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Chasqui: revista de literatura latinoamericana

ISSN: 0145-8973
VOLUMEN XLIX
NUMERO 1
mayo 2020
EDITOR IN MEMORIAM: DAVID WILLIAM FOSTER
EDITOR INTERINO: CHARLES ST-GEORGES
Denison University, Modern Languages, 100 W. College St, Granville, OH 43023
e-mail: stgeorgesc@denison.edu; website: http://ChasquiRLL.org

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Articles
Sahai Couso Díaz, “El performance como metodología de (re)inscripción. La 4
tradición literaria de Posar desnuda en la Habana de Wendy Guerra”
Rubén Varona, “No habrá final feliz, de Paco Ignacio Taibo II: una mirada a la 18
(in)justicia del detective Héctor Belascoarán Shayne”
Ariel Martínez, “Hacia una cartografía erógena y política del cuerpo: aportes del 31
psicoanálisis para un anal-isis queer antisocial del itinerario fotográfico
de Lariza Hatrick”
Elia Hatfield, “Ante la revolución sexual de Isela Vega y la contracultura” 53
Roberto Angel G., “Autobiografía, diario de vida y epistolario: la experiencia 68
referencial de Juan Emar”
Marta Ortiz Canseco, “Dominación masculina y violencia colonial en el Memorial 81
y relación... del reino del Perú (ca. 1632), de Bernardino de Cárdenas”
Thomas Genova, “On Civilization and Severed Heads: South American Sertões” 95
Parker Brookie, “Deconstructing Traumatic Memory in Post-Dictatorship 115
Argentina: Graciela Sacco’s Photographic Installations”
Jorge Rueda Castro, “Una votación popular, de Román Vial: crítica, humor y 131
denuncia en el teatro chileno del siglo XIX”
Francisco Pizarro Obaid, “María Elena Aldunate: la reinvención de la mujer 148
chilena a la luz de la ciencia ficción y lo fantástico”
María Pape, “La nación: una aporía criolla, o la crisis identitaria de Leopoldo 164
Lugones en ‘Un fenómeno inexplicable’”
Jorge Luis Peralta, “‘Queer’ y ‘gay’ como paradigmas críticos para la literatura 180
argentina”
Christina Baker, “Santiago-Orlando: Performances of Queer Vulnerability and 202
Futurity in the Work of (Me llamo) Sebastián”
Guillermo Rivas Prado, “La argentinidad renovada: El tango (1964) de Jorge Luis 222
Borges y la coreografía ‘El tango’ (2013) de Nuria Aparicio”
Nicolás Campisi, “O silêncio das ruinas: cosmopolitismo, posmemoria e 240
historicidad contemporánea en A resistência de Julián Fuks”
Fernanda Righi, “Feminism from Home to the Workplace: Women Workers’ 257
Tactics in Parque industrial and 44 horas semanales”
Amauri Francisco Gutiérrez Coto, “Is There a Transgender Literature in Latin 276
America and the Caribbean?”
Milvet Alonso, “La tirisia: un acercamiento al dolor espiritual y emocional, 295
individual y colectivo a través de la cosmovisión indígena”
José Miguel Herbozo Duarte, “Canto enfermo: migración, enfermedad y 308
melodrama en El zorro de arriba y el zorro de abajo de José María
Arguedas”
Ana Laguna Martínez, “Relaciones de poder en Roberto Arlt: una revisión desde 326
el libro de Job”
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“QUEER” Y “GAY” COMO
PARADIGMAS CRÍTICOS PARA LA
LITERATURA ARGENTINA

