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Abrió los ojos


Un relato fantástico… o quizás no tanto.

Obra que consta en el Registro General de la Propiedad Intelectual con


el número de asiento 04/2018/1822, expediente MA-00213-2018.

El autor invita expresamente a la libre difusión del contenido de esta


obra por cualquier medio y con la única condición de que no se genere
ningún tipo de transacción económica por su causa.

Foto de portada: NASA PIA09962_hires

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INDICE

Capítulo 1. Procesos de Evolución.

1.1 El imprevisto …..………………….…………….…….…………..……..……9

1.2. El atasco ……………….….……….......…..……………….....…….……..17

1.3. La desaparición ………………………...….…...…..............….………..29

1.4. El bar de Pedro ….………….…..…….……….………..………………….39

1.5. El chaval ……………….……………….………………..….……………….45

1.6. La Puri …………………………………………………..…………………….50

1.7. El policía local ………..……………………..………..…………..............58

1.8. La voz …………..…………….…….………….…….…………………….…71

1.9. Las meditaciones de Leandro …..……..….…..…..…………………….79

1.10. Niemsé ……………………….…..……..……………..…..……………….84

1.11. El instituto …………………………..……………...….………………….96

1.12. Morriña .……...……………….….……...………..……………............103

1.13. Marta …………..……………………..…….…..………..………………..110

1.14. La hija de Marta ……….................…………………..……………….115

1.15. Elías …..……………..……….………….…………………………………121

1.16. “Chico” ………………………………..……..…..………………………..127

Capítulo 2. Procesos de Integración.

2.1. Mandelbrot, Bateson, y los puzles …………….…….………………..136

2.2. Padre e hijo …………………………………………....…....…………….151

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2.3. Matrioskas y cuerpos enguantados ….……………………………….161

2.4. La escuela ……..………………………..…....…..……………………….172

2.5. Buscando a Arturo ……………………..……….………….…………….193

2.6. Elihá …………………………………………..………….…..…………..…202

2.7. Lucia ……………………………………..………….………………………217

2.8. Los novenarios ………..………………..…..…….………….……………224

2.9. Dos Maestros …………..………………..…..…..……………...............240

2.10. Haciendo cuerdas ………………….….…...………….…………….…244

2.11. El cumpleaños …………………………..…………………..…………..251

2.12. La cadena de montaje …………………....…………………………….263

2.13. La denuncia ………………………………….…………….…………..…275

Capítulo 3. Procesos de Trascendencia.

3.1. El nacimiento ..………………………………………….………………….284

3.2. Por fin noticias …..……..………………………….………………………291

3.3. Vuelta a casa ….…..……..….……………………..……………………..298

3.4. En el hospital .………………………………….………………………….307

3.5. El Consejo de Filósofos .………………….….…………………………..319

3.6. La sobremesa .…………..……………………………….…………………329

3.7. La misión …………………..………….………….………………………...338

3.8. El escáner …………………..……….….………………………………..…349

3.9. Akasha ………………………..….………………………………………….363

3.10. El diagnóstico ……………..………….….…………….………………..370

3.11. Con los amigos ……………..…….……………………………………..380

3.12. Amor paterno filial .……………….…………..………………………..387

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3.13. Inducción ………………….…..……………….…………………………398

3.14. Al tercer día .……………………………………………………………...408

Epílogo……..……………………………………………………………………….417

Bibliografía………………………………………………………………………...426

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Advertencia al lector o lectora atrevidos:

Tras arduos esfuerzos tratando de hacerlo coincidir con la

realidad y fruto final de ellos, todo lo que he podido conseguir ha sido el

relato que sigue a continuación y que, bajo su estricta responsabilidad,

usted se dispone a leer tan valientemente: pura ficción. No obstante es

posible que, a pesar de mi declarada incompetencia y gracias a alguna

extraña causalidad, de esas que a veces ocurren en la vida, alguien

pueda encontrar en él algún hecho, o personaje real. De ahí el

subtítulo, al menos en parte.

Con todo mi agradecimiento y más humilde reconocimiento a

Niemsé, Elihá, y todos los demás que lo han hecho posible.

El autor

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Capítulo 1. Procesos de Evolución.

1.1. El imprevisto.

Abrió los ojos. Necesitó unos segundos para familiarizarse con el

mundo real. Cuando acabó de tomar conciencia de que había hecho el

tránsito desde el sueño a la vigilia, miró la hora en el aparato que hacía

las funciones de despertador, que estaba programado para las seis y

media. Eran las seis y veintidós.

Su despertador interno se había adelantado tan solo ocho

minutos, respecto a la hora que fijó mentalmente para levantarse, antes

de dormirse, como parte del entrenamiento al que se estaba sometiendo

a sí mismo para independizarse de la tecnología, por medio de la

activación de sus propios recursos personales. Como medida de

seguridad, seguía conectando el electrónico, pero al irse a dormir, y una

vez en la cama, visualizaba una esfera de reloj en la que ajustaba

mentalmente la hora a la que quería levantarse a la mañana siguiente,

pidiendo amablemente a su inconsciente que se sirviera devolverle para

entonces a eso que llamamos el mundo real; éste, solícito y precoz, solía

hacerlo alrededor de diez o quince minutos antes de la que fijaba

también en el de su mesita de noche, por si acaso. Tal como iban

pasando los días, con la práctica estaba consiguiendo que su despertar

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se fuera ajustando, cada vez de forma más precisa, a la hora que

programaba en su mente.

- ¡A funcionar! - se dijo.

Se incorporó con brío, como solía hacer casi todas las mañanas,

hasta quedar sentado en el filo de la cama. Desconectó la función de

alarma del despertador, para evitar que empezara a sonar y sacara del

sueño a Marta, su compañera, que dormía a su lado. Embutió los pies

en las zapatillas que habitualmente dejaba dispuestas al efecto la noche

anterior, justo en la posición en la que solían quedar sus pies al

levantarse, y buscó la bata que usaba para andar por casa, dirigiéndose

después directo al cuarto de baño, con la intención de gratificar a su

vejiga por haber aguantado heroicamente toda una noche sin reclamar

su atención y a la vez, aliviar también sus intestinos. De allí, tras

lavarse las manos, a la cocina, para preparase la habitual infusión de

manzanilla, limón, y miel, mientras repasaba mentalmente las tareas

asignadas a esa mañana, antes de la ducha, y todo ello procurando

hacer el mínimo ruido posible, para no despertar a nadie.

Así empezaba su rutina diaria Arturo Briones, una vez más, aquel

lunes de finales de mayo. Un día de primavera, que se presentaba con

la familiaridad de cualquier otro y que como tal estaba transcurriendo,

hasta que tomó conciencia de aquel olor.

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Viajaba ya en su coche camino del trabajo, a poco de haber salido

de su casa, circulando por la larga avenida que discurría paralela a la

calle a la que desembocaba la salida de su garaje, y que recorría la

ciudad por el lado sur. En ese momento estaba parado en el carril

derecho, frente a uno de sus semáforos en rojo, cuando de pronto se dio

cuenta de que allí dentro olía raro. Algo parecido a ese sutil olor

metálico que puede percibirse en el aire los días de tormenta, antes de

que se arrancara a llover, solo que éste no tenía nada de sutil.

No era normal, y más con la primavera tan seca que se estaba

padeciendo ese año, que había conseguido mantener los cielos de la

ciudad limpios de nubes desde hacía ya más de tres semanas. Además

allí, sobre el asfalto, rodeado de acero y hormigón, y con las ventanillas

subidas. Definitivamente, eso no era normal.

- (¿De dónde viene este olor?) – pensó intrigado.

Aprovechando que estaba parado, bajó la vista con la intención de

recorrer con ella los bajos del coche, a la búsqueda del origen de aquel

extraño aroma. Siguiendo el principio de la navaja de Ockham, como él

mismo gustaba decir, la opción más sencilla e inmediata a considerar

era que la causa estuviese allí dentro.

- ¡Coño! –

Esta vez sí que habló. Abrió los ojos todo lo que pudo, como para

asegurarse de que la imagen con la que se había encontrado allí abajo,


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tenía sitio suficiente para entrar por ellos sin pérdida de detalle, llegar

libremente a la retina, y desde allí a su cerebro, de modo que éste

pudiera hacer con mayor facilidad un análisis lo más exhaustivo posible

de la misma, y del que esperaba que pudiera ser capaz de ofrecerle

alguna explicación razonable para lo que estaba viendo.

Sus zapatos yacían sobre las alfombrillas, pero sus pies no

estaban dentro. De cada uno de ellos sobresalía un calcetín vacío; y al

pantalón le pasaba algo raro: el bajo flotaba como lo hace la pernera de

un pantalón cuando no tiene pierna dentro, solo que éste tenía pierna,

al menos hasta algún punto por debajo de la rodilla.

De pronto lo entendió y se aterrorizó. Su cerebro acababa de

encontrar la explicación que le había pedido: ¡Sus piernas estaban

desapareciendo! No sentía dolor, ni ninguna otra sensación fuera de lo

normal, salvo aquel olor, pero lo cierto era que ya se había quedado sin

pies y sin la parte inferior de sus piernas.

Necesitó superar su propia capacidad de asombro para creer lo

que estaba viendo. Ante la incuestionable evidencia de aquella escena,

una vez conseguido creerlo, aunque no por ello entenderlo, pudo volver

a activar sus funciones perceptivas periféricas y prestar atención a lo

que pasaba en el mundo exterior, saliendo de su estupor con la

inestimable ayuda proporcionada por el estruendo que estaba

escuchando. El semáforo se había puesto en verde, sabe Dios cuando, y

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los coches que habían quedado atrapados detrás del suyo, estaban

sacando lumbre de sus bocinas, en un intento desesperado por

convencerle para que reiniciase la marcha.

Comprendió que, abducido por la impresión que le había causado

lo que acababa de ver, no se había dado cuenta de que el semáforo se

había abierto, y su tardanza en arrancar impacientaba a los

conductores que pretendían seguir circulando detrás suyo.

Con la rapidez con la que uno ejecuta un acto ya casi totalmente

automático, movió sus piernas para pisar embrague y acelerador, poner

primera, y salir de allí lo más rápidamente posible. Pero aunque él tenía

conciencia de cómo se movían sus piernas, la presión que sintió en la

planta de los pies cuando pisó los pedales no fue la de siempre. Notó

sus pies en los pedales, pero también que las sensaciones que ahora

recibía de ellos eran extrañamente diferentes a las habituales.

No pudo dedicar mucho tiempo a pensar en ello, porque cuando

intentó encajar la primera marcha en el motor, acuciado por el aluvión

de bocinazos que escuchaba a sus espaldas, éste se quejó más que

abruptamente, con el ronquido que le es característico a las cajas de

cambio de estas máquinas, cuando alguien intenta que engrane una

marcha sin que el pedal del embrague esté pisado. Empujó y empujó el

dichoso pedal con su pie izquierdo y comprendió que, de alguna

manera, aunque siguiera habiendo pie, éste ya no estaba, o al menos no

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funcionaba como siempre, porque no conseguía accionar el dichoso

pedal.

Algo extraordinario le estaba pasando. Se había quedado sin pies

y ahora se estaba quedando sin piernas. Un sentimiento de terror le

invadió ¡Sus piernas estaban desapareciendo! Al volver a mirar abajo,

comprobó que ya le faltaban éstas hasta más allá de medio muslo. Y los

otros conductores, que no paraban de hacer sonar sus cláxones.

- ¡Venga hombre, qu’es pa hoy! – Le gritaba el que tenía justo

detrás, al que pudo ver por el espejo retrovisor, sacando la mano

izquierda y la cabeza por la ventanilla.

La gente se estaba agrupando en la acera, tras las barandillas

metálicas de protección que en aquel tramo había instalado el

ayuntamiento en los bordillos, con la intención de evitar el cruce

indebido de peatones imprudentes. Lo hacían atraídos por la curiosidad

y tratando de averiguar la causa de aquel escándalo. Pudo observar los

gestos en los rostros de los mirones, justo antes de dar con la frente en

el volante.

Arturo intentó mantenerse erguido, pero no lo consiguió. Cayó de

lado, hacia su derecha, y fue entonces cuando se dio cuenta de que se

había quedado ya sin ese culo suyo, que hasta entonces le había

permitido mantenerse sentado.

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- ¡Socorro! – chilló con los ojos desorbitados, en un nuevo intento,

como le ocurrió cuando no pudo encontrar sus pies, de sacarlos lo más

posible de los agujeros de sus cuencas, a fin de ampliarles al máximo

posible el campo visual, pretendiendo con ello facilitarles la tarea de

encontrar algo por allí que pudiese ayudar a su cerebro a entender tan

insólitos acontecimientos. Al mismo tiempo, con sus manos buscaba

alocadamente apoyos de los que servirse para poderse incorporar, pero

tampoco lo consiguió.

Lo que sí podía sentir nítidamente era la banqueta del asiento del

acompañante sobre la que había caído, al igual que la del conductor,

como si siguiese teniendo cuerpo de cintura para abajo, pero allí estaba

su pantalón vacío, y él sin conseguir mantenerse erguido. Además, se

estaba clavando la palanca del cambio en el costado.

Estaba tomando conciencia del dolor en sus costillas, cuando de

pronto dejó de sentirlo. Seguía sintiendo la palanca del cambio clavada

en su costado derecho, pero ya no dolía ¡Estaba despareciendo! Había

perdido sus piernas, pero seguía sintiéndolas; ahora estaba perdiendo

el torso, y sin embargo también podía seguir sintiéndolo, igual que el

resto de su cuerpo desaparecido.

Había algo diferente en aquellas sensaciones propioceptivas. Lo

notó, aunque no pudo entretenerse en analizarlo, porque su atención

estaba desbocada, yendo de aquí para allá, tratando de encontrar

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referencias en el entorno que le ayudasen a entender lo inaudito de la

situación, saltando rápidamente de un estímulo a otro, cuando la

puerta del coche se abrió.

Alguien se había acercado a su auto para tratar de averiguar qué

es lo que estaba pasando, y había abierto la puerta del lado del

conductor. Arturo pudo observar la cara de asombro que puso aquel

individuo, ante el panorama que se le ofrecía. Ninguno de los dos

consiguió articular palabra. Ni Arturo, que al menos él sí que lo

intentaba, y con empeño, ni la otra persona, que se había quedado

petrificada cuando se acercó al coche a mirar, movida por la sospecha

de que el conductor o conductora hubiese podido tener algún percance,

y con la sana intención de ayudar en lo que buenamente pudiese.

Aquel hombre, porque el desconocido era un hombre, tampoco

salía de su asombro, observando el hecho insólito que tenía ante sí. Allí

dentro y sobre la banqueta del conductor, había unos pantalones y una

camisa dispuestos de una manera muy extraña, pero lo que más le

impresionó fue lo que encontró sobre el asiento del copiloto. Allí había

una cabeza que lo miraba con cara de susto, y que se estaba

desvaneciendo desde abajo hacia arriba como si fuese humo, pero sin

serlo; es decir, que lo hacía como se desvanece el humo, pero sin que

hubiese humo. Ni blanco, ni negro, ni gris. Simplemente se estaba

desdibujando como lo hace el humo de un cigarrillo, hasta desaparecer,

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pero sin que hubiera ni humo, ni ninguna otra cosa al desvanecerse,

salvo ese extraño olor, que recordaba al del aire en los días de tormenta.

1.2. El atasco.

Leandro Ortega Ceballos, que así se llamaba el caballero que

surgió del público, quedó petrificado cuando llegó a la altura de la

ventanilla izquierda de aquel coche. Sobre la banqueta del asiento del

copiloto había una cabeza. Tal cual. Una cabeza a la que le faltaba todo

lo demás ¡Y estaba viva! Lo miraba con expresión de terror y parecía

querer decir algo, pero de su boca no salía sonido alguno; y eso no era

lo peor: además, se estaba desvaneciendo de abajo hacia arriba, como

se desvanece el humo de un cigarrillo, hasta que acabó esfumándose

por completo.

Allí quedaban una camisa abotonada, unos pantalones con su

cinturón entrabillado, y unos zapatos, cada uno de ellos con un calcetín

vacío que le sobresalía; y todo sin nadie dentro. También le llamaba

poderosamente la atención un extraño olor metálico, que le recordaba el

olor del aire anunciando tormenta, y que salía del coche.

Al igual que Leandro, la siguiente persona que se acercó a ver qué

pasaba, un chaval joven, también se quedó petrificada; y el siguiente

también, aunque este último apenas si tuvo tiempo de enterarse de

nada, porque Leandro, al que le había costado un buen rato acabar

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aceptando que aquello que veía estaba pasando realmente, lo devolvió

con rapidez, a él y al otro, al mundo real al preguntarles.

- ¿Qué hacemos?

- ¿…Qué? – fue la respuesta que obtuvo del primero en llegar.

Leandro se dio cuenta de que a aquel muchacho lo acababa de

sacar de un trance profundo, y repitió la pregunta.

- Que qué hacemos.

El chaval encogía los hombros y abría mucho los ojos,

moviéndolos rápidamente de uno a otro lado, como si estuviese

buscando con ellos una explicación en los alrededores; aleteaba con los

brazos mientras se olvidaba de su mandíbula inferior, abandonándola

en manos de la gravedad para que ésta hiciera con ella cuanto estimase

oportuno, a la vez que buscaba una respuesta coherente para la

pregunta que le acababan de hacer, pero todo lo que consiguió decir fue

algo así como

- Eeeeeeeeheeeeheeheeeeh…

Leandro comprendió que aquella criatura estaba aún peor que él

mismo. Miró también a su alrededor, como buscando con la vista, igual

que el otro, algo o alguien que pudiera ayudarle a entender tan extraño

acontecimiento; actitud que, por cierto, avivó aún más la curiosidad de

los mirones, provocando que se acercase más gente.

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- ¿Qué ha pasado? – le preguntó una señorita, a la que parecían

faltarle aún unos cuantos años para cumplir los treinta, y con un

bonito tono de voz.

- No lo sé – pudo contestarle, encogiendo él también ahora los

hombros, abriendo mucho los ojos y extendiendo sus brazos.

- ¿Y el conductor? – volvió a preguntar ella.

- Ha desaparecido.

- ¿Y se ha ido desnudo? – dijo la joven, señalando la ropa que

había dentro del coche.

Leandro, a diferencia de Arturo, no había oído hablar de la navaja

de Ockam, pero si lo hubiera hecho habría encontrado aquí otro de sus

cortes.

- No. Ha desparecido – fue lo que dijo, mirándola a aquellos ojos

marrones tan bien maquillados que tenía, y repitiendo los gestos de

ignorancia con los que ya ilustró la primera respuesta que dio a esta

atractiva desconocida.

- Se ha ido – enfatizó él.

- ¿Y se ha dejado el coche aquí? – preguntó ella, una tercera vez.

Leandro se tomó un tiempo para contestar. Lo necesitaba para

reorganizarse, porque no sabía cómo responder ante tanta dispersión.

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Mientras tanto, una señora de unos lustrosos cincuenta y muchos

años, preguntaba a otro qué es lo que había pasado, el cual contestaba

que no lo sabía, que al parecer alguien se había marchado, dejando su

coche en mitad de la calle. Al mismo tiempo, el conductor del vehículo

que había quedado atrapado justo detrás del de Arturo, se había apeado

de él y tras darle una vuelta entera al auto abandonado, mientras lo

inspeccionaba minuciosamente con la mirada, sin ni tan siquiera

aminorar la viva marcha que traía, se acercó a Leandro y le sacó de sus

elucubraciones, haciéndole la pregunta de moda del momento.

- ¿Qué ha pasado?

Leandro seguía buscando palabras con las que intentar explicar

lo que había visto, cuando un pensamiento apareció en su mente, como

el letrero de neón de un solitario bar de carretera secundaria de La

Mancha, en plena noche sin luna: ¿Quién se lo iba a creer, si él mismo

aún no había terminado de hacerlo? Aún así, había visto lo que había

visto.

- Ha desaparecido – repitió, ya que no conseguía encontrar

palabras mejores que aquellas, para expresar con sencillez y precisión

una exposición de los hechos lo más concisa y veraz posible.

- ¡Es increíble la poca vergüenza que tiene la gente. Largarse y

dejar el coche en medio de la calle! – dijo indignada la joven, volteando

su larga y bien moldeada melena de color castaño, mientras se

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marchaba poniendo cara de desprecio y dejando tras de sí el aroma de

su perfume.

- ¿Pero cómo que ha desaparecido? – insistió el conductor que

vino de atrás.

- Sí, así. Ha desaparecido. Yo lo he visto – dijo Leandro.

- ¿Qué ha visto? – se apresuró a preguntar otro señor, salido de

entre el público, del corrillo que se había formado alrededor.

- Bueno… He visto desaparecer su cabeza – con ese tonillo que a

veces ponemos las personas, cuando creemos que hemos de

disculparnos por algo, aunque no sepamos muy bien por qué.

- ¿Su cabeza? ¿De quién?

- Del conductor… supongo.

El caballero que había hecho la última pregunta miró a Leandro

como se mira al juzgar, y tras pensárselo unos segundos, se marchó

apresuradamente de allí, sin decir nada ni perderlo de vista, y sin

cambiar el gesto, hasta que consideró que ya se había alejado lo

suficiente de aquel loco, según la sentencia resultante de su juicio. Éste

fue el momento que aprovechó para acelerar el paso y perderse entre la

gente, calle arriba. Mientras tanto, el conductor del otro coche

continuaba con el interrogatorio.

- ¿Cómo que ha desaparecido?


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- Sí. Cuando yo llegué, sólo quedaba la cabeza.

En ése momento hicieron su aparición así, como si saliesen de la

nada, dos policías locales. Alguien debió llamar al 092 para informar del

barullo que se había formado en aquella calle. Se bajaron rápidamente

de sus motos, que dejaron mal aparcadas, por supuesto, y empezaron a

apremiar a la gente.

- ¡Vamos, vamos. Circulen, circulen! – ordenaba autoritariamente

el joven de la pareja. La otra policía local, la mujer que le seguía cual

matrimonio asiático o musulmán, empezó a hacer lo mismo pero de

forma más amable.

El policía que actuaba como si fuese el jefe, al ver a Leandro de

pié, justo en el hueco que quedaba entre el asiento del conductor y la

puerta abierta del auto de Arturo, con la mano puesta sobre el marco de

ésta, se fue derecho hacia él y le preguntó.

- ¿Es suyo el coche?

- No.

- ¿Y de quién es?

- No lo sé.

- ¿No lo sabe?

- No lo sé.

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Silencio. Mirada inquisitiva.

- ¿No lo sabe? – repitió.

- No.

- ¿Y dónde está el conductor? – preguntó el policía, a la vez que

miraba con extrañeza las ropas sobre los asientos. Se fijó en los bultos

en los bolsillos de aquel pantalón abandonado, y en el teléfono móvil

que asomaba por uno de ellos.

- Ha desaparecido.

- ¿Y a dónde ha ido?

- No lo sé.

El policía se quedó mirando fijamente a Leandro otra vez,

mientras trataba de entender qué podía estar pasando allí en realidad,

pero el conductor del otro coche intervino, interrumpiendo ahora las

elucubraciones del joven agente.

- ¡Estábamos parados en el semáforo y cuando se puso verde, se

quedó ahí!

- ¿Y a dónde ha ido? – volvió a preguntar el policía.

Suponiendo que se estaba refiriendo al conductor del coche

abandonado, la respuesta fue:

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- ¡A ningún sitio. No había nadie!... (¿No había nadie…? El caso es

que…) – se quedó pensando.

- ¿Cómo que no había nadie? – preguntó rápida y muy

profesionalmente el joven policía.

- Sí, pues eso, que no había nadie dentro del coche. Este hombre

dice que lo ha visto desaparecer.

El policía volvió a poner la misma cara que instantes antes le

había puesto a Leandro, pero guiado por su convencimiento de que todo

hombre de acción como él debía saber cómo ser resolutivo, así como

tomar sus decisiones con rapidez, dirigiéndose a ambos les ordenó:

- Quédense aquí.

Consideró que aquella aglomeración podía manejarla con facilidad

sin necesidad de pedir refuerzos, por lo que se giró para ir a ayudar a

su compañera en la tarea inicial de dispersar al personal. Cuando

consiguieron despejar la calzada de curiosos, aprovecharon las

barandillas para delimitar la zona con cinta de seguridad, de modo que

les quedase claro a los viandantes que debían mantener su curiosidad

dentro de los límites de la acera. Hecho esto, le dijo a la mujer:

- Controla el tráfico.

Mientras la policía se aplicaba a la tarea de dar paso por el carril

que quedaba libre a los coches que circulaban sin parar, salvo cuando

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los semáforos en rojo se lo impedían, él volvió con Leandro y el otro

conductor. Dirigiéndose al primero de ellos, le preguntó:

- A ver ¿Qué es eso de que ha desaparecido?

- Pues eso, que ha desaparecido.

- ¿Que se ha ido?

- No, no. Que ha desaparecido. Yo lo he visto.

- ¿Qué ha visto?

- Bueno, yo me acerqué al coche a ver qué pasaba y aquí –

señalando el asiento del acompañante – estaba su cabeza

desapareciendo.

El policía repitió por tercera vez el gesto de “¿pero tú qué me estás

contando?” y de nuevo, como buen hombre de acción, resolutivo, y que

tomaba sus decisiones con rapidez, decidió un cambió de estrategia. Ya

que estaba en modo recogida de información, echó mano de su radio

portátil para contactar con su central y pedir datos acerca de la

matrícula del coche aparentemente abandonado. Mientras esperaba la

respuesta, volvió a dirigirse a Leandro.

- A ver, explíqueme ¿Qué es eso de que el conductor ha

desaparecido?

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- ¡Si ya lo he hecho! Se lo he dicho: cuando he llegado, sólo

quedaba su cabeza y desapareció.

Silencio. Mirada fulminante.

- Oiga ¿Me está diciendo que el conductor del coche ha

desparecido?

- Hace ya un rato.

- ¿Pero eso como puede ser?

- ¡Y yo que sé!

En ese momento llamaron al agente desde Base, como llaman

ellos en su argot a la central, para darle la información que había

pedido. El vehículo tenía todos sus papeles en regla. No constaban

denuncias sobre esa matrícula, salvo una multa de aparcamiento aún

pendiente de cobro, pero todavía dentro de plazo. Propietario y

conductor eran la misma persona. Se llamaba Arturo Briones Cáceres,

no tenía antecedentes, vivía a unas cuantas manzanas un poco más

abajo de la avenida donde se encontraban, y se sabía de él que era

funcionario autonómico. Eso fue todo lo que le interesó, de lo poco que

pudieron contarle.

- Bueno, vamos a ver ¿Sabemos dónde está el conductor de este

coche, sí o no? – preguntó, dirigiéndose a ambos.

- No – contestó Leandro.
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- Vale.

El joven policía decidió ampliar sus posibles fuentes de

información, acudiendo a los curiosos de alrededor. Tras resultar

infructuosos, aquí también, sus intentos por obtener algún dato fiable

acerca del paradero del conductor del auto abandonado, decidió llamar

ésta vez a H2, la centralita de la comisaría territorial de su distrito, para

informar de lo que estaba pasando.

Había un móvil y presumiblemente una cartera en los bolsillos de

aquel pantalón, por lo que, al tratarse de objetos de valor, decidió pedir

una grúa para retirar el vehículo de la calzada y llevarlo al depósito

municipal. Cuando cortó la comunicación, el conductor del coche de

atrás, que estaba esperando que terminase de hablar, le gritó de forma

apremiante:

- ¡Oiga, que yo me tengo que ir!

- Ya ¿Y usted, qué ha visto? – le contestó el policía, ignorando su

apremio.

- ¿Yo? Nada. Todo iba bien hasta que el semáforo se puso en

verde, y este tío – señalando el coche de Arturo - se quedó ahí parado.

- ¿Qué tío?

- El del coche.

- ¿Y usted lo ha visto?
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- No – contestó el otro, sin mucho convencimiento.

- ¿No ha visto a nadie bajarse del coche?

- No – Esta vez más convencido.

- ¿Y usted? – le preguntó a Leandro.

- Ya se lo he dicho. Yo me acerqué al coche y lo vi desparecer. Era

la cabeza de un hombre.

Esto ya era demasiado. De este chalao no iba a poder obtener

información útil y el otro parecía no haberse enterado de nada, así que,

una vez juzgada muerta la vía de investigación que estaba siguiendo,

decidió cambiar nuevamente de estrategia y hacer algo que resultase

definitivamente de utilidad.

- A ver, la documentación – pidió al conductor que daba muestras

evidentes de impaciencia.

- ¿Qué documentación?

- El DNI.

- ¡Pero oiga, que yo no he hecho nada!

- Ya, ya. Es para el atestado. Deme su DNI. Y usted, quédese ahí –

le ordenó a Leandro.

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Ambos obedecieron y muy especialmente a regañadientes el

conductor, que fue el primero en sacar de su cartera el documento

solicitado. Por su parte, el agente tomó nota de los datos de aquel DNI,

así como también del tipo y matrícula de ambos coches. Tras devolver el

documento identificativo a su dueño, éste preguntó.

- ¿Ya me puedo ir?

- Si – contestó el policía, que se dispuso a ayudar a su compañera

en las labores de control del tráfico, para facilitar la tarea al conductor

del coche que había quedado atrapado, de maniobrar hasta liberar su

vehículo del atasco y marcharse. Cuando acabó con ello, volvió con

Leandro.

- A ver, su DNI.

Se lo dio sin rechistar. Ya lo tenía en la mano. El joven agente

tomó nota de los datos, le devolvió el documento de identidad y dijo:

- Ya se puede marchar.

1.3. La desaparición.

Arturo estaba aterrorizado. Ya sólo quedaba por desvanecerse su

cabeza, caída sobre la banqueta del asiento del copiloto. Al haber

quedado mirando hacia la puerta de la izquierda, pudo ver como

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alguien se acercaba por allí. Quiso pedirle ayuda, pero no consiguió

articular palabra. No tenía ya garganta.

Percibió la cara de asombro en el extraño, y el estado de

petrificación que suelen provocar en algunas personas las impresiones

fuertes. La misma reacción que mostraron los siguientes en llegar, de la

gente que se fue acercando a curiosear. La puerta del coche estaba

abierta, y un tremendo escándalo llegaba hasta él. Con el tiempo,

apareció incluso un policía hiperactivo.

Podía ver, oír, oler, sentir, y hacerlo todo como lo hacía antes y

aún así, ahora era diferente. Lo primero que le llamó la atención fue

una curiosa, agradable, y poderosa sensación de libertad, así como una

sorprendentemente repentina ampliación de su conciencia, como si

todas y cada una de las neuronas de ese cerebro suyo que ya no tenía,

se hubiesen activado al mismo tiempo. Además, estaba aquella luz por

todas partes, iluminándolo todo, a la vez que irradiaba de todas las

cosas. El mundo seguía siendo el mismo, pero al tiempo ahora era

diferente, muy diferente; su luz era ahora diferente, muy diferente.

Todo estaba iluminado por una extraña y hermosa luz radiante.

Los colores eran mucho más vivos y vibraban de distintas maneras

dependiendo de los objetos, al tiempo que ésa misma luz irradiaba de

todas las cosas; según su procedencia, o el objeto que iluminase, era

más o menos intensa y radiante en unos sitios que en otros, y mucho

- 30 -
más especialmente en las personas. Así mismo, sus colores variaban de

un objeto a otro.

El sonido también era diferente, muy diferente. Había como un

murmullo de fondo, sorprendentemente armonioso y agradable, y

surgiendo de él las conversaciones de la gente que se encontraba más

cerca.

- ¿Es suyo el coche?

- No

- ¿Y de quién es?

- No lo sé.

- ¿No lo sabe?

- No lo sé.

Además, los sonidos estaban ahora conectados a las emociones

de una forma muy viva y curiosa. Aunque en realidad, era algo más que

eso. Todo parecía estar interconectado, como si hubiera una única

realidad con muchas facetas diferentes.

Podía sentir en sí mismo las emociones de los integrantes de la

conversación; podía sentir lo que ellos estaban sintiendo, como si

fueran sensaciones propias; podía apreciar la sencillez y la

tranquilizante humildad de uno, así como el sobreesfuerzo de otro por

- 31 -
demostrarse a sí mismo y a los demás que era un policía eficaz. De

alguna manera supo que cuando esta persona se permitiera no tener

que representar otro papel que el de sí mismo, descubriría la inutilidad

de tener que empeñarse en hacer nada extraordinario para ser

considerado uno de los policías más eficaces del cuerpo. Simplemente lo

supo. También descubrió que podía elegir qué conversaciones

sintonizar.

- ¡Hay que ver que cara más dura tiene la gente!

- Se ha largao el tío ¿no?

- ¡Hay que veeeer!

- Dicen que hay un muerto.

- ¿Qué pasa?

- Pues no sé. Creo que han matao a alguien.

- ¡Qué me dices!

- ¡Hay que veeeer!

Podía mover su atención, como si ésta fuera una esfera capaz de

expandirse o contraerse, según los designios de su voluntad. Allí donde

llevase los límites de esa esfera, eso era lo que escuchaba, y para mover

sus límites solo necesitaba querer hacerlo. Así, sin más. Decidía a

dónde quería llevar su atención, y allí estaba al instante; y los sonidos

- 32 -
que allí había, eran los que podía percibir Arturo con precisión,

existentes todos ellos en ése indefinible, aunque agradablemente

armonioso ruido de fondo del que parecían surgir.

Todo seguía siendo lo mismo, pero a la vez todo era ahora

diferente. Muy diferente. Todo había cambiado, aún sin cambiar. Olió el

aroma propio de su coche, como nunca antes lo había hecho. Años de

uso ininterrumpido fueron necesarios para conseguir investirlo de

personalidad olfativa propia. Olió el asfalto y su reverberación, las

feromonas de la gente, la asfixia de las plantas que sobrevivían en la

mediana de la avenida, gracias a la fuerza vital que les proporcionaba la

primavera, la escasa humedad del aire, la indignación en unos, la

curiosidad en otros, la ira, el humilde reconocimiento de la ignorancia

propia, el fingimiento, y hasta el perfume de las flores que crecían, éstas

mejor oxigenadas que las de la calle, en la maceta de una terraza, en la

última planta de uno de los edificios de enfrente.

Todo lo percibía ahora de forma diferente. Era lo mismo de antes,

pero como si ahora todo tuviera más y de mejor calidad. Su capacidad

para apreciar matices y diferencias a su alrededor, se había ampliado

de forma sorprendente.

Podía tocar como antes, pero ya no era como antes. Ahora era

muy diferente. Para tocar, tan solo necesitaba pensar en hacerlo y ya lo

estaba haciendo, aunque sus percepciones no fueran como antes. Lo

- 33 -
supo cuando quiso levantarse y ya estaba levantado. Antes, la primera

vez que perdió el equilibrio en el coche, al dejar de sostenerle su cuerpo,

había intentado moverse y aún cuando tuvo la sensación de haberlo

hecho, no lo consiguió; o al menos no consiguió el efecto esperado.

Al recordarlo se le ocurrió explorar su cuerpo, esperando de sus

manos las sensaciones con las que estaba familiarizado cuando las

usaba para explorar el entorno, antes de su desaparición. Pudo sentirse

a sí mismo, pero no se sintió como antes. Ahora era diferente, muy

diferente. Parecía como si todos sus sentidos se hubiesen amplificado,

además de unificarse en uno solo que contenía a todos los demás.

No tenía una forma definida. Era algo así como una estrella

ovalada, radiante, vibrante, y pulsátil, pero el recuerdo de su anterior

apariencia física se mantenía vivo, por lo que cuando se recorrió el

cuerpo, o lo que quiera que fuera eso ahora, con lo que antes eran sus

manos, lo sintió diferente, una vez más, a cómo lo había sentido antes.

Sentía más bien una vibración que podía traducirse como táctil, pero

que no lo era. Su tacto también había cambiado sensiblemente, valga

más que nuca la redundancia.

Aún así, hizo todo esto de forma serena. Hasta el punto de que no

sólo no le preocupó lo más mínimo el hecho de tomar conciencia del

cambio en la forma de percibir de ese antiguo cuerpo suyo que ya no

tenía, sino que encontró que las nuevas posibilidades que estaba

- 34 -
descubriendo en la nueva situación en la que se encontraba, habían

dejado de asustarle para pasar a despertar en él curiosidad y atracción

por su investigación. Al parecer, en realidad no había desaparecido.

Simplemente se había transformado.

Lo que no sabía era en qué, pero sí que ahora sabía que había

conseguido levantarse y que estaba erguido, de pie dentro del coche. Su

cabeza y su pecho que ya no tenía, o mejor dicho, seguía teniendo

aunque ahora de forma diferente, sobresalían por encima del techo del

vehículo, atravesando la chapa. Tenía conciencia de los límites de su

ser, pero la materia que ahora ocupaba, si es que eso podía decirse así

aquí, era como mucho más sutil y liviana que la del cuerpo físico que

acababa de perder; hasta el punto de poder interpenetrar materia tan

densa como el metal, con la misma facilidad con la que antes lo hacía

con el aire. Aún con todo, podía seguir sintiendo ese metal como tal.

Era una nueva sensación que le permitía apreciar el espacio

intermolecular de la chapa del auto.

Se paró a pensar. Eso ahora se asemejaba a retraer los límites de

la esfera a la que podía asimilarse su atención; comprimirla, para

eliminar detalles innecesarios al caso, dejándolos fuera. Lo primero que

se le vino a la mente, como respuesta a la pregunta que se estaba

haciendo acerca de qué puñetas podía ser lo que le estaba pasando, fue

que estaba vivo.

- 35 -
En realidad, en ningún momento tuvo impresión alguna

relacionada con la muerte. Sí que se había asustado al enfrentarse por

primera vez a la transformación, preocupándose por las ignotas

consecuencias que suele traer consigo lo desconocido, pero en ningún

momento recordaba haber temido por su vida, ni por la de nadie de los

allí presentes.

Aún no sabía qué causa había desencadenado tan extraños

acontecimientos, pero sorprendentemente tampoco es que le

preocupara mucho. Lo que sí podía recordar con nitidez, era el cómo se

habían desarrollado, o al menos eso creía.

Otra cosa que parecía haber cambiado, y tampoco sabía el por

qué, era su forma de estar en el mundo. Ahora podía seguir sintiendo

sus piernas, si quería; y sus brazos, sus manos, ojos, pelo, y un cuerpo

completo como el de antes, pero a la vez también diferente. Muy

diferente. Parecía como si hubiese entrado en otro mundo, solo que éste

seguía siendo el mismo de antes, aunque comparativamente apreciaba

en él cada vez más diferencias, a medida que se iba dando cuenta de

más cosas. Otra de esas diferencias, que resaltaba con respecto al

mundo que conocía, era que éste parecía regido por la voluntad. Ahora

lo que deseaba lo conseguía inmediatamente, tal como ocurrió con su

sorprendente puesta en pie dentro del coche.

- 36 -
De pronto le asaltó el recuerdo de su trabajo, porque allí era hacia

donde se dirigía. Trabajaba para el gobierno autonómico, y en su centro

tenía que fichar a la entrada y a la salida. Si algún día llegaba más

tarde de las ocho de la mañana, tendría que recuperar el tiempo

perdido, pero más aún que tener que recuperar horario perdido, le

preocupaba que alguien pudiera considerarlo un informal. No estaba

dispuesto a permitir que tal cosa sucediera. Aunque eso era antes. En

estos momentos, le daba igual cómo le considerasen los demás, y lo que

pudiesen pensar de él.

Lo que ahora le importaba eran las personas en sí mismas, con

las que sentía una sutil, a la vez que íntima unión, y a las que percibía

como hermanos y hermanas en la vida, como una extensión de sí

mismo, aún cuando todos los allí presentes fueran desconocidos para

él.

Al recordar su obsesión por la puntualidad, y a diferencia de

antes, ahora no le importaba mucho lo que pudiesen pensar de él, fuese

esto lo que fuese, pasando a ser las personas en sí mismas lo

verdaderamente relevante, y no sus opiniones. Ahora podía sentir de la

misma manera que sentían ellos; es decir, que si conectaba con algo,

sentía lo que allí había, fuese lo que fuese, incluidas las emociones de la

gente. No sabía muy bien qué era lo que le estaba pasando ni por qué,

pero la conciencia de sí mismo no la había perdido en ningún momento.

Era curioso.

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Cayó en la cuenta de que ya no estaba asustado. Eso también le

sorprendió. No recordaba cuando exactamente había dejado de estarlo.

Más bien, como estaba en ese momento era sereno, tranquilo, y en paz.

Recordaba haber estado asustado, muy asustado, y ese recuerdo trajo

consigo los sonidos, los olores, las imágenes, y el resto de sensaciones y

emociones de aquel momento, que volvió a revivir como entonces, con la

diferencia de que eso, en estos momentos y desde la distancia de lo ya

vivido, le resultaba gracioso.

Arturo se rió de sí mismo, o mejor dicho se rió del Arturo que fue

en aquellas circunstancias que acababa de recordar. Desde aquí,

tomaba conciencia de su ignorancia. Había creído que sabía y ahora

entendía que la cuestión no era saber o no saber, sino ir sabiendo. En

un santiamén, no solo había perdido su cuerpo físico, sino que el

mundo con el que se estaba encontrando después de eso, y que tan

familiar le resultaba antes, también se había transformado de forma

radical.

¡La de cosas que desconocía! No recordaba haber vivido nunca

antes tantas experiencias nuevas a la vez, tan diferentes y tan seguidas

unas de otras.

Los físicos hacía algún tiempo que habían predicho que, al menos

parte de lo que le estaba pasando, era posible, pero tener la

oportunidad de experimentarlo en vivo y en directo, era algo que ni tan

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siquiera se había permitido imaginar en sus más íntimas fantasías

filosóficas.

1.4. El bar de Pedro.

Leandro Ortega se subió a la acera, pasando entre las barandillas

metálicas que había sobre los bordillos y sorteando la cinta

delimitadora que habían puesto los policías, uniéndose al grupo de

curiosos allí presente, después de que el policía le dijera que podía

marcharse. Una vez al otro lado, se volvió a mirar el coche de Arturo y

se ensimismó recordando lo que acababa de vivir. Recapituló.

Había salido de su casa un poco antes de las ocho de la mañana,

como hacía habitualmente desde que su salud y su hijo Juan Carlos, el

médico, se lo permitían. Lo habían considerado incapacitado legalmente

para todo tipo de trabajo, jubilándolo anticipadamente por enfermedad,

a causa de las secuelas que le sobrevinieron tras haber sufrido un

maldito cáncer de tiroides, que obligó a su hijo a extirparle la glándula y

a él a someterse a los protocolos terapéuticos establecidos al respecto,

los cuales incluían un tratamiento con yodo radiactivo que le convirtió

durante un tiempo en una especie de Chernóbil ambulante. Como

consecuencia de tales protocolos a los que tuvo que someterse, y en

recuerdo permanente de la batalla librada contra el tumor, padecía

también un debilitamiento de su sistema autoinmune y una incómoda

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hipersensibilidad a determinadas sustancias químicas, que no paraba

de sorprenderle con erupciones en la piel, dolores de cabeza y

musculares, irritación de las mucosas, y otras incomodidades variadas,

que se le presentaban como reacción ante cosas anteriormente tan

cotidianas como suavizantes para la ropa, ciertos productos de

limpieza, ambientadores, insecticidas o aditivos alimentarios, además

de convertirlo contra su voluntad en cliente farmacéutico dependiente

de por vida.

Afortunadamente su hijo era cirujano, aunque el hospital donde

trabajaba estaba en otra capital de provincia, vecina pero distinta de la

suya, por lo que tuvo que irse a vivir con él durante un tiempo. Gracias

al oficio de su hijo, durante todo el proceso había recibido un trato de

favor, que hizo posible agilizar los tiempos de espera en lo poco que les

quedaba por vender, independientemente de cuál fuese el partido

gobernante, a unos políticos corruptos que llevaban años saqueando el

patrimonio nacional, incluida la sanidad pública. Su despertador dejó

de sonar entonces, pero toda una vida laboral madrugando había

creado hábito en su cerebro y seguía despertándose a la misma hora.

Muchas cosas habían cambiado desde entonces, entre las que se

encontraban algunas de sus costumbres alimenticias. Antiguamente se

tomaba un café solo y largo tras el aseo matutino, antes de salir a la

calle, y hacia las diez de la mañana, más o menos, salía del banco en el

que trabajaba para tomar un té con limón y un bollo de pan tostado, al

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que cambiaba el aliño según los días. Ahora seguía tomando su café

matutino, pero había adelantado la hora de echarle algo sólido al

estómago.

Durante los primeros días de su forzada jubilación y una vez

recuperada parte de su antigua salud, disfrutó del tiempo en casa,

como prueba de su nuevo estado vacacional permanente no deseado,

pero la costumbre y la soledad mañanera pronto le acabaron animando

a bajar a la calle y buscar un bar donde desayunar mientras leía el

periódico.

Aquel día, camino del bar de Pedro, un bar que había encontrado

en las proximidades y donde descubrió que ponían unos bollitos

rellenos de jamón serrano, cortado expresamente para el cliente en el

momento, y directamente de la mismísima pata del cerdo, junto con un

queso manchego en aceite que quitaba el sentido, le llamó la atención el

jaleo que se había formado en el semáforo que tenía más adelante, calle

abajo. Le pillaba de paso, así que mientras llegaba hasta allí pudo

observar que, al parecer, un conductor o conductora no se había puesto

en marcha al cambiar el semáforo de rojo a verde y los de atrás,

después de haber visto frustradas sus expectativas de poder reiniciar su

camino, estaban haciendo uso a discreción de las bocinas de sus

coches, en sonora y escandalosa señal de protesta.

- 41 -
Mientras caminaba hacia allí observando los acontecimientos,

pensó que no era normal que aquel coche no se pusiera en marcha,

después de la desagradable sinfonía de cláxones que estaba provocando

su inmovilidad. Además no se veía al conductor, así que no se lo pensó

mucho. Se encaminó directamente al núcleo de los acontecimientos,

con la sana intención de ayudar en lo que pudiese, si es que descubría

que podía ayudar en algo, pero lo que se encontró al llegar al auto le

dejó de piedra: un hombre estaba despareciendo ante sus ojos, o al

menos su cabeza. Era de suponer que, visto lo visto, el resto del cuerpo

hubiera desaparecido antes de que él llegara. Así parecía corroborarlo la

forma en la que las ropas habían quedado sobre los asientos. Y aquel

olor tan raro…

Recordó también a aquel hombre que le huyó como si tuviera la

peste, y al policía que apareció después. Ninguno le creyó cuando se lo

contó ¿Pero quién iba a creer una cosa como ésa? Él porque lo había

visto con sus propios ojos, y aún así…

Lo cierto es que había visto lo que había visto. Tan cierto como

que ahora veía llegar una grúa, dispuesta a llevarse el vehículo de

marras y despejar la calzada. Allí ya no tenía nada que hacer, pensó.

Siguió su trayecto hasta el bar de Pedro y cuando llegó a la barra

recibió el saludo habitual del dueño del establecimiento, aquel hombre

- 42 -
de mediana edad, grande y grueso, calvo, con cuello de toro, y con todo

y con eso, cara de buena persona.

- Buenos días ¿Lo de siempre?

- Pedro, no se va a creer lo que he visto.

- ¿Y eso?

- He visto desaparecer a un hombre.

- ¿Cómo que ha visto desaparecer a un hombre?

- ¿No ha oído el escándalo de los coches en la calle, un poco más

arriba?

- Sí que se oía jaleo, sí, pero eso lo oigo yo aquí todos los días.

- Bueno, pues éste era porque un hombre ha desaparecido y

claro, el coche se ha quedao allí plantao, delante de un semáforo, y no

veas el personal la que ha liao.

- ¿Qué ha hecho el hombre, se ha ido?

-¡Y tanto, ha desaparecido!

- Como dijo el torero: hay gente pa to – y dicho esto, Pedro se dio

media vuelta y se marchó, dispuesto a preparar el desayuno de

Leandro.

- 43 -
- (No ha entendido nada) – pensó éste, y en lugar de cumplir una

vez más con lo que ya se había convertido en un ritual de las mañanas

de su ociosa vida, se quedó allí pensando, sentado en aquel taburete de

la barra, en vez de ir a buscar el periódico del día y una mesa donde

poder desayunar tranquilamente, amenizándose con su lectura.

- (¡Estoy tonto! ¿Quién se va a creer lo que he visto? Si yo

estuviese en su lugar, haría lo mismo. Es más ¡si hasta a mí mismo me

está costando creerlo! ¿Cómo se me ocurre esperar que alguien me crea,

cuando se lo cuente? Conclusión número uno: para ya de hacer el

gilipollas contándoselo a la gente, que si sigues así solo vas a conseguir

empeorarlo, permitiendo que puedan tomarte por loco).

En éstas estaba cuando una taza en su plato, con cucharilla,

sobre de azúcar, y etiqueta roja colgando incluida, aparecieron delante

de sus ojos. Era Pedro que le traía el té.

- Gracias – le dijo, como cada día.

- De nada – contestó a su vez Pedro, como cada día; y dicho lo

cual volvió a marcharse, a terminar de preparar el pequeño bocadillo de

jamón y queso para su cliente, dándole así la oportunidad a Leandro de

volver a su diálogo interno.

- (Se acabó ir contando por ahí esta historia. Pero… ¿Cómo va a

ser posible que alguien desaparezca? Bueno, el caso es que yo lo he

visto con mis propios ojos; pero también es cierto que si alguien me lo
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cuenta, yo no me lo creo. Y aún así, lo he visto. A lo mejor es a cosas

como ésta, a lo que la gente llama alucinaciones. Pues que lo llamen

como quieran, pero eso no va a evitar que yo haya visto lo que he visto,

y lo que he visto ha sido la cabeza de una persona esfumándose delante

de mis narices. La cosa es que, si ya ha pasado una vez, bien podría

volver a pasar una segunda ¿Y quién me dice que no pueda pasarme a

mí?).

1.5. El chaval.

Tenía diecinueve años y gracias a la recomendación de un amigo

de su padre, había conseguido trabajo como aprendiz de un mecánico

de motos que tenía el taller en uno de los polígonos industriales de la

ciudad, lo que le hacía el hombre más feliz del mundo.

Habían pasado sólo tres meses mal contados desde que le

contrataron, y no necesitó para ello tener que seguir estudiando. Se

había librado, a la vez, del infumable rollo que eran los estudios, y de la

matraca que le daban sus padres todos los días, preguntándole si hoy

había ido o no a algún sitio a buscar trabajo, qué sitio era ese, qué le

dijeron, qué dijo él… Eso cuando no se ponían intelectuales y les daba

por intentar convencerle para que se matriculara en algún módulo de

formación profesional. Además, y por si todo esto fuera poco ¡ganaba

dinero! Lo mínimo que se despachaba en sueldos, pero era su primer

- 45 -
trabajo ¡Y en un taller de motos! Definitivamente, tenía motivos para

estar feliz. La vida le sonreía, aunque desde luego que no se iba a

quedar ahí para siempre. Tenía sus propios planes, pero eso forma

parte de otra historia.

Esa mañana, como las de todos los días que iban desde los lunes

hasta los viernes de los últimos tres meses, andaba camino de la

parada donde tomaba el autobús que debía acercarlo a su nuevo y

primer trabajo, cuando le llamó la atención el barullo que se estaba

formando un poco más adelante. Al llegar hasta allí, le pareció que la

causa de aquel jaleo era el coche que estaba parado el primero, delante

de aquel semáforo, y mira tú por dónde él ahora era mecánico, así que

se encaminó directamente hacia el conductor, dispuesto a ofrecerle todo

su saber profesional recién adquirido; pero cuando llegó a la altura del

auto, se quedó petrificado.

Allí había ya otro hombre, de pie junto a la puerta abierta, que

parecía haberse quedado pasmao y ahora sabía por qué. En el asiento

del conductor, y sobre la palanca del cambio, sólo había unas ropas,

pero en el otro asiento había una cabeza. Aunque hablando con

precisión, habría que decir que más que una cabeza, lo que quedaba de

ella. Llegó justo en el momento en el que Arturo se esfumaba a la altura

de los ojos. La imagen de aquellos ojos, intentando salirse literalmente

de sus órbitas, con la evidente intención de escapar a la desaparición

que se les venía encima, le impresionó.

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- ¿Qué hacemos? – escuchó de pronto.

Cuando pudo reaccionar giró la cabeza y allí estaba el pasmao de

antes, haciéndole la pregunta ¡Y él qué sabía! Acababa de ver

desaparecer la cabeza de un tío, y éste le preguntaba ahora qué hacer

en una situación así. Todo lo que pudo contestar fue:

- Eeeeeeeeheeeeheeheeeeh…

El otro se le quedó mirando fijamente. Así se mantuvo unos

instantes, inmóvil, hasta que de pronto le retiró la mirada y se olvidó de

él.

El aprendiz de mecánico estaba en la tarea de reorganizarse, pero

no le resultaba fácil. Miraba a un lado y a otro con la boca entreabierta,

cuando entró en su campo de visión una tía buena que se puso a

hablar con el pasmao, el cual hacía ya un rato que había dejado de

estarlo. Ése fue el momento en el que se activó su instinto depredador.

La chica era un poco mayor, pero no estaba mal. No es que fuera

una belleza espectacular, ni mucho menos, pero todos aquellos adornos

que llevaba puestos encima eran señal inequívoca de que estaba

sexualmente activa y disponible en el mercado. Iba pidiendo guerra y él

estaba permanentemente dispuesto para tales batallas. Además había

algo, un no sé qué en ella que le gustaba y que le proporcionó la

motivación necesaria y suficiente para reorganizarse a la velocidad de la

luz. Era evidente que era una pija, pero él nunca fue racista con las
- 47 -
mujeres, así que la miró con esa cara que sabía poner cuando quería

impresionar a una chica, y le dedicó la mejor de sus sonrisas.

La otra, ni corta ni perezosa, y sin interrumpir la conversación

que estaba manteniendo, le correspondió con un “vete a la mierda”

gestual. Durante unos instantes, tan sólo los estrictamente necesarios

para alejar cualquier posibilidad de duda respecto a su opinión acerca

de la poco sutil invitación a la confraternización que le acababan de

hacer, la chica había fruncido el ceño, detenido la mirada justo al

encontrarse con la suya y con su sonrisa, y al entender lo que él quería

que ella entendiera, simplemente se limitó a retirarle el contacto visual

con un leve pero evidente gesto de desprecio, y con ello devolvió toda su

atención a la conversación que mantenía con el otro, como si él jamás

hubiese existido.

Pero este muchacho no era hombre que se rindiera fácilmente, y

menos aún en asuntos como éstos, así que decidió esperar hasta que

terminase de hablar. Cuando la tuviese disponible sólo para él, sin

distracciones ni interferencias de terceros, volvería a la carga.

Pronto llegó el momento que estaba esperando. La conversación

había terminado y la chica se marchaba. Echó a andar con la intención

de abordarla, pero le estorbaba la gente, así que decidió rodear el

corrillo por el lado de la calzada, ya que la acera estaba abarrotada y

además unas puñeteras barandillas metálicas, de esas que el alcalde

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ponía en algunas calles para poder llevarse su correspondiente diez por

ciento de comisión, le dificultaban el acceso. En eso estaba cuando casi

le atropella una moto. Era un munipa.

En realidad eran dos, pero fue el que llegó primero el que casi lo

atropella; y encima se dejó la moto mal aparcada, como siempre hacían

estos abusones. El policía se bajó de la moto, con las mismas prisas que

trajo para llegar hasta allí, y empezó a dispersar al personal.

- ¡Vamos, vamos. Circulen, circulen!

Mal rollo, pensó. No le gustaban los policías y menos si eran esos

chulos de la policía local, así que se marchó de allí con premura. Buscó

a la chica con la mirada, pero la había perdido. No la veía por ningún

sitio. La había perdido por culpa de aquel maldito munipa. Dedicó

mentalmente al policía, y a todo el cuerpo en general, una florida lista

de maldiciones e insultos, y decidió seguir su camino. Llegó hasta la

parada del autobús que debía acercarle a su trabajo y se subió a él

cuando éste se presentó.

Mientras llegaba a su destino, rememoró lo sucedido. Recordó que

le había parecido ver algo así como una cabeza deshaciéndose en el

asiento del copiloto de aquel coche. Recordó también que había oído

decir a la chica que le había gustado, que el conductor se había

marchado dejando su coche allí. También que, al parecer, el conductor

se había desnudado antes de irse.

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- (La de chalaos que hay por ahí) – pensó.

El resto del trayecto lo pasó recordando a la chica. Estaba buena

a pesar de su edad, pero parecía un poco gilipollas. Al llegar al taller ya

se había olvidado de ella, del coche, de la cabeza, del policía, y de todo

lo que le había pasado. En la vida de este muchacho, esa mañana pasó

anónimamente a engrosar el conjunto de mañanas insulsas que todos

acumulamos en nuestras vidas, y que solemos llamar “una de tantas”.

1.6. La Puri.

Aquel lunes Purificación Gómez, Puri para las amigas, había

salido de su casa más temprano que de costumbre. El curso estaba en

su recta final y tenía una cita en la facultad con uno de los profesores

del Máster en Derecho Financiero Internacional y Gestión Empresarial

en el que se había matriculado. El año pasado había conseguido, por

fin, su título de abogada y ya sólo le faltaba el máster para lanzarse al

mundo laboral. Lo suyo no era preparar tediosas oposiciones, ni

defender a delincuentes sucios y malcarados. De hecho, lo suyo no era

trabajar. Ese era un asunto propio de la gente vulgar y corriente, y de

mujeres pobres, o con pocas luces.

Su objetivo en la vida era encontrar un buen marido que supiera

mantenerla como ella se merecía, en fiel cumplimiento y adecuación a

la tradición familiar, por lo que mientras llegaba tan glorioso y

- 50 -
fundamental momento, y antes que esforzarse en conseguir fortuna

para otras con sus divorcios, intentar salvar de su merecido castigo a

chorizos y asesinos, o perder los mejores años de su vida encerrada,

estudiando para aprobar unas oposiciones, prefirió prepararse para

entrar en el mundo que más le atraía: aquel donde se movía el dinero, y

ese mundo estaba gobernado por bancos y grandes empresas. Si tenía

que encontrar un buen marido, esos eran dos de los mejores sitios

donde buscar.

Además le encantaba viajar y ella se manejaba perfectamente con

el inglés, gracias a sus estudios en la escuela de idiomas y a las

vacaciones en países de habla inglesa, incluidos los Estados Unidos,

que su padre le pagaba desde que era pequeña. Tanto era así que tenía

la posibilidad de haber hecho el máster en el extranjero, pero estaba en

plena fase de establecimiento de relaciones formales con un compañero

de estudios, un chico de muy buena familia y sobrado de posibles, que

si bien aún no era el marido perfecto para ella, por no ser precisamente

la belleza física una de sus cualidades, podía servirle de momento,

hasta que encontrase algo mejor.

El otro tipo de belleza, al no verse, ni poderse comprar ni vender,

no le interesaba lo más mínimo; en su opinión, era el consuelo que les

quedaba a las feas y a las que no habían podido encontrar un marido

rico, o guapo. No estaba dispuesta a dejarlo escapar, por ahora, en

- 51 -
manos de la primera pelandusca que a buen seguro aparecería, en

cuanto ella dejase libre el puesto marchándose fuera del país.

Si se decidió por la abogacía fue porque en el supuesto, aunque

improbable caso, de que no le quedase más remedio que trabajar,

además de ser una de las profesiones más glamurosas y con las que

más dinero se podía ganar de las que conocía, este entorno permitía a

cualquier mujer que supiera hacer valer su femineidad, competir con

alguna ventaja sobre los hombres, con más facilidad que en cualquier

otro. Entre los abogados las apariencias contaban, y mucho, y a una

mujer que supiera sacarle partido a su físico, se le podrían abrir

muchas puertas con más facilidad que a un hombre, y que a una

hembra poco agraciada, menos hábil, o menos inteligente. Porque ella sí

que sabía cómo rentabilizar sus armas de mujer.

No es que se viera especialmente guapa cuando se miraba en el

espejo, pero fea sabía que no era. También sabía que tenía buen tipo y

que utilizando adecuadamente ropas, complementos, y cosméticos, se

podían conseguir resultados muy, pero que muy rentables. Eso sin

contar con la cirugía. Casi tres mil euros le habían costado a su padre

cada una de sus tetas, pero había merecido la pena. Su padre le había

pagado el mejor cirujano de la ciudad, el cual demostró en ella la

justicia de su fama, porque más que una mejora, en su opinión, y a

juzgar por las miradas de la mayoría de los hombres con los que se

- 52 -
cruzaba, le había hecho una auténtica obra de arte. De hecho, el

pasado verano no tuvo competencia en la playa.

Desde que era niña, antes incluso de que llegase a la edad de

merecer y como parte de su preparación a ella, su abuela materna, a la

que adoraba, mientras estuvo viva le había repetido hasta la saciedad el

dicho aquel según el cual, buen culo y buenos modales abren puertas

principales. Claro está que su abuela tuvo la suerte de vivir unos

tiempos más fáciles que los actuales, para dedicarse a vivir del culo y

los modales. En el siglo XXI había que añadirle al dicho unas buenas

tetas para que siguiese resultando infalible.

Hoy había tardado más de una hora en darse a sí misma el visto

bueno, antes de permitirse salir a la calle. Había sido más rápida de lo

que era habitualmente porque la cabeza, el exterior, ya se la había

lavado la tarde anterior, y los bigudíes habían tenido toda la noche para

moldear su pelo lacio y castaño claro. Si no lo había teñido todavía, era

porque, siguiendo los consejos y enseñanzas de su sabia y experta

abuela, había aprendido a sacarle partido y a presumir de un pelo sano,

al que los tintes aún no habían tenido la oportunidad de estropear.

Aunque eso no impedía que estuviera deseando que apareciera la

primera cana para volverse rubia.

Sus uñas, tanto las de las manos como las de los pies, también

había conseguido dejarlas impecables, mientras la pasada noche ella y

- 53 -
su madre veían en la televisión su programa favorito, en su cadena

favorita, ése que estaba dedicado a explorar e informar acerca de los

entresijos de las vidas públicas y privadas de la gente importante, tales

como cantantes, actrices, toreros, millonarios y amantes en general.

La ropa, bolso, zapatos, reloj, anillos, pendientes, collares, y

pulseras que hoy era oportuno utilizar, también habían sido

cuidadosamente elegidos y preparados antes de irse a la cama. Sólo

dejó para la mañana siguiente aquello que no podía hacerse antes: la

ducha, el desayuno, el peinado, el maquillaje, y muy especialmente,

conseguir que todo en ella apareciese con glamur, elegancia, y armonía.

Y lo que era muy importante: que los logotipos de las carísimas marcas

de prestigio de todo lo que utilizaba quedaran bien a la vista, aunque en

realidad se tratara de imitaciones, pero eso sí, de las mejores; además,

con el arte con el que ella sabía lucirlas, nadie dudaría de su

autenticidad. Una vez considerado que había alcanzado tal objetivo, y

tras la pertinente y minuciosa inspección final, se permitió salir a la

calle camino del garaje donde guardaba su coche.

Lo que se encontró al salir, la incomodó. Allí había un jaleo

tremendo. Un montón de gente estaba arremolinada en la acera y

alrededor de un vehículo vulgar y corriente, de esos que tiene la gente

vulgar y corriente, y que estaba parado en el semáforo por el que ella

tenía que cruzar para llegar hasta el suyo, un utilitario, pero el más alto

de su gama, diseñado por italianos, y muy coqueto, ya que aún no

- 54 -
había conseguido convencer a su padre para que le comprara el

descapotable alemán que de verdad le gustaba con los exiguos restos

que aún le quedaban, y que su madre todavía no había terminado de

administrar, de lo que en su momento fue una más que generosa

herencia familiar; pero el semáforo estaba en verde para los coches. Ya

que tenía que pasar por allí sin más remedio, mientras esperaba que se

abriera el paso para los peatones y movida por la curiosidad, se acercó

a un señor que parecía ser el que llevaba la voz cantante en aquel

barullo.

- ¿Qué ha pasado? – le preguntó.

- No lo sé – contestó el caballero.

Sorprendida por la respuesta, miró al interior del auto y vio toda

una equipación completa de ropa de caballero, esparcida por los

asientos y el suelo. También le llamó la atención aquel extraño olor, que

le recordaba el del aire justo antes de que se pusiera a llover en los días

de tormenta.

Estaban hasta los calcetines, metidos dentro de los zapatos, así

que se dispuso a volver a preguntarle a aquel señor, el cual, de entrada,

ya le había servido de test para corroborar que había conseguido salir a

la calle, una vez más, divina de la muerte, al apreciar la breve pero

significativa latencia en la respuesta del caballero, y ese brillo especial

que había aprendido a detectar en los ojos de los hombres, al mirar a

- 55 -
una mujer que les gusta. Fue entonces cuando se cruzó con la mirada

de aquel chaval ¡No podía ser verdad! Aquel niñato le estaba sonriendo

con picardía.

Entre la gente que allí se había aglomerado se encontraba un

chaval, vestido con vaqueros y una camiseta negra con calaveras

estampadas ¡que estaba intentando ligar con ella! Tenía una pinta de

hortera detectable a leguas de distancia y ese horrible peinado, tan de

moda ahora entre los chavales cutres.

Demasiado temprano para estas tonterías. Ya estaba

acostumbrada a situaciones similares, pero no por eso dejaban de

resultarle desagradables, así que, asegurándose previamente de que le

llegara el gesto de desprecio que le dedicó, le retiró la mirada, se olvidó

de él, y regresó a la investigación que tenía pendiente con el señor de

antes.

- ¿Y se ha ido desnudo? – le preguntó, señalando las ropas que

aparentemente se había dejado abandonadas aquel hombre, junto con

el coche, como evidencia incuestionable.

- No. Ha desparecido. Se ha ido.

Purificación pensó que éste no era su día. Con lo bien que había

empezado todo. Se encuentra primero con un altercado, camino del

garaje; luego se topa con un niñato que pretende ligar con ella; y para

colmo de males, acaba con un viejo verde que se las da de cultureta de


- 56 -
la lengua castellana. Ignoró la mal pretendida precisión lingüística de

su interlocutor y siguió con sus investigaciones, ya que pensó por un

momento que si te vas, evidentemente desapareces de allí donde

estabas. No tenía tiempo para perder con disquisiciones lingüísticas.

- ¿Y se ha dejado el coche aquí?

