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La Unidad de La Experiencia Filosofica
La Unidad de La Experiencia Filosofica
A
philosophie médiévale, 1932) un niño muerto es una de ellas. No cabe aquí ninguna relativi-
dad. La vida que se esperaba está ausente y la muerte se hace
presente de la forma más intensa. Apuntando a las construccio-
lgún lector curioso y leve- nes intelectuales de los filósofos, Gilson hace referencia a esta
mente malintencionado podría experiencia que, a su parecer, ilustra bien la situación en la que
preguntarse qué pinta una re- se encuentra un filósofo que no tiene en cuenta que el discurrir
seña de un par de libros de de su pensamiento repite errores cometidos por sus predeceso-
Etienne Gilson en una revista de Estudios res y toma de nuevo una vía de la que ya se había demostrado
Culturales. Bien, sólo hacen falta tres su futilidad: “Pero no es infrecuente que uno o dos siglos más
pasos para establecer esa conexión. En tarde, en alguna Universidad donde la historiografía es conside-
primer lugar, puede afirmarse sin lugar a rada como perjudicial para la originalidad filosófica, pretenda
dudas que Michel de Certeau es un autor algún joven, feliz todavía en su nativa ignorancia, volver a des-
con derecho de residencia en el mundo de cubrir una posición similar. Como vive y escribe en otra época,
los Estudios Culturales. A continuación dice las cosas de un modo nuevo. Pero las cosas son viejas; su
se anotará que Michel de Certeau se doc- filosofía es como un niño que nace muerto y ni él ni sus discí-
toró en Ciencias Religiosas en 1960, en la pulos son capaces de darle vida” (p. 61). Supongo que no son
Sorbona, bajo la dirección de Henri Gou- muchos los lectores de esta reseña que han tenido el difícil
hier, reputado estudioso de la obra de deber de presenciar una escena así. Me pregunto si aquellos que
Malebranche. Finalmente, puede con- sí hemos de vernos con esta realidad cara a cara estamos, de al-
cluirse con el hecho de que las obras de guna forma, mejor preparados para la educación filosófica.
Gouhier tienen un sitio muy especial en
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los dos libros que se reseñan aquí, lo que Juan Diego González Sanz
añadido al dato de que Gouhier fue el su-
cesor de Gilson en la Academia Francesa,
es más que suficiente para considerar que