Jorge Luis Peralta


ADHUC-Centro de Investigación Teoría, Género, Sexualidad

Introducción

En el campo de la literatura argentina de temática homoerótica o LGTB/queer,


podrían distinguirse, históricamente, dos corpus: por un lado, textos escritos entre los años
40 y 70 del siglo pasado y anteriores, por lo tanto, a los movimientos de liberación y a la
politización de las identidades sexo-genéricas que dichos movimientos trajeron aparejada;
por otro, textos escritos a partir de los años 80, en un contexto en el que las problemáticas
vinculadas al género y la sexualidad comienzan a formar parte indiscutible del paisaje tanto
social como académico.1 Apresuradamente, podría decirse que las obras del primer grupo se
inscriben en el campo de lo “homoerótico”, “pre-gay” o “proto-queer”, mientras las del
segundo estarían asociadas con las diversas siglas—LGTBI, LGTBQ, LGTTTBIQ, etc.—
empleadas en los últimos tiempos para nombrar identidades sexo-genéricas disidentes. Esta
descripción sería apresurada, o inexacta, porque un estudio más detenido contribuiría a
cuestionar la validez y la pertinencia de ese tipo de clasificaciones generalistas, deudoras de
un pensamiento teleológico que presupone que, a lo largo del tiempo, la situación de
“homosexuales”, “lesbianas”, “trans” y otras minorías ha experimentado una progresiva
mejora. De aquellos tiempos en que las sexualidades no normativas eran ocultas, clandestinas
y motivo de vergüenza y escarnio, se habría ido avanzando hacia la visibilidad, la legitimidad
y el orgullo. Dicha premisa anima implícitamente no pocas lecturas, y justifica tanto el
desinterés por textos anteriores a la “liberación”, como el excesivo entusiasmo con que a
veces se celebran producciones actuales, sobre todo en términos de novedad o ruptura. Tal
enfoque sostiene también la idea de la superación: así, “gay”, entre los años 80 y 90, superó
a “homosexual”, mientras que “queer” viene implicando, desde comienzos del nuevo
milenio, la defunción de “gay”. Una operación similar se evidencia en el uso de
“trans”/”transgénero”, que parecen desalojar términos previos como “travesti” y
“transexual”, aunque la trayectoria local de estas palabras guarde diferencias significativas
con los contextos de donde proviene la nueva terminología. La tensión respecto de estos usos

1
Este trabajo forma parte del proyecto “Memorias de las masculinidades disidentes
en España e Hispanoamérica (PID2019-106083GB-I00) del Ministerio de Ciencia e
Innovación de España.

180
Jorge Luis Peralta 181

y apropiaciones no es ajena a los debates sobre la importación de teorías y conceptos forjados


en otras latitudes (especialmente, Estados Unidos y Europa): el caso paradigmático es, desde
luego, “queer”, aunque a esta altura parece fuera de duda que, más allá de que su aplicación
resulte muchas veces confusa y ambigua, el término—así como las teorías y la crítica que lo
acompañan—llegaron para quedarse.2
El presente artículo propone una aproximación a textos de Arturo Jacinto Álvarez y
Facundo R. Soto, con el objetivo de articular una interrogación sobre los modos en que
categorías como “gay” y “queer” operan analíticamente en la órbita de los estudios literarios.
A partir de estos ejemplos—y de las posibilidades interpretativas que habilitan—
pretendemos reflexionar en torno a prácticas críticas, los recortes que se proponen, el
contracanon creado a través de esos recortes. Aunque inicialmente “queer” haya contribuido
a desestabilizar categorías y a multiplicar los objetos y perspectivas de análisis (Hall), con el
tiempo se ha convertido en sinónimo de una visión que puede resultar limitada, ya que celebra
ciertos textos e indagaciones críticas pero excluye otras. El desdén por lo identitario—y, en
particular, por la identidad “gay”—parece despojar de interés crítico a aquellas obras que se
ubican en ese paradigma (o contienen muchos de sus rasgos). El énfasis en la erosión de las
identidades que impulsaron las teorías queer ha conducido, en ocasiones, a una disyuntiva –
gay vs. Queer—más bien empobrecedora, porque obliga a elegir entre dos posiciones a priori
mutuamente excluyentes cuando en rigor puede ocurrir que, dentro de un mismo texto, las
dos estén presentes.3 Recelar de las imposiciones mercantilistas que han vaciado a “gay” de
su potencia inicial, no debería implicar la descalificación inmediata de la “identidad gay” a
favor de la “no identidad queer”: las formas en que lo identitario y lo no identitario se han
articulado históricamente—mucho, antes, incluso de que emergieran el Orgullo Gay y las