En éstas estaban cuando apareció otro señor, dirigiéndose a la

persona con la que ella estaba hablando, sin ni tan siquiera saludar y

menos aún pedir permiso para entrar en la conversación, con esa falta

de educación tan propia de algunas gentes que tan desagradable le

resultaba, y haciendo la misma pregunta que ella hizo al principio.

- ¿Qué ha pasado?

- Ha desaparecido – contestó el otro.

Ya tenía suficiente. Esto le pasaba por mezclarse con la

mediocridad de la gente vulgar y corriente. Y mira que lo sabía, pero

una vez más la curiosidad había podido con ella. De todas maneras, ya

se había enterado de lo que había pasado: a alguien se le había ido la

cabeza, se había desnudado, y se había largado dejando sus ropas y su

coche abandonados en la calzada, sin ninguna consideración por el

resto de las personas, especialmente por los demás conductores que

circulaban por allí ese día.

- 57 -
- ¡Es increíble la poca vergüenza que tiene la gente. Largarse y

dejar el coche en medio de la calle! – fue lo último que dijo, antes de

volver a retomar su camino al garaje.

1.7. El policía local.

Con veintidós años y contando con la inestimable ayuda de un

concejal, familiar de un buen amigo de sus padres, había conseguido

aprobar a la primera las oposiciones para el cuerpo de Policía Local de

su ciudad. Llevaba ya tres de esos veintidós años suyos trabajando en

ello.

Aquella mañana de lunes de finales del mes de mayo, estaba

multando coches aparcados, sin tarjeta ni pegatina de residente a la

vista, en una calle declarada por el ayuntamiento como zona verde, es

decir, con el aparcamiento restringido y sólo permitido a los vehículos

de aquellos residentes que mostrasen la autorización correspondiente,

cuando H2, la central de su distrito, emitió un mensaje por radio,

preguntando qué agentes estaban más próximos a una determinada

avenida, desde donde alguien había llamado a Base para denunciar una

retención de tráfico, al parecer causada por un vehículo detenido, o

averiado. Él fue el elegido para encargarse del caso, así que avisó a su

compañera.

- 58 -
Luisa acababa de incorporarse al cuerpo hacía tan sólo algo más

de un mes y se la habían asignado a él como compañera de patrulla.

Eso le enorgullecía, porque significaba que además de convertirle en jefe

de la patrulla, con tan sólo tres años de experiencia, el Superintendente

Jefe ya le consideraba capaz de supervisar a un novato, que además era

mujer. Le dijo que encendiera el prioritario y conectara la sirena de la

moto para llegar más rápidamente, pero que estuviera muy atenta para

desconectarla cuando comprobara que él lo hacía, a fin de no alertar a

los posibles delincuentes, si los hubiera, y evitar que se dieran a la fuga

al oírles llegar.

Eso de ser el jefe experto de la pareja le gustaba sobremanera,

porque además de confirmarle su buen hacer profesional, y el

reconocimiento de ello por parte de sus superiores, le daba la

oportunidad de testarse a sí mismo para comprobar hasta qué punto

conocía los gajes del oficio. Además, le permitía entrenarse para cuando

llegara a ser él el Superintendente.

Próximo a su destino, desde la distancia, pudo ver a la gente

agolpada en la acera ¡Y en la calzada! Eso era muy peligroso, porque

alguien podría resultar atropellado. El tráfico estaba bloqueado en el

carril de la derecha, pero por el carril izquierdo seguía habiendo

circulación.

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Aprovechando que había visto los semáforos en verde al entrar en

la avenida, había apagado la sirena mientras aceleraba, aunque dejó

encendida la luz azul del prioritario de la moto. Por el espejo retrovisor,

comprobó que Luisa había seguido sus instrucciones y había hecho lo

mismo.

Teniendo vía libre, aceleró con decisión para llegar cuanto antes

hasta el punto donde parecía que estaba el tapón en el tráfico: un coche

parado delante de un semáforo. Al llegar, estacionó la moto de manera

que ésta sirviera de protección para los vehículos y los peatones que se

encontraban en la calzada, formando una barrera visible para el resto

de conductores, justo detrás de la esquina posterior izquierda del

último coche detenido.

Lo primero que pensó fue en alejar a todos aquellos imprudentes

de la calzada. Se bajó rápidamente de la moto y empezó a dispersar a la

gente.

- ¡Vamos, vamos. Circulen, circulen!

Pudo comprobar por el rabillo del ojo que Luisa le seguía y estaba

haciendo lo mismo. Había aparcado su moto justo delante del primer

coche parado en la calzada, colocándolos así a todos entre el paréntesis

que formaban ambas motocicletas. Ésta chica prometía, pensó, y dado

que aquella aglomeración parecía fácil de solucionar, dejó en sus manos

- 60 -
la tarea de terminar de despejar la calzada de peatones, y se encaró con

el que parecía ser el conductor del primer auto.

- ¿Es suyo el coche?

- No – respondió el otro.

- ¿Y de quién es?

- No lo sé.

Como si necesitase confirmar que había errado con sus

suposiciones, preguntó de nuevo.

- ¿No lo sabe?

- No lo sé – fue la confirmación que recibió.

Eso le hizo replantearse la situación. Miró fijamente a su

interlocutor, analizándolo. Parecía decir la verdad, pero si él no era el

conductor ¿quién entonces?

- ¿No lo sabe? – volvió a preguntar, impelido por la necesidad de

confirmar que había errado en sus suposiciones.

- No – contestó sencillamente el otro.

- ¿Y dónde está el conductor? – preguntó ahora directamente, y

mientras hacía la pregunta se fijaba en las ropas que había dentro del

vehículo.

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- Ha desaparecido.

- ¿Y a dónde ha ido?

- No lo sé.

Se quedó mirando fijamente otra vez a aquel individuo. Desde

lejos había supuesto que era el conductor, que se había bajado del auto

porque, al parecer, algo había pasado en el interior, ya que había

abierto la puerta y estaba de pie junto a ella, mirando lo que quiera que

fuese que pasaba allí dentro; pero parecía evidente que se había

equivocado. Toda la fisiología en la respuesta de aquel hombre parecía

indicar que estaba diciendo la verdad.

En éstas estaba cuando alguien muy exaltado se acercó,

dirigiéndose a él con un tono de voz que no le gustó nada.

- ¡Estábamos parados en el semáforo y cuando se puso verde, se

quedó ahí!

- (Uno al que hay que vigilar) – Pensó.

Las personas en estado de excitación son muy peligrosas, porque

pueden tener reacciones imprevisibles, pero ya que estaba allí, decidió

intentar obtener algo de información de aquel individuo y, de paso, ver

si conseguía calmarlo un poco.

- ¿Y dónde ha ido? – le preguntó.

- 62 -
- ¡A ningún sitio. No había nadie! – contestó el otro sin rebajar lo

más mínimo sus niveles de excitación, a excepción justo del final de la

frase.

Algo en aquella respuesta no encajaba. Esa seguridad y firmeza

inicial en la respuesta se perdía justo al final, pero no tenía tiempo

ahora de ponerse a analizarlo. Lo primero era solucionar el problema de

aquellos coches que estaban interrumpiendo el tráfico, y retirar de allí a

toda esa gente imprudente y temeraria, que se arriesgaba en la calzada

a que les atropellara un vehículo, de los que seguían circulando por el

carril izquierdo; pero necesitaba saber lo que había pasado. Pidió

aclaraciones.

- ¿Cómo que no había nadie?

- Sí, pues eso, que no había nadie dentro del coche. Este hombre

dice que lo ha visto desaparecer – le contestó el sujeto, señalando con la

mano extendida al que había confundido en un primer momento con el

conductor del vehículo aparentemente abandonado.

Se le quedó mirando unos instantes, tratando de comprender lo

que le quería decir, pero no lo conseguía, y dándose cuenta de que

Luisa era aún poco resolutiva en eso de dispersar una aglomeración de

gente, aunque ésta fuese de las fáciles, decidió atender primero a lo más

urgente. Ya se ocuparía luego de estos dos.

- 63 -
- Quédense aquí – les ordenó, y decidió ir a echarle una mano a

su compañera. Con rapidez y firmeza enseguida consiguió que todos,

menos los dos que parecían saber algo del tema, salieran de la calzada y

se situaran en la acera. Comprendió que disolver la aglomeración allí le

iba a resultar más difícil, y dado que si la gente no sobrepasaba las

barreras metálicas que había instaladas en los bordillos y bajaba al

asfalto, su seguridad no se vería comprometida más allá de lo habitual,

encargó a Luisa que se ocupase de controlar el tráfico automovilístico

para asegurar su fluidez, pero que antes usara cinta delimitadora, a fin

de que le quedara claro al personal que no debían bajarse de la acera.

- Controla el tráfico cuando acabes – le dijo y volvió a encararse

con los otros dos, con la intención de aclarar la situación, ahora que

podía dedicarles más tiempo. Se dirigió al más tranquilo.

- A ver ¿Qué es eso de que el conductor ha desaparecido?

- Pues eso, que ha desaparecido.

- ¿Que se ha ido?

- No, no. Que ha desaparecido. Yo lo he visto.

- ¿Qué ha visto?

- Bueno, yo me acerqué al coche a ver qué pasaba y aquí – dijo

señalando el asiento del copiloto – estaba su cabeza desapareciendo.

- 64 -
Otra vez se fijó en las ropas de caballero, esparcidas por los

asientos y el suelo de aquel coche. Los bultos que podían apreciarse en

los bolsillos del pantalón, hacían pensar que estaban provocados por

las pertenencias personales del desaparecido conductor.

El motor había quedado encendido, en punto muerto y sin poner

el freno de mano, cosa ésta última que en un primer momento pasó

desapercibida al policía, porque al ser una calle sin pendiente en aquel

tramo, la fortuna quiso que el auto quedara inmovilizado.

Olía raro allí dentro. Un extraño olor que recordaba a los días de

tormenta, y fuera había un tipo diciéndole que había visto la cabeza de

alguien desapareciendo. No le gustó aquello. No sabía muy bien si el

tipejo estaba loco, o simplemente le estaba tomando el pelo, pero como

no podía perder el tiempo ante una situación potencialmente peligrosa

para la ciudadanía, decidió continuar sus averiguaciones por medios

más seguros. Echó mano de su radio y llamó a Base, no sin antes

asegurarse con la mirada de que Luisa estaba cumpliendo

correctamente con la tarea que le había encargado.

Informó de que se había encontrado un vehículo aparentemente

abandonado en la calzada y con objetos de valor en su interior, ya que

había visto un teléfono móvil asomando por uno de los bolsillos de

aquel pantalón que había en el coche. Les dio la matrícula y pidió a su

- 65 -
vez todos los datos que pudieran proporcionarle al respecto. Hecho esto,

volvió con aquel extraño individuo.

- A ver, explíqueme qué es eso de que el conductor ha

desaparecido.

- ¡Si ya lo he hecho! Se lo he dicho: cuando he llegado, sólo

quedaba su cabeza y desapareció.

- (Y dale con lo de la cabeza que desaparece) – pensó, y se

preguntó si aquel tipo no estaría mal de la suya propia. Necesitaba

confirmar aquello.

- ¿Oiga, me está diciendo que el conductor del coche ha

desaparecido?

- Hace ya un rato.

- ¿Pero eso como puede ser? – preguntó incrédulo.

- ¡Y yo qué sé! – contestó enfáticamente el otro.

En ése preciso momento le llamaron de Base, para darle la

información que había pedido. Nada que le ayudara mucho, de modo

que volvió al interrogatorio.

- Bueno, vamos a ver ¿Sabemos dónde está el conductor de este

coche, sí o no?

- No.

- 66 -
Aquello se estaba poniendo difícil, así que decidió probar en otro

sitio.

- Vale – contestó y acto seguido se dirigió a los curiosos de la

acera, por ver si allí encontraba alguien que pudiera darle norte del

conductor desaparecido, pero también allí fracasó. Nadie sabía nada.

Algo tenía que hacer. En su trabajo era necesario saber resolver

las situaciones con rapidez y no podía perder el tiempo parándose a

pensar mucho. Debía tomar decisiones rápidas y eficaces, así que volvió

a echar mano de la radio para comunicarse, ésta vez con H2. Les contó

que el vehículo estaba detenido en la calzada y que al parecer el

conductor lo había abandonado, dejándose el motor en marcha. Desde

allí le ordenaron que mantuviera la situación controlada, y dado que en

el interior de aquel auto parecía haber objetos de valor, pidió que

mandaran una grúa para retirarlo. Antes de que apenas pudiera cerrar

la radio, y de una forma apremiante que no le gustó nada, el exaltado le

dijo:

- ¡Oiga, que yo me tengo que ir!

Ignoró la premura que aquel individuo pretendía imponerle para

atender un asunto que no era el más importante, ni allí, ni ahora.

- Ya ¿y usted, qué ha visto?

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- ¿Yo? Nada. Todo iba bien hasta que el semáforo se puso en

verde y este tío – señalando el coche del tal Arturo Briones – se quedó

ahí parado – contestó enfadado el sujeto.

- ¿Qué tío?

- El del coche.

- ¿Y usted lo ha visto?

- No.

En aquel tipo había algo que no encajaba. Otra vez había perdido,

de repente, la exaltación y el enfado que tenía. Muy breve y sutilmente,

pero lo había hecho. Aún así, ahora no podía perder tiempo en analizar

eso, por lo que pidió confirmación para asegurarse de que aquel sujeto

no sabía nada.

- ¿No ha visto a nadie bajarse del coche?

- No.

Decidió abandonar, de momento, lo que parecía una vía muerta

para sus investigaciones. Eso le funcionaba a veces. Si se quedaba

atascado en alguna situación, salirse de allí y atajar por otro lado solía

darle buen resultado, así que dirigió la pregunta al otro individuo, el

que parecía un poco loco, pero que estaba más calmado.

- ¿Y usted?

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- Ya se lo he dicho. Yo me acerqué al coche, y lo vi desaparecer.

Era la cabeza de un hombre.

Esta vez la estrategia de flanqueo no funcionó. El sujeto seguía

con la tontería aquella de la cabeza que desaparecía, y él estaba

tardando demasiado en resolver el asunto, así que decidió atajar aquello

pidiéndoles la documentación a ambos implicados antes de que se

fueran, y despejar la calle cuanto antes. Cuando el atasco se hubiese

solucionado, si fuese necesario, podría mencionar a estos dos en el

atestado y que el juez, si es que el caso llegaba hasta él, se ocupara de

aclararlo.

- A ver, la documentación.

- ¿Qué documentación? – preguntó el otro, que había recuperado

rápidamente la plenitud de su excitación.

- El DNI – le aclaró.

- ¡Pero oiga, que yo no he hecho nada!

- (Eso ya lo veremos. Todos decís lo mismo) – pensó.

- Ya, ya. Es para el atestado. Deme su DNI, por favor – le dijo

tratando de tranquilizarlo, pero con firmeza, mientras ordenaba al otro

que esperase.

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Tomó los datos del documento y los de las matrículas de los dos

coches parados, y cuando le devolvió el documento de identidad, el

individuo le preguntó enfadado

- ¿Ya me puedo ir?

- Si – le contestó y se dispuso a facilitarle la salida, esperando a

darle permiso para hacerlo cuando no hubiera riesgo de colisión con

otros vehículos. Una vez terminada la tarea y el exaltado se hubo

marchado, se dirigió al otro individuo.

- A ver, su DNI.

El sujeto ya lo tenía en la mano. Lo cogió, tomó los datos, se lo

devolvió, y le dio autorización para marcharse, cosa que el otro hizo sin

más.

La aglomeración de gente en la acera no es que se hubiera

disuelto por completo, pero sí que había disminuido hasta poder ser

considerada insignificante. De los que pasaban por allí, alguno se

paraba a mirar, pero no se quedaban mucho rato. Se acercó hasta

Luisa y ésta, que lo había visto venir, en cuanto estuvo a su altura le

preguntó

- ¿Qué ha pasado?

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- Nada, que un tío se ha largao y se ha dejao el coche abandonado

en la calle. Lo raro es que se ha dejao la ropa dentro y el motor en

marcha.

- ¿Desnudo?

- Pues no lo sé, porque allí había un chalao que decía que había

desaparecido.

Luisa se echó a reír.

- Pues sí que debía tener prisa el tío. Ha sido rápido yéndose –

dijo.

- Bueno, el caso es que esto ya está resuelto. Vamos a esperar

que llegue la grúa que he pedido para retirar el coche y nos vamos.

1.8. La voz.

Todavía estaba tratando de entender qué era lo que había pasado.

Algo le había cambiado a él y al mundo en el que vivía, pero sin

cambiarlos, lo cual le resultaba extraño y sorprendente, porque tanto él

como lo que le rodeaba seguían siendo los mismos, aunque a la vez,

muy diferentes.

La misma gente, las mismas casas, los mismos coches, las

mismas cosas, pero a la vez tan diferentes… Él mismo se notaba

cambiado. Sentía que su lucidez mental se había incrementado de


- 71 -
forma extraordinaria y repentina, como si aquella luz que estaba en

todas partes, estuviese también iluminando todas y cada una de las

neuronas de ese cerebro suyo que ya no tenía, potenciando sus

capacidades; igualmente, apreciaba en sí mismo una novedosa, intensa,

y agradable sensación de libertad.

Aquel lunes había comenzado como cualquier otro, hasta que

empezó a oler raro dentro de su coche. Después, todo se desarrolló

como en un torbellino. Al principio se asustó mucho, pero todo cambió

cuando se culminó su transformación. Porque se había transformado.

Todavía no sabía muy bien en qué, ni por qué, pero era evidente que se

había transformado.

Por cierto, que a su coche lo estaban trasteando. Había llegado

una grúa y lo estaban enganchando a ella. Era una de esas asesinas de

transmisiones y cajas de cambio, que levantan al coche por un eje y lo

remolcan sobre las ruedas del otro. Menos mal que el suyo había

quedado en punto muerto.

Cuando quiso decirles a los policías y al operario de la grúa que él

estaba allí, fue como si no existiese. Nadie le veía ni le oía, pero algo

más pasaba. Más cosas extrañas: se dirigió primero al policía que

parecía llevar la voz cantante, pero no andaba. Simplemente quería

llegar a algún sitio, y allí estaba. Sólo con la intención, había pasado de

- 72 -
estar de pié dentro de su coche, a estar junto al policía. Así de fácil… o

de difícil.

El caso es que había atravesado la carrocería de su auto como si

estuviese hecha de aire, en lugar de metal. Pero el coche seguía siendo

el mismo… ¿O no? Previamente ya le había sorprendido sobremanera la

forma en la que el policía, cuando se introdujo dentro del coche para

ponerle el freno de mano, le atravesó impunemente, como si también él

mismo estuviese hecho de aire.

Evidentemente era el mismo coche, pero como todo lo demás, lo

percibía ahora de manera muy diferente. Los colores, los olores, los

sonidos, aquella luz que todo lo impregnaba, él mismo… Todo era tan

extraño… Y por encima de la inmensidad de todas las rarezas y

novedades que le estaban ocurriendo, él estaba tranquilo. La rareza

más rara para él en ese momento.

Cuando se acercó al policía para decirle que estaba allí y que

tuvieran cuidado con su coche, éste pareció ni verle, ni escucharle.

Quiso llamar la atención de aquel agente poniéndole una mano sobre el

hombro. El policía giró la cabeza hacia él, pero como si no hubiera visto

a nadie, siguió con su tarea como si tal cosa.

- Espera – le había dicho al operario de la grúa, tras lo cual se

metió otra vez dentro del coche para quitarle el freno de mano que él

- 73 -
mismo había puesto anteriormente y realizar una última inspección

ocular de su interior, antes de que se lo llevasen al depósito municipal.

- (A lo mejor me he muerto)- pensó, ahora sí, porque aquello que

le estaba pasando era extremadamente raro. Sin embargo, estaba

tranquilo. Extrañamente tranquilo, pensó.

- (No estás muerto)

¡¿Quién había dicho eso?! Miró, o al menos eso creyó hacer, a su

alrededor. Nadie le prestaba atención.

- (¿Qué haces aquí?)

Más que oír la voz, la sentía. Era como si estuviese dentro de su

cabeza, y curiosamente no le causaba inquietud alguna. Le resultaba

extrañamente familiar, aún siendo la primera vez que experimentaba

algo así.

- (Todavía no lo sé muy bien. Acabo de llegar) – pensó sin hablar,

y a la vez hablando con aquel desconocido.

De alguna manera sabía que estaba… ¿hablando?... con alguien,

pero no sabía con quien, a pesar de que aquella voz le transmitía una

agradable sensación de familiaridad. Había sentido que era alguien que

estaba por allí, pero cuando con la vista, o al menos eso creyó estar

haciendo, escudriñó el entorno en su búsqueda, todo lo que pudo ver

fue gente que se comportaba como si él no existiera. Hasta que “dijo”

- 74 -
aquello de que acababa de llegar. Después de eso dejó de sentir la

presencia. Siguió buscando, pero de alguna manera supo que ese

alguien, quien quiera que fuese, ya no estaba con él.

La grúa se llevaba su coche. Los policías la despedían, se

montaban en sus motos y se marchaban. Los pocos mirones que

quedaban, volvían a sus asuntos. Aparentemente, todo volvía a la

normalidad. Menos él.

- (¿Y ahora qué hago?) – pensó.

Volvió a acordarse de su trabajo. Hacia él se dirigía cuando todo

cambió. Quiso estar allí y allí estaba ya, justo delante de la puerta del

centro donde trabajaba. Atravesó el umbral y la puerta, que estaba

cerrada y no pensó en abrirla. Vio justo enfrente a Juan, el conserje,

sentado en su mesa, y se alegró por ello. Sonriendo se acercó a él, pero

otra vez las cosas, siendo las mismas de siempre, se comportaban de

manera muy distinta. Juan ni siquiera levantó la vista del periódico que

estaba leyendo cuando se le acercó.

- ¡Juan! – dijo, o al menos eso creyó.

Juan levantó la cabeza, pero no lo miró. Miró hacia la puerta y

aunque él entraba de lleno en su campo visual, no hizo el más mínimo

amago de percibir su presencia. Parecía como si no existiera. Juan

volvió a su periódico, como si tal cosa.

- 75 -
- (¡Claro, eso es!) – Pensó – (Para él no existo).

Acababa de caer en la cuenta de que se había esfumado. Recordó

el momento en el que tomó conciencia de que su cuerpo había

desaparecido, y las emociones de aquella situación volvieron junto con

el recuerdo. Se sintió aterrorizado, pero solo por unos instantes, porque

a continuación ya estaba siguiendo el hilo de su pensamiento. Si se

había esfumado para él mismo, lo normal es que también lo hubiera

hecho para el resto del mundo. Si él no podía verse…

- ¡Un momento! – se dijo, y se miró.

Podía verse, pero de una manera muy extraña. No tenía forma, o

al menos no una estable. Cuando quiso mirar sus pies, vio cómo éstos

adoptaban la forma que siempre les había conocido, pero ahora eran de

luz, como sus piernas; esa misma luz que estaba en todas partes, solo

que la suya era diferente a todas las demás, al igual que todas las

demás eran diferentes entre sí, aún siendo siempre la misma. No era la

misma luz la de la mesa de Juan que la suya, ni que la del mismo

Juan, ni que la de la pared que el ordenanza tenía detrás suyo, aún

cuando todo estuviera iluminado por la misma luz, en especial las

personas.

La mesa, Juan, y la pared, seguían teniendo la misma forma que

recordaba, pero él no. Él era algo así como un huevo estelar de luz

pulsante y radiante, que se dilataba y contraía continuamente, pero no

- 76 -
de una forma uniforme, es decir que había partes de ese huevo de luz

blanco azulada que ahora era él que se expandían, mientras que

simultáneamente otras se contraían, y otras aún ni se movían. Aunque

de éstas últimas habría que decir mejor que ni se expandían, ni se

contraían, porque moverse sí que se movían. Todo vibraba. Incluso él.

Cuando se acordó de sus pies y quiso mirarlos, la parte inferior

de esa pulsante estrella ovalada que era ahora, tomó instantáneamente

la forma de sus piernas. Le gustó verse así, de luz. Eran sus piernas,

las de esta mañana. Incluso tenía los zapatos puestos, pero todo, hasta

los pantalones, era de luz. Los tonos y la intensidad de su luz variaban

por zonas, como varían el tono y la intensidad del humo de un

cigarrillo, y los colores predominantes eran el blanco, el dorado, y el

azul claro. También había tenues reflejos iridiscentes de todos los

demás colores.

Sintió curiosidad ¿Qué pasaría si…? Y lo hizo. Atravesó la pared

que había detrás de Juan y se encontró dentro del despacho de la

directora, pero ella como si nada. Allí estaba, de espaldas a él, inclinada

sobre su mesa de trabajo y escribiendo con aparente normalidad. Ni

siquiera movió la cabeza. Le puso una mano en el hombro, o lo que

quiera que fuese que ahora era su mano, y como si tal cosa. Ni se

inmutó.

- 77 -
Arturo movió su atención. Así se expresaba mejor lo que le estaba

pasando, porque ya no miraba, ni olía, ni tocaba, aunque siguiera

viendo, distinguiendo olores y apreciando texturas. “Miró” a su

alrededor y se dio cuenta de que podía ver a través de las paredes, y

aún así no se sorprendió demasiado. Podía decidir dónde fijar su

atención y allí estaba sin estar. Él no estaba allí, aunque de alguna

manera sabía que podía estarlo, si quisiera. Podía tener conciencia de

todo lo que estuviese pasando en ese lugar, aún cuando él fuese tan

solo un mero espectador. Como en una película, solo que ésta era

tridimensional.

¿Tridimensional? Multidimensional era una mejor y más

ajustada descripción de lo que estaba experimentando, aunque no

supiera muy bien todavía ni lo que era, ni lo que significaba aquello

exactamente.

Recorrió las diferentes estancias de su centro de trabajo, por

medio de esa especie de visionado fílmico multidimensional que allí

podía practicarse, y sólo necesitó para ello el deseo de saber qué pasaba

en cada habitación. Aquello era mucho mejor que la realidad virtual que

había probado alguna vez en una feria tecnológica que visitó en una

ocasión, quizás porque ésta no era virtual, aunque lo pareciese.

Allí aún le estaban esperando, pero no percibía preocupación en

sus compañeros. Raramente se retrasaba a la hora de entrar a trabajar,

- 78 -
pero todavía era temprano, por lo que la esperanza de que acabara

incorporándose a su puesto seguía viva en ellos. Un atasco, una pegada

de sábanas, un despertador averiado… Con todo, fuese como fuese,

nadie parecía inquieto por su ausencia. El único que estaba algo más

preocupado era su compañero y amigo Jesús, aunque él también

confiaba en que todavía pudiera incorporarse al trabajo. Se acordó

entonces de Marta.

1.9. Las meditaciones de Leandro.

Cuando terminó su desayuno, pagó la cuenta y se despidió de

Pedro hasta mañana. Tenía que estar en casa para abrirle la puerta

cuando llegase Luzmila, la señora que venía a ayudarle con las tareas

domésticas tres veces en semana.

No podía quitarse de la cabeza lo que había vivido. Cuando pasó

por el lugar donde se produjeron los acontecimientos, todo había vuelto

a la normalidad como si nada hubiese ocurrido, pero la imagen de aquel

hombre, o mejor dicho, de su cabeza difuminándose hasta desaparecer,

se repetía una y otra vez en la suya como una película sin fin. En ello

estaba cuando, una vez en la casa, llegó Luzmila.

- ¿Algo especial para hoy? – preguntó al entrar, con ese acento

ucraniano suyo.

- 79 -
- No, gracias Luzmila. Voy a salir. Ya sabe, si cuando acabe aún

no he vuelto y tiene que decirme algo, déjeme una nota en la cocina,

como siempre. De todas maneras, ya sabe: – repitió – llevo el móvil.

- Muy bien – contestó ella mientras se dirigía al cuarto de baño

para cambiarse, con esa habitual sonrisa suya que iluminaba sus

regordetas facciones, y que ayudada a resaltar una sutil y elegante

belleza caucásica que sin duda conoció tiempos mejores, pero que aún

seguía aflorando a través de su obesidad y sus más de cincuenta años.

Era relativamente frecuente que se marchase al llegar Luzmila.

Muchas veces lo hacía para no estorbarle en su trabajo, pero hoy lo que

le motivaba era la necesidad de tiempo y soledad para seguir meditando

sobre lo ocurrido.

Leandro salió a la calle y se dirigió a pie al parque que tenía

próximo a su casa. Allí podría pasear, o sentarse en un banco, como

hacía muy a menudo cuando el tiempo se lo permitía, a seguir tratando

de comprender el extraño suceso que había presenciado. Todo el

camino lo hizo absorto en estos pensamientos.

Llegó a dudar de su cordura. Había visto lo que había visto, pero

era algo tan increíble… Entre la maraña de recuerdos, búsqueda de

posibles explicaciones razonables y no tan razonables, emociones, y

pensamientos de todo tipo al respecto, había uno que afloraba

- 80 -
recurrentemente: Si ya había pasado una vez, bien podría pasar una

segunda.

¿Pero qué es lo que había pasado? ¿Por qué había desaparecido

aquel hombre? No entendía nada. Y en aquello sí que estaba solo. No

podía contárselo a nadie porque, en el mejor de los casos, no le

creerían. Todavía recordaba la cara que le puso aquel individuo que se

acercó a preguntarle, cuando todo ocurrió, y la espantada que se dio

después.

¿Qué puede hacer desaparecer así a una persona? Se le vinieron

a la cabeza lecturas que había hecho de joven, y programas de radio y

televisión que había visto y escuchado sobre sucesos misteriosos.

Recordó un caso en el que, al parecer, una persona desapareció dejando

sus huellas solo hasta la mitad del camino hacia el pozo donde

apuntaba la dirección de sus pasos. Recordaba también otros casos de

gente, de la que contaban que se había visto envuelta en una especie de

extraña niebla, y al salir de ella se habían encontrado a muchos de

kilómetros de distancia. A lo mejor lo del olor a tormenta tenía algo que

ver con lo de la niebla, pero para eso tendría que haber niebla, y allí él

no recordaba haberla visto por ninguna parte. Otros hablaban de casos

de combustión espontánea, o secuestros y abducciones por

extraterrestres…

- 81 -
Los extraterrestres eran la explicación más frecuente para todos

estos casos extraños, pero él ni tenía muy claro eso de los marcianos, ni

todos estos hechos, en el supuesto de que fuesen ciertos, cosa que

siempre dudó, encajaban con los que había vivido esa mañana. Lo que

más se asemejaba a su experiencia, era el caso de aquella persona que

decían que había desaparecido, después de haber dejado sus huellas en

el suelo, como evidencia de un paseo que parecía haberle llevado a

ninguna parte. Recordaba que la noticia que leyó informaba de una

desaparición, sin más rastro que las marcas de su paso en el suelo. No

recordaba haber leído nada acerca de que sus ropas hubiesen sido

encontradas junto a las huellas.

Estaban también los numerosos casos de denuncias de

desapariciones de personas, que había oído en algún sitio que se

producían cada año en todo el mundo. Tenía entendido que en los

archivos policiales de casi todas las naciones, hay cientos de casos sin

resolver de gente que desaparece sin dejar rastro alguno; pero no

recordaba conocer ninguno en el que las ropas de la persona hubiesen

aparecido intactas y de aquella forma, en el lugar de su desaparición.

Aquel cinturón que vio en el coche estaba entrabillado al pantalón y

correctamente abrochado, así como la camisa. Eso lo recordaba bien.

También recordaba haber visto bultos en los bolsillos de aquel

pantalón, como si aún contuviesen las pertenencias personales de su

- 82 -
propietario; recordó incluso haber visto un teléfono móvil, asomando

por uno de ellos.

A lo mejor, lo que le había pasado a aquel hombre no era tan raro

como había creído hasta ahora, pensó. Los medios de comunicación

daban las noticias según se las proporcionaban las agencias, y éstas

muchas veces se nutrían de informes policiales, judiciales, y de otras

instancias oficiales. Lo mismo si esto ya había pasado alguna otra vez,

la policía se había callado ante la prensa lo de las ropas, para evitar que

se publicaran informaciones que pudiesen perjudicar sus

investigaciones, o alguna oscura agencia de inteligencia, pública o

privada, se estaba encargando de ocultar información. Las instituciones

oficiales aborrecen todo aquello para lo que no tienen una explicación

que les resulte convincente, por lo que prefieren ocultarlo antes que

reconocer su ignorancia; pero era tan raro que no recordase ni un solo

caso en el que se mencionase algo parecido… Un buen periodista de

sucesos no pasaría por alto un dato como ese, a no ser que aquello de

los hombres de negro fuese verdad.

No tenía ni idea de las causas de lo que había visto, pero sí que

sabía que él había visto lo que había visto. Eso era un hecho

incuestionable, o casi, porque también hubo momentos en los que

dudó. De hecho, la duda seguía apareciendo aún de vez en cuando, de

forma intermitente y recurrente, pero cada vez con menos frecuencia, y

a cada vez acababa confirmándose a sí mismo con más rapidez. Usaba

- 83 -
gafas para la presbicia y su vista de lejos ya no era la de antes, pero no

se había deteriorado tanto como para dudar de ella en este caso.

¡La matrícula! Si hubiese prestado atención a la matrícula del

coche de aquel hombre, lo mismo podría averiguar algo acerca de su

propietario, pero no se le había ocurrido tal cosa hasta ahora y ya era

demasiado tarde ¿O quizás no? Cabía la posibilidad de que los

periódicos locales dijeran mañana algo al respecto. No era fácil, porque

el hecho de que alguien abandonase su coche en mitad de la calle, sin

aparcarlo, no era una noticia como para hacer vender muchos

periódicos, pero quien sabe, a lo mejor necesitaban rellenar espacio y al

día siguiente decían algo. Mañana lo comprobaría, mientras

desayunaba en el bar de Pedro.

1.10. Niemsé.

Marta era su segunda mujer. Aunque en realidad no estuviesen

casados, vivía con ella desde hacía cuatro años, y para no tener que

andar dando explicaciones, la solía presentar así. Arturo la conoció

después de su divorcio de Julia, con la que estuvo casado once años.

Cinco años después de aquello, volvió a formar pareja con la mujer con

la que ahora compartía su vida, y a la que recordó. Quiso ir con ella y

eso hizo, como cuando quiso estar en su trabajo. Un instante antes allí

estaba, en su centro de trabajo, y ahora lo hacía en los grandes

- 84 -
almacenes donde Marta trabajaba. La tenía delante suyo, como a un

brazo de distancia y a su derecha, por lo que podía verle nítidamente la

cara.

Habían abierto al público muy recientemente, motivo por el cual

apenas si había clientes, y su mujer estaba hablando con una

compañera. Si Marta ya le gustaba antes, ahora, iluminada por esa luz

que aquí todo lo envolvía, le pareció mucho más bella. La luz, aunque

era extremadamente luminosa, no deslumbraba. Se la podía mirar

tranquilamente sin sentir incomodidad, por más intensamente que

brillara en ése momento, pero es que además, hacerlo era serenamente

placentero. Cuando vio a Marta resplandeciendo de aquella manera, se

quedó extasiado.

Se permitió regocijarse en aquella experiencia. Miraba a Marta y

una oleada de nuevas sensaciones le sobrevino. Había sensaciones

familiares, como esa que suele aparecer en el estómago de los jóvenes

recién enamorados cuando se miran, pero había también muchas otras

que aún no sabía cómo interpretar. Sin embargo nada de eso impedía

que él estuviese agradabilísimamente extasiado, y que en ese estado de

gracia hubiese tomado la decisión de concederse tiempo para disfrutar

del gozo que le producía la toma de conciencia de que esto no iba a

quedar aquí.

- 85 -
De nuevo comprobó que se habían ampliado enormemente sus

posibilidades, de una forma que no recordaba ni tan siquiera haber

llegado a sospechar que fuese posible; y aunque no le importara

demasiado ignorar las causas, tanta novedad empezaba a abrumarle un

poco. Tomó conciencia de que, por alguna razón que desconocía, ahora

el mundo tenía mucha más información disponible para él que antes de

su transformación. Muchísima más, porque no solo parecía haber

aumentado significativamente la cantidad, la cosa que menos le

abrumaba, aunque también; de forma pareja al aumento en cantidad,

estaba asociado exactamente el mismo aumento en calidad, y eso sí que

le agobiaba más. Mientras que con la cantidad ya tenía experiencia en

manejarse más o menos bien, con la calidad necesitaba una mayor

capacidad de concentración para su asimilación. Mejorar la calidad no

aumentaba ni disminuía la cantidad, pero la mejoraba. Aumentar la

cantidad, ni mejoraba ni desmejoraba la calidad.

Necesitaba reorganizarse. Lo primero era identificar novedades.

Eso era fácil. Luego necesitaba comprenderlas, y eso era lo trabajoso

para él. Una vez comprendidas, actuar en consecuencia era lo más fácil

de todo. Más o menos así era como le había ido hasta ahora, desde que

empezó esta historia. Pero antes no era así. Lo último no era entonces

tan fácil. Quizás por eso fuese por lo que había tenido la impresión de

haber entrado en el mundo de la voluntad. Ahora caía en la cuenta de

que no era la voluntad, o al menos no era sólo eso. Era la manera de

- 86 -
funcionar del mundo. Aquí y ahora, porque esto tampoco era así antes,

pensó.

- (Siempre fue así)

La voz parecía diferente, pero reconoció inmediatamente la forma

de resonar dentro de su cabeza.

- (En el mundo del que vengo no) – contestó mentalmente él

también ahora, y sorprendiéndose a sí mismo una vez más con su

propia serenidad.

- (No vienes de ningún mundo. Ni vas. Tú eres el mundo).

- (Ya. Me refiero a que en el mundo de donde vengo las cosas, aún

siendo las mismas, eran diferentes. Como más pobres).

- (Te equivocas en una única cuestión: la primera y única cosa

que puede generar diferencia eres tú)

De alguna manera, Arturo percibió que la voz estaba sintiendo la

confusión en la que le acababan de sumir sus palabras. La “escuchó”

decir:

- Disculpa. He ido demasiado rápido. Bienvenido. Voy a ser tu…

guía, mientras estés por aquí.

- 87 -
- ¡¡¡¿Cómo que bienvenido? ¿Qué es eso de un guía? ¿Dónde

estoy?!!! – contestó Arturo, apresurado por el susto que empezaba a

entrarle por… no sabía dónde.

- Tranquilízate – y se tranquilizó tan rápida y serenamente que se

sorprendió por ello.

- Ha ocurrido un imprevisto – “dijo” la voz.

- ¡Bien, vamos mejorando!

- A ver cómo te lo explico.

- Ansioso me tienes.

- A veces suceden tránsitos extraordinarios. Imprevistos.

- ¿Me lo explicas, porfa?

- Normalmente cuidamos de que las transiciones sean siempre lo

más favorables posible a las necesidades de mejora de cada criatura,

pero a veces, por interferencias de otros… sitios, otros… más allá,

ocurren casos como el tuyo.

Las preguntas se le amontonaban.

- ¿Qué casos? ¿Cuál es mi caso? ¿De qué interferencias hablas?

¿Qué es eso del más allá? ¿Dónde estoy? ¡No me está gustando eso de

las transiciones!

- 88 -
Le pareció escuchar una carcajada. Sí. El tipo, quien quiera que

fuese, se estaba riendo con ganas.

- Para. No estás muerto. Al menos, no todavía.

- Eso. Tú procurando mejorar la situación, siempre que sea

posible.

- Disculpa. No estaba previsto que experimentaras con todo esto

hasta después de tu muerte, pero aquí también pasan cosas raras. ¿A

que todo esto te resulta muy raro?

- Si

- Pues igual de raro resultas tú aquí.

- ¿Entonces estoy muerto?

- Ya te he dicho que no.

- ¿Y vivo?

- ¡Pues claro!

- Pues ésta vida no se parece mucho a la que yo tenía antes.

Volvió a escuchar la carcajada.

- Digamos, por ahora y para que me entiendas, que estás

conociendo lo que hay más allá de… la tercera dimensión. No

exactamente, pero para entendernos, más o menos algo así como lo que

- 89 -
en tu mundo llamaríais la cuarta dimensión, aunque allí os confundís

con ella al creer que es el espacio-tiempo, o al menos con conformaros

sólo con eso y creer que por haber encontrado el rabo, habéis llegado al

hocico. La realidad es multidimensional y los físicos del mundo del que

vienes, hace ya tiempo que se dieron cuenta de ello.

- Oye, cada vez te expresas mejor.

- Me alegro por conseguir hacerme entender.

- Bueno, pongamos que vas mejorando. Sigue.

- Es como las figuras en dos y tres dimensiones. Si vienes del

mundo de las figuras en tres dimensiones, puedes entender a las de

dos, porque tú ya pasaste por ahí en ese proceso tuyo de desarrollo

hasta la tercera dimensión. Tienes la experiencia de haber sabido

desenvolverte en las tres dimensiones que conoces. Si eres una figura

en el mundo de las dos dimensiones, o bien es porque aún te falta

experiencia consciente en el de tres y consecuentemente lo desconoces,

siendo entonces como si no existiera para ti, o bien es porque eres una

figura del mundo de tres dimensiones, en su manifestación en el mundo

de dos. Ese es tu caso.

Arturo necesitó tomarse un tiempo para reflexionar.

- (¿Mi caso el de uno del de tres, en el de dos? ¿No era yo el que

subía de dimensión? ¡Qué lío!) – pensó.

- 90 -
El caso es que, sea como fuese, había entendido que por alguna

hasta ahora ignota razón, estaba conociendo lo que había más allá de la

tercera dimensión, de donde le estaban diciendo que él procedía.

- ¡Premio! – “escuchó”.

- Oye, ya que eres mi guía ¿Podemos empezar por que me digas

cual es la ignota razón?

- Si es ignota ¿qué quieres que hagamos con ella?

- Conocerla, por ejemplo.

- Entonces dejaría de ser ignota.

- Exacto.

Arturo aguantó el largo silencio, hasta que ya no pudo más.

- ¿Y…?

- Y ¿qué?

- ¡Que por qué estoy aquí!

- Ya te lo he dicho. No lo sé, todavía. Solo sé que a veces ocurre.

Muy raramente, pero tenemos experiencia con algunos casos como el

tuyo. Ten en cuenta que todos tenemos cosas por aprender.

Necesitaba reorganizarse otra vez. Si lo había entendido bien no

había muerto, pero los vivos ni lo veían, ni lo oían, ni le sentían cuando

- 91 -
les “tocaba”. Estaba vivo y sin embargo para los vivos era como si

estuviese muerto. Ahora estaba “hablando” con lo que parecía un

aborigen de este mundo en el que había… ¿entrado?... pero no lo veía;

tan sólo sentía su presencia y lo escuchaba, pero no con los oídos; y él,

tan tranquilo.

Empezaba a sentirse algo así como cuando los adolescentes

descubren su primer vello púbico y piensan ¡ya soy mayor! Solo que en

su caso, en lugar de pelos parecía ser que había descubierto la cuarta

dimensión. Esta parte de conocer cosas nuevas le estaba gustando,

pero a la vez le generaba confusión y eso ya no le gustaba tanto.

- Tú y tus prisas.

- ¡Hay que joderse cómo es esto de la cuarta dimensión! Aquí no

puede uno tener secretos.

- Aún estás recién llegado, como quien dice. Tómatelo con calma

¿Recuerdas aquello de que hacen falta nueve meses para hacer un

bebé, por más gente que pongas en la tarea?

- Si.

- Pues eso. Aplícate el cuento.

- Vale ¿Y ahora qué?

- Pues que estás en el primer mes.

- 92 -
- Cojonudo ¿Oye, esto de hacer de guía ya lo habías hecho antes?

- Si.

- Pues estamos mejor que queremos.

- Detecto ironía ¿A qué te refieres?

- Creo que tú también necesitas un buen repaso.

Arturo volvió a escuchar la carcajada.

- No lo dudes.

- Oye, empecemos por el principio ¿Tú quien eres, rico mío?

Hubo un breve pero significativo silencio.

- Puedes llamarme Elías.

- Ya. Como el profeta.

- Algo así.

- ¡No te digo! Ahora va a resultar que estoy hablando con Elías, el

profeta.

- Algunos de esos que allí de dónde vienes han llamado profetas,

son seres que pueden moverse libremente más allá de eso que, para

entendernos, hemos llamado las tres dimensiones, los límites

conscientes del mundo de dónde tú vienes ahora.

- 93 -
- ¿Y por qué no puedo verte?

- ¿Estás seguro de que no puedes?

Quiso verlo y eso hizo. Ante sí apareció un ser de luz como él, solo

que en éste los tonos azules eran más oscuros y más intensos, con

reflejos morados, y su luz era más radiante. Tenía la forma de un

anciano con largas barbas y melena blancas, vestido con una especie de

túnica o hábito del mismo color. Se parecía al mago de las películas de

El Señor De Los Anillos, pero sin gorro ni báculo, y después de haberse

tragado una bombilla encendida, de las gordas.

- ¿Así que tú eres Elías?

El anciano le sonrió.

- Encantado de volver a saludarte, Niemsé.

- ¿Cómo me has llamado? – preguntó extrañado.

No le había llamado Arturo, sino algo que había sonado algo así

como Niemsé, aunque no estaba muy seguro, ya que aquí todo era muy

diferente, hasta los sonidos, si es que podían llamarse así.

- Niemsé.

- Mi nombre es Arturo.

- Era. En la Tierra te llamaban Arturo, pero aquí es así como

reverberas tú ahora y como se te reconoce, aunque explicarte esto

- 94 -
puede llevarnos demasiado… tiempo, y por el momento es preferible

emplearlo en algunos otros asuntos previos. Ya lo entenderás.

- Ya empezamos. ¿No habíamos quedado en que ibas a ser mi

guía?

- Si

- Pues entonces ¿qué tal si empiezas a ejercer como tal?

Ésta vez no solo oyó la carcajada. También vio al anciano reírse a

mandíbula batiente.

- Eso es lo que estoy haciendo.

- Pues no se te da muy bien.

- ¿Y eso?

- Te hago una pregunta y tú, en vez de responderme, me pides

que tenga paciencia.

Nueva carcajada.

- Otra vez tú y tus prisas. Si, te vendrá bien aprender a manejarte

con la espera.

En ése momento el resto del mundo volvió a aparecer a su

alrededor. No es que hubiera desaparecido, pero mientras estaba

hablando con Elías, se había olvidado de Marta y de todo lo demás.

- 95 -
Era curioso. Llevaba un rato hablando con el anciano, pero

parecía como si el tiempo hubiese quedado congelado. Allí estaba de

nuevo Marta, que seguía hablando con su compañera, y allí estaban

también él y Elías, pero para ellas como si no estuvieran.

1.11. El instituto.

Mientras contemplaba la escena de Marta hablando con su

compañera, Arturo-Niemsé cayó en la cuenta de que hoy no podría ir a

casa a comer, y cuando ella llegase se preocuparía por no verlo allí, sin

antes haberla avisado.

- ¡Marta! – la llamó, pero ella además de parecer no verlo, también

parecía no oírlo. Tan solo un leve gesto y siguió con su conversación,

como si tal cosa.

- (Se me había olvidado) – pensó y empezó a sentirse inquieto.

Se preocupaba por Marta. Ni siquiera podría avisarla por el móvil,

que además se había quedado en el coche, de que hoy no podría ir a

casa a comer. Ese pensamiento le llevó a recordar a Lucia, la hija que

su pareja tuvo con el que fue su marido, hace ya de eso trece años, y

que vivía con ellos. La niña llegaba habitualmente a la casa antes que

él, que hoy no llegaría, y su madre lo haría más allá de las cuatro y

media de la tarde.

- 96 -
Lucia estaba en plena adolescencia y la estaba aprovechando a

tope. Adolescía con todas sus fuerzas, a lo que había que añadir que

nunca terminó de aceptar que su madre compartiese su vida con otro

hombre que no fuese su padre, por lo que le tenía declarada a Arturo

una guerra soterrada que estaba aflorando continuamente, y tal y como

estaba haciendo de un tiempo a esta parte, no los esperaría para comer.

Hasta ahí no había problema, pero precisamente para esa tarde, y

con el fin de hacer posible que pudiera visitar al abuelo, él se había

comprometido con la madre en llevar a la niña, junto con otra

adolescente amiga suya, a la fiesta de cumpleaños de Carmen, una

tercera amistad a la que no conocía, pero de la que había oído hablar.

Así, su madre podría aprovechar la tarde, la primera que tenía libre en

una semana, para visitar al abuelo, pero tal y como se estaban

desarrollando los acontecimientos ahora, era fácil prever que no pudiera

cumplir con su palabra, dándole con ello un sólido motivo a la hija para

calentarle la cabeza a la madre contra él, una vez más.

Pensó en ir a buscar a Lucia, para avisarla de que no podría

llevarla a la fiesta de cumpleaños, pero acto seguido ya se estaba

preguntando cómo hacerlo. Ni le vería, ni le oiría; además, a estas horas

estaría en clase. No obstante se sintió juguetón. Le apeteció explorar

cómo funcionaba este mundo nuevo. Recordó sus “viajes” a su centro

de trabajo y al de Marta, y quiso estar con Lucia; y allí estaba ya, pero

para su sorpresa no en clase, como esperaba.

- 97 -
Se encontró en el patio de recreo del instituto, repleto de

estudiantes. Debía de ser alguna hora entre las doce y las doce y media,

el horario de recreo del centro donde la niña cursaba segundo de la

E.S.O. Al parecer él aún no se manejaba muy bien con el tiempo en esta

nueva situación.

Lucia caminaba en batería por los márgenes del patio junto a dos

amigas más, de las que conocía bien a una de ellas. Era María Antonia,

más conocida por Toñi, amiga de Lucia desde muy niñas y vecina del

mismo bloque donde vivían. Era la amiga a la que tenía que llevar esa

tarde, junto con Lucia, a la fiesta de cumpleaños de una tercera. Veía a

la hija de Marta caminar, junto a ésta y a otra amiga más, cerrando el

trío por la derecha, con Toñi en el centro.

Al igual que pasó con la madre, cuando quiso ir a ver a la hija se

encontró cerca de ella, detrás y a su izquierda, aunque guardando una

cierta distancia. Escuchó la conversación que mantenían.

- No va a venir – decía la que él no conocía.

- ¡Qué rabia! – Dijo Toñi.

- ¿Y por qué? – preguntaba Lucia.

- Por lo visto tiene partido – dijo la otra.

- ¡Qué rabia! – repitió Toñi.

- 98 -
- ¡Pero si lo tienes ahí todos los días! – decía Lucia señalando el

patio.

- Ya, pero no es lo mismo. Míralo. Ni caso.

Arturo-Niemsé comprobó, una vez más, que para desplazarse todo

lo que necesitaba era querer estar allí. Además, cuando se trataba de

personas, parecía que ni siquiera fuese necesario saber dónde estaban;

bastaba con querer estar a su lado y allí aparecía él, estuviesen donde

estuviesen. Por otra parte, gracias a esa extraña lucidez mental que

venía asociada a su nuevo estado, la información que percibía ahora del

entorno era mucho más rica que antes. No solo podía ver y oír; también,

a la par, podía sentir a los demás y eso incluía sus emociones.

Sintió la frustración de Toñi y su atracción por el muchacho del

que estaban hablando, así como supo igualmente que hablaban de un

compañero de clase. Sintió también la indiferencia de Carmen, la niña

que no conocía, pero que supo de quien se trataba, al sentir también

que hablaban de la fiesta de celebración de su cumpleaños, prevista

para esa misma tarde; así como el desagrado de Lucia, no por la

anunciada ausencia del chaval, sino por el enamoramiento de su amiga.

- Si, vaya, que te vas a creer tú que porque venga a la fiesta de

Carmen, ya se va a enamorar de ti.

- De eso ya me encargo yo, pero si no lo tengo delante, no voy a

poder.
- 99 -
- Bueno, pero no se acaba el mundo por eso ¿no? Lo ves aquí

todos los días – decía Lucia, haciendo un gesto de barrido con la mano.

- Ya, pero no es lo mismo. Yo quiero estar con él.

- Va a venir Juan Pablo – decía Carmen.

- Ufffff… Menudo coñazo.

- Pues está loquito por ti.

- ¡Pero a mí no me gusta!

Era una conversación de adolescentes. No obstante, le agradó

comprobar que Lucia no se había dejado llevar por esa especie de

obsesión por encontrar pareja, que a veces asalta y domina a algunos

jóvenes, cuando su torrente sanguíneo se ve enriquecido por las nuevas

hormonas activadoras de la maduración sexual. Sintió su rechazo por

las actitudes de su amiga hacia el sexo opuesto, y su convicción acerca

de lo absurdo que le parecía perder el tiempo en el intento de captar la

atención de un muchacho solo por eso: por ser del otro sexo, fuera

como fuese la persona que estaba detrás de aquellos genitales.

Naturalmente ella también era víctima de su actividad hormonal,

pero al menos en esto su actividad cerebral parecía dominante, y si ya

no le resultaba muy agradable el cambio de comportamiento que a

veces observaba en algunos adultos cuando interactuaban con alguien

del sexo opuesto, cuando los que lo hacían eran sus compañeros y

- 100 -
compañeras de generación, en sus palabras, resultaban patéticos. En

su opinión, el comportamiento de unos y otras cambiaba de forma

absurda, según que hubiera o no alguien del otro sexo de por medio, y

que su amiga hiciese las mismas tonterías que ellos, no sólo le

desagradaba; también le hacía sentirse defraudada.

Aunque Arturo sabía que no era recíproco, admiraba a ésta niña.

Su inteligencia y la madurez que mostraba en algunas ocasiones, a

pesar de la edad, y siempre que no tuvieran nada que ver con la vida en

pareja de su madre, le sorprendían y le generaban admiración. En éstos

pensamientos estaba cuando se le ocurrió la idea.

La animadversión mal disimulada que Lucia mostraba hacia él, le

coartaba a la hora de demostrarle afecto, pero recordó que ahora las

cosas eran muy distintas. No podía verlo, ni oírlo, ni sentirlo, así que

decidió aprovechar la ocasión para hacer algo que muy a menudo le

había apetecido hacer, pero cuya sola idea había reprimido con rapidez

cada vez que se le venía a la cabeza, dada la actitud de rechazo de la

niña hacia él: mostrarle su afecto y admiración con una caricia.

De repente estaba junto a ella acariciándole el pelo, pero su

sorpresa llegó cuando Lucia dio un respingo.

- ¿Qué pasa? – preguntó Carmen.

La hija de Marta miraba a su alrededor, también con cara de

sorpresa.
- 101 -
- No sé. Qué raro. He sentido como si alguien me acariciara el

pelo.

- Hija mía, que tonta estás. Eso son las ganas.

- Sí, seguro – contestó con cara de desagrado.

¡Lo había notado! No lo veía, pero sí podía sentirlo. Esto era

nuevo. Ni el policía municipal, ni la directora de su centro de trabajo, ni

Juan. Ni siquiera Marta. Nadie hasta ahora parecía verse afectado por

lo que él hiciese, salvo Lucia.

Buscó a Elías con la intención de preguntarle al respecto, pero no

lo encontró. No estaba allí. Menudo guía estaba hecho, pensó. Cuando

más lo necesitaba, no podía contar con él.

Decidió experimentar por su cuenta. Acarició a Carmen y a Toñi,

pero la única respuesta que obtuvo de ambas fue un ligero movimiento

de cabeza. Repitió con Lucia, y se repitió su sobresalto.

- ¡Otra vez!

- Pues yo no he sido.

- Yo tampoco.

- Qué raro.

- Anda hija, que se te está yendo la pinza. Míralo. Con los

amigotes, y a mí ni caso.

- 102 -
- A la que se le está yendo la pinza es a ti.

Lucia seguía ya la conversación con sus amigas como si tal cosa,

pero lo había sentido. Y él había sentido que ella lo había sentido a él.

Esto se merecía una investigación más a fondo.

Se decidió por los chicos, tras eliminar como sujetos de su

experimento a las chicas, por si acaso alguna de ellas pudiera por ello

sentir invadida su intimidad. Se acercó al primer muchacho que

encontró y le acarició el pelo. Se sorprendió cuando también se giró

bruscamente, con cara de extrañeza, como buscando quién le había

hecho aquello, aunque solo hubiese sido por un segundo, antes de

volver con sus compañeros de juego, con toda normalidad y como si

nada hubiese pasado.

Lo hizo con otro alumno, pero esta vez el chaval ni se inmutó;

apenas un ligero movimiento de cabeza, como en el caso de las amigas

de Lucía. Probó con unos cuantos más y pudo comprobar que la

mayoría parecían ignorarlo, pero unos pocos, los menos, reaccionaban a

su contacto aunque no pudiesen verle.

1.12. Morriña.

Estaba echando en falta la presencia de Elías para poder

preguntarle respecto al resultado de sus investigaciones, cuando se

sobresaltó al “oírlo” detrás suyo:


- 103 -
- ¿Me echabas de menos?

Se giró sobresaltado y allí estaba el anciano, detrás suyo y a su

izquierda, sonriendo.

- ¡Joder, qué susto!

Elías volvió a reírse a carcajadas.

- Ya te irás acostumbrando.

- No sé, no sé.

- ¿Qué es lo que te preocupa?

- Nadie parece enterarse de que existo, salvo Lucia.

- Y yo.

- Muy gracioso.

- Perdona. Aquí las cosas te pueden parecer muy distintas, pero

en realidad no lo son tanto. ¿No te pasaba antes que conocías personas

con una sensibilidad especial y otras que, como decíais allí, parecían

tener la misma que el palo de una escoba?

- Si.

- Pues eso. Hay quien ha desarrollado su sensibilidad

suficientemente como para poder apreciar ciertas cosas, y hay quien no.

- ¿Entonces puedo comunicarme con ellos?

- 104 -
- Pues claro, pero te recomiendo mucha prudencia. Antes tendrás

que aprender a hacerlo sin crear problemas. Recuerda el sobresalto de

Lucia al sentir tu contacto.

- Para eso estás tú ¿No?

Otra vez el anciano mondándose de risa. Tenía buen humor el

tocayo del profeta éste.

- Ni yo ni nadie puede enseñarte nada. Sólo tú puedes hacer tus

aprendizajes. Los demás podemos guiarte, ayudarte, informarte,

aconsejarte, proporcionarte datos, oportunidades… Llámalo como

quieras, pero nadie más que tú puede hacer tus aprendizajes por ti.

- Traducido: algo así como búscate la vida. Al final vas a tener

razón en que esto no es tan diferente de aquello. Por cierto ¿Cómo sabes

lo del sobresalto de la niña? ¿Y cómo sabes quién es Lucia?

- ¿Cómo has sabido tú que la tercera niña del grupo era Carmen?

Se quedó pensando. Cayó en la cuenta de que aquí había asuntos

muy íntimos de las personas, que parecían estar a disposición de

cualquiera. Lo que antes pertenecía a la intimidad de cada cual, ahora

parecía ser del dominio público. Bastaba con poner la atención en ello,

y eso ocurría igualmente con los sentimientos y pensamientos. Ya le

pasó al principio con la gente a su alrededor, cuando todo esto empezó.

Le acababa de pasar también hace un momento, cuando supo que la

- 105 -
otra amiga de Lucia era Carmen, solo que entonces no le había dado

importancia. Aquí todo era muy raro, y con ese pensamiento empezó a

sentirse azorado.

- Yo quiero volver a mi vida de antes.

- Nadie vuelve al pasado, si no es de visita.

- ¿Quieres decir que me voy a quedar aquí para siempre?

- Tampoco nadie se queda en ningún sitio para siempre, al menos

en el sentido en el que tú lo dices.

- Ya estamos ¿Oye, me voy aquedar aquí para siempre si o no?

- Muy probablemente, no.

- ¿Entonces puedo volver?

- Es posible.

- ¿Cómo que es posible? ¡Yo quiero volver!

- Puede ser.

- Pues venga, vamos ¿Cómo se hace?

- Ya has vuelto. En realidad nunca te has ido.

- Mira, hoy no estoy teniendo un buen día, así que vamos a

llevarnos bien ¿vale?

- 106 -
- ¿Tú crees que si volvieras a ser el Arturo que eras cuando tenías

quince años, todo volvería a ser igual que entonces?

- ¡Pues claro!

- Siempre y cuando suprimas todo lo que has aprendido hasta

ahora.

Niemsé se quedó clavado. Era verdad. Sólo sería igual si no

hubiese vivido nada de lo que había vivido hasta ahora pensó, y el

terror se apoderó de él.

- ¡¡¡¿Entonces no voy a volver nunca?!!!

- ¿Quién ha dicho eso?

Nueva clavada de Arturo.

- Yo – Se respondió a sí mismo, más que a Elías.

Ahora lo comprendía. Él era quien había contemplado como real

la posibilidad de quedarse en este mundo para siempre, y había

actuado en consecuencia. Pero puestos a elegir posibilidades, bien

podría haber elegido cualquier otra, como por ejemplo volver a su vida

anterior. El caso es que había elegido la que había elegido, y dado el

deseo que en ese momento tenía de volver a vivir la vida como la vivía

antes, consecuentemente se sintió azorado. Ya no lo estaba.

- Me gustas – Oyó decir a Elías.

- 107 -
- ¡Eh! Mariconadas ni una.

- Conmigo no necesitas hacerte el gracioso. En realidad, ni

conmigo ni con nadie. Ni siquiera contigo mismo. No lo necesitas.

- Pues también es verdad.

- Por eso me gustas.

- ¿…?

- Aprendes rápido.

- Hombre, gracias.

- De nada.

Niemsé se tomó un tiempo para reorientarse. Todavía no sabía

por qué, pero el caso era que se había visto desaparecer a sí mismo, y

sin embargo no había muerto. Según le había dicho Elías, había

cambiado de dimensión, o algo así. Por sus explicaciones acerca de las

figuras en dos y tres dimensiones, entendía que esa desaparición no era

más que la consecuencia de su transición al mundo de la cuarta

dimensión, vivida ésta desde el mundo de las tres dimensiones, de

donde precisamente él venía, por lo que no tenía ni idea de lo que le

esperaba en este otro mundo, que no era otro que el que acababa de

dejar. Esto era así porque en realidad no había cambiado de mundo;

había cambiado de dimensión… o algo parecido. Además le habían

cambiado el nombre por otro muy raro, pero que para sorpresa suya no
- 108 -
le resultaba ajeno. Por si fuera poco, parece ser que esto ya había

pasado otras veces, aunque muy raramente; y Elías hablaba de otros

sitios, otros más allá que los llamó él.

- (¡Ya está! Después de la cuarta dimensión viene la quinta, luego

la sexta, y así. Elías es de la cuarta, pero ni pajolera idea de la quinta) –

se dijo a sí mismo.

- ¿Estás seguro?

- ¡La leche, con la puñetera telepatía esta de las narices! – y tras

el sobresalto, Arturo-Niemsé tomó conciencia de que otra vez estaba

dando por cierta una posibilidad. De momento sabía lo que sabía, y lo

que sabía lo sabía gracias a su experiencia, o mejor dicho a la

interpretación que hacía de ella. Aún así, era precisamente su

experiencia la que le recordaba las numerosas ocasiones en las que

había cambiado de opinión a lo largo de su vida. Cosas que en

determinados momentos había considerado ciertas, con el tiempo se

demostraron falsas, y viceversa.

Todo aquello que quedase fuera de su experiencia, era tan solo

una posibilidad; y todas ellas tenían la misma probabilidad de hacerse

realidad, o lo que es lo mismo, de pasar a formar parte de su

experiencia, es decir de él. Eso significaba que en definitiva, él era quien

creaba su propia realidad. ¡Quien se creaba a sí mismo! Sintió vértigo.

- 109 -
1.13. Marta.

Aquel lunes se presentaba como un magnífico día. En el trabajo

era el primero de su semana de mañana, esa semana que alternaba con

las del turno de tarde, al que ella prefería llamar turno de noche porque

terminaba a las 22:30 horas; además, gracias a que Arturo, el hombre

que le había devuelto la confianza y la ilusión por la convivencia en

pareja, después de las desastrosas experiencias vividas con el padre de

Lucía antes de divorciarse, se ocuparía esa tarde de llevar a su hija a la

fiesta de cumpleaños a la que había sido invitada por una amiga, podría

visitar a su padre después de varios días sin poder hacerlo. Estaba de

buen humor. Al parecer, también lo estaba Maripaz, una de sus

compañeras, a la que veía venir sonriendo hacia ella.

- Hola Marta ¿Qué tal el fin de semana?

- Nada especial, y menos después del puñetero sábado extra que

tuvimos ¿Y tú?

- Pues lo mismo – y le hizo un mohín con las caderas, a la vez que

sonreía y agitaba la melena - ¡Hoy es lunes de mañaanaaa!

Mientras Marta iniciaba su manifestación de alegría, en respuesta

a la de Maripaz, tuvo una extraña sensación. Por un momento le había

parecido escuchar la voz de Arturo llamándola por su nombre, pero el

impulso ya estaba dado y siguió con lo que había empezado, olvidando

lo que dejaba entre medias.

- 110 -
- ¡Siiiiii y estamos en mayo!

- Si, porque en invierno el turno de tarde es mortal.

- Disculpen ¿Habrá un cuarenta y dos de este modelo?

Era un cliente. Maripaz le contestó rápidamente.

- Enseguida se lo busco – y se marchó camino del almacén del

departamento.

Marta trabajaba ahora en la sección de calzado de caballero. Una

de sus favoritas, porque allí los clientes solían tratar muy bien a las

vendedoras, por lo que ella, sabiendo que su amabilidad era muy

probable que fuese reconocida y correspondida, al quedarse sola con el

caballero le preguntó sonriendo:

- ¿Puedo ayudarle yo en alguna otra cosa más?

- De momento no, muchas gracias – contestó amablemente el

señor, confirmando sus expectativas.

Un hombre que, por cierto, tenía un aspecto magnífico. Vestía un

clásico traje de chaqueta azul oscuro, pero sin corbata, y aún así lo

llevaba con un porte y elegancia que hacían resaltar aún más la

evidente buena calidad de la tela y de la confección. Además era alto y

guapo. Le recordaba a su Arturo.

- A usted caballero – le contestó, y se dispuso a marcharse.

- 111 -
En la tienda esa mañana aún había poco movimiento de clientes,

por lo que al preguntarse qué podía hacer ahora, se decidió por ordenar

zapatos descolocados en los expositores. Mientras lo hacía, se acordó de

su hija. Cuando le presentó a Arturo, enseguida hicieron muy buenas

migas entre ellos. Arturo sabía ser encantador cuando quería y

conquistó rápidamente a Lucia, que entonces tenía tan solo ocho años y

aún no había entrado en la adolescencia.

