centralizada ‘Advertr esta parcial eficaca es algo muy diferente de haber demastrado que ro vale la pera ocuparse de politica estaal,considerando apresuradamente gue Ia influencia de ésa habria sido "reemplazada” por la de la operacién de/con la sociedad civil. Otro importante aspect es la pureza virginal que sueleasignarsea la sociedad civil, como sien ella no mediaran intereses, ono enistieran modalidades de poder insttucionalizado. No han fltado las criti casa esta curiosa banalizacin en la que ha caido un sector nada menor dela inteletualidad latinoamericana en las décadas del ochenta y noventa? La sociedad civil noes una entelequa,enella existe iettuciones,y por ello céigos,reglamentos, procedimientos, erarqutss Si consideramas al Tas iglesias, por ejemplo, ser por demas evidente fo que afirmamos. Pero aun toes si tomamos en cuenta al caballo de batalla mas afin al discurso sobre la sociedad civil tal cual son las Organizaciones No Gubemnamentales (ONGS) Estas han sido bendecidas por los organismos internacionales de crédito (Banco Mundial, por eemplo}, 1o cual de por sino las invalda, pero puede tomarse como un sintoma digna de preectipacin. Ademds, las ONGs por s rmismas no representan ty jamés podrian hacerlo) ala sociedad en cuanto tal, Como conjuno: representan algin sector may definide y fragmentario, Sin duda que, por otra parte, esa representacgin de sectores sociales limtades peca de mediacign, tanto como la representacign poitice-partidaria. No es tin sector de la sociedad el que directamente aparece: es la ONG que asumne 5urepresentacin necesariamente “desde fuera’ es deci, por via de funcio narios y miembros especializados. A ello se agrega que las ONG tienen f- ranciamientos propios, no siempre sustos a controle extenos, Sus modali dades internas de ferarquizacin tampoco son sometble a jucio exterior, lo cual las hace lugar propicio para autoritaismos velados,favoritismos de di- ferente ip, y posible corporativism, ‘la vez si as ONGs representaran to social uno deberia esperar cesta convergencia de intereses entre todas elas. Pero alas disimilitudesideol6gi- cas y politics perfectamente lgitimas que aparecen (y qué malo seria que no lo hicieran) se une la lucha por el reconociniento y por et fnanciamiento ambasestdn ligadas entre si, lucha que muestra répidamente cémo los tereses particulars estén presentes no slo dentro de cada una de las ONG, sino en la mutua relacion entre elas, y en la que cada una y el conjunto de ells estableen con el poder politico vigent,y con los organismos fnancia dores (que a veces son también la misma coe). De modo que sila sociedad no es la “buena” contracara de a “mala” ad- ainistracion politica, menos ain las ONGs son la buena institucionaidad Lo publico revisitade:paradojas del Estado a contra la mala del aparato estatal, dado que ellas no son la sociedad como conjunto ni tampoco la representan, al menos con algin grado especificable dealcance y consenso efectivo. A las ONGs y a sus directivos la sociedad no los ha elegido, y su libertad para operar fuera del alcance de controles exter- ros no es tan lejana a la que se vive en muchos intersticios del aparato de Es- ‘ado. Por ello, seria necesario retrotraer a la nocién auténticamente gramscia- na de “sociedad civil”. Alli se ponia el acento en la construcci6n sociocultu- ral de la hegemania, la cual tena por finalidad Gltima ganar “las casamatas” de esa sociedad civil para luego acceder al poder del Estado. La lucha en la sociedad civil no estaba opuesta o disociada de la lucha por el poder estatal. Ello por supuesto- implicaba advertir la existencia de una ligica no inme- diata de la dominacién, la cual se establecia en las instituciones, el folelore y las costumbres, espacio en el cual se debia trabajar primeramente para recién luego poder acercarse a la toma del poder politico. En esta concepcién, el Estado es “aparato administrativo estatal + insti- tuciones de la sociedad civil”. De modo que mal podria oponerse aqui socie: dad civil a Estado: éste, entendido en el sentido restringido de aparato esta- tal, influye sobre la sociedad civil para alli Iegitimarse y establecerse. A su vez, apropiarse de la hegemonia ideolégica y cultural en este