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Hubo un tiempo no del todo lejano, que habité el cliché por donde quiera que pasara la

vista ajena, que no se sorprende de lo visto, justamente por coincidir del todo ahí donde
el rastro visible se da a entender, se hace común en el mismo instante de la percepción.
Si me detengo como tu lectura me detiene, tengo que dudar de ese modo temporal con
el que doy apertura a esta narrativa que va en camino a desaparecer, a ese tiempo “no
muy lejano”. Lejos, ahora sí, de radicar en un dejar literalmente atrás, hay una
perdurabilidad casi inerradicable de este hábito que resiste su cohábito, su cohabitante:
su majestad nuestra única lengua escrita con sangre en la única clave que el habla con
un solo gesto vivo, se barre a sí misma. Antes que a la pura nada a la que va a parar, es
esta diáspora en puro devenir, la que, seguida a no rasgar más que la superficie de quien
sos, hace seis años atrás, la única que me consta como móvil de recién comenzar, muy
lentamente, a abandonar la inocencia propia, la cáscara que muestra su agrietamiento
ineludible.
Los sucesivos intentos posteriores de caminar de veras, mi incomprensión
característica de entender, de persistir allí donde se es, iba desde la creencia
desmesurada de cuán mal andan las cosas allí afuera, cuán “distinto” es “uno” puesto en
contraste contra el falso telón “externo” del mundo, el discurrir en la huida de una
soledad banal, el hablar sin hacerlo en lo hablado por el habla, es decir, en la extrema
positividad respecto a un lugar donde dejar el corazón íntimo de una creencia que cuesta
aceptar que ya no tiene donde hacer pie; todos fenómenos que hacen pie, ahora sí, en un
único lugar: la embriaguez de las flores que alienan a la cáscara de la que aún no
acababa de salir.
No podría, por más que quisiera, continuar una linealidad de la narrativa, como si uno
pasara por distintos estadios y pudiera hacer texto, palabras que continúan la serie de
sucesos que se dejaron atrás y vanagloriarse de las conquistas actuales. Nada de
jactancias, más solo el hecho de haber vislumbrado algo de la punta del iceberg con el
que me doy de frente cada vez sin reversión alguna; más “hubo un tiempo” que desde
que sos en mí, no tiene retorno porque es exactamente el puro retorno, la permanencia
en el llamado a una versión que es la más pesada, la de no relegar ya el cuerpo, como
bien dijiste, a la extremada disponibilidad de las garras estatales/clericales.
Decir esto, vero, sé que es rasgar no más que la superficie de lo verdaderamente
portado en tu decir –si es que no hay mayor imprecisión que decir mediante este sujeto
“portador”. Quizás el “ahí” de este ser que somos en la enajenación, se le acerque algo
más, la pura apertura que nos consta en cada caso a nosotros, la vivencia radical donde
las fronteras se borraron del todo, las identidades liberales caen rendidas por su propia
mezquindad de base, justamente de las que penden tanto de los límites que no pueden
hacer de sí más que un territorio que empuja en el reclamo más allá de sí mismas.
Como el pensamiento sentido y único hecho palabras, anidando fuera de ellas, al que
estoy consagrado es lo que reclama este asalto que solo chapotea religiosamente a su
alrededor, sin tocarlo, un poco por el temor de arruinarlo por torpeza propia; otro tanto
por su condición asaltada, lo que dijiste muy bien sobre el anticipo vuelto el punto ciego
sobre el que no hay regreso; otro, por la altura con la que vuela, la distancia que no se
quiere acortar mientras se la corre detrás para no perderla en el horizonte finito del
campo visual, y con él, el goce inédito de ver-te volar. Hay algunos versos de la canción
“What Do You Want From Me?”, que “casualmente” van en cadena, en una continuidad
tal de resonancia reiterada, que no exagero en nada si te digo que es lo que explica de
cabo a rabo mis días: la avaricia de este querer al lado tuyo, el dominio que no necesita
aclaraciones ahí donde consta en este ritmo jovial, que de tan ajeno al control, no repara
siquiera en la peligrosidad del abismo, ni en las piedras resbaladizas que se deslizan
debajo de los pies desnudos.
Si hubo algún momento en el que asomó este dominio bajo pretexto de peligrosidad –
que, a decir verdad, lo hubo-, y con él, el impasse anejo a su majestad la
“responsabilidad”, fue el exacto punto donde –“miré dentro” y encontré que “no hay
nada que ocultar”, mi volición está literalmente ida en los labios de Michelle, en el
anillo que llevas en la mano de antaño, en mi vida tomada por la tuya, en la maravillosa
sencillez aunque tan precisa con la que Lennon canta, y por su voz que se hace la mía:
“Though I know I'll never lose affection
For people and things that went before
I know I'll often stop and think about them
(…)

But of all these friends and lovers


There is no one compares with you

(…)

In my life I love you more

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