La niña cambió radicalmente de actitud hacia Arturo, en el mismo

momento en que le dijo que, en breve, vendría a vivir con ellas. Hasta

entonces le gustaba estar con él y se alegraba cuando le decía que iban

a salir todos juntos, pero fue informarle de que se iba a venir a vivir con

ellas y su actitud cambió como del día a la noche; de ser su adulto

favorito de los de fuera de la familia, pasó en un solo instante a ser el

más odiado, y eso traía a Marta de cabeza porque la hacía sentirse

como el salchichón del bocadillo.

No estaba dispuesta a renunciar a Arturo, y menos aún después

de lo que había vivido, pero tampoco renunciaría a su hija por nada del

mundo, aunque ésta no parara de ponerla entre la espada y la pared; y

últimamente, la situación se había agravado.

Lucia había entrado en plena adolescencia. Lo hizo así, de golpe,

el mismo día en el que le sobrevino la menarquia, hace de eso año y

medio más o menos. En Nochebuena tuvo que ser. Desde aquella cena,

- 112 -
que pasó por derecho propio a formar parte de los anales del

anecdotario familiar, la capacidad de Lucia para encresparla fue

creciendo exponencialmente. Esta tarde las tenía que llevar Arturo, a la

niña y a Toñi, al cumpleaños de Carmen y ella no iba a poder

acompañarlos. Miedo le daba.

No es que temiera nada por parte de Arturo. Por ese lado lo tenía

todo asegurado. Lo que le daba miedo era la que le podía caer encima

esa noche, o al día siguiente, cuando Lucia empezase a calentarle la

cabeza con la de cosas malas que había hecho su pareja, o que habían

sucedido por su causa; pero prefería arriesgarse, antes que renunciar a

visitar a su padre. La experiencia como madre le había demostrado que

su capacidad de aguante tenía los límites mucho más allá de donde ella

había creído que podían estar.

Durante la semana anterior, sólo había podido visitar a su padre

en dos ocasiones, y la última fue el jueves pasado. El domingo tuvo

tiempo, pero el sábado tuvo que ir a trabajar y la afluencia de clientes

fue también extraordinaria. Estaba cansada.

Hacía cuatro días que no lo veía, por lo que no estaba tranquila,

aunque ayer hubiese hablado con él por teléfono, como hacía casi a

diario. Tenía ochenta y seis años y se empeñaba en vivir solo, en un

segundo piso sin ascensor, después de haber sobrevivido a dos infartos.

- 113 -
Los hermanos de Marta estaban dispuestos a internarlo en la

mejor residencia que pudiera pagarse con su pensión de jubilación, ella

se empeñaba en llevárselo a vivir a su casa, y él decía que de la suya lo

tendrían que sacar con los pies por delante. Decía también que si le

pasaba algo grave, para eso tenía el botón rojo, que era como llamaba a

la alarma del Servicio de Teleasistencia; si no era grave, decía que tenía

teléfonos fijo y móvil, y que todavía podía valerse por sí mismo,

concluyendo como corolario que podían ir yéndose a tomar viento fresco

todos ellos, si querían.

Marta lo visitaba muy a menudo, y aunque para ella supusiera

una tarea más, lo hacía con gusto. No entendía cómo era posible que

pudiese haber hijos que descuidasen a sus padres, como pasaba con

sus hermanos, por ejemplo; y más como en su caso, tratándose de un

padre que se quedó viudo con tres niños pequeños, y dedicó por

completo su vida a sacarlos adelante desde entonces, procurando

siempre suplir la falta de una madre en la familia lo mejor que supo y

pudo.

Con sus frecuentes visitas, comprobaba si todo estaba en orden

en la casa, incluido el frigorífico, si estaba tomando correctamente su

medicación, o si alguna de sus ropas necesitaba lavado y/o planchado,

inspección que solía dar resultados positivos en todo, menos en la

medicación.

- 114 -
Su padre era de los de la vieja escuela y con tal de no dar trabajo

a su hija, además de gustarle presentar siempre un aspecto impecable,

él mismo se ocupaba de lavar y planchar su ropa. La limpieza de la casa

la hacía también él mismo, ayudado dos veces en semana por una

nieta, una de las hijas de su hermana, que lo hacía encantada con tal

de ganarse unos dinerillos que el abuelo pagaba con dificultad, pero con

gusto. El frigorífico solía estar suficientemente surtido, aunque nunca

lleno, pero la medicación tenía que vigilársela atentamente, porque eran

muchas las pastillas prescritas por los diferentes especialistas que lo

atendían, y a veces se liaba con las tomas y las dosis.

Esta tarde podría por fin visitarlo, después de cuatro días sin

hacerlo. Consideraba que eso era demasiado tiempo como para dejar

pasar un día más sin verlo, teniendo la posibilidad. Definitivamente sí:

el primer día de la semana, la anunciaba como bastante prometedora.

1.14. La hija de Marta.

Esa tarde estaba prevista la celebración de la fiesta de

cumpleaños de su amiga Carmen. Se conocieron en el colegio y habían

pasado juntas al instituto, lo que le hacía merecedora del minoritario

título de vieja amiga, pero su amiga del alma, la de verdad, la de toda la

vida, era Toñi. Era la amiga más antigua que tenía. Ni siquiera podía

recordar cuando la conoció, aunque sí recordara cómo. Sus padres

- 115 -
vivían en la misma urbanización, un bloque de pisos que ocupaba toda

una manzana, y que en el centro albergaba unos jardines comunitarios

con piscina. Allí se conocieron cuando eran muy pequeñas, y desde

entonces eran inseparables.

Ese lunes a las doce, como todos los días de clase, había llegado

la hora del recreo y paseaba por el patio con estas dos amigas. Mientras

lo hacían, comían sus bocadillos y hablaban de la fiesta que esperaban

celebrar esa misma tarde, repasando las asistencias previstas. Entre los

invitados estaba Joaqui, un niño de la clase del que Toñi decía estar

enamorada, y del que Carmen acababa de informarles que faltaría a la

fiesta, porque tenía un partido previamente concertado.

Era miembro del equipo de futbol del instituto, que participaba en

una liga y de vez en cuando jugaban contra equipos federados de otros

centros. A veces incluso viajaban a otras ciudades para jugar. Fuera

como fuese, a ella le daba igual. El tal Joaqui le parecía tan idiota como

casi todos los demás chicos de su edad, y no entendía cómo era posible

que su amiga flipase en colores por él.

- ¡Qué rabia! – había dicho Toñi al enterarse.

- ¡Pero si lo tienes ahí todos los días! – le dijo Lucia, señalando el

patio donde Joaqui participaba en un partido de ese deporte estúpido

que tanto gustaba a los chicos, y que consistía en correr detrás de una

- 116 -
pelota dándole patadas, hasta conseguir meterla dentro de una

portería.

- Ya, pero no es lo mismo. Míralo. Ni caso.

Y era verdad. En realidad, el tal Joaqui no hacía ni puñetero caso

a su amiga; ni en el recreo, ni fuera del instituto. Tan sólo en clase, de

vez en cuando se acordaba de ella para molestarla, tirándole bolitas de

papel, poniéndole zancadillas, o escondiéndole los materiales de trabajo.

Un impresentable, como casi todos los de su edad.

A ella quien le llamaba la atención era Dani. A este chico no le

gustaba el futbol, no se metía con las chicas, y sus conversaciones eran

interesantes, cosa extremadamente rara a esa edad entre los miembros

de su sexo. En vez de cotillear de unas y de otros, videojuegos, grupos

musicales, películas o fútbol, él hablaba de cosas como las estrellas,

curiosidades del comportamiento animal y de la naturaleza en general,

la formación del universo, el cambio climático, o la física cuántica.

Le gustaba aquel muchacho, aunque ella decía que por supuesto

que no era porque fuera guapo, sino por lo interesante de las cosas que

contaba. No entendía por qué no sacaba mejores notas. Era un niño de

aprobados por los pelos, cuando aprobaba, y sin embargo, por sus

conversaciones, era fácil deducir que pasaba buena parte de su tiempo

libre ampliando conocimientos. Además era como ella: uno de los

marginados de la clase, uno de los raros. No como Joaqui, que entre

- 117 -
sus compañeros de clase y aún pudiera ser que entre todos los alumnos

del instituto, era uno de los que más disfrutaba haciendo el ganso, lo

que paradójicamente parecía convertirlo en uno de los más populares y

admirado por la mayoría.

- Si, vaya, que te vas a creer tú que porque venga a la fiesta de

Carmen, ya se va a enamorar de ti – le dijo a su amiga, en un intento

por devolverla a la realidad y sacarla de ese absurdo estado en el que

había entrado, y que llamaban enamoramiento.

En su experiencia, ese estado no traía nada bueno. En las

películas a veces lo pintaban como algo maravilloso, pero eso era en las

películas. En la vida real, sus padres estaban divorciados y de muy mal

rollo. Su padre, que era homosexual, temiendo el rechazo social había

tratado siempre de ocultarlo, pero ella lo sabía, como casi todo el

mundo, aunque cuando ella estaba presente, los demás hicieran como

si no lo supieran. Al igual que sabía que los nuevos “amigos” que su

padre le presentaba periódicamente, eran en realidad sus

circunstanciales parejas.

Por otro lado su madre, a la que había creído más sensata, desde

la separación había salido con algunos hombres, pero siempre

manteniéndolos a distancia de la familia y sin llevarlos nunca a la casa.

Hasta que dijo haberse enamorado de Arturo. Entonces, afectada

- 118 -
gravemente por la idiotez que parecía provocar ese estado en las

personas que lo padecían, se lo trajo a vivir con ellas.

Su madre, a la que hasta ese momento había admirado por su

lucidez y sabiduría, parecía haberlas perdido por completo al infectarse

con el maldito virus del amor. Ella, que siempre había estado atenta a

sus necesidades, no se daba cuenta de que meter a otro hombre en la

casa, iba a estropear aún más las relaciones con su padre. Como así

fue. En numerosas ocasiones, lo había escuchado contándole a la gente

cómo su ex mujer lo echó de su casa, para meter a otro hombre dentro.

Arturo era simpático y divertido. De hecho, de todos los amigos

que le conoció a su madre, era el que más le gustaba, pero no por eso

dejaba de ser un extraño. Además él también debía estar infestado,

porque desde que se fue a vivir con ellas, había cambiado mucho. Cada

vez estaba más gruñón y de más mal genio. Había pasado de jugar con

ella, a incordiarla y molestarla cada vez que tenía una oportunidad, y

estaba convencida de que, si por él fuera, ya la habría echado de su

propia casa. Por eso se sentía tan defraudada por Toñi.

Por si no tuviera suficiente con el pastelón que había en su

familia, su amiga de toda la vida, la única persona en el mundo con la

que podía compartir sus secretos, se había dejado infestar por el virus.

Se estaba quejando de que Joaqui no iba a ir esta tarde a la fiesta,

- 119 -
cuando pasaba con él todas las mañanas de lunes a viernes, y algunas

tardes.

- Ya, pero no es lo mismo. Yo quiero estar con él – decía.

Esa era otra de las nefastas secuelas de la enfermedad del

enamoramiento: los afectados a veces decían cosas sin sentido.

Carmen intentaba consolarla, proponiéndole otros portadores del

virus como alternativas a Joaqui, pero para ella era el único candidato

posible. De pronto, Lucia dio un respingo.

- ¿Qué pasa? – preguntó Carmen.

La hija de Marta miraba a su alrededor, también con cara de

sorpresa. Había sentido nítidamente cómo alguien le acariciaba el pelo.

Se giró buscando al autor de la caricia, dispuesta a partirle la cara por

su atrevimiento, pero no había nadie cerca, más que sus dos amigas.

- No sé. Qué raro. He sentido como si alguien me acariciara el

pelo.

- Hija mía, que tonta estás. Eso son las ganas – le dijo Carmen,

que hoy estaba graciosa.

- Sí, seguro – le contestó, poniéndole cara de desagrado.

- ¡Otra vez! – lo había sentido de nuevo.

- Pues yo no he sido.

- 120 -
- Yo tampoco.

- Qué raro.

- Anda hija, que se te está yendo la pinza. Míralo. Con los

amigotes y a mí ni caso.

- A la que se le está yendo la pinza es a ti.

Mientras Carmen y Toñi seguían hablando, ella se quedó

pensando en lo que le había pasado. Juraría que alguien le había

acariciado el pelo dos veces, pero allí no había nadie lo suficientemente

cerca de ellas. Por cierto, que la habían acariciado muy bien.

- ¿De qué hablabais? – preguntó a sus amigas.

1.15. Elías.

Sabía sobradamente que la sobreprotección podía evitar algún

que otro peligro circunstancial al protegido, pero siempre a costa de

privarle de una magnífica oportunidad para experimentar y aprender a

manejarse por sí mismo con la adversidad, contribuyendo así a la

dependencia, antes que a la independencia, por lo que cuando su nuevo

pupilo lo buscó, esta vez no se le manifestó. Esperó para comprobar su

reacción y pudo apreciar la rapidez con la que lo hacía, solo que a veces

esta rapidez era excesiva. Tanto que en esta ocasión Niemsé llegó a

sentir vértigo.
- 121 -
El vértigo se lo había provocado la rápida progresión mental que

había hecho, que le había llevado más allá de las limitaciones para

comprender que le imponía su actual nivel de conciencia, pero el hecho

de descubrir la inmensidad que le quedaba por explorar, no le asustó;

antes bien, le estimulaba.

Se había dejado llevar, y al sentir el vértigo que le provocó

descubrir la abrumadora cantidad de información que ahora tenía

pendiente de asimilar, regresó a niveles en los que se sentía seguro y

sabía que podía manejarse con comodidad. Entonces vino la calma. A

Niemsé le había gustado el descubrimiento que había hecho. Gustaba

de las novedades. Definitivamente, ésta criatura le caía simpática. Era

muy prometedora, aún cuando todavía tuviese mucho que evolucionar.

Elías había recibido una llamada de su Consejo. Cuando se

presentó allí, fue informado de que la premura estaba motivada por un

imprevisto. Un Maestro había informado de que uno de sus pupilos

había hecho una transición anormal, y el asunto debía ser importante

porque en aquella reunión había un Sabio nuevo, desconocido para él, y

un Filósofo que se presentaba muy raramente, tan solo en ocasiones

especiales, aquellas en las que en su Consejo se habían tratado asuntos

extraordinarios, como parecía que iba a ser el caso. Los otros tres eran

habituales, además de Iadimane, un Filósofo que a veces ejercía como

uno de sus propios Maestros.

- 122 -
Al parecer y como era previsible, el sujeto protagonista del

imprevisto estaba desorientado y necesitaba ayuda para adaptarse a su

nueva situación, por lo que alguien más experto que su Maestro, en

proceso de formación a este nivel, debía encargarse de él, y le asignaron

el caso. Krionsdinae, el Maestro que anteriormente trabajaba con esta

criatura, le puso en antecedentes transmitiéndole toda la información

que tenía de este individuo.

Sin embargo, cuando conoció a Niemsé lo encontró algo

confundido, pero no tanto como había supuesto que podría llegar a

estarlo. Estaba sorprendentemente bien organizado, para acabar de

sufrir una transición tan brusca e inesperada. No parecía estar

sufriendo demasiado y su luz estaba bastante limpia. Ya había sido

informado de sus características personales, pero fue entonces cuando

apreció, por primera vez y de primera mano, lo rápido que aprendía.

Había características suyas con las que sintonizaba fácilmente,

como su valentía, nobleza, y honestidad, y había otras que le hacían

vibrar de forma estimulante, como su rapidez para reorganizarse, la

misma que desplegaba para desorganizarse. Debía haber practicado

mucho, porque aquel espíritu demostraba una muy buena capacidad de

adaptación a las novedades.

Elías se había comprometido a estar muy atento a ésta criatura,

pero le sorprendía que no le estuviera resultando una tarea más difícil

- 123 -
que otras. Había tenido trabajos mucho más engorrosos, pero en todos

ellos tutelar los progresos de otros representaba una magnífica

oportunidad para probarse a sí mismo, y más aún si se trataba de una

anomalía, como era el caso. La facilidad que encontraba en ayudar a su

nuevo pupilo, la interpretaba como evidencia de sus propios progresos,

por lo que generó agradecimiento.

Por razones que desconocía, en algún nivel más allá del suyo, y a

fin de facilitar el desarrollo de determinados procesos en la evolución de

la humanidad, se consideró oportuno ampliar el campo experiencial de

Niemsé de una forma poco habitual, y allí estaba, de golpe y porrazo,

con un montón de información nueva que digerir. Para Elías era su

primer imprevisto de este tipo. De hecho, de los entes más próximos a

él, no conocía a ninguno que hubiese tenido experiencia directa con

algún otro caso similar.

Sabía de éste tipo de anomalías, que se producían en ocasiones

especiales, cuando el habitante de un mundo hacía el tránsito de una

forma que, si bien en el mundo que habitaba en esos momentos era

infrecuente, en otro podía ser la habitual. La ocurrencia de un tránsito

tan extraordinario, tenía por objetivo generar una gran onda expansiva,

pero había que vigilar que ésta no llegase más lejos de lo previsto y

afectase a otros mundos simultáneamente, procurando que el efecto

deseado se circunscribiera a aquel en el que se producía.

- 124 -
Por primera vez tenía la fortuna y el privilegio de poder

experimentar directamente con un hecho tan poco frecuente en su nivel

de experiencia. Estaba contento. En el Consejo había recomendado

alguien con más experiencia, pero le hicieron el regalo a él, por lo que

estaba muy agradecido. Le estaban ofreciendo una magnífica

oportunidad para progresar en su propio desarrollo y no estaba

dispuesto a desaprovecharla.

Niemsé tenía tal motivación por aprender, que lo suyo más

parecía ansia viva por conocer. Allí estaba, juguetón como un niño y

experimentando alocadamente con lo primero que se encontraba, yendo

de acá para allá con cada situación que le llamaba la atención. Iba

deprisa, porque sabía adónde iba, aunque ahora no pudiera recordarlo,

y ese donde estaba lejos, muy lejos; esa era otra de sus peculiaridades

que le gustaban: era amplio de miras, pero cada vez que se acercaba un

poco a su objetivo, al haberlo hecho demasiado rápido, encontraba que

le faltaba algo con lo que terminar de hacerse con la situación, por lo

que tenía que volver atrás para encontrar la seguridad suficiente y

necesaria que le permitiera recobrar la confianza en sí mismo.

Ese era el patrón que Niemsé había seguido últimamente: había

conseguido progresar dando dos pasos adelante y uno atrás. Quizás

fuese el momento de probar otra estrategia, y ayudarle a descubrir que

ese paso atrás no tenía por qué ser necesario, si antes de dar el

siguiente se aseguraba de que no dejaba nada, o apenas nada, por

- 125 -
integrar en el anterior. Dicho de otra manera: no pretender trascender

nada, sin asegurarse antes de haber integrado lo disponible en el

momento actual. El progreso es inevitable, y son muchos y variados los

métodos posibles para conseguirlo, pero según qué circunstancias,

unos resultan más eficaces que otros.

Niemsé estaba ahora familiarizándose con la nueva información

que tenía disponible y que de momento le desbordaba, por lo que aún

no tenía mucha idea de las consecuencias que podrían acarrear sus

actos en esta nueva situación en la que se encontraba. Además, no

había salido aún por completo del olvido original, al que tuvo que

someterse durante sus primeros años como ser humano. Podría actuar

imprudentemente.

Elías necesitaba estar atento para evitar, en la medida de lo

posible, que ocasionara perturbaciones de importancia en el mundo de

donde venía y con el que aún mantenía fuertes vínculos. Uno de los

peligros de los entes ignorantes, es la falta de conciencia de las

consecuencias que pueden conllevar sus actos, lo que puede inducirles

a cometer imprudencias como consecuencia de su falta de madurez,

equilibrio, y conocimientos. La ignorancia es la madre de todos los

males.

- 126 -
Cuando terminó de experimentar, Niemsé lo reclamó para

consultarle algunas cuestiones relativas a los resultados. Respondía

bien a sus propuestas y lo hacía rápido.

A Elías le procuraba placer encontrarse con entes desconocidos,

porque solían proporcionarle la oportunidad de desarrollar habilidades

que no muy a menudo entrenaba. Éste era de los que iban rápido, así

que aprovecharía esta oportunidad para desarrollar esa habilidad, y por

supuesto la contraria.

1.15. “Chico”.

Mientras esperaban que llegase la grúa para retirar aquel vehículo

aparentemente abandonado, el policía local que la había solicitado pidió

a Luisa, su compañera, que se encargase de seguir controlando el

tráfico, para poder así ocuparse en completar, con el máximo detalle

posible, las notas que le servirían para elaborar la hoja de servicio que

tendría que entregar al finalizar el turno.

Le gustaba ser minucioso en todo lo que hacía, y muy

especialmente en su trabajo. Era precisamente por su experiencia en el

cuerpo, aunque corta aún, y por la atenta observación del proceder de

sus compañeros más expertos, por lo que había decidido que era

preferible excederse en el gasto de tinta y papel, antes que olvidar y

- 127 -
dejar pasar detalles, que aún aparentando insignificancia en un primer

momento, podían acabar siendo relevantes al caso.

No quería que le ocurriese como al que fue su primer jefe de

patrulla, estando recién incorporado, en aquella ocasión en la que les

tocó ocuparse de una reyerta callejera con heridos, cuando tuvo que

salvarle la cara porque el otro olvidó anotar la matrícula de la moto en

la que huyó el que resultó ser el principal causante del altercado.

En aquel coche había cosas que no encajaban con un abandono

apresurado: unos zapatos con sus calcetines dentro; unos pantalones

correctamente abrochados, con cinturón incluido, y una camisa,

también perfectamente abotonada y con los faldones por dentro del

pantalón, el cual parecía contener en sus bolsillos los objetos

personales del propietario. Podía distinguirse claramente un teléfono

móvil asomando por uno de ellos, motivo principal por el que solicitó la

retirada del vehículo. Parecía como si, por arte de magia, alguien

hubiese sacado de aquellas ropas al hombre que las vestía.

Quitó el contacto, ya que el auto aún estaba con el motor en

marcha, y quiso comprobar que el freno de mano estaba puesto, pero la

camisa cubría las palancas del cambio y del freno. Como no quería

alterar la posición de las ropas, con mucho cuidado metió la mano bajo

las prendas y le sorprendió comprobar que aún estaban calientes, así

como que el freno de mano no estaba activado. Menos mal que en aquel

- 128 -
tramo, la calle no tenía pendiente. Tiró de la palanca y al salir anotó

minuciosamente sus observaciones, incluyendo el color de la ropa y los

zapatos.

No conforme con sus notas, lo fotografió todo con el teléfono

móvil; también los exteriores del vehículo desde los cuatro ángulos,

matrícula incluida; como tampoco olvidó anotar mentalmente su propia

imprudencia, al tardar tanto en comprobar que el coche no estaba

bloqueado. Despistes como ese, que podían acabar provocando un

accidente, no eran admisibles en su trabajo.

Cuando vio llegar la grúa, pidió a Luisa que retirase su moto, a fin

de dejar espacio libre para que el operario pudiera enganchar el auto,

mientras él la sustituía en el control del tráfico. Le gustaba esta

muchacha, profesionalmente hablando, claro está. Sin que tuviera que

decirle nada, una vez quitada la moto de delante del vehículo y por

iniciativa propia, ella se ocupó de retirar la cinta delimitadora, volviendo

luego a buscarlo, liberándolo así para que él también pudiese retirar su

moto de donde la había dejado y hablar después con el operario.

Mientras observaba cómo el conductor de la grúa terminaba de

enganchar el vehículo para poder remolcarlo, le pareció sentir una

mano sobre su hombro izquierdo, pero al girar la cabeza no vio a nadie

junto a él. En lugar de extrañarse, recordó que previamente le había

puesto el freno de mano a aquel auto, por lo que pidió al conductor, que

- 129 -
ya se disponía a subirse a la grúa para marcharse, que esperase unos

segundos. Se dirigió al coche, le quitó el freno con el mismo cuidado con

el que lo puso, y aprovechó para una última inspección ocular,

buscando detalles que hubiesen podido pasarle desapercibidos. No

encontrando nada nuevo digno de ser tomado en consideración,

despidió a la grúa y fue en busca de su compañera.

- Vamos a la dirección del propietario del vehículo, a ver con lo

que nos encontramos. Es aquí mismo. Sígueme – le dijo, y salieron en

sus motos hacia allí.

Cuando llegaron a la dirección que le habían dado desde Base, se

encontraron con que el edificio ocupaba una manzana entera y tenía

varios portales de acceso, pero la escalera del tal Arturo Briones tenía

tan solo dos viviendas por planta. Llamó al piso que figuraba en la

dirección, utilizando el portero automático. A pesar de su insistencia no

obtuvo respuesta, por lo que decidió probar suerte en el piso del vecino.

Al primer intento, la voz de una señora mayor preguntó con tono de

preocupación.

- ¿Si?

- Policía local ¿Puede abrir, por favor?

Aún cuando estaba tratando con un videoportero, y de haberse

asegurado de situarse frente al objetivo de la cámara, prefirió informar

de su condición de agente de la ley, por si acaso.


- 130 -
El portal se abrió, buscaron la escalera correspondiente, y

tomaron al ascensor. Al salir de él, se encontraron con una señora muy

entrada en años que los esperaba en el umbral de su casa, con la

puerta abierta, vestida con la clásica bata de boatiné y su

imprescindible complemento en forma de gastadas zapatillas de fieltro,

con cara de susto, y que nada más verlos salir les preguntó, con el

mismo tono de preocupación que utilizó cuando les abrió el portal:

- ¿Qué pasa?

- Buenos días, señora ¿Sabe usted si vive aquí Arturo Briones? –

respondió el policía muy profesionalmente, encarándola, a la vez que

señalaba con el pulgar y un gesto de la cabeza la puerta del piso que

tenía detrás, y que figuraba como domicilio habitual del conductor

desaparecido. Se cuidó mucho de mostrar una amable sonrisa, a fin de

tranquilizar a la mujer.

- Sí ¿Qué es lo que pasa? – volvió a preguntar ella, intensificando

aún más el gesto de susto en la cara y el tono de alarma en la voz.

Dado que, al parecer, su intento de calmar a la señora había

resultado en un rotundo fracaso, insistió manteniendo la sonrisa, pero

ampliando un poco más la información.

- Nada grave, no se preocupe. Solo queremos saber si vive aquí el

señor Arturo Briones.

- 131 -
- Sí pero ¿qué es lo que ha hecho? – contestó ella, aún más

asustada que antes.

No solo no conseguía tranquilizar a la señora, sino que el grado de

alarma que ésta mostraba, aumentaba con cada intervención suya.

Sustituyó rápidamente la sonrisa por un gesto serio y cambió el tono de

voz por otro más autoritario.

- Señora, ya le he dicho que no pasa nada, que solo queremos

saber si vive aquí Arturo Briones – dijo con un tono de voz firme y seco.

Aquello sí que funcionó.

- ¡Ay hijo, que ya te he dicho que sí! – contestó la señora,

cambiando rápidamente el susto por la aprensión.

- ¿Y sabe donde puede estar ahora? – insistió el agente.

- ¡Y yo que sé. Pues estará trabajando!

- ¿Dónde?

- ¡Y yo que sé! ¡Ay mire usted, venga cuando esté mi hija! – dijo la

anciana, empezando a dar muestras de más nerviosismo y agitación.

- Señora tranquilícese. Sólo queremos encontrarlo porque su

coche ha aparecido abandonado en la calle.

- ¡Ay por dios! ¿Qué le ha pasado? – dijo ella, mostrándose aún

más preocupada que antes.

- 132 -
Aquello se le estaba yendo de las manos.

- Señora, que nosotros sepamos no le ha pasado nada. Solo lo

estamos buscando para que recoja su coche ¿Sabe usted donde

trabaja?

- Yo solo sé que trabaja para la Junta, pero ya está.

- ¿Y no sabe dónde?

- Ay hijo mío, yo solo sé que es muy buena persona. Son muy

buenos vecinos.

- ¿Son? ¿Quiénes?

- Pues ellos y la niña.

- ¿Quiénes son ellos?

- Pues Marta y Arturo ¿quiénes van a ser?

- ¿Y quién es Marta?

- Su mujer.

- ¿Y sabe usted dónde podemos encontrarla?

- Ay mire usted, yo no se na. ¿Por qué no viene usted cuando esté

mi hija?

- ¿Está usted sola en casa, señora?

- 133 -
- Hasta que no venga mi hija, si.

El agente comprendió que poca información más podría obtener

de aquella anciana que le fuera de utilidad, además del riesgo que

parecía estar corriendo de ser la causa de una importante subida de

tensión, cuando no de algo peor, en una persona de la que no sería de

extrañar que, por la edad, tuviese problemas con ella y con más cosas,

por lo que se despidió cortésmente y se decidió por llamar al timbre del

domicilio del tal Arturo Briones, en un último intento por confirmar si

había o no alguien en casa.

- ¡Si ya le he dicho que no hay nadie! – escuchó decir a la señora,

que se mantenía expectante a la puerta la suya.

- Está bien señora. Muchas gracias por todo.

Luisa ya tenía abierta la puerta del ascensor.

- Buenos días señora. Gracias por su colaboración – le dijo ella,

despidiéndose antes de entrar en él.

- ¿Qué hacemos ahora Chico? – Preguntó Luisa, una vez dentro.

Chico era el apodo por el que era conocido su jefe de patrulla. Así

le llamaban en su casa desde niño y era el nombre con el que se

identificaba, hasta el punto de que muchas personas ignoraban su

auténtico nombre de pila. Era frecuente que no se diese por aludido, si

alguien le llamaba Ángel.

- 134 -
- Bueno, hemos hecho cuanto hemos podido. Lo haremos constar

en la hoja de servicio. Mientras tanto, sigamos con la patrulla.

- 135 -
Capítulo 2. Procesos de Integración.

2.1. Mandelbrot, Bateson, y los puzles.

Esta nueva situación le desbordaba. Arturo-Niemsé se daba

cuenta de que hasta su manera de pensar había cambiado. Ahora la

lógica no tenía que razonarla, como antes. Simplemente aquí, se

practicaba. El hecho era que aquí, pensamiento y acción parecían ser la

misma cosa. No como antes, que primero pensaba qué hacer y cómo, y

después decidía si hacerlo o no. Aquí, pensar en hacer algo, suponía

estar ya haciéndolo. Si quería estar en algún sitio, allí estaba; si quería

ver, o estar con alguien, allí estaba.

Otra cosa que también había cambiado era el tiempo. Antes era

más lineal. Los acontecimientos se sucedían uno detrás de otro y el

tiempo transcurría para todos más o menos igual. Ahora parecía no

tener por qué ser así. Cuando Marta charlaba con su compañera y él se

entretuvo hablando con Elías, al volver a prestarle atención a ella, se la

encontró donde la había dejado. Parecía como si el tiempo se hubiera

congelado para Marta, mientras él hablaba con Elías. Antes podía

quedarse absorto en algo, y al volver de su ensimismamiento, unas

veces le parecía que el tiempo había transcurrido muy rápido y otras

muy lento, pero siempre transcurría. Ahora esa ley parecía haber

prescrito.

- 136 -
Había cambiado de dimensión, o se había muerto, o se había

transformado en no sabía qué, todo a la vez, o vaya usted a saber. El

caso era que, desde su punto de vista, estaba vivo. Eso era evidente y

puestos a elegir puntos de vista, éste le pareció magnífico, de modo que

ahora, siguiendo con la elección de posibles opciones, decidió seguir

viviendo su vida, fuese ésta la que fuese y como quiera que fuese en

esta nueva situación en la que se encontraba, lo más intensamente que

pudiera.

Se dijo a sí mismo que, ya que estaba allí, en vez de perder el

tiempo añorando tiempos pasados, le sería más útil y rentable dedicarse

a conocer de qué iba esto, puesto que cuanto mejor conociera el medio,

mejor podría manejarse en él. Por cierto ¿dónde estaba Elías? Quería

preguntarle al respecto.

- ¿Me buscabas? – lo oyó decir, apareciendo de repente a su lado.

Niemsé dio un respingo.

- ¡Joder! No me acostumbro.

- Ya lo harás.

- Pues tengo un montón de preguntas para ti.

- Adelante.

Ahora no sabía por dónde empezar. Eran tantas las novedades

que se le amontonaban las preguntas.


- 137 -
- Empecemos por ti. ¿Tú quien eres?

- Ya te lo dije. Puedes llamarme Elías.

- Ya, ya. No me refiero a eso. Quiero decir que quien eres ¿Eres

una persona, un espíritu, un ángel, un demonio, un dios, un fantasma,

el auténtico Gandalf…?

- En tu mundo me han llamado todo eso y más cosas, pero en

realidad soy lo mismo que tu.

- ¿Una persona?

- También.

- Pues en mi mundo, las personas no aparecen y desaparecen así

como así.

El anciano se puso a reír a carcajadas, otra vez. Parecía resultarle

muy divertido a aquel ser.

- Sí que me resultas divertido.

- ¿Tú ves? Esa es otra cosa a la que todavía no me he

acostumbrado. Aquí hay que tener cuidado con lo que se piensa.

- ¿Por qué?

- Pues porque aquí es como si pensaras en voz alta.

- Así podría decirse, si ¿pero dónde está el problema?

- 138 -
- Es como si estuvieras desnudo ante los demás.

- ¿Y…?

- Pues que me gusta mantener intacta mi intimidad.

- Pues hazlo.

- ¿Y cómo, si me lees el pensamiento?

- ¿Y qué problema tienes con ello?

- Oye, ¿vamos a ponérnoslo fácil, o difícil? Te estaría muy

agradecido si respondieses a mis preguntas, en vez de contestarlas con

otra.

- ¿Y vas a seguir enfadándote como cuando eras un niño, si las

cosas no salen como tú quieres?

- ¿Lo ves? Ya me estás respondiendo con otra pregunta.

- ¿Y dónde está el problema? ¿Acaso no es eso una respuesta?

- Sí, pero no la que yo esperaba – y a la vez que lo decía, caía en

la cuenta de que el problema no estaba en Elías, ni en sus preguntas-

respuesta, sino en él mismo. Estaba haciendo preguntas y recibiendo

respuestas, solo que las respuestas no eran las que esperaba. Se estaba

comportando como un niño pequeño y se lo estaban evidenciando.

- 139 -
- Vale – dijo reaccionando con rapidez – Volvamos a empezar ¿Me

puedes explicar qué es lo que me ha pasado?

- Hasta dónde yo sé, has sido elegido para protagonizar una

experiencia extraordinaria.

- ¡Y tan extraordinaria! ¿Pero qué es eso de que he sido elegido?

- Lo que te está pasando no es muy frecuente.

- Ya ¿Y me lo cuentas, o me lo preguntas?

- Lo normal en el mundo del que vienes, es que los tránsitos se

hagan por medio de lo que allí llamáis muerte, pero en tu caso se ha

producido de otra manera.

- ¡No me jodas! ¿Me estás diciendo que me he muerto?

- Si interpretas lo que digo, corres el riesgo de equivocarte. Te

sería más útil ceñirte a los hechos.

- ¿Y cuáles son los hechos?

- Que digo lo que digo, y ya te he dicho que no estás muerto. Has

hecho la transición sin morir.

- ¿Entonces estoy en el mundo de los muertos, o de los vivos?

- Sigues interpretando, y cuando lo haces añades tu

interpretación a los hechos, con lo que los deformas.

- 140 -
- Vale ¿Puede saberse entonces dónde puñetas estoy?

- Imagina que anoche te quedaras dormido hasta que hubieran

pasado mil años. Al despertar no lo harías en otro mundo, pero te lo

parecería. Imagina que te duermes cuando las guerras todavía se

hacían con piedras y despiertas en pleno siglo XXI. Hasta la geografía

sería diferente aún siendo la misma, pero al saltarte los progresos que

han necesitado hacer tus congéneres para llegar a la Luna, te faltaría

mucha de la información necesaria para poder comprender los cambios

que encontrarías.

- ¿Entonces aquí es donde venimos cuando morimos?

- Sí y no.

- ¡Ya estamos de albañiles! No me entero.

- ¿Lo entendiste cuando te expliqué lo del salto dimensional?

- Más o menos, creo que sí.

- Bien, pues sigamos con el ejemplo. Al morir te liberas del cuerpo

físico y de las limitaciones que impone una densificación tan intensa de

la energía como la que se manifiesta en el mundo del que vienes,

pudiendo entonces moverte con más libertad por lo que allí llamáis el

más allá, que en realidad no es otra cosa que el mismísimo más acá.

¿Has oído hablar de Benoit Mandelbrot y su geometría fractal de la

naturaleza?

- 141 -
- Si.

- Pues el universo es fractal, y cuando digo el universo no me

refiero solo al astronómico; también a eso que los físicos del mundo del

que vienes han llamado multiverso. Lo cierto es que no hay más que

una única realidad, pero está compuesta de tantas otras como puedas

imaginar. Un único patrón reproduciéndose a sí mismo, como un

fractal, que cuanto más crece, menos se parece aparentemente al

patrón original. De hecho, si recuerdas, los fetos de un pez, un pájaro, y

un humano son casi iguales en sus primeros días de vida, pero a

medida que van desarrollándose se van diferenciando cada vez más. Así

pues, conforme te vas retrotrayendo al origen de las cosas, te vas

acercando más y más a la unidad. En tu mundo los científicos lo

expresan de otra manera, ejemplificando cómo la ontogénesis recapitula

a la filogénesis.

- Me estoy perdiendo.

- Ten paciencia y atiende, y así vas practicando. Estoy en ello. El

ojo que tenías antes no se parecía mucho al dedo gordo de tu pié

¿verdad? Y sin embargo, ambos eran parte de tu cuerpo; partes de ti.

Tenían formas y funciones muy diferentes y aún así, si alguien te metía

un dedo en el ojo, la molestia, aunque se originara allí, la sentías en

todo tu cuerpo, y hasta el dedo gordo de tu pie se dolía, porque tú

también eres un todo. Un todo formado por partes, que a la vez es parte

- 142 -
de otro todo mayor, que a su vez está formado por partes, de modo que

ese todo mayor es también la parte de otro aún mayor. Dicho esto,

imagina ahora un gran puzle de muchas piezas. Cuando consigues

integrar correctamente cada pieza con sus adyacentes, tienes el puzle

completo. Una vez que has integrado cada una de las partes, entonces y

solo entonces puedes trascender de las partes al todo completo, el cual

no es más que una de las piezas de otro puzle mayor. Ese proceso de

integración suele hacerse pieza a pieza, pero en tu caso las últimas

piezas de tu último puzle se han integrado demasiado rápido. De hecho,

tú no has dejado tu cuerpo físico como suele hacerlo la mayoría de la

gente. No has muerto. Lo que te ha ocurrido es que, al liberarte del

cuerpo físico, te has liberado también de buena parte de las

limitaciones a las que estabas sometido en tu vida en la tierra, y lo has

hecho tan rápidamente y de una manera tan poco habitual que a todos

nos ha sorprendido, no solo a ti. Por eso te ha parecido que estás en

otro mundo diferente, cuando sigues en el mismo. Lo que ha cambiado

es tu forma de estar en él. Digamos que has pasado al siguiente nivel.

Como ya te dije antes, la realidad es multidimensional y has cambiado

de plano. Estás en otro, más allá de la vida física, una vez que te has

desprendido del cuerpo.

- Oye, y entonces ¿esto es lo que les pasa a los muertos?

- Ya te he dicho que el universo es fractal. Los antiguos, mucho

antes de Mandelbrot, lo expresaban diciendo aquello de “como es arriba

- 143 -
es abajo y como es abajo es arriba”. Lo que llamáis muerte allí de donde

vienes, no es más que el tránsito de un mundo terrenal a otro diferente,

más sutil. El mismo tránsito que tuviste que hacer para nacer en la

Tierra, pero al revés. Tu esencia y la mía, que también son la misma, es

inmortal; la muerte en términos absolutos no existe. Tan sólo puede

hablarse de muerte en términos relativos, de modo que lo único que

acaba con lo que llamas muerte, es el cuerpo físico que utilizaste,

aunque en realidad tampoco acaba sino que, como todo lo demás, se

transforma. Cada uno de nosotros somos como una gota de agua en ese

infinito océano que es El Todo, y siendo una gota somos, en

consecuencia, el océano entero. Terminaré de responder a tu pregunta

diciéndote que estás en un mundo intermedio, visitado a veces por vivos

y por algunos de los que llamas muertos, que pasan por aquí pero cuyo

destino final está en otro sitio.

- ¿Algunos?

- Si, no todos vienen aquí.

- ¿Y a donde van?

- Pueden hacerlo a muchos otros… sitios… lugares. Por ejemplo,

hay quien necesita… digamos que… reparaciones en su energía,

aunque también hay quien pasa directamente a nuestro mundo, el…

vamos a llamarlo espiritual, para ayudarte a entenderlo. Parte de la

salsa de la vida está en la variedad.

- 144 -
- Oye, por cierto ¿y por qué parece costarte trabajo encontrar

algunas palabras?

- Porque tengo que traducir el concepto, de manera que puedas

entenderlo.

- ¿Y dices que algunos vivos vienen por aquí? ¿Como yo?

- No. Tú, aquí y ahora, y al menos para mí, representas un

imprevisto. Los vivos que vienen por aquí suelen ser humanos

evolucionados y entrenados específicamente para hacerlo, aunque no

siempre. Para que lo entiendas, funciona más o menos como lo que

algunos cuentan por allí al respecto de los viajes astrales.

- ¿Entonces todo ese cuento de los viajes astrales es verdad?

- Todo no y por eso lo has llamado un cuento, pero hay cosas que

sí. Hay quien vive del engaño, aprovechándose a conciencia de la

ignorancia y credulidad de algunas gentes, y de su dificultad para

comprobar por sí mismos lo que tú estás experimentando ahora de

primera mano, presentándose falsamente como gurús, médiums o

pretendidos guías espirituales. Su mensaje puede tener un barniz de

verdad, más o menos grueso, que solo sirve para tratar de ocultar su

falsedad, pero se detectan fácilmente por su apego a lo material.

- Entonces en qué quedamos ¿Hay o no hay un plano astral?

- Llámalo como quieras, pero es donde tú estás ahora.

- 145 -
- ¡Guai! ¡Estoy haciendo un viaje astral!

Ahora empezaban a encajarle mejor algunas cosas. Por eso era

capaz de viajar tan rápido, y por eso no le veían en la Tierra y su olfato

estaba hipersensible, como su oído y su vista, que ahora parecían los de

Superman, atravesando las paredes. Eso que decían del viaje astral,

resulta que era verdad. Él estaba ahora en ese mundo.

Precisamente pensar en la posibilidad de estar en otro plano

existencial, fue lo que le llevó a recordar algunas de las cosas que le

había dicho Elías, como que hay todavía un tercer mundo, al que había

llamado el espiritual, y del que éste en el que estaba era como una

especie de puente entre él, y el material. Si lo había entendido bien, era

a este tercero a donde iban las almas de los muertos, a excepción de las

averiadas por el camino.

- Oye ¿Cómo era eso de las reparaciones de las almas? No sabía

que hubiera mecánicos de la energía.

- Hay criaturas que en su vida en la Tierra han necesitado que se

desestabilice mucho su… energía, por sus resistencias a progresar,

necesidades de aprendizaje, deudas kármicas, o por cualquier otra

razón. Lo que tú llamarías personas que han sufrido mucho en la vida,

o que han mantenido un estrecho contacto con el mal, bien

padeciéndolo, o bien practicándolo, por ejemplo. Estos entes

necesitan… digamos que recargarse y regenerarse, antes de reintegrarse

- 146 -
al mundo que hemos convenido en llamar espiritual, porque está más

próximo a la totalidad, El Todo, pero que también podíamos llamar

mundo de la energía, por estar más próximo a La Fuente, a la que por

cierto, a veces hay que devolver algún alma que otra, malograda por el

camino.

- Alucinante.

- Es normal. Es como si estuvieras en el primer mes, de los nueve

que se necesitan para parir. Aquí es como si fueras un niño muy

pequeño ahora.

- Menos mal que soy un hombre.

- Porque así lo has decidido.

- ¿Cómo? ¿Que yo he decidido ser un hombre? No sé qué pensaría

de eso mi madre.

- Tu madre no creo que tenga nada que objetar al respecto.

- Pues ella siempre quiso tener una niña y hasta que no lo

consiguió, no paró.

- Si pero tu sexo no lo eligió ella. Tú elegiste ser varón.

- ¿Si? ¿Y la genética tampoco tiene nada que decir?

- La genética es la causa física que determina el sexo, pero está

determinada a su vez por la elección de otros seres.

- 147 -
- Explícame eso.

- En el mundo de dónde vienes, el sexo es una de las cosas que

elegiste tú mismo antes de nacer, solo que aún no lo recuerdas. Entes

superiores se encargan de preparar los cuerpos para aquellos que han

de ocuparlos. En la Tierra, los gametos sólo son los encargados de

hacer efectiva tal elección, combinándose adecuadamente para dar

lugar al cigoto correspondiente. En su día y antes de nacer, nuestros

Sabios y Filósofos te ofrecieron unos cuantos cuerpos, para que tú

eligieras cual querías usar.

- Espera, espera ¿Qué es eso de antes de nacer? ¿Me estás

hablando de la reencarnación?

- También podría hablarte de la remineralización, o la

revegetalización, la reaireación y unas cuantas más ¿Todavía dudas de

tu eternidad?

- Pues mira, sí. Cuando era pequeño me educaron en la religión

católica, pero a medida que fui creciendo y aprendiendo a pensar por mí

mismo, me fui dando cuenta de que eso de la religión era un camelo

para tener controlado al personal. Mucho hablar de pobreza y caridad,

pero los jerarcas de la iglesia viven opíparamente, y rodeados de un lujo

y un boato que resultan hipócritamente escandalosos, por no hablar del

vergonzoso encubrimiento de la pederastia que practican algunos de

- 148 -
sus miembros. Y en cuanto a lo de la reencarnación, lo he pensado a

veces, pero no me salen las cuentas. No me termina de encajar.

- Las religiones han cumplido bien su función. En su momento, y

dado el estado evolutivo de la humanidad, fueron muy útiles. Recuerda

que antiguamente las ciencias y la filosofía se cultivaban en templos y

monasterios, fuera cual fuese la religión que allí se practicase. También

es cierto que, a la par y como consecuencia de la falta de desarrollo de

los seres humanos, han sido utilizadas como instrumento de poder y

control de unos sobre otros, hasta el punto de que aún se siguen

haciendo guerras por ellas y en el nombre de Dios. Al progresar la

humanidad en su conjunto, han dejado de ser necesarias, y una vez

cumplida su función pueden ser trascendidas, por lo que la parte falsa

y manipulada que los humanos han ido incorporándoles como

instrumento de control y dominio de sus congéneres, queda aún más en

evidencia. Estas cosas ocurren cuando hace masa crítica la parte de

verdad que ha conseguido integrar un buen número de humanos, y de

ahí la crisis en la que todas ellas están también inmersas en los

tiempos que corren por allí. Recuerda que todas defienden la idea de la

inmortalidad. Aunque bien es cierto que hay mucha falsedad en los

dogmas religiosos, también lo es que tienen su parte de verdad. Y si

acudes a los textos originales, podrás comprobar que, salvo algunas de

nuevo cuño, todas admiten la reencarnación.

- Pues la que fue la mía, no.

- 149 -
- He dicho si acudes a los textos originales, no a las

interpretaciones y traducciones falsas, cuando no malintencionadas,

que se han hecho de ellos. Eso sin olvidar que los jerarcas de turno de

algunas como la tuya, por ejemplo, han declarado unos cuantos como

falsos, llamándolos apócrifos, simplemente porque no encajaban con

sus interesadas interpretaciones.

- ¿Entonces es verdad eso de que hay vida más allá de la vida?

- Tú sigues vivo ¿no?

- Sí pero ¿no habíamos quedado en que no estaba muerto?

- Es evidente que no estás muerto desde éste punto de vista, pero

desde el punto de vista del mundo material, es como si lo estuvieras.

¿Has oído hablar de Gregory Bateson y sus niveles lógicos?

- No.

- Pues él decía, como tantos otros dijeron antes que él con otras

palabras, que la realidad depende del nivel lógico desde el que la estés

analizando. Así por ejemplo, desde el nivel individual, una moto, un

coche, una bicicleta, y un autobús, son muy diferentes entre sí, pero si

subes de nivel y los consideras medios de transporte, todos son iguales

porque todos son medios de transporte. La muerte solo tiene sentido en

el nivel del mundo del que vienes, donde lo único que muere es el ego,

la personalidad del cuerpo físico, el cual continúa entonces su propio

- 150 -
proceso de transición; pero tú y tu cuerpo físico habéis hecho la

transición a la vez. El mundo físico que recuerdas es sólo uno de los

muchos posibles que ofrecen oportunidades para experimentar y

aprender, y siguiendo con la descripción que hizo Bateson de sus

niveles lógicos, si pretendes comprender un nivel aplicándole los

principios que rigen en otro, sólo conseguirás error y confusión.

2.2. Padre e hijo.

Leandro había dormido su siesta butaquera diaria, después de

comer. Como cada tarde, al despertar se había preparado el café que le

ayudaba a regresar más rápidamente a la vida activa tras el descanso

digestivo, y al terminar el documental de la dos que solía ver de lunes a

viernes, y que utilizaba como dulce, infalible, y culturizante somnífero,

apagó la televisión, se puso como música de fondo la suite de

Mussorgsky Cuadros De Una Exposición, y se sentó delante del

ordenador, con la intención de buscar información en Internet sobre lo

que había vivido esa mañana.

Temía a Internet, esa bestia parda que según él, se estaba

tragando toda la cultura que la humanidad había conseguido

desarrollar y conservar hasta ahora, almacenándola en un soporte tan

frágil y efímero como resulta ser el digital.

- 151 -
A lo largo de la historia, el soporte de la cultura había ido

perdiendo solidez progresivamente, hasta llegar a la fragilidad del que

hoy se estaba imponiendo en casi todo el mundo, siendo así que

mientras el mensaje de culturas milenarias ha conseguido sobrevivir

grabado en piedra hasta nuestros días, nosotros estamos abandonando

un soporte aún mucho más frágil y efímero ya de por sí, como es el

papel, para confiar el almacenamiento y la conservación de nuestros

progresos y conocimientos a algo tan fácil de perderse como es el

soporte digital, lo que a su entender estaba poniendo a la especie

humana en un riesgo cada vez mayor de regresar a la edad de piedra de

un plumazo, por la obra y gracia de un pulso solar lo suficientemente

fuerte, por ejemplo. Pero era precisamente por la ingente cantidad de

alimento que tenía ya ingerida esa mala bestia, por lo que se había

convertido también en uno de los mejores sitios donde buscar

información acerca de cualquier cosa.

El sonido del teléfono le sobresaltó, mientras navegaba sin rumbo

fijo por la red. Era su hijo Juan Carlos. Su hijo mayor, además de

médico, era poeta. Como médico ejercía su especialidad en cirugía

general en un hospital de otra capital de provincia, vecina de aquella en

la que él vivía, y como poeta ya tenía publicado su primer libro de

poemas, gracias al premio que había conseguido en una convocatoria a

la que se había presentado.

- 152 -
Leandro estaba muy orgulloso de sus hijos, tanto de éste como de

la pequeña María Esperanza, que había hecho económicas y a la que le

resultó relativamente fácil conseguirle trabajo en el banco para el que él

mismo trabajó, gracias al brillante historial académico de la niña, y a su

fluido dominio del francés y el inglés. A partir de ahí, su ascenso en el

escalafón de la empresa fue meteórico y ahora estaba destinada en la

sede del banco en Bruselas.

Aún cuando seguía estando demasiado lejos para su gusto, al

niño lo tenía más cerca y sin embargo, desde que su salud se estabilizó,

era con el que menos hablaba. Leandro prefería esperar que fuera él

quien tomara la iniciativa de llamar, porque en más de una ocasión, al

telefonearle en sus primeros años de residencia, lo había sorprendido

en una guardia, o saliente de ella.

Sabía que él disfrutaba con su trabajo, pero también que eso no

lo hacía menos estresante, así como lo agotadora que podía resultar

una guardia agitada, por lo que antes que llamarlo, prefería dejarle a él

la iniciativa para evitar distraerle, bien de su labor, bien de su necesario

descanso. Si pasaba demasiado tiempo sin noticias suyas, le mandaba

un mensaje por el móvil.

Esta vez se alegró doblemente por la llamada. Hablar con

cualquiera de sus hijos siempre era gratificante para él, pero que hoy

estuviese Juan Carlos al otro lado del teléfono, le resultó providencial.

- 153 -
Como médico, quizás pudiese darle alguna explicación acerca de lo que

había vivido esa mañana, por lo que tras los saludos iniciales y la

comprobación de que se trataba de una simple llamada rutinaria, para

saber el uno del otro, sin nada más importante por su parte, le contó lo

que había pasado.

- …Por cierto, que voy a necesitar tu ayuda – le estaba diciendo.

- ¿Y eso?

- No te vas a creer lo que me ha pasado esta mañana.

- Tú prueba.

- ¿La gente puede desaparecer así como así?

- ¿Qué quieres decir?

- Que si la gente puede desaparecer, disolverse, deshacerse,

esfumarse en el aire.

- Papá, todos los días desaparece gente en todo el mundo.

- Si, pero no me refiero a eso. Me había prometido a mí mismo no

volver a contárselo a nadie, pero tú no creo que me vayas a tachar de

loco.

- Me estás preocupando ¿Qué es lo que te ha pasado?

- 154 -
- Tranquilo. Yo estoy bien. Te cuento: esta mañana, camino del

bar donde sabes que suelo bajar a desayunar, había un atasco en la

calle porque un coche se había quedado parado delante de un semáforo,

y al acercarme vi la cabeza de un hombre que estaba desapareciendo.

- ¿Cómo que estaba desapareciendo?

- Pues sí, así, que estaba desapareciendo. Estaba la cabeza sola,

desapareciendo poco a poco, hasta que se esfumó.

- Espera, espera ¿Me estás diciendo que había una cabeza sola,

decapitada?

- No, no. Cuando yo llegué ya no quedaba cuerpo. La cabeza

estaba sobre el asiento del coche y estaba desapareciendo,

deshaciéndose como si fuese humo, hasta que desapareció por

completo. Allí no había sangre, ni nada más que lo que parecían las

ropas del desaparecido. Eso fue todo lo que quedó de aquel hombre.

Bueno, eso y un extraño olor, como ése a lo que huele el aire cuando

hay una tormenta, solo que ese olor estaba dentro del coche y afuera no

había ninguna tormenta.

- Pero bueno papá ¿Qué es lo que me estás contando?

- Pues lo que oyes, hijo. Llevo todo el día dándole vueltas y a

quien se lo cuento, me trata de loco.

- 155 -
- No me extraña. Me parece que vas a tener que dejar los porros

esos a los que te estás aficionando demasiado últimamente.

- ¿Ves? Tu también.

- Papá, yo sé que no estás loco, pero nadie desaparece así como

así, y tú lo sabes.

- Pues claro, pero te aseguro que yo he visto lo que he visto.

- ¿Y qué es lo que has visto?

- Ya te lo he contado. Es que no hay mucho más que contar. Yo

me acerqué al coche y allí estaba la cabeza de ese hombre,

despareciendo.

- Papá, eso no es muy normal. ¿No te habrás pasado con los

porros?

- Y dale con los porros.

Era verdad que últimamente había redescubierto la marihuana.

De joven la había fumado de vez en cuando, pero eso hacía ya mucho

tiempo que estaba olvidado, hasta que un amigo, con motivo de su

crisis de salud a causa del cáncer, le ofreció una bolsita con un poco de

hierba, que según él cultivaba para sus amistades, y tuvo la

oportunidad de comprobar que eso que se decía acerca de los efectos

terapéuticos del cannabis era verdad. Además, junto a los efectos

terapéuticos, redescubrió los lúdicos, por lo que al cerrar el día, aunque


- 156 -
ya no la necesitase como medicina, alguna que otra noche se fumaba

un porro o dos por puro placer. Pero aquello había ocurrido a la

mañana siguiente.

- Que no hombre, que esto no tiene nada que ver con los porros.

Es verdad que la noche anterior me había fumado un par de ellos, pero

lo que te cuento sucedió al día siguiente.

- Mira, ya estás tardando en pedir una cita con tu médico de

cabecera y que te hagan una analítica lo más completa posible.

- Oye Juan Carlos, que te he dicho que yo estoy bien.

- Ya ¿Y aparte de ti, quien más lo vio?

- Creo que un chaval también, pero se largó enseguida, y no sé si

alguien más lo vio. Bueno, creo que había otro hombre, que no sé yo si

llegó a enterarse de algo, porque cuando llegó la policía ya no había

nadie en el coche.

- ¿La policía?

- Sí, llegaron dos municipales.

- ¿Y qué dijeron?

- Nada. Me tomaron los datos del DNI y trajeron una grúa para

llevarse el coche. Yo le conté al policía lo que había visto, pero no me

hizo ni caso. Creo que me tomó por loco.

- 157 -
- No me extraña. Pero bueno, vamos a ver, cuéntame qué es lo

que pasó exactamente.

- ¡Si ya te lo he contado! Cuando me acerqué al coche, vi la

cabeza de un hombre mirándome con cara de susto. Estaba caída sobre

el asiento del acompañante y se estaba esfumando por abajo, como el

humo de un cigarrillo, hasta que desapareció por completo.

- ¿Y tú estás seguro de eso?

- Llevo todo el día dándole vueltas, pero te aseguro que lo he visto.

- ¿Y desapareció así, sin más?

- Hombre, no fue de golpe. Se esfumó de abajo a arriba, pero se

esfumó. Así, como te lo cuento.

- ¿Te estás tomando la medicación?

- Tú sabes que para esas cosas soy muy obediente y siempre te

hago caso.

- ¿Has tenido mareos, problemas de visión, o dolores de cabeza?

- Nada de eso. Te aseguro que vi lo que vi, y no es que mi vista

sea la misma que cuando tenía veinte años, pero a tanto no llega la

cosa.

- Mira, lo primero es hacerte una analítica y un escáner, pero

deprisa. Te vas a venir aquí, que yo me encargo. Mañana te coges el

- 158 -
coche y te vienes pacá. Aunque pensándolo mejor, te vienes en tren, o

en autobús. No quiero que conduzcas, y menos que viajes solo.

- Juan Carlos…

- Ni Juan Carlos, ni Juan Pedro ¡Que te vienes! Y si no vienes tú,

me voy yo pallá.

- No sé pa que te cuento na.

- Pues me lo cuentas porque es lo normal entre nosotros, como

también es normal que me preocupe por ti. Además, que te tengo dicho

que me informes de cualquier cosa rara que te notes.

- Es que precisamente lo que yo no quería era que te

preocupases. Te he dicho que estoy bien, que no me pasa nada, y si te

lo he contado es por si, como médico que eres, podías darme alguna

explicación.

- Pues claro que puedo darte una explicación. Con tus

antecedentes pueden haberse descompensado tus hormonas, pero

también puede que no tenga nada que ver con eso. Hay alteraciones

neurológicas que pueden provocar alucinaciones, o agnosia visual, por

ejemplo, y sin que el paciente tenga conciencia de ningún otro síntoma;

y algunas de ellas pueden ser graves papá, por lo que es fundamental

que te vengas por aquí para que pueda hacerte unas pruebas ¡y

mañana sin falta!

- 159 -
- ¡Pero si ya te he dicho que estoy bien!

- Eso es lo que tú te crees. La gente no va por ahí viendo cabezas

que desaparecen todos los días, así que si no vienes tú, voy yo pallá en

cuanto pueda.

- Te estás preocupando sin necesidad.

- Tú déjame que yo decida eso. Mañana te quiero aquí sin falta.

- Menudo follón estás armando por una tontería. Si lo llego a

saber, no te digo na.

- Papá, estas cosas no se pueden tomar a la ligera. Te quiero aquí

mañana. Además, ya iba siendo hora de que me hicieras una visita. Te

vas a la estación de tren, o a la de autobuses, la que prefieras, y me

dices la hora que llegas, que yo me encargo.

- Mira, voy a ir. Primero porque es verdad que hace ya tiempo que

no te veo y segundo para que te quedes tranquilo, pero te aseguro que

no me pasa nada. Ahora eso sí, de trenes y autobuses ni hablar. Me

cojo mi coche, que total no llega a dos horas lo que se tarda, y llega y

sale cuando yo quiero y desde donde yo quiero.

- Hay que ver que eres cabezón. Me llamas cuando vayas a salir,

que yo me vaya organizando. Y si no te puedo coger el teléfono me dejas

un mensaje, pero eso sí, si me dejas mensaje, me llamas en cuanto

llegues.

- 160 -
-¿Y para qué?

- Por si cuando llegues me pillas trabajando.

- Bueno, vale. Pues nada, entonces nos vemos mañana.

2.3. Matrioskas y cuerpos enguantados.

Error y confusión. De eso estaba empezando a tener sobredosis.

En un instante, su vida había cambiado por completo. Hasta su nombre

era ahora diferente. Aquí le llamaban Niemsé.

Parecía ser que le había tocado un insólito premio, no sabía muy

bien en qué curiosa lotería, pero sí que sin tener que comprar

participación alguna, y en la que dicho premio consistía en la pérdida

su cuerpo físico, ese con el que llevaba familiarizándose ya casi sesenta

años y que, al parecer, él mismo había elegido. Aún así no había

muerto, aunque estaba en un mundo donde le habían dicho que iban

algunas personas al morir, además de algunos vivos muy vivos.

Había cambiado de mundo, de dimensión, de plano, y de nivel

lógico, todo a la vez, aún cuando seguía viviendo en el mismo mundo de

antes; pero tampoco había visto ningún muerto, al menos hasta ahora.

Tan sólo había visto vivos; vivos para los que él sí que parecía estar

muerto.

- 161 -
Aquí tenía un cuerpo, si es que podía decirse así, que era una

especie de estrella ovalada, elástica, ondulante, vibrante, radiante, y

luminosa, que podía atravesar el metal y las paredes, y cambiar de

forma. De hecho, esa especie de glóbulo luminoso en el que parecía

haberse convertido, había visto con sus propios ojos, esos que ya no

tenía, como reproducía fielmente sus piernas y sus pies, con pantalones

y zapatos incluidos.

Seguía visitando los mismos sitios y a la misma gente, a

excepción de Elías, el único ser que conocía propio de este nuevo

mundo, el único que parecía verle y al que él podía ver de los de por

aquí, si es que había alguno más, pero sólo si así lo deseaba, y con el

que podía mantener una conversación, aún cuando fuese sin hablar.

Podía practicar la telepatía con la misma facilidad con la que antes

hablaba. También podía moverse libremente por el espacio, e ir de un

sitio a otro, por lejos que estuviesen éstos sitios entre ellos, con sólo

desearlo.

Otra cosa que daba muestras evidentes de haber sufrido

importantes alteraciones, era el tiempo. Aún no sabía muy bien de qué

manera estaba afectado, pero ya no transcurría como antes. Y con todo

y con eso, él seguía siendo el mismo, o al menos, la conciencia de sí que

tenía no había cambiado, o eso creía.

- 162 -
Lo que sí que había cambiado, sin cambiar, era el mundo,

ampliándose. Ahora podía ser consciente de cosas que antes le pasaban

desapercibidas, o de las que simplemente nunca pensó que pudieran

ocurrir. Así por ejemplo, podía sentir lo que sentían los demás con solo

prestarles atención; y estaba practicando la telepatía. Así como si tal

cosa, como si llevase toda la vida haciéndolo.

Además estaba Elías, su fantasma particular, asegurándole que

era eterno y que el sexo no estaba determinado por la genética, sino que

era la elección de unos seres muy supiones para satisfacernos, y a los

que su guía turístico en esta curiosa excursión había llamado entes

superiores, siendo el papel de la genética el de mero mecanismo

responsable de hacer efectiva tal elección. Luego, unos cuantos

filósofos, no menos supiones que los otros y aún desconocidos para él,

aunque al parecer no para Elías, le habían ofrecido algunos de esos

cuerpos para que eligiese en cual quería encarnarse. Era evidente que

tenía mucho que aprender y otro tanto que desaprender. Menos mal

que podía contar con una especie de Gandalf para él solito.

- ¿Y porque no puedo ver a nadie de por aquí, más que a ti? – le

preguntó.

- ¿Y quién te ha dicho que no puedes ver a nadie más que a mí?

- Los hechos.

- 163 -
- También era un hecho que no podías verme, hasta que otro

hecho demostró falsa esa suposición.

- ¿Entonces, porque no hay nadie por aquí más que tú?

- Yo, y Marta, y su compañera de trabajo, y Lucia, y sus amigas, y

sus compañeros de instituto, y tus compañeros de trabajo, y toda la

gente que estaba a tu alrededor cuando te desprendiste de tu cuerpo

físico…

- Si, pero todos esos ya estaban antes.

- Y pertenecen al mundo terrenal, ese que acabas de abandonar,

pero que aún te resulta más familiar que éste en el que estás ahora,

siendo aquel en el que todavía te mueves con más comodidad y

seguridad, por lo que hasta ahora has preferido interactuar con ellos.

Digamos que aún sigues vinculado al mundo físico. Además, aún no

has sido… reactivado.

- ¿Reactivado?

- Si. Te extrañas por no ver más de los que has decidido que

somos los aborígenes de éste mundo, aparte de mí, cuando estás

rodeado de ellos.

Arturo miró a su alrededor. Volvió a mirar y a mirar, pero no veía

a nadie más, aparte de Elías.

- Pues yo no veo a nadie.


- 164 -
- Porque todavía no has sido reactivado.

- ¿Y a qué estamos esperando?

Elías volvió a reírse a carcajadas.

- Ya estamos con las prisas. Todavía no ha llegado el momento.

- ¿Y falta mucho?

- No lo sé.

- ¡Hala, ya estamos otra vez con que la abuela fuma!

- Lo sabrás cuando llegue el momento.

- Vale ¿Y mientras tanto, me puedes ayudar a manejarme mejor

por aquí?

- En ello estoy. Dime ¿qué quieres saber?

¿Qué quería saber? ¡Quería saberlo todo! Pero ahora, de nuevo,

no sabía por dónde empezar.

- ¿Aquí no hay niños? – se le ocurrió preguntar.

