310 | LA DEBILIDAD DE CREER
cas y de lenguajes propios; ya no hay causa, sino solamente su leit
motiv interior. La armonia colectiva no dice nada mds que esa
ausencia de objeto, el Espiritu, pero de este modo instaura una
libertad dichosa en lo precario y en lo cotidiano que sirven de cita
a la comunion. Esta espiritualidad del “hombre de la calle” coinci-
de con una conciencia comtin de no poder ya transformar el orden
de las cosas, pero la lena con un valor innominable, el Espiritu, y
con el poder milagroso de encontrarse en el casi nada: una cotidia-
nidad privada de legitimacién, palabras privadas de sentido.
Es posible que, salvo el espectaculo, la manifestacién carismati-
ca no sea tan ajena al murmullo de la oracién mas comtn, aquella
ala que le fue quitado su poder sobre el cuerpo social, y que resul-
ta desposeida de sus ambiciones sobre la historia, firialmente décil
a realidades que ninguna ideologia fue capaz de cambiar y que
hay que aceptar cuando se carece de los lugares convenientes. Al
atestiguar a su manera la desaparicién de un lenguaje de la fe y la
imposibilidad de una elaboracién ética, esta oracién es todas las
semanas él sitio poético dé un bienestar comun y la reanudacién
interior de un servicio mutuo, gracia ofrecida al hombre de la calle.
Es posible que al impugnar esa forma humillada del cristianismo
se niegue aquello en lo que se convirtié y uno se prohiba recono-
cer, en los combates y en las oraciones del presente, a un Dios que
se pone a parecerse extrafiamente a ese hombre de la calle.
Asi vivida, la fe cristiana es experiencia de fragilidad, medio de
convertirse en el anfitri6n -de otro que inquieta y hace vivir. Esta
experiencia no es nueva. Desde hace siglos, misticos y espirituales
la viven y la expresan. Hoy, de pronto, se hace colectiva, como si
todo el cuerpo de las iglesias, y-no-ya-algunos individualmente
heridos por la experiencig’mistica, debiera vivir lo que el cristia~
nismo siempre anuncié:\Jesucristo ha muerto. Esta muerte no es
tan sdlo el objeto del mengaje que concierne a Jestis, sino la expe-
riencia de los mensajeros. ‘Lasighesias, -y-no'ya solamente el Jestis
delq que 2e hablan, p parecen lla adas a¢ a esta muerte por la ley de la his-
toria. Se trata de aceptar el ser débil, abandonar las mascaras irri-
Sorias e hipécritas de un poder eclesidstico que ha dejado de ser,
renunciar a la satisfacci6n y a “la tentacin de hacer el bien”. El pro-
blema no es saber si seré posible restaurar la empresa “Iglesia”,LA DEBILIDAD DE CREER | 311
segtin las reglas de restauracién y saneamiento de todas las empre-
sas. La tinica cuestién que vale es ésta: se encontrardn cristianos
que quieran buscar esas aperturas suplicantes, errantes, admira-
doras? Si existen hombres que quieran entrar todavia en esa expe-
riencia de fe, que reconozcan su necesidad, les corresponderé con-
formar su Iglesia a su fe, buscar en ella no modelos sociales,
politicos 0 éticos, sino experiencias creyentes ~y sus comunicacio-
nes reciprocas-, a falta de lo cual no habria ya comunidades y por
tanto tampoco itinerancias cristianas
Ningtin hombre es cristiano solo, por si mismo, sino en referen-
cia y enlazado con el otro, en la apertura a una diferencia solicita-
da y aceptada con gratitud. Esta pasién del otro no es una natura-
leza primitiva que hay que recuperar, no se afiade tampoco como
una fuerza més, o una vestimenta, a nuestras competencias y
adquisiciones; es una fragilidad que despoja nuestras solideces e
introduce en nuestras fuerzas necesarias la debilidad de creer. Es_
posible que una teoria o una practica se vuelva cristiana cuando,
en la fuerza de una lucidez y de una competencia, penetre como
una bailarina el riesgo de exponerse a la exterioridad, 0 la docili-
dad a la extraiieza que sobreviene, o la gracia de dar lugar —o sea,
de creer— en el otro. Como “el itinerante” de Angelus Silesius, no
desnudo, ni vestido, sino desvestido:s
Hacia Dios no puedo ir desnudo,
mas debo ir desvestido.
