Se despierta con el ruido de los primeros camiones que llegan al basurero.
Está pensativa, algo la
inquieta. Revolotea por los alrededores, como si fuera la última vez que pasaría por ahí. Tenía todo lo que necesitaba: basura infinita, heces, humedad y formaba parte de una comunidad. Ni un solo día de los 25 que llevaba de vida se planteó abandonar su casa, pero consciente de su vejez y lo poco que le quedaba por vivir, mira por última vez a su alrededor y decide partir. Sin rumbo vuela sobre la ruta en dirección opuesta al sol. A lo lejos, escucha un sonido igual al de los camiones de basura y espera alerta. El ruido se hace cada vez más fuerte hasta que logra divisar el vehículo que se detiene unos metros atrás. Sin pensarlo dos veces, sube. La puerta se cierra con violencia detrás de ella después de que una persona bajase haciendo movimientos bruscos con sus manos. El camión está lleno de personas. Vuela sobre cada uno a modo de presentación, aunque pareciera que si se acerca mucho se molestan así que vuelve al frente y apoya sus tres pares de patas en el posa-manos sin saber que hacer. Una sensación nueva recorre su cuerpo de 2 gramos, adrenalina. En el primer asiento ve una persona alta con pelaje oscuro, como ella. En su regazo lleva una criatura pequeña que olía delicioso. Nada como un pañal sucio, piensa. Decide acercarse a husmear, pero la pequeña criatura está molesta y la espanta. La criatura, entre movimientos bruscos y alaridos se esfuerza por llamar la atención de, posiblemente, su madre, quien la sostiene con ternura. La mujer mueve la pierna, le canta y habla bajito, pero no baja la mirada para calmar a su bebé. Luego de mirarla un rato, se posa en la ventana sobre el reflejo de la mujer y persigue una lagrima que recorre el rostro hasta suicidarse por la barbilla. La adrenalina se vuelve espesa y se transforma en angustia. Avanza por la ventana unos metros, un hombre agita con vehemencia un diario. Sus sensores la alertan a tiempo y puede salvarse del fatídico ataque. Una nueva sensación la invade, el miedo, pero también, la valentía. Se posa sobre la cabeza brillante del señor. El pelaje era blanco y escaso. Con sus patas testea el sabor y no le resulta especialmente atractivo. El señor emite sonidos extraños, pero no como la pequeña criatura o su madre. Sus sonidos son ásperos, como los graznidos de los gansos que vio una vez cerca del basural. Lo revolotea de nuevo, algo del hombre le llama la atención y la cautiva, pero de nuevo el diario volaba a la par de ella y por seguridad decide posarse en el techo. Desde el fondo escucha ruidos fuertes y escandalosos. Mira desde arriba, pero sus ojos omatidios no son capaces de detectar con nitidez que ocurre. Por primera vez siente curiosidad. Se acerca con cautela y se posa en los cascos de un joven que vibraban fuertísimo. Estaba conmovida, nunca había sentido tantas emociones. El joven respira profundo y apenas se mueve. Así que recorre su rostro lentamente, su frente, su nariz respingona, se deja airear por el vientito que sale de sus dos orificios nasales, recorre los labios y se mete en su boca abierta y babeante. El bus frena de golpe, el joven se sacude y aunque todos sus sensores se activan ya no le da tiempo a salir de la boca que se cierra con fuerza y el movimiento brusco de la lengua la deja atrapada en un lugar oscuro y húmedo. Se queda quieta. Sus espiráculos poco a poco dejan de recibir oxígeno. Sabía que este momento llegaría, pero ahora, la inquietud ya no la agobia. Espera su destino en paz.