tiltimo espacio es hacerlo en un campo no incontaminado y miticamente “bueno”, sino en el territorio de lucha que precede el acceso al poder estatal, y por ello este Gl- timo como horizonte esta presente desde el comienzo mismo del contlicto, social Pensar la sociedad civil sin oponerla al Estado es advertir el peso decisi- vo de las iglesias, la religion electrdnica, los medios masivos, las escuelas, en Ja constitucién de identidad, de cultura, y ~por supuesto- de ideologia. Es pensarla en su enorme densidad en relacién con los procesos de dominacién ¥y de lucha por la emancipacién, En este sentido, la apelacién a la noci6n re- sulta sin dudas fecunda, y en esta recuperacidn de su fuerte sentido propia mente politico es que podemos darle pleno cauce y renovada vigencia. 3. Lo “ptiblico no estatal” como coartada privatizadora, y su peso en educacion Hechas todas las aclaraciones anteriores, podemos ahora legar a la parte ‘més aplicada, en cuanto a cémo se realiza hoy la lucha por lo piblico. El dis- fraz progresista de posiciones privatizadoras que apelan a una defensa de lo ‘piblico no-estatal” no deja de hacerse claro en versiones como la de Bres- 2 Roberto A, Follort ser Pereira, quien no en vano formé parte del gobierno de Cardoso en Brasil, gobierno productor de reformas neoliberales en ese pals (aunque con un ta- Jinte menos salvaje que el de Menem o el de Salinas de Gortariy, sobre todo ~dado que Cardoso ha sido un destacado intelectual, con un mayor cuida- do en la legitimacién discursiva). ‘sf afirma Bresser Pereira: “La crisis del Estado que marcn el iltimo cuarto el sigho XX ha abierto la oportunidad para dos tpas de respuestas. En os ais 80 asistimos ala onda neoconsereadora cow su propuesta del Estado minimo; en ls 90, cuando comienza a tornarse claro el irralismo de la propuesta neoliberal, el movi- niento en divecién a a refarmso mas propiamente ala reconstruccign del Estado se {ora dominante. Una reconstrucciu que es secesaria cuando promueve el aust fis- cal, el redimensionamienta de a actividad productiva del Estado y la apertura comer- cial que puede ser meramenteconsereadora cuando seconcentea en la flexibilzacion de los mercados de trabajo; pero que se taran progresista cutnda profunciza el régi- ren democratic y ampli el espacio pibico no-statal” © Verdaderas piruetas del discurso, aqus se establece una polarizacinfal- sa no se apunta a privatizacin vs. defensa del Estado, sino a privatizacion con lenguaje neoliberal vs. privatizacion con lenguaje sobre lo "piblico no: estatal’. De tal modo que se promueve una presunta “reconstruccién” del Es- tado nada menos que a través del ajuste fiscal (que ha llevado al Estado de- sertor en toda América Latina) y justamente, mientras se reivindica abierta- mente lo no-estatal, supuestamente como fuerte depositario de lo public. 2Cémo se hace posible esta curiosa operacién discursiva? Precisamente cena medida en que la apelacién a la “sociedad civil” queda investida mégi- camente de una pureza originaria que la dejaria fuera de la puja de intereses fen que se dirime la accidn del Estado. Ya heros hecho Ia critica de tal supo- sicin, pero aqui podemos advertir su fuerte rendiniento para los intereses lominantes. Se trata de practicar la privatizacién con ropa legitimador que apele a lo social y lo democratico,e incluso asi de aparecer discursivamente como si se estuviera en enfrentamiento a la privatizacién neoliberal Sin duda, es éte el andamiae justficador al que suele apelarse hoy en el caso de las eseulas-voucher.t Se las denomina a veces “autogestionadas”, otras “socialmente gestionadas”, y con eufemismos parecidos,a través de los cuales no slo se oculta su ligazdn a grupos de capital prvado, sino incluso se sugiere una inexistente relaciOn con tradiciones autonomistas y descentra- lizadoras que han estado presentes en las luchas de los sindicatos docentes y «ie organizaciones de izquierda, De tal modo, se hace invisible para muchos elauténtico mecanismo de entrega al capital privado de la gestion escolar allt presente; y en quienes pueden advertir tal mecanismo, aparece la dificultad para desocultar ante otros la fina trama ideoldgica por la cual se lo encubre. al Lo publico revisitad: paradojns del Estado Lo curioso y autocontradictorio de estas apelaciones discursivas a la im- portancia de lo piiblico no-estatal es que, ademas, apelan al financiamiento de To novestatal desde el Estado. Es decir, se trata de vaciar al Estado de sus funciones tendientes a la igualdad de oportunidades, para que abiertamen te sea financiador de la gestion privatizada del aparato escolar: De tal modo, poco o nada se cambia en cuanto a disminuir el gasto estatal, pero se enaje- naal Estado de la gestion entregandola a grupos de capital privado, los que son presentados bajo el inacente rétulo de “agentes de la sociedad civil” 0 del “tercer sector” Continda Bresser Pereira: “En la misma epoca en que se hace evidente la cri sis del modelo socal-burocrdtico de Estado y en que ln globalizacién exige nuevas rmodalidades, md eficientes, de administracién pulblicn,crect la importancia de una forma no privnda ni estatal de ejecutar los servicios sociales garantizados por el Es- tado: las organizaciones de servicio piblico no-estatales, operand en el den de ofer ta de servicios de educacién, salud y cultura con financiamiento del Estado”."? (El subrayado es nuestro.) Seria necio negar que una administeacién burocritica como la estatal, al tener que gestionar todo un amplio sistema, puede provocar ineficiencias en la atencion a la singularidad de algunas de las unidades escolares. Por ello, ro es improbable que haya casos en que la gestién privada, centrada en uno ‘en pocos establecimientos, pueda resultar més “eficiente”, Pero aqui caben dos fuertes contrapesos a tal situacién: 1. Gobernar el sistema en su conjunto colabora a sostener tal conjunto co- mo sistema, Es decir, impide la atomizacién y heterogeneizaci6n crecien- te que tiende a darse en casos de gestidn privada de las escuelas. 2. Cuando se habla de “eficiencia", cabe preguntar en términos de benefi- ios para quién, Suele hablarse de empresas piiblicas que producian pér- didas y al privatizarse generaron ganancias: sélo que no son ganancias pilblicas, es decit, no generan para la poblacién supersvit alguno (esto, sin olvidar que en no pocos casos -al menos en la Argentina~, las empre- sas privatizadas han tenico privilegios tarifarios y de concesi6n, e incluso subsidios directos provistos por el Estado, con los cuales no es dificil ob- tener ganancias). En cualquier caso, hay que recordar ademés que la edu- cacién es un servicio, no un espacio para generar ganancias; y la eficiencia tendird que evaluarse con criterios respectivos a la calidad y equidad det servicio, y no exclusiva niprincipalmente a los de costo-beneficio. No estd de mas sefialar que la tendencia a la atomizacién que provoca la privatizacién de la gestién escolar opera a la vez como factor distorsionante del punto 2 que acabamos de analizar. Sucede que en Chile, por ejemplo, se 64 ___Roberto A. Falla mide el rendimiento de los estudiantes de las diferentes “escuelas con subsi- dio a la demanda” (es decir, en las que entrega vouchers a los estudiantes pa- ra que éstos paguen a los gestores privados). En tales casos, las escuelas tien den a agudizar el proceso de seleccién clasista propio del proceso de repro- duccién escolar, tan claramente estudiado por Bourdieu et al. en su momen- to: 9 si se las va a evaluar por los resultados de los estudiantes, no les resul- ta conveniente incluir alumnos que provienen de clases populares y dispo- nen un menor lckground cultural, entendlido dentro del arbitrario cultural ‘con que trabaja el aparato educativo. De tal modo, se agudiza atin més la de- sigualdad de acceso al servicio escolar, justamente cuando se esté presentan: do el proceso como si fuera una “libre eleccidn” del estuciante ante una ofer- ta supuestamente diversificada y disponible, Y aqui apuntamos a la cuestién central. No estamos contradiciéndonos con el comienzo de este articulo, donde sefalamos la importancia del anties- tatalismo en discursos emancipadores, y el rol del Estado en la dominacién, ‘Se trata ~en cambio- de saber con claridad si las dosis de poder que se res- ta al Estado son reabsorbidas por los sectores mas desposeidos de la socie dad, 0 por el contrario son entregadas a aquellos més privilegiados. En este Ailtimo