4
5 Angelus Silesius, errant chérubinique,1, 297 [trad. esp.: El peregrino querubinico,
Palma de Mallorca, José J. de Olaneta Editor]; el texto aleman dice: “Nacke darf ich
nicht fiir Gott, und muss doch unbekleid’?”
)ll
La debilidad de creer
En otros tiempos, una Iglesia organizaba un suelo, es decir, una tie-
tra constituida: en su interior, se tenfa la garantia social y cultural
de habitar el campo de la verdad. Aunque la identidad ligada a un
lugar, a un suelo, no fuera realmente fundamental en la experien-
cia cristiana (la institucién no es més que lo que permite a la vez
una objetividad social), en esta tierra podian arraigarse cohortes
de militantes que alli encontraban la posibilidad y la necesidad de
su accién. Unos administraban lo propio: las obras, la escuela, las
asociaciones recortadas por sectores 0 por medios; otros se consa-
graban a un trabajo social, incluso a través del campo de lo politi-
co, seguros de ser conducidos e inspirados por una “ética cristia-
na’, elegidos y ligados por la obediencia a una “misién cristiana”,
Cualquiera que fuere su objeto, esta militancia que actuaba afuera
no era més que la expansién bienhechora de la verdad sostenida
adentro. 4
Ahora, semejante a esas ruinas majestuosas de las que se sacan
piedras para construir otros edificios, el istianismo se ha con-
vertido para nuestras sociedades en el proveedor de un vocabula-
rio, de un tesoro de simbolos, de signos y de practicas reutiliza-
das en otras partes. Cada uno las emplea a su manera, sin que la
autoridad eclesiéstica pueda manejar su distribucién o definir a
su capricho su valor de sentido. La sociedad echa mano de ella
para poner en escena lo religioso en el gran teatro de los medios
de comunicacién o para componer un discurso tranquilizador y
general sobre los “valores”. Algunos individuos, algunos grupos
toman en ‘préstamo los “materiales cristianos” que articulan a sua a a
306 | LA DEBILIDAD DE CREER :
manera, haciendo jugar todavia habitos cristianos y sin por ello
sentirse obligados a asumir el sentido cristiano en su totalidad.
Por eso el cuerpo’ cristiano ya no tiene identidad; fragmentado,
diseminado, perdié su seguridad y su poder de engendrar mili-
tancias, tan sdlo en su nombre. Del pluralismo del Vaticano II,
inscrito bajo el signo de una ideologia liberal y una administra-
cién cuidadosamente conservada en su jerarquia, legamos a esa
larga hemorragia que vacia en silencio estructuras dejadas intac-
tas pero exangiies, cdscaras abandonadas por la vida, y, paralela-
mente, a la proliferacién de pequefios grupos que cultivan la
dicha de estar juntos y de construir un discurso en lugar del cuer-
po que ya no existe. [...]*
POLITICAS Y POETICAS DE LO COTIDIANO
Mas alla de los puntos de vista generales del Vaticano II sobre el
“pueblo de Dios” y sobre “el mundo”, se impone una realidad coti-
diana que organiza las opciones, instituye diferencias irreductibles
“rea la: 's entre cristianos: no ya una separa-
ci6n entre el mundo y la Iglesia, sino las divisiones impuestas por
1 Por cuerpo entiendo la unidad social constituida por redes de précticas, ideologias
y marcos de referencia, y especificada por limites (iniciaciones y exclusiones),
conductas (jerarquizadas segin criterios de reproducci6n y de seleccién) y
conveniencias (postuladas y manipuladas por “estrategias” internas), Remito asia
una opacidad, una singularidad y una vivencia del lugar donde se fabrican los
discursos de la elucidacion, de la generalizacién y de la relacién con lo que escapa a
Ja vivencia (es decir, lo dogmitico, lo primitivo, lo futuro, la exterioridad, la
ausencia). Entre los procedimientos sociales que posibilitan y controlan los
discursos, y las producciones discursivas relativas a lo que falta al presente, hay
una permanente tension que hace a la vida del cuerpo. El desequilibrio comienza
cuando una defeccisn de las practicas que organizan un espesor del presente
acarrea un suplemento de discurso. En su punto limite, no hay més que discursos,
un conjunto [corpus], cuerpo muerto, texto del cuerpo ausente.