2
El debate sobre la traducción y usos de “queer” en el ámbito hispanohablante ha
sido objeto de numerosos abordajes. En la introducción a Sexualidades transgresoras, una
antología pionera de estudios queer, Rafael M. Mérida Jiménez alertaba de que no existe, en
español, un vocablo equivalente “que recoja la mezcla de acepciones ni que permita su natural
transformación en sustantivo, adjetivo o verbo” (19), razón por la cual, en ese volumen, se
optaba por utilizar el término original en inglés. Esa ha sido la tendencia general, ya que
propuestas como las de Ricardo Llamas o Alfredo Martínez Expósito—que se inclinaron por
traducir “queer” como “torcido”—no encontraron demasiado eco. Otra alternativa, más
reciente, ha consistido en la reapropiación del término a partir de su transcripción fonética
“cuir” (Rivas, Valencia), con el objetivo de indicar sus particulares significaciones en
Latinoamérica. Sobre la deriva peculiar de lo “queer” en Argentina, es interesante el aporte
de José Maristany, para quien la apropiación del término “y su extraordinaria expansión en
diferentes ámbitos estaría relacionado con un cierto ‘pudor’ que esa palabra permite
sobrellevar y que mantiene, contra lo esperable, un espacio de closet, un secreto, sólo para
entendidos” (103).
3
Didier Eribon argumenta que en los textos literarios se entrelazan diversas voces
y teorías sobre la sexualidad, muchas veces contradictorias entre sí: “una teoría enunciada
por el autor o el narrador a propósito de un personaje puede muy bien no ser válida para otros
personajes, lo que elimina la pretensión de generalidad de la teorización” (Teorías de la
literatura,17).
182 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

luchas subsiguientes—corroboran la utilidad y la necesidad de ambos paradigmas y su puesta


en tensión.4
El artículo se organiza en cuatro apartados. En el primero, se propone una valoración
de los usos del paradigma “queer” en la crítica literaria argentina. En el segundo, se revisa el
debate entre norma y subversión en el que han intervenido importantes referentes
internacionales de los estudios queer, y que ha servido para cuestionar la frecuente asociación
entre “queer” y “subversión”. A la luz de estas encrucijadas teórico-críticas, los apartados
restantes ofrecen análisis de textos de Arturo Jacinto Álvarez y Facundo R. Soto: el relato
Evocación de La Soledad, de Álvarez, publicado en 1948, se analiza como un ejemplo
“queer”, mientras que la novela Fotocopia (2017) de Soto ilustraría, a nuestro juicio, el
paradigma “gay”. La revisión de dos obras escritas y publicadas en contextos históricos muy
diferentes sustenta una valoración del potencial crítico de los enfoques “gay” y “queer”, en
un momento en que este último parece haberse erigido en dominante dentro de los estudios
literarios con perspectiva sexo-genérica.

El paradigma “queer” y la crítica argentina

Al evaluar o valorar los usos del paradigma “queer” entre la crítica literaria
argentina, no se puede pasar por alto el hecho de que la bibliografía específicamente centrada
en el ámbito de la literatura apenas se ha traducido al español; aunque Judith Butler sea
identificada, con razón, como una de las principales representantes de la teoría queer, lo cierto
es que han sido otras/os autoras/es quienes se han aproximado desde esta plataforma
conceptual a los estudios literarios y culturales: de una de las figuras señeras, Eve Kosofsky
Sedgwick, solo se tradujo en 1998 Epistemology of the Closet (Epistemología del armario)
y, más recientemente, Touching Feeling (Tocar la fibra); en el caso de Jack Halberstam,
disponemos de tres títulos (Masculinidad femenina [2008], El arte queer del fracaso [2017]
y Trans* [2018]); en los de Teresa de Lauretis, Lee Edelman y Michael Warner, de uno
(respectivamente Alicia ya no [1992]; No al futuro: la teoría queer y la pulsión de muerte
[2014] y Público, públicos, contrapúblicos [2012]);5 sin embargo, la mayoría de autores/as
permanecen sin traducir: Jonathan Dollimore, Kathryn Bond Stockton, Annemarie Jagose,

4
También debe tenerse en cuenta que “marica”, como identidad específica del
contexto latinoamericano en general (Falconí Trávez) y argentino en particular (Insausti) abre
un campo de tensiones, en tanto se aproxima más a los postulados “queer” que a la identidad
“gay” promovida desde Estados Unidos. Diego Falconí Trávez utiliza la expresión “inflexión
marica” para hacer referencia a los desvíos sudamericanos del discurso gay normalizador,
“una modulación dentro de un discurso mundial de emancipación corporal […] que busca
priorizar prácticas subjetivas a contrapelo por sobre categorías identitarias”. En otro trabajo
(Peralta, “Convidados”) he propuesto una aproximación a los modos en que la subcultura
“marica” hizo contribuciones decisivas a la literatura y cultura argentinas LGTB/queer.
Podría pensarse, en ese sentido, en un paradigma crítico “marica” que ofrecería vías
alternativas—y muchos más idóneas, en algunos casos—a “queer” y “gay”.
5
En todos los casos, cabe destacar, traducciones españolas, muchas veces de difícil
acceso en Argentina.
Jorge Luis Peralta 183