caso, como ya seftalamos, el Estado es un atenuador de la cruda di- ferencia de clases: si él se difurnina, tal diferencia se presenta aun con més virulencia, Por eso, no puede confundirse autonomia societal con financiamiento es- tatal de lo privado. ;Cudl es la autonomia frente al Estado en instituciones que se proveen de! dinero que proviene de ese mismo Estado? {Qué clase de autonomia es éa? zNo estamos ante una “contradiccién en sus términos” cuando se reivindica ~como hace Bresser Pereira~ el financiamiento estatal de “servicios piblicos no-estatales”? Alli se sigue dependliendo del Estado. Sélo que se renuncia a las ventajas que esto puede tener, en cuanto a alguna igualacién de posibilidades, para regalar el dinero publico a la ganancia pri- vada y el consiguiente regirse por las leyes del lucro y del mercado, que tor- nan la eclucacién ya no en un servicio, sino en un “negocio”. Y esto tiene que ver con un iltimo punto: la superposicién parcial entre mercado y “tercer sector” que esté disimulada por estas posiciones en pro de lo que llaman, caprichosamente, “pablico no-estatal”. Sin duda es ése el sen tido que la expresiGn “sociedad civil” tenia en Hegel: el espacio de los inte- reses particulares no integrados en la dimensidn de lo general. Luego, la no- cién gramsciana ~no la hegeliana~ es la que dio a la idea de sociedad civil et lustre que ha alcanzado: espacio de la institucionalizacién y organizaciGn di recta de lo social, no abarcada inmediatamente por el Estado ni por los par- tidos que buscan hegemonizarlo. Lo pubtico revisitado: paradojas del Estado 65 En Ia legitimacién de la privatizacién eseolar, se usa el prestigio de la concepci6n autonomista gramsciana para “colar” la versién individualista que la nocién guarda en Hegel. Es decir: se habla de los valores de quienes se ocupan desinteresadamente de lo universal, para en verdad bendecir a los que administran econémicamente dineros pablicos por via de organizacio- nes que inevitablemente remiten a personeros individuales y privados (por mas universalistas que sean ~cuando realmente lo son- sus finalidades de claradas) Asistimos, pues, a un destizamiento del concepto de sociedad civil, 0 de la especificacién que al respecto hace Bresser Pereira como “tercer sector”: a asuncién de fines universalistas que habitualmente se les asigna deviene de su ubicacién en pro de formas de organizacién politicas y sociales estable: ddas auténomamente. Ello nada tiene que ver con su aparicién dentro de la logica econémica implicada en gestionar dineros derivados del Estado, lo cual ubica a la funcién inmediatamente en el campo del mercado. Las aso- iaciones del tercer sector serén ajenas al mercado en la medida en que su trabajo politico ¢ ideolégico incida en una direccién diferente de éste; pero en cuanto se manejen sumas importantes de dinero y se participe de la com- petencia econdmica, no se pertenece a una instancia tercera respecto de Es- tado y mercado: se ha quedado dentro de la esfera mercantil. Con los prestigios absolutizados que se adscriben a la sociedad civil o a lo “ptilico no-estatal” a que nos referimos mas arriba, se introduce sibilina- ‘mente la presencia del mercado de una manera legitimable. Mercado que no se llama a sf mismo como tal, sino que ahora aparece presentado como tercet sector, de modo cle eduulcorarlo como provisto de un improbable interés por lo piiblico. Una sociedad civil que busque en el sentido de Marx su autonomia, trabajard tendencialmente para la eliminacién de los mecanismos individua. listas del mercado, de ningtin modo para participar de ellos sistematicamente. Es cierto, entonces, que existe un terceto: sociedad civil, Estado y merca- do, pero hay que advertir sus componentes como mutuamente entramados.!4 Noes sostenible la idea de un espacio pablico no-estatal que opere como ges- tor econdmico y resulte ajeno por completo al mercado mientras éste exista;y, por el contrario, si resulta muy fécil discursivamente justficar la remisidn al ‘mercado presentiindola como si lo fuera a la sociedad civil o al tercer sector. Se trata de desenmascarar la operacién ideol6gica en curso que preten- de hacer pasar la entrega de funciones estatales al mercado como