2 [En el articulo de1977 venian luego tres partes tituladas “Un cuerpo imaginatio: el
producto de los discursos’, “Un cuerpo deshecho: expresiones evanescentes y
récticas anénimas” y “Una fabula que hace creer: suefios pasados e interpretaciones
presentes’. Provenfan del largo texto que aqui constituye el capitulo 10, pero
implicaban omisiones, en ocasiones formulas abreviadas o simplificadas. Més arriba
se encontraré la versi6n integral de origen, pp. 274-282, 284-288, 297-306.]LL ee
UA DEBILIDAD DE CREER | 307
la historia humana, que también atraviesan a la Iglesia (divisiones
de clases, de politicas, de sexos). Los lugares estratégicos de las dis-
cusiones, oposiciones y reflexiones se desplazaron de Ia eclesiolo-
gia a la politica, de las concepciones del “pueblo de Dios” a la rea-
lidad de las conductas. De este modo se manifiesta la exterioridad
de las practicas respecto de las expresiones religiosas y resulta cues-
tionada la posibilidad de una ética.
Los movimientos que representan una innovacién practica y
teérica en materia politica (no es indiferente que nos vengan de
América Latina) tienen la caracteristica de articular una recupera-
cién del cristianismo a partir de una eleccién social primaria (por
“Ia iberacion’ por el socialismo), en vez desuponer,comoantaho,
que un compromiso podia ser inducido de una fe. El punto de par- (|
tida es una toma de posicién relativa al interrogante: 3con quién
solidarizarse en la sociedad? De este modo, se trata para los cris-
tianos de trabajar en causas que no son las suyas, porque ya no tie-
nen un suelo propio. Asf, una mutacién cualitativa se inscribe en
ese pasaje de un hacer-la-caridad a un hacer-la-justicia. Una prdc-
tica de lucha constituye la cuestién previa de semejante teologia de
la liberaci6n y la transformaci6n social; ella rompe la ficcién ofi-
cial de un discurso cristiano provisto del poder de ser neutro o de
superar las diferencias. En su transito fuera del cuerpo eclesidstico
deshecho hacia la ciudad politica secular, muchos militantes se ins-
piraron en la “teologia de la liberacién’, tras los pasos de Gustavo
Gutiérrez, Joséph Comblin, etc., es decir, en una practica teolégica
encastrada en otras practicas, indisociables de solidaridades tacti-
cas, sometidas a los avatares y a las necesidades de una lucha histé-
rica. Pero esta teologia conserva la marca de su terreno de naci-
miento, el cristianismo latino fijado en una confrontacién con el
marxismo: la latinidad siempre implicé transitos de estructuras
institucionales e ideoldgicas entre la Iglesia y el Estado, y dio un
papel importante a los discursos totalizantes. Este rasgo no es ajeno
al intercambio, o mas bien a la sucesién de las pertenencias, que
pasan de la Iglesia a los marxismos dogmaticos o heréticos.3
3 A menudo, el compromiso politico de los cristianos conserva de la religién una
forma totalizante y doctrinal (Ia de un orden de “valores” supuestamente308 | LA DEBILIDAD DE CREER
Asi, una autonomia de las practicas sociales se desprende de las
generalidades del discurso cristiano que, como una nube, cubria
\ Jas realidades cotidianas. Del casamiento de los sacerdotes al di-
vorcio de los laicos, los debates sobre la sexualidad lo mostraron
ampliamente estos ultimos tiempos. Cantidad de cristianos, que
todavia se reconocen como tales, se aleja sin més vueltas de las
ensefianzas pontificales a menudo reiteradas sobre ese tema. En el
momento en que las autoridades romanas oficializaban la revision
del proceso de Galileo (1974), segufan repitiendo su error. Porque,
al igual que el Sol y los astros, las practicas hoy no obedecen a las
exhortaciones de la Biblia o del papa. Por cierto, tiene que haber
efectos éticos de la atencién dedicada a la palabra evangélica (una
conversién siempre mide la comprensién), pero varian segtin un
juicio moral auténomo. Nada puede garantizar ya que una ética
cristiana sea posible. Estos debates aclaran la complejidad de las
relaciones de la Iglesia con la cultura contempordnea. Lentamente
separado de sus pertenencias locales, familiares, mentales, el indi-
viduo, hombre-automovil, puede circular por todas partes, pero
por todas partes encuentra la ley universal y anénima de organiza-
ciones econémicas 0 conformismos socioculturales; a las medidas
romanas, por lo tanto, puede achacar 0 un desvio cada vez menos
tolerado por el sistema social o una restriccién a su circulacién
automotriz, tanto conyugal como geografica.