José Esteban Muñoz, Heather Love, Michael Lucey, Biddy Martin, Donald Hall, Sally Munt,
Kaja Silverman, Alan Sinfield, D. A. Miller, Alexander Doty, Ruby Rich, entre otras/otros.
Incluso, las primeras antologías de ensayos que asumieron una perspectiva LGTB/queer para
abordar la literatura y cultura latinoamericanas/argentinas se publicaron en inglés:
¿Entiendes? Queer Readings, Hispanic Writings (Bergmann y Smith [1995]), Sex and
Sexuality in Latin America (Balderston y Guy [1997]) e Hispanisms and Homosexualities
(Molloy y McKee Irwin [1998]); y solo el volumen de Balderston y Guy fue traducido
posteriormente. Tampoco ha encontrado demasiado eco el trabajo de críticos/as españoles/as
(Alfredo Martínez Expósito, Meri Torras, Rafael M. Mérida Jiménez, Alberto Mira, David
Vilaseca, Juan Antonio Suárez) que han discutido y reelaborado las propuestas “queer” en el
marco específico de investigaciones sobre literatura y cine.
El paradigma “queer”, en la crítica argentina, se vincula sobre todo con las
teorizaciones de Judith Butler, Rosi Braidotti, David Halperin, Gayle Rubin, Paul Preciado o
Donna Haraway, cuyos trabajos se inscriben en los campos más amplios de la filosofía y la
historiografía desde posiciones (post)feministas y “queer”. Del mismo modo, otras/os
autores/as decisivos/as para las teorías y críticas “queer”—como Monique Wittig, Jonathan
Ned Katz, Michel Foucault, Gloria Andalzúa, Gilles Deleuze, Jeffrey Weeks, Jacques
Derrida o Roland Barthes—también han encontrado un eco amplio en las investigaciones
locales. La escasa difusión, no obstante, de los textos y autores/as en torno a los cuales se
viene desarrollando el debate “queer” en las últimas dos décadas, contribuye a explicar los
particulares desarrollos de este campo en Argentina. Por ese motivo resulta interesante, a
nuestro modo de ver, el trabajo de Mariela Solana sobre historia y temporalidad en los
estudios queer, ya que recupera y discute críticamente muchas investigaciones que todavía
no fueron traducidas al español.
No abundan, hasta el momento, las monografías sobre literatura argentina que
asuman específicamente una perspectiva “queer”. Una de las excepciones la constituye el
libro de Cecilia Palmeiro Desbunde y felicidad. De la cartonera a Perlongher (2013), que
establece una red de relaciones entre algunas producciones literarias rioplatenses aparecidas
en torno a la crisis del 2001, la obra de Néstor Perlongher y movimientos poéticos brasileros
de los años 80. En el diálogo discontinuo entre Argentina y Brasil, Perlongher aparece como
nexo, figura clave que anticipa muchas de las propuestas estéticas que van a desplegarse entre
Argentina y Uruguay a comienzos del nuevo milenio. Palmeiro describe en los siguientes
términos las características de lo que denomina “antiestéticas de lo trash”, cuyos/as
representantes serían, entre otros/as, Washington Cucurto, Fernanda Laguna, Pablo Pérez,
Alejandro López, Gabriela Bejerman y Cecilia Pavón:
El nuevo contexto del fin de las esferas autónomas promueve la
indiferenciación con otros discursos, como los de la política del cuerpo: ahí
reside el potencial transformador de estas escrituras contemporáneas.
Literatura y política se potencian mutuamente: la literatura como
imaginación de modos de vida posibles y la política como el arte de la
transformación de la existencia colectiva. Este proceso puede ser pensado,
Perlongher mediante, como un devenir menor de la tradición argentina que
siempre se quiso mayor […]. Yo lo pienso como la formación de
antiestéticas de lo trash, en el sentido de la invención de códigos de ruptura
ligados a procesos de singularización; formaciones que se proponen como
184 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