si fuera una humanitaria busqueda de reorientar el poder y aumentar la participa- ion social. Entre las muchas confusiones a que ha dado lugar Ia idea de “so- iedad civil”, su identificacién secreta con el mercado es de las menos inge- rnuas, y de las mds ensayadas, 6 Roberto A. Follari Notas 1. Es prototipico el Qua? de V. Lenin, escrito en 1902, donde se impuls6 wna conganizacion altamente jerirqica de revolucionarios profesional, la cual fue diurante mucho tempo tomada como“ teora matxitta del partido potico (a han sostene hasta hace poco autores de In tall de E. Mandel, por eemplo). La nocion del Estado como espacio de lienacion de Ia vluntad social en Mars, C Crt de flosfia dl Esta de Hegel, Mexico, Gril, 196, 2. Porte, H., Grae ye Beg strc, Msi, Siglo XX, 197%; 1a muestra de wn Gramsci emparenado le manera htorogénes- con elleinismn, en Gram, A Maguinel Lenn (ots pra na tori potion nara), Mice, Dibgenes 1977 Sobre los problemas del “efecto retroactvo” en Ia lectora del storia, han abs Jno deste Foucault a Hayden Whyte, y los filbsofos de Ia hermenéutica(Gada- tet, por), retomados nciso pore imo T. Kuhn. 3. Enos fos setenta, el enoncesintslectal del PCL, M. Cassa escbié un bri ante atcul citic sobre Foucault que ha sido reprodcidotardiamenteen el brode AA. WV. Dsparen sobre Fuca Buenos Aites, El ilo por alto, 1992. Alt sefalaba quel distancia enre Hetdogger ye autor francés era“ que bay entre un pensamiento del nautragio,y un pensamento que nasseaga’. Con el empo, Cacia seria alcalle de Veneiay desde al ira virand hacia psicionesastode nominadas “de centro 4. B.De Giovani, "Par na teoria marssta dela transformacién” en L Althasser yrotros, Dc ef Estado, Mexico, Folios, 1982; B. de Giovani, "Leni Gramecly in base terica dl ploralsmo”, en revista Dinétic, nim. 7, México, Universidad ‘A.dePucbla, Mento, 1979, 5. Este neoanarqusmo de Foucault ha sido sefalado reiteradamente. Un versin francamenteconservadora al respeto es aque soatuvo. Merauior. por ejemplo, en au libro Font el pints de la cited, Mexico, Fondo de Calta Exons 6. Una rotunda ctics del necliberaismo en us falsasprtensiones de centificidad yy ensu modaidadtastolegicn qu lo hace inmne fn sefutaconemprica (oro Todo ideal puro la hace F. Hinkelamamert, rica rain atin San Jose de Conta ies, DEL, 1984 7. Pueden verse lox origenes histrcos del neoliberalismo yuna breve espeiiccin de su doctina, en nesta libro Los obsps fe Estados Unies contra Resgon, San Lis, Universidad Nacional de San ai Argentina) 988 8. Estaelacion de un tronco comin entree mars y el productivsmo capital ta puede verse ricamente planteada poruin ya entonces desencantado |. Baude- lit (El eps de la produc, Barcelona, Ged, 18D), Sin compart fotos {ido atague al mapesmo, no puede dejar de adverse un dejo de verdad en cuanto a su dstaniamveno del optimism hstric mapsano, ya pimace al corgada ala orgaizacin soil de To econdco. 9. G.Yadice, Gloaneisn de cultura y nao seceded cel, Caracas, CIPOST, 1988 10, Bresser Pereira, Lis y Cail Gra, Ni, "Ente el Estado y el mercado: fo pblico novestatal” mimeo, 8/1, 9/, pag 1 11, Exe ex el modelo neoliberal para i privatizaciin exo, consistent en “finan- cine In demand” torgando eouckers los aluminas con Tos que ellos pagar a Lo publico revisitad: porndojas del Estado {tin privada de In escuela a In que concurtan Ena Argentina, fh ido mu Sona ao en provinea de San Las poenada noes por ARediguee Sc, qolen se proponepropagaiistiament corn populisaedaaista, supe tamente antiliberal, * Pes issue Besser Petia al ibd. Al margen de esta cusin del fnanianent dete «Estado, en justi est aut autor debemos seul que dl tecanace pach camente in estencia del mercado, e intent explicate diferencia 30 po pasta del apoyo a ee, No hemos sep dealladarnente tal diatso por st dente pled; sus critenon para isingutr nave yexluyentrete lopbliconoettal respecte del mere son decaratvos lease lo Pate ro tederianecesariament "bien genea).Hemplo. aetna ete tot Akslinds la propiedad pubis no-esatal espeto cea prada ex qu mcees sta implica la ecumalacon capital pare ganas pevados guts exe pa taser al bien pica” (pig 1. 