Sin embargo, més profundamente, aqui est en juego el despla-
zamiento de la sacramentalidad. Antaiio, el sacramento sellaba una
relacién entre un decir y un hacer; expresaba y efectuaba; era el
anuncio y la obra de la fe. Por eso constitufa el punto nodal de la
experiencia cristiana. La lenta erosién de esa relacion y la irreali-
dad de discursos privados de eficacia alejan a los creyentes de esas
palabras “sin fuerza”. Es el compromiso social y politico, fuera de
“humanistas’, 0 la de una conversién revolucionaria que apunta a rehacer un
mundo). Sin duda, les permite pasar de un mero decir (un “mensaje”, una Palabra,
etc.) a un hacer (transformar la sociedad), como de una “figura” a su realizacién.
Sin embargo, el transito de uno a otro no respeta lo suficiente una diferencia entre
ambos que no sélo concierne a los contenidos (féciles de distinguir), sino también
ala forma. Los avatares politicos de la eclesiologia se multiplican con la
fragmentacion de las Iglesias.LA DEBILIDAD DE CREER | 309
toda referencia a la Iglesia, lo que adopta un valor sacramental, y
lo mismo, el encuentro con otro en la relacién conyugal o parental.
A través de una transformacién reciproca, la liturgia se estetiza.
Deja de ser cierta (pensable) y eficaz (operatoria), pero puede ser
bella, como una fiesta, como un canto, como un silencio, como un
efimero éxtasis de comunicacién colectiva (ésa fue también la
aventura de Boquen). El éxito de los monasterios compensa el
vaciamiento de las iglesias parroquiales, y esta btisqueda no nece-
sariamente es una coartada. Los viajeros de esas liturgias “exéticas”
vuelven a su trabajo y a sus compromisos, como se vuelve de espa-
cios maritimos o de la lectura de un poema, habitados por otro
aire que puede tener efectos en sus practicas, pero de un modo
cuya responsabilidad cada uno debe asumir,
A su manera, los grupos de carismaticos que se multiplicaron
estos tiltimos afios ejemplifican el mismo tipo de arrebato, al tiem-
Po que se alinean sobre las formas contempordneas de la “sociedad
del espectaculo”. Una necesidad de creer, exacerbada por el vacio
de esta sociedad, se conjuga con la necesidad de una pertenencia,
cuyo contenido también se convirtié en un vacio. Todo ocurre
como si fuera necesario que hubiera alli, en esa Iglesia opaca para
si misma, un Espiritu, y como si un agua inesperada naciera en los
s6tanos de la vieja casa. Para esta oracidn carismatica no hay ya
proyecto sino tan s6lo la huella del lugar ayer productor de practi-
4 Las estructuras gclesidsticas, ablandadas o estercotipadas, permiten cada vez
menos el encuentro con el otro que, ayer, tenia la forma fundamental de la
obediencia. En esta funcién, la experiencia amorosa y la sexualidad parecen
reemplazar a la obediencia. A menudo se convierten en el descubrimiento de una
alteridad perturbante e inaccesible, vale decir, en el ejercicio de una fe en el otro.
De ese modo, muy lejos de ser un accidente en una historia individual, el
matrimonio (de sacerdotes o de religiosas) puede incumbir a lo esencial de una
vida espiritual: es entonces la experiencia real de lo que el discurso cristiano sittia
en el registro abstracto de una “obediencia de la fe”, as{ como el compromiso
social o politico quiere hacer efectivo, entre la palabra simbdlica y la acci6n
transformadora, el lazo necesario que los sacramentos designan pero hoy ya no
significan sino de una manera verbal. La militancia “cristiana” narra actualmente
los innumerables desplazamientos y trayectorias que pasan de simbolos cristianos
privados de efectividad a tareas “seculares” todavia subrepticiamente
determinadas por un simbolismo religioso, Estas multiples historias de
emigraciones fuera de un lugar progresivamente inhabitable son el murmullo
profuso de un cambio de cuerpo.310 | LA DEBILIDAD DE CREER
cas y de lenguajes propios; ya no hay causa, sino solamente su leit
motiv interior. La armonia colectiva no dice nada mds que esa
ausencia de objeto, el Espiritu, pero de este modo instaura una
libertad dichosa en lo precario y en lo cotidiano que sirven de cita
a la comunion. Esta espiritualidad del “hombre de la calle” coinci-
de con una conciencia comtin de no poder ya transformar el orden
de las cosas, pero la lena con un valor innominable, el Espiritu, y
con el poder milagroso de encontrarse en el casi nada: una cotidia-
nidad privada de legitimacién, palabras privadas de sentido.