una intervención que saca a la literatura de su esfera y sacude el canon. Y


esas escrituras menores […] justamente apuntan a una politización como
activación del deseo, como un acto radical. Porque no existe reflexión
sobre el libertinaje que no sea, a la vez, una reflexión sobre la libertad.
(s.p.)
La literatura queer-trash se distinguiría, entonces, por sus modos de circulación (las
ediciones artesanales a bajo costo de Belleza y Felicidad o Eloísa Cartonera, o
autogestionadas); por su carácter eminentemente político y por las inscripciones textuales de
lo corporal (o “sexitextualización”) que despliegan, y que van de la mano de un impulso
decididamente anti-identitario. Este aspecto ya había sido señalado por Silvia Delfino en el
prólogo a Aventuras. Nuevas incursiones en el imaginario gay, una antología pionera que,
pese a llevar la palabra “gay” en el subtítulo, puede considerarse el volumen que inaugura la
entrada plena de lo “queer” en la literatura argentina: “la diferencia cultural produce valor
crítico porque no postula un ‘catálogo de representaciones’ o la formulación de imágenes
asociadas a visibilidades tolerables y controlables sino una disidencia que indica el uso más
político de lo queer” (Delfino 5).
Otra vía para considerar los usos de “queer” en la crítica literaria argentina la aportan
dos trabajos recientes de Javier Gasparri y Guadalupe Maradei que trazan, cada uno a su
manera, estados de la cuestión o panoramas de los estudios sobre género y sexualidad en el
país. Gasparri focaliza puntualmente sobre lo “queer” y destaca que sus postulados no
necesariamente coinciden con “la crítica de género y sexualidades”. Señala, en este sentido,
la dificultad que plantean ciertas distinciones; por ejemplo, si hubo (y cómo se produjo) un
viraje de los estudios gay-lésbicos a los estudios queer; o si quienes se “autoproclaman en el
marco queer” se ubican efectivamente allí o están más próximos, en rigor, a lo gay-lésbico.
Lo “auténticamente” queer aparecería, según el crítico, en un conjunto de perspectivas que,
aunque se localizan en el campo más amplio de los discursos de género y sexualidades no
normativas, enfatizan particularmente “el modo en que los poderes de la literatura […]
pueden dar lugar a una serie de conjeturas que articulan no sólo nociones vinculadas
desarrollo teórico de estas perspectivas, sino sobre todo un espacio desconocido en términos
de figuraciones corporales en torno a la viviente como sitio mutante y experimental”.
Entre las apropiaciones críticas que empezaron a desarrollarse a partir de los años
90 y sobre todo después del 2000, Gasparri destaca en particular los trabajos de Gabriel
Giorgi, José Amícola, Daniel Link, Sylvia Molloy y Jorge Salessi. El nudo de las
postulaciones de estos influyentes trabajos pasa por lo “queer” pero no se limita a su enfoque.
Aquello que a juicio de este investigador constituiría un problema sería la posible
banalización de lo “queer” (dada su creciente visibilidad) o su cristalización en una
formulación identitaria, contradictoria en sus términos. Advierte, además, el peligro de caer
en “la pose de la disidencia” que hace “de la provocación una estética cool” cuando la
transgresión, antiguo sello distintivo de la vanguardia, se ha institucionalizado hace tiempo.
Según su punto de vista, lo “queer” debería mantenerse como un espacio de tensiones que
“moviliza, ante todo, una revolución del (y en el) lenguaje”.6

6
Cabría valorar si, en rigor, la banalización de lo “queer” obedece, más que a su
mayor visibilidad, al hecho de que ha ocupado el antiguo espacio de lo “gay-lésbico”; en
Jorge Luis Peralta 185