- Pues claro. Aquí también hay entes jóvenes en proceso de

formación y desarrollo, como en todos sitios. Por lo que a ciencia y

tecnología se refiere, el más viejo y sabio de cualquier tribu del

Amazonas es como un niño ignorante, si lo comparas con un

adolescente europeo en cuanto a conocimientos científicos y

- 165 -
tecnológicos, al igual que se invierten las tornas cuando los comparas

en el desarrollo de la capacidad para desenvolverse en armonía con la

naturaleza. Voy a ponerte otro ejemplo: imagina una esfera dentro de

otra, y de otra, y de otra, al modo de las matrioskas rusas. Imagina que

tú vives en la esfera que hace el número… digamos cien. Contenidas en

tu esfera están las noventainueve restantes, pero no la ciento uno, ni

sucesivas, en las que sí que está incluida la tuya. Todo lo que habita en

las noventainueve esferas que incluye y forman la tuya, constituye las

partes del mundo que conoces y dominas, pero desconoces lo que hay

en la esfera ciento uno, aunque a los habitantes de esa esfera ciento

uno tú les resultes muy familiar.

- Vale. No vamos a discutir eso ahora ¿Y dónde están esos entes

jóvenes que dices?

- Cada uno ocupado en sus tareas.

- ¿Y podemos verlos?

- Pues claro. Te enseñaré una de nuestras escuelas. Dame la

mano.

- ¿Que te dé la mano?

- Si, recuerda que todavía no estás reactivado. El ser humano

también es multidimensional, como todo. El cuerpo físico no es el

único… digamos cuerpo que hace a un ser humano, aunque como tal el

- 166 -
hombre es un ser vivo completo, con su propio ego, su propio carácter y

personalidad, como cualquier otro animal. El cuerpo humano físico

puede vivir por sí solo como lo hacen los animales, sin necesidad de

complementarse con un alma. Son aquellos que los terrícolas han

llamado desalmados: cuerpos físicos con un complemento sutil muy

primario, sin un alma como nosotros. No es que se den muchos casos

en cuerpos ya nacidos, porque sería un desperdicio inútil, pero sí que

durante los primeros meses, el feto en formación puede no albergar aún

ningún espíritu, debido a su falta de madurez biológica, o a la propia

decisión del espíritu que ha de encarnarse en él. Eso que en tu cultura

llamabais alma, acaba ajustándose al cuerpo físico como el agua a la

botella, como un guante dentro de otro, o un calcetín al pie, pero hay

capas intermedias entre el mundo físico y el que hemos llamado

espiritual; diferentes niveles, dimensiones, o como le quieras llamar.

Una vez más, las matrioskas pueden servir como símil para entender

cómo estos cuerpos se integran en uno solo, pero sin pasar de aquí con

la metáfora, porque una vez que se ha producido la fusión, han

constituido una unidad a la que llamamos ser humano, haciéndole

perder entonces toda validez al dualismo cartesiano más allá de la

meramente descriptiva. Si se les desconecta, el ser humano muere. Es

posible que el alma decida separarse temporalmente del cuerpo, pero si

una vez producida la fusión y constituido el ser humano, no se

mantiene conectada con el cuerpo de alguna manera, éste morirá. Por

- 167 -
cierto, que es agradable comprobar cómo cada vez son más los

terrícolas que pueden moverse por éstos mundos intermedios sin

necesidad de morir. Son muchos de los que habéis llamado locos,

sensitivos, utópicos, médiums, gente de la Era de Acuario, visionarios,

soñadores, artistas, o simplemente personas especiales, y están dando

buena parte de la medida del grado de progreso de la humanidad. Al

perder tu cuerpo físico, tu siguiente nivel de experiencia primaria es

éste en el que estás, lo que te permite moverte a veces, aunque todavía

no tantas, ni cuando, ni como a ti te gustaría, por el siguiente nivel, que

es también tu siguiente destino. Yo vengo de allí para facilitarte la

transición por este mundo intermedio. Te has… activado aquí, pero

todavía no lo has hecho en el mundo que hemos convenido en llamar

espiritual, por lo que mientras tanto, y para ponérnoslo fácil, te llevaré

de mi mano. Voy a llevarte a tu mundo de procedencia más inmediato.

Aquí el espacio y el tiempo, como ya has podido comprobar, se rigen por

otras leyes, diferentes de las del mundo físico que acabas de dejar, y tú

aún no estás muy… digamos que refamiliarizado con ellas, por lo que si

me das la mano, haremos que la cosa sea más fácil para todos. Tú aún

no los percibes a ellos, pero ellos a ti sí, y si vas de mi mano sabrán

cómo actuar sin que tengamos que dar muchas explicaciones.

- Para. Déjame un poco de tiempo para digerir esto.

- ¡Éste es mi chico!

- 168 -
Tenía buen humor el Elías este, pensó Niemsé, pero lo que

acababa de escuchar respecto a los cuerpos enguantados, para tres

mundos de experiencia, le resultaba raro y familiar a la vez. Raro si lo

analizaba desde su antigua perspectiva física, y extrañamente familiar

si lo hacía desde ésta nueva, se llamase como se llamase. En realidad,

lo que decía Elías tenía sentido y era posible. Quizás esa fuese la razón

por la que, desde el principio, le había parecido estar en el mismo

mundo, a la vez que en otro diferente.

Parecía ser que de los tres guantes, o los que hubiera, había

perdido uno, el más externo, por lo que ahora habitaba un cuerpo más

sutil, intermedio entre el físico y el que Elías había llamado espiritual, y

eso hacía que ahora percibiera lo que le rodeaba de una forma muy

diferente. En realidad no había cambiado el mundo, sino su forma de

percibirlo y de estar en él, lo que hacía que ahora se diera cuenta de

cosas que antes ni siquiera apreciaba que pudieran estar ahí.

- ¡Premio para el concursante! – escuchó decir a Elías, y en su

mente surgió la idea de que pararle en el análisis que estaba haciendo,

era el objetivo de tal interrupción. Decidió seguirle el juego.

- Vale, creo que ya lo voy entendiendo. Me estás diciendo que soy

un bullas, un correyvuela.

- 169 -
- Sí, pero tu rapidez puede resultarte una magnífica habilidad si

la sabes convertir en virtud, como también puede resultar igual de

peligrosa, si haces un vicio de ella.

- Gracias.

- ¿Por qué?

- Por tu ayuda.

- Un placer.

- Para ti puede ser, pero si además del qué no me explicas el

cómo, no vayas a creerte que me sirve de mucho.

- Bueno, verás, el caso es que no hay un cómo. Hay una infinidad

de ellos.

- ¡Ya estamos otra vez! Pues que sepas que yo, de momento, con

uno me conformo.

- Lo quieres fácil ¿eh? ¿Qué tal si empiezas a practicar un poquito

con la espera y aprendes a mantenerte en ella con paciencia?

- ¿Pero ni un poquito de prisa, ni una pizca puedo darme?

- Parece que parte de tu aprendizaje actual está ahora enfocado

en la prisa. Me alegro de que hayas podido hacerlo evidente hace un

momento, porque hasta ese instante ni siquiera eras consciente de lo

deprisa que ibas.

- 170 -
- Bueno… No lo estás haciendo tan mal, después de todo.

- No debería ser eso lo importante para ti ahora. Más te

convendría ponerte a tus tareas cuanto antes, en lugar de hacerlo con

las mías.

- ¡Me estás metiendo prisa!

- ¿Te das cuenta? Llevo ya un rato pisando el acelerador y el freno

por ti, para que puedas reconocer cómo se hace. Cuando aprendiste a

conducir, recuerda lo atento que tenías que estar para conseguir el

grado de aceleración, o de frenada, justo y suficiente como para no

estrellarte. Eso hará que yo me marche pronto.

- ¿Y eso?

- Porque aprendes rápido y cada vez tengo menos cosas que hacer

por ti.

- ¿Y eso es bueno, o malo?

- ¿Tú qué crees?

- …Bueno?

- Siempre que no te pases de velocidad.

- ¡Y dale. Ya estamos de albañiles otra vez! Me refería a la rapidez

buena, la necesaria para progresar, aquella que se mantiene dentro de

los límites de la prudencia, no a la alocada rapidez que permite que se

- 171 -
pierda mucha información por el exceso de velocidad y que puede llegar

a terminar en un accidente ¿Vale ahora?

- Esto funciona. ¿Qué, quieres visitar esa escuela?

- Venga, vamos.

2.4. La escuela.

Niemsé tomó la mano de Elías, tal y como éste le había pedido, y

una extrañísima pero más agradable todavía sensación de serena paz le

inundó, cual ola de tsunami. Se sintió amado de una forma tan

completa e inmensa como nunca imaginó que pudiera llegar a ser

posible. Después vino algo que interpretó como una especie de mareo, y

se encontró ante un extraño edificio de enormes dimensiones, como de

cristal blanquecino, de una sola planta, con una gran nave central con

forma rectangular, que tenía otras cuantas semicirculares, algo más

pequeñas, pero también grandes, y adosadas por toda la longitud de los

lados más largos del rectángulo que formaba la planta de aquel

monumental edificio, unas a continuación de otras. La fachada

principal le recordó la de los templos clásicos griegos y romanos, con

sus columnas, su friso, y su frontón triangular incluidos, aunque

carentes éstos de figuras esculpidas.

- ¡Anda! Aquí también tenéis edificios.

- 172 -
- Más que edificios yo les llamaría… lugares. Lo que estás viendo

es una interpretación, una recreación comprensible y aceptable para ti

de lo que realmente es.

- ¿Entonces esto es real, o no?

- Pues claro que es real. Recuerda lo que hablamos de los niveles

lógicos y las dimensiones. La casa en la que vivías, siendo la misma, era

muy diferente para ti que para las moscas que volaban por ella, o las

cucarachas que se escondían en sus rincones, y no digamos para los

ácaros de tu almohada. En el mundo del que vienes, la energía necesita

densificarse mucho para manifestarse como materia, pero aquí no es

necesaria tanta densificación, ni mucho menos, lo que hace más fácil

estas cosas.

Ahora sí que los veía. Había un montón de gente por los

alrededores. Los había de todas las edades, y todos eran de luz y

semitransparentes. Cada cual tenía sus propios matices en la luz de la

que parecían estar hechos, con diferentes e iridiscentes colores.

Parecían fantasmas bioluminiscentes. Nadie aparentaba tener prisa y

todos tendrían un aspecto muy normal, si no fuese por esa luz con

diferentes matices de color, brillo, e intensidad, de la que parecían estar

hechos, como todo lo de por aquí, y porque todo el mundo vestía de

blanco. Había hombres, mujeres y niños de todas las edades. Solos, en

- 173 -
parejas, o en grupo, las gentes de por aquí caminaban, charlaban, e

interactuaban entre ellos irradiando paz, calma, y serenidad.

- ¿Aquí todos vestís de blanco? Esto parece una fiesta ibicenca,

solo que sin fiesta.

- Una vez más los vestidos, al igual que el aspecto de todo lo que

estás viendo, son una recreación para tu comodidad. Aquí las ropas ni

son útiles, ni necesarias.

- ¿Y cómo os las apañáis en invierno?

- ¡Pero bueno! ¿A estas alturas todavía te preguntas cosas como

esa? Las estaciones del año son propias de la Tierra y sólo tienen

vigencia allí. En el mundo del que vienes todavía se le da demasiada

importancia a la materia y sus manifestaciones, obviando que en sí

misma no es más que eso: materia, es decir una de las muchas

manifestaciones posibles de la energía. Tu materialismo te ha hecho

sorprenderte cuando te he explicado que la genética determina el sexo

sólo a nivel terrícola, siendo la herramienta física, el interfaz que

permite hacer efectiva las decisiones de los Superiores. La Tierra es un

mundo duro, lo que por cierto, lo hace muy útil para forjar espíritus

fuertes.

- Uff, espera, espera que me pierdo. Vayamos un poco más

despacio. ¿Hay otros mundos?

- 174 -
- Por supuesto que los hay, pero todos son el mismo en sus

diferentes manifestaciones. No obstante, y ciñéndonos únicamente al

mismo plano material del que vienes ¿De verdad crees que tiene mucho

sentido que en la inmensidad del universo físico que recuerdas, haya

un único y minúsculo planeta habitado? Lo que tú llamas vida tiene

muchas otras manifestaciones, diferentes de las que conoces; y eso

ciñéndonos, como digo, solamente al plano material que recuerdas.

- ¿Entonces todas esas historias de los extraterrestres, son de

verdad?

- En el sentido en el que lo dices, todas no, o al menos no como

vosotros las interpretáis, pero las hay que sí y algunas de ellas son

correctas cuando se trata de habitantes de otros mundos, dentro del

mismo plano existencial y material que el vuestro ¿O creías que los

humanos son la única forma de vida inteligente en el universo? De

hecho, el universo físico que recuerdas, ni siquiera es el único de los

posibles. Por cierto que al respecto, podría mostrarte ahora un mundo

en el que todavía pueden visitarse sus ciudades y astropuertos orbitales

abandonados. Sus habitantes habían desarrollado una importante

tecnología que les permitía hacer grandes viajes espaciales, hasta que

en uno de ellos se toparon con otra civilización que los asimiló. También

ocurre que muchas de esas experiencias que en la Tierra algunos

atribuyen a extraterrestres, a veces son manifestaciones de seres de

otros planos existenciales, otras dimensiones, o viajeros del tiempo, que

- 175 -
todo puede ser. Se les ha llamado ángeles, demonios, dioses, gnomos,

espíritus, fantasmas y muchas otras cosas más. Recuerda, al hilo de lo

que estamos hablando, que los nativos americanos, quienes nunca

habían visto un caballo y por tanto no tenían experiencia alguna con

este tipo de animales, al ver llegar a los españoles montados en ellos y

usando unas armas con las que tampoco tenían experiencia alguna, en

ocasiones interpretaron como una unidad lo que era una dualidad

jinete-montura. Incluso algunos llegaron a creerlos dioses. Acuérdate de

Bateson y sus niveles lógicos, y de lo que hablamos del salto

dimensional. En un sentido, los entes procedentes de otras dimensiones

son extraterrestres, al proceder de otra Tierra, diferente de la que

contiene el universo terrenal, pero en otro son tan terrestres como tú,

por estar tu dimensión incluida en la suya, aunque no al revés. Tú

mismo podría decirse que eras un extraterrestre, mientras viviste en la

Tierra.

- Sí claro, y ahora me vas a decir que en realidad soy un

marciano.

- De Marte no, pero tu esencia no es únicamente terrícola. Tú

perteneces a otro plano, a otra dimensión, aunque hayas vivido como

terrestre y todavía no hayas hecho el tránsito definitivo a éste en el que

estamos ahora, que es el tuyo. Ocupaste un cuerpo humano durante un

tiempo y ese cuerpo sí que era terrestre, pero no tu espíritu ¿Recuerdas

la sensación que a veces tenías allí abajo, sobre todo cuando eras muy

- 176 -
joven, de que aquel mundo no estaba hecho para ti, o al revés: que tú

no estabas hecho para aquello? ¿Esa sensación de extrañeza que a

veces tenías en la Tierra? Además, ahora estás aquí y no allí ¿No?

- Bueno, puesto así parece que tiene sentido lo que dices.

- Y por eso lo aceptas con tanta facilidad. Por eso y por tu

apertura mental, que te dispone a explorar y experimentar con nuevas

situaciones, en vez de asustarte ante lo desconocido y rechazarlas sin

siquiera cuestionártelas. Eso hace posible un progreso más rápido.

- Bueno, verás, una de mis diversiones favoritas es aprender.

- Y esa es una de las muchas cosas que me gustan de ti.

- Si, si. Yo también te quiero mucho.

- Y esta es una de las cosas que espero que puedas superar

cuanto antes.

- ¿A qué te refieres?

- A ese cinismo tuyo que activas como autodefensa cuando te

sientes incómodo. No hay nada más sano que aceptar la realidad, sea

cual sea en ese momento para ti.

- Lo tendré en cuenta.

- Si, lo harás.

- 177 -
- Vale, y mientras tanto ¿me enseñas la escuela?

- Ven conmigo.

Al entrar en aquel edificio de dimensiones monumentales, Niemsé

pudo comprobar que la nave central que había visto desde fuera tenía

un gran patio porticado en el centro, al estilo del claustro de los

monasterios, pero éste a lo bestia, a juego con el resto de la edificación,

y en el que había algunos grupos de gente, reunidos alrededor de lo que

interpretó como su profesor, ya que aquello se suponía que era una

escuela. Le llamó la atención que, entre los que parecían alumnos, lo

que menos había eran niños. La mayoría de los pocos grupos que veía

por allí estaban formados por jóvenes, e incluso había algún grupo de

adultos, ya talluditos.

- Oye Elías, tú me dijiste que me ibas a enseñar una escuela

¿Correcto?

- Correcto.

Arturo-Niemsé pensó que debería ir más despacio, porque a cada

momento que pasaba en este nuevo lo que fuera, encontraba más

diferencias con la vida de la que venía. La cantidad de novedades

aumentaba sin parar y de forma estrepitosa. Comprendió que iba a

necesitar tomarse un tiempo para entenderlas, y de una en una, porque

si pretendía atenderlas todas a la vez, conseguiría tan solo una

panorámica general y superficial de la situación.


- 178 -
Siempre que fuese posible, mejor ir despacio, una a una, y no

pasar a la siguiente novedad hasta haberse familiarizado con la

anterior. Cuanto más profundamente comprendiese cada una de las

novedades que se le presentaban, más completo y detallado sería el

mapa global que podría elaborar de este nuevo, o viejo mundo; pero sea

como fuere, estaba dispuesto a tomarse el tiempo que fuese necesario

para comprenderlo. Aunque en la medida de sus posibilidades, lo haría

lo más rápidamente que fuera capaz.

- En el mundo del que vengo, como seguramente ya sabrás, una

escuela es, en su sentido general, un sitio donde se enseña a los

alumnos, sea cual sea el nivel de enseñanza que allí se imparta, pero en

sentido estricto es un lugar donde se imparte el primer nivel educativo,

que allí llamamos educación primaria. Llamamos institutos a los

lugares donde se imparte la educación secundaria, y universidades a

aquellos otros donde se forman los adultos. Normalmente son lugares

diferentes unos de otros, pero aquí estoy viendo niños, los menos;

adolescentes y jóvenes los más, y un grupo que he supuesto que

también eran alumnos, formado por adultos.

- Correcto.

- ¿Y entonces…?

- Nuestro proceso de formación no tiene principio ni fin, por lo

que te he traído a una de las escuelas que, por su nivel, pudiera

- 179 -
parecerse lo más posible a las que recuerdas. Por eso ves que lo que

más hay en el patio son jóvenes, junto con unos pocos niños y adultos,

pero no te dejes engañar por las apariencias. Esos niños que ves tienen

muchos más años de existencia de los que imaginas. El proceso de

formación es continuo y comienza su manifestación con la

individualización de una parte del Todo, o en tus antiguas palabras, con

el nacimiento, y solo termina cuando la individualidad se reintegra a la

totalidad, o como tú mismo dirías antes, al morir, proceso que, por

cierto, aún queda mucha gente en la Tierra por comprender en su

auténtico significado. En el mundo del que vienes, se decide una edad y

no otra para iniciar la formación académica de las personas, antes de la

cual es la familia la responsable de la formación y educación del niño.

Cumplida esa determinada edad, la educación se comparte con la

escuela, pero una buena parte de ella pasa íntegramente a ser

responsabilidad exclusiva de esta institución, aún cuando se pueda

requerir para ello la ayuda de los padres, que podrán darla, o no. Una

vez matriculado y registrado, al alumno lo sumergís de lleno, si quiere

como si no, en el sistema educativo vigente, que sea cual sea, tendrá

estrictamente reguladas qué materias estudiar y cuáles no, así como

cuándo y dónde estudiarlas, y cuándo y dónde no. Se le organiza por

cursos estereotipados y encorsetados, tanto en la metodología como en

los contenidos y duración, siendo precisamente la estandarización y

uniformidad que suelen imponer la mayoría de vuestros sistemas

- 180 -
educativos, la responsable en buena medida del fracaso escolar que

padecéis. Y si el alumno consigue acabar el último nivel formativo,

habrá llegado el momento en el que su formación pasará a ser

responsabilidad única y exclusivamente suya, por lo que la escuela, en

su sentido amplio, ya no querrá saber nada de él como alumno,

privándole de la posibilidad de seguir contando con ayuda en su

progreso personal. Además, constituir los grupos de estudio por el nivel

de progreso de los alumnos en cada materia, y por sus puntos fuertes y

débiles como individuos, es mucho más operativo y rentable para todos

que hacerlo por edades. Visites la escuela que visites, aquí encontrarás

grupos de trabajo y estudio formados por entes de edades diferentes, y

me refiero tanto a los alumnos como a lo que tú llamarías profesores,

aunque en realidad aquí no hay profesores tal y como tú los recuerdas.

Todos somos a la vez profesores y alumnos, y aprendemos los unos de

los otros, teniendo cada grupo su propio Maestro responsable, que a su

vez es también alumno de niveles más avanzados. Consecuentemente,

estos Maestros lo son también de edades diferentes. Como sabes por

experiencia propia, es muy útil poder contar con un guía cuando uno se

adentra en territorios desconocidos, por lo que la formación necesita ser

continua, además de no obligar a nadie nunca a nada, incluyendo el

tener que aprender ciertas cosas a determinada edad. Por respeto al

libre albedrío de cada cual, nadie tiene derecho a obligar a nadie a

nada; y la idea del suspenso ni siquiera se contempla, como tampoco el

- 181 -
aprobado, porque aquí nadie juzga a nadie. Nadie tiene derecho a juzgar

a nadie, pero es que tampoco le apetece hacerlo a nadie, menos aún si

ya se ha pasado por donde ahora lo hace el otro. Aquí nuestro único y

más estricto juez somos nosotros mismos.

- Si aquí nadie obliga a nadie a nada ¿Eso significa que vivís en la

anarquía?

- En su sentido peyorativo, nada más lejos de la realidad. Por el

contrario, si te refieres a lo que tú llamarías anarquía utópica, podría

decirse que sí. La llamáis utópica porque el egoísmo y falta de amor que

todavía padecéis en la Tierra, os la hace parecer así. Con todo, aquí

también tenemos algo que desde tu punto de vista podría asemejarse,

aunque muy de lejos, a un gobierno. Los llamamos Consejos.

- Explícame eso.

- Cada ámbito está… digamos que… guiado por un Consejo de

Maestros en la materia. Así, y ya que estamos en una escuela, hay una

especie de comité de Maestros para lo que tú llamarías cada etapa y

nivel educativo. Estos comités se organizan, una vez más, de forma

fractal, de modo que representantes de los Consejos de niveles

inferiores, se integran en los de niveles superiores, o al revés, como

prefieras. Pero no entiendas lo de niveles como una jerarquía de poder,

sino más bien de desarrollo y evolución. El caso es que de esta manera

todos están interconectados y la comunicación es fluida de unos a

- 182 -
otros, por más distancia estructural y de nivel competencial que haya

entre ellos.

- Entonces el Gran Consejo debe ser multitudinario.

- En absoluto. Como ya te he dicho, un consejero del nivel

anterior forma parte del comité del nivel inmediatamente siguiente, o

viceversa, por lo que no es necesario un gran número de consejeros en

cada nivel, como tampoco es necesario eso que has llamado Gran

Consejo. No hay un Consejo de los Consejos, si te refieres a eso, porque

no es necesario. Lo que más se le podría parecer son los… Consejos de

Filósofos, que no son más que comités que atienden asuntos de alto

nivel, y que están formados por… digamos que, usando los conceptos

de la cultura de donde vienes, las almas más evolucionadas dentro de

nuestro nivel de desarrollo, y a veces alguno de nivel superior, un

Sabio. Los Sabios ya no encarnan en cuerpos físicos, salvo en misiones

muy especiales y son seres superiores, los más próximos a La Fuente

que conocemos. Para que puedas hacerte una idea, considera que ese

que allí llamabais Jesucristo, por ejemplo, era uno de ellos. Los

Filósofos, aunque tampoco lo necesiten, aún siguen encarnando alguna

vez que otra, pero no tanto ya para mejorar sus aprendizajes, aunque

también, como para ayudar en los nuestros. Cuando lo hacen, suelen

llevar vidas sencillas, anónimas para la mayoría, ocupados en la

vigilancia y ayuda de la humanidad en su conjunto.

- 183 -
- ¿Y tenéis leyes?

- Las mismas que rigen en todo el Universo, que desde luego son

algo diferentes de las que tú recuerdas como vigentes en el mundo

material. Ya te he hablado de algunas de ellas, de las cuales la más

importante es la del Amor.

- ¿Una ley del amor? ¿Y qué dice?

- El Amor es a la vez la causa y el efecto de todo cuanto existe. De

hecho toda criatura nace para amar y ser amada, aunque algunas, en

sus primeras fases de desarrollo, pierdan parte de su tiempo y energías

en ocuparse de la mitad del trabajo que no les corresponde, más

preocupadas por ser amadas que por amar, descuidando así su mitad

de la faena. Se enfadan y desesperan cuando no se sienten amadas,

hasta que se dan cuenta de que su parte del contrato consiste

justamente en dar aquello que están esperando recibir. El amor es la

energía que alimenta la luz que ves por todas partes; la aspiración de

toda criatura; una de las infinitamente posibles definiciones de lo que

allí llamabais Dios; lo que nos permite estar aquí y ahora, y lo que en

gran parte da la medida del progreso de cada cual, de la misma manera

que la capacidad de amar de cada cual se puede medir por la capacidad

de amarse a sí mismo.

- Allí algunos podrían llegar a llamar egoísmo a eso que acabas de

decir.

- 184 -
- Naturalmente, porque ellos son los egoístas. El egoísmo es

precisamente una consecuencia de la falta de amor, de verdadero amor,

ese que se da sin esperar nada a cambio, el que enseña el auténtico

significado de la palabra felicidad. El egoísmo del que hablamos es

también fruto de la ignorancia que lleva a preocuparse por recibir, en

lugar de dar, más cuando lo único que podemos controlar, más o

menos, es nuestro propio comportamiento, de modo que si hay alguna

posibilidad de influir en el de los demás, es tan solo a través del nuestro

propio. El egoísmo es inútilmente acaparador, mientras que el amor es

constructivamente generoso. En la cultura que acabas de dejar,

vuestras religiones propugnan amarse los unos a los otros, y no querer

nada para otro que no se desee para uno mismo. Si el Universo existe

es gracias al Amor, y a su práctica, experiencia y disfrute, se encamina

cada criatura como objetivo de su propio progreso y desarrollo personal.

De ahí la necesidad de amar y ser amado que todos tenemos, aunque a

veces, como te digo, algunos pierdan su tiempo y energías en pretender

ser amados, antes que en dar lo que ansían recibir. Por eso es que

quien sabe amarse a sí mismo, sabe amar también a los demás y

viceversa.

- Si fuésemos capaces de hacer eso en la Tierra, otro gallo nos

cantaría.

- Evidentemente, pero estáis en ello.

- 185 -
- No estoy yo tan seguro. Allí, cada vez que alguien saca los pies

del tiesto, si no consiguen domesticarlo, se lo cargan. Ahí tienes a

Gandhi, o a Martin Luther King, por ejemplo. Y de Jesucristo, ya que

has hablado de él, ni te cuento.

- ¿Y crees que con matarlos consiguieron algo, aparte de dar más

fuerza aún a su mensaje, y de que sus nombres se grabaran a fuego en

los archivos de la historia? A los tres los mataron sí, pero el progreso es

imparable y sus asesinatos contribuyeron a hacerlos aún más

populares y a un mayor éxito de su mensaje. Gracias a Gandhi la India

consiguió su independencia, además de mostrar al mundo, una vez

más, el camino de la no violencia, al igual que la lucha de Luther King

acabó por conseguir que se les reconociera el derecho al voto a los

negros norteamericanos. Y de Jesucristo, como bien dices, ya ni te

cuento. En la actualidad, la humanidad atraviesa por un momento

crítico y decisivo, y antes o después su propia evolución la llevará a

adecuar sus estructuras sociales, cada vez más y mejor, a las leyes

universales. De hecho así lo lleva haciendo desde sus orígenes.

- Bueno, lo cierto es que hemos progresado bastante desde

entonces, aunque quizás un poco más despacio de lo deseable.

- No lo estáis haciendo mal, pero podríais hacerlo mejor. Vuestra

ignorancia y egoísmo aún os hacen prestar especial atención a lo

material, lo que os lleva, sobre todo en eso que llamáis Occidente, al

- 186 -
desarrollo de una ciencia y una tecnología centradas en la materia. Las

disciplinas llamadas humanísticas, no son precisamente prioritarias en

la formación de los alumnos en vuestras escuelas.

- Si, así es. Por cierto, y siguiendo con la escuela, también parece

que en vuestras clases hay muchos menos alumnos que en las

nuestras, a no ser que falte gente en los grupos que veo por aquí.

- Estandarizar el número de alumnos por aula es

contraproducente, si lo que se pretende es conseguir el máximo

progreso, tanto personal como grupal, que sea posible. Aquí puedes

encontrar grupos de estudio de cualquier tamaño, desde dos o tres

miembros por lo que tu llamarías clase, hasta más de veinte, y de casi

todas las edades, lo que en el mundo que has dejado resultaba

impensable. Más que la edad cronológica, que además aquí no tiene

mucho sentido, importa el nivel evolutivo alcanzado por cada cual. Los

Maestros observan a sus aprendices y los van integrando

progresivamente en los grupos más adecuados para cada uno de ellos

en función de sus capacidades, progresos, puntos fuertes y débiles,

fobias y filias, intereses, y el resto de sus características individuales.

Pero esta distribución no solo tiene en cuenta al individuo, sino que

también toma en consideración circunstancias que van más allá y que

afectan a su entorno: materias de estudio, resto de miembros de los

grupos, prioridades, preferencias, necesidades… A esto lo llamaríais allí

una orientación ecológica y holística. Tampoco hay un tiempo

- 187 -
predeterminado para hacer los aprendizajes. La duración de lo que

llamáis cursos la determina el propio alumno, con su propio progreso

en relación al grupo y los Maestros pueden decidir impulsar un cambio

en cualquier momento, bien para estudiar una determinada materia, o

bien para integrarse de lleno en un nuevo grupo, por lo que aquí el

concepto de suspenso no tiene lugar, como tampoco lo tiene el

aprobado. Pero ven, vamos a una sala de esas que tú llamarías aulas.

Antes de entrar, ya había notado que la nave central del edificio,

con forma rectangular, tenía adosadas en su exterior y a los lados toda

una serie de salas semicirculares.

Cuando atravesó el pórtico, lo que primero le llamó la atención

fueron las grandes dimensiones del claustro, a juego con las exteriores,

y después los pocos grupos de supuestos estudiantes que había por allí.

Luego se fijó en los pasillos. El suelo estaba enlosado con preciosos y

grandiosos bloques que parecían estar hechos de mismo cristal

blanquecino que el resto del edificio, y que se asemejaban a grandes y

gastadas losas de piedra, perfectamente encajadas unas con otras.

Había puertas a los lados, todas iguales, a excepción de la puerta

central de cada pasillo, que era más alta, más ancha, más luminosa y

con un dintel muchísimo más elaborado que los sencillos pechos de

paloma de todas las demás. Para ser una recreación, la habían hecho

muy bonita y elegante, además de grandiosa.

- 188 -
Elías lo llevó hasta una puerta sobre la que podía leerse “Aula 1”,

y se encontró dentro del aula. Estaba junto a Elías, justo al otro lado de

la puerta, dentro de lo que supuso que era el aula número uno, y de

nuevo en estado de shock.

Se encontró sin previo aviso con una quincena aproximada de

crías de fantasma de diferentes edades, todas ellas sentadas en unos

pupitres rarísimos y muy ocupados en no sabía qué, pero que debía ser

muy divertido, porque los muchachos aparentaban estar pasándoselo

divinamente, nunca mejor dicho, pensó. Algunos de ellos estaban

riendo a carcajadas.

Por el suelo corrían un montón de ardillas, algunas muy

extrañas. Había una a rayas de colores, otra verde esmeralda, y otra

que no tenía rabo. Al fondo, de espaldas al muro que formaba el arco

del semicírculo que cerraba la sala por el otro extremo, había otro

Gandalf con la misma túnica, los mismos pelos, las mismas barbas, y la

misma plácida sonrisa que Elías, aunque éste parecía algo más joven.

Pero ni el Gandalf, ni las ardillas, ni los críos, les prestaban la más

mínima atención. Era como si ni él ni Elías estuviesen allí.

- ¿Qué está pasando aquí? – se preguntó a sí mismo, a la vez que

lo hacía en voz alta para que lo oyera Elías, aunque tal cosa ya sabía

que aquí no era necesaria.

- 189 -
- Están practicando la generación de criaturas vivas. Su Maestro

les ha pedido que generen ardillas y aquí tienes el resultado.

- ¿Me estás diciendo que estas ardillas las acaban de crear estos

críos?

- He dicho generar, no crear.

¿Y dónde estaba la diferencia? Esto ya era demasiado. Uno elige

su sexo; se muere, pero no se muere porque es inmortal; y de chiquitín,

antes de encarnarte te enseñan a generar vida. No entendía muy bien

dónde estaba la diferencia entre generar y crear.

- ¿Puede saberse porque yo no era capaz de fabricar ni tan

siquiera una hormiga en mi vida en la Tierra?

- Primero porque lo que te he dicho que les ha pedido su Maestro

es generar criaturas vivas, no crearlas, y segundo porque estás

confundiendo niveles. En el nivel terrícola esto que estás viendo puede

hacerse, pero es mucho más trabajoso que aquí, porque allí hay que

densificar mucho más la… energía. En esta clase les están haciendo

practicar y con ello su Maestro está consiguiendo que desarrollen esa

habilidad. Si aquí son capaces de hacerlo, es porque tienen la

capacidad. Todo lo que hayas hecho, aunque haya sido una única vez,

hecho ha quedado, lo que significa que has sido capaz, es decir, que

tenías la capacidad. A partir de aquí, si la desarrollas más o menos y

cómo la uses, si es que la usas, es cosa tuya.


- 190 -
- Si, pero es que lo que me ha dejado a cuadros es precisamente

la capacidad de fabricar un ser vivo, en alguien que se supone que no

es Dios. Y lo he visto con mis propios ojos.

Pero qué tonterías estaba diciendo, pensó Arturo-Niemsé. Si ya no

tenía ojos.

- En definitiva, estábamos hablando de la capacidad de generar

vida ¿Estamos de acuerdo? – dijo Elías.

- Pues claro.

- Algún día, algunos de estos críos, como tú los has llamado, se

unirán a un cuerpo en algún mundo. Desde el primer momento

necesitarán generar vida para sobrevivir y así lo harán dando lugar a

millones de células por año, gracias a que previamente han conseguido

desarrollar la habilidad.

- Si, pero estos guachos no han creado una célula. Han creado

una ardilla entera y algunas hasta eran de colorines. Además, de lo de

las células ya se encarga el cuerpo físico.

- ¿Y?

- Pues que cuando yo estaba vivo, seguramente estaba creando

alguna célula que otra, y hasta puede que sin darme cuenta, pero una

ardilla entera ya te digo yo que no.

- Las prisas.
- 191 -
- ¿Mande…?

- ¿Estamos de acuerdo en que eres capaz de generar una célula?

- Hombreee… Eso lo hacemos todos.

- ¿Entonces, de acuerdo?

- Pues claro.

- ¿Y si eres capaz de generar una célula, qué te impide hacer dos?

Si tienes la necesidad, es porque tienes la capacidad. Cómo la

desarrolles, es cosa tuya.

- ¿Y no es el propio cuerpo el que crea sus células?

- Por supuesto, pero tú puedes incidir en ese proceso

acelerándolo, o retardándolo. Incluso modificándolo. Recuerda eso que

allí llamabais enfermedades psicosomáticas.

- ¿Quieres decir que los seres humanos podemos crear vida?

- Recuerda que un ser humano es la combinación de un cuerpo

humano físico con un… alma, que puede elaborar un cuerpo sutil para

un mundo intermedio que haga las veces de puente y lazo de unión

entre los otros dos. El cuerpo físico es muy denso, pero tu alma no.

Además, tu esencia es divina y como tal puede generar vida.

- ¿Entonces quieres decir que algún día podremos hacerlo en la

Tierra?

- 192 -
- Es una posibilidad. De hecho, ya habéis conseguido clonar

plantas y animales. Ya te dije que la humanidad está precisamente

ahora en proceso de trascender su propia evolución y dar un gran salto

en su progreso. Las lagartijas y los pulpos, por ejemplo, os llevan

ventaja en eso de regenerar partes del cuerpo.

- Oye, estoy cayendo en la cuenta, ahora que hablamos de

generar vida, de que aquí no hay vivos. Antes solo veía vivos y ahora

solo veo… seres de tu mundo. Almas, espíritus, o lo que sean. Qué

curioso.

Al acordarse de los vivos, le sobrevino el recuerdo de Marta y

asociado a él, el de su compromiso con Lucia.

2.5. Buscando a Arturo.

Cuando Marta llegó a la casa, le extrañó encontrar sobre la

encimera de la cocina, la primera habitación a la entrada del piso, unos

platos y unos cubiertos usados. Normalmente Arturo se encargaba de

dejarlo todo recogido, después de haber comido Lucia y él, antes de que

ella llegase.

Cuando pasó por delante de la salita de estar, la habitación en la

que pasaban la mayor parte del tiempo, incluyendo las comidas,

- 193 -
también le extrañó no encontrar a Arturo allí. Siguió hasta la habitación

de Lucia. Ella sí que estaba, sentada en su mesa de trabajo.

- Hola – la saludó y se le acercó para darle el beso habitual.

- Hola mamá.

- ¿Y Arturo?

- No lo sé.

- ¿Se ha ido?

- No. No ha venido a comer.

- ¡¿Que no ha venido a comer?!

- Pues no.

Aquello era muy raro. Sin ni tan siquiera perder tiempo en salir

de la habitación de la niña, miró en su móvil, por si había alguna

llamada perdida o algún mensaje, pero no había nada de eso. Marcó el

número del teléfono móvil de Arturo, pero nadie contestó a la llamada.

Su preocupación aumentaba. Volvió a marcar, y a esperar inútilmente

hasta el final de la llamada. Decidió entonces enviarle un mensaje

preguntándole dónde estaba, ya que su inquietud crecía por momentos.

Arturo era un hombre atento y delicado, que nunca la había

sorprendido, hasta ahora, con imprevistos como éste. Si alguna vez, por

la razón que fuera, no había podido cumplir con un compromiso

- 194 -
previamente adquirido, tenía la sana costumbre de avisar siempre de

ello, pero esta vez ni una llamada, ni un mensaje. Nada.

- ¿A ti te ha dicho algo, te ha llamado?

- ¡¿A mi…?! – Contestó Lucia, poniendo cara de extrañeza – Verás

que no nos va a llevar al cumple de Carmen – añadió, ahora con cara de

preocupación.

- Bueno hija, espérate y ya veremos.

- Eso, ya veremos – con la misma cara de preocupación.

- Bueno, voy a comer algo.

No conseguía acostumbrarse al rechazo de la niña por Arturo. Se

dirigió a la cocina para servirse la comida que habían dejado preparada

la noche anterior. Dado que Marta tenía turno de mañana por semanas

alternas, se habían acostumbrado a cocinar varios platos entre sábados

y domingos, y los congelaban por raciones para poder ir sirviéndose de

ellos cada día; si era necesario cocinaban entre semana, por las tardes,

para así poder tener la comida disponible al día siguiente, cuando

llegasen a la casa, cada uno a su hora.

Faltaba solo una ración de la sopa de pescado que dejaron fuera

del congelador la noche del domingo, así como de los filetes de lomo de

cerdo encebollados que destinaron a servir de segundo plato. La

ensalada que tenían prevista para hoy no estaba preparada, aunque

- 195 -
esto último no era de extrañar si no había venido Arturo. Lucía no se

caracterizaba precisamente por su espíritu colaborador en las tareas

domésticas.

Se sirvió un plato de sopa y otro de carne que calentó en el

microondas, y se dispuso a comerlos en la salita mientras veía la

televisión, a pesar de que hoy no le prestara mucha atención.

Preocupada, se interesaba más en sus propias elucubraciones, tratando

de encontrar una respuesta a la pregunta de qué podría haberle pasado

a Arturo para que no viniera a comer y no dar señales de vida, mientras

ingería la comida mecánicamente.

Él salía del trabajo a las tres de la tarde y solía llegar a la casa

algo más allá de las tres y media, por lo que hacía ya más de una hora

que debería de estar allí. Ni una llamada, ni un mensaje. Nada. En él

eso no era normal en absoluto, y estaba preocupada. Sin haber

terminado de comer, se levantó para ir hasta el salón, donde estaba la

base del teléfono inalámbrico, y regresó con él a la salita. Marcó el

número del centro donde trabajaba Arturo, por si hubiera suerte y

quedara alguien por allí, pero no la hubo. Se acordó de Jesús, un

compañero de trabajo y amigo de él, del que tenía su número de

teléfono en la agenda del móvil y lo llamó.

Jesús sí atendió su llamada. Tras pedirle disculpas por molestarlo

a unas horas tan inoportunas, le preguntó por su compañero y amigo, y

- 196 -
éste le informó que Arturo no había acudido hoy a trabajar, y que no

sabía nada de él. Le contó que había intentado contactarlo a última

hora de la mañana, pero que no había contestado a su llamada. Jesús

también se quedó preocupado, al saber que aún no había llegado a su

casa, y acordaron que el primero que tuviese noticias llamaría al otro.

Ahora sí que estaba alarmada. Cuando ella se levantó de la cama

aquella mañana, Arturo ya había salido de casa, como de costumbre.

Supuso que camino del trabajo, pero Jesús le había dicho que hoy no

había aparecido por allí en todo el día, y que tampoco había llamado

para avisar, ni dar explicaciones por su ausencia, lo cual les había

extrañado a todos porque conocían su formalidad; sin embargo no le

habían dado mayor importancia, a excepción de él mismo, quien acabó

pensando, como los demás, que ya diría algo cuando pudiera.

Eso significaba que llevaba todo el día desaparecido. Marta

consultó de nuevo su móvil, para comprobar y asegurarse por segunda

vez de que no tenía llamadas perdidas de Arturo, ni mensajes. Volvió a

marcar su número, pero tampoco ahora nadie atendió la llamada. Al

menos tenía el móvil activo ¿Se lo habrían robado? Esta suposición vino

seguida de unas cuantas otras, a cada cual más alarmante: Un

accidente, un atraco, un infarto cardiaco, o cerebral…

Había tomado la sopa y un par de filetes, pero ya no le apetecía

seguir comiendo. Recogió los platos, los cubiertos, y el vaso, apagó la

- 197 -
televisión y se encaminó a la cocina con la intención de comprobar si

las llaves del coche estaban en el cenicero donde solía dejarlas Arturo

cuando llegaba a casa, ya que no se fijó en ello al entrar. No estaban.

Desde allí, y levantando la voz para que pudiera oírla, le dijo a su hija

que iba a bajar al garaje y que volvería enseguida.

- Vale – escuchó.

Bajó al garaje y pudo comprobar que el coche no estaba allí. Malo,

malo. Algo malo le había pasado a Arturo. Subió de nuevo a la casa con

paso acelerado y la intención de llamar a los hospitales, para preguntar

si tenían noticias de un tal Arturo Briones. Buscó los números de

teléfono en internet y llamó a todos y cada uno de ellos, públicos y

privados, pero en todos obtuvo la misma respuesta: nadie sabía nada.

Llamó al 091 y todo lo que consiguió sacar en claro fue que, si llegada

la noche seguía sin noticias y lo estimaba oportuno, podía poner una

denuncia por la supuesta desaparición de su pareja.

Ya no sabía qué hacer. Volvió a llamarlo, pero una vez más se

agotó la llamada sin que nadie respondiera. Se acordó de pronto de la

Guardia Civil. Llamó y encontró que tampoco ellos tenían noticias de

ningún Arturo Briones, solo que aquí se tomaron algo más de interés

que en la Policía Nacional, donde habían sido correctos con ella, pero

limitándose a pedirle paciencia y a seguir sus protocolos de actuación.

- 198 -
En la Guardia Civil parecieron interesarse algo más por su caso.

Al contarles que había desaparecido con su coche, le pidieron la

matrícula para buscar en su base de datos, pero tampoco había nada.

Le recomendaron que llamara a la Policía Local, por si ellos podían

darle alguna información y le ofrecieron sus oficinas, como hicieron los

policías nacionales, por si quería presentar denuncia por desaparición.

Llamó a la Policía Local y allí le dijeron que no sabían nada, pero

que por lo que estaba contando, y en el caso de que hubiese algún

registro relativo a su pareja, era otro turno el que estaba de servicio, por

lo que hasta mañana no le podrían informar con seguridad. Le

explicaron que las hojas de servicio que los agentes entregan en la

unidad administrativa al terminar su turno, no se informatizaban hasta

el día siguiente, recomendándole por ello que llamase entonces, hacia la

mitad de la mañana, momento este en el que tendrían disponible la

información acerca de los servicios efectuados hoy lunes y podrían

decirle algo, si es que había alguna noticia relativa a su caso.

Se pasó la tarde al teléfono, llamando y alertando a toda aquella

persona que se le ocurría que pudiera tener alguna relación con Arturo,

y de la que tuviera su número. Bajó hasta el bar de la esquina, con

cuyo dueño habían establecido cierta relación de amistad como clientes,

ya que algunos días en los que les había pillado el toro de su indolencia

con la comida, lo solucionaban bajando hasta allí para comprar unos

- 199 -
platos cocinados que les sacaran del apuro, pero tampoco él sabía nada

de Arturo.

Cuando subió a la casa se encontró a su hija en jarras, en mitad

del pasillo.

- ¡Lo sabía! – le espetó con muy mala cara.

- ¿El qué? – respondió Marta, sorprendida.

- Que me iba a dejar tirada. Lo hace aposta ¿Y ahora qué hago? –

acabó diciendo Lucia, mientras cambiaba la cara de enfado por la de

estar a punto de romper a llorar.

Marta comprendió que se refería a Arturo y a su compromiso de

llevarla a la fiesta de Carmen, lo que le hizo acordarse también de su

padre.

- ¡Es verdad! Tu cumpleaños ¡Y el abuelo! Mira Lucia, creo que

algo malo le ha pasado a Arturo, y eso es más importante.

- Claro, él siempre es el importante. Yo te importo una mierda.

- Mira Lucia, no está el horno pa bollos ¿De verdad te crees que si

me importases una mierda, te iba a aguantar lo que te aguanto? No me

calientes ahora la cabeza, que bastante caliente la tengo ya.

- Y Toñi y yo nos quedamos sin cumpleaños – respondió Lucia,

ahora sí rompiendo a llorar a moco tendido.

- 200 -
Marta se la quedó mirando. Comprendió que el sufrimiento de la

niña no era tanto por no poder ir a la fiesta, como por un equivocado,

aunque no por ello menos desgarrador, sentimiento de abandono, y por

el miedo al futuro que éste le generaba.

- Vamos a solucionar eso – le dijo mientras la abrazaba

cariñosamente – Yo te llevo.

- ¿Y entonces no vas a ir a ver al abuelo?

- No puedo estar en dos sitios a la vez.

- Vale – contestó Lucia, cambiando las lágrimas por un gesto de

satisfacción y dirigiéndose a su cuarto.

- (¡Dios mío, qué edad más tonta!) – pensaba Marta mientras se

encaminaba hacia a la salita. Una vez allí, llamó a su padre por el

teléfono inalámbrico que había dejado encima de la mesa. Le anunció

que no podría hacerle la visita que le había prometido, le pidió

disculpas por ello, y le contó los motivos y lo preocupada que estaba por

la falta de noticias de Arturo.

Su padre intentó tranquilizarla. Le dijo que Arturo era un hombre

muy formal y que si no la había llamado todavía, debía ser porque no

habría podido, fuese por la razón que fuese, pero que en cuanto

pudiese, seguro que se ponía en contacto con ella, o aparecía por la

casa. Según ella, ya había llamado a todos los hospitales y a la policía, y

- 201 -
allí no sabían nada de él, lo que significaba que lo más probable era que

no le hubiese pasado nada malo. A Marta le hubiese gustado creerlo

pero no podía, aunque no dijo a su padre nada más al respecto, para no

preocuparlo también, y se despidió de él.

Cuando cortó la llamada, se acordó de nuevo del móvil de Arturo.

Volvió a llamarlo y ahora escuchó la grabación del contestador

automático, anunciando que el teléfono marcado no se encontraba

operativo en ese momento. Dedujo que se había debido quedar sin

batería, con lo cual él tampoco podría llamarla ¿Qué hacer? No le

quedaba otra que esperar.

2.6. Elihá.

El hecho de caer en la cuenta de que ahora solo veía seres de luz,

le hizo acordarse de los de carne y hueso, y más concretamente de

Lucia. Había quedado con ella en llevarla, junto con su amiga Toñi, al

cumpleaños de Carmen, para que así su madre pudiese visitar al

abuelo, y les iba a fallar a las dos.

- Oye Elías, me he dejado un asunto pendiente en la Tierra que

quisiera solucionar. Es importante para mí.

- ¿Y cómo quieres hacerlo?

- Por ejemplo… ¿Haciéndole una visita…?

- 202 -
- ¿A Lucia? ¿Ahora?

Arturo pensó que esto de la telepatía tenía sus ventajas. Ahorraba

mucho tiempo en las conversaciones.

- Si puede ser… - dijo.

- Poder ser, lo que se dice poder ser, puede ser, pero no es

recomendable, a menos que quieras darle un buen susto.

Niemsé recordó que ya no tenía cuerpo físico y que los vivos no

podían verle, aunque algunos sí que pudieran sentirlo. Recordó también

cómo recuperó la antigua forma de sus piernas, con zapatos y

pantalones incluidos, cuando empezaba a explorar las posibilidades del

que entonces le pareció un nuevo mundo.

- Precisamente por eso – escuchó de pronto decir a Elías. – Date

cuenta de lo que le vas a presentar a Lucia: un Arturo

semitransparente, extrañamente iluminado, y al que puede sentir

cuando la toca ¿Cómo crees que va a reaccionar?

Al pensar en ello se vio en la escena como espectador de esas

películas multidimensionales que se podían vivir en este mundo. Esto sí

que no tenía nada que ver con el cine, ni siquiera con la mejor realidad

virtual. Era maravillosamente mejor porque aquí, además de ver y oír,

se olía, se vivía, y se podía sentir lo mismo que sentían y pensaban los

participantes. Estaba en la escena, aunque más que “en”, él mismo

- 203 -
formaba parte de ella, por lo que decir que estaba dentro, aunque solo

fuera como espectador y sin intervenir para no cambiar lo que allí

estuviera sucediendo, expresaba mejor su experiencia.

Una de las cosas que ahora podía hacer, era poner su atención

donde quisiese y vería, oiría, olería y sentiría lo mismo que allí se

estuviese viendo, oyendo, oliendo y sintiendo. De hecho, en la escena en

la que estaba ahora, podía percibir a Lucia sentada en la mesa de

trabajo que tenía en su habitación. Sintió su preocupación, lo que le

sorprendió, porque supo que esa preocupación era por él y por la falta

de noticias que tenían al respecto de su persona.

Quiso entonces presentarse ante ella. Su mesa estaba pegada a la

ventana, justo debajo, para que así pudiera aprovechar el máximo de

luz natural posible mientras hacía sus trabajos académicos, y solo

detrás de la niña quedaba sitio libre suficiente para alguien. Estaba

tratando de decidir si a la derecha o a la izquierda, cuando se acordó de

que se podía poner donde quisiese, ya que podía atravesar las paredes.

Como aún entraba bastante luz por la ventana, pensó que lo

mejor sería mostrarse en una esquina de la habitación, de las dos que

Lucia tenía frente a ella. En concreto la que la niña tenía a su izquierda,

que era la más oscura.

Ya que ahora era de luz, en ese sitio pensó que le vería mejor,

aunque estuviese atravesando la estantería que allí había, y así lo hizo.

- 204 -
Lucia lo vio y su chillido debieron escucharlo hasta en la calle. Del salto

que dio, la silla con ruedas que ocupaba acabó estrellándose contra la

puerta, que estaba frente a la ventana, al otro lado de la habitación, y lo

hizo con un enorme estrépito, acorde a la velocidad con que la despidió.

Saltó sobre la cama y se apretujó contra la pared, aterrorizada y con la

cara desencajada.

- Cosas como estas pueden ocurrir, si se actúa imprudentemente

– escuchó decir a Elías.

Lo escuchó y lo vio, porque la escena de Lucia ya había

desaparecido. Ahora estaba frente a su Gandalf particular, que le

sonreía y le hablaba con ese amor y esa dulzura que le eran tan

característicos

– Cada uno llega hasta donde ha llegado en el desarrollo de la

habilidad para generar materia y tú parece que, por el momento, no

puedes hacerlo mejor – le dijo.

- Menudo susto se ha llevado la muchacha.

- Bueno, quédate tranquilo. En realidad eso no ha ocurrido.

- ¿Cómo que no ha ocurrido?

- No. Ha sido una recreación para ti de lo que podría haber

pasado, si lo hubieras hecho. Ya te había dicho que hay que ser muy

prudentes y cautos al contactar con los seres humanos, pero como

- 205 -
parecías no haberlo entendido, he probado de ésta otra manera. A ver si

así…

- Entonces ¿Lucia no me ha visto?

- En su mundo, no.

- ¿Ni se ha llevado un susto casi de muerte?

- Tampoco.

- ¿Esto no ha pasado?

- Para ti y para mí, sí. Para Lucia, no. Yo no soy un creador de

mundos muy experto todavía, pero cosas como ésta puedo hacerlas con

relativa facilidad.

-Muy bien listillo, tú me dirás cómo, pero yo tengo que avisar a la

niña y a su madre de que no voy a poder ir a recogerla. Alguna manera

tiene que haber.

- Por supuesto que la hay. De hecho, hay una infinidad de

posibilidades. Esa no es una cuestión por la que haya que preocuparse

ahora, afortunadamente. Más práctico me parece ponerse a buscar,

hasta encontrar una que sea respetuosa con todas las partes

implicadas, a la vez que útil.

- ¿Eso qué significa?

- 206 -
- Que hay un infinito número de posibilidades alternativas a

cualquier opción, por lo que siempre puedes buscar hasta encontrar

una que acabe siendo respetuosa y útil para con todos los implicados,

mejor que otra que solo lo sea para ti. Recuerda que no estás solo en el

universo.

Lo que acababa de escuchar de Elías tenía sentido. A veces había

hecho cosas en la vida pensando en su beneficio, que habían resultado

perjudiciales para otros.

- Anda ven – le dijo – No sueltes mi mano, que vas a comprobar

por ti mismo cómo lo hace un Maestro en contactar con los seres

humanos. Tenemos permiso para que puedas experimentar con la

forma de trabajar de un gran experto.

- Hola Niemsé. Soy Elihá.

Quien se presentaba de esa manera era otro ser de luz, que había

aparecido así, de repente. Tenía el aspecto de una mujer, con el pelo

lacio y largo, de mediana edad, y muy guapa. También ella vestía esa

túnica blanca que parecía el uniforme de los de por aquí.

Había aparecido así, de golpe, de la misma manera que lo había

hecho la percepción que tenía ahora del profundo respeto que emanaba

de Elías hacia ella, quien por cierto le había soltado de la mano.

- 207 -
Elihá imponía respeto. Niemsé también sentía un profundo

respeto por ella, a la par que una extraña sensación de familiaridad,

aunque no supiese muy bien el por qué de ambas cosas. Pensó que

quizás fuese por su también potente emanación de bondad, amor, y

sabiduría.

Su luz era muy similar a la de Elías, con ese color blanquiazul

que ya le era familiar en su Maestro, con azules oscuros e intensos

reflejos morados. Cuando Elías y ella se miraron, la intensidad de sus

luces y colores se reavivó, hasta que aquello se convirtió en una

maravilla radiante multicolor, de la que emanaba amor, sabiduría, y

respeto. Todavía se sorprendía por lo espectacularmente bellas que

podían llegar a ser aquí las cosas.

Elías y Elihá se miraban, y Niemsé supo que estaban

comunicándose. No era capaz de entender cómo, pero sabía que

estaban haciéndolo de una manera que él también podría hacer algún

día.

- Elihá va a mostrarte una forma sutil de comunicar con los seres

humanos, sin asustarlos – le dijo Elías, y acto seguido se encontró en

una habitación en la que había un joven que aparentaba tener algo más

de treinta años, sentado en su escritorio, y al parecer, escribiendo.

Elihá no le había pedido que le diese la mano, pero sabía que esto

era cosa suya, porque al tiempo que pudo ver al joven, fue también

- 208 -
capaz de saber, de esa forma tan inmediata por la que aquí se podían

llegar a conocer los asuntos propios de los demás, que el joven, a pesar

de que no se ganara la vida con la poesía, sino con la cirugía, estaba

interesado en conseguir crear un poema místico, donde forma y fondo

fueran una sola cosa.

Supo también que no le interesaban los lectores que podían

entender fácilmente el fondo de ese poema, sino aquellos otros que, aún

leyéndolo, no acabaran de entender su mensaje. Quería enviarlo a lo

más profundo de su subconsciente de lo que fuera capaz, porque creía

que allí actuaría como una semilla, presta para germinar en cuanto se

diesen las mínimas condiciones idóneas para ello.

Para éstos estaba trabajando en la forma, y lo estaba haciendo

con un soneto. Había conseguido el soneto que quería hacer, pero no

estaba satisfecho. Lo tenía escrito en un papel, entre una maraña de

tachaduras, cuentas, flechas, palabras escritas entre líneas, figuras

geométricas, listas de números y notas a todos los márgenes. Decía así:

Para el Arte Real catorce son necesarios

pero hay todavía un más allá, algo más sublime,

donde por un punto más serán seis lo que se estime

como que hora son cinco sin precisar comentarios.

- 209 -
Seis es el jugo de quince cuando a éste lo exprimes

y cinco resulta de catorce el corolario

dando fe de ello la suma como notario

que cuatro más uno en cinco, y más otro en seis devienen.

Si has conseguido seis tienes también dos trinitarios.

Si además consigues que éstos dos entre ellos se arrimen

y lo hagan uno hacia arriba y el otro al contrario,

podrás ver cómo en un solo verso se comprime

de todo el universo su total totalitario

y escuchar su música cuando consigas que rime.

Niemsé pensó que aquel hombre no lo hacía del todo mal como

poeta, aunque se ganara la vida como médico. Supo lo de su trabajo, lo

mismo que lo de su afición a la poesía y su interés por la mística, por

- 210 -
medio de esa difusión del saber ajeno que aquí parecía practicarse,

como por ósmosis.

Había conseguido el soneto que buscaba, pero no se había

quedado satisfecho. No le parecía suficiente la simbología que había

conseguido introducir en él, y no encontraba cómo mejorarla. Para eso

había venido Elihá.

Niemsé supo también que el único allí que no era consciente de la

presencia de Elihá, era el joven poeta, su anfitrión. Sintió cómo Elihá se

extendía por el joven, interpenetrándolo hasta armonizarse por

completo con él. Ahora eran cuatro energías diferentes habitando un

mismo cuerpo físico. Una de ellas era una mera observadora, y sólo

estaba lo suficientemente armonizada con la energía anfitriona como

para poder tomar conciencia de lo que estaba ocurriendo; ese era su

caso. Otra estaba allí únicamente por si el observador necesitaba de su

apoyo y ayuda; ese era Elías. La tercera había venido para inspirar a la

usuaria habitual de este cuerpo del joven poeta. Esa era Elihá, que se

había sincronizado con la energía de este hombre hasta fundirse en

parte con ella.

Para guiarlo en la búsqueda que estaba haciendo, empezó

enviándole cuerdas de energía, dirigidas al lado derecho de su cerebro,

a la vez que alrededor de su hemisferio izquierdo formaba una especie

de barrera energética. Niemsé supo que lo hacía así porque en este

- 211 -
humano, como en la mayoría de ellos, sus dos hemisferios aún no

estaban totalmente sincronizados y especialmente en el caso de los

occidentales, como era éste, el izquierdo solía ser el dominante, con una

actividad analítica más y mejor ejercitada.

Enviaba ondas de energía al hemisferio derecho, donde más fácil

era su recepción, de modo que desde allí pudiesen expandirse al resto

del cerebro, pero ponía una barrera para que no fueran filtradas por el

izquierdo y se perdieran por allí, siendo bloqueadas por razonamientos

analíticos. Antes o después, esa energía dirigida que le enviaba Elihá,

activaría lo que este cerebro tuviese disponible para conseguir el

objetivo que se había propuesto. De ésta forma sutil, ayudaba al joven

en la creación del poema que estaba buscando. Niemsé se dio cuenta de

que estaba a años luz de poder llegar a hacer algo como eso.

Aquel poeta, inspirado ahora por Elihá, había empezado

repasando las teorías matemáticas y geométricas de los pitagóricos,

hasta llegar a un tal Luca Pacioli, pasando por Leonardo Bigollo, al que

él conocía por el sobrenombre de Fibonacci. Pero el trabajo de lo que

parecía la mismísima representación arquetípica de la Virgen María,

aunque sin velo y con el pelo blanco, iba aún más allá.

Se activaron imágenes geométricas en la mente de aquel joven.

Un punto que se movía generando una línea, que a su vez, al moverse,

generaba un plano, que daba lugar a un cubo cuando seguía

- 212 -
moviéndose. Triángulos, círculos, cuadrados, los cinco sólidos de

Teateto; esferas, estrellas, algunas de estas figuras entrelazadas y otras

circunscritas, eran evocadas en la mente de aquel hombre, ayudándole

a encontrar lo que buscaba, hasta que consiguió definir la estructura

del poema que quería crear y acabó escribiendo algunos con arreglo a

ella. Aún así, seguía insatisfecho.

Sin embargo, Elihá debió considerar que su trabajo ya estaba

hecho cuando el poeta escribió los primeros poemas acordes con esta

nueva estructura, porque entonces fue cuando salió de allí, llevándose

con ella a él y a Elías. Ahora estaban de nuevo en el mundo de la luz.

Elías y Elihá le miraban sonrientes y con dulzura.

- ¿Qué te ha parecido? – le preguntó Elías.

- Impresionante. Me he quedado de patata. ¿Esto lo hacéis a

menudo?

- Sí. A Menudo también se lo hemos hecho – le contestó Elías.

- Ahora eres tú el que se hace el graciosillo.

- Si, tienes razón. Me apetecía bromear un poco contigo,

haciéndote de espejo. Lo cierto es que estamos en contacto permanente

unos con otros y de maneras muy diferentes. Por eso, en la cultura de

la que vienes, algunos nos han llamado el Ángel de la Guarda; otros nos

llamaron Daemon, espíritus guías, y cosas así.

- 213 -
- Ahora mismo yo no sería capaz de hacer algo como esto con

nadie.

- Te ha faltado decir todavía. Has tenido otra oportunidad de

experimentar cómo trabaja una experta, a la que ha costado mucho

tiempo y esfuerzo llegar a desarrollar y dominar con maestría esta

habilidad, pero ha estado bien que pudieras refrescar la experiencia de

cómo funcionan algunos de los métodos que nos permiten

comunicarnos con sutileza con los humanos. Algunos de esos que en la

Tierra llamabais fantasmas, son el resultado de toscos intentos de

comunicación como el tuyo. Lucia puede que te hubiese interpretado

así, si hubieses llegado a hacer lo que pretendías. Es preferible ir con

pies de plomo para evitar perturbar a los humanos, porque eso hace

más difícil la comunicación con ellos.

- ¿Entonces eso son los fantasmas? ¿También existen, como los

extraterrestres?

- Existen porque así los llaman, pero no todos son el resultado de

una torpe interacción entre un ser de… más allá y un humano.

También hay seres humanos con una sensibilidad más desarrollada,

que pueden interactuar con seres de otras dimensiones, o de planos

adyacentes al suyo, algunos de los cuales puede que aún no hayan

aprendido a manejarse muy bien entre ellos, y viceversa. También

puede ocurrir que un humano sensible llegue a percibir seres de otras

- 214 -
dimensiones, aún cuando no haya interacción entre ellos, más allá de la

sensorial. Estos casos se dan más a menudo en niños que en adultos,

niños que con frecuencia hablan con amigos invisibles, por ejemplo.

Otras veces son seres espirituales aún poco evolucionados todavía, que

perdieron su cuerpo físico, pero deciden permanecer por un tiempo

cerca del mundo terrestre. Esto puede estar motivado por muchas

razones diferentes, desde el deseo de protección a seres queridos, a la

desorientación, pasando por el excesivo apego al mundo material, pero

en cualquier caso no tiene mucho sentido tenerles miedo.

- Pues en el numerito que me has montado con Lucia, no veas el

susto que se ha llevado la criatura.

- Si, y en su caso era miedo a lo desconocido, no a ti, y la

impresión, además de ser innecesaria, podría perjudicarla. Por eso te he

mostrado lo que podías haber llegado a provocar.

Durante toda esta conversación, Elihá había permanecido

sonriente y en silencio. Se acordó de ella y de la pregunta que tenía en

mente hacerle, antes de que Elías hiciera la suya, preguntándole a él

qué le había parecido la experiencia. Este Elías era un bromista y eso le

gustaba, pero a veces también le distraía.

- Hay una cosa que me intriga – dijo dirigiéndose a Elihá - ¿Por

qué lo has dejado insatisfecho?

- 215 -
- ¿No pretenderás que haga yo todo el trabajo? – respondió ella,

con su encantadora sonrisa.

Niemsé se la quedó mirando, extasiado.

- Desde luego, si te has dado una vuelta por la Tierra, ahora

comprendo lo de las apariciones marianas – le contestó.

La sonrisa de Elihá perdió su sutileza, ganado plenitud hasta

llegar a mostrar ampliamente lo que se supone que debían ser sus

dientes.

- No es mi misión hacer su trabajo, sino ayudarles a ello. Si

alguna vez me han interpretado como la Virgen María, otras lo han

hecho como una diosa, o un fantasma, pero eso es menos importante

que su aprendizaje, su propio progreso – y dicho esto, se miró con Elías

de la misma forma que se miraron al principio, cuando se le presentó a

Niemsé.

Las luces de los dos Maestros ganaron en intensidad y se

pusieron a vibrar al unísono, hasta convertirse en el maravilloso

espectáculo multicolor que ya había visto antes. Arturo-Niemsé volvió a

sentir el mismo bienestar del que ya pudo disfrutar cuando estos dos se

miraron así, en el momento que conoció a Elihá, hasta que ella se giró

hacia él y el encanto se atenuó.