Es posible que, salvo el espectaculo, la manifestacién carismati-
ca no sea tan ajena al murmullo de la oracién mas comtn, aquella
ala que le fue quitado su poder sobre el cuerpo social, y que resul-
ta desposeida de sus ambiciones sobre la historia, firialmente décil
a realidades que ninguna ideologia fue capaz de cambiar y que
hay que aceptar cuando se carece de los lugares convenientes. Al
atestiguar a su manera la desaparicién de un lenguaje de la fe y la
imposibilidad de una elaboracién ética, esta oracién es todas las
semanas él sitio poético dé un bienestar comun y la reanudacién
interior de un servicio mutuo, gracia ofrecida al hombre de la calle.
Es posible que al impugnar esa forma humillada del cristianismo
se niegue aquello en lo que se convirtié y uno se prohiba recono-
cer, en los combates y en las oraciones del presente, a un Dios que
se pone a parecerse extrafiamente a ese hombre de la calle.
Asi vivida, la fe cristiana es experiencia de fragilidad, medio de
convertirse en el anfitri6n -de otro que inquieta y hace vivir. Esta
experiencia no es nueva. Desde hace siglos, misticos y espirituales
la viven y la expresan. Hoy, de pronto, se hace colectiva, como si
todo el cuerpo de las iglesias, y-no-ya-algunos individualmente
heridos por la experiencig’mistica, debiera vivir lo que el cristia~
nismo siempre anuncié:\Jesucristo ha muerto. Esta muerte no es
tan sdlo el objeto del mengaje que concierne a Jestis, sino la expe-
riencia de los mensajeros. ‘Lasighesias, -y-no'ya solamente el Jestis
delq que 2e hablan, p parecen lla adas a¢ a esta muerte por la ley de la his-
toria. Se trata de aceptar el ser débil, abandonar las mascaras irri-
Sorias e hipécritas de un poder eclesidstico que ha dejado de ser,
renunciar a la satisfacci6n y a “la tentacin de hacer el bien”. El pro-
blema no es saber si seré posible restaurar la empresa “Iglesia”,LA DEBILIDAD DE CREER | 311
segtin las reglas de restauracién y saneamiento de todas las empre-
sas. La tinica cuestién que vale es ésta: se encontrardn cristianos
que quieran buscar esas aperturas suplicantes, errantes, admira-
doras? Si existen hombres que quieran entrar todavia en esa expe-
riencia de fe, que reconozcan su necesidad, les corresponderé con-
formar su Iglesia a su fe, buscar en ella no modelos sociales,
politicos 0 éticos, sino experiencias creyentes ~y sus comunicacio-
nes reciprocas-, a falta de lo cual no habria ya comunidades y por
tanto tampoco itinerancias cristianas
Ningtin hombre es cristiano solo, por si mismo, sino en referen-
cia y enlazado con el otro, en la apertura a una diferencia solicita-
da y aceptada con gratitud. Esta pasién del otro no es una natura-
leza primitiva que hay que recuperar, no se afiade tampoco como
una fuerza més, o una vestimenta, a nuestras competencias y
adquisiciones; es una fragilidad que despoja nuestras solideces e
introduce en nuestras fuerzas necesarias la debilidad de creer. Es_
posible que una teoria o una practica se vuelva cristiana cuando,
en la fuerza de una lucidez y de una competencia, penetre como
una bailarina el riesgo de exponerse a la exterioridad, 0 la docili-
dad a la extraiieza que sobreviene, o la gracia de dar lugar —o sea,
de creer— en el otro. Como “el itinerante” de Angelus Silesius, no
desnudo, ni vestido, sino desvestido:s
Hacia Dios no puedo ir desnudo,
mas debo ir desvestido.
4
5 Angelus Silesius, errant chérubinique,1, 297 [trad. esp.: El peregrino querubinico,
Palma de Mallorca, José J. de Olaneta Editor]; el texto aleman dice: “Nacke darf ich
nicht fiir Gott, und muss doch unbekleid’?”
)