1B. Bourdiew eal, La repetccion, Barcelona, ai, 1981 14, Como ya hemos dicho, Breer Peretn recone t sos 5a estos tes actos, peo pretere de ferenciartvativamente sin margenes ce superpesiign mut) merndo de “tercer sector”, con lo cual éste queda imbuido de bondades que el mercado ob- Viamente no pose, 2. Exceptuando el punto 3, rlativo especificamente a educacin, el trabajo retoma la pponencia “Pensar lo pablico: la difuminacién de los horizontes", presentad en la ‘Asamblea General de CLACSO, en Guadalajara, Mexico, en noviembre de 2001, Estado y reforma educativa: la construccién de nuevos sentidos para la educacion publica en la Argentina Myriam Feldfeber 108 Myriam Feldfeber Licenciada en Ciencias de la Educacién (UBA). Realizé estudios de Maestria en Ciencias Sociales con orientacién en Educacién en FLACSO. Doctoranda de la Facultad de Filosofia y Letras (UBA), Profesora Adjunta de Politica Educacional y del Seminario Proyectos Politicos Educativos de la Facultad de Filosofia y Letras y de Sociologia de la Educaci6n de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), Directora del Proyecto de Investigacién UBACYT (2001-2003) “Privatizacin y reforma educativa. La experiencia argentina de la década del noventa’. Investigadora del Instituto de Investigaciones en Ciencias de la Educacién, Facultad de Filosofia y Letras (UBA). Autora de diversos articulos sobre politica educacional, reformas educativas y politicas de formacién docente publicados en revistas nacionales e internacionales. Estado y reforma education 109 Introduccion En la conformaci6n del sistema educativo argentino, el concepto de lo piblico estuvo directamente vinculado a la escuela piblica creada, or- 10 Myriam Felder ganizada y dirigida desde el Estado: en consecuencia, lo piblico se iden- tificé con lo estatal. El Estado nacional impuls6 la creacién del sistema de instruccién piblica y se transformé en el garante del derecho a la educa- cidn para el conjunto de la poblacién en cuanto al minimo comin: la edu cacién primaria.t Esta instrucci6n supuso la imposicién de un modelo homogeneo de escolarizacién regulado, organizado, sostenido y finan- ciado por el Estado. El sistema educativo argentino se organiz6 como un sistema mixto con concurrencia de la educacién piiblica y privada, La ensefianza pri- vada o particular se encuentra amparada en la Constitucién Nacional en el art. 14, que garantiza a todos los habitantes el derecho de ensefiar y aprender. Pero este derecho no es absoluto, por cuanto la Constitu: idn establece que los derechos se ejercen “conforme a las leyes que re- glamenten su ejercicio”. De aqui las disputas histéricas por definir las leyes que han reglamentado el ejercicio de este derecho. Las discusio nes en torno a los agentes y contenidos de la educacion y los modos de nominar y conceptualizar lo pablico y lo privado, definir sus limites, las formas de regulacién y control por parte del Estado, han ocupado un lugar destacado en los debates sobre la direccionalidad del sistema edu- cativo argentino. Este trabajo esta organizado en cuatro partes. En la primera, se dis- cute la caracterizacién del espacio publico y la relacién publico-priva- do, a partir de las concepciones de Arendt y Habermas, y de las criti- cas que se formulan a sus conceptualizaciones. En la segunda, se plan- tea una critica a la tendencia de privatizacién del espacio publico y de individualizacién de lo social a partir de las limitaciones de la nocién. de libertad, en un contexto de desigualdad creciente y de disolucién de los vinculos entre las acciones individuales y los proyectos colectivos. Bn la tercera se discute el sentido que se le ha dado a la educacién pi blica a partir de fa reforma educativa de la década del “90 en la Argen- tina, centrando Ia critica en tres aspectos centrales: la distincién entre ptblico y privado como un problema de la gestion; la redefinicion del espacio piblico por la incorporacién de lo puiblico no estatal; y la defi- nici6n de la escuela publica a cargo del Estado como espacio de focali- zacién de la politica publica y de contencién social. Finalmente, y a modo de conclusién, se rescata la construccién del espacio pablico co: mo un acto politico. Estado y veforma edu El espacio piiblico y la dicotomia piblico-privado Ena actualidad asistimos a una