- 216 -
- Ahora he de irme – le dijo sonriente – y se fundió con él en lo

que podría asimilarse a un abrazo, solo que éste era muy especial: se lo

daba un ser del mundo de los espíritus.

De nuevo volvió a sentir esa familiaridad que ya percibió cuando

la conoció, pero esta vez no le resultó tan extraña, como tampoco la

impresión que le causó el inmenso amor que sintió, muy similar al que

había experimentado cuando le dio la mano a Elías por primera vez; ni

le extrañó que esta sensación le resultara tan gratificante, ni que se le

pasara por la cabeza, o por lo que quedase de ella, la idea de

permanecer en ese estado por tiempo indefinido. Lo que le sacó del

trance, fue la rápida desaparición de Elihá. Tan rápida y repentina

como había sido su aparición.

2.7. Lucía.

El autobús urbano tenía una parada frente al instituto y otra muy

cerca de la puerta de su casa, por lo que a veces prefería pagarlo con su

asignación semanal, a tener que hacer el camino andando, aunque no

hubiese mucha distancia entre uno y otra.

Cuando llegó a la casa, como hacía de forma rutinaria, se fue

derecha a su habitación para soltar la mochila. Hoy no pensaba sacar

de ella todavía los materiales para los deberes del día, como

habitualmente hacía, porque esta tarde tenía previsto asistir a la fiesta


- 217 -
de cumpleaños de Carmen. La dejó caer sobre la cama y se dirigió a la

cocina, donde se preparó su parte de la comida. Luego se la llevó a la

salita, para comer allí tranquilamente, mientras veía un poco de

televisión, antes de que llegase Arturo.

Cuando terminó de comer recogió los platos, los llevó a la cocina,

y como Arturo aún no había llegado, se volvió a la salita para seguir

viendo la tele, desparramada en el sofá. Se quedó dormida. Cuando se

despertó, le llamó la atención el programa que estaban emitiendo en

esos momentos. Ella no lo veía nunca, lo que significaba que había

pasado el tiempo suficiente como para que Arturo ya estuviese allí. Miró

a su alrededor, pero ni lo veía, ni lo escuchaba. Miró la hora en su móvil

y comprobó que su madre tardaría todavía un poco en llegar. Aguzó el

oído, pero no escuchó nada más que el sonido de la televisión. Aquello

era muy raro ¿Dónde estaba Arturo?

Se levantó despacio y con precaución, como quien espera

sorprender a alguien sin ser visto. Asomó lentamente la cabeza por la

puerta, para ver si estaba en el pasillo, o en la habitación que él usaba

como despacho, que estaba al fondo. Nada. Muy despacio y aguzando

aún más el oído, llegó hasta la cocina. Nada. Ni allí, ni en el lavadero.

Aquello era muy raro.

Recorrió todo el piso, habitación por habitación, terraza incluida,

pero Arturo no estaba. Tuvo una idea: volvió a la cocina y pudo

- 218 -
comprobar que el cenicero donde dejaba las llaves del coche siempre

que llegaba a la casa, estaba vacío; y los platos y cubiertos que ella

había utilizado, seguían allí sin recoger. También estaba el resto de la

comida, que nadie más que ella parecía haber tocado. Definitivamente,

Arturo no había llegado. Pues a ella nadie le había dicho nada, pensó.

- Verás que me voy a quedar sin fiesta – se dijo a sí misma,

mientras se dirigía a la salita para apagar la tele.

Se fue a su habitación, se sentó en su mesa y se puso a leer una

novela de ciencia ficción que tenía a medias. En ello estaba cuando oyó

moverse la cerradura y la consiguiente apertura de la puerta de la casa.

Conocía aquella forma de caminar: era su madre. Por cómo había

cambiado el paso, y lo que se entretuvo cuando pasó por delante de la

cocina y la salita, supo que estaba buscando a Arturo. Ella la última,

como siempre.

Esto pensaba cuando su madre entró en la habitación para

saludarla, ahora sí, darle un beso, y cómo no, peguntarle por Arturo.

- ¿Y Arturo?

¡Y ella qué sabía! ¿Acaso Arturo le daba alguna vez explicaciones

de algo?

- No lo sé – le contestó.

- ¿Se ha ido?

- 219 -
- No. No ha venido a comer.

- ¿Que no ha venido a comer?

- Pues no.

Notó el gesto de preocupación en el rostro de su madre.

- ¿A ti te ha dicho algo, te ha llamado?

Ésta sí que era buena. Su madre todavía seguía esperando que

alguna vez Arturo se dirigiera a ella para algo que no fuera fastidiarla.

Si no había venido a comer, ese era su problema. Además, con un poco

de suerte igual ya no aparecía nunca más por la puerta. Le había dicho

que las iba a llevar, a Toñi y a ella, al cumple de Carmen, y éste era

capaz de inventarse cualquier cosa con tal de hacerle la puñeta.

– Verás que no nos va a llevar al cumple de Carmen – le dijo a su

madre, a lo que ésta le contestó que ya veríamos. Sabía lo que eso

significaba: déjame en paz.

- Bueno, voy a comer algo – dijo, como excusa para quitarse de en

medio.

Su madre fue a comer a la salita y ver la tele, pero ella prefirió

seguir leyendo su novela, que le estaba resultando muy interesante,

porque planteaba los problemas que podían ocasionar las paradojas en

los viajes por el tiempo.

- 220 -
Volvió a su habitación y al rato escuchó a su madre hablar por

teléfono. No prestó mucha atención a las conversaciones, hasta que

apreció el tono de preocupación en su voz. Aguzó el oído y pudo

comprobar que sí, que estaba muy preocupada y como no, por Arturo.

-¡Lucia, bajo un momento al garaje! – le había gritado desde la

cocina.

Lo cierto era que Arturo ya estaba tardando demasiado y se

acercaba la hora del cumpleaños. Menos mal que Toñi aún tardaría un

poco en llegar.

- (Verás que me voy a quedar sin cumpleaños) – pensó otra vez,

pero como aún quedaba tiempo, volvió a su novela.

Su madre regresó enseguida del garaje y se puso a llamar como

loca a todo el mundo: hospitales, policía, guardia civil, municipales, y

un montón de gente más, preguntando siempre por Arturo. Al parecer,

esta mañana había salido del garaje con el coche y nunca más se supo,

ni de él, ni de su coche. Lo mismo le había pasado algo al idiota ese, fue

la idea que se le pasó por la cabeza, aunque la desechó al considerar

como más probable que lo hiciera aposta, para fastidiarla y alejarla de

su madre, que es lo que de verdad andaba persiguiendo desde hacía ya

mucho tiempo. Por cierto que su madre salía a la calle otra vez, y ahora

sin decirle nada.

- 221 -
Cuando volvió la estaba esperando. Nada más oír la llave

entrando en la cerradura, se plantó en jarras en mitad el pasillo.

- ¡Lo sabía! – le espetó, apenas entraba por la puerta.

- ¿El qué?

- Que me iba a dejar tirada. Lo hace aposta ¿Y ahora qué hago? –

y mientras lo decía, recordaba que no era ella sola la que se iba a

quedar sin fiesta. Toñi también se iba a quedar colgada por su culpa y

lo que era peor de todo, no iba poder estar con Dani, al que había

tenido que pedir expresamente a Carmen que lo invitara. Con la rabia

que le daba tener que pedir favores a la gente, y más si eran de este

tipo.

- ¡Es verdad! Tu cumpleaños ¡Y el abuelo! Mira Lucia, creo que

algo malo le ha pasado a Arturo, y eso es más importante – fue lo que le

contestó su madre. Por Arturo lo olvidaba todo.

- Claro, él siempre es el importante. Yo te importo una mierda.

- Mira Lucia, no está el horno pa bollos – le contestó enfadada y

levantando la voz - ¿De verdad te crees que si me importases una

mierda, te iba a aguantar lo que te aguanto? No me calientes ahora la

cabeza, que bastante caliente la tengo ya.

Esa respuesta le había calado hondo. Su madre tenía que

aguantarla, en vez de quererla y mimarla como hacía antes. Además no

- 222 -
podría estar con Dani, ni con Carmen, y a Toñi le iba a fastidiar la

fiesta.

- Y Toñi y yo nos quedamos sin cumpleaños – dijo llorando.

La emoción la embargó y no pudo aguantarse las lágrimas. Se

sintió abandonada y vulnerable. Parecer débil la enfurecía, y no

conseguir controlar su llanto la hacía enfadarse todavía más consigo

misma, adentrándose así en un bucle que le provocaba cada vez más

ganas de llorar. Su madre se le quedó mirando en silencio por unos

instantes. Luego, ablandó el gesto y la abrazó. Ese abrazo la tranquilizó.

No se entendía ni a sí misma: sentía enfado y compasión a la vez;

no podía aguantarse las lágrimas, y eso le daba aún más ganas de

llorar; además, estaba agobiando a su madre más de lo que ya estaba.

Menos mal que ésta le respondía, aún a pesar del agobio que tenía

encima, diciéndole que estaba dispuesta a renunciar a todo por ella. Le

había dicho que las iba a llevar a la fiesta, en vez de visitar al abuelo.

Por fin había conseguido, por parte de su madre, una prueba de que

todavía le importaba algo.

Volvió a su cuarto, a esperar la llegada de Toñi, pero no pudo

concentrarse en la lectura. Lo que acababa de pasar le rondaba la

cabeza, y lo de Arturo parecía preocupante de verdad. A ella puede que

no le dijera nada, pero que no lo hiciera con su madre no era normal.

La tenía informada de todos sus movimientos para mantenerla

- 223 -
tranquila, y era muy raro que a estas horas no hubiese dado señales de

vida, desde que salió por la mañana. Lo mismo a este gilipollas le había

pasado algo, pensó. Desde luego que Arturo no era santo de su

devoción, pero no por eso le deseaba nada malo.

2.8. Los novenarios.

Su padre le había dejado preocupado. Por lo que le había contado,

parecía haber sufrido una alucinación y eso no le gustaba un pelo. Se

había enterado de ello a lo largo de lo que se suponía que iba a ser una

conversación telefónica intrascendente. Juan Carlos lo había llamado,

antes de seguir con su proyecto de construir un poema que llevara el

mensaje tanto en el fondo como en la forma, y lo había hecho

simplemente para saber de él.

Lo que no le pareció intranscendente, es que le contara que había

visto desaparecer una cabeza. Una cabeza sola, sin cuerpo. Además, lo

hacía muy convencido de lo que decía. Esa sintomatología le

preocupaba seriamente, porque bien podría estar causada por una

metástasis cerebral del cáncer de tiroides que padeció tiempo atrás, por

lo que había insistido en que mañana se viniera con él a su casa, y así

poder hacerle unas pruebas en el hospital donde trabajaba. Tendría que

volver a pedir algunos favores, pero la ocasión lo merecía, y ya que

- 224 -
hasta mañana no podía hacer nada más por su padre, se dispuso a

seguir con sus poesías, como tenía previsto.

El proyecto que tenía entre manos era enriquecer la creación

poética con un poema místico, que garantizara que el mensaje llegaba a

lo más profundo de su lector, con independencia de que éste lo

entendiera conscientemente, o no. Para ello tenía que utilizar símbolos.

Creía que una buena poesía debía ser capaz de atravesar la capa

exterior de la conciencia del lector, para llegar hasta su yo más

profundo. Para conseguirlo, el poeta cuenta como herramienta

necesaria con su propia sensibilidad, pero si no la tiene suficientemente

desarrollada todavía, como pensaba que era su caso, los recursos

estilísticos podían ser de mucha ayuda, por lo que últimamente estaba

escribiendo poemas muy reglados, con métrica y rimas muy estrictas.

Los académicos consideraban al verso alejandrino, con sus 14

sílabas, como el más sublime, pero su reducción matemática daba cinco

como resultado: 1+4=5. Si se le añadía una sílaba más al verso, al

sumar 1 mas 5 para encontrar su reducción, el resultado era 6, o lo que

es lo mismo: dos veces tres, o dos triángulos. Como había practicado

mucho con los sonetos y podía construirlos con relativa facilidad, se

decidió por hacer uno para experimentar.

Si iba a proponer el tránsito del verso de catorce sílabas al de

quince, para adecuar forma y fondo debería utilizar versos de catorce

- 225 -
sílabas cuando hablase del arte real, y de quince cuando hiciese la

propuesta, por lo que iba a tener un soneto con versos de 14 y de 15

sílabas. Tras unos cuantos intentos, corregidos muchas veces hasta

acabar desechándolos, consiguió empezar.

Para el arte real catorce son necesarios. Primer verso del primer

cuarteto, con catorce sílabas.

Pero hay todavía un más allá, algo más sublime. Unas cuantas

pruebas más y tenía el segundo verso del primer cuarteto, con quince

sílabas, pretendiendo ejemplificar con ello ese más allá del que hablaba.

Donde por un punto más serán seis lo que se estime. Más pruebas

y un tercer verso, en rima consonante con el anterior y quince sílabas.

Su reducción matemática era seis: 1+5=6.

Como ahora son cinco sin precisar comentarios. Último verso del

primer cuarteto, en rima consonante con el primero y catorce sílabas,

con reducción matemática a cinco. No se le ocurrió nada mejor que lo

de los comentarios para poder terminar el primer cuarteto con rima

ABBA, de forma que así quedara abierto y cerrado por dos versos de

catorce sílabas, que envolvían otros dos de quince. La rima A

consonante, sería exclusiva para los versos de catorce sílabas, pudiendo

los de quince usar las demás. Siguió con el segundo cuarteto.

- 226 -
(B) Seis es el jugo de quince cuando a éste lo exprimes

(A) y cinco resulta de catorce el corolario

(A) dando fe de ello la suma como notario

(B) que cuatro más uno en cinco y más otro en seis redimen.

Este segundo cuarteto había conseguido abrirlo y cerrarlo con

versos de quince sílabas, que englobaban otros dos de catorce, todos

ellos en rima consonante BAAB, y con él pretendía seguir dando pistas

acerca del uso de la reducción matemática pitagórica. Tenía ya dos

cuartetos cerrados y con ellos dos círculos cerrados circunscritos, que

cuando se mueven en torno a su punto central, generan dos esferas

concéntricas. La rima y la métrica definen los dos círculos cerrados: el

primer círculo representado por el primer cuarteto, que a su vez tiene

circunscrito otro círculo formado por los dos versos centrales (ABBA), y

el segundo por el siguiente cuarteto, también con otro círculo

circunscrito (BAAB).

Las rimas también podían representarse gráficamente como dos

círculos entrelazados: uno formado por la rima A y otro por la B, todo

ello circunscrito en la esfera que formaban los dos cuartetos: A-B-B-A-

B-A-A-B, en cuyo interior estaban también las formadas por A-A-A-A y

por B-B-B-B entrelazadas.

- 227 -
Tocaba ahora empezar la segunda parte del soneto. En ella, una

vez presentada la tesis, era el turno para exponer los argumentos, por lo

que creyó conveniente que ambos tercetos estuviesen compuestos por

versos de quince sílabas. Para reforzar aún más el peso de los

argumentos, la rima sería ABA BAB, de modo que sirviera para dar

continuidad en el paso del primer al segundo terceto, así como de

continuación a la serie A-B iniciada en los cuartetos. A ello había que

añadir que no se le podía encontrar mucho sentido al texto, sin leer

ambos tercetos como si fuera un solo sexteto. Después de mucho

probar y corregir, consiguió construirlos.

(A) Si has conseguido seis tienes también dos trinitarios.

(B) Si además consigues que éstos dos entre ellos se arrimen

(A) y lo hagan uno hacia arriba y el otro al contrario

(B) podrás ver cómo en un solo verso se comprime

(A) de todo el universo su total totalitario

(B) y escuchar su música cuando consigas que rime.

Con el primer verso del primer terceto, pretendía evocar la idea

del triángulo, ya que el seis es un tres duplicado. Dos triángulos, uno

por cada terceto, que enlazados uno con la punta hacia arriba y el otro

- 228 -
con la punta hacia abajo, formaban el símbolo conocido popularmente

como Estrella de David, con el que los antiguos pretendían representar

la unión del mundo material con el espiritual, y adoptado por los judíos

como su logotipo.

Pero no se había quedado satisfecho. Al poema considerado por

los académicos como el más próximo a la perfección de todos, el soneto,

Juan Carlos lo consideraba bastante lejos de ella. Dos cuartetos y dos

tercetos sumaban catorce versos, siendo cinco su reducción

matemática, un número abierto, como ocurría con el verso alejandrino.

No le encajaba, como tampoco le encajaba que se considerase a los

poemas en verso alejandrino los más sublimes. Su reducción

matemática seguía siendo cinco. Pero a los versos pentadecasílabos,

aunque se redujeran matemáticamente a seis, dos veces tres, o dos

triángulos, todavía les faltaban tres sílabas más para poder reducirse a

nueve. Con versos octodecasílabos, cuya reducción resultaba en nueve,

no sólo conseguía tres triángulos, tres veces tres, sino que además

podía tener dos hemistiquios, también cerrados por tres triángulos cada

uno, al usar nueve sílabas por hemistiquio: 9=3+3+3.

Había decidido que su poema debía construirlo con

octodecasílabos, pero no encontraba la rima adecuada. Tampoco

encontraba mucho sentido en considerar al soneto como el poema

mejor construido de los posibles.

- 229 -
Se le ocurrió que si conseguía adecuar la rima y la métrica poética

al patrón tres, potenciaría la capacidad del poema de penetrar en lo

más profundo del lector, y los sonetos no se ajustaban a ese patrón. El

soneto tenía 14 versos y la reducción de 14 es 1+4, es decir 5, un

número de tránsito entre el primer 3 y el segundo, ése que forma la otra

mitad del 6, pero no encontraba una alternativa mejor.

Se le ocurrió entonces repasar la teoría pitagórica de los números.

Para los pitagóricos el cero representaba la nada. Cuando hay creación,

de la nada, del cero, aparece el punto: la unidad, la Mónada que

llamaban ellos y que representaba a la divinidad, aunque aún

inmanifestada. Para poderse manifestar, la unidad necesita tener donde

reflejarse, algo con lo que poder confrontarse, y ya que no existe nada

más que ella misma, se duplica, con lo que ahora aparecen dos unos,

que sumándose el uno al otro dan lugar al número dos: la dualidad.

Es entonces cuando empieza a haber arriba y abajo, blanco y

negro, delante-detrás… El punto se ha movido y ha dado lugar a la

línea, el espacio entre el punto de partida y el de llegada, pero ésta

necesita moverse a su vez para dar lugar a la segunda dimensión y

poder crear la primera figura plana cerrada.

Del 0, la nada, apareció un 1, la creación, y la nada fue ocupada

por un punto. Luego el uno se duplicó, apareció otro 1 y con él una

línea entre dos puntos. Entonces los dos unos pudieron sumarse dando

- 230 -
lugar al 2 y aparecieron los opuestos, la línea, y con ella la primera

dimensión. La divinidad podía manifestarse, tenía dónde reflejarse, pero

su manifestación aún no era completa. Era imperfecta.

Ahora el dos podía sumarse con el uno que le precedía, la misma

divinidad de la que provenía, y aparecía el 3, número con el que se

puede construir un triángulo, la primera figura geométrica cerrada, con

lo que se conseguía, por fin en la trinidad, la primera manifestación

perfecta de la unidad. Aparece entonces la tercera dimensión, con sus

tres ejes espaciales.

Se dio cuenta de que si seguía la progresión (0,1,1,2,3…),

sumando el anterior al último número obtenido, el resultado era la

misma que descubrió Fibonacci cuando estudiaba la reproducción de

los conejos. Así pues, al 3 le seguiría el 5, luego el 8, el 13, el 21, 34,

55, 89, 144 y así sucesivamente.

Recordó que una de las propiedades de esta serie es que,

tomando de ella dos números consecutivos cualesquiera y dividiendo el

mayor por el menor, cuanto mayor fuesen los números, más se

aproximará el resultado al número phi, también conocido como

Proporción Áurea: 1,618033988749… y número irracional por

excelencia, que no llega nunca a reducir sus decimales a la unidad.

Este número inspiró al matemático y teólogo italiano Luca Pacioli a

publicar en 1509 un libro titulado La Divina Proporción, en el que daba

- 231 -
sus ya famosas cinco razones por las que consideraba que el número

áureo era eso: divino, lo que parecía justificar su promiscua presencia

en la naturaleza.

Su poema debería usar como patrón el número tres,

concretamente tres veces tres, y estar construido en torno a la

proporción aurea. Para ello utilizaría versos octodecasílabos, cuyo

patrón numérico era el tres y su reducción matemática nueve. Además,

si lo hacía bien y sabía casar las rimas, podría conseguir tres poemas

en uno: el primero formado por los primeros hemistiquios de cada

verso, el segundo por los hemistiquios finales, y el tercero por el verso

completo. Otra vez el patrón triangular, el número 3.

Quedaba encontrar la rima y la estructura adecuada para sus

versos de dieciocho sílabas. Había partido del soneto, que tenía catorce

versos, pero ese número no figuraba en la sucesión de Fibonacci. El

número inmediatamente anterior más próximo en la serie era el 13 y el

siguiente era el 21. Encontró que dos cuartetos y cuatro tercetos

sumaban un total de 20 versos. Faltaba uno para conseguir 21, el

número que ocupaba la posición novena (3+3+3) en la sucesión y cuya

reducción matemática daba tres como resultado: 2+1=3.

Haciendo gráficos y cuentas, se dio cuenta de que podía seguir

geometrizando el poema si le añadía un verso central. Con un cuarteto

al principio y otro al final, podía abrirlo y cerrarlo simétricamente. Entre

- 232 -
los dos cuartetos podía situar los cuatro tercetos, y si entre éstos, justo

en medio, intercalaba un verso central, además de tener 21 versos,

tendría un poema simétrico en el eje Y arriba-abajo, a la vez que

circular. Este verso central podía ser el portador del mensaje clave del

poema, y podía o no rimar con los versos adyacentes de los tercetos que

lo emparedaban, para atenuar o acentuar su relevancia, según la

conveniencia.

La simetría en el eje X, o izquierda-derecha, la proporcionaban los

hemistiquios, mientras que en el eje Z, profundidad delante-detrás, la

simetría vendría definida por el texto, con lo que se podía sugerir, de

una forma más explícita, la esfericidad en el poema, siendo el verso

central el punto equidistante desde el que moverse en todas las

direcciones.

Quedaba por estructurar las rimas, las cuales debería tomar en

consideración, no solo para todo el poema, sino también para los

hemistiquios, ya que por este método se podían construir tres poemas

en uno. Al menos las rimas finales de cada verso, deberían mantener la

simetría.

Los cuartetos podían variar su rima entre ABBA, ABAB, o AAAA, y

los tercetos podían enlazarse o no con ellos, pero siempre manteniendo

la simetría. Si el primer cuarteto utilizaba una rima ABBA, el segundo y

último debería mantener la misma. Si utilizaba una rima ABAB, la del

- 233 -
último cuarteto debería ser BABA para conseguir simetría con ellos en

un círculo cerrado.

Dependiendo de la rima utilizada en los cuartetos, la de los

tercetos debería ajustarse a ella, en el caso de quererlos encadenados.

De no ser así, podía utilizarse una composición CCC-DDD-DDD-CCC, o

bien CDC o CCC en los cuatro, o cualquier otra, siempre que la simetría

en el eje Y se mantuviera.

Ya tenía la estructura que estaba buscando, de modo que se puso

a la tarea. Aquello era bastante más difícil que construir un soneto,

pero después de mucho emborronar y dibujar, consiguió terminar el

primer poema siguiendo estas reglas. Lo llamó Novenario, por el 9 y sus

tres triángulos, o tres ciclos completos. Su estructura era ABBA-ACA-

CAC-X-CAC-ACA-ABBA. Éste fue el resultado:

(A) Para construir un poema que muestre equilibrio y belleza

(B) tan solo procura que tenga la misma estructura que tienen

(B) el agua, las flores, las piedras, y todo aquello que contiene

(A) y nos ofrece sin reservas nuestra madre naturaleza.

(A) Cuenta una a una las sílabas hasta que dieciocho tengas

- 234 -
(C) para poder así, sin trabas, darle tres vueltas al ternario

(A) y completar de una tacada las de Pitágoras sus cuentas.

(C) También importa recordar que hay que dejarle el mismo espacio

(A) al principio como al final para asegurar que se pueda

(C) un ciclo completo cerrar cuando llegue el turno al corolario.

(X) Una vez estés aquí, habrás llegado al centro universal.

(C) Ahora te puedes mover lo mismo deprisa que despacio

(A) ir del derecho o del revés, siendo que ahora lo que te queda

(C) después de hacerlo disolver, es ver coagular al unitario.

(A) Llegando al cuarto terceto ya la penúltima estrofa estrenas.

(C) Si le sigues poniendo empeño a lo que queda del temario

(A) y hasta cerrar el cuarteto, encontrarás que son tres los poemas.

- 235 -
(A) De la nada se duplicó el uno y la suma puso fijeza

(B) para poder traer al mundo al dos, que hasta el tres también se

aviene

(B) si le sumas aquel que estuvo justo antes del que ahora tienes.

(A) Sigue tú deshaciendo el nudo y no tendrá fin tu nobleza.

Seguía sin estar satisfecho. No había conseguido que la lectura

independiente de los hemistiquios tuviera mucho sentido. No había

logrado fractalidad en todo el poema, por lo que volvió a intentarlo de

nuevo. Construir un novenario le resultaba extremadamente difícil, pero

finalmente, y después de mucho emborronar, lo consiguió. Lo tituló

Paréntesis.

(A) Entre paréntesis se encierra la experiencia de cada vida

(B) lo que sucede a una persona, lo que ocurre mientras alcanza

(A) hasta su fin en ésta tierra y volver a empezar la partida.

(B) Es lo que el paréntesis dona: que más allá hay enseñanza.

(C) Al morir solo se termina la vida que empezó en la otra punta

- 236 -
(D) del paréntesis que ahora cierras, pero ni se inició allí

(C) ese fuego que tanto estimas, ni se acaba al salir la luna.

(D) Que por eso el fuego no es tierra aunque a ella se pueda unir

(C) tampoco el aire que lo aviva ni el agua que lo circunda

(D) aún siendo quienes encierran tanto el vivir como el morir.

(D) El paréntesis solo acuerda la próxima puerta que abrir.

(D) Aquí tienes una tarea que lleva por nombre vivir

(C) haya o no haya quien te diga que aunque a veces parezca

absurda

(D) tienes en toda esta faena tu propia misión que cumplir.

(C) Un día será el que te conmina a hacer algo que a ti no te gusta

(D) y otro será el que te convenga, pero todos van a servir

(C) para aprender que en estas vidas todo queda a la altura justa.

- 237 -
(B) El sitio que ahora abandonas posibilita otras andanzas

(A) lo mismo que tampoco yerras si quieres dar por aprendida

(B) la lección que te proporcionan tanto maldad como bonanza

(A) que es lo mismo en todas las tierras la llegada que la salida.

Este segundo le había costado también mucho trabajo

conseguirlo y estaba mejor construido que el anterior, pero seguía

considerándolo imperfecto. Esa conjunción que tuvo que utilizar para

ajustar la métrica del tercer verso del primer cuarteto, le descabalaba la

lectura del poema constituido por los hemistiquios finales. Construiría

un tercero, inspirado por una de las ideas que también alentaron el

primero. Lo llamó Solve et coagula.

(A) Es la respiración de Dios el mismísimo devenir

(B) lo que hace luz y la quita, lo que da vida como muerte

(B) lo que hace que se permita que todo lo que sale entre

(A) siendo que lo que entró salió, volviendo así a su matriz.

(C) En esa inmensa infinitud cabe absolutamente todo:

- 238 -
(D) Dios respirándose a sí mismo y tú tratando de entenderlo

(C) caben también la gratitud, las estrellas y los algarrobos.

(C) En apariencia muchas partes, miembros todas ellas de un todo

(D) que está siendo siempre lo mismo, si se mueve o si se está

quieto

(C) si se contrae o si se expande, se llame marciano o Manolo.

(X) Es la respiración de Dios quien te lo muestra: solve et coagula.

(C) Eres parte y todo también y por eso no existes tú solo

(D) también son el tigre y la planta, o las lágrimas y los besos

(C) por eso es que sabes de quien es la parte, si tú eres el todo.

(C) Él es el tiempo y el espacio y en Él encuentran acomodo

(D) lo blanco y lo negro, la nada, lo que aún se está por hacerlo

(C) Él es la obra y el andamio, la piedra, el constructor, y el nodo.

- 239 -
(A) Él eres tú, tú eres Él y lo que alcancen desde aquí

(B) tus ojos, tus manos, tus piernas y cuanto pueda contenerte

(B) igual por dentro que por fuera. Él es y está en todos los entes

(A) ¿Cómo puedes dañar a un ser y que el daño no sea para ti?

Definitivamente no conseguía uno que le satisficiera plenamente,

pero ya estaba cansado y se le estaba haciendo tarde. Seguiría

intentándolo otro día.

2.9. Dos Maestros.

Elías se comunicó con su Consejo. Les informó de lo ocurrido

desde que conoció a Niemsé hasta el momento, y entonces ellos le

presentaron a Elihá, alguien que quería seguir experimentando con el

ser que había protagonizado la anomalía.

Era otro Maestro como él, que se estaba entrenando como

Maestro Inductor en la comunicación con diferentes formas de vida, y

que a su vez ejercía como Maestro instructor de Niemsé. Ya dominaba

la comunicación con seres acuáticos y aéreos, y ahora estaba

experimentando con los terrestres. Llevaba un tiempo practicando con

ellos, de los cuales los terrícolas le interesaban especialmente, dadas

- 240 -
las dificultades que presentaba su mundo. Aquellas almas que decidían

experimentar en la Tierra tenían que ser valientes, dada la dureza del

mundo al que se iban a enfrentar, y sentía un profundo respeto y

admiración por ellas, y más ahora, cuando la humanidad atravesaba

por otro periodo crítico en su proceso evolutivo. Además, tutelaba un

grupo de aprendices de Maestro Inductor, entre los que estaba el propio

protagonista de la anomalía, lo que contribuía también a que ésta

representara una oportunidad única y extraordinaria para él.

Había adoptado el sexo femenino en sus últimas vistas a la Tierra

como humano, por lo que cuando tenía que materializarse ante seres

que encarnaban allí, tendía a presentar el aspecto de ese sexo. Con

Elías era diferente. Él también era un Maestro, de modo que podían

comunicarse directamente y sin necesidad de densificar su energía, lo

cual era muy gratificante, porque cuando lo hacían, reavivaban

mutuamente las suyas propias.

Acordaron que, ya que la anomalía había pensado en

comunicarse con un ser humano, sin tener aún totalmente activadas

las habilidades que previamente había desarrollado, pero que aún no

recordaba haberlo hecho, era importante ayudarle para que pudiera

adaptarse cuanto antes a su nueva situación y recordara cómo hacerlo

sin trastornarlos, además de supervisar su práctica. Si Elías no lo

hubiese llegado a frenar en su momento, habría podido causar una

seria perturbación en uno de ellos al intentar comunicarse con él, así

- 241 -
que había que ayudarle a reactivar esa habilidad cuanto antes.

Consensuaron también cómo hacerlo.

Cuando se separaron, volvieron al momento en el que quedó

Niemsé, cuando Elías inició su comunicaron con el Consejo. Al

manifestársele Elihá, Niemsé, con esas prisas suyas por ponerle nombre

a las cosas, y aún influenciado por la terrenal creencia que lleva a

confundir conocer el nombre, con conocer la esencia de la cosa

nombrada, buscó entre sus recuerdos disponibles el primero con el que

pudiera encontrar semejanza y el que encontró más a mano, gracias a

la aún persistente influencia del ámbito cultural en el que se había

desenvuelto últimamente, fue el de la Virgen María. Con ese se quedó.

Se lo ponía fácil a sí mismo.

Elihá apreciaba su inquietud, sus ganas de aprender, y la rapidez

en sus reacciones, como también las apreciaba en el humano con el que

ella quería comunicar. Se trataba de dos almas muy prometedoras, de

las cuales la del hombre encarnado estaba ocupada en una tarea que

merecía la pena ser apoyada. Sus intereses eran altruistas y el logro no

perseguía una utilidad egoísta; sería útil para la humanidad en su

conjunto, porque podía ayudar a activar la conciencia de muchos, más

allá de la dimensión en la que se movían aún la mayoría de sus

miembros. Era una misión importante.

- 242 -
Por otro lado, tendría también ahora que contribuir a equilibrar

simultáneamente energías de entidades diferentes, cosa con la que

gozaba especialmente. Cuanto más hábil y más capaz se hacía, más

rápida y eficazmente podría prestar su ayuda, y cuanto más paz y

equilibrio fuese capaz de ayudarles a conseguir a los implicados, de más

paz y equilibrio podría disfrutar ella misma al interactuar con ellos. Con

su mejor disposición, y con todo su amor y el de Elías, se unieron a

Niemsé y lo conectaron con el humano.

Elihá se ocupó de materializar su trabajo a una escala que

Niemsé pudiera percibir, dado su estado actual. Trató de ofrecerle un

ejemplo práctico y experiencial de cómo comunicarse sutilmente con un

terrícola sin perturbarlo. Al ofrecer a Niemsé la oportunidad de

experimentar vivencialmente la forma de trabajar de Elihá, le daban un

paquete completo de universos, pero de un tamaño manejable para su

nivel de comprensión actual. No necesitaría otro hasta que no

trascendiese éste. Esperaban mucho de él.

Elihá densificó la energía que enviaba al humano, tan solo lo

necesario para que pudiera ser percibida por un espíritu en tránsito

como Niemsé, lo que para un ser humano seguía siendo tan sutil que

su impresión le pasaría totalmente desapercibida. No ocurriría así con

sus efectos. El poeta consiguió definir la estructura que estaba

buscando, por lo que en cuanto escribió los primeros poemas, salieron

de allí. La misión había sido completada.

- 243 -
Elías no era un Maestro que desaprovechara oportunidades para

poner a sus aprendices en tesitura de practicar habilidades, por lo que

nada más salir distrajo a Niemsé con una pregunta, movido por la

intención de ofrecerle una ocasión para mejorar la confianza y

seguridad en sí mismo. Le hizo de espejo para intensificar la

distracción, a la vez que se divertía un poco con él, y aprovechó la

deriva de la conversación para ayudarle a reconocer cómo eran las

cosas en estos niveles más sutiles. Hasta que Niemsé reaccionó,

recordando que tenía algunas preguntas para Elihá. A ella le gustaron,

porque mostraban preocupación por el prójimo, pero tenía que

despedirse. Su misión aquí estaba cumplida por el momento, y quiso

hacerlo de Niemsé antes de marcharse. Le abrazó.

2.10. Haciendo cuerdas.

Se había ido en un instante. Ahora estoy, ahora no estoy. Así de

sencillo, aunque de fondo le había dejado una tenue y agradable

sensación de unión mutua permanente. Niemsé tenía la impresión de

que volvería a saber de Elihá, pero ahora ya no estaba con ellos y le

habían quedado un montón de preguntas por hacerle.

- Dispara – le dijo Elías, con esa costumbre suya de leerle el

pensamiento y hacerse el gracioso. Luego le decía a él.

- Eran preguntas para Elihá, listillo.


- 244 -
- Elihá ya ha cumplido su misión aquí, por ahora. Yo responderé

a tus preguntas.

- Quería preguntarle cómo lo había hecho.

- Esa pregunta ya te la ha dejado respondida Elihá.

- ¿Ah, sí? Pues yo no encuentro la respuesta por ningún sitio.

- ¿La has buscado?

Le gustaba Elías. En vez de darle peces, le enseñaba a pescar.

Con su pregunta, había conseguido que se diera cuenta de que el hecho

de no entender algo, no era motivo por el que nadie tuviese que

avergonzarse, y eso precisamente era lo que él había hecho. Reconocerlo

era el primer paso necesario para entenderlo y poder ponerle arreglo.

Además, había prejuzgado que no puede existir una respuesta sin

pregunta previa. Una vez más se había precipitado y había ido

demasiado deprisa.

Si Elías le había dicho que Elihá ya había dejado respondida la

pregunta, antes incluso de que ésta hubiese sido formulada, es que así

era, y si él no lo entendía todavía, ese era su problema ahora.

Cayó en la cuenta de que Elihá le había brindado la oportunidad

de experimentar junto a ella una manera eficaz de comunicarse con los

humanos. Probablemente por eso Elías le había dicho que había dejado

implícita la respuesta, antes incluso de que él formulara la pregunta.

- 245 -
Había vivido la experiencia con Elihá, así que si aún no entendía algo,

bien pudiera ser porque lo estaba intentado a la antigua usanza, como

cuando ocupaba un cuerpo humano. Pero ahora era un espíritu, o algo

así, y podía hacer las cosas de otra manera. Era evidente que en este

nuevo estado en el que se encontraba, fuera lo que fuera, las cosas eran

muy diferentes y tenía mucho que aprender sobre él todavía. A buen

seguro que en la experiencia vivida había aún mucho por descubrir, y

quizás por ello fuese que no podía evitar que las preguntas se le

agolparan, ansiosas por encontrar respuestas.

Se le ocurrió recordar lo que había pasado, porque intuía que era

muy probable que se le hubieran escapado muchos detalles; y así era.

Lo primero que consideró fue que había vivido la experiencia desde la

perspectiva humana. Ahora quería probar que pasaría si la viviese

desde la perspectiva de lo que realmente era en estos momentos, o lo

que es lo mismo, procurando no prejuzgar como si aún estuviera en la

Tierra.

Había que explorar aquello, pero no lo haría con el poeta. No

quería interferir en el sutil trabajo que había hecho Elihá, además de

seguir interesado en avisar a la niña, por lo que quiso volver con ella; y

allí estaba: detrás suyo y a su izquierda.

La encontró en el mismo sitio, y como entonces, sintió su

preocupación por él, lo que ya le había sorprendido gratamente la

- 246 -
primera vez que la captó. Ahora se entretuvo en prestar un poco más de

atención a la información que recibía de Lucia, y así pudo saber que no

estaba preocupada en modo alguno por su cita de esta tarde. Daba por

hecho que él no aparecería y que su madre la llevaría a la fiesta. Lo que

a ella le preocupaba ahora, era la posibilidad de que a él le hubiera

podido pasar algo malo.

Comprendió que el rechazo que Lucía mostraba hacia él no era

nada personal, como había llegado a creer en alguna ocasión, sino el

fruto de un miedo, infantil aún, a perder el cariño de su madre, lo que

le evocó un profundo sentimiento de ternura hacia aquella criatura.

A través de la hija supo también de la preocupación de la madre,

por lo que fue hasta ella de esa forma en la que se viajaba aquí, y a la

que estaba empezando a cogerle el gustillo. Marta estaba sentada en el

sofá de la salita, seriamente preocupada por él. Había llamado a todos

los teléfonos de emergencias, amistades, y familiares, sin que nadie

pudiese darle noticias, y estaba desesperada. No sabía qué más hacer

para encontrarlo.

Su primer impulso fue presentarse ante ella para tranquilizarla,

explicarle lo que había pasado y que estaba bien, pero recordó la escena

que Elías le había preparado con Lucia y que él aún estaba muy lejos de

poder hacer algo como lo que había hecho Elihá.

- 247 -
- ¿Cómo funciona todo esto? Quiero decir que cómo se han

traducido en novenarios las ondas de energía de Elihá – preguntó, con

la intención de obtener pistas acerca de cómo llegar hasta Marta.

- Las cuerdas de energía que envió al humano a través de su

hemisferio derecho, llevaban implícito en sí mismas el patrón universal.

Algo así como las partes de un holograma, cada una de las cuales

contiene el holograma completo. Una vez que estas cuerdas de energía

hayan conseguido esparcirse por todo el cerebro, acabarán activando,

allí donde se encuentren, los recursos que el sujeto tenga disponibles,

de modo que la mente del humano pueda seguir la pista adecuada que

le lleve al objetivo propuesto, pero esto ya es tarea del propio individuo.

Podemos activarle las herramientas y ayudarle a tomar conciencia de

que las tiene disponibles, pero por respeto a su propio progreso y libre

albedrío, es él quien tiene que decidir si usarlas o no, y en caso de que

decida hacerlo, cómo usarlas. En el caso de los humanos, a veces esto

se percibe como una idea, un sentimiento, o una intuición que surge

con respecto a qué hacer en un momento determinado, o cómo resolver

alguna cuestión en concreto. Si el humano no atiende y no sigue esa

intuición, entreteniéndose en analizarla, o simplemente eliminando ese

pensamiento de su cabeza y desechándolo sin más, habrá que

intentarlo de nuevo con algo más de intensidad, hasta conseguir que

reaccione y aprenda a hacer lo que allí llamabais escuchar a su

corazón. Tratando de evitar eso, fue por lo que Elihá formó aquella

- 248 -
barrera en el hemisferio izquierdo de aquel hombre. No obstante, hay

quien necesita vivir situaciones muy fuertes e intensas para reaccionar.

Los llamamos de umbral alto.

- ¿Y puedo intentarlo yo ahora con Marta?

- ¿Cómo piensas hacerlo?

- Puedo intentar hacer algo parecido a lo que hizo Elihá

¿Probamos?

- Adelante.

Niemsé recordó la experiencia vivida con Elihá. Se concentró en

formar una barrera de energía alrededor del hemisferio izquierdo de

Marta y en enviar al derecho la idea de que él estaba bien, esforzándose

en visualizar cómo ese pensamiento y la sensación de tranquilidad,

viajaban hacia el cerebro de Marta en forma de una cuerda de energía,

al estilo de las que había visto utilizar a Elihá. Le llamó la atención que

la cuerda que había conseguido formar tenía una tonalidad amarillenta-

dorada, y era mucho más tenue y débil que las que había visto actuar

sobre el otro humano, generadas por Elihá. Lo mismo que le ocurría a

la barrera de energía que formó alrededor del hemisferio izquierdo.

La cuerda que consiguió concentrar, la envió al lado derecho del

cerebro de Marta, tal y como recordaba que había hecho Elihá, pero no

apreció efecto alguno en ella. En quien sí que lo pudo apreciar fue en sí

- 249 -
mismo. Se sintió cansado, como cuando hacía un gran esfuerzo físico, y

eso que ya no tenía un cuerpo al que poder fatigar.

- Nada. No funciona, pero yo me he agotado.

- Lo has hecho bastante bien, aunque has tenido que usar parte

de tu energía para ello, cuando estás rodeado de ella por todas partes y

puedes utilizarla a discreción; de ahí lo que has interpretado como

cansancio. Lo has hecho mucho mejor también que con Lucia, si bien

es cierto que cuando los humanos están perturbados, como es el caso

de Marta en este momento, es frecuente que bloqueen su mente como

resultado de la activación en ellos de un mecanismo de defensa

cerebral, incompetentemente utilizado, que impide que nuevos

estímulos les distraigan de su objeto de preocupación. Eso hace más

difícil la comunicación con ellos, por lo que a veces conviene esperar a

que estén dormidos.

- ¿Y eso por qué? ¿Qué pasa entonces?

- Las barreras de la mente consciente se relajan, ya que el ego

humano necesita descansar y recuperarse de la actividad diaria durante

el sueño, a la par que el cuerpo físico, al que está indisolublemente

unido. Entre otras cosas, el cerebro aprovecha para hacer limpieza de

los residuos bioquímicos que genera su actividad consciente. Además,

pueden utilizarse los sueños, a través de los cuales es más fácil entrar

en su mente y modular mensajes que ellos puedan entender. Cuando el

- 250 -
cuerpo duerme, descansa, se regenera y sana, y el alma también lo

hace, pudiéndose dedicar entonces a menesteres menos físicos. En esos

momentos se hace más fácil el contacto con ella.

- ¿Quieres decir que tenemos que esperar a que se duerma?

- Puedes esperar si quieres, pero solo si quieres hacerlo. Es sólo

una de las muchas opciones posibles. Por otro lado, aquí el tiempo lo

decides tú, como ya has tenido ocasión de experimentar. Cada vez que

has querido ir a un sitio, lo has hecho. Así, sin más, y después has

vuelto al mismo lugar y momento de partida, sin que el tiempo

pareciese haber transcurrido. Recuerda cuando nos conocimos, y la

conversación que mantuvimos mientras Marta y su compañera te

parecieron haberse quedado congeladas en el tiempo. Puedes decidir

qué lugares visitar y en qué momento visitarlos, moviéndote por las

diferentes dimensiones del presente, y en cualquiera de sus

correspondientes universos.

2.11. El cumpleaños.

Cuando sonó el timbre de la puerta, Lucía saltó de la silla y salió

corriendo de su habitación, dispuesta a abrirla.

- 251 -
- Es Toñi – dijo a su madre, al pasar por delante de la puerta de la

salita, sin ni siquiera detenerse, mientras atravesaba el pasillo a toda

velocidad, camino de la puerta de la casa.

La recibió con un “hola” y una sonrisa de oreja a oreja, que fueron

correspondidos de la misma manera por Toñi. La invitó a pasar y la

acompañó hasta la habitación donde estaba su madre, que ya salía ella

también, dispuesta a recibirla.

- Hola – dijo la recién llegada, sonriendo.

- Hola Toñi – contestó Marta correspondiendo a su sonrisa, a la

vez que se le acercaba para besarla.

- ¿Nos vamos? – dijo Lucía impaciente.

- Si. Un segundo que me arregle un poco y nos vamos.

Mientras Marta se dirigía al cuarto de baño, Lucía invitó a Toñi a

pasar a su habitación. Se sentaron en la cama.

- Por poco no nos quedamos sin cumple – dijo Lucía.

- ¿Y eso? – preguntó sorprendida su amiga.

- El novio de mi madre, que nos ha dejado colgadas.

- ¿Qué ha pasado?

- ¿Tu lo ves por aquí?

- 252 -
- No.

- Pues eso, que no se ha presentado. Menos mal que mi madre

nos va a llevar.

- Qué fuerte.

- No sabe qué inventar para fastidiarme.

- Anda ya, no seas exagerada. Le habrá pasado algo.

- ¡Pues claro! Y nos deja colgadas a nosotras. Le habrá salido

cualquier cosa por ahí, y a mí que me den.

- Bueno chiquilla, no te pongas así. Lo mismo no ha podido venir

por lo que sea.

- Es que ese es el tema: cualquier cosa es más importante que yo,

y si además me puede fastidiar, mejor.

- ¿Qué estás leyendo? – Preguntó Toñi cambiando de tema, con la

intención de distraer a su amiga de la escalada de auto indignación que

parecía estar iniciando, e inspirada por la visión del libro abierto sobre

la mesa de estudio.

- Una novela de ciencia ficción.

- ¿De marcianos y esas cosas?

- No. Va de los viajes en el tiempo.

- 253 -
- ¿Y te gustan esas cosas?

- Si, me hacen pensar.

- Pues anda, que tú no necesitas mucho para comerte el coco –

dijo socarronamente.

- Mira quien fue a hablar.

- ¿Por qué lo dices?

- Por la tontuna esa que te ha entrado con Joaqui.

- Pues la misma que a ti por Dani.

- Si, ya. No es lo mismo.

- ¡No, que va!

- Yo no estoy enamorada.

- Eso no te lo crees ni tú. Encima vas a tener la suerte de que él sí

va a ir a la fiesta.

- Y si no, tampoco pasa nada. Yo no me desespero si no viene.

- Claro, y por eso te empeñaste en que Carmen lo invitase.

- Porque es el único al que no se le acaba el mundo en las tías, los

videojuegos, y el futbol.

- 254 -
- ¿Nos vamos? – interrumpió Marta, apareciendo por la puerta del

cuarto.

- Venga – contestó Lucía, saltando de la cama de un brinco.

- ¿Has traído el regalo de Carmen? – preguntó, dirigiéndose a su

amiga.

- Aquí lo tengo – contestó ésta, levantando la bolsa que traía en la

mano y que no había soltado desde que llegó.

- Pues venga, vámonos.

Bajaron hasta el garaje, donde tenían alquilada una plaza que

utilizaban para el coche de Marta, y de allí salieron en él, en dirección al

local de celebraciones que habían contratado los padres de Carmen

para el evento. Previamente, al pasar por delante, Marta no pudo evitar

echar una mirada nostálgica a la otra plaza que tenían allí, ésta en

propiedad, y que solía ocupar el coche de Arturo. La visión de ese

espacio vacío reavivó su preocupación, pero la guardó para sí y no dijo

nada.

Cuando llegaron a su destino, buscaron aparcamiento para el

coche y se dirigieron a pie al local. Al llegar, los padres de Carmen,

junto con la homenajeada, se adelantaron a saludarlas, y mientras las

niñas se mezclaban con el resto de jóvenes invitados a la fiesta, la

madre de Carmen acompañó a Marta a la mesa donde estaban los

- 255 -
pocos adultos que allí había. Tras las presentaciones a las pocas

madres presentes y algún que otro padre que no conocía, ocupó una

silla y aceptó una cerveza.

- Tienes mala cara – le dijo la madre de Carmen.

- Es que estoy muy preocupada. Mira las horas que son y no sé

nada de Arturo desde que se fue al trabajo esta mañana.

- ¡Huy, no te preocupes! Los hombres son así. Estará por ahí con

los amigotes.

- Pues esa no es mala ocupación – dijo un padre sonriendo, en el

intento de quitar hierro con una broma, ante el comentario paternófobo

que acababa de escuchar.

- Mujer, ya aparecerá, que las mujeres siempre queréis tenerlo

todo controlado. Si te apetece comer algo, sírvete – dijo el padre de

Carmen, compartiendo con su mujer el mismo tipo de pensamiento

prejuicioso y despectivamente estereotipado acerca del otro sexo.

- Mi Arturo no es así. No ha venido a comer y ni me ha llamado,

ni nada. Él es muy formal – contestó Marta, ignorando la invitación a

servirse algo de comida y el conato de enfrentamiento entre sexos.

Respecto a lo de comer algo, era lo que menos le apetecía en éstos

momentos y en lo referente al comentario, tan absurdos y

discriminatorios le parecían el machismo ancestral, como el feminismo

- 256 -
esnobista y radical al que se adscribían algunas mujeres, con la excusa

de conseguir igualdad de género. A su entender, al mostrarse ambos

incapaces de trascender las diferencias y considerar al otro sexo un

enemigo, en lugar de un aliado con el que poder complementarse, lo que

conseguían era el efecto paradójico de resaltar esas diferencias, cuando

no crear otras nuevas. Más útil y constructivo que cualquier tipo de

machismo o feminismo, le parecía un humanismo capaz de considerar a

todos personas, y por tanto iguales, resaltando las capacidades y

especificidades de cada cual, sin necesidad de tener que hacer por ello

discriminación de ningún tipo, fuese ésta positiva o negativa.

- ¿Y por eso te agobias? Quédate tranquila, que ya verás como

aparece esta noche, y que no te extrañe si llega borracho – dijo la madre

de Carmen con despreocupación, insistiendo en su actitud despectiva

hacia el sexo masculino.

- ¿Eso ya lo ha hecho otras veces? – preguntó el mismo padre

conciliador de antes, ignorando él también ahora el comentario que

acababa de escuchar.

- Nunca. Él siempre me avisa si no puede cumplir un

compromiso, por insignificante que sea. Por eso estoy tan preocupada.

Bueno, por eso y porque además, hoy no ha ido a trabajar.

- ¿Has preguntado en su trabajo? – intervino otra madre.

- 257 -
- Si, y nada. Ni se ha presentado, ni ha llamado, ni nada. Allí

tampoco saben nada.

- A ver si es que ha tenido un accidente, o algo – dijo otra madre.

- Ya he llamado a todos los hospitales, y nada.

- ¿Y le has preguntado a la policía? – preguntó el otro padre.

- También.

- ¿Y nada?

- Nadie sabe nada. Esta mañana salió de casa como cada día, y

hasta ahora.

- ¿Y el móvil? – le preguntó la madre que sugirió lo del accidente.

- Lo he estado llamando hasta que se le ha agotado la batería, que

digo yo que será eso, y nada.

- ¿Ni un mensaje? ¿Nada?

- Nada.

- Pues sí que eso no pinta bien – dijo el padre que había

intervenido antes – Yo pondría una denuncia, por si acaso.

- Si ya me lo han dicho en la policía, pero hay que esperar

veinticuatro horas.

- ¿Quién ha dicho eso?

- 258 -
- Pues no sé. Eso tengo entendido.

- Eso no es así. Es justo lo contrario. Precisamente la policía

recomienda que cuando se trata de una desaparición, se denuncie

cuanto antes.

- ¿Y no hay que esperar veinticuatro horas?

- Justo lo contrario. Cuanto antes se pongan a buscar, más

posibilidades hay de encontrar a una persona desaparecida ¿Has

llamado a la Guardia Civil?

- También.

- ¿Y qué te han dicho?

- Lo mismo, que no saben nada, pero que ponga una denuncia, si

quiero.

- Pues yo que tú lo hacía. Por lo que cuentas, yo me iría a la

Comandancia de la Guardia Civil y pondría una denuncia por

desaparición, aunque también puedes hacerlo por internet. Si luego

aparece, con comunicarlo, listo y aquí paz y después gloria, pero si no,

cuanto antes se pongan a buscar, mejor.

- Es que yo creía que había que esperar veinticuatro horas.

- De eso nada.

- 259 -
- No lo habrán secuestrado – dijo otra de las participantes en la

conversación.

- Por Dios, Elvira, qué cosas tienes – Dijo la madre de Carmen.

- ¿Y quién va a querer secuestrarlo? ¿Y por qué? Nosotros somos

una familia normal y no somos millonarios, ni nada de eso – Contestó

Marta.

No se le había ocurrido considerar esa opción. ¿Quién lo iba a

querer secuestrar, y por qué? No eran ricos, ni famosos, pero a estas

alturas era capaz de aceptar cualquier posibilidad.

- La verdad es que estoy muy preocupada. Esto no es normal.

Espera, voy a ver – y diciendo esto, sacó el móvil del bolso con la

esperanza de encontrar allí alguna noticia suya.

- ¿Ves? Nada. A Arturo le ha pasado algo.

- Mujer, estate tranquila. Seguro que cuando llegues a la casa te

lo encuentras allí. Ya verás ¿Quieres otra cerveza? – le dijo la madre de

Carmen, con toda la despreocupación que a Marta le faltaba, pero

omitiendo ahora sus opiniones al respecto de lo que ella consideraba el

común comportamiento masculino.

- No obstante, si no fuese así, yo pondría una denuncia, pero en

el cuartel de la Guardia Civil – insistió el padre que había hecho la

propuesta anteriormente.

- 260 -
- Sí, gracias – contestó Marta, aceptando la invitación a la cerveza

- ¿Y por qué no en la policía? – preguntó, dirigiéndose al otro.

- Ellos seguro que hacen muy bien su trabajo, pero para estas

cosas yo prefiero a los picoletos.

- ¿Y eso?

- Esos son como los cocodrilos: cuando muerden no sueltan la

presa. Trabajo que les encargan, trabajo que no dejan hasta que lo

acaban, así se les vaya la vida en ello, a pesar de la miseria que cobran

y de la escasez de medios con que cuentan.

- ¿La Guardia Civil? Yo a esos no puedo ni verlos. Menuda mala

leche tienen – Dijo otra de las presentes.

- ¿Por qué? – Preguntó quien había hecho la propuesta.

- El verano pasado fuimos a la romería del pueblo de Pablo y los

muy hijos de su madre se habían puesto en la rotonda de entrada al

pueblo, con un control de alcoholemia, a la caza de los que volvíamos de

la ermita. Se hincharon de poner multas.

- ¿Y qué quieres? Si les ordenan que se pongan ahí, no tienen

más remedio que hacerlo.

- Y porque les dan comisión por cada multa que ponen.

- 261 -
- Me parece que te equivocas. Yo no digo que no haya algún

cabroncete entre ellos, como en todos sitios, pero es que a esos, como

les ordenen que se tiren por un barranco, ten por seguro que se tiran.

Ellos solo cumplen órdenes y no las discuten, les gusten o no. Por eso

tenían tanta mala fama con Franco, pero el día que te veas en un

problema, seguro que te da mucho gusto verlos aparecer.

- Puede ser, pero cuando los veo en la carretera, no me da

ninguno.

- Porque todavía no has tenido ningún problema gordo en ella, y

quiera Dios que no lo tengas nunca. Ellos no están allí para poner

multas, ni hacen las leyes. Están para ayudar y para hacer que se

cumplan.

- Si, como cuando se esconden para cazar coches con los radares.

- Pues yo lo tengo claro. En mi época de estudiante, cuando era

activista político, les tenía una manía que no los podía ni ver, pero he

acabado por darme cuenta de que ellos tan solo cumplen órdenes, sean

las que sean, y hoy se han convertido en uno de los cuerpos de

seguridad mejor valorados. Yo, desde luego, si algún día tengo un

problema, quiero a mi lado a un picoleto, y para el problema que tiene

ella, nadie mejor que los civiles.

- Bueno, pero también la policía hace bien su trabajo ¿no? –

intervino Marta.
- 262 -
- Si yo no digo que no, yo lo que te digo es que para éstas cosas

prefiero a la Guardia Civil. De todos modos, da igual. Creo que lo

importante es que pongas la denuncia donde quieras, pero que la

pongas, para que se pongan a buscar cuanto antes.

- ¿Pues sabes qué te digo? Que creo que tienes razón. Si cuando

vuelva a casa sigo sin noticias de Arturo, me voy a ir a poner esa

denuncia.

2.12. La cadena de montaje.

Había podido comprobar, por su propia experiencia, la certeza de

las afirmaciones de Elías al respecto de la libertad que ahora tenía para

moverse por el espacio-tiempo, y dado que había encontrado a Marta

muy preocupada por su desaparición, y que era bastante evidente que

no podría llevar a Lucía a la celebración del cumpleaños de su amiga,

quiso comprobar cuál podría ser el resultado de ello en las dos personas

que a él le preocupaban en éstos momentos, y cómo podría afectarles

su ausencia y la consecuente imposibilidad ante la que se enfrentaba de

cumplir con la promesa que le había hecho a ambas. Una vez más, fue

desearlo y allí estaba, con ellas.

Las encontró en plena fiesta de cumpleaños y le agradó

comprobar que la preocupación de Marta se había relajado

notablemente. Salir de casa y poder conversar con otras personas,


- 263 -
había roto el círculo vicioso de retroalimentación que suelen generar las

preocupaciones, contando para ello con la inestimable ayuda de la

distracción social. Lucía, por su parte, charlaba animadamente con sus

amigas y amigos, aunque su despreocupación no era completa. Pudo

percibir, de fondo, cierta inquietud por él y por lo que hubiera podido

pasarle, aunque fuera en un muy segundo plano. No obstante, la vida

seguía transcurriendo para sus dos mujeres, a pesar de su ausencia.

- Hay que ver. Con lo preocupado que estaba yo y fíjate: la vida

sigue sin mí – comentó con Elías, que le había acompañado y que se

limitó a responderle con una afectuosa sonrisa – Ahora entiendo el

auténtico significado de aquello de que los cementerios están llenos de

personas imprescindibles. No es que yo me haya considerado

imprescindible, pero sí que me había agobiado bastante con lo de no

poder explicarle a Marta lo que me ha pasado.

- Hablas en pasado.

- Bueno, sí. No es que ya no me importe poder explicárselo, pero

es evidente que la cosa no es tan grave como había creído. Por cierto,

esa indulgente sonrisa tuya me hace sentir como un crío. Me recuerda

la que se le pone a los niños, cuando se sorprenden al descubrir las

sencillas realidades del mundo que les rodea.

- Disfruto comprobando tu toma de conciencia.

- ¿Mi toma de conciencia de qué?


- 264 -
- Dímelo tú.

Se quedó pensando unos segundos.

- Realmente, pase lo que pase, la vida sigue y no se acaba el

mundo – se contestó más a sí mismo que a Elías, el cual seguía

manteniendo esa dulce y amorosa ternura en la mirada y en la sonrisa.

- Así es. De la perfección no puede emanar la imperfección. Es

nuestra ignorancia la que nos confunde y equivoca, cuando no

alcanzamos a darnos cuenta de la perfección que nos rodea y de la que

formamos parte, como todo lo que existe.

- Oye, se me está ocurriendo a mí que si todo es tan perfecto ¿qué

puñetas pinta la maldad en el mundo? Porque como dicen los gallegos,

haberla hayla, y no me dirás que no.

- Bueno, depende.

- ¡Ya estamos otra vez con que la abuela fuma!

- Acuérdate de Gregory Bateson.

- ¿Me lo explicas, porfa?

- Está bien, simplifiquemos. Imagina una cadena de montaje en la

que el producto final es, por ejemplo, un coche. Al final tenemos un

vehículo terminado, que si supera las pruebas de calidad, será

- 265 -
considerado un producto perfecto para ponerlo a la venta. ¿Vamos

bien?

- Bueno, perfecto perfecto…

- De acuerdo. Digamos lo suficientemente perfecto como para

ponerlo a la venta ¿Ahora sí?

- Así sí. Sigue.

- Si sacas ese vehículo en cualquier punto de la cadena de

montaje, antes de llegar al final, tendrás un coche bastante imperfecto,

y cuanto más lejos del final lo saques, más imperfecto parecerá; incluso

alguien hasta podría dudar de que se le pudiera llamar coche. De

manera similar, bondad y maldad forman parte de un estadio

intermedio en la cadena de montaje del Universo con mayúsculas, ese

en el que se manifiesta la dualidad. Recuerda que el mundo en tres

dimensiones incluye al de dos, pero que en el de dos dimensiones, no

puede manifestarse la tercera como tal.

- Sí sí, eso está muy bien y todo lo que tú quieras, pero haberla,

hayla.

- Pues claro y como todo lo que existe, si lo hace, es porque es

necesaria.

- ¿Necesaria la maldad? Pues maldita la necesidad.

Elías rió a carcajadas, una vez más.


- 266 -
- ¿Dónde está la gracia?

- En tu inocente vehemencia. Piensa un poco ¿Cómo se puede

tener conciencia de la belleza sin saber lo que es la fealdad, o de la luz

sin la oscuridad, o de lo bueno sin lo malo, y viceversa?

- Pues puestos a poner ejemplos, yo en tu mundo no veo más que

luz.

- Primero porque, siguiendo con la metáfora, es como si

estuvieras en el mundo de las tres dimensiones, lo cual significa que las

dos dimensiones anteriores ya están trascendidas en la tercera y

segundo, ese que has llamado mi mundo, es también el tuyo.

- Espera, espera. Vamos por partes, que me lio. Es evidente que

ahora soy una especie de fantasma de luz, o lo que quiera que sea que

soy ahora, pero en el mundo éste de los fantasmas, ni veo oscuridad, ni

la necesito para apreciar la luz.

- Aún cuando todavía no has hecho la transición completa, sí que

has hecho la suficiente como para poder trascender la dualidad,

aunque no hayas tomado aún plena conciencia de ello, ni del recuerdo

de lo que eso significa. Todavía no has sido plenamente… digamos que

reactivado. Necesitas terminar de desconectar con la realidad de la que

vienes, o mejor dicho, de desprenderte del apego que todavía le tienes,

si es que quieres hacerlo. Un objeto de tres dimensiones contiene las

dos previas, pero lo que resalta en él ya no son tanto ni la línea ni el


- 267 -
plano, como el volumen, aunque línea y plano sean necesarios para

conseguir volumen, pero integrados ahora y trascendidos en un más

allá que hace posible la existencia de una caja, por ejemplo.

- Y dale con lo de la activación ¿A qué estamos esperando

entonces? ¿Hay que darle a algún botón, o algo?

- Tranquilo. Todo a su debido tiempo. Espera a que el coche

llegue al final de la cadena de montaje. Para entender esto tan solo

necesitas hacer un poco de memoria. Recuerda durante tu vida en la

Tierra, las veces que tuviste lo que entonces se te antojaba un problema

de los gordos. Al principio puede que te pareciera que todo estaba en

contra tuya, que la maldad se cebaba contigo, que lo que estaba

pasando era muy injusto, o que no te merecías tal maltrato y que no

ibas a poder con ello. Recuerda, por ejemplo, tu divorcio de Julia, lo mal

que lo pasaste y lo enfadado que estabas con ella y con el mundo en

general, pensando que no te merecías lo que te hizo, que no era justo, y

cómo con el transcurso de los años acabaste agradecido por la

magnífica oportunidad para aprender que supuso para ti, y para

madurar y crecer como persona, por no hablar de la puerta que se te

abrió para conocer a Marta; o cuando fueron a por ti en el trabajo por

defender la legalidad, y negarte a ser cómplice de la corrupción y el

nepotismo en aquel centro donde estuviste destinado por un tiempo, y

al final, no solo aumentó tu prestigio profesional entre tus compañeros,

te hiciste más fuerte ante las adversidades, y depuraste algunos vicios

- 268 -
en tu comportamiento, sino que además le costó el puesto a tu

acosadora; la de veces que dijiste en tu vida anterior: ¡No puedo con

esto! antes de acabar pudiendo. Todas aquellas crisis sirvieron, cada

una de ellas, para hacerte más sabio, más fuerte, y un poco mejor

persona. Como dijo alguien por allí, al final todo sale bien y si no, es

que todavía no es el final.

- Bueno sí, pero no a toda la gente le pasa lo mismo. Los hay que

en vez de mejorar, se hacen cada vez más malos. De hecho yo mismo,

en más de una ocasión, estuve tentado de mandar a todo el mundo a la

mierda para ir a mi avío.

- Una vez más, depende del nivel lógico que estés considerando.

Evidentemente cada persona es un mundo y las reacciones de cada cual

cambian, si atiendes a los detalles, pero los procesos son los mismos.

- Explícame eso.

