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SWEET COUNTRY.

It is a solid movie directed by the Australian filmmaker Warwick Thorton,


noted for his award for best debut director in Cannes in 2009 (Sanson & Delilah). Sweet Country
could be regarded as an old-fashioned western which deals with racism, that was in full swing in the
early 20s in Australia.

This film puts us in the mid-20's of the last century when an aboriginal middle-aged man,Sam
Kelly, is arrested for the murder of a local farmer in central Australia. The film is constructed from
a first flashback when Sam recalls some of the events that have led him to appear before a court
charged with murder. The film has all the ingredients of classic western and at times reminds us The
Searchers by the legendary John Ford. The characters in the movie are solidly constructed and
respond to archetypes of the genre. A cruel farmer, ill-tempered and a bitter man tormented by his
experiences in the Great War, and who distills hatred for the Aborigines. Another philanthropic
farmer for whom Sam initially works and who believes in the equality of all men before God. Sam's
wife, in the tradition of John's Ford female characters, is a strong and complex character who has to
endure in silence the humiliation of being raped by that cruel farmer we mentioned before . Finally
we came across an agent of order who, like the character of Ethan (John Wayne) in The Searchers,
relentlessly pursues Sam through the Australian desert in a bloody manhunt.

The cinematorapher in this film tries to emulate Winton Hoch's striking cinematography while
taking advantage of the possibilities that digital cameras can offer nowadays (shooting at higher
settings with cleaner results and taking longer takes?

The result is an interesting but not masterful product by any means. The most interesting thing
about the film is the deep reflection on racism. Some people argue that The Searchers is a a racist
film. That's not the case with Sweet Country at all. This film takes a clear stand against racism and
in favor of the equality of all human beings.

Sweet country is an attempt to update a genre, the western, from which we can still learn many
things.
El que fuera ayudante de dirección de Quentin Tarantino Ziad Doueri ha presentado en Sección
Oficial L'insulte, un drama judicial de transfondo político que nos sumerge en la traumática historia
de la república libanesa cuya historia reciente viene marcada por un conflicto étnico, religioso y
político entre diversas comunidades cristianas, musulmanas y palestinas. Es también una película
con clara intencionalidad política que busca concienciar al espectador sobre los riesgos de caer
presa de los discursos del odio excluyente hacia el diferente. La película nos cuenta el
enfrentamiento entre un mecánico perteneciente a la comunidad cristiana y un refugiado palestino
inicialmente surgido de un controversia doméstica, pero en la que subyace un odio político y
religioso. Toni es un mécanico vinculado a un partido cristiano ultraconservador que sostiene
posiciones xenóbas contra la minoría palestina refugiada en el pais. Yasser es un refugiado
palestino que en su juventud estuvo vinculado a la lucha de la OLP en tierras jordanas. Entre ambos
media un abismo de incomprensión y recelo mutuo, cuyo trasfondo es la propia historia entre las
dos comunidades a las que pertenecen y que en la película se desarrolla con bastante extensión. Este
inicial conflicto deriva en un enfrentamiento judicial en el que se ven inmmersos los dos abogados
de ambas partes, que curiosamente son padre e hija y entre los cuales también hay diferencias
políticas de calado. La estructura de la película es la de un drama judicial al uso, con dos abogados
empeñados en justificar las motivaciones de los comportamientos intolerantes de sus clientes. Lo
más interesante de la película no es éste desarrollo, bastante convencional pero en general bien
narrado, si no las lecturas políticas que el director quiere mostrarnos y que apuntan a la
responsabilidad colectiva que tienen las narrativas de los conflictos a la hora de producir odios
enconados que son muy difíciles de contrarrestar racionalmente. El final de la película es algo
tramposo y un tanto incoherente con el desarrollo de la película pero “políticamente aceptable”, a
fín de no herir susceptibilidades ni palestinas ni cristianas. También se trata de una nueva película
donde se dignifica el papel de la mujer, pues son las esposas de ambos protagonistas quienes más
sufren el conflicto y más constructivas se presentan a la hora de intentar reconstruir sus vidas
destruídas por el odio. L´ insulte es una película más interesante por el fondo político que por sus
méritos cinematográficos.

THE RIDER de Chloé Zao. Si por el número y el volumen de los aplausos nos tuviéramos que guiar
podríamos concluir que The Rider es la película del festival. No obstante tampoco hay que olvidar
que en Seminci se ha pateado a rabiar una de las mejores películas de la historia como fue El sabor
de las cerezas de Abbas Kiarostami o que el público del Calderón ovacionó, como si se tratara de
Ciudadano Kane, la mediocre e insustancial comedia Nuestro último verano en Escocia, de la que
ya casi nadie se acuerda. The Rider no es una mala película, pero tampoco es esa pequeña joya que
tanto ha gustado en Cannes o en el Festival internacional de Toronto. Es una interesante
aproximación a la idea del vacío existencial en el que todos podemos caer sumidos si tenemos que
renunciar a aquel sueño que ha constituído el motivo de nuestra existencia. Existen, curiosamente,
ciertos paralelismos entre el personaje protagonista de The rider, un jinete de rodeos que ha sufrido
una lesión cerebral incapacitante, y el fotógrafo invidente de la película de Naomi Kawase que
reseñábamos hace unos días. Ambos experimentan el vacío de perder el sentido de sus vidas, como
consecuencia de una incapacitación física. En el caso de la película de Kawase esa pérdida del
protagonista iba unida al descubrimiento de una nueva manera de percibir la realidad, en la película
de Zao el protagonista experimenta una unión cuasi mística con el caballo, que ha sido elemento
esencial de su pasada profesión y al mismo tiempo es metáfora de una libertad perdida propia del
cowboy. La película de Zao no es un western, como dice equivocadamente la reseña de la revista
del festival, pero si se inspira en algunas convenciones del género, como es el dar importancia a los
paisajes y sus posibilidades expresivas o ciertos planos crepusculares que tienen influencias de Clint
Eastwood o de John Ford. La historia que nos cuenta la película recuerda lejanamente a la que nos
contaba Darren Arofnovsky en El Luchador. Dos personajes destruidos por los rigores de una
profesión a la que han entregado sus vidas. Por lo demás no tienen demasiado en común. El
personaje de la película de Zoe es mucho más joven y no tiene tantas heridas emocionales como el
que interpretara magistralmente el actor Mickey Rourke. Brady Jandreau es una prometedora
estrella del rodeo, al que una inoportuna lesión le impide dedicarse a una profesión que es no sólo
su sueño, sino también su vía de escape respecto de una situacíón familiar muy complicada,
motivada por las adicciones al juego de su progenitor. Brady es un “vaquero herido”, que para la
cultura popular texana es tanto como no ser nada, no tener “hombria”, estar destinado a un trabajo
anónimo y poco cualificado como ayudante en un supermercado. Al mismo tiempo tiene una
relación muy especial con su hermana autista y con un antiguo jinete de rodeo que sufre graves
secuelas físicas derivadas de un accidente de rodeo. Lo menos interesante de la película son esos
aspectos emocionales no demasiado bien tratados en el guión y que dejan al espectador la sensación
de estar siendo llevado por unos senderos que explotan cierto sentimentalismo innecesario, así
como ciertos planos redudantes e innecesarios. En definitiva The rider es una buena película pero
esa joya que nos habían prometido, y de la que todavía estamos huérfanos en la sección oficial del
festival.

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