resignificacién de la gran dicotomia en- tue lo publico y lo privado (Bobbio, 1998),? inaugurada con el surgimien- to del Estado Modemo junto con la redefinicién del par Estado-sociedad civil y el aggionarmiento del debate Estado versus mercado. El par pablico-privado nace conceptualmente en el campo juridico y luego se aplica en tocios los niveles y dimensiones en la vida préctica Desde su origen se asocia a tres sentidos: a) lo referido al colectivo ver: sus lo que refiere al individuo que evolucionars hacia la dicotomia entre lo politico-estatal y lo civil; b) lo abierto, lo accesible versus lo cerrado, lo clausurado, que se sustrae a la disposicion de los otros, sentido presente en el concepto de “esfera publica’, segiin lo define Habermas, como es- pacio de comunicacién abierta; c) lo manifiesto, lo visible, lo transparen- te versus lo secreto, lo oculto, lo sustraido a la mirada (Rabotnikof, 1997), Lo colectivo, lo abierto y lo manifiesto conforman “Ia imagen modéli- ca de la polis griega, cuya caracterizacién de lo piiblico no ha cesado de ejercer notable influencia sobre la reflexién occidental. La dindmica psiblica de ln polis suponia que el tratamiento de los asuntos comunes (colectivos) se desenvotvie ‘ala luz del dia y en presencia de los dems y que este cmbito puiblico estaba po tencialmente abierto a todo el demos” (Rabotnikoff, 1997: 136). En esta cons- truccidn de lo puiblico confluyen el poder del colectivo ejercido a Ia luz del dia y en presencia de los demas, la metafora espacial (la plaza, el 4gora, el foro) para su despliegue y la idea de ley escrita. La vida publi- ca en las ciudades-estado fue un dmbito abierto al debate para aquellos individuos que tenian reconocido su status de ciudadanos y podian in- teractuar entre si en calidad de iguales. El derecho romano consagra la distincidn entre la utilidad que refiere al individuo y la que refiere al co- lectivo, ast como la primacia del derecho pablico sobre el privado. La res publica caracteriza a la gestién publica, al gobierno publico, al gobierno del pueblo. El sentido moderno de Ia escisién entre esfera publica y privada se perfila a partir de la conformacién del Estado y el desarrollo del merca- do. Lo pablico se identifica con el ejercicio del poder colectivo y coacti- vo y con la autoridad publica y los servicios publicos orientados al inte- és general frente a los mbitos privacios en Io econémico, y en lo moral: religioso como ambitos de despliegue de los intereses y las conciencias privadas. En los siglos XVII y XVIII, el uso del adjetivo “pabblico” ir ‘marcando una progresiva diferenciacién entre Estado, sociedad e indivi- duo, vinculada a la nocién de interés puiblico que comienza a enfrentar- 2 Myriam Belifeber se al intents del Estado autocréticamente definido. Lo piblico como asunto de un puiblico -privados reunidos en calidad de publico transi- tar caminos diferentes desde el punto de vista de su conformaci6n so- cial, su representacién politica y su “autoconciencia” (Rabotrikoff, 1997), ‘Se consolida la idea de una esfera publica burguesa que serd recupe- rada en las concepciones contemporaneas acerca del espacio publico, dentro de las cuales se destacan los andlisis de Hannah Arendt y de jur- gen Habermas. En la conceptualizacién de Hannah Arendt, lo piblico remite a dos fendunenos estrechamente relacionados entre si. En primer lugar. “signifi- ca que todo lo que aparece en prblico puede werlo y ofrlo todo el ymunco y tiene la: mais amplia publicidad posible”. En segundo lugar, el término pubblico “significa el propio mundo, en cuanto que es comin a todas nosotros y diferen- ciado de nuestro lugar posedo privatioamente en él” (Arendt, 1993:59, 61). Ba~ jo las condiciones de un mundo comin, a pesar de las diferencias de po- sicién y la resultante variedad de perspectivas, todos estan interesados por el mismo objeto. Lo piblico permite que las obras y las palabras sean ‘mutuamente reconocidas por los actores y que la pluralidad constitutiva de la condicién humana se manifieste Frente a la miltiple significacion de lo puiblico, lo privado para Arendt cobra su original sentido privativo: "vir una vida prioada por com- pleto significa por encima de todo estar priondo de