- Qué aprendizajes hace cada uno y cómo los hace depende, entre

otras cosas, del propio individuo, pero los procesos son muy similares

de unos a otros. El camino que cada uno de nosotros recorremos hasta

llegar a la meta, depende de muchos factores: el nivel de partida, las

propias necesidades y las de nuestro entorno, la ley de acción-reacción,

o karma, como lo llamaban algunos allí de dónde vienes… por no hablar

del libre albedrío; pero una de las mejores herramientas que todos

tenemos para aprender y mejorar, es la propia experiencia. Ten

- 269 -
presente que, como estás comprobando, la vida no se limita a la

experiencia terrenal; de hecho, como acabarás recordando, cada una de

las diferentes y múltiples vidas en diversos mundos, sean éstos físicos o

no, es una elección libre de cada uno de nosotros para encontrar

oportunidades de experimentar, para desarrollarnos y seguir

incrementando nuestro propio progreso y aprendizaje; pero no estamos

solos. Julia no apareció en tu vida únicamente para tu progreso. Tú

también apareciste en la suya para el suyo. Recuerda que todo está

interconectado, porque en definitiva, todo es, proviene y se integra en El

Todo con mayúsculas, y que El Todo es quietud y serenidad, aunque en

su interior haya movimiento y agitación, ya que es aquí donde

únicamente puede producirse aprendizaje: en el movimiento, o lo que es

lo mismo, el tránsito entre el punto de llegada y el de partida. En el

punto de partida, en el principio de todo, está la quietud, porque nada

puede empezar a moverse si ya se está moviendo, así como el punto de

llegada implica parar y serenarse para recuperar la quietud perdida, lo

que supone volver al mismo estado del punto de partida. Pero en la

quietud no hay aprendizaje. Es en el camino, en el movimiento, donde

está el aprendizaje, el cambio, y dado que la quietud no puede moverse,

a riesgo de perder su cualidad, necesita generarlo. Ese movimiento

necesita estar fuera de ella, porque de lo contrario dejaría de ser

quietud, de modo que necesita expeler una parte de sí misma para que

sea esta parte diferenciada, y a la vez igual, ya que El Todo sigue siendo

- 270 -
único, a la par que diverso, la que pueda moverse y por tanto aprender.

Una vez que la parte expelida se haya movido lo suficiente como para

conseguir aprender algo nuevo, tiene entonces que ser reabsorbida,

recuperada por la quietud, para que pueda hacer el aporte de todo lo

aprendido. Por eso la quietud necesita del movimiento, como la luz de la

oscuridad, o la maldad de la bondad, y por eso el equilibrio es tan

importante en la dualidad. El equilibrio apacigua y acaba con la lucha

entre los opuestos. Si hay equilibrio entre quietud y movimiento, es

porque ambos se están manifestando de manera tan armónica que se

anulan, al complementarse el uno con la otra. Si hay desequilibrio es

porque un lado de la balanza está descompensado respecto al otro, lo

que disgustará a todos los implicados, ya estén quietos o moviéndose, y

siempre habrá quien manifieste su disgusto. Nadie está a gusto si no

hay equilibrio, pero si lo hay las tornas se invierten y todos estarán

satisfechos. Por eso, y en la búsqueda de equilibrio, a veces algunas

personas necesitan vivir en sus propias carnes los efectos de la maldad,

la misma que previamente ellos practicaron con sus semejantes por

ignorancia, o bien hacérsela vivir a otros, para el aprendizaje de éstos.

No obstante, también es cierto que en el proceso hay almas que se

malogran, impregnándose tanto de esa maldad de la que hablas y tan

ignorantes de la bondad, que tienen que ser reabsorbidas por La

Fuente, algo que por cierto ha sido malinterpretado por los humanos

- 271 -
como el infierno, un fuego eterno que no tiene nada que ver con el

sufrimiento, ya que del Amor no puede nunca surgir un castigo.

- Todo eso está muy bien, pero de ignorancia nada, que hay quien

tiene mucha mala leche y hace daño bien apostica. ¿O va a ser que no?

Esas serán las almas que se averían, vayan a donde vayan ¿no?

- Estás sacando el coche de la cadena de montaje, antes de

haberlo terminado.

- ¡Sí hombre, que me vas a decir tú ahora que no hay gente mala

por ahí!

- Lo que sí que te dije antes, es que la maldad existe y que

además, es necesaria en su nivel, pero también que es hija de la

ignorancia, al igual que ahora te digo que, como todo, puede y debe ser

trascendida ¿Conoces a alguien a quien puedas llamar sabio y del que,

a la vez, puedas decir también que sea malo?

- Pues no.

- Pues eso.

- Bueno espera, que sí que conozco a muchos que son malismos,

pero mu listos los jodíos, lo que les permite ser más malos todavía.

- Ya te he dicho que yo también, pero también he dicho sabio, no

listo. Es diferente.

- 272 -
- Bueno… puede que tengas razón.

- Puede.

- Tú también eres un poquito guasoncete ¿no?

- T´as dao cuenta tú tamién ¿no?

- ¡Vaya hombre! ¡Míralo: lo bien que imitas el acento de mis

paisanos!

- ¿T´abulta?

- Oye mira, pos sí. Ya que lo dices, me está abultando mucho to

esto. No me he muerto, pero es como si me hubiera muerto, aunque da

igual porque cuando nos morimos, no nos morimos, na más que

cambiamos de plano, o de dimensión, o de lo que sea, pero sin estarte

mucho rato, porque al poco te va a tocar volver otra vez aquí, o a donde

sea, pero eso sí, puedes elegir el cuerpo que quieras entre un

muestrario que te preparan unos tíos mu supiones, y mientras tanto te

vuelves una especie de fantasma que puede visitar a los vivos y hacerles

que escriban poesías, que sueñen con lo que tú quieras, darles sustos

que no son, y fabricar ardillas de colores entre medias, y además, por

mu viejo que seas, te va a tocar también volver al cole. Y todo esto se

supone que es perfecto, incluyendo las desgracias y la mala leche,

porque estamos dentro de un Todo, que además de perfecto es mu

tranquilo, pero que se rebulle por dentro con un sin vivir que pa qué.

- 273 -
- Ya salió tu vena cínica. Está bien. Si quieres tomarte un

descanso para tu relax, estás en tu derecho.

- Es que to esto es mucho demasiao. Una desageración.

- Y tanto. Todo.

- Ya. Pues oye, ahora que lo dices, esa es otra cosa que no me

termina de encajar. Mucho Todo inmutable y mucha gaita de la que

formamos parte y al que tenemos que reintegrarnos ¿pero qué sentido

tiene todo esto? Si ya somos perfectos ¿qué sentido tiene perfeccionarse

aún más? A ver si va a ser que no lo somos tanto ¿Y eso de salir del

Todo a darse un garbeo por ahí, para luego tener que volver, no parece

un poco una tontá? Vaya mierda de todo, ese al que le falta un cacho pa

ser del to, el que se necesita para poder salirse de él. Además ¿dónde

empieza todo esto? Porque si hay una meta, que se supone que es la

reintegración esa, habrá un principio, digo yo. Un comienzo. Si hay un

punto de llegada, es porque antes ha habido otro de salida, aunque sea

el mismo, pero habrá primero que salirse para poder volver, un empiece

¿o no? Porque yo seré todo lo todo que tú quieras, pero es evidente que

yo soy yo y tú eres tú.

- Naturalmente. No obstante, entiendo lo que quieres decir. Te

recuerdo un ejemplo que ya te puse antes: si el ojo que tuviste mirase al

dedo gordo de tu pie, o a tu oreja, puede que pensase que no se

parecían en nada entre ellos, que ambos eran muy diferentes y con

- 274 -
funciones muy distintas, que no tenían nada que ver entre sí, nada en

común, aunque tú sabes que ambos formaban parte de un mismo

cuerpo, ese que estuviste utilizando durante un tiempo; pero vamos por

partes. Ya que te preocupa tanto el principio ¿quieres recordar cómo

empezaste, tu nacimiento?

- ¡Eso puede estar bien!

- Pues venga, vamos.

2.13. La denuncia.

A Marta le sorprendió la pobre resistencia que puso Lucía para

abandonar la fiesta, cuando se lo propuso. Aprovechó la primera

ocasión en la que una madre anunció que tenía que marcharse para

apuntarse a ese mismo carro, y no fue la única. Se desencadenó una

curiosa reacción en cadena de anuncios de despedida, que amenazaba

con dejar el local casi vacío, cosa que no pareció disgustar mucho a los

padres de Carmen.

Se acercó a Lucía para informarle de que había llegado la hora de

la partida y de los motivos que la hacían tan prematura, temiendo la

reacción en contra de la niña, pero se sorprendió cuando todo lo que

encontró fue tan solo un gesto de disgusto y un “¿Ya, tan pronto?”

Cuando le dijo lo preocupada que estaba por la falta de noticias de

- 275 -
Arturo y para su sorpresa, su hija inició la ronda de despedidas de sus

amistades, sin más protestas.

De vuelta a casa, una vez en el garaje y camino del acceso a las

viviendas, pudo comprobar que la plaza que debería estar ocupando el

coche de Arturo seguía vacía, cosa que le hizo recuperar con plenitud la

intensidad de su preocupación por él, pero la guardó para sí, tal y como

hizo cuando salieron, y tampoco ahora dijo nada a las niñas.

Antes de llegar a su casa, decidió acompañar a Toñi hasta la

puerta de la suya, por cortesía y para dejar constancia ante su madre

de que la devolvía sana y salva. Una vez allí, su vecina y amiga le

agradeció amablemente los servicios prestados, y correspondió a su

amabilidad preguntándole por Arturo.

- Uffff. Pues me tiene preocupadísima – le contestó.

La sonrisa con la que la había recibido, se borro inmediatamente

de la cara de la madre de Toñi, siendo sustituida con rapidez por un

ceño fruncido que se enmarcaba dentro de un gesto, mezcla de

sorpresa, inquietud, y aprensión.

-¿Y eso? ¿Qué pasa?

- Pues que no sé nada de él desde que salió de la casa ésta

mañana.

- ¿Cómo que no sabes nada?

- 276 -
- Pues eso, que no ha venido a comer, ni me ha llamado, ni nada.

Ni siquiera ha ido a trabajar.

- ¿Y no ha avisado, ni ha dicho nada?

- Nada. Nadie sabe nada de él desde ayer.

- ¿Ni en el trabajo, ni nada?

- Nada. He llamado a todo el mundo, y nadie sabe nada.

- Huy, eso sí que es raro. Con lo formal que es.

- Pues por eso. Te voy a dejar, que tengo prisa por llegar a la casa,

porque si cuando llegue no está allí, me voy a ir a poner una denuncia

por desaparición.

- Espero que no le haya pasado nada malo. Si necesitas algo,

avísame.

- Muchas gracias.

- Avísame cuando sepas algo, y ya te digo, si necesitas cualquier

cosa…

- Muchas gracias. Ahora nos vamos.

- Que vaya todo bien.

- Sí, adiós.

- 277 -
Cuando madre e hija llegaron a su casa y mientras abría la

puerta, Marta aguzó el oído con la esperanza de escuchar algún ruido

que le anunciara que el piso estaba ocupado, pero sólo pudo percibir

silencio.

Al entrar, lo primero que hizo fue comprobar si las llaves del

coche de Arturo estaban en el cenicero de la cocina, sustituyendo el

recuerdo de la plaza vacía en el garaje por la esperanza de la aparición

de su pareja, pero el milagro no se produjo. Además no encontró ni una

sola luz encendida, hecho que por sí solo ya evidenciaba que Arturo no

estaba allí. No obstante, recorrió todo el piso con la esperanza de

encontrar alguna nota, o cualquier otro indicio de que su compañero

había pasado por la casa, pero todo estaba tal y como lo dejó ella al

salir. Si acaso le quedaba alguna duda, ésta acabó por disiparse de

forma definitiva. Era evidente que a Arturo le había pasado algo.

- Lucía, me voy a ir a poner una denuncia a la Guardia Civil,

porque lo de Arturo no es normal. Mira las horas que son y no sabemos

nada de él.

- Me voy contigo.

Le sorprendió esta respuesta.

- No. Es mejor que te quedes aquí, porque no sé lo que tardaré. Ya

es muy tarde y tú mañana tienes que estar descansada para ir a tus

clases. Si ves que llego tarde, acuéstate y no me esperes.


- 278 -
- Mamá, yo quiero ir contigo.

- No cariño, es mejor que te quedes aquí. Tú di que llama, o

aparece. Así me puedes llamar al móvil.

- Bueno vale, pero yo te espero levantada.

- Es mejor que no Lucía, porque no sé lo que voy a tardar.

Acuérdate de lo que tardamos cuando fuimos a poner la denuncia,

cuando te robaron el móvil.

Eso había ocurrido tan solo a los pocos días de haberlo estrenado.

El teléfono móvil fue el regalo que le trajeron los Reyes Magos a la niña,

que se llevó un tremendo disgusto cuando, caminando por la calle

mientras lo utilizaba, un muchacho se lo quitó de las manos y salió

corriendo. Había una clausula en el seguro que tenían contratado para

la casa, que podía cubrir el robo del terminal, pero era necesario

presentar la denuncia, por lo que madre e hija acudieron a la comisaría

de la Policía Nacional que tenían más cerca, para formularla.

Marta recordaba que las hicieron esperar mucho tiempo.

Demasiado, en su opinión. Supuso, mientras esperaba, que los policías

debían de estar ocupados, al ver salir de las oficinas lo que parecía un

matrimonio de personas mayores, pero en la sala de espera no había

nadie más que ellas y todavía tuvo que pasar un buen rato hasta que

las atendieron, lo que la enfadó bastante, aunque no dijera nada al

policía que las recibió después.


- 279 -
- Bueno vale. Voy a preparar las cosas de mañana – contestó

Lucía, aceptando la propuesta con una facilidad que Marta no

esperaba.

Mientras la hija se perdía en su habitación, la madre encendió el

ordenador para buscar en internet la ubicación exacta de la

Comandancia de la Guardia Civil en su ciudad. Aprovechó también

para informarse acerca de las denuncias por desaparición.

Una vez localizada la dirección, recopilada la información que

buscaba, y siguiendo las recomendaciones que pudo leer en las

diferentes páginas web que visitó, apagó la máquina y eligió las fotos

más recientes de Arturo, entre las que pudo encontrar por la casa. La

digitalización de la información había conseguido que fueran muy pocas

las que tenía en formato papel, además de relativamente antiguas, ya

que la más reciente era una en la que estaban los tres, hecha con el

móvil durante las vacaciones que disfrutaron hacía ya más de cuatro

veranos, y eso gracias a que tuvo que imprimirla para poder

enmarcarla. Recogió también el pasaporte de Arturo, que sabía que

guardaba en un cajón de su mesita de noche, y su cepillo de dientes,

por si lo necesitaban para la obtención del ADN. Hecho esto, se dirigió

al cuarto de la niña para despedirse de ella.

- Lucía, que me voy ¿Vas a querer cenar algo?

- ¡Que va, si he comido de todo en el cumple!

- 280 -
- Bueno, pues dame un besito que me voy. Si ves que se hace

tarde, acuéstate ¿Vale?

- Vale mamá – contestó la niña, sorprendiendo a Marta con su

condescendencia, una vez más.

Ya en las dependencias de la Guardia Civil, le agradó la rapidez y

la eficacia con que la atendieron, en comparación con lo que recordaba

haber tenido que esperar en las de la Policía Nacional. La diligencia que

mostraron con ella, la amabilidad con que la trataron, y el sincero

interés por el caso que le pareció percibir en aquellos guardias civiles, le

hizo recordar con agradecimiento al padre que le había recomendado

acudir aquí. Se ocuparon incluso de conectar su móvil a un ordenador,

tras pedirle el correspondiente permiso, para sacar de él algunas fotos

recientes que guardaba de Arturo, así como sus datos de correo

electrónico y redes sociales, aún cuando Marta les informó que hacía

tiempo que él había borrado sus perfiles y se había desentendido por

completo de ellas. Le dijeron que todo lo que se sube a la red, una vez

allí, y aunque el usuario crea haberlo borrado, puede recuperarse si se

sabe cómo hacerlo. Cuando consideraron que ya habían recopilado

todos los datos que estimaron necesarios, le aseguraron que le

avisarían en cuanto tuvieran alguna noticia, así como que esperaban de

ella que les correspondiera en la misma medida.

- 281 -
Al volver a su casa, no es que la inquietud por el paradero de

Arturo hubiese desaparecido, pero sí que el trato recibido y la sensación

de verdadero interés por el caso que allí le transmitieron, ayudaba

bastante a mitigarla, tranquilizándola. Al pasar por delante de la cocina,

le llamó la atención que los platos que habían quedado a mediodía

sobre la encimera, habían sido fregados y recogidos, así como la comida

sobrante, aunque no tuvo mucho tiempo para pararse a pensar en ello,

porque Lucía salió a recibirla.

- ¡Ni siquiera te has puesto el pijama! – dijo a su hija, al verla.

- Quería estar vestida, por si acaso.

-¿Por si acaso, qué?

- ¡Yo que sé! Por si acaso te hacía falta para algo.

Le enterneció el interés y la preocupación que la niña estaba

demostrando por la situación, en lugar de la animadversión que era

habitual en ella ante todo lo que tuviera alguna relación con su vida de

pareja.

- Ven aquí – le dijo, y la abrazó y la besó.

- Has vuelto muy pronto ¿Qué te han dicho?

- Ha ido todo muy bien. Me han dicho que en cuanto tengan

alguna noticia, me llamarán. Por cierto, ven aquí que te de otro besazo.

He visto que has recogido la cocina.


- 282 -
Lucía no dijo nada, limitándose a sonreír y a disfrutar de las

muestras de cariño de su madre.

- Anda, vámonos a acostar.

No es que Marta tuviese sueño, pero consideraba que su hija

debía descansar para poder tener mañana la mente fresca y dispuesta

para el estudio.

- 283 -
Capítulo 3. Procesos de Trascendencia.

3.1. El nacimiento.

Cuando Elías le cogió de la mano, Niemsé se encontró ante lo que

parecía un inmenso sol, tal y como aparece el que ilumina la Tierra en

las fotos que los astrónomos muestran de él, hechas por satélite y una

vez retocadas por los ordenadores, pero con los colores mucho más

vivos y luminosos, aunque similares a los que recordaba haber visto en

los documentales que le gustaba ver en la televisión y a los que era

aficionado. Éste era muchísimo más grande, hasta el punto que no

alcanzaba a percibir sus límites, aunque sabía que los tenía, y en su

superficie mostraba una actividad parecida también a la que recordaba

haber visto en la del Sol en los documentales, pero como más pausada

y armoniosa.

Aquella cosa inmensa pulsaba. Parecía como si latiera, de forma

parecida a como se había visto hacer a sí mismo, cuando todo esto

empezó, pero no lo hacía de forma uniforme, es decir que aunque

pulsara todo a la vez, había partes donde la pulsación se manifestaba

con especial intensidad y de manera diferente, solo en algunos sitios y

nunca dos veces en el mismo lugar, abombándose ahora por aquí,

ahora por allá. De estos inicialmente pequeños abombamientos, con

cada pulsación expelía una pequeña parte de sí mismo, de manera

- 284 -
similar a lo que podía ser una llamarada solar, solo que aquí la materia

expelida, a veces se separaba definitivamente del núcleo madre, tomaba

forma esférica y su luz interior se volvía de un blanco radiante, envuelta

en lo que parecía una especie de membrana transparente de luz dorada,

y otras veces, cuando no conseguía separarse definitivamente, volvía a

caer en esa inmensa masa de energía que la generó, siendo reabsorbida

de nuevo por ella.

Más que ver, sentía más allá de esa masa de energía una infinitud

oscura y violácea, que no tenía nada que ver con la oscuridad, ni con el

frío vacío espacial que recordaba del mundo físico. Era La Eternidad y

en ella podía percibirse una poderosa Presencia, responsable de que

todo fuese como era. Había también algo que interpretó como música,

aunque no lo fuera, al menos no como la música que recordaba haber

escuchado con los oídos que tuvo, pero que resultaba

extraordinariamente armoniosa y bella, e impregnándolo todo Amor,

mucho Amor; así, con mayúsculas. Un Amor infinito e

inconmensurable.

- ¿Esa es la placenta de mi madre? – preguntó a Elías cuando fue

capaz de reaccionar.

- Es la madre de todos nosotros.

- Pero tú me habías dicho que íbamos a recordar mi nacimiento…

- 285 -
- Así es, pero creo que ha habido un malentendido. No me refería

a tu nacimiento como humano, sino como espíritu. Por eso dije “tu

nacimiento”.

Niemsé regresó a la contemplación de tan maravilloso

espectáculo. Las sensaciones que le inundaban, aún siéndolo, en nada

se parecían a las más intensas, extasiantes y serenamente gozosas que

hubiera podido vivir jamás como humano, y sin embargo le resultaban

confortablemente familiares. No había palabras que pudieran definir su

estado, pero desde luego éste no era de sorpresa. Las que más se

acercaban, aunque muy de lejos, eran paz, felicidad, amor, serenidad,

bienestar… y una gratificante sensación de íntima unión con todo lo

que le rodeaba. Si allí es a donde eran devueltas las almas malogradas,

ahora entendía lo que Elías había querido decir al respecto de la

equivocada interpretación del fuego eterno.

Otra cosa que le llamó poderosamente la atención, fue lo que

parecían espíritus cosechadores de las esferas blancas y doradas que

producía la masa madre de energía. Una vez separadas de esa masa

madre, las esferas luminosas, en números que variaban desde tres a

más de veinte, se juntaban en grupos, y conducidas por una corriente

de energía que parecía tener voluntad propia, formaban a modo de

cadenas, interconectándose entre ellas con un cordón de luz plateada

que mostraba iridiscencias de intensos azules y violetas, y que le

recordó al cordón umbilical de los bebés. Eran estos grupos de cadenas

- 286 -
de esferas de energía las que recolectaban los espíritus que vio, los

cuales parecían estar esperándolas mientras el flujo de energía las

conducía lentamente hasta ellas.

- ¿Quiénes son? – le preguntó a Elías.

- Podemos llamarlas… madres especialistas. Se encargan de

recibir y activar las almas recién nacidas con éxito.

- ¿Con éxito?

- Como has podido comprobar, no todos los nacimientos

prosperan y algunos acaban regresando a La Fuente, reintegrándose en

ella, pero cada vez que se desprende un fragmento, cada vez que nace

un alma, la masa madre se altera en una mínima porción, lo suficiente

como para que la siguiente alma que nace lo haga de una Fuente algo

diferente a la que era antes, por lo que nunca se producen dos almas

iguales.

- ¿Y a dónde las llevan?

- Cada una nace ya con su propia energía, especificidad e

identidad, y con todas las posibilidades en potencia, todas y cada una

de ellas formada como un ser único e irrepetible, y las almas

especializadas en esta labor se encargan de facilitar el inicio de su

desarrollo individual. En estos momentos ni siquiera tienen conciencia

de sí mismas, por lo que son dirigidas a lo que podríamos llamar… una

- 287 -
especie de incubadora. Estos espíritus especializados, a modo de

madres amorosas, unen sus energías con los recién nacidos para

ayudarles en su despertar, su iniciación. Les transmiten energía nueva

y revitalizante, que les sirve para su comienzo como entes individuales,

la semilla de un futuro rebosante de logros, posibilidades y esperanzas.

- ¿Ellos deciden cómo será cada cual? ¿Transmiten a cada una

según qué cualidades?

- En absoluto. Cada alma ya es creada perfecta en sí misma, con

su propia personalidad y especificidad, y trae consigo todas las

posibilidades, solo que aún en potencia y pendientes de desarrollo. Lo

que hacen con ellas es calentarlas y activarlas para que puedan iniciar

su propio camino, que puede llegar a ser muy diferente o similar de

unas a otras, según la especificidad de cada cual.

Niemsé pudo observar cómo los espíritus que recibían los nuevos

grupos de almas, las colocaban cuidadosamente en lo que interpretó

como algo a modo de celdas individuales, donde se ocupaban en abrir

esa especie de saco amniótico dorado que las contenía. Hecho esto, las

envolvían con su propia energía, además de la que captaban del

entorno, y dirigían hacia ellas corrientes de intensas luces multicolores

que las nutrían y calentaban, a la vez que modulaban vibraciones que él

interpretó como algo asimilable a música ambiental, en lo que le pareció

el susurrante canturreo de una deliciosa, dulce, y amorosa nana. Pudo

- 288 -
sentir cómo las “madres” inundaban a las nuevas almas de amor y

aceptación incondicional, encendiendo en ellas la chispa de su

autoconciencia, lo que le hizo recordar su propio nacimiento, tal y como

le había prometido Elías.

Recordó que, cuando empezó a saber que era, la curiosidad era el

sentimiento predominante en él. No podía decir que viera, oyera, u

oliera, aunque hiciera todo eso y mucho más, porque lo hacía todo a la

vez, como con una especie de macro sentido único que le hizo saber que

existía. En realidad, no es que pudiera decirse que hiciera nada; más

bien, simplemente era.

Recordó también al alma que lo atendía y las sensaciones de

amor, aceptación incondicional, y cuidado exquisito que recibió de ella,

así como haber percibido que él evocaba en aquel ser algo parecido a un

sentimiento de orgullo y satisfacción que le hizo saber lo que era la

autoconfianza. Se había sentido calentado y secado por ella, aunque no

tuviera frio ni nada que se le pareciera, ni sabía muy bien por qué

sentía esa humedad que no le resultaba incómoda en absoluto; en

realidad todo era bienestar, solo que éste aumentaba notablemente con

los cuidados que recibía, al igual que su curiosidad por cuanto le

rodeaba, tanto por fuera como por dentro.

De allí fue llevado a otro sitio donde su autoconciencia continuó

desarrollándose, ahora gracias a la oportunidad de cotejarse con la de

- 289 -
otros. Lo recordaba como un mundo donde aún no había nada que

hacer salvo ser, con la diferencia de que allí había otros que también

eran, como él, y entre los que estaba Ahindane.

Entonces no se llamaba así. De hecho ni siquiera aún tenía

nombre, o al menos uno que él pudiera llegar a conocer en aquellos

momentos, pero fue el primer “otro” con el que tuvo conciencia de

interactuar como sí mismo, como un entre propio y diferente del resto,

sin contar con la experiencia de la que había gozado con su espíritu

cuidador. Con este último, la sensación de alteridad aún era muy difusa

y primaria, siendo en este mundo, eminentemente mental, donde tuvo

sus primeras experiencias de vida en comunidad, y donde aprendió a

reconocerse a sí mismo con propiedad, interactuando con otros

espíritus bebé como él, y de los que recordaba especialmente a

Ahindane, otro recién nacido a quien tenía muy próximo. Fue allí donde

iniciaron una especial relación de amistad y ayuda mutua que aún hoy

seguía vigente. ¡Ahindane había sido su madre en la última vida que

acababa de dejar en la Tierra!

Se volvió hacia Elías, pero ninguno de los dos dijo nada.

Simplemente se miraron, si es que eso podía decirse así allí, y percibió

en esa mirada un sentimiento de orgullo y satisfacción por él, similar al

que recordaba haber evocado en su alma cuidadora. Supo entonces que

la activación de la que hablaba Elías había comenzado.

- 290 -
3.2. Por fin noticias.

Había pasado muy mala noche, además de haber dormido poco, y

no precisamente por ser la primera que pasaba sola en la cama desde

que unió su vida a la de Arturo, aunque también. Lo que había

perjudicado más seriamente su descanso, era la incertidumbre acerca

de lo que hubiera podido pasarle a él.

Durante todo el tiempo que estuvo despierta no paró de consultar

su teléfono móvil una y otra vez, por si aparecía en él alguna noticia de

su pareja, pero esas esperanzas no se habían visto satisfechas ni una

sola vez. Tal era el motivo por el que insistía y seguía consultándolo

continuamente, a pesar de tener su oído muy atento al aparato y

escuchar tan solo su silencio desde que volvió de denunciar la

desaparición.

Esa mañana, después de asearse, vestirse, y hacer la cama, se

dispuso a sacar del congelador lo que comerían a medio día, ya que la

noche anterior lo había olvidado por tener la mente ocupada en un

único tema: Arturo. Le asaltó la duda acerca de si contar o no con una

ración para él. Prefirió convencerse a sí misma de que hoy aparecería y

vendría a comer, por lo que decidió preparar las tres raciones

habituales, teniendo en cuenta lo que no habían consumido ayer.

Hecho esto, y también como cada día, Marta se puso a preparar el

desayuno para ella y su hija. Se ocupaba de ello porque, aunque la niña

- 291 -
hacía ya tiempo que era lo suficientemente autónoma como para poder

hacerlo sola, cuando le tocaba encargarse de su preparación no se

complicaba mucho la vida, e impedida por la vagancia, se limitaba a

llenar un vaso con leche que calentaba en el microondas y luego le

añadía unas generosas cucharadas de cacao. Lo acompañaba con lo

primero que encontrase por la despensa que no necesitase mucho

trabajo para su preparación: cereales, galletas, magdalenas, o cosas así.

Si no encontraba nada que no requiriese algo de esfuerzo, se

conformaba únicamente con la leche. Ni siquiera se molestaba en

hacerse unas sencillas tostadas. En ello estaba cuando ¡por fin! sonó el

teléfono.

Con las prisas por cogerlo, tropezó con sus propios pies y el plato

que sostenía en una de sus manos, junto con el teléfono que había

conseguido coger apresuradamente con la otra, se le cayeron. El

estruendo que originó la fractura del plato al encontrarse con el suelo a

demasiada velocidad, atrajo la atención de Lucía, que llegó corriendo

hasta la cocina, asustada por la posibilidad de que su madre hubiese

podido sufrir un accidente, de esos que llamaban domésticos. La

encontró con serias dificultades para culminar con éxito un acto tan

cotidiano y habitual para ella como era contestar al teléfono, pero sana

y salva, tras haber conseguido recuperar el equilibrio y el móvil. Vista la

cara de descomposición que tenía, le fue fácil acertar al suponer lo que

- 292 -
estaba pasado, por lo que se quedó allí, de pie en el quicio de la puerta,

a la espera de las noticias que trajera aquella llamada.

No era Arturo. Era Jesús, que ya había llamado a Marta la noche

anterior, mientras estaba en las dependencias de la Comandancia de la

Guardia Civil, interesado en saber si había o no alguna noticia de su

amigo. Ahora repetía llamada por los mismos motivos, dado que Arturo

seguía sin aparecer por el centro de trabajo.

- ¿Nada, mamá?

- Nada, hija.

A Marta le pareció apreciar cierto gesto de preocupación en Lucía,

mientras la niña se giraba para volver a lo que quiera que fuese que

estuviese haciendo, lo que contribuyó a alegrarle algo una mañana que

no se presentaba festiva precisamente.

- (En el fondo lo quiere) – pensó.

Recogió los restos fúnebres del plato, caído en su combate contra

la fuerza de la gravedad, y terminó de preparar el desayuno, así como el

bocadillo para el recreo de la niña, pero las tostadas se las tuvo que

comer frías, porque también la llamó su padre, la madre de Toñi, la

hermana de Arturo, y dos o tres personas más. Todos menos la persona

que más le preocupaba a ella en estos momentos, y todos también

preocupados por él.

- 293 -
También como cada día, pero para esto tan solo aquellos en los

que trabajaba en el turno de mañana, acercó a la niña al instituto,

camino del trabajo, hoy con algo más de prisa porque atender tanta

llamada le había retrasado en sus actividades rutinarias.

- Si sabes algo de Arturo, ponme un mensaje ¿vale? – le había

pedido Lucía al bajarse del coche.

Una vez más, comprobar la preocupación de su hija por la

situación y por Arturo, contribuyó a calmar un poco una ansiedad de

tal intensidad, que llegaba ya a oprimirle literalmente pecho y

estómago.

En el trabajo todo el mundo le evidenció algo que ella ya había

visto en el espejo, pero que no supo cómo remediar, a pesar de contar

con la inestimable ayuda de los cosméticos. Desde su jefe de sección

hasta su amiga Maripaz, todo compañero o compañera con el que se

encontraba y con quien tuviera algo de familiaridad, le recordaba la

mala cara que llevaba puesta esa mañana.

A todos les explicó el motivo de su desmejorado aspecto, aún

cuando su tendencia habitual era mostrarse extremadamente cauta y

celosa de su vida privada, y procuraba evitar dar la mínima información

posible en el ámbito laboral, acerca de su intimidad personal y familiar.

Esta vez no escatimó detalles, recordando los consejos recibidos por los

agentes de la Guardia Civil, quienes le informaron de que, en los casos

- 294 -
de desapariciones y salvo algunos excepcionales, cuanto más se

publicitase la desaparición, más posibilidades había de que alguien

aportara algún dato que acabase resultando útil para la localización del

desparecido.

Precisamente de ellos fue de quienes recibió la primera llamada

para informar sobre Arturo, en vez de preguntar por él. Le dijeron que

la policía local había encontrado su coche, y le pidieron que se pasase

por sus oficinas para ampliarle la información. De Arturo no tenían

noticias aún, pero que hubiera aparecido su coche ya era mucho más

que nada, por lo que corrió hasta su jefe de sección, a fin de pedirle

permiso para ausentarse del trabajo por los motivos que le explicó.

Éste, empático con ella, pero fiel a las responsabilidades de su puesto

de trabajo y a las directrices de la empresa, le informó compungido que

no era competencia suya concederle tal permiso, sino del jefe de planta.

El jefe de planta le dijo que solo podía concederle permiso si el motivo

estaba recogido en el convenio laboral, por lo que le recomendó que

acudiese al área administrativa y al comité de empresa.

A lo largo del tiempo que duraron las negociaciones, los paseos

por el edificio en busca de unos y de otros, y las esperas entre

deliberaciones, que fue largo, estuvo a punto de explotar por

indignación en más de una ocasión, pero supo aguantarse las ganas

con tal de evitar añadir más impedimentos al logro de su objetivo, el

cual finalmente consiguió alcanzar a cambio de comprometerse a

- 295 -
recuperar el día de trabajo que se suponía que iba a perder, y de la

renuncia que se hizo a sí misma de intentar ajustar el horario a

recuperar al realmente perdido, considerando que ya había librado

suficientes batallas por hoy, y que éstas ya le habían hecho perder

demasiado tiempo.

Cuando llegó a la Comandancia de la Guardia Civil, le informaron

de que el coche de Arturo había aparecido abandonado en la calzada, en

la mañana del día de ayer, parado delante de un semáforo y con el

motor en marcha, en la misma avenida en la que estaba situada la

manzana que ocupaba el edificio donde estaba su casa, y muy cerca de

ella. El vehículo estaba localizado en el depósito municipal

correspondiente a su distrito, y en su interior se encontraban lo que

parecían ser las ropas de Arturo y sus objetos personales. Un policía

local había presentado un detallado y minucioso informe, en el que se

reflejaban con precisión las circunstancias en las que lo encontraron.

Necesitaban que reconociera si las ropas que había en el interior

del coche eran las que Arturo llevaba puestas cuando salió de la casa, y

si eran suyos los objetos personales que se hallaban en su interior, por

lo que le preguntaron si podía acompañarlos al depósito para verificarlo

todo, pero antes le dijeron que les gustaría hacerle algunas preguntas

más, aparte de las que ya le habían hecho la noche anterior, ya que el

caso mostraba evidencias de tratarse de una auténtica y extraña

desaparición.

- 296 -
Fueron muchas las preguntas que le hicieron, y ningunas las

respuestas que le dieron. Si tenía enemigos, si se llevaban bien en la

pareja, si tenía negocios o deudas, si tenía una amante, si le iba bien en

el trabajo, si era homosexual, si estaba deprimido, si tomaba

medicación, si se drogaba, si era aficionado al juego, si se habían

peleado últimamente, si podían quedarse con el teléfono móvil de Arturo

para investigarlo, si… A pesar de la amabilidad que mostraron los

agentes, el interrogatorio le resultó agotador. Finalmente, cuando

consideraron que habían conseguido toda la información útil que

podían obtener de ella, la acompañaron hasta el depósito municipal

para el reconocimiento del vehículo.

Ciertamente era el coche de Arturo. Sobre los asientos estaba la

ropa que recordaba haberle visto dejar preparada antes de acostarse, la

noche previa a su desaparición, para ponérsela al día siguiente. Lo que

le llamó la atención es que estaban hasta los zapatos y los calcetines

¿Se habría ido descalzo? Algo que extrañaba también a todos era la

manera en la que habían aparecido dispuestas sus ropas: como si por

arte de magia, lo hubiesen sacado de ellas. La camisa estaba abotonada

y con los faldones por dentro de un pantalón también abrochado,

cinturón incluido. Estaban también las llaves de la casa, su cartera con

dinero y documentación, y hasta el teléfono móvil. Ya le habían pedido

permiso para quedarse con las pertenencias de Arturo a fin de

revisarlas, por si encontraban en ellas alguna pista que pudiera serles

- 297 -
útil, pero le devolvieron las llaves de la casa. Se sintió mal con ellas en

su poder. Aquello se le antojó como una despedida.

3.3. Vuelta a casa.

Se había reintegrado consigo mismo, con la parte de su energía

que solía quedar en el mundo espiritual cuando las almas encarnaban

en un mundo físico, y ahora sí que se reconocía como Niemsé. Ese era

su nombre aquí y ahora, porque aquí los nombres identificaban a cada

uno según su tasa vibratoria, y ésta iba cambiando a medida que cada

cual progresaba y se desarrollaba. El nombre de cada ente, lo que lo

identificaba, era la forma en la que cada uno resonaba.

Reconoció también que este “aquí” era su verdadero hogar. Éste

era su verdadero mundo de procedencia y no la Tierra, que no era otra

cosa que un mundo más, entre los muchos posibles, donde

experimentar y encontrar nuevas oportunidades para ponerse a prueba,

aprender, y desarrollarse.

Había vuelto a casa y se alegró por ello. Ahora sus emociones se

habían liberado de la pesada carga pasional que las lastraba en el

denso mundo que acababa de dejar, y disfrutaba de la sensación de

libertad que ello le estaba permitiendo saborear, lo que contribuía a

incrementar aún más esa sensación de alegría, que se retroalimentaba

a sí misma en forma de sereno regocijo. Era muy agradable sentirse


- 298 -
ligero de nuevo, liberado de la plúmbea pesadez de todo lo terrestre,

especialmente ahora en lo relativo a las emociones.

Se acababa de liberar por completo del olvido original, al que

acuerdan someterse la gran mayoría de las almas que encarnan en la

Tierra y que tiene como función, entre otras, facilitar sus aprendizajes,

evitándoles condicionamientos derivados de experiencias anteriores, en

ése o en otros mundos. Recobró la conciencia de que el Universo en

general estaba diseñado para el progreso y el éxito, y de que todo

cuanto acontecía en su interior estaba encaminado a la mejora de todos

y cada uno de sus elementos integrantes, por medio del Amor.

Su despertar, o activación, como lo había llamado Elías, le hizo

recordar también a los que ahora reconocía como sus amigos más

próximos, aquellas almas con las que compartía esfuerzos y ayuda

mutua, de una manera más frecuente e intensa que con las demás,

dado que formaban parte del mismo grupo de estudio y trabajo.

Ya había recordado a Ahindane, su amiga más íntima entre sus

íntimos, aquella a quien en alguna ocasión había llamado su media

naranja y con la que había compartido muchas encarnaciones, la

mayoría de ellas como pareja, aunque en ésta última hubiesen preferido

hacerlo como madre e hijo. Ambos fueron incubados a la par por la

misma madre especialista, y ella había sido la primera alma con la que

había compartido experiencias, después de su cuidadora.

- 299 -
De su grupo de almas inicial, aquel primero y ya muy lejano en el

que se integró con Ahindane, tan solo ellos dos y Asterandé seguían

juntos, de los veintiuno que fueron en un principio, al haber mantenido

una línea de progreso y desarrollo muy similar. Krionsdinae, su actual

Maestro, les llamaba los tres mosqueteros.

Fueron precisamente Krionsdinae y Ahindane quienes vinieron a

recibirlo. A modo de regalo de bienvenida, Ahindane le presentaba el

aspecto que tuvo como Agnieszka, la que fue su mujer en la penúltima

vida en la que estuvieron juntos, en la convulsa Polonia de aquellos

tiempos de la última gran guerra en el planeta Tierra. Krionsdinae, por

su parte, le sonreía y parecía bastante satisfecho.

- Bienvenido, ahora sí – le dijo.

Niemsé entendió el significado de ese “ahora sí”. Aquella voz que

escuchó cuando se inició su tránsito y aún estaba desorientado, era la

suya.

- Menuda sorpresa me diste. No me lo esperaba – le comentó.

- Yo tampoco – contestó Krionsdinae, refiriéndose a lo imprevisto

de su transición y ampliando generosamente la sonrisa.

Ahindane, por su parte, se le acercó y se fundió con él en un

abrazo, de esos que se daban allí. Sus energías se unieron de una

- 300 -
manera que le recordó las veces en las que lo habían hecho por medio

del sexo, cuando fueron hombre y mujer.

- Hola Fuguillas, bienvenido de nuevo - o algo parecido a esto fue

el saludo que le brindó, después del íntimo abrazo que se dieron.

Fuguillas era el apodo que le habían puesto en su grupo, por su

apresuramiento en la búsqueda de soluciones, cada vez que se les

planteaba un problema.

- Echo de menos a los demás – dijo Niemsé, refiriéndose al resto

de miembros del grupo

- Kiamku y Asterandé todavía están encarnados, por lo que han

preferido no venir, y Jintámena se ha quedado con ellos, esperándote –

le informó Krionsdinae.

- Kiamku me ha encargado que te de una colleja de su parte, por

lo mucho que tardaste en reaccionar con lo de vuestro divorcio – le dijo

Ahindane, de la manera en la que se “decían” aquí las cosas.

Una buena parte de Kiamku, que había sido el último en

incorporarse al grupo, todavía ocupaba el cuerpo de Julia, la mujer con

la que estuvo casado, y aún no había terminado con los procesos de

aprendizaje que había ido a hacer allí. En esta ocasión habían acordado

ayudarse mutuamente como matrimonio, y Kiamku había elegido ser la

mujer de la pareja, aprovechando que el cuerpo femenino le brindaría

- 301 -
mejores oportunidades que el del sexo contrario, para lo que había ido a

practicar esta vez.

Al respecto de Asterandé, también tenía una buena parte de su

energía aún encarnada en Manolo, su amigo de la infancia, con el que

había mantenido un íntimo y permanente contacto mientras estuvo en

la Tierra, aunque la distancia había hecho que últimamente no hubiera

podido ser tan frecuente como ambos hubiesen querido.

Krionsdinae saludó entonces a Elías, quien por cierto no se

llamaba realmente así. Elías fue el nombre que eligió para que Niemsé

pudiera aceptarlo fácilmente, en unos momentos en los que ya tenía

suficiente confusión como para añadir más elementos extraños a su

experiencia, sin que hubiera necesidad de ello. En realidad sonaba algo

así como Eriastonda.

Los dos Maestros juntaron sus energías, en un abrazo de

reconocimiento y agradecimiento mutuo. Eriastonda reconoció y alabó a

Krionsdinae el trabajo que estaba haciendo como Maestro con su grupo

y especialmente con Niemsé, mientras que Krionsdinae hizo lo propio

con él respecto al que acababa de hacer con su pupilo. Cuando

terminaron, Eriastonda se dirigió a Niemsé.

- Ha sido un placer conocerte.

- También para mí lo ha sido, pero ¿te despides?

- 302 -
- Si. Ya te dije que me marcharía pronto. Aprendes rápido, pero

volveremos a vernos.

- Eso espero.

Fue Niemsé quien abrazó ahora a Eriastonda. Le transmitió todo

su amor y agradecimiento, y éste a él lo orgulloso y satisfecho que le

hacía sentirse por su manera de ser y progresar, así como su

agradecimiento por la oportunidad que le había ofrecido para mejorar

sus habilidades.

Después de esto, fueron los cuatro los que se juntaron en un

abrazo múltiple y único a la vez, reconfortándose mutuamente unos a

otros con su amor, respeto y agradecimiento.

- Hay más gente que quiere darte la bienvenida – dijo Krionsdinae

cuando se separaron.

- ¿Y a qué estamos esperando? – contestó.

Jintámena, Asterandé y Kiamku le habían preparado una fiesta

de bienvenida en forma de canción. Bailaban al ritmo de la música que

cantaban, y lo hacían con arrancadas y detenciones bruscas, haciendo

burla con ello del apodo que le habían puesto.

Niemsé se alegró de volver a verlos a todos aquí, y agradeció

especialmente a Kiamku y Asterandé que hubieran dejado su

recogimiento para venir a recibirle, aunque evitó abrazarlos cuando se

- 303 -
retiraron, por respeto al trabajo que todavía estaban haciendo en el

mundo físico.

A quien sí que abrazó con gusto fue a Jintámena, que había

formado pareja con Ahindane y había sido su padre en la vida que

acababa de dejar.

- Hola Plantao, me alegro de volver a verte. He echado mucho de

menos tus pastelitos de los domingos.

Plantao era el apodo de Jintámena, que le habían puesto porque,

a diferencia de él, su tendencia era “plantarse” reflexivo ante los

problemas, y procuraba evitar actuar hasta no haber repasado una y

otra vez las diferentes opciones de respuesta posibles que hubiese sido

capaz de encontrar, y calibrado las consecuencias que cada una de ellas

creía que podría llegar a acarrear.

Lo de los pastelitos fue porque, siendo Arturo todavía un niño, y

mientras Jintámena ejercía como un padre de familia cariñoso,

responsable, y entregado a su trabajo y a los suyos, acostumbraba a

festejar los domingos llevando a la casa una bandeja de pastelitos, como

postre especial para la comida de ese día.

Jintámena era muy admirado y respetado por todos ellos. Hacía

ya tiempo que se integró en el grupo, pero todos sabían que pronto los

dejaría, porque en realidad de plantao tenía poco. Era de los más

evolucionados entre ellos, y cada vez era requerido con más frecuencia
- 304 -
para ayudar en las tareas de vivificación de mundos, trabajo en el que

llevaba algún tiempo especializándose, habiendo llegado ya a alcanzar

tal grado de habilidad, que le capacitaba para permitirle contribuir a las

labores de depuración y puesta a punto de una especie de vida aérea

inteligente, a la que estaban intentando capacitar para albergar almas

como las suyas y que según les contaba, se estaban llevando a cabo en

un joven mundo gaseoso.

- Y aquí hemos echado mucho de menos tus prisas – le respondió.

- Pues no me he dado muchas para volver – contestó Niemsé.

- ¡Que digas! ¡Si te has saltado hasta el túnel!

Los tres rieron con el comentario de Jintámena. Era una de sus

bromas. Él mismo ya había hecho sus últimos tránsitos sin necesitar la

ayuda que el túnel aportaba a la reorientación de las almas que volvían

de sus vidas físicas. En el caso de Niemsé, era la primera vez que no

pasaba por él.

- Den Bosch va a tener que volver para pintar ahora un coche, en

vez de un túnel – siguió bromeando Jintámena.

Aquí se le seguía llamando así, como él mismo quiso que le

llamasen mientras estuvo encarnado, con el nombre de la ciudad

holandesa donde vivió durante un tiempo, a caballo entre los siglos XV

y XVI de la Europa del actual planeta Tierra, con la misión de dejar

- 305 -
plasmados para la humanidad, como recordatorio y materia de estudio,

y en forma de pinturas alegóricas, sus orígenes y parte de su historia,

así como algunas advertencias acerca de sus posibles futuros. En su

obra metafórica Subida al Empíreo, había dejado reflejada una

representación bastante gráfica del túnel del que hablaba Jintámena.

- No creo que mi caso sea tan importante – dijo Niemsé en su

descargo.

- ¿Qué quieres hacer ahora? – intervino preguntando Krionsdinae,

que se había mantenido a cierta distancia, como solía hacer mientras

ellos interactuaban libremente.

- Bueno, creo que éste puede ser un buen momento para repasar

la lección.

Krionsdinae volvió a mostrarle una sonrisa de satisfacción. Ya

hacía algunas vidas que los miembros de su grupo habían dejado de

necesitar, de manera sistemática, cuidados al volver. Tan solo en

alguna que otra ocasión esporádica, por haberse arriesgado alguno de

ellos con una vida demasiado difícil, todavía eran necesarios. Sus

pupilos eran muy osados, y ya tenían bastante experiencia previa en

complicarse las vidas, a fin de progresar más rápido, pero no por ello

dejaban de arriesgarse con frecuencia. Algunas veces, incluso hubo

quien ocupó dos cuerpos a la vez en alguna de sus encarnaciones,

viviendo en la Tierra dos vidas simultáneamente, o elegido cuerpos con

- 306 -
graves e importantes limitaciones físicas o psíquicas. Sin embargo,

aunque no era el caso en esta ocasión, ya que para sus costumbres

Niemsé había tenido una vida relativamente fácil, y a pesar de la

modestia que manifestaba, algo extraordinario debía de estar

ocurriendo para que hubiera tenido que hacer un tránsito tan especial.

Él también estaba deseoso de repasar la lección.

- Está bien. En ese caso, vamos a ver al Consejo.

3.4. En el hospital.

Serían algo más de las diez y media de la mañana, cuando

Leandro llegó a la ciudad donde vivía y trabajaba su hijo. Previamente,

desde la casa, le había mandado un mensaje anunciándole su salida,

tal y como habían acordado. Prefirió el mensaje a la llamada, ya que no

sabía en qué estaría ocupado Juan Carlos a esas horas, y ni siquiera si

estaría despierto.

Cuando llegó a la casa de su hijo buscó aparcamiento, y sin

bajarse del coche echó mano del teléfono móvil, con la intención de

llamarlo. Antes de hacerlo abrió la aplicación de mensajes que utilizaba,

sospechando que muy probablemente allí encontraría alguno de su hijo,

en respuesta al que le envió antes de iniciar el viaje. Efectivamente, así

resultó. En él, le pedía que se fuese directamente al hospital donde

- 307 -
trabajaba, y que le llamase una vez allí. Eso hizo, y al llegar al hospital,

tras haber aparcado el coche y camino de la puerta, lo llamó.

- Hola papá ¿Dónde estás?

- Aquí, en el hospital.

- ¿Ha ido todo bien?

- ¡Pues claro!

- Vale, pues espérame en la cafetería, que estoy terminando de

pasar planta y ya voy yo a por ti.

Cada vez que lo había visto así, como ahora, vestido con la bata,

desde lejos, caminando con ese porte y vitalidad tan propios de la

plenitud de su edad, no podía evitar sentirse orgulloso de que ese

pedazo de hombre tan bien parecido, fuera su hijo. Le recordaba mucho

a su madre, aunque no tanto como su hermana María Esperanza, que

era su vivo retrato.

Juan Carlos lo buscaba con la mirada y él levantó una mano con

la intención de ayudarle a localizarlo, algo que no dejaba de

sorprenderle de sí mismo cada vez que lo hacía. En su fuero interno se

mofaba de ese mismo comportamiento cuando lo observaba en los

demás, porque pensaba que para ver la mano levantada, el observador

ya debía tener la mirada fijada en la persona dueña de esa mano, o al

menos en la dirección en la que se encontraba, pero él mismo respondía

- 308 -
de esa misma manera, de forma automática, en casi todas las ocasiones

en las que le tocaba desempeñar el papel del que espera al otro en una

cita.

Juan Carlos se acercó hasta donde estaba y tras dos besos de

saludo, y sin ni tan siquiera hacer ademán de sentarse, le dijo,

señalando la taza que había sobre la mesa:

- ¿Has terminado?

- Si

- Pues hala, vente conmigo.

- ¿A dónde vamos?

- He hablado con mi amigo David, el neurólogo, y quiere verte.

- ¡Hay que ver cómo eres! A mí me vas a hacer perder el tiempo y

tú y tus compañeros también. ¡Con la saturación que tenéis ahora en

los hospitales! Y además, seguro que has tenido que pedir favores.

- Tú por eso no te preocupes. Donde las dan, las toman ¿o es que

te crees que ellos no me deben favores a mí? Y estate tranquilo, que

porque te vean no se van saturar aún más las consultas de lo que ya

están, ni se va a perjudicar a ningún paciente. Esto solo va en perjuicio

de David y de su tiempo.

- ¿Y te parece poco? ¿No me estás viendo, que yo estoy bien?

- 309 -
- Si, ya te veo ¿pero a ti que más te da, ya que estás aquí y no

tienes otra cosa que hacer? Anda, vamos.

- Luego dices que el cabezón soy yo.

Juan Carlos lo llevó hasta la habitación que él y sus compañeros

utilizaban para el descanso, cuando estaban de guardia. Ya había

estado allí antes otras veces, mientras estuvo en recuperación y

seguimiento tras su operación, y otras muchas de las que había venido

para revisiones, como ahora, pero a pesar de haber tenido la

oportunidad de recorrerlo en repetidas ocasiones, no había conseguido

aún hacerse con el mapa mental del edificio. Pensaba que el mítico

laberinto griego del Minotauro, debía de parecerse mucho a la

intrincada red de pasillos y salas intercomunicadas de los hospitales,

por las que su hijo y los demás trabajadores del centro se movían con

una seguridad y decisión que envidiaba.

- ¿Qué hacemos aquí? – preguntó Leandro cuando llegaron a la

sala.

- He quedado con David que me avisaría por el busca en cuanto

tuviera un hueco.

Aún no había terminado la frase, cuando recibió el aviso.

- ¡Míralo, aquí está! Venga, vamos.

- 310 -
La consulta en la que estaba el neurólogo era una de esas que

tienen dos entradas: una para los pacientes, desde la sala de espera, y

otra interior, que fue la que utilizaron. Después de los rápidos y breves

saludos entre compañeros, vinieron las presentaciones.

- Éste es mi padre: Leandro.

- Encantado – dijo David extendiéndole la mano, con la misma

afabilidad con la que le sonreía.

A Leandro le gustó la forma en la que este hombre estrechaba la

mano. Había quien lo hacía con flacidez, o entregando sólo los dedos,

como queriendo evitar el contacto, y quien lo hacía con demasiada

energía, como queriendo demostrar una fuerza que posiblemente solo

tuviera en los músculos, pero este hombre lo hacía con franqueza, con

toda la mano, cogiendo bien la suya y sin mucha ni poca presión, solo

la justa y suficiente como para transmitir confianza.

Aquel médico les invitó a sentarse y comenzó la consulta. Les

pidió que le recordaran el nombre completo de Leandro para buscar su

historial en el ordenador, con la sola intención de tenerlo presente, ya

que previamente se lo había leído entero, cuando su colega de cirugía

general le habló de su padre y le contó lo preocupado que estaba tras la

última conversación telefónica que ambos mantuvieron.

- Me ha dicho Juan Carlos que tuvo una alucinación ¿no? – le

preguntó, mientras la máquina cargaba los datos.


- 311 -
- Pues no. De alucinación nada ¿Ya le has contado lo de la

cabeza? No sé pa qué te dije na – terminó de decir, dirigiéndose a su

hijo.

- Pues claro, papá.

- Bueno, cuénteme lo que vio – intervino rápidamente David, con

la intención de tranquilizar los ánimos, atrayendo la atención de ambos

y procurando así evitar lo que tenía toda la pinta de poder llegar a

convertirse en un pequeño conflicto familiar.

-Pues un hombre desapareciendo. Bueno, él no. Su cabeza.

- ¿Cómo que su cabeza?

Leandro no pudo evitar un gesto de disgusto. Era evidente que

aquella persona ya se había formado una idea clara y concisa sobre lo

que le había pasado, basándose en la información que Juan Carlos le

diera y antes de escucharle a él, así que intentó resumirlo todo lo que

pudo.

- Pues que yo me acerqué a un coche que estaba parado en la

calle y me encontré con esa cabeza encima del asiento, desapareciendo.

- ¿Solo la cabeza?

- Sí, solo la cabeza.

- Pero usted sabe que eso no puede ser ¿no?

- 312 -
- Pues claro que lo sé y por eso nadie me cree, pero fue lo que vi.

- Mire usted Leandro, las alucinaciones parecen reales a quien las

padece, porque son producto de los mismos impulsos cerebrales que

provocan los sentidos, pero su origen no está allí, sino en algún otro

sitio ¿Alguien más lo vio?

- Pues no estoy muy seguro. Creo que un chaval que había por

allí también lo vio, pero se marchó enseguida.

- ¿Alguna vez ha oído voces, o ruidos extraños, o ha tenido visión

borrosa, dolores de cabeza, mareos, y cosas así?

- Si lo que me está preguntando es si estoy loco, yo creo que no,

pero aquí está mi hijo que me conoce mejor y además puede dar una

opinión más cualificada que la mía.

- Papá, nadie está diciendo que estés loco.

- Efectivamente es evidente que usted no está loco, pero necesito

algo de información para tatar de averiguar qué es lo que puede estar

pasando. No obstante, ¿qué te parece si le hacemos un escáner de

cráneo con contraste? – Dijo David, dirigiéndose ahora a su colega, tras

decidir con rapidez posponer su interrogatorio, o cambiar al sujeto del

mismo más adelante, cuando estuviesen solos, sustituyendo al padre

por el hijo, dada la evidente incomodidad y resistencia que el paciente

- 313 -
estaba manifestando, y disimulando que ya tenían previamente pactada

la realización de la prueba.

- Me parece estupendo.

- Como tenemos aquí su historial y ya se ha hecho esta prueba

otras veces sin problemas, voy a hacerte una petición para que lo vean

por urgencias, a ver qué sale. Ya que él no presenta reacciones adversas

al contraste y podemos prescindir del ayuno, lo mismo puedes

conseguir que se lo hagan ésta misma mañana ¿Te parece?

- Pues claro, me parece estupendo – le contestó, disimulando él

también que ya habían hablado sobre ello y tenían un acuerdo previo.

- Voy a hacerte también una petición de analítica, a ver cómo van

esos marcadores, aunque aquí veo que ya le hicieron una no hace

mucho y todo estaba bien, pero por si acaso. La analítica de marcadores

no entra por urgencias, así que la voy a incluir en otra general. Tendrás

que encargarte tú de hablar con los de laboratorio, para que te la hagan

y te agilicen los resultados. Por suerte la glucosa no nos interesa para

nada en este caso y podemos prescindir de ella.

- ¿Y lo del escáner es necesario? Yo creo que mi cabeza está bien

¿o no, Juan Carlos? – intervino Leandro.

- Papá, has venido para que te hagamos unas pruebas y aquí el

especialista es David. Él es quien manda. Si dice que te lo hagas ¿a ti

- 314 -
qué trabajo te cuesta? Esa prueba ya te la han hecho otras veces y

sabes que no te va a pasar nada. A ti no te agobia, como a otra gente,

eso de meterte en el tubo. ¡Si la última vez hasta te quedaste dormido,

que roncabas y todo!

Mientras Juan Carlos se ocupaba en solventar las resistencias de

su padre, David grababa su breve informe en el historial de Leandro y

terminaba de rellenar los formularios de petición de pruebas.

- Aquí los tienes – dijo, entregándoselos a su colega.

- Muchas gracias David. No te entretenemos más.

- Bueno, ya hablamos.

- Sí. Hasta luego.

- Adiós, muchas gracias por todo y perdón por las molestias– dijo

Leandro, extendiéndole la mano al amigo de su hijo.

- No son molestias ningunas – le contestó éste, correspondiendo a

su sonrisa con la misma afabilidad que él le demostraba, mientras se la

estrechaba.

Una vez fuera de la consulta, Juan Carlos condujo a su padre

hasta la sala de extracciones, donde le tomaron las muestras para el

análisis de sangre. A la mayoría de los profesionales que trabajaban allí

ya los conocía, y aún los recordaba de aquellos tiempos en los que

- 315 -
visitaba con frecuencia el hospital, y de las veces en las que tuvieron

que hacerle esa misma prueba.

Se alegró de volver a ver a aquellos hombres y mujeres, más por

saludarlos de nuevo que por tener que beneficiarse de sus siempre

eficaces y eficientes servicios. No dejaba de sorprenderle la amabilidad y

el buen humor con el que la mayoría de ellos trataban a los pacientes, a

pesar de las cada vez peores condiciones laborales que sabía que tenían

que soportar. A excepción de la fea.

La fea también seguía allí, todavía. No es que fuera especialmente

fea, pero él la llamaba así porque nunca se preocupó por retener su

nombre en la memoria, y por lo feo de su carácter. Era una auxiliar de

enfermería que por su edad ya debería estar a punto de jubilarse,

regordeta, con el pelo corto y pintado de amarillo, y un mal genio que

daba susto. Parecía un sargento cuartelero disfrazado de enfermera de

hospital, al que no recordaba haber visto sonreír ni una sola vez.

Afortunadamente no tenía que pinchar a nadie, aunque puede que no le

faltasen las ganas, porque su trabajo se limitaba a recibir a los

pacientes, clasificar las muestras para el laboratorio, y mantener a

punto el material.

Al salir de allí, Juan Carlos miró el reloj y dijo a su padre:

- 316 -
- Papá, yo quiero estar contigo en el escáner, pero se me está

echando la hora encima y todavía tengo algunas cosas que hacer ¿A ti

te importa si lo hacemos esta tarde?

-¡Qué cosas tienes! Y si no lo hacemos tampoco creo que vaya a

pasar nada.

- De eso nada. De ésta no te libras. Vámonos a radiología, a ver si

tenemos suerte y está Laura.

- ¿Quién es Laura?

- Una adjunta de radiodiagnóstico que ahora se encarga de

cabeza y cuello, que es un encanto, además de una médico magnífica.

Ya verás.

- ¿Te gusta?

- Nos gusta a todos. Es una excelente profesional, con una

perspicacia fuera de lo normal, inteligente, y además simpática y guapa.

- Me refería a si te gusta como mujer.

- Me gusta toda ella entera, pero ya sé por dónde vas. Es una

compañera de trabajo papá, y lo último que se me ocurriría es tirarle los

tejos a una compañera en el trabajo, aunque ganas no me faltan, pero

hay una cosa que se llama respeto. Ya tiene bastantes problemas con el

impresentable de su jefe de servicio.

- 317 -
- ¿Qué le pasa?

- Pues que es un viejo verde baboso, además de un inútil, al que

ya ha tenido que pararle los pies en más de una ocasión. Pero hasta eso

sabe hacerlo con elegancia.

- Pues sí que parece que te gusta, si. A lo mejor ha llegado el

momento de que le pongas remedio a tu soltería.

- Tú deja en paz mi soltería, que así me va de maravilla. Recuerda

que ya he probado a vivir en pareja y no es que me haya ido muy bien,

que digamos. Es mejor así: cada uno en su casa y Dios en la de todos.

Anda, ven por aquí a ver a quien tenemos.

Laura no estaba, pero Leandro se alegró cuando escuchó que

estaría en el turno de tarde, mientras su hijo charlaba con la técnica en

radiodiagnóstico y la auxiliar del servicio, para buscarle un hueco. Así

podría conocer a esa mujer tan especial, según Juan Carlos y sus

compañeras del servicio, ya que parecía que no era sólo él quien la

consideraba como tal, porque escuchó cómo el personal que allí

trabajaba felicitaba a su hijo, porque iba a ser ella la encargada de

interpretar las imágenes del escáner.

- ¿Qué vas a hacer tú mientras yo acabo? – le preguntó éste al

salir.

- 318 -
- Pues creo que me voy a ir a dar una vuelta. De todas formas,

como tengo llave de tu casa, si me aburro me voy y te espero allí.

- Vale. Cuando acabe yo te llamo y ya quedamos. Hoy nos vamos

a dar un homenaje y nos vamos a ir a comer al Fogón de Ignacio ¿Te

parece?

- De acuerdo, pero yo invito.

- Ni lo sueñes. Estás en territorio comanche y aquí mando yo.

- Bueno, ya veremos.

- Ya está visto. Venga, dame un beso que me voy. En cuanto

acabe te llamo.

3.5. El Consejo de Filósofos.

Tiempo atrás, cuando aún era un alma muy joven, todavía temía

las sesiones de revisión ante el Consejo de Filósofos, cada vez que

regresaba de experimentar en el mundo físico, como el niño pequeño

que teme que sus padres le regañen, porque sabe que hay algo que no

ha hecho todo lo bien que debiera, pero ahora, cada vez que volvía, se

mostraba impaciente por recibir su ayuda en la revisión de su

actuación, en este caso como humano.

- 319 -
Krionsdinae le acompañaba, como era habitual, pero le

sorprendió gratamente encontrar allí a Eriastonda, que les esperaba a

la entrada.

- ¡Cuánto tiempo sin vernos! – le dijo irónicamente - ¿Tú vienes

con nosotros?

- Si me lo permitís… - solicitó respetuosamente Eriastonda.

- ¡Qué cosas tienes! Por mí encantado – contestó Niemsé con

alegría, mientras Krionsdinae se limitaba a asentir con una sonrisa.

Una vez ante el Consejo, lo primero que sintió, como cada vez que

se presentaba ante sus Filósofos, fue La Presencia, a modo de cúpula

protectora de todos ellos. Añoraba volver a sentirla tan cerca. Esa

sensación de tantos en uno solo; ese inmenso saber, que incluía todo lo

relativo a los allí presentes y más allá, ya fuera de su pasado, su

presente, o su futuro, y enfocado en ayudarlos a todos a incrementar

esa ínfima capacidad que él demostraba en estos momentos para

siquiera intuirla.

Esa inconmensurable sensación de amorosa protección que

emanaba de La Presencia y que lo impregnaba todo a su alrededor, cada

vez que Niemsé se había presentado ante su Consejo de Filósofos, le

hacía más consciente de lo que era habitualmente de su tremenda

ignorancia e insignificancia, y le hacía sentirse empequeñecido, a la vez

- 320 -
que le engrandecía y le estimulaba, porque sabía que algún día, por

lejano que pudiera estar todavía, llegaría a integrarse en ella.

Sonrió para sí al recordar tiempos pasados en los que temía

presentarse ante el Consejo, tan solo porque sabía que le iban a

recordar aquellas ocasiones en las que podría haberlo hecho mejor de lo

que lo hizo; precisamente esas que él, por aquellos entonces, con su

infantil proceder, hubiera querido poder ocultar debajo de la alfombra.

Ahora anhelaba estas sesiones, entre otras cosas precisamente por lo

que antes las temía, ya que allí recibía una inestimable ayuda para

reconocer errores que de otra forma podrían seguir pasándole

desapercibidos, viéndose con ello determinado a repetirlos una y otra

vez, además de desaprovechar oportunidades únicas para empezar a

poner los medios para corregirlos.

La ocasión era magnífica, porque le permitiría servirse de las

sugerencias que a buen seguro recibiría de sus Filósofos, almas viejas,

mucho más evolucionadas que él, hasta el punto de haber trascendido

tanto como para no necesitar encarnar, salvo por decisión propia en

misiones de ayuda, o para llevar a cabo alguna otra muy especial y muy

específica.

También se dio cuenta de que, al parecer, hoy era otro día de las

sorpresas. La primera ya se la llevó antes de entrar, cuando se encontró

con Eriastonda, quien por cierto, una vez dentro se colocó detrás suyo,

- 321 -
a su derecha, el lado opuesto al que antes solía ocupar habitualmente

su Maestro Krionsdinae, y cuya posición éste había vuelto a recuperar

para la ocasión. La segunda, tan agradable para él como la primera, si

no más, fue encontrarse con Elihá entre los miembros del Consejo, a

quien ahora sí que reconoció como su Maestro Inductor. La tercera, y

ésta sí que le sobrecogió, fue la presencia, junto a Elihá y los cinco

habituales, de un Filósofo nuevo, desconocido para él ¡y un Sabio! La

presencia de nuevos miembros en el Consejo anunciaba novedades

importantes, pero si además uno de ellos era un Sabio, a buen seguro

que éstas estaban garantizadas.