Ampliando el campo de visión, Maradei se propone evaluar “las transformaciones


de los protocolos de lectura de la crítica literaria con perspectiva sexo-genérica a partir de la
llamada transición democrática” (s.p.). Luego de señalar la existencia de un “hiato” o “vacío”
con respecto a la “conexión entre lengua literaria, género y disidencia sexual” en la
historiografía literaria argentina de la que disponemos hasta la fecha, la autora comenta dos
conjuntos específicos de intervenciones críticas. Se ocupa, en primer lugar, de trabajos que
se posicionan con respecto a términos de procedencia anglosajona (“gay”, “queer”, “camp”)
y su atribución a producciones literarias argentinas. Para el caso de “gay” se detiene en
aportes de Jorge Panesi y Daniel Link, quienes desconfían de la pertinencia y productividad
de esa categoría foránea y reivindican a dos autores locales—respectivamente, Néstor
Perlongher y Manuel Puig—cuyos posicionamientos respecto a la identidad y su trabajo con
el lenguaje los emplazarían en el terreno de lo “queer” avant la lettre. En el caso de “queer”
y “camp”, llama la atención que la autora no remita a José Amícola y su libro pionero Camp
y posvanguardia (2000), sino a textos de dos críticos extranjeros, Brad Epps y David Córdoba
García, quienes dan cuenta de las dificultades de la traducción de “queer” al ámbito
hispanohablante; y del argentino Alberto Giordano, cuyo artículo explica los motivos que lo
llevaron a descartar las “poéticas y políticas de lo camp” en su análisis de la obra de Puig. 7
La revisión de estos estudios lleva a Maradei a la conclusión de que “las ideas de lo gay y de
lo queer tal como se acuñaron en el llamado ‘primer mundo’ resultan insuficientes para
pensar las producciones culturales en América Latina” (s.p.); a esta insuficiencia añade el
hecho de que muchas de esas producciones—como las de Perlongher o Pedro Lemebel—se
habían anticipado a la formulación teórica de lo “queer” al postular la inestabilidad de las
identidades genéricas y sexuales.
La autora se ocupa, en la segunda parte de su artículo, de investigaciones que giran
en torno a la categoría de sujeto y la discusión abierta por los estudios de género sobre las

palabras de Teresa de Lauretis, “el actual término queer, al mismo tiempo que conserva algo
de su connotación histórica de desviación sexual, ha llegado a ser una identidad de género”
(110). Por otra parte, es improbable que la transgresión (si es tal) llegue a institucionalizarse,
como argumenta Javier Gasparri; en todo caso, podría pensarse que el sistema trata de
apropiarse de—y de ese modo debilita—ciertos aspectos de lo “queer”. Como observa con
agudeza Brad Epps, “el deseo ‘minoritario’, ‘alternativo’ y ‘disidente’ hace tiempo que está
en crisis, no porque el orden establecido del mal llamado mundo occidental lo condene,
persiga y anule, sino porque, con cada vez más regularidad, lo avala, protege y asimila”
(“Los fráxitos”, 9). Epps ve en el éxito de lo “queer” una paradoja -de allí que se refiera a los
“fráxitos” de la disidencia sexual- ya que a su modo de ver la supuesta voluntad de lo “queer”
de erosionar las identidades “se encuentra sombreada por aquello que pretende deshacer”
(11).
7
Si bien la autora indica que las contribuciones reseñadas son “solo una muestra de
lo producido en este campo en las últimas décadas” (s.p.), no menciona otros autores que
hicieron aportes muy significativos a la discusión que analiza, como David W. Foster, Daniel
Balderston, José Maristany, Herbert Brant o Gustavo Geirola, entre otros. En rigor, las
aproximaciones de Panesi y Link a los estudios de género y sexualidad han sido mínimas en
el conjunto de su producción, mientras que en el caso de Alberto Giordano se trata de uno de
sus únicos trabajos sobre el tema.
186 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