cosas esenciales a una verda- dera vida humana: estar privado de la realidad que proviene de ser visto y oido por los demits, estar privado de una ‘objetiva’ relaciGn con los otras que proviene ‘de hallarse relacionado y separado de ellos a traves del irtermediario de un mun- do comin de cosas, estar privndo de realizar algo mais permanente que la propia vida” (Arendt, 1995: 67). Mientras lo piblico remite a la accién y al dis- curso y ¢5 el ambito de la libertad, lo privado remite a la reproduccién y al trabajo y 3 el ambito de la necesidad Arendt sostiene que con la modernidad se produce el declive de la vi- da publica. Critica que el fundamento de la libertad moderna no es mas la igualdad. La desigualdad real entre los ciudadanos, muchos de los cuales se encuentran obligados por la necesidad, y las decisiones politi- «as alejadas de los ciudadanos ponen en cuestién la politica moderna. La transformacin de las esferas pulicas y privadas en la sociedad se obser- va en el consumo, que en principio estaba ligado al ambito de la vida pri- vada y ahora penetra y resignifica lo pablico, brindando al ciudadano un trato de consumidor. Para Habermas, la esfera piiblica refiere a un cuerpo de personas pri- vadas que se unen para discutir cuestiones de pablica incumbencia y de Estado y eforma educativa 113 comtin interés, Es un espacio en el cual los ciudadanos deliberan sobre asuntos comunes y, por lo tanto, una arena institucionalizada de la inte- raccién discursiva, donde la participacién es promulgada a través de la conversacion, Esta esfera es conceptualmente distinta del Estado y de la economia oficial. La formacién inicial de la esfera pablica burguesa es entendida por Habermas (1994) como la aparicién de aquella instancia mediante la cual “el interés puiblico de la esfera privada er la sociedad burgue- 0 deja de ser percibido exclusieamente por la autoridad y comienza a ser toyna- dda en consideracién como algo propio por los subditos misiios” Habermas opone la tradicional liberal que destaca los derechos for- males, la libertad negativa, y la accidn orientada al éxito, lo que potencia la atomizaciGn social a la tradicién republicana que enfatiza la soberania popular como expresién colectiva, la cohesién social, la libertad positiva y la accién comunicativa favoreciendo la democracia participativa. De acuerdo con el analisis de Habermas, el potencial ut6pico com- pleto de Ia concepeién burguesa de la esfera pablica nunca se cumplis. La introducci6n al debate de los estratos no burgueses que ganaron la es- fera piiblica trajo como consecuencia que lo puiblico se fragment6 en una masa de grupos que competieron entre si. Las negociaciones ocultas en- tre intereses privados reemplazaron el debate publico racional sobre el bien comin, La esfera publica “fue siempre constituida por el conflicto”, El pitblico burgués nunca fue ef publico, siempre hubo una pluralidad de publicos competitivos, desde el comienzo surgieron una multitud de contra-pablicos rivales que inclufan piiblicos nacionalistas, publicos po- pulares campesinos, publicos de las mujeres de elite y de la clase obrera (Fraser, 1994). Para Habermas, con la disoluci6n de la esfera publica bur- ‘guesa, la vida publica en las sociedades modernas adopts un cardcter ca- si feudal, la mayoria de la poblacidn estd excluida de la discusién publ ca y de los procesos de toma de decisiones. Una de las criticas contempordneas mds fuertes a la caracterizaci6n de la esfera publica y a los modes de trazar los limites entre lo piblico y lo privado provino de los aportes de Ia perspectiva feminista. Fraser (2994) propone que la teoria critica asuma una mirada més dura y més critica de los términos privado y piiblico, que no son sélo designaciones, de las esferas societales, sino poderosos términos que estn frecuente- mente desplegados para deslegitimar algunos intereses, perspectivas y t6picos y para valorizar otros. Considerando el concepto de esfera pabli- ‘ca como arena discursiva -elaborado por Habermas- como punto de partida, pone en cuestién algunos de los supuestos que subyacen a su formulaci6n. En primer término, cuestiona el supuesto de que es posible

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