A lo largo de la historia se habían ido sumando miembros a su

Consejo, mientras que otros lo fueron abandonando. En la primera

sesión que recordaba había tan solo dos, sin contarlo a él ni al que

entonces era su Maestro, ni a los Maestros del Tiempo, que siempre

estaban presentes, aunque de una manera distante, sin intervenir en

las deliberaciones, y limitándose a buscar y proyectar las escenas a

revisar. Con el paso del tiempo, valga la redundancia tan solo a título

explicativo, en un lugar en el que pasado y futuro formaban parte de un

único y continuo presente, mientras que unos lo terminaron dejando y

otros nuevos se incorporaban, llegó a estar formado por un total de

cinco.

Alguna vez que otra se había encontrado con nuevos miembros en

calidad de visitantes, convocados para ayudar ocasionalmente en temas

- 322 -
muy específicos, especialmente y con más frecuencia en las sesiones de

preparación para nuevas encarnaciones, pero nunca hasta ahora había

acudido a una sesión tan concurrida, ni con un personaje tan especial.

Era la primera vez que tenía la oportunidad de tratar directamente con

un Sabio.

- Hola Niemsé, bienvenido de nuevo – fue el saludo que recibió del

Filósofo que solía dirigir las sesiones.

- Saludos, mis venerables hermanos. Yo también estoy contento

de volver a veros, muy especialmente a Elihá, y sobrecogido, a la vez

que agradecido, por ofrecerme la oportunidad de tratar directamente

con un Sabio.

Elihá le correspondió con una sonrisa, pero guardó un respetuoso

silencio ante el que hacía las funciones de presidente del Consejo,

mientras que el Sabio permaneció inmutable.

- ¿Estás satisfecho con tu desenvolvimiento como Arturo? – siguió

preguntando el presidente.

- No del todo, especialmente por lo mal que me porté con Julia

con lo de nuestro divorcio, y el tiempo que me costó aprender a perderle

el apego a las cosas materiales, pero lo que más me ha sorprendido ha

sido la forma en la que se ha desarrollado esta vez mi tránsito. No la

contemplamos, la última vez que nos vimos.

- 323 -
Niemsé se refería a las sesiones que las almas solían mantener

con su Consejo de Filósofos antes de encarnar, para la toma de

decisiones al respecto. En ellas se revisaban las alternativas de

realidades posibles a afrontar en el mundo físico en el que se disponía a

experimentar, en función de los aprendizajes y habilidades que el alma

necesitase practicar en esos momentos, y se le ayudaba a hacer las

elecciones que pudieran resultarle más útiles para alcanzar los

objetivos que se hubiera propuesto en su nueva vida, como por ejemplo

el cuerpo más adecuado entre los diferentes que se le ofrecían; aquellos

hitos clave que se le presentarían en la vida y las señales para

reconocerlos, así como también cómo reconocer a las otras almas que

encarnarían junto a ella y con las que entrelazaría aprendizajes; las

dificultades que quería afrontar para superarse; las diferentes

profesiones que podría ejercer y sus posibles papeles y repercusiones en

el entramado social; o las diferentes opciones acerca de cómo hacer el

tránsito, entre otras muchas cosas.

En definitiva, en estas sesiones se preparaba concienzudamente,

y hasta donde era posible, todo lo relativo a la nueva vida que el alma se

disponía a afrontar, pero en la última a la que se sometió, la forma tan

extraña en la que acabó haciendo el tránsito, había permanecido oculta.

Ante su queja, se hizo el silencio. Aquello fue una manera sutil,

pero eficaz, de hacerle recordar algo que hasta ahora no había tenido en

- 324 -
cuenta: la ley del silencio, también conocida como del secreto. Ahora lo

entendía.

No siempre es bueno para el aprendiz conocerlo todo acerca de la

materia de su aprendizaje. Manejar cierta información sin estar

preparado para hacerlo, puede causar estragos, no solo en el propio

aprendiz y/o su proceso de desarrollo, sino también en su entorno, por

lo que es necesario saber guardar en secreto determinados asuntos y en

según qué circunstancias. Era algo que creía tener sabido desde hacía

tiempo y que él mismo había aprendido a practicar, pero acababa de

comprobar que aún seguía siendo víctima de su propio orgullo y

vanidad, los cuales le habían llevado, una vez más, a olvidar lo lejos que

aún estaba de la sabiduría. En realidad, era de agradecer que se le

ocultasen ciertas cosas.

Su queja se transformó así en aún más admiración, además de

agradecimiento, hacia aquellos seres, mucho más evolucionados que él,

por la forma tan exquisita y sutil en la que demostraban su capacidad

de amar cuidando de él. Todavía no entendía el por qué de la extraña

forma en la que se había producido su transición, pero sí que había

comprendido que, sin duda alguna, había poderosas razones para que

hubiese sido así y no de otra manera, y confiaba plenamente en que,

cuando llegase el momento y él estuviese preparado, esas razones le

serían desveladas.

- 325 -
Recordó que nada sucedía nunca de forma gratuita y que todo,

absolutamente todo, estaba entrelazado y regido por el Amor. Un Amor

infinito, que como tal cuidaba de lo amado con sutileza y extrema

delicadeza, un amor que emanaba de mucho más allá que de la propia

Presencia, del que ella misma era también fruto, aunque a veces su

ignorancia y sus vicios aún por depurar, lo cegaran y le impidieran

reconocerlo así.

- Dices que te costó perderle el apego a las cosas materiales, y sin

embargo, desde muy niño ya fuiste capaz de demostrar generosidad – le

dijo el presidente, y le mostraron una escena de su última infancia.

Aquí es donde entraban en acción los Maestros del Tiempo. Eran

capaces de sumergirse y bucear entre la maraña multidimensional de

líneas del tiempo, hasta encontrar los acontecimientos pasados o

futuros a revisar, y proyectarlos ante los presentes.

En la escena que le presentaron, Arturo tenía poco más de cuatro

años de edad. Era una tarde de domingo y María, la señora que sus

padres habían acogido en su casa antes de que él hubiese nacido, en

unos años todavía difíciles para mucha gente en la España franquista, y

a la que quiso como a un miembro más de su familia, lo había sacado a

pasear y le había comprado una torta de bizcocho en una pastelería, a

modo de merienda. Al salir de la pastelería se encontraron con un

hombre sentado en la calle, en el suelo de la acera, mendigando. Al

- 326 -
verlo y sin pensárselo dos veces, Arturo partió su torta por la mitad y

entregó al mendigo la parte que no estaba mordida.

Aquello le hizo reconocer que lo que le movió a pelearse con Julia,

por ver quien se quedaba con más cosas de las que habían formado

parte de su común patrimonio, cuando disolvieron su sociedad de

gananciales, no fue solamente el apego a lo material. Había también un

oculto deseo de venganza al sentirse abandonado por ella y que hasta

ahora no había sido capaz de reconocerse a sí mismo. Se sabía la teoría,

pero otra cosa muy diferente era la práctica, cuando le tocaba a él

vivirla en sus carnes.

La teoría era que el amor es libre y no puede obligarse a nadie a

querer a otro, pero él pretendió obligar a Julia a quererlo. No contento

con ello y enfadado por no conseguirlo, había sido capaz de pelearse

durante el proceso de divorcio, hasta por quien se quedaba con el

felpudo de la entrada a la casa.

El apego por lo material también estaba presente, pero esa lección

ya la aprendió en vida algo más tarde, por lo que ese aspecto no le

interesaba mucho al Consejo. A ese afán por las posesiones materiales,

fue a lo que se refirió Kiamku con la colleja simbólica que le envió por

medio de Ahindane.

Kiamku sabía lo que decía cuando le reprochaba lo mucho que

había tardado en reaccionar. Años le había costado comprender que

- 327 -
muchas de las cosas que había considerado necesarias en el mundo

físico, en realidad no lo eran tanto, y que bastaba con tener cubiertas

las necesidades básicas para poder llevar una vida plena y feliz.

Aprendió a viajar por el mundo ligero de equipaje, además de descubrir

que eso le permitía derivar los esfuerzos que antes dedicaba a la

acumulación y conservación de unos supuestos bienes, de los que antes

o después tendría necesariamente que desprenderse, hacia la

adquisición de aquellos otros que siempre podría llevar consigo allá

donde fuese; y éstos últimos, no eran precisamente de los que podían

cogerse con las manos.

La revisión de su comportamiento durante ésta última

encarnación, continuó con otros hitos que el Consejo consideró

importantes. Aquello no tenía nada que ver con la creencia que

intentaron inculcarle en la Tierra desde muy niño, según la cual lo que

le esperaba a todo difunto era una especie de juicio sumarísimo, al que

seguiría una sentencia que premiaría o castigaría al juzgado, según que

hubiese ajustado o no su comportamiento a unas determinadas normas

y no a otras. No contentos con eso, los humanos, malinterpretando el

vago recuerdo de su vida espiritual, aún creían que el inexistente juez

de ese inexistente juicio, era ese torpe y tergiversado invento suyo

acerca de La Divinidad que llamaban Dios, cuando lo más próximo a Él

que aquí, aún sin serlo, podía llegar a percibirse por el momento, era La

Presencia. El único y más duro juez de su comportamiento, era uno

- 328 -
mismo. Los demás, movidos por el Amor, si se ocupaban en algo, era en

ayudar, pero por respeto a la ley del libre albedrío, jamás en juzgar.

Muchos humanos, todavía lastrados por las primitivas y ya

obsoletas religiones, aún conservaban un infantil y antropomorfizado

concepto de un dios capaz de juzgar, y por tanto de premiar o castigar,

pero eso estaba cambiando. Precisamente sobre tal asunto versó la

última parte de la sesión.

3.6. La sobremesa.

Los resultados del análisis de sangre tranquilizaron algo a Juan

Carlos, ya que no aparecía en ellos ningún dato alarmante, aunque a su

padre le hubieran dado pábilo, sirviéndole como otro argumento más,

para justificar lo que consideraba una pérdida de tiempo por una

preocupación sin sentido: la que él mostraba por su estado de salud.

Cuando se despidió de Leandro, se ocupó de volver a extracciones

para recoger las muestras y llevarlas personalmente al laboratorio,

pidiendo que se las analizaran en esa misma mañana. Presionar a sus

compañeros no era algo que le apeteciera mucho hacer, pero por su

padre estaba dispuesto a todo.

Los marcadores tumorales estaban dentro de los márgenes de la

normalidad y las hormonas tiroideas estaban sorprendentemente bien

- 329 -
ajustadas para depender de la medicación; pero aún con todo, su

relajación no era completa. Aquella historia de la cabeza en el asiento

de un coche, tal y como la contaba su padre, tenía toda la pinta de una

intensa y vívida alucinación visual, y él sabía que la marihuana no tenía

efectos alucinógenos tan potentes. No obstante, y para evitar mayores

resistencias en su progenitor, procuró durante la comida que las

conversaciones no entraran directamente en cuestiones sanitarias,

aunque ello no tuviera por qué implicar necesariamente que no se

pudiera hacer de forma indirecta.

- Bueno papá y cuéntame ¿qué hiciste ayer?

- Bueno, ayer no fue un día muy normal para mí.

- (Perfecto. Ha entrado a saco) – pensó Juan Carlos.

- Ya te he contado la maldita historia de la cabeza y eso me tiene

a maltraer. Ya has visto a tu amigo: otro que se piensa que estoy loco.

- ¡Papá, que David no es psiquiatra! Si alguien pensase que estás

loco, no te estaría viendo un neurólogo.

- Ya, y por eso me pregunta si oigo voces y quiere hacerme un

escáner de la cabeza.

-Papá, lo del escáner es lo normal en tu caso y es lo primero en lo

que pensaría cualquiera. Ya te lo dije yo ayer, cuando hablamos por

teléfono, y respecto a lo de las voces, te ha preguntado eso y más cosas.

- 330 -
Los médicos no somos adivinos y necesitamos preguntar a los pacientes

para hacernos una idea de lo que les puede estar pasando, aunque

algunos a veces se mosqueen y contesten de mala manera.

-¡Eh, para un momento, que yo no he contestado de mala manera

a tu amigo!

- Tú no te has visto la cara que le pusiste. Cómo no sería la cosa,

que el muchacho ya no te ha hecho más preguntas.

- Pues sería porque no tenía más cosas que preguntar.

- O porque la criatura es muy prudente, y no quería cabrearte

más ¿o me vas a decir ahora que no te has mosqueado?

- Hombre, un poco sí, pero es que ya te había dicho que esto no

se lo quería contar a nadie, porque ya estoy un poco harto de que me

tomen por loco.

- ¡Que nadie te ha tomado por loco!

- ¿Que no? Tenías que haber visto la cara que puso uno que

había por allí, y la del policía.

- Bueno papá, pero tú entenderás que alguien que no te conozca

es normal que lo piense, si le cuentas la historia esa de tu cabeza

solitaria, además de tránsfuga ¿o no?

- 331 -
- ¿Pues por qué te crees que no se lo quiero contar a nadie? Es

que no paro de darle vueltas. Tenías que haberla visto ¡La cara de susto

que tenía, el pobre hombre!

- ¿Le viste la cara?

- Como te la estoy viendo a ti ahora mismo. Hasta que

desapareció, claro.

- ¿Y después?

- Pues después nada. Se llevaron el coche, y si te he visto no me

acuerdo. Por cierto, que olía raro aquello.

-¿Ah, sí? Eso no me lo has contado.

- ¿Cómo que no? ¡Pues claro que sí! Lo que pasa es que no te

acuerdas. Allí olía como a tormenta. Eso me llamó la atención, porque el

olor estaba dentro del coche y no fuera. Estamos en mayo y ya ni me

acuerdo de cuando cayó la última gota de agua. A lo mejor era un

ambientador…

- ¿Y a qué olía? ¿A tierra mojada?

- No, no era a tierra mojada. Era más bien como ese sutil aroma a

metálico que hay en el aire los días de tormenta, antes de que llueva,

solo que éste no tenía nada de sutil. Era más intenso.

- 332 -
Juan Carlos no dijo nada más al respecto, pero que su padre le

recordara que la alucinación visual que había padecido venía

acompañada de otra olfativa, le hizo perder la tranquilidad ganada con

los resultados de la analítica. No parecía que hubiera habido ninguna

auditiva, pero la implicación de más de un sentido en su alucinación,

no era una buena señal. Decía haber visto una cabeza decapitada que

acabó desapareciendo, y haber olido a ozono en un día seco y soleado.

No obstante, prefirió no desatar más reacciones a la defensiva con

comentarios o preguntas al respecto.

- Lo del ambientador puede ser. Cada vez se hacen cosas más

raras y hay gente por ahí con unos gustos muy extraños. ¿Tú has

probado el helado de chorizo? – preguntó a su padre.

- Ni ese, ni el de lentejas, pero es que ni ganas.

- Hombre, por probar, a ver que tal…

- Pues yo ni eso. Donde esté un buen helado de turrón, que se

quiten los de cocido.

Ambos se echaron a reír, lo que regocijó a Juan Carlos porque era

prueba evidente de la relajación de su padre.

- ¿Tú los has probado? – le preguntó éste.

- No, pero si tengo la oportunidad a lo mejor lo hago. Por saber de

qué va eso.

- 333 -
- Oye, por cierto ¿Cómo llevas tus poesías? – Le respondió

Leandro, cambiando bruscamente de tema, al recordar la afición de su

hijo.

-Ah, pues estoy muy ilusionado. Ayer precisamente, después de

hablar contigo, conseguí encontrar la estructura que estaba buscando –

le contestó Juan Carlos, con un énfasis en la voz y en el gesto que

ratificaba su ilusión.

- ¿Ah sí? Cuéntame.

- ¿Has oído hablar de la proporción áurea?

- Me suena. Eso lo usaban antiguamente los pintores ¿no?

- Los pintores y la propia naturaleza. Todavía no estoy muy

seguro, pero creo que he conseguido que se pueda usar también en la

poesía.

- ¿Y eso cómo se hace?

- Ya te digo que todavía no estoy muy seguro, porque fue ayer

cuando construí mis primeros novenarios, pero tiene que ver con la

forma en la que se usan la métrica y la rima.

- ¿Y eso de los novenarios qué es?

- He llamado novenario a este tipo de poemas, porque se articulan

en torno al número nueve, pero ni te cuento lo difícil que es hacer uno,

- 334 -
o por lo menos hacerlo bien. Los sonetos los hago yo con la gorra, pero

los novenarios me cuestan mucho trabajo, tanto que aún no he

conseguido el novenario perfecto.

- ¡Pero hombre, hay que ver cómo eres de exigente contigo mismo!

Desde pequeño ya eras así. En eso también te pareces a tu madre ¿No

me acabas de contar que fue ayer cuando escribiste los primeros?

¿Cómo sabes si son perfectos o no? Deja que eso lo juzguen los demás.

-Te equivocas. Llevo mucho tiempo dándole vueltas a esto, hasta

que ayer conseguí definir, por fin, cuál debía ser su estructura. Pero

aún no he conseguido construir uno que se ajuste totalmente a ella. El

día que lo consiga, podré decir que he compuesto un novenario perfecto.

- Pues en ese caso, todo lo que necesitas es seguir practicando.

- Sí, en eso estoy. Por eso te decía que estoy muy ilusionado, pero

yo creía que lo más difícil estaba hecho y resulta que lo más difícil está

por hacer.

- Pues yo pienso que ahora te parece lo más difícil, porque es el

reto que tienes pendiente. Antes, lo difícil era encontrar la estructura,

hasta que lo hiciste y pasó a ser fácil. Verás cómo esto también lo

consigues, y entonces ya no te parecerá tan difícil.

- La verdad es que todavía me queda mucho por experimentar.

Puede incluso que la estructura del novenario no sea tan perfecta como

- 335 -
yo creo. Antes de hacer el primero estuve experimentando con sonetos y

hubo un momento en el que creí que lo había conseguido, pero el

primer novenario que escribí dejó aquel soneto en mantillas, y eso que

los que vinieron detrás eran mejores.

- ¿Te das cuenta? Todo lo que necesitas es seguir en ello.

- Sí, ya te digo que en eso estoy, pero me asusta un poco porque

no sé si voy a ser capaz.

- ¿Tú te crees que al que escribió el primer soneto le salió así, a la

primera?

- Pues no sé cómo se lo montaría el tal Giacomo de Lentino, pero

es que yo soy un simple aficionado.

- Un simple aficionado que gana un premio de poesía, la primera

vez que se presenta a alguno.

- Bueno, tampoco es que el nivel fuera muy alto. No era el Premio

Cervantes.

- Vale, sí, puedes seguir menospreciándote si quieres, pero

eligieron tus poesías y no otras. Por algo sería.

- No es que me menosprecie papá, es que soy realista. Eso de los

premios es una lotería. Ya sabes que los gustos son como los colores y

todo depende de que tu obra le caiga en gracia al jurado, o no. Otro

- 336 -
jurado diferente seguramente hubiese elegido a otro, y ya ni te cuento si

se llega a presentar algún autor famoso.

- Estamos de acuerdo, pero seguro que no iban a elegir poesías de

mala calidad.

- Hombre, no era un premio de los más prestigiosos, pero los

miembros del jurado tampoco eran ningunos mindunguis.

- ¿Te das cuenta? Pues tú puedes pensar lo que quieras, pero yo

estoy muy orgulloso de mi hijo. Bueno, de los dos, porque tu hermana,

en lo suyo, también lo está haciendo muy bien.

- Ya me gustaría a mí tener la constancia y tenacidad que tiene

ella.

- En eso estoy de acuerdo. Como se le ponga algo entre ceja y

ceja, no se te vaya a ocurrir a ti ponerte por delante. Es más apretá que

los tronillos de un submarino.

- En eso tiene a quien parecerse.

- ¿Qué quieres decir?

- Que su padre es terco como una mula.

-¡Sí hombre! Tendrás queja. Me pediste que viniera y aquí estoy.

- Si, pero tengo que ir llevándote de la oreja. Y además, no me ha

hecho ninguna gracia que hayas venido conduciendo.

- 337 -
- Anda y no exageres. Aquí estoy y no ha pasado nada ¿no?

Todavía no estoy senil, ni mucho menos ¡Camarero, por favor! ¿Me trae

la cuenta?

- Ni se te ocurra. Además, no te van a cobrar. Aquí me conocen a

mí más que a ti.

3.7. La misión.

Ya habían revisado una buena parte de su comportamiento como

Arturo, por lo que Niemsé tenía un montón de información ampliada al

respecto sobre la que meditar al salir de allí, pero cuando creía que

habían terminado y que le llegaría el turno a las despedidas, el Sabio,

que hasta entonces había permanecido inmutable, hizo un gesto y los

Maestros del Tiempo le presentaron una nueva escena. Se trataba de

aquella en la que, estando con Elías, había intentado comunicarse con

Marta.

En aquellos momentos aún no había terminado de hacer el

tránsito, y por tanto todavía estaba bajo los efectos del olvido de sus

orígenes, por lo que no recordó los trabajos de colaboración como

aprendiz que últimamente estaba llevando a cabo con Maestros

Inductores y más concretamente con Elihá. Al igual que Jintámena

abandonaba cada vez con más frecuencia y durante más tiempo su

- 338 -
grupo de estudio, para ampliar su formación como Maestro Vivificador,

él lo hacía para formarse como Maestro Inductor.

Todas las almas se comunicaban de una u otra manera con

aquellas que estaban experimentando en los diferentes mundos, siendo

muy frecuente la interacción con espíritus próximos. Una de las

situaciones más habituales, en las que las almas buscaban

comunicarse con espíritus encarnados, era aquella en la que, al morir,

los familiares que les sobrevivían quedaban muy afectados por lo que

aún interpretaban como una pérdida, y el alma en tránsito buscaba la

manera de calmar su dolor, tratando de informarles de que ese

sufrimiento no tenía mucho sentido, ya que seguía viva y se encontraba

bien, cuando no mejor que antes.

Algo parecido a eso fue lo que él mismo quiso hacer con Marta, la

encarnación de un alma de un grupo próximo al suyo, con la que se

había comprometido a encontrarse en la Tierra para ayudarse

mutuamente como pareja durante un breve periodo de tiempo.

Dado que no formaban parte del mismo grupo de estudio, no

tenía con ella tanta familiaridad como con Ahindane y los demás, pero

no fue eso lo que le dificultó el contacto cuando quiso comunicarse con

Marta, sino la incapacidad para recordar sus habilidades, aparte de su

propia falta de maestría en la inducción.

- 339 -
Los Inductores se especializaban en desarrollar éstas habilidades,

para poder transmitir mensajes específicos a individuos específicos,

próximos o no, bien para ayudarles en su desenvolvimiento personal, o

bien para inducirles determinadas ideas facilitadoras de hechos y

comportamientos que acabasen redundando en bien general del

Universo y del progreso de sus integrantes, ya que comunicar con un

alma encarnada, con la que no se había tenido un contacto específico

previo, era más complicado que hacerlo con alguien bien conocido. La

familiaridad les hacía más receptivos cuando estaban en el mundo

físico.

No obstante, ni siquiera era el caso en esta ocasión, puesto que sí

que había coincidido con Merstindém, el nombre del espíritu encarnado

en Marta, y otros miembros de su grupo, en alguna que otra situación

anterior, por lo que había cierto grado de familiaridad entre ellos, que

por supuesto se había intensificado notablemente con su convivencia

terrenal.

Aquellos que dominaban la maestría, eran capaces de inducir

eficazmente a las almas encarnadas en cualquier tipo de mundo o

dimensión, ya les fueran familiares o no, y se ocupaban en formar al

resto para lograr la mejora de su propia habilidad, pero él aún estaba

muy lejos de alcanzar tal nivel de integración y mucho más de poder

formar a nadie, salvo que se tratara de almas muy jóvenes e inexpertas.

De momento tan sólo practicaba con humanos, ayudando a las almas

- 340 -
menos hábiles en sus comunicaciones con ellos y contribuyendo a la

depuración de sus técnicas, a la vez que mejoraba las suyas propias. De

hecho, en el intento de comunicar con Marta, afectado inevitablemente

por una experiencia que no por permanecer oculta dejaba de existir, y

consciente de la debilidad de sus cuerdas en comparación con las que

había visto elaborar a Elihá, intentó aumentarles la potencia usando su

propia energía, algo que no hubiera sido necesario si tuviera que

hacerlo ahora, ya que una de las primeras cosas que aprendió fue a

manejar la del entorno.

- Para estar todavía en tránsito, lo hiciste bastante bien – dijo

Elihá, que no había intervenido hasta ahora.

Conocía bien a Elihá, ya que era su Maestro en el grupo de

aprendices de Inductor que visitaba a menudo para formarse en esta

especialidad, pero cuando interactuó con él como un alma aún en

tránsito no lo recordó, y de ahí aquella difusa sensación de familiaridad

que al principio le llamó tanto la atención.

- Eres demasiado indulgente conmigo. Mi actuación no tuvo ni

punto de comparación con la tuya, cuando indujiste al médico poeta.

Confío en poder llegar a alcanzar, en algún momento, tu nivel de

habilidad – contestó.

- No es mi trabajo ser indulgente, pero sí ayudar a fijar

aprendizajes. Tú ya sabes que es mucho más fácil comunicarse con un

- 341 -
humano cuando está en estado de recogimiento interior, durmiendo,

meditando, o en trance, que cuando está inmerso en un estado

emocional alterado.

Ciertamente que ya sabía eso y que lo había practicado en

numerosas ocasiones, solo que en aquellas circunstancias no lo

recordó. Fue Eriastonda, al que por aquel entonces conocía como Elías,

quien tuvo que explicarle algo que ahora sí que recordaba que ya sabía,

y que era el bloqueo que se produce en los cerebros humanos, cuando

se ven afectados por emociones negativas. Los Maestros expertos como

Elihá eran capaces de sortearlo con facilidad, pero él aún estaba en

formación.

- Tu intento fue muy atrevido. Sabemos de tu osadía y estamos

satisfechos con tus progresos como Inductor, por lo que fuiste elegido

para colaborar como ayudante en una misión muy específica.

El que intervino ahora era el Filósofo nuevo en el Consejo, que

también había permanecido en silencio hasta este momento, mientras

duraron las deliberaciones previas. Por su parte, el Sabio se había

activado. No se dirigía directamente a él, ya que parecía estar más

pendiente de los demás miembros del Consejo que de él mismo, aunque

también, pero ahora lo sentía activo y muy pendiente de lo que estaba

ocurriendo. Un nuevo gesto suyo y los Maestros del Tiempo proyectaron

parte de la escena en la que inició el tránsito, concretamente aquella en

- 342 -
la que, a punto de terminar de perder su cuerpo físico, un desconocido

se acercó a su coche para tratar de averiguar lo que estaba pasando.

Las proyecciones de los Maestros del Tiempo no tenían nada que

ver con las que, como humano, había disfrutado en pantallas de cine o

televisión. Ni siquiera con aquellas otras, más elaboradas, que los

terrícolas eran capaces de conseguir, gracias a la tecnología que

llamaban realidad virtual. A éstas había que quitarles lo de virtual.

Eran escenas reales que las almas podían contemplar como meros

observadores, sin intervenir en ellas, o implicarse activamente como un

agente más en su desarrollo, por lo que Niemsé, como observador, pudo

volver a sentir su propio pánico de aquel entonces, que ahora

comprendía pero no compartía, así como la perplejidad y el desconcierto

del desconocido que se acercó hasta el Arturo que era en aquellos

momentos.

Como entonces, volvió a sentir en este hombre su buena

disposición hacia la humanidad en general, ya que la motivación que le

llevó hasta allí, más fuerte que la curiosidad, fue un deseo inespecífico,

pero a la vez concreto, de ayudar, aún cuando ni siquiera sabía ni en

qué, ni cómo podría hacerlo.

- En su momento se te ocultó la forma en que se produciría tu

tránsito porque ella, junto con el efecto que debía producir en este

hombre, forman parte de un conjunto mayor de acciones, encaminadas

- 343 -
a facilitar lo que esperamos que ocurra en la Tierra más adelante, y tu

contribución y ayuda en esta misión nos gustaría que fuera más allá de

las que ya propiciaste como Arturo. Tu misión, en relación con la vida

que acabas de disfrutar, aún no ha terminado, si es que estás dispuesto

a continuar con ella.

El que así hablaba era el presidente del Consejo y mientras lo

hacía, la luz del Sabio aumentó su intensidad y empezó a expandirse,

hasta cubrirlos a todos ellos. No era como lo hacía La Presencia, pero se

le parecía. La sabiduría que ahora percibió no era la de muchos, sino la

de uno solo, pero inmensa en comparación con la de cualquiera de los

allí presentes, y junto a ella una sensación de protección que le hacía

saberse seguro ante cualquier incertidumbre que pudiera presentarse.

- Ya sabes que la humanidad está inmersa en un periodo crítico,

a punto de dar un nuevo salto evolutivo, o involucionar para empezar

de nuevo, y son muchas las almas que como tú, viajan hasta allí para

ayudar en este proceso. La forma tan extraordinaria en la que se

produjo tu transición, era necesaria para impactar en Leandro, pero el

trabajo aún no está terminado y esperamos poder seguir contando

contigo para ello.

El que así habló esta vez fue el Filósofo desconocido, y al terminar

su breve discurso los Maestros del Tiempo proyectaron una nueva

escena, esta a mayor escala que las anteriores. En ella la cerrazón, el

- 344 -
odio, y el egoísmo, parecían haberse adueñado de la inmensa mayoría

de los humanos, que por casi todas partes jaleaban y vitoreaban a unos

dirigentes que no eran más que marionetas de otros, preocupados

únicamente éstos últimos por incrementar los beneficios materiales de

sus bancos y empresas.

Los líderes políticos y religiosos de una gran parte de las

naciones, dejándose llevar por un egoísmo y cortedad de miras que les

hacía fácilmente manipulables por aquellos que podían comprarlos con

prebendas, dinero, y bienes materiales, siguiendo sus recomendaciones

fomentaban el odio y la insolidaridad, pretendiendo hacer creer a todos

que había unas personas mejores que otras, y alentaban la guerra con

la excusa de eliminar a los que consideraban peores que ellos, cuando

en realidad lo que subyacía eran simples y primitivos intereses

económicos.

Los humanos, en su mayoría sumidos en la ignorancia por unos

sistemas educativos implantados por estos dirigentes corruptos, y por

unas religiones ya caducadas, falsas, y manipuladas, ocupados ambos

en fomentar el materialismo y la sumisión, mientras despreciaban el

humanismo y la auténtica espiritualidad, se dejaban llevar como

borregos al matadero, reproduciendo en sus vidas cotidianas el mismo

egoísmo, odio y cerrazón que sus dirigentes, tanto explícitos como en la

sombra, propugnaban y alentaban. Los ejércitos engordaban, a la par

que los arsenales militares, hasta que las guerras se fueron extendiendo

- 345 -
y generalizando por casi todo el planeta. Aquellos que antes las pedían

a gritos por las calles, ahora las padecían en sus propias casas, y los

que tenían la mala fortuna de sobrevivir a ellas, sufrían hambre y sed,

enfermedades, mutilaciones, y múltiples privaciones y desgracias.

Cuando las armas convencionales ya habían sido ampliamente

utilizadas, entraron en escena las nucleares, y pudo ver cómo los

hongos de sus horribles explosiones se multiplicaban por todo el

planeta, el cual, en su intento por recuperar el equilibrio perdido a

causa de los potentes cataclismos provocados por misiles y bombas

atómicas, reajustaba mares y continentes, por lo que intensos

terremotos y tsunamis, junto con nuevos y violentos volcanes, hicieron

su aparición, acabando por devastar lo poco que aún quedaba en pie.

El cielo se cubrió, la luz del sol no podía atravesar la espesa capa

de polvo, ceniza y miasma que cubrió la Tierra, y las pocas cosechas

que no fueron destruidas por la guerra se agostaron, el ganado murió,

los ríos que no se secaron estaban contaminados, y los humanos

acabaron comiéndose unos a otros. Finalmente, los Maestros del

Tiempo presentaron el aspecto que el planeta ofrecía visto desde el

espacio, y éste no se parecía en nada al que tuvo mientras Niemsé vivió

en él. Ya no era azul, ni se veían nubes, ni mares, ni continentes, sino

tan solo una única, oscura y espesa nube gris que lo envolvía por

completo y en la que, de vez en cuando, podían apreciarse los

- 346 -
resplandores de las terribles tormentas eléctricas que se desataban con

frecuencia en tan pestilente atmósfera.

Después de esto, la escena fue sustituida por otra en la que los

mismos líderes seguían alentando el odio y la guerra, pero ahora la gran

mayoría de la gente ya no les secundaba, ni se dejaba manipular por

ellos, y aunque seguían saliendo a la calle en masa, en esta ocasión lo

hacían para manifestarles su rechazo a tanto odio, insolidaridad y

egoísmo.

Los humanos se habían ocupado en suplir por su cuenta las

deficiencias en la formación manipulada que sus dirigentes les ofrecían,

y abandonado los templos donde predicaban sacerdotes hipócritas,

desacralizados, o radicales. Habían desarrollado un humanismo y una

espiritualidad más auténtica, que les hacía sentir al otro como un

hermano, sin distinciones por su raza, lengua, cultura, o cualquier otra

diferencia, a las que por cierto, habían aprendido a respetar y valorar

como enriquecedoras.

En vez de dejarse llevar por el egoísmo, la cerrazón, el

materialismo y el belicismo de sus dirigentes, ahora se manifestaban

abiertamente en su contra, y policías y militares se negaban a reprimir

a sus conciudadanos en sus justas reivindicaciones, uniéndose a ellos

en las protestas hasta conseguir derrocarlos entre todos.

- 347 -
Nuevos líderes surgían de esta humanidad de los nuevos tiempos,

movidos ahora por el amor al prójimo, el respeto mutuo, y el deseo de

servir al progreso de todas las personas en su conjunto, en lugar de tan

solo a unos pocos. Las viejas y caducas estructuras políticas y

económicas se cambiaban por otras nuevas, basadas en la solidaridad y

la ayuda mutua. El egoísmo y el materialismo cedieron su prioridad al

humanismo y a una espiritualidad más ajustada a la realidad, que

consecuentemente condujo a una reestructuración de los sistemas

educativos y sociales, y a un reparto solidario y equitativo de la riqueza.

Los ejércitos se disolvieron al perder su justificación, la economía

dejó de perseguir el beneficio propio para buscar el común, las

relaciones sociales pasaron de regirse por lo que cada uno tenía a

hacerlo por lo que cada uno era, las fronteras desaparecieron, y los

diferentes países se organizaron en una única federación mundial.

La humanidad, al procurarse a sí misma un progreso más

integral y holístico, dejó de pensar en vertical respecto a los demás y a

la propia naturaleza, pasando a hacerlo no ya ni tan siquiera en

horizontal, sino mejor en forma esférica, por lo que dejó de apreciar

diferencias de superioridad e inferioridad, para apreciarlas en igualdad,

y un futuro lleno de nuevas posibilidades, unas consideradas utópicas

hasta entonces, y otras ni siquiera imaginadas, se abría ante ella.

Cuando el punto de vista de la proyección amplió su foco y los Maestros

- 348 -
del Tiempo mostraron el aspecto que la Tierra tenía en el espacio, ésta

volvía a ser azul y luminosa.

- ¿Estás dispuesto a aceptar la responsabilidad de contribuir al

trabajo que muchos Maestros están haciendo y del que te hemos

mostrado algunos detalles, para ayudar al progreso evolutivo de la

humanidad? – le preguntó el Filósofo, cuando la última escena se

disipó.

- Lo estoy.

- Entonces, sea.

3.8. El escáner.

Cuando regresaron al hospital y pasaron por el área de

radiodiagnóstico, ya los estaban esperando. Una mujer joven, más o

menos de la edad de su hijo, con el pelo largo, lacio, y de color castaño

oscuro, a juego con unos ojos vivarachos de color miel que no

necesitaban maquillaje, como tampoco su cara, para contribuir a

incrementar una serena belleza mediterránea que llamaba la atención,

salió a recibirlos.

- Hola Juan Carlos ¿Este señor es tu padre? – les preguntó con

una sonrisa en la cara, que hacía que aparecieran dos graciosos

- 349 -
hoyuelos en las mejillas y que contribuían a resaltar aún más su

hermosura natural.

- Sí, es mi padre: Leandro. Papá, te presento a Laura, una

compañera de radiología.

- Encantado – respondió Leandro, haciendo ademán de extender

la mano para saludarla, aunque se quedó a medio camino, porque ella

se le adelantó dándole dos besos.

- Bueno Leandro, pues le vamos a hacer un escáner ¿no? – dijo

ella, sin perder su sonrisa ni por un momento.

- Si no queda más remedio…

- ¿Cómo que si no queda más remedio? ¡No me diga que le va a

tener miedo a una máquina que ni duele, ni nada! ¡Si sólo tiene que

quedarse un ratito tumbado, descansando!

- Ya sé lo que es eso, porque ya me lo han hecho otras veces. Es

mi hijo, que se ha empeñado en hacerles perder a ustedes un tiempo

que seguro que no les sobra.

- Usted por eso no se preocupe, Leandro. Nosotros estamos aquí

para hacer nuestro trabajo y si su hijo dice que necesita un escáner,

seguro que lo necesita. No es porque él esté delante, pero es uno de los

mejores médicos que tenemos por aquí, y además no ha sido él quien se

lo ha pedido, sino el neurólogo.

- 350 -
- Anda Laura, no exageres – dijo Juan Carlos al oír el cumplido –

y tú papá deja ya de intentar escaquearte, que sabes que no te vas a

librar.

- Si ya se lo han hecho otras veces, entonces ya sabe de qué va

esto. Sólo tiene que quedarse tumbadito y muy quietecito. El ruido no

es muy agradable, pero es inevitable – le advirtió la radióloga.

- No se preocupe. A mí el ruido no me molesta, ni me agobio,

como dicen que le pasa a mucha gente. Es más, suelo quedarme

dormido ahí dentro.

En ése momento alguien asomó desde una sala contigua,

haciéndole una señal a Laura. Era la técnica en radiodiagnóstico que

estaba de servicio esa tarde, avisándole de que ya había terminado con

la paciente a la que estaba atendiendo.

- Estupendo. Si me esperáis un momento vuelvo enseguida, en

cuanto compruebe que todo ha ido bien con la señora que tenemos en

la máquina. Mientras tanto, Aurora que le vaya poniendo el contraste

¿Cuánto tiempo hace que comió por última vez? – dijo Laura,

dirigiéndose a Juan Carlos

- No hace mucho, pero no hay problema con eso. Ya le han

inyectado el contraste otras veces y no presenta reacciones adversas – le

contestó.

- 351 -
- Genial. Pues siendo así, vamos con ello. Voy a avisar a Aurora –

dijo ella, saliendo después hacia la otra sala.

Mientras la radióloga atendía sus labores, apareció Aurora, la

enfermera, que llevó a Leandro, acompañado de su padre, a la sala

donde inyectaban los contrastes, cosa que hizo tras sentarlo en uno de

los sillones que utilizaban a tal fin. Allí los dejó, a la espera de que

Laura los recogiera.

- Oye, sí que es guapa, si. Y simpática. Si además es inteligente y

buena persona, como parece, yo que tú no la dejaba escapar – dijo

Leandro en cuanto les dejó solos.

- ¡Papá! No empecemos. Esto es un hospital, no un bar, ni una

discoteca.

- Pues por eso. Bares y discotecas no son los mejores sitios para

encontrar a la mujer de tu vida.

- Ni el lugar de trabajo tampoco.

- Pues médicos y enfermeras no tenéis muy buena fama al

respecto.

- Ya lo sé papá. En todos sitios hay impresentables, pero no

querrás que yo sea uno de ellos ¿no?

- Hombre, no me refería a eso, pero tampoco creo que pase nada

si quedas con ella para salir a dar una vuelta por ahí.
- 352 -
- Mira papá, no te canses. Laura es una mujer capaz de volver

loco a cualquier hombre, pero hay una cosa que se llama respeto y yo

no voy a tirarle los tejos a una compañera, por mucho que me guste.

Además, que después de lo que me pasó con Elena, no quiero ninguna

relación estable.

- Oye, que no todas las mujeres son iguales. Yo estuve casado un

montón de años con tu madre y todavía la echo de menos.

- Ya papá, pero aquellos eran otros tiempos.

- Pues a mí me parece que tu historia con Elena te dejó marcado y

aún no has conseguido superarlo.

- Pues claro que me dejó marcado. Yo me entregué a ella en

cuerpo y alma, y mira cómo me lo pagó.

- Me parece que todavía no has aprendido a amar. Una cosa es

querer y otra es amar. El amor es gratis y no pide nada a cambio. Se da

o no se da, pero no pone condiciones.

- Oye, no me calientes la cabeza.

- Me parece que le has cogido miedo a amar y un poco de inquina

a las mujeres. Pues no sabes lo que te pierdes.

- Por suerte a mí las mujeres no me faltan.

- 353 -
- Ya, pero son relaciones esporádicas, sin chicha ni limoná, para

pasar un rato y si te he visto no me acuerdo.

- Es que eso es precisamente lo que yo quiero.

- Y una porra, que te conozco. Lo que te pasa es que tienes más

miedo que una pelota en el patio de una escuela. En esta vida hay que

tirarse al barro y vivirla lo más intensamente que se pueda, aunque

duela, porque a veces duele, pero es precisamente ese dolor el que te va

a permitir gozar más intensamente cuando le llegue el turno al gozo, y

tú eres muy joven y es una pena que desperdicies los mejores años de

tu vida encerrado en tu caparazón.

- Pues si es por dolor, yo ya he cubierto el cupo, así que ahora me

toca gozar.

- Sí, pero tú mismo te estás limitando ese gozo cuando lo reduces

al mero placer carnal. Por no hablar de la puerta que estás cerrando a

tu propia felicidad, por miedo al sufrimiento.

- Bueno, qué ¿estamos listos?

Juan Carlos se alivió, sintiéndose salvado por la campana de las

prácticas como psicólogo amateur que su padre estaba haciendo con él.

Era Laura, que volvía con toda su belleza encima. La irradiaba. No

usaba maquillaje; ni siquiera llevaba los labios pintados, cosa que no le

hacía ninguna falta para llamar la atención, teniendo una cara como la

- 354 -
suya. Ella lo sabía, aunque no se explicara por qué, ya que por más que

se miraba en el espejo, no conseguía encontrar allí por ningún sitio una

belleza que para los demás parecía ser sorprendentemente evidente.

Precisamente por eso evitaba los cosméticos, en un vano e inútil intento

por conseguir pasar desapercibida.

En aquella mujer todo era bonito: su cara, su voz, sus ojos, su

trato, su olor, su manera de moverse… y todo ello libre de artificio, con

una naturalidad que la hacía aún más atractiva. Leandro no pudo

evitar pensar que sería una estupenda madre para sus nietos.

- Bueno Leandro, se va a quitar esa cadena y todo lo que lleve

metálico en el cuello y se va a venir conmigo.

Laura se refería a una cadena de oro que había podido entrever,

gracias al cuello desabotonado de la camisa que vestía Leandro.

- No lleva marcapasos, ni prótesis ¿verdad? – preguntó,

dirigiéndose al hijo.

- Está limpio. Anda dame también el reloj y el móvil, por si acaso.

- No hace falta – dijo la médico.

- Ya, bueno, pero que me los deje aquí de todas maneras – insistió

Juan Carlos.

- ¿Y me tengo que quitar la ropa? – preguntó el padre.

- 355 -
- No es necesario, Leandro. Con que se quite los zapatos antes de

tumbarse, es suficiente – le dijo Laura, sin perder la sonrisa ni por un

momento. – Véngase conmigo.

Lo llevó hasta la sala donde estaba la máquina, lo acomodó en

ella y le puso un pulsador en la mano.

- Si se agobia, o hay cualquier problema, solo tiene que apretar

este botón. Juan Carlos y yo estaremos pendientes, en la sala de al

lado. Mientras tanto, quédese tranquilo, relajado, quietecito y sin

moverse hasta que le avisemos ¿De acuerdo?

- De acuerdo.

Lo dejaron solo.

- Tienes a tu padre muy bien educado. Es muy buen paciente –

dijo Laura, una vez con Juan Carlos en la sala de control.

- Es que ya tiene experiencia, gracias al adenocarcinoma que tuve

que extirparle.

- Pero ha quedado estupendo ¿no?

- Sí, con las secuelas propias, pero bien. Él es muy disciplinado y

respeta al pie de la letra los protocolos. Hoy precisamente le hemos

hecho una analítica y no hay desajuste hormonal.

- Eso es magnífico ¿Y por qué lo del TAC?

- 356 -
- Pues porque ayer hablé con él por teléfono y me dejó muy

preocupado. Se empeña en haber visto desaparecer una cabeza. No me

hace ninguna gracia tener que radiarlo, pero menos me gusta que, con

sus antecedentes, me cuente que ha tenido una alucinación. Bueno

dos, en realidad. Una visual y otra olfativa.

- ¡Caray!

- Quiero descartar una metástasis en el cerebro.

- No es mala idea. Vamos a ello.

Laura puso en marcha la máquina.

- ¿Te importa si mientras tanto informo el escáner de la paciente

que acaba de salir?

- No mujer ¿Cómo me va a importar? Que yo sea el problema más

pequeño que tengas en tu vida.

- Muchas gracias – y diciendo esto se puso a revisar las imágenes

que acababa de obtener de la paciente anterior, mientras la técnico les

dejaba solos.

- Mira. Esta pobre mujer tiene una obstrucción importante en las

carótidas, y además en las dos – dijo, llamando la atención de su colega

– y si te fijas, hay una arterioesclerosis generalizada importante. Mira la

basilar como está. Y no es muy mayor. Tiene sesenta y un años. Fíjate

aquí. Hay lesiones en los dos núcleos lenticulares. Pobrecilla.


- 357 -
Mientras Juan Carlos escuchaba a aquella mujer, no podía dejar

de sentir admiración por ella. Como mujer era una preciosidad, como

médica espectacular, y como persona demostraba una bondad y una

sensibilidad enternecedora. En el hospital todo el mundo la apreciaba y

quería trabajar con ella, salvo alguna que otra Barbie envidiosa y algún

capullo, como el jefe de su servicio, que no es que no la apreciara, sino

que la apreciaba demasiado pero mal, hasta el punto de llegar al acoso

más descarado y despreciable.

A este inútil, porque además era un vago y un inútil, le había

escuchado en más de una ocasión piropearla sin justificación, además

de sin gracia, y hacerle comentarios y chistes con connotaciones

eróticas que estaban totalmente fuera de lugar, cosa que solía hacer

habitualmente con cualquier trabajadora que le gustase, fuera del

servicio que fuese, siendo además sus gustos de gama amplia y a

menudo sorprendentes.

Hasta que un día Laura le plantó cara en una sesión clínica,

dejándolo en evidencia delante de los presentes, por más que ya fueran

evidentes para todos su incompetencia y su falta de educación y respeto

para con las mujeres.

Desde aquel día la tenía enfilada y cada vez que tenía ocasión le

demostraba su menosprecio, pero su inteligencia andaba muy lejos de

poder siquiera acercarse, aunque solo fuera un poquito, al nivel de la de

- 358 -
ella, por lo que solía salir malparado en los envites, quedando siempre

en evidencia, aunque para eso no necesitara mucha ayuda. El problema

para Laura era la posición de poder que él tenía, y que utilizaba

autoritariamente y de forma despreciable para fastidiarla cada vez que

tenía ocasión, o al menos para intentarlo.

Ella hablaba y hablaba, pero hacía ya tiempo que Juan Carlos

había dejado de escucharla. Miraba sus manos tecleando en el

ordenador. Sus uñas, al extremo de unos preciosos y elegantes dedos

finos y largos, eran cortas y estaban limpias de esmalte, llevando por

todo adorno en las manos una sortija de plata en el anular de la

derecha con una gran turquesa incrustada, y un estrecho reloj con

armis de acero en la muñeca izquierda. Teniendo el pelo y los ojos

oscuros, le favorecería más un coral, pensó.

En sus orejas lucía unos pendientes, de los que no sabría decir si

eran de plata o de oro blanco, pero que se ajustaban al lóbulo de su

oreja, envolviéndolo desde delante hasta detrás, y con una pequeña

piedra incrustada al frente, que podría ser un brillante, aunque dudaba

de que su sueldo le diese para caprichos caros, a no ser que se

machacase con las guardias.

Su cara estaba limpia de cualquier tipo de maquillaje o cosmético,

así como las pestañas, de las que podía apreciar su longitud y

curvatura al tenerla de perfil, y las comisuras de sus labios formaban

- 359 -
un precioso pliegue, que hacía juego con el hoyuelo que aparecía junto

a cada una de ellas cuando sonreía, cosa que hacía casi continuamente.

Su piel lucía el brillo y la tersura propios de su juventud, y un

precioso y muy suave tono oscuro, a modo de tenue bronceado,

probablemente consecuencia de la mezcla racial propia de las gentes del

sur. Lo único que no rayaba la perfección en esa cara eran las cejas, en

las que parecía que se le había ido la mano con las pinzas de depilar y

habían quedado algo cortas por los extremos, y dos de sus dientes, pero

había que esforzarse mucho para poder considerar aquello una

imperfección.

En la contemplación de su dentadura estaba, más concretamente

en la de sus caninos inferiores, tan blancos como todas las demás

piezas, pero que parecían no haber encontrado suficiente espacio entre

sus vecinos para crecer, y se habían visto obligados a hacerlo

sobresaliendo ligeramente más de lo normal de la línea de curvatura de

la arcada dental, pero tan levemente y de forma tan simétrica que en

absoluto desmerecían la belleza de aquel rostro, cuando de pronto se

dio cuenta de que le estaba mirando.

No tenía conciencia del momento en el que había dejado de

hablar, ni de cuando había dejado de mirar y teclear en el ordenador,

pero el caso era que ahora lo estaba mirando a él fijamente, muy seria y

en silencio. Fue la desaparición repentina de la visión de su dentadura,

- 360 -
al perder ella la sonrisa, lo que le hizo reconectar con el resto del

mundo.

- ¿Ya? – fue todo lo que acertó a decir, abrumado por la

turbación.

- Sí. Hemos terminado ¿Avisamos a tu padre? – dijo ella,

recuperando prontamente la sonrisa perdida.

- ¿No lo oyes cómo ronca? Déjalo que duerma mientras le

echamos un vistazo a las imágenes, a ver que ha salido – contestó,

reponiéndose rápidamente. – Bueno, si es que vas bien de tiempo,

quiero decir – apostilló.

- Sí, vamos bien. Además tengo que informarlas. Vamos a ver qué

tenemos.

Laura empezó a revisar los diferentes cortes.

- Bueno, esto parece que está bien –estaba diciendo, cuando de

pronto se inclinó hacia la pantalla y empezó a repasar los mismos

cortes una y otra vez.

Juan Carlos también acercó la cara a la pantalla, intrigado.

- ¿Eso qué es? – preguntó muy serio y con evidente preocupación,

al ver una mancha hipodensa, de forma irregular y un tamaño

aproximado de unos tres centímetros, según las mediciones que estaba

haciendo Laura, donde no debería de haber nada.


- 361 -
- Eso estoy mirando – contestó ella, también muy seria ahora,

pegada a la pantalla y sin apartar la vista de ella, mientras repetía el

visionado, siempre de los mismos cortes, pasándolos hacia delante y

hacia atrás, unas veces con rapidez y otras entreteniéndose por un

tiempo en algunos de ellos, para observarlos aún más atentamente.

Al cabo de un rato de mirar y remirar en silencio la pantalla del

ordenador, se giró y lo miró a él a los ojos. La sonrisa ya se había vuelto

a borrar de su cara hacía un rato, cuando empezó a repasar los cortes,

y ahora presentaba un gesto extremadamente serio, muy diferente de

aquel otro que le mostró cuando lo sorprendió embelesado y que

presagiaba malas noticias, aunque él ya había visto también aquella

mancha en el lóbulo occipital y sabía que no podía significar nada

bueno.

- Juan Carlos, esto no te va a gustar. No estoy muy segura y eso

tendrá que decírtelo David. Además el TAC no ofrece resolución

suficiente y habrá que hacerle una resonancia con contraste para estar

más seguros, además de una biopsia, pero tú estás viendo lo mismo que

yo. Por la pinta que esto tiene y la edad de tu padre, quiera Dios que me

equivoque y no sea un glioblastoma multiforme.

Ahora sí que él la miró a los ojos fija y descaradamente. Esta vez

se había pasado. Laura era una excelente profesional, eso estaba fuera

de toda duda, pero atreverse a un diagnóstico como ese con la sola

- 362 -
imagen del TAC, le pareció una tremenda imprudencia, impropia de

ella.

3.9. Akasha.

Al terminar la reunión, los Filósofos le recomendaron que visitara

los Archivos. Niemsé, como la gran mayoría de las almas, solía hacerlo

al poco de regresar de experimentar en un mundo físico, cuando aún

tenía frescas las experiencias allí vividas, y como complemento a la

información y ayuda recibida del Consejo al respecto de sus propios

aprendizajes, pero ésta vez, además la visita debería servirle como

complemento a la información que ya había recibido de ellos en relación

a su misión, y podría resultarle muy útil como facilitadora del éxito en

la tarea que había aceptado llevar a cabo, según le habían dicho.

En los Archivos estaba registrado todo lo ocurrido en el Universo,

así como todas las posibilidades por ocurrir, y cada espíritu, con la

ayuda de los Maestros Archiveros, podía consultar en ese lugar sus

propios Libros Vitales, en los que se conservaban al detalle sus

vivencias a lo largo de toda su historia, así como sus posibilidades

futuras, por lo que eran muy frecuentados, especialmente en dos

ocasiones: al poco de volver de una vida en un mundo físico, y cuando

se preparaban para regresar de nuevo a él, o a otro diferente.

- 363 -
Estos libros en realidad no eran tales, o al menos no como los

libros impresos que Niemsé recordaba haber usado en la Tierra, sino

paquetes de energía condensada y cristalizada, que podían desplegarse

a voluntad para mostrar el acontecimiento deseado, de la forma

multidimensional que allí era usual. Una vez desplegado el

acontecimiento, el consultor seguía pudiendo decidir si mantenerse

como observador, o implicarse directamente en la vivencia y desarrollo

de los acontecimientos mostrados.

Los Maestros Archiveros por su parte, se le antojaban almas

solitarias y silenciosas, y le recordaban a los monjes monásticos que

conoció en la Tierra. Estaban especializadas en la conservación y

mantenimiento de los Archivos, y se encargaban de localizar, para cada

espíritu, el libro que contenía los acontecimientos que éste quería

repasar y estudiar.

Una vez desveladas las razones por las que su tránsito había sido

tan diferente de lo habitual, le recomendaron esta visita para que

pudiera ampliar la información al respecto de su misión, y mejorar su

preparación para la colaboración que esperaban de él.

- Hola Niemsé, te estábamos esperando.

Quien se dirigía a él de ésta manera, era el Maestro Archivero que

vino a recibirlo y que ya traía un Libro Vital en sus manos, si es que

esto podía decirse así aquí. Cuando empezó a desplegar sus páginas,

- 364 -
pudo ver algunos pasajes de la vida de aquel desconocido que ya había

dejado de serlo, aquel que se acercó a su coche, cuando se estaba

desprendiendo del cuerpo físico de Arturo.

Leandro Ortega Ceballos era el padre del médico poeta al que

indujo Elihá y su próximo objetivo como Inductor, según le informaron

en el Consejo. Esa era la razón por la que el Maestro Archivero le

permitía consultar ahora parte del Libro Vital de Tamenda, el espíritu

encarnado en Leandro, ya que lo habitual era que las almas revisasen

tan solo los suyos propios. Allí nadie tenía interés personal alguno por

inmiscuirse en los asuntos privados de los demás.

- Ya tendrás tiempo de revisar el tuyo propio. Antes es preferible

que atiendas la tarea que has asumido – le dijo el Maestro Archivero,

adelantándose al deseo de Niemsé por seguir repasando su vida como

Arturo a fin de consolidar aprendizajes, y empezó a desplegar algunas

escenas del Libro Vital que había traído.

Las primeras coincidían con los inicios de la actual vida de

Tamenda como humano, en concreto con la forma en la que se unió al

feto de Leandro. Lo hizo definitivamente un poco más allá de los siete

meses de embarazo, aunque previamente lo había visitado a menudo

desde las primeras semanas de vida.

Antes de los tres meses de desarrollo, era raro que un alma se

uniera a un feto, por la sencilla razón de que hasta entonces, el tejido

- 365 -
cerebral humano no está lo suficientemente maduro para ello. Pero el

objetivo de Tamenda en tan tempranas visitas no era tanto iniciar la

fusión con el feto, como tranquilizar a la madre, que había necesitado

aprender a manejarse con la pérdida de un reciente embarazo anterior.

Para contribuir a tal aprendizaje, Tamenda había aceptado, en su

breve vida previa a la actual, unirse a un feto que moriría antes de

nacer, ya que la madre sufrió un aborto con algo más de siete meses de

gestación; más o menos la misma edad que tenía este nuevo feto,

cuando se le unió definitivamente.

Al poco tiempo de aquel aborto, la mujer volvió a quedar

embarazada y Tamenda regresó para encarnar en este nuevo bebé,

pudiendo Niemsé comprobar en su Libro Vital cómo lo visitaba a

menudo para cumplir un objetivo doble: cuidar de la madre y

familiarizarse con el nuevo cuerpo que iba a ocupar. En las primeras

visitas, Tamenda enviaba ondas de amor a la madre para que ésta,

amándose más a sí misma, tuviera más amor que dar a su bebé y a los

demás, a la vez que procuraba tranquilizarla e infundirle seguridad y

aceptación, ya que había pasado muy poco tiempo desde la pérdida del

feto anterior, y aún estaba afectada por ello.

Este nuevo embarazo, junto a la experiencia de aquel otro

fracasado, contribuiría a eliminar en ella algunas rigideces, que le

dificultaban la adaptación cuando afrontaba situaciones difíciles, así

- 366 -
como a abrir su mente, a través de la vivencia de estos hechos, a la

comprensión y aceptación de que todo cuanto ocurre en la vida está

encaminado hacia el éxito, por extraño o increíble que pueda parecerle

inicialmente a los humanos en ciertas circunstancias, sobre todo si

éstas son adversas.

También serviría para que aprendiera a enfocarse en aquello que

realmente deseaba, en lugar de lo que temía, tras experimentar cómo el

comportamiento de las personas se dirige, consciente o

inconscientemente, hacia la consecución de aquello que tienen

enfocado, sea esto lo que quiera que sea que el individuo en cuestión

desee o tema, así como para que tomara conciencia de ello.

Al respecto del bebé, Niemsé pudo comprobar, con Tamenda y sus

frecuentes visitas hasta que se produjo la unión definitiva, algo más allá

del séptimo mes, que el cerebro de este humano era un cerebro ágil y

flexible, que establecía conexiones neuronales con facilidad, y que

respondía con la misma facilidad a las tareas de activación que

Tamenda desarrollaba con él en cada una de esas visitas. También el

ego humano aceptó sin dificultad su presencia, aunque bien es cierto

que Tamenda supo cómo conseguirlo con habilidad y dulzura. Su

estrategia consistió en juguetear con el bebé, para que acabara

aceptando su presencia y posterior integración sin oponer resistencia.

- 367 -
En otra de las “páginas” del Libro Vital que le mostró el Maestro

Archivero, Leandro estaba tumbado en la mesa de operaciones de un

quirófano, donde se le estaba practicando una resección total de la

glándula tiroides por presentar un adenoma papilar. Reconoció en el

cirujano que dirigía la intervención a su hijo, el mismo médico poeta

que ya visitó con Elihá. Pudo percibir el alivio de éste al abrir el cuello

de su padre y encontrarse con un tumor limpio, sin complicaciones

quirúrgicas, así como su preocupación y cuidado exquisito por evitar

lesionar los nervios laríngeos recurrente y superior. Ciertamente, no

solo era buen poeta; también se comportaba como un hábil cirujano.

En una tercera escena, padre e hijo charlaban en la intimidad. Lo

hacían de manera desenfadada y sobre asuntos triviales, pero Niemsé

pudo percibir en el hijo la profunda tristeza que trataba de ocultar a su

padre, y que estaba motivada por la grave enfermedad que aquel había

descubierto que éste padecía. Se trataba de un tumor cerebral que

acabaría con la vida de Leandro en el breve plazo de poco más de un

año, aproximadamente. El Maestro Archivero hizo un gesto y la escena

se aceleró, de manera parecida a como ocurría con las filmaciones a

cámara rápida que había visto en la Tierra, hasta acabar con la muerte

de Leandro.

A un nuevo gesto del Maestro Archivero, la escena se reinició.

Padre e hijo volvían a la misma situación en la que ya les había

encontrado antes, solo que en ésta ocasión, el hijo no disimulaba su

- 368 -
tristeza y hablaba a su padre con franqueza. Le informaba de la grave

enfermedad que padecía y del mal pronóstico que ésta tenía, por lo que

Niemsé comprendió que el Archivero le estaba mostrando diferentes

posibilidades de futuro.

Al igual que antes, la escena se aceleró, lo que le permitió

comprobar las diferentes consecuencias que acarreó la decisión tomada

por el hijo de ser honesto con el padre, en comparación con las que

produjo la de guardar silencio al respecto de su estado de salud. Tras

un breve periodo de confusión, Leandro pasó por las fases de negación,

ira, y negociación, pero se saltó la de depresión, pasando directamente

a la aceptación. Se volvió más reflexivo y al principio pasaba mucho

tiempo meditando sobre su situación, lo que le ayudó a mejorar aún

más su escala de valores.

No es que fuera especialmente predominante en su carácter, pero

sí que hasta entonces se había dejado guiar por un cierto materialismo,

que le había llevado a sobrevalorar la importancia de los bienes

tangibles y el estatus social, quizás influenciado por tantos años de

trabajo al servicio de una institución bancaria. Comprendió lo efímero y

transitorio de todo ello, y la futilidad de invertir esfuerzos en conseguir

más de lo necesario para poder vivir con dignidad, así como también

aprendió a valorar más justamente el maravilloso regalo que era la vida

en sí misma, una vida que disfrutó en paz y mucho más intensamente

- 369 -
que antes, sin la necesidad de hacer grandes alardes, hasta que le llegó

su hora.

Una vez muerto Leandro, el Maestro Archivero le presentó una

tercera variante de la misma escena. Otra vez el hijo se sinceraba con el

padre, informándole de la gravedad de su enfermedad, y de nuevo el

padre pasaba por las fases de negación e ira, saltándose ahora las de

negociación y depresión, pero en ésta tercera posibilidad, Elihá y él

tenían una participación activa.

3.10. El diagnóstico.

Juan Carlos había dormido mal aquella noche. No podía quitarse

de la cabeza las imágenes que había visto la tarde anterior, como

resultado del escáner practicado en la de su padre, al que evitó tener

que dar explicaciones al respecto con la excusa de que sería David

quien les informaría a la mañana siguiente, la de hoy, una vez que

tuviera disponible el informe de Laura.

Había pasado rápidamente por las fases de negación, ira,

depresión y negociación, pero todavía se resistía a la aceptación, al

menos a la aceptación del atrevido diagnóstico que hizo la adjunta de

radiología, porque lo que sí que no había tenido más remedio que

aceptar, porque lo había visto con sus propios ojos, era la confirmación

- 370 -
de los temores que le evocaron las alucinaciones de su padre: que éste

tenía un tumor cerebral, concretamente en el lóbulo occipital.

El asunto ahora era tratar de dilucidar de qué tipo de tumor se

trataba, porque si por una mala pasada, de esas que a veces juega la

biología, Laura estuviese en lo cierto, a su padre le quedaría muy poco

tiempo de vida. Un GBM no perdona. Este tipo de tumores tiene muy

mal pronóstico, con una bajísima tasa de supervivencia a la edad de su

padre, y una media de esperanza de vida, en la mayoría de los casos, de

apenas poco más de un año.

De todos los tipos de tumores cerebrales posibles, su colega

radióloga había ido a escoger el peor, y no contenta con ello, se había

atrevido a hacer el diagnóstico tan solo con las imágenes del TAC, más

cuando sabía que ya había padecido un carcinoma papilar, del que es

más que sabido que puede producir diferentes tipos de metástasis;

además, su tamaño no era aún muy grande. Sería muy buena

profesional, pero esta vez se había ido de ligera con un diagnóstico tan

serio. No obstante, con su comentario le había metido las cabras en el

corral y ahora no podía quitarse de la cabeza esa posibilidad.

A Juan Carlos le faltó tiempo para llamar a David aquella tarde

del día anterior, en cuanto pudo separarse de su padre a la vuelta del

hospital, con la excusa de tener que bajar a la tienda del chino del

barrio, para comprar una tónica con la que poder hacerse un Gin Tonic.

- 371 -
No le apetecía en lo más mínimo la bebida, pero necesitaba una excusa

para quedarse solo y poder hablar tranquilamente con su colega, sin

levantar sospechas en su progenitor.

Por suerte hoy tampoco tenía quirófano y David estaba otra vez de

mañana, por lo que tras contarle lo acontecido en la sala de

radiodiagnóstico, habían quedado en verse a primera hora. También

llamó a uno de sus residentes, aquel en el que más confiaba de ellos,

para preguntarle si podría cubrirle mientras él se ocupaba de atender

las cuestiones relativas a la salud de su padre. Tras explicarle las

razones que le movían a pedirle tal cosa, el residente se ofreció

abiertamente para ayudar en cuanto pudiese, lo que le agradeció con

efusividad.

Esa mañana había convencido a su reticente progenitor para que

le esperara en la cafetería del personal, tras desayunar juntos en el

hospital, con la excusa de que él vendría a buscarlo cuando hubiese

localizado a David. Le había recomendado que se llevara su tableta

electrónica, para que le ayudara a eludir el aburrimiento, por si sus

obligaciones laborales le conminaban a tener que dejarlo solo por un

tiempo, pero lo que realmente pretendía era poder estar tranquilo,

mientras Leandro se mantenía ocupado y distraído, aunque cerca de él

y disponible para cuando fuese necesario, a la vez que lejos de las

conversaciones que tendría que mantener con su compañero neurólogo

- 372 -
acerca de la nueva situación que se les había presentado, y al que subió

a buscar a su servicio.

Tanta prisa se había dado, preocupado como estaba por lo que

había visto el día anterior en las imágenes del escáner, que había

llegado al hospital demasiado temprano. Lo había hecho para tener

tiempo de desayunar con su padre y poder dejarlo esperando en la

cafetería, mientras él hablaba con David, antes de que éste empezase

con sus tareas del día, pero tanto se había apresurado que cuando

subió a buscar a su amigo y colega aún no había salido el turno de

noche, cosa que ya se imaginaba que ocurriría por la hora que era, de

modo que decidió aprovechar el tiempo de espera para visitar la sala

donde se practicaban las resonancias, a fin de informarse sobre quien

atendería el servicio en el turno de esa mañana y procurar arreglarlo

todo para que pudieran hacerle una a su padre.

Laura no estaba. Durante el turno de mañana, hoy se ocuparía

Antonio, otro adjunto, de las imágenes de cabeza y cuello, y tuvo la

fortuna de encontrárselo ya trabajando. A este hombre también lo

conocía bien. No tenía la perspicacia y agudeza de Laura, pero la

compensaba con más experiencia y una dedicación a su trabajo que iba

bastante más allá de lo que representaban sus estrictas obligaciones

laborales, como demostraba muy a menudo presentándose en el

servicio antes de la hora, para dejarlo todo preparado y poder empezar

con las citas programadas lo más pronto posible. El jefe de su servicio

- 373 -
era un vago incompetente, pero tenía la gran suerte de contar con un

magnífico equipo de profesionales que le salvaban la cara.

Una vez puesto en antecedentes el que hoy estaba al cargo y

obtenida de él su buena, abierta, y honesta disposición, así como su

compromiso para colaborar con cuanto estuviese en su mano, volvió a

buscar a David. Lo encontró en su consulta, esperándole.

- Hola Juan Carlos – le dijo en cuanto lo vio, y lo invitó a sentarse.

Él ya estaba sentado delante del ordenador, mirando la pantalla.

- Precisamente ahora estaba leyendo el informe de Laura y

echándole un vistazo a las imágenes. La verdad es que fue un poco

atrevida contigo, al aventurarse con el diagnóstico que te sugirió, pero

no tiene un pelo de tonta. En el informe no se pilla los dedos y

recomienda una resonancia con contraste, además de no nombrar para

nada la posibilidad de un glioblastoma.

- Sí, lo de la resonancia también me lo dijo ayer. Precisamente

ahora vengo de allí y lo he dejado todo arreglado, pero antes quería

hablar contigo.

- Bueno, podría ser un glioblastoma. Ya sabes que no dan alarma

en la analítica, pero también podría ser un tumor benigno. La única

manera de saberlo con seguridad, al cien por cien, es por medio de una

- 374 -
biopsia, y éste no es muy grande. No me explico cómo Laura se atrevió a

decirte lo que te dijo.

- Yo tampoco. No me lo esperaba de ella.

- Bueno, eso ahora ya no tiene mucha importancia ¿Te hago

entonces la petición para la resonancia?

- Sí. Me están esperando en rayos.

- ¿Y se la van a hacer ahora?

- Eso me han dicho.

- Estupendo. En cuanto se la hagan, vente para acá y vemos lo

que sale.

- Muchas gracias, David.

- De nada, hombre. Y no te preocupes, que ya verás cómo va a

salir todo bien.

- Eso espero. Ahora nos vemos.

Juan Carlos recogió a su padre, que lo acompañó refunfuñando

hasta la sala donde estaba la máquina con la que se practicaban las

resonancias magnéticas. Tuvo que volver a explicarles que Leandro ya

era un experto en someterse a la prueba, y que no presentaba reacción

al contraste para evitar la espera correspondiente al ayuno, pero no

- 375 -
pudo evitar la necesaria para que la inyección de gadolinio hiciera su

efecto.

Con Antonio, el adjunto que hoy estaba de servicio, no tenía tanta

confianza como con Laura, por lo que no quiso comprometerlo, ni a él ni

a sí mismo, obligándose a deberle un favor, y no pidió ver las imágenes,

por lo que cuando terminaron, tras asegurarse de que las informarían

en el momento, devolvió a su padre otra vez a la cafetería con la excusa

cierta de darse una vuelta por su servicio. Antes de seguir con el asunto

de su padre, quería asegurarse de que todo iba bien por allí y de que no

había problemas, como así resultó, afortunadamente. Hechas sus

comprobaciones, volvió con David.

- ¿Qué ha salido? – le preguntó el neurólogo en cuanto lo vio.

- No lo sé. Dímelo tú. Tú eres el especialista - fue la respuesta que

le dio.

- Vamos a ver si ya están disponibles – y se dispuso a comprobar

los resultados.

Tardó un buen rato. David miraba y remiraba las imágenes de la

resonancia en la pantalla del ordenador una y otra vez, como había

hecho Laura el día anterior.

- 376 -
- Juan Carlos, esto no tiene buena pinta – le dijo después de un

buen tiempo de visionado, aún más largo que el que había necesitado

ayer la radióloga para emitir su juicio.

- Si. Ya lo vimos ayer – le contestó, con la misma cara de

circunstancias que había puesto su amigo antes que él.

- Esta muchacha es increíble. Que Dios le conserve la vista por

muchos años. Y nosotros metiéndonos con ella. No sé como lo hace,

pero fíjate en esto – y David empezó a mostrarle imágenes específicas.

- Mira estas ramificaciones… Date cuenta en T2…Mira… ¿Ves

esas señales de proliferación vascular anómala?... Con lo chico que es y

ya hay necrosis… Y fíjate en la forma por aquí… No me gusta tenerte

que decir esto, pero mucho me temo que es muy posible que Laura

tuviera razón.

- David ¿Tú estás seguro?

- Juan Carlos, la única manera de estar seguros es con una

biopsia y tú lo sabes. Además, tu padre tiene la edad propia para estas

cosas, aunque bien es cierto que no tiene una clínica importante, pero

tú has visto lo mismo que yo. Tendrás que hablar con neurocirugía.

Juan Carlos apoyó los codos sobre la mesa y hundió la cabeza

entre sus manos. Mientras su amigo respetaba su silencio, él trataba de

digerir aquello. En la práctica, representaba una condena de muerte

- 377 -
casi inminente para su padre. No necesitaba una segunda opinión,

primero porque era sabedor de la más que probada y comprobada

competencia profesional de David, segundo porque las pruebas

parecían irrefutables, y tercero porque con ésta ya tenía una segunda

opinión. Como bien decía su amigo, la única manera de estar seguros

era por medio de la biopsia, pero desde luego aquel no era un tumor

benigno, ni tenía la pinta de una metástasis normal y corriente. Él no

era un experto en tumores cerebrales, ni en radiodiagnóstico, pero como

cirujano ya había visto imágenes de muchos tipos diferentes de

neoplasias y las que tenía ante sí, era cierto que tenían muy mala pinta.

- ¿Qué quieres que hagamos? – le preguntó su compañero,

cuando levantó la cabeza.

- No lo sé David, no lo sé – contestó abatido.

- Tendrás que hablar con algún neurocirujano para que le hagan

una biopsia.

- ¿Tú crees que merece la pena?

- Juan Carlos, esa es una decisión que tenéis que tomar entre tú,

tu padre, y el neurocirujano. Ya sabes que implica una trepanación,

aunque sea por agujero de trefina.

- ¿Qué probabilidades tenemos?

- ¿Probabilidades de qué?

- 378 -
- De que sea un glioblastoma.

- Pues por desgracia, yo diría que en torno a un noventa por

ciento.

- ¡Noventa por ciento!

- Más o menos.

- ¿Tú qué harías?

- ¿De verdad quieres saber mi opinión?

- Por eso te lo pregunto.

- Visto lo visto, si fuera mi padre creo que no le haría pasar el mal

trago de tenerse que meter en quirófano para que le agujereen el cráneo

por la biopsia, pero eso ya no soy yo el más indicado para decírtelo. Lo

que sí tengo claro es que, si fuera mi padre, procuraría evitar hacerle

sufrir inútilmente. No obstante, nunca se sabe y esa decisión la tenéis

que tomar vosotros. Por suerte, en el caso de tu padre, aún no han

aparecido crisis epilépticas ni otros síntomas importantes, aparte de

alguna que otra alucinación. Y el tumor no es muy grande todavía, por

lo que la radiocirugía puede ser una opción a considerar, además de la

quimio, pero ahora, mucho más válida que mi opinión, te resultará la

de los neurocirujanos.

- ¡Y yo que le regañaba por fumar porros, creyendo que eso podía

hacerle ver cosas raras!


- 379 -
- Pues mira tú por dónde, sin saberlo puede que se estuviera auto

medicando correctamente. Hay algunos estudios por ahí que apuntan a

que el cannabis puede atacar a las células madre neoplásicas, aunque

ya sabes que hay mucha polémica al respecto.

3.11. Con los amigos.

La visita a los Archivos le había aportado una información muy

útil para el trabajo que tenía pendiente. Había conocido el

funcionamiento específico de los circuitos neuronales del sistema

nervioso de aquel humano al que le habían encargado inducir, así como

también había podido comprobar la forma en la que se vería afectado su

cerebro por la evolución del tumor que albergaba, lo que le sería de gran

ayuda en la tarea que tenía asignada.

Ciertamente aquel era un cerebro ágil, pero su funcionamiento se

vería gravemente afectado en poco tiempo por la enfermedad que

padecía. Si bien para Niemsé el tiempo no suponía ningún problema, no

ocurría lo mismo con el humano, sometido como estaba a las leyes del

espeso mundo físico de la Tierra, por lo que tendría que ajustar su

intervención al tiempo que aquella persona tenía disponible, antes de

que el deterioro cerebral que se le avecinaba le impidiera cumplir con el

objetivo planificado, pero antes de ir en busca de Elihá para continuar

con la tarea, quiso volver a visitar a sus amigos.

- 380 -
Encontró a Ahindane y a Jintámena reunidos con Krionsdinae.

- Hola Fuguillas. Te estás haciendo famoso.

Era Ahindane quien así le saludaba, bromeando con él. Se lo

decía porque, entre las almas vinculadas de alguna manera con la

Tierra, estaba siendo muy comentada la anomalía que había

protagonizado. Todos eran muy conscientes del periodo crítico por el

que la humanidad hacía algún tiempo que había comenzado a transitar,

y estaban muy pendientes de cuanto ocurría al respecto.

Habían sido muchos los que habían viajado hasta la Tierra para

encarnarse en misiones de preparación para el cambio de era, y ahora

eran también muchos los que estaban allí desarrollando misiones de

ayuda, para facilitar a los humanos una resolución favorable del

mismo, como también eran muchos los que se apuntaban voluntarios,

para aprovechar tan extraordinaria ocasión de poder participar en un

cambio tan importante. Su trabajo solía desarrollarse de manera

anónima y por medio de tareas sencillas y cotidianas, de forma que

pudieran pasar lo más desapercibidos que fuera posible.

En su caso, su trabajo también pasaría desapercibido para los

humanos, y su nombre no quedaría registrado en los anales históricos

de éstos, pero aquí no ocurría lo mismo. No es que nadie considerase su

trabajo más importante que el de otros, por la sencilla razón de que no

- 381 -
lo era, pero la forma en la que se había producido su tránsito, sí que

estaba siendo muy comentada por lo extraordinario de la misma.

Cosas poco habituales como ésta, y otras muy diferentes pero

igualmente extraordinarias, ya habían sucedido otras veces, pero eran

raras en los periodos de evolución e integración de las especies. En los

periodos de trascendencia era cuando solían producirse con más

frecuencia, justo en aquellos momentos en los que una especie

inteligente se encontraba en un periodo crítico de cambio. Era cuando

la especie estaba preparada para dar un nuevo salto en su evolución,

cuando se hacían más necesarios, y por tanto ocurrían más a menudo.

- Es mucha la responsabilidad que he asumido. Espero no

defraudaros – contestó.

- Ninguno de vosotros fuisteis nunca cobardes – intervino

Krionsdinae. – Ya desde jovencitos os atrevíais con vidas muy difíciles,

con tal de progresar más rápido. Yo no estaba con vosotros aún, pero

recordad a Kiamku en el cuerpo de Elisabeth, por ejemplo, o la

duplicidad con la que se atrevió Jintámena no hace tanto.

Krionsdinae se refería a una antigua vida en la que Kiamku

asumió un cuerpo con muchas limitaciones, aquejado por una rara y

por aquel entonces desconocida enfermedad genética, que además de

graves y dolorosos impedimentos físicos, llevaba aparejada una

deficiencia mental, aunque no lo suficientemente importarle como para

- 382 -
impedirle ser consciente de lo que le estaba ocurriendo. Como alma

inmortal que era, y por tanto sana, pero alojada en el cuerpo enfermo

de una mujer que vivió en la sociedad rural inglesa en tránsito entre los

siglos XIV y XV, tuvo que padecer numerosos y frecuentes malos tratos,

violaciones, y vejaciones de todo tipo, hasta acabar muriendo de

hambre. Lo de Jintámena, por su parte, fue una atrevida experiencia

que él mismo quiso aprovechar para calibrar su propia capacidad,

dividiendo su energía de forma que pudiese ocupar dos cuerpos y vivir

dos vidas a la vez.

- Todo lo que tienes que hacer es calmarte un poco y aprender de

Plantao. Presta atención y verás como todo sale bien. Yo puedo

animarte con unas burbujitas, si quieres – le dijo Ahindane con un

guiño.

Estaba haciendo un juego de palabras con su propio apodo:

Burbujitas. Casi siempre estaba alegre, inquieta, y con ganas de

bromear. Allí donde iba, aportaba frescura y jovialidad, siendo capaz de

encontrarle la vena cómica a la más dramática de las situaciones, por lo

que eligieron ese apodo para ella.

- Lo cierto es que me hace ilusión. Para mí es un privilegio

merecer la confianza de los Filósofos. Esta vez, había hasta un Sabio en

el Consejo – les dijo Niemsé.

- Te estás haciendo mayor – bromeó Jintámena.

- 383 -
- Como bien dice Burbujitas, aprendo de ti.

- Si, pero no pierdas tu agilidad en las respuestas. En eso, yo

aprendo de ti.

- ¡Qué bonito es el amor cuando florece! ¿Qué os parece si

buscamos a alguien y nos echamos una partidita de pelota sorpresa,

para celebrarlo?

Como era habitual en ella, Ahindane bromeaba con casi todo, y a

pesar de su madurez siempre estaba dispuesta para la juerga. El juego

de la pelota sorpresa era uno de los que solían practicar las almas

jóvenes, más propensas a la diversión que al estudio. Consistía en

formar dos equipos entre almas de diferentes grupos, en los que cada

uno de los participantes fabricaba una pelota de energía, de un tamaño

algo menor de las que se utilizan para jugar al balonmano y en la que

incluía, como regalo para quien la recibiera, alguna de sus

características individuales que considerase que tenía más y mejor

desarrollada. Después, se colocaba un equipo frente al otro y empezaba

el baile.

Alguien daba el tono, y las almas se ponían a cantar y a bailar

siguiendo el ritmo, entremezclándose unas con otras cada vez más

rápidamente, a medida que el ritmo se intensificaba, pero procurando

evitar el contacto con los otros jugadores y siguiendo la melodía que

ellas mismas generaban, la cual iba in crescendo conforme la armonía y

- 384 -
sincronía entre todos se hacía cada vez mejor y mayor, hasta que

cualquiera de los participantes decidía lanzar su pelota. Entonces, al

ritmo creciente y cada vez más complejo de la música y del baile que se

acompasaba con ella, empezaban a lanzarse todas las demás pelotas,

hasta alcanzar un clímax de armonioso éxtasis cuando todas entraban

en juego. Este clímax iba luego decreciendo progresivamente, a medida

que cada pelota alcanzaba a su destinatario, que podía ser tanto uno de

los jugadores del equipo contrario como del propio, el cual, y en función

de sus características personales, acababa atrayendo hacia sí la pelota

que mejor se le adecuaba, hasta que todas habían alcanzado su

objetivo. El juego acababa cuando el último participante recibía la suya,

y cuantos más jugadores hubiese y de más grupos diferentes, más

enriquecedora resultaba la partida para todos.

- Por mí encantado, pero preferiría hacerlo después. Estaré más

tranquilo y podré disfrutarlo más – contestó Niemsé. – Tan solo quería

volver con vosotros para disfrutaros un rato, antes de continuar con el

trabajo que tengo pendiente. Os he echado mucho de menos y la

revisión de mi Libro Vital me ha reavivado esa añoranza.

Niemsé decía esto porque, mientras estuvo consultando los

Archivos, y después de revisar parte del Libro Vital de Tamenda, el

Maestro Archivero le trajo el suyo propio para que pudiera consultarlo a

placer. Allí estuvo repasando algunos aspectos de su última vida en la

Tierra, desde antes incluso de su nacimiento, y al haber revivido su

- 385 -
infancia en la ignorancia por aquel entonces de la verdadera

personalidad de los que fueron sus padres, le apeteció volver a verlos en

su auténtica esencia, simplemente por puro placer y para regodearse

con su belleza.

También estuvo repasando algo que le había dejado cierta

preocupación: qué pasaría con Marta y con Lucía, ocupadas por dos

almas jóvenes de un mismo grupo vecino, a las que había conocido

precisamente en un juego de pelota sorpresa, y con las que había

acordado ayudarse mutuamente en la vida que acababa de dejar. Este

tipo de alianzas surgía con frecuencia en este tipo de juegos.

Le tranquilizó comprobar que Marta tenía muchas posibilidades

de rehacer su vida sin demasiadas dificultades, una vez que Arturo le

había ofrecido la experiencia de una convivencia basada en el amor y el

respeto mutuo, por contraposición a aquella otra basada en el egoísmo,

que se dispensaron mutuamente ella y el que fue su marido mientras

estuvieron casados, aunque bien es cierto que más él que ella, y que

junto con la homosexualidad del varón, mal gestionada por ambos,

acabó finalmente por hacer añicos su vida en común.

Las posibilidades de Lucía estaban más abiertas, ya que tenía

mucha más vida por delante que su madre. A su favor tenía un cerebro

magníficamente dotado intelectualmente, aunque no ocurriera lo mismo

con el flujo de los circuitos emocionales de su sistema nervioso, éstos

- 386 -
algo más torpes que aquellos. No estaba muy satisfecho con su

desenvolvimiento para con ella, porque había sido demasiado brusco,

impelido por sus prisas en lograr los objetivos que se habían propuesto.

Podría haberla ayudado mucho más y mejor si se hubiese comportado

más pacientemente y no hubiese intentado forzarla de la manera en la

que lo hizo, a enfrentarse a la aceptación de su persona como nueva

pareja de su madre. Para lo que también sirvió su exploración, fue para

ratificarle en su admiración por éste espíritu, que aunque joven aún,

apuntaba muy buenas maneras por su ágil y rápida capacidad de

asimilación y aprendizaje, con las que sintonizaba.

- Entonces ¿te marchas? – le preguntó Jintámena.

- Sí, pero no vayáis a creeros que os habéis librado de mí. Volveré,

y pronto.

- ¡Anda ya, presuntuoso! Ven aquí que te lleves un poquito de

nosotros, para que no nos eches tanto de menos – dijo Ahindane, con

esa jovialidad suya tan característica, y los tres se unieron en un abrazo

antes de despedirse.

3.12. Amor paterno filial.

Juan Carlos regresó a la cafetería para encontrarse con su padre,

después de haber estado meditando sobre el asunto. Cuando dejó a

- 387 -
David se refugió en la sala de descanso, buscando la soledad y el

aislamiento que necesitaba para aclarar sus ideas, sabiendo que a esas

horas era uno de los pocos lugares en el hospital donde podría estar

tranquilo, pasando desapercibido y sin ser molestado. Allí fue donde

termino por aceptar lo que no por ello dejaba de ser una dura realidad.

Laura se lo había dicho el día anterior, haciendo uso de esa

perspicacia suya tan sorprendente, aunque por aquel entonces él se

hubiese negarlo a aceptarlo, culpándola a ella de imprudente. Hoy su

amigo David se lo confirmaba. Además, él mismo había visto las

imágenes con sus propios ojos. Si se tratara de un paciente suyo, jamás

se hubiera atrevido a emitir un diagnóstico hasta no tener en sus

manos los resultados de la biopsia, pero éste no era un paciente

normal.

- Sí que has tardado ¿Has tenido algún problema? – le dijo su

padre cuando llegó hasta él.

- Bueno, he estado arreglando las cosas para poder salir un poco

antes. Anda, vámonos.

- ¿Qué nos vayamos. Pero y David. Y tu trabajo…?

- Hasta que no le llegue el informe de radiodiagnóstico, David

poco va a poder decirnos, así que vámonos. Y respecto a mi trabajo, ya

he hablado con mi jefe de servicio y con mis residentes, así que

podemos irnos.
- 388 -
Juan Carlos mintió tan solo en lo relativo al informe de

radiodiagnóstico, ya que cuando salió de la sala de descanso, fue en

busca de su jefe para exponerle la situación y solicitarle un permiso que

el otro, empático, le concedió sin poner pega alguna, además de

ofrecerse para ayudarle en cuanto pudiese necesitar de él.

Mientras estuvo tratando de decidir qué hacer, había calibrado

varias opciones, desde someter a su padre al protocolo establecido para

los casos como el suyo, hasta ocultarle el diagnóstico a fin de

mantenerlo en una dulce ignorancia, que le permitiera llevar una vida lo

más normalizada que fuera posible, hasta que los síntomas se

agravaran. Una vez tomada su decisión, después de hablar con su jefe,

y antes de ir a recoger a Leandro, se pasó por el servicio, para

asegurarse de que todo seguía bien e informar a los residentes de su

ausencia durante lo que quedaba de mañana, y de las razones que la

motivaban.

De camino a la casa, mientras iban en el coche, ambos guardaron

un silencio que no incomodó a ninguno de los dos. El padre disfrutaba

de la contemplación de la ciudad y de sus gentes, mientras seguía

dándole vueltas a su experiencia del lunes. Aprovechando la tableta

electrónica de su hijo y la conexión a internet del hospital, había

amenizado la espera en la cafetería, buscando en las ediciones digitales

de los periódicos de su ciudad alguna noticia al respecto, pero no

consiguió encontrar nada. Por su parte, el hijo conducía

- 389 -
mecánicamente, absorto en sus pensamientos acerca de cómo abordar

la situación ante su progenitor. Se ratificó en la decisión que había

tomado en la sala de descanso, por lo que al llegar preguntó a Leandro:

- ¿Te apetece una cerveza?

- Vale.

- Siéntate, que voy por ellas.

Lo invitó a sentarse en el salón, mientras él preparaba las

cervezas, porque lo necesitaba sentado y tranquilo para lo que iba a

decirle.

- Papá, esta mañana no te he dicho toda la verdad – le dijo, tras

servir las bebidas y sentarse a su lado.

Leandro lo miró fijamente, pero no dijo nada. Por la postura de

abatimiento que había adoptado su hijo al sentarse, el tono de la voz, y

la forma en que había bajado la cabeza y la mirada al hablar, se

imaginó que no le esperaban buenas noticias.

- En realidad ya había hablado con David, antes de ir a recogerte.

- ¿Y por qué no fuimos luego a verlo?

- Porque quería ser yo quien te diera los resultados de las

pruebas.

- ¿Así que el dichoso informe de la resonancia, ya estaba listo?

- 390 -
- Si.

- ¿Y…?

- Tienes un tumor cerebral.

- ¡¿Otro?!

- Si

- ¡Pero si en la analítica había salido todo bien!

- Sí papá, pero es que este tipo de tumores no suele dar positivo

en los análisis. Ya lo vimos ayer, con Laura, pero no te quise decir nada

hasta no estar seguro.

A Leandro se le vino el mundo encima. Eso suponía que otra vez

tendría que pasar por quirófano y por la incomodidad de los

posoperatorios. Pero lo que más temía era la radioterapia, que ya le

había dejado unas muy molestas secuelas, la otra ocasión en la que

tuvo que someterse a este tipo de tratamientos. Además esta vez el

tumor estaba en el cerebro, nada menos.

- Bueno ¿y qué vamos a hacer? – preguntó cuando pudo

recuperarse.

- Eso es lo que tenemos que decidir ahora

- ¿Y tiene que ser ahora mismo?

- 391 -
- No papá, por supuesto que no, pero hay que pensarlo y tenemos

que tomar alguna decisión.

- Pero bueno Juan Carlos ¿tú estás seguro? porque a mí no me

duele nada, ni tengo ningún síntoma.

- Papá, has tenido una alucinación y por lo que cuentas, bastante

intensa.

- ¡Eso no fue una alucinación!

- Papá, sé razonable.

La duda asaltó a Leandro ¿Sería posible que lo que vio, fuera en

realidad una alucinación? Lo cierto es que las cabezas de la gente no

van por ahí, desvaneciéndose como si fueran de humo. Además no tenía

experiencia previa con las alucinaciones y no sabía cómo podría ser eso

en realidad.

- Bueno vale, pero de todas maneras ha sido una sola y no se ha

vuelto a repetir.

- Sí, pero las imágenes de la resonancia son claras y no dejan

lugar a dudas.

Leandro volvió a guardar silencio, tratando de digerir aquello.

- ¿Y es grave? – se le ocurrió preguntar, al cabo de un rato.

- Si.

- 392 -
- ¿Cómo de grave?

- Mucho.

- ¿Tanto?

- Si – dijo Juan Carlos, ahora entre lágrimas y sollozos, al no

poder contener el envite emocional que le sobrevino de forma repentina,

y que le hizo perder la compostura que había conseguido mantener

hasta entonces.

Leandro estaba desconcertado. Ante sí tenía a su hijo llorando

desconsoladamente, lo que le confirmaba la aparente gravedad del

tumor que le había dicho que padecía. Pero él no se sentía enfermo en

absoluto.

- Vamos a ver Juan Carlos, tú ya me quitaste un tumor hace años

y aquí estoy, fresco como una lechuga. Hacemos lo mismo con éste y

santas pascuas valencianas ¿no?

- No es tan sencillo papá. Éste es un gliobalstoma.

- Bueno ¿y qué? ¿Qué les pasa a los galloblastomas esos?

- Primero que lo tienes en el lóbulo occipital, y la cirugía cerebral

de cualquier tipo es siempre muy arriesgada por sus imprevisibles

secuelas, pero es que además este tipo de tumores presenta una alta

tasa de recurrencia, por no hablar de su resistencia a los tratamientos.

- 393 -
- ¿Quieres decir que no tiene cura?

- Es complejo de explicar, pero a tu edad la tasa de supervivencia

es muy baja.

- ¿Quieres decir que me voy a morir?

Al escuchar esto Juan Carlos rompió a llorar de nuevo, pero ésta

vez ya no cogió a Leandro por sorpresa.

- Eh, eh, para. No sé por qué te pones así. A ver si te crees tú que

para morirte va a tener que venir alguien a matarte, que aquí no nos

quedamos ninguno. Además, a mí no me duele nada.

- ¡Papá, no digas tonterías!

Leandro lo había conseguido: su hijo había dejado de llorar.

- ¿Tonterías? Parece mentira que seas médico.

- Bueno, todavía tengo que hablar con los neurocirujanos, pero he

pensado que debías saberlo.

- ¡Hombre! Se agradece la deferencia.

- No te lo tomes a cachondeo, que la cosa es muy seria.

- No me lo tomo a cachondeo Juan Carlos, pero llorando no me

parece que se arregle mucho. Además, como tú bien dices, todavía

- 394 -
tienes que hablar con los neurocirujanos y tú trabajas en un magnífico

hospital, con los mejores medios disponibles.

- Sí papá, pero es que te quiero mucho – y diciendo esto, se

levantó para ir a abrazar a su padre, de nuevo entre lágrimas.

- Y yo a ti, hijo – le decía Leandro, mientras le besaba y le

acariciaba la cabeza. No pudo evitar que a él también se le escaparan

algunas lágrimas.

- Venga, venga, que me parece que estás exagerando. Si a mí no

me pasa nada… ¿No me estás viendo? ¿No os habréis confundido? Esas

cosas a veces pasan.

- No papá. Las imágenes estaban bastante claras - le contestó,

mientras volvía a sentarse para beber un poco de cerveza, con la

esperanza de que el trago le ayudase a terminar de superar la

abreacción que le había sobrevenido.

- Bueno, pero pueden ser las de otro.

- Papá…

Leandro guardó silencio. Estaba empezando a tomarse en serio lo

que le decía su hijo.

- ¡Joder, otra vez!

- 395 -
No solía decir tacos, pero ésta vez sí lo hizo, enfadado no tanto

por la posibilidad de morir, en la que no pensaba, como por los

recuerdos que le asaltaron de todo lo que tuvo que pasar con su cáncer

de tiroides.

- ¿Esto qué es? ¿Una metástasis?

- No papá. Es una neoplasia de las células gliales. No tiene nada

que ver con tu cáncer de tiroides.

- ¡Joder, joder, joder!

Al cogerle la mano Juan Carlos, se dio cuenta de que se estaba

abandonando y eso estaba afectando a su hijo, que ya parecía estar

pasándolo bastante mal, sin necesidad de que él le diera más motivos

para ello.

- Bueno, pero algo se podrá hacer ¿no? – dijo reaccionando.

- Ya te he dicho que todavía tengo que hablar con los

neurocirujanos. Mañana aprovecharé para hablar con quien esté por

allí. Aunque tengo quirófano, ya me las apañaré para encontrar un

hueco.

- ¡Joder Juan Carlos, tú también. Te podías haber esperado! – le

dijo enfadado.

- 396 -
Leandro se dio cuenta de que estaba siendo demasiado cruel,

cuando apreció el gesto de abatimiento que sus palabras habían

provocado en su hijo.

- Lo siento hijo, lo siento. Perdóname – le dijo, siendo él ahora

quien le cogía afectuosamente la mano para consolarlo.

- No pasa nada papá, si tienes razón – decía el otro, mientras las

lágrimas volvían a brotar de sus ojos.

Se invirtieron las tornas y ahora era Leandro quien se levantaba

para abrazar a su hijo.

- Juan Carlos, la vida me ha bendecido con dos hijos maravillosos

y estoy muy orgulloso de ti. Tu madre se marchó demasiado pronto,

pero os dejó a vosotros en prenda y solo me habéis dado satisfacciones.

No solo eres un buen hijo y una gran persona. También eres un gran

médico y yo confío totalmente en ti.

Ambos permanecieron un buen rato fuertemente abrazados,

llorando en silencio, hasta que Leandro se separó, secándose las

lágrimas, para beber un trago de cerveza, con la misma esperanza con

la que antes lo había hecho su hijo.

- Ya verás como todo sale bien.

- Sí papá, seguro, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados

– dijo, siendo él ahora quien impelía a la acción.

- 397 -
- Bueno, tú eres el médico. Yo hago lo que tú me digas.

- No es tan sencillo.

Juan Carlos explicó con franqueza a su padre lo mejor que pudo y

supo, que fue mucho y bien, los detalles del tipo de tumor que padecía,

las consecuencias que podía acarrear y las alternativas de tratamiento,

sin dramatizar, pero sin ocultarle nada, y respondiendo abiertamente a

sus preguntas. Entre las diferentes opciones, tampoco omitió la

posibilidad de dejar que la naturaleza siguiese su curso.

3.13. Inducción.

Niemsé fue en busca de Elihá, aunque lo de ir no sea más que

una forma de decir las cosas, ya que allí espacio y tiempo tenían un

significado totalmente diferente, resultando en un continuo aquí y

ahora que podía trocearse a voluntad.

- Estoy dispuesto para mis prácticas de musa – le dijo cuando se

encontraron.

- Pues vamos allá. Empecemos por el hijo – le contestó.

Niemse y Elihá fueron en busca de Juan Carlos, el cual estaba en

la sala de descanso del hospital donde trabajaba, en la que se había

refugiado para poder meditar en soledad y sin interrupciones, acerca de

- 398 -
la situación sanitaria en la que había descubierto que se encontraba su

padre, y tomar decisiones al respecto.

Estaba abrumado por la confirmación del diagnóstico que su

compañera Laura había emitido al respecto la tarde anterior, y que hoy

acababa de confirmarle David, su amigo el neurólogo. Todavía se

preguntaba cómo era posible aquello, pero él mismo había visto las

imágenes resultantes de las pruebas a las que había sometido a

Leandro. Por más decepcionante que resultase, comprendía que una

biopsia solo serviría para confirmar lo que ya sabía. Lo que tenía que

decidir ahora, era qué hacer a partir de aquí.

Camino de los sesenta años, su padre ya estaba en la parte

descendente de la curva de su esperanza vital, pero lo que había

encontrado en la resonancia que le acababan de hacer, lo situaba al

final de ella de golpe y porrazo. El glioblastoma es uno de los tumores

cerebrales con peor pronóstico, por su capacidad de recidivar y su

resistencia, tanto a la quimio como a la radioterapia. Había oído hablar

de algunos tratamientos experimentales, como el de la Universidad

Johns Hopkins con PAC-1 y otros con adenovirus modificados

genéticamente que parecían prometedores, pero nada concluyente ni

definitivo todavía.

A cualquier neurocirujano, su juramento hipocrático le obligaría a

seguir estrictamente los protocolos y hacer todo lo posible para intentar

- 399 -
salvar la vida de su paciente, pero Juan Carlos sabía que los estudios

epidemiológicos más optimistas al respecto del GBM, informaban de

una tasa de supervivencia de tan solo el 5% a los cinco años desde el

diagnóstico. No sabía qué hacer.

Si se decidía por seguir los protocolos, la cirugía era la primera y

probablemente más que inevitable opción, a la que seguirían la radio y

la quimioterapia, lo que suponía hacerlo pasar por todo ello, para que

finalmente y con una altísima probabilidad, tan solo sirviera para

prolongarle la agonía, por no hablar de las imprevisibles secuelas de

cualquier cirugía que implique resección de masa encefálica.

Otra opción era mantenerlo en la ignorancia, y procurar que

disfrutase de lo poco que le quedase de vida lo más y mejor posible,

hasta que los síntomas se agravasen. Conocía muchos casos de

pacientes con carcinoma que, o bien ellos, o sus familiares, habían

optado por esta última alternativa y habían tenido una vida con más

calidad, y una muerte más dulce que otros con los que se había

intentado todo para salvarles una vida que finalmente acabaron

perdiendo igualmente, pero con más sufrimiento.

La decisión no era fácil porque ¿y si por una de esas casualidades

del destino, su padre estuviese dentro de ese reducido grupo de

privilegiados, que lograban sobrevivir a un glioblastoma más de lo

inicialmente previsible?

- 400 -
- Adelante Niemsé. Este es un buen momento. Está concentrado

tratando de encontrar respuestas a sus dudas, por lo que lo tienes

bastante receptivo.

Le sorprendió que su maestro Elihá, en vez de ejemplificarle con

su actuación cómo hacer una inducción exitosa, le animase a lanzarse

directamente a la práctica con el humano, pero poder contar con su

supervisión le aportaba confianza y seguridad en sí mismo, por lo que

se decidió a intentarlo.

Tratando de encontrar una manera de ayudar a Juan Carlos a

tomar la decisión correcta, recordó algo que había visto en el Libro Vital

de Tamenda, y decidió evocarle al médico el recuerdo de aquella

situación. Para ello envió la escena, condensada en un paquete de

energía sutil con la forma de una pequeña bola, hacia la base del

cráneo, directamente a través del foramen magno, por conducto de la

médula espinal y hasta el centro de su cerebro, para que empezando

por sus estructuras más profundas y por tanto más antiguas, acabase

expandiéndose por toda la masa encefálica, hasta conseguir activarle el

recuerdo y hacérselo disponible. La experiencia que vivió con Elihá

cuando lo conocieron le resultaba ahora de gran utilidad, ya que

entonces pudo apreciar con precisión el funcionamiento físico y

psíquico de este humano, al haber estado integrado con él.

- 401 -
A resultas del trabajo de Niemsé, Juan Carlos recordó una

ocasión en la que, siendo un niño que aún no había cumplido los diez

años de edad, jugando con sus amigos a tirarse piedras unos a otros,

en el patio de aquel antiguo colegio en el que estaba matriculado,

rompió el cristal de una ventana a causa de un drástico fallo en su

puntería. Un profesor que estaba por allí, los convocó muy enfadado y

preguntó quien había sido. Él sabía que si confesaba le esperaba un

castigo por lo que había hecho, y su primer impulso fue callar la culpa,

pero también sabía que con ello ponía a sus amigos en riesgo de

padecer un castigo colectivo, ya que probablemente ninguno de ellos se

arriesgaría a convertirse en marginado por chivato, por lo que levantó la

mano.

Le sorprendió la reacción del profesor, el cual probablemente

esperaba que el culpable aprovechara que no había sido sorprendido in

fraganti, para refugiarse en el anonimato del grupo, como solía ser

habitual en estos casos, y pareció quedar perplejo ante su confesión.

Elogió su valentía y lo puso como ejemplo ante los demás, pero eso no

evitó que llamaran a su padre para contarle la fechoría que había

cometido.

De toda esta historia, lo que más impresionó a Juan Carlos,

además de la reacción de su profesor, fueron las enseñanzas de su

padre. La conversación que ambos mantuvieron al respecto de los

acontecimientos acaecidos en el colegio, fue la que Niemsé pudo

- 402 -
conocer gracias al Libro Vital de Tamenda, y la que utilizó para evocar

el recuerdo.

Leandro, cuando escuchó la versión de los hechos que le contó su

hijo, y después de alabar también su reacción, insistió en lo inteligente

y práctico de la misma, haciéndole tomar conciencia de que la

honestidad en situaciones similares, probablemente no evitaría el

castigo por la falta cometida, como así ocurrió, pero sí cometer una

segunda, que sumada a la primera, también muy probablemente

conseguiría agravar la pena impuesta, cuando no añadir otra más.

Desde entonces había tenido múltiples oportunidades de

comprobar cómo atenerse a la verdad, sea ésta la que quiera que fuese,

acaba por hacerle la vida más fácil a la persona honesta, y se

asombraba observando la absurda manera de complicársela de los

mentirosos, empezando por la tarea que se veían obligados a asumir,

primero para inventar las mentiras, y luego para recordar cual habían

dicho a quien, y todo para que al final, antes o después, siempre

acabara descubriéndose la verdad y evidenciándose la condición del

mentiroso. Este recuerdo le ayudó a decidirse: hablaría a su padre con

franqueza.

- Enhorabuena. Lo has hecho bastante bien – dijo Elihá a Niemsé

- ¿Vamos ahora a por el padre?

- Vamos allá – contestó estimulado por su reciente éxito.

- 403 -
- ¿Cómo quieres hacerlo?

- ¡Ah! ¿Pero voy a hacerlo yo también?

- Solo si quieres. Te estoy acompañando únicamente por si

necesitas mi ayuda, pero también puedo hacerlo yo, si lo prefieres.

- Contigo a mi lado me siento más seguro.

Por supuesto que quería. No iba a desaprovechar una ocasión

como ésta para practicar, y menos contando con la inestimable

supervisión y ayuda de Elihá. Decidió que para lo que tenía que hacer,

en ésta ocasión lo mejor sería utilizar un sueño, por lo que fue hasta

Leandro cuando éste dormía. Los sueños que estaba teniendo en aquel

momento eran inconexos y sin mucho sentido, de esos que el cerebro

genera para su liberación y descanso, por lo que decidió esperar por si

surgía alguno que pudiese aprovechar. Si no encontraba ninguno que

considerase adecuado probaría a provocárselo, pero no fue necesario.

Aprovechó un sueño en el que Leandro había ido a pasear por el

parque que tenía próximo a su casa, como solía hacer a menudo desde

su jubilación cuando el tiempo atmosférico se lo permitía, para

introducirse en él. Era un día soleado y estaba sentado en un banco, a

la sombra de un árbol, disfrutando de la buena temperatura y de la

observación del comportamiento espontáneo de las personas que por

allí pasaban, algo muy habitual para él en los días de buen tiempo de

estos últimos años de su vida.


- 404 -
Niemsé adoptó una forma similar a la que Eriastonda le había

presentado a él mismo en el momento de su tránsito, pero más sólida,

con un aspecto totalmente humano, para no distraer la atención de

Leandro de lo que realmente importaba. Se le acercó en forma de

anciano con buena salud, largas barbas y melena blanca, y vestido con

una túnica, como había hecho Elías con él, porque éste aspecto se

ajustaba en su cultura al estereotipo de hombre sabio, ducho, y curtido

en experiencia vital. Niemsé necesitaba que prestara atención a lo que

tenía que decirle y mostrarle.

- ¿Puedo sentarme? – le preguntó sonriente.

- Por supuesto – contestó Leandro, lo que dio pie a Niemsé para

iniciar una conversación con él.

- ¿Qué tal va esa salud?

- No demasiado bien. Me han dicho que me voy a morir.

Niemsé rió a carcajadas. Se sorprendió haciendo con las

respuestas de Leandro, lo mismo que Eriastonda, cuando lo conoció

como Elías, había hecho con las suyas como Arturo.

- ¡Pues valiente profeta está hecho quien te lo ha dicho!

Con esta respuesta consiguió hacer sonreír a Leandro.

- Sí, pero no da gusto saber que lo tienes tan cerca.

- 405 -
- Bueno, todo depende del punto de vista. Grandes hombres

culminaron la obra de su vida poco antes de morir. Évariste Galois, por

ejemplo, un célebre matemático francés cuyos trabajos sobre álgebra

abstracta dieron pie a la teoría que lleva su nombre y que murió sin

haber llegado a cumplir los 21 años, la noche anterior, convencido de la

inminencia de su muerte al día siguiente, la pasó escribiendo su mejor

obra matemática, la cual le hizo pasar a formar parte por derecho

propio de los anales históricos de ésta ciencia.

- Pues yo, ni soy matemático, ni soy un gran hombre.

- Van Gogh, Marco Polo, Johannes Gutenberg, o Gregor Mendel,

por poner unos pocos ejemplos, tampoco se consideraban ni

matemáticos, ni grandes hombres, pero la humanidad tiene mucho que

agradecerles.

- No es mi caso.

- Eso pensaban ellos también.

- Bueno, da igual. De todos modos, yo voy a morirme dentro de

poco.

- Ese asunto también depende del punto de vista.

- La muerte solo tiene un punto de vista. Te mueres y ya está. Se

acabó. Punto.

- 406 -
- Sí, se acaba tu vida como humano, pero tú, ni naciste aquí, ni

tu vida terminará aquí.

Leandro miraba ahora a Niemsé con el ceño fruncido.

- ¿No me crees? ¿Te gustaría recordar cómo es tu mundo

realmente?

Cuando Niemsé salió del sueño de Leandro, Elihá volvió a

felicitarlo por su trabajo.

- No cantemos victoria todavía. Ésta tan solo ha sido la primera

inducción, con la intención de conseguir motivarlo para iniciar la tarea.

No solo habrá que esperar para ver los resultados, sino que, en caso de

que se decida a empezar, habrá que seguir ayudándole hasta que la

acabe – le contestó Niemsé con humildad.

- Sí, es cierto, pero hasta aquí lo has hecho bastante bien. Creo

que en adelante será mejor que trabajes solo, para que puedas

comprobar de lo que eres capaz, sin necesitar apoyarte en mí. No

obstante, estaré a tu disposición siempre que me necesites. Si

consigues ayudar a Leandro a culminar con éxito ésta tarea, su trabajo

se sumará al de otros muchos en la misma dirección: el despertar de

una nueva conciencia para la humanidad.

- 407 -
3.14. Al tercer día.

Abrió los ojos. A pesar de lo que le costó conciliar el sueño,

Leandro había conseguido dormir mucho y bien, lo que confirmó por la

hora en su reloj de pulsera. Se sorprendió al comprobar que eran casi

las nueve de la mañana, lo que significaba también que Juan Carlos ya

se habría marchado.

No acostumbraba a levantarse tan tarde, como tampoco a

quedarse en la cama una vez despierto, pero hoy, en lugar de

incorporarse nada más despertar, se quedó allí tumbado, recordando

los sueños que había tenido.

El que tenía presente era un sueño muy extraño, que recordaba

nítidamente por la gran impresión que le había causado mientras

estuvo en él y que todavía se mantenía viva, aún después de haberse

despertado. Soñó que estando en el parque, en lo que parecía un día

como otro de tantos, se le sentó al lado un anciano desconocido, que

dijo llamarse Niemsé y que le acabó mostrado lo que, según él, nos

esperaba a todos después de la muerte.

Lo vivido allí le había parecido tan real, y lo que había visto tan

maravilloso, que aún estaba extasiado por la experiencia. El sueño

había calmado todos sus miedos y preocupaciones, causadas por la

noticia que ayer por la mañana le dio su hijo.


- 408 -
Ese día habían vuelto a comer al Fogón de Ignacio, en lo que le

pareció un intento por parte de Juan Carlos de aportar algo agradable a

la jornada, a fin de mitigar en lo posible la desagradable fatalidad de lo

que había tenido que contarle, pero ésta vez, ni la comida les resultó

tan sabrosa, ni la conversación tan animada como en el día anterior.

Hubo largos silencios, incómodos para ambos, y las lágrimas se

asomaron a los ojos de su hijo en más de una ocasión antes de

marcharse al hospital, a la búsqueda de soluciones para los recién

descubiertos problemas de salud de su padre, por medio del consejo y

la opinión especializada de los neurocirujanos. Leandro se había

quedado solo en la casa, por lo que tuvo casi toda la tarde para darle

vueltas al asunto. Fueron muchas las que le dio, tantas que acabó

mareado.

Lo que peor le sentaba de todo esto era que, después de haber

conseguido superar un cáncer y tras toda una vida de trabajo, cuando

por fin creyó que podría disfrutar de la que le quedaba con tranquilidad,

con su economía asegurada por una escasa pensión, pero compensada

por el alquiler de un piso que su mujer había recibido en herencia años

atrás, el ahorro que suponía la propiedad del que habitaba, y los

dividendos de las acciones en las que había invertido aprovechando su

trabajo en el banco, y tras haber conseguido adaptarse a la soledad que

le sobrevino con su viudedad, el tiempo se le acababa. Aunque hacía

muchos años que solo visitaba las iglesias para bodas, entierros, o

- 409 -
bautizos, era creyente, pero hubo momentos en los que llegó a dudar de

la existencia de un Dios que era capaz de hacerle una jugarreta como

esta.

Estuvo buscando en internet información sobre el glioblastoma y

no le gustó lo que encontró. La información que pudo recabar allí,

ratificaba lo que ya le había dicho su hijo acerca del mal pronóstico de

este tipo de tumores en pacientes de su edad. Al parecer, con mucha

probabilidad estaba condenado. Era muy escaso el porcentaje de

enfermos con más de cincuenta años que lograba sobrevivir, a pesar de

ser operados y sometidos después a agresivos tratamientos de radio y

quimioterapia. Había leído también sobre las diferentes técnicas

quirúrgicas, y sobre tratamientos alternativos y experimentales, pero

tales noticias no aportaban mucho consuelo a sus expectativas de

futuro inmediato.

Cuando volvió Juan Carlos, estuvieron barajando la nueva

información que traía, fruto de las conversaciones con sus compañeros

de neurocirugía. El tumor no era muy grande y aún no había apenas

manifestaciones clínicas, salvo por lo que todo el mundo decía que

había sido una alucinación, de modo que se inclinaban por la cirugía, y

cuanto antes mejor.

Respecto a lo de la supuesta alucinación, ahora estaba seguro de

que no fue tal. Hubo momentos en los que llegó a dudar de la realidad

- 410 -
de su experiencia, al saber que podía tratarse de uno de los síntomas

del tumor cerebral que padecía, aunque siempre pensó que si así fuera

¿por qué aquel muchacho se quedó tan impresionado cuando llegó

hasta el coche, como le pasó a él mismo? ¿Y qué pintaban allí aquellas

ropas, tan extrañamente dispuestas, y aquellos zapatos con los

calcetines colgando? La explicación a todo eso, y la confirmación de que

lo que había vivido no fue ninguna alucinación, se la dio Niemsé. Según

le dijo, él era la persona que estaba dentro de aquel coche y que acabó

desvaneciéndose como el humo.

Uno no podía fiarse de los sueños, ya que todo el mundo sabía

que eran pura fantasía y que, como mucho, podían considerarse una

realidad paralela, pero aquellas líneas paralelas estaban tan próximas

la una a la otra, que se solapaban hasta fundirse en una sola: la

realidad que había vivido tres días antes.

Por más extraño que pareciese, todo coincidía y encajaba a la

perfección. No obstante, no lo discutió con su hijo cuando éste volvió

del hospital, confirmándole la buena disposición de sus compañeros

para empezar cuanto antes con los protocolos. Le dejó hablar y no fue

hasta ya avanzada la comida, cuando encontró la ocasión para hacerlo

Mientras lo esperaba, había pasado toda la mañana entre

búsquedas en internet y meditaciones al respecto de su sueño, de la

gravedad de su recién descubierto estado de salud, y de cómo encajarlo

- 411 -
todo. Después de mucho pensarlo, al fin encontró una opción que le

pareció la mejor de todas, con diferencia. Ésta opción no solo le había

devuelto la ilusión por la poca o mucha vida que pudiese quedarle, sino

que además había conseguido incrementársela muy por encima de la

que pudiera haber tenido tres días antes.

Esa mañana, cuando Juan Carlos llegó del hospital, después de

cumplir con su turno de trabajo y antes de que tuviera oportunidad de

abrir la boca, ya lo estaba esperando con un plan de acción bien

elaborado.

- Venga que nos vamos. He reservado otra vez una mesa en el

Fogón de Ignacio, que ayer nos fuimos de allí con muy mal sabor de

boca.

- Papá, a mi no me apetece mucho ir a comer otra vez allí.

Además, vengo reventao.

- Pues por eso precisamente, para que te relajes y te distraigas.

Venga, que nos vamos.

- Uffff… ¡Papaaaa!

- ¡Ni papá, ni mamá, que nos vamos! Por cierto, te aviso que he

hablado directamente con Nacho y hemos quedado en que aleccionaría

al maître para no cobrarte, así que ni lo intentes.

- Y habrás sido capaz.

- 412 -
-¡Digo!

Aquella euforia sorprendió a Juan Carlos. Él estaba a punto de

entrar en depresión profunda, y su padre parecía más contento que un

ladrón recién nombrado en funciones de tesorero. A pesar de todo, de

camino al restaurante, le estuvo contando lo que había hablado con el

jefe del servicio de neurocirugía, quien por cierto ya estaba en

antecedentes porque su amigo David, y hasta su propio jefe de servicio,

ya se le habían adelantado. También aquí le sorprendió la firmeza y

seguridad con la que su padre se negó a aceptar el programa que tan

cuidadosamente habían urdido para él entre todos, pero no fue hasta

que llegaron al restaurante, durante la comida, cuando le explicó los

motivos que le impulsaban a ello.

- Mira Juan Carlos, llevo desde ayer dándole vueltas sin saber

qué hacer, pero esta mañana he tomado la decisión. El sueño que ya te

he contado que he tenido esta noche, me ha dado una idea que me ha

ayudado a decidirme.

- Pero papá, no puedes tomar una decisión como esa basándote

en un sueño.

- Pues te aseguro que sí. Me gustaría que pudieras haber visto lo

que yo he visto, y sentir lo mismo que yo sentí. Esa paz que allí había

me ha hecho perder todo el miedo a la muerte.

- ¡Pero papá, que es solo un sueño!


- 413 -
- Si, tienes razón, pero es difícil de explicar. Era todo tan real…

- Pues claro, como en todos los sueños, y además es posible que

todo eso pueda deberse también al tumor.

- No sé explicártelo, pero yo sé que no, como también he sabido

siempre que aquello que vi no fue una alucinación, y ahora tengo la

confirmación.

- Pero papá, si no te operas, es una muerte segura.

- Y si me opero también.

- Te equivocas. Hay una posibilidad. Pequeña sí, pero real.

- Sí, y como tú bien dices es solo una posibilidad y además

pequeña, por no hablar de todo lo que eso supone. De todos modos, a lo

que me refiero es a que tú, por tu profesión, sabes mejor que nadie que

la muerte es inevitable y que todos acabaremos desfilando por ahí antes

o después, pero tras mi experiencia de esta noche, te aseguro que no es

nada tan dramático como nos creemos. De hecho, lo que nos espera

más allá es mucho mejor que lo que dejamos aquí.

- ¡Papá, no digas tonterías! No puedes rendirte tan fácilmente.

- No son tonterías y tampoco es una rendición. Es una decisión

muy meditada. Como tú mismo dijiste ayer, las operaciones en el

cerebro a veces dejan importantes secuelas, pero en el supuesto caso de

que todo vaya bien, nadie me libra de la quimio ni de la radioterapia, y


- 414 -
ya sabemos todos de qué va eso y lo mal que se pasa, y yo necesito

tener mi cerebro en buenas condiciones para lo que tengo que hacer.

- Bueno, ¿y qué es eso tan importante que tienes que hacer?

- Escribir un libro.

- ¡¿Qué?!

- Lo que has oído: escribir un libro. Parece que, al final, no vas a

ser tú el único escritor de la familia.

- ¿Y un libro de qué?

- Pues no lo sé muy bien todavía, pero tanto si es real como si no,

el sueño que tuve anoche calmó todos mis miedos y me abrió un

montón de nuevas perspectivas, no solo respecto a la muerte, sino

también respecto a la vida misma. He pensado que, por lo menos,

puede ayudar a hacer lo mismo con quienes se encuentren en una

situación como la mía.

Juan Carlos pensó que, al fin y al cabo, aquella no era una

decisión tan descabellada, no tanto por lo del libro, que si servía para

mantener a su padre ilusionado y activo, bienvenido era, como por

evitarle todo el sufrimiento que sabía que llevaría aparejado el

someterse a una operación como la que le esperaba, y a todo lo que

vendría después. Él mismo ya había calibrado esa posibilidad

anteriormente.

- 415 -
- He pensado firmarlo con un pseudónimo – seguía diciendo

Leandro.

- ¿Y eso por qué?

- No lo sé. Quizás porque yo no soy lo importante, sino lo que

tengo que contar. Hasta tengo pensado el nombre: Policarpo

Ariztimuño.

- Pues vaya nombre más raro que te has ido a buscar.

- Sí, pues por eso. He buscado uno que sea poco frecuente para

pasar desapercibido, evitando en lo posible que el nombre del autor

pueda coincidir con el de alguien real.

- Pues si lo que quieres es pasar desapercibido, me parece que

con ese nombre vas a conseguir justo lo contrario y aún así, todavía es

posible que ande por ahí dando vueltas algún Policarpo Ariztimuño. De

todos modos, ese nombre que has elegido canta a pseudónimo

rebuscado más que un camión de la basura.

- ¡Caramba! Pues no lo había pensado así.

- ¡Pues claro! Si quieres anonimato búscate uno vulgar y

corriente, como Pepe, o Manolo ¡Y anda que el apellido! Ariztimuño. No

López, ni García, Pérez, o cualquier otro de esos de los que hay por ahí

a miles.

- 416 -
- Oye, pues puede que tengas razón ¡Ya está! Tú lo has dicho:

será José Manuel López.

Epílogo.

- Enhorabuena. Lo conseguiste.

Quien así le hablaba era Saemtilu, el Maestro del grupo de almas

en el que Tamenda estaba integrada. Leandro, el humano en el que se

había encarnado esta última vez, acabó muriendo con el cerebro

devorado por un glioblastoma, y Tamenda, el espíritu residente en aquel

cuerpo, regresó a su mundo de procedencia. Allí le esperaban Saemtilu

y Niemsé para recibirlo, lo que le sorprendió.

Tamenda estaba teniendo un retorno algo diferente a los

anteriores. Para empezar, al separarse del cuerpo de Leandro, se

desprendió también, y casi al mismo tiempo, del olvido original,

recuperando los recuerdos de sus orígenes, antes incluso de entrar en

el túnel. También su tránsito por el túnel había sido diferente ahora, y a

la salida, en lugar del habitual encuentro con algunos de los amigos de

su grupo de estudio, encarnados como familiares durante el mismo

periodo, y regresados antes que él, se encontró con su Maestro y con

Niemsé. Saemtilu no era precisamente de los que se prodigaban en

elogios, por lo que aquel reconocimiento expreso del éxito de su misión,

valía su peso en Amor, viniendo de él.


- 417 -
No es que aquella hubiese sido la misión más importante de su

pasada vida como humano, pero sí que había sido la última.

Comprendió que si Saemtilu la sacaba a colación, era con la intención

de evidenciarle cómo el empeño en una tarea, puede llevarnos hasta la

meta propuesta, por más difícil que pueda parecernos, o por más lejana

que se nos antoje.

- Lo conseguimos entre todos – le respondió, mirando a Niemsé.

- Sí, pero tú fuiste quien lo materializó allí – dijo Saemtilu.

- Eso es cierto. Bueno, pues gracias.

Tamenda agradecía el reconocimiento de su Maestro, aunque no

entendía muy bien el por qué. Saemtilu era serio y estricto. No se

prodigaba mucho en explicaciones, con lo que conseguía que sus

aprendices se viesen impelidos a reflexionar por sí mismos y sacar sus

propias conclusiones de las enseñanzas y experiencias que procuraba

proporcionarles, hasta el punto de llegar a resultar críptico en

ocasiones. Como ahora.

De lo que estaba seguro era de que eso de esforzarse en una tarea

hasta lograr el éxito, no se refería a los aspectos literarios del libro que

había conseguido escribir al final de su vida. Siempre consideró que tal

mérito no era suyo. Él había sido tan solo el instrumento, el interfaz del

que Niemsé se había servido para materializarlo. Pensó que quizás, a lo

que se estuviese refiriendo su Maestro, fuera al calvario que pasó hasta


- 418 -
que encontró la fórmula que más le satisfizo para darle difusión.

Sospechaba que tampoco en esta tarea había estado solo.

Escribirlo no le pareció tarea tan difícil, como sorprendente. Lo

más que había conseguido escribir hasta entonces fue alguna carta que

otra, cuando aún se hacían esas cosas, antes de que el correo

electrónico sustituyera al literario, pero para esta última tarea

importante de su vida, había contado con la inestimable ayuda de una

musa muy especial: Niemsé. Lo que sí que le había costado bastante

más trabajo, fue conseguir sacarlo a la calle.

Leandro era un Don Nadie en el mundo de las letras. Un perfecto

desconocido, además de desconocedor, de los entresijos del mundo

editorial. Cuando terminó de dar forma al manuscrito, se enfrentó a la

tarea de sacarlo a la luz pública, y sí ya le había impresionado haber

sido capaz de articular todo lo que incluyó en el relato, con un texto

medianamente coherente, encontró después que la tarea de conseguir

su publicación empequeñecía, y mucho, a la literaria.

Lo primero que se le ocurrió fue mandarlo a un concurso, y ahí

recibió su primer rechazo. Buscó en internet entre los premios de

novela más prestigiosos, aquel más próximo a su celebración, y allí que

mandó su obra. En su inocencia, consideró en un primer momento que

la aceptación del manuscrito a concurso ya era un primer paso

importante, que reflejaba que, al menos, ésta tenía calidad suficiente

- 419 -
como para ser tomada en consideración. Pero la continuación de sus

investigaciones por la red, acabó por desvelarle la cruda realidad: en

aquel tipo de premios se aceptaban todos los manuscritos que se

recibiesen ajustados a las bases, y cuantos más mejor, para poder

vanagloriarse luego la editorial del prestigio de su premio, que hacía que

año a año aumentase el número de los recibidos. Y luego estaba la

supuesta imparcialidad del jurado. Había encontrado noticias de algún

que otro escritor de prestigio, que había denunciado públicamente la

oferta que alguien le hizo, de garantizarle el premio si presentaba un

manuscrito sobre un tema determinado.

Visto lo visto, inició entonces su peregrinaje por el mundo

editorial. Se sirvió para ello, una vez más, de la bestia parda. Buscó las

páginas web de aquellas editoriales que recordaba como lector, y allí

recibió su segundo baño de agua fría. La mayoría de ellas insistían en

su negativa a aceptar manuscritos no solicitados.

No obstante, encontró algunas que parecían mostrar capacidad

para ir más allá del puro y duro lucro comercial, abriendo sus puertas a

todos aquellos autores que creyesen tener algo digno de ser publicado,

lo que dio algo de luz a sus esperanzas. Pero la información que

incluían la mayoría de éstas, al respecto de los plazos para dar una

respuesta al autor, si bien no le impidió intentarlo, sí que le conminó a

seguir buscando. Los tiempos de espera variaban entre los tres y los

seis meses, y él tenía prisa. El tumor que padecía estaba alojado en su

- 420 -
cerebro, y aunque por aquel entonces aún no había dado la cara con

una sintomatología importante, sabía por su hijo Juan Carlos que

cuando lo hiciese, era muy probable que acabase afectando a sus

funciones cognitivas.

En sus múltiples búsquedas como internauta, se alegró al

encontrar algunas páginas web de supuestas editoriales que se ofrecían

expresamente a publicar la obra de autores nóveles, pero nuevas

búsquedas, junto con la sorprendentemente pronta respuesta de todas

ellas, acabó evidenciando su verdadera naturaleza: en realidad se

trataba de empresas nacidas para lucrarse con la ilusión de todo autor

por ver publicada su obra. De la respuesta de algunas de ellas, podía

deducirse que ni tan siquiera se habían molestado en leer el texto.

En los contratos que le propusieron estas editoriales,

eufemísticamente llamados de coedición, él acababa pagando los costes

de su propio trabajo como escritor, y aunque decían ofrecerle una

distribución digna de un best seller, las opiniones que encontró en los

diferentes foros que visitó, de autores incautos que habían mordido el

anzuelo, demostraban que su negocio consistía en cobrar del escritor, y

una vez hecho esto, todo su esfuerzo por la distribución si acaso se

limitaba a enviar un ejemplar del libro a quien lo solicitase. Con todo,

hubo también alguna editorial que otra, que aún ejerciendo todavía

como difusores de cultura, pero sin merma alguna de su carácter

mercantilista, y animada por la crisis económica y la consecuente

- 421 -
bajada de las ventas, se había apuntado al eufemístico carro de la

coedición, ofreciéndole un contrato de este tipo.

Leandro estaba muy lejos de considerarse un escritor profesional,

y su único interés era la difusión de los mensajes incluidos en el libro,

cosa que entendió que no le garantizaba en absoluto ninguna de las

ofertas recibidas hasta entonces, y mucho menos la autoedición, con la

que todo lo que podría conseguir, al igual que con la coedición, es que

su libro lo leyesen tan solo sus cuatro amigos y familiares. Había

descubierto que la mayor parte del éxito en la difusión de cualquier

obra de un autor novel, dependía muy mucho del propio autor, pero

contar con el respaldo de una editorial seria y responsable, era sin duda

una ayuda imprescindible para conseguir que la obra saliese del círculo

familiar.

Otra opción de la que tuvo conocimiento gracias a sus

investigaciones como internauta, fue la de los agentes literarios. Ni tan

siquiera sabía que tal figura profesional pudiera existir, pero su

descubrimiento tampoco le fue de mucha ayuda. Acabó comprendiendo

que estos profesionales, imbuidos del mismo espíritu mercantilista que

las editoriales, hacían su negocio con los autores que vendían libros y

no con los aspirantes, por lo que, en consecuencia, su interés se

centraba en autores ya consagrados, ignorando a los nóveles.

- 422 -
Encontró también la posibilidad de publicarlo en internet a través

de empresas que se dedicaban expresamente al libro electrónico, pero le

repelía que la bestia parda acabase fagocitando también a su obra, sin

ni tan siquiera haberle dado antes la oportunidad de pasar por el

soporte del papel, ya que había leído en alguna parte que ninguna

editorial querría sacarlo a la calle, si es que llegaba a alcanzar el éxito

en la red, entre otras cosas porque las ventas en formato papel ya no

serían entonces tan rentables, y eso sin contar con las complicaciones

legales que se añadían al cambio de ISBN. Al fin y al cabo, una editorial,

por más interesada en la difusión de la cultura que pudiera estar, no

dejaba por ello de ser una empresa, y cuanto mayor su tamaño, mayor

su inmersión y contaminación del mundo comercial. Pero es que,

además, Leandro era ambicioso en lo que a la búsqueda y captura de

lectores se refería. No se conformaba con aquellos capaces de leer en su

idioma materno. Aspiraba a que su libro pudiese ser traducido a las

diferentes lenguas, para ampliar así aún más su difusión, y para eso

creía necesaria una edición tradicional. Pero el tiempo avanzaba

imparable, su enfermedad también, y el libro seguía parado en el disco

duro de su ordenador. Hasta que se le encendió la bombilla.

Una mañana, mientras desayunaba absorto en la desesperación

por no encontrar editor, lo entendió. Había caído en la trampa. Como

tantas otras veces en su vida, estaba siguiendo al rebaño y dejándose

- 423 -
llevar por él, sin ni tan siquiera cuestionarse si era ese el camino que

quería seguir, o en cambio, el que se suponía que debía seguir.

Lo tenía bien sabido. Tanto que para él se había hecho

automático. Toda una vida trabajando para una de las empresas

emblemáticas del sistema social establecido, le había domesticado hasta

el punto de nublarle la razón. De pronto se dio cuenta de que, una vez

más, estaba actuando como se esperaba que todo “hombre de bien”

debiera hacerlo, pero ¿por qué hacerlo así? Ni se consideraba escritor,

ni buscaba dinero, ni fama. Tan solo buscaba lectores, lo que le

permitía prescindir de todo lo demás.

Su antipatía ambivalente por la bestia le había llevado a

despreciarla. Ahora entendía que podía utilizarla a su favor.

Comprendió que podía servirse de ella y así lo hizo: registró la obra y la

lanzó a la red para que se distribuyera libremente. Se sintió liberado.

- Has hecho bien ese trabajo – le dijo Saemtilu. – Y ahora que has

vuelto ¿qué quieres hacer?

¡Había tantas cosas que quería hacer! Había pasado toda una

vida en la Tierra con el fin de experimentar, para seguir aprendiendo y

evolucionando. Lo había hecho. Ahora tenía que integrar todo aquello, y

después, si lo hacía bien, quizás consiguiese trascenderlo pronto. Supo

qué contestar.

- Pues pasar por el Consejo.


- 424 -
- ¿Ahora?

- Cuanto antes mejor.

- Tú mismo.

--o--

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opción compartirlo, que quedárselo para sí. El comité de redacción le

agradece que contribuya a su difusión.

Link de descarga libre y gratuita:

https://eitelogia.blogspot.com

- 425 -
Bibliografía.

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