relaciones entre subjetividad y literatura. El foco principal está puesto sobre una serie de
contribuciones que discuten la escritura de mujeres (Hortensia Moreno, Josefina Ludmer,
Francine Masiello, Cristina Piña, Sylvia Molloy) y que más allá de sus diferencias o de los
corpus específicos que abordan, rechazan la reducción de la lengua literaria a la mera idea de
representación como reflejo de hechos sociales o de la biografía/identidad de la/s autora/s.
Así, parece confirmarse la tendencia a desconfiar de posiciones esencialistas que abogan por
una especificidad de la literatura escrita por mujeres. En un segundo momento, Maradei
comenta estudios de Gabriel Giorgi y Nora Domínguez que trabajan con las categorías de
cuerpo y corporalidad e incorporan la noción foucaultiana de “biopolítica” al análisis de
literatura argentina contemporánea. Mientras Giorgi se centra en las representaciones de la
homosexualidad masculina, Domínguez indaga “figuraciones maternales”; en los dos casos,
los cuerpos “raros”, “monstruosos”, constituyen un territorio de modelado biopolítico al
servicio de un imaginario nacional que esos cuerpos desequilibran y ponen en crisis. La
revisión de este amplio espectro de investigaciones conduce a la autora a sostener que la
crítica argentina interesada en la disidencia sexo-genérica ha logrado incorporar el género
como categoría de análisis teórico, comprendiendo la literatura como un espacio de
problematización de las identidades sexo-genéricas.
Los trabajos de Palmeiro, Gasparri y Maradei ponen de manifiesto el lugar
paradójico de lo “queer” en la crítica argentina, ya que a pesar de la centralidad que ha
adquirido en los últimos años en otros ámbitos (especialmente, el del activismo), a la hora
del análisis literario y cultural continúa conviviendo con otras perspectivas afines. Esta
paradoja puede explicarse, quizá, por el hecho de que, como señalábamos antes, buena parte
de la producción teórico-crítica extranjera no ha sido traducida al español (mientras que la
local, como en el caso de valeria flores, no se ubica en la órbita de la literatura); podría
argumentarse también que esa coexistencia puede ser el resultado de coordenadas sociales y
políticas específicas, en las que todavía resulta necesario articular identidades, así sea
estratégicamente, como demuestran, en el campo de la sociología, los trabajos de Ernesto
Meccia y Joaquín Insausti. En todo caso, resulta evidente que, aplicado al estudio de la
literatura, el paradigma “queer” sugiere un recorte preciso—de lo que se lee y de cómo se
lee—que permitiría explicar por qué, por ejemplo, los textos de Copi son más susceptibles
de una lectura “queer” que los de Osvaldo Bazán. La ecuación entre “queer” y transgresión
se impone entonces como paradigmática y determina el rumbo de las intervenciones críticas.

El debate entre norma y subversión

En la tesis doctoral ya mencionada de Mariela Solana, se hace referencia al candente


debate sobre norma y subversión en el que han participado importantes referentes
internacionales de la teoría “queer” como Jack Halberstam, Sarah Ahmed y Heather Love.
El debate en cuestión gira en torno a la posibilidad de que lo “queer” se haya vuelto, en cierto
punto, normativo, replicando la misma lógica que pretende impugnar:
ya sabemos que “lo normal” deviene “lo ideal”, pero, puede lo “anormal”
volverse también un ideal a seguir? ¿Hay formas más adecuadas, correctas,
celebradas de ser no-normativo? ¿Hay formas más adecuadas, correctas,
celebradas de ser queer? ¿Puede la crítica queer a la hetero y a la
Jorge Luis Peralta 187

homonormatividad devenir en una queer-normatividad? ¿Y qué sucede con


las personas queer que no logran alcanzar este ideal? (Solana 239)
A este mismo debate contribuyeron, desde diferentes áreas disciplinares, Valerie
Traub y Didier Eribon. Traub, historiadora y estudiosa de literatura inglesa de la modernidad
temprana, cuestiona en su artículo “The New Unhistoriscim in Queer Studies” (2009) a
aquellos/as investigadores/as que desacreditan el historicismo de cierta tradición
historiográfica “queer” y proponen recurrir a la interpretación formal textual—especialmente
a través de la deconstrucción y el psicoanálisis—para proveer una práctica historiográfica
menos teleológica, menos identitaria y menos normalizadora. En contra de la radicalidad de
estas propuestas, Traub sugiere que,
más que transportarse a un juego de “todo o nada” identidad versus no
identidad, los estudios queer podrían ganar alguna ventaja analítica
reconociendo que las condiciones materiales, sociales y psíquicas de la
vida queer podrían no ser siempre ser aportadas por la presunción de una
queerness exclusiva: quizás al menos algunos de nosotros, y los mundos
en que vivimos, son queer y gay, queer y bi, queer y trans, queer y lesbiano,
queer y heterosexual. (Traub 33)8
El filósofo Didier Eribon, por su parte, reacciona en el artículo “Vidas atormentadas.
El futuro de una herencia” (2012) al resurgimiento de la categoría psicoanalítica de “pulsión
de muerte” aplicada a la homosexualidad; por ejemplo, en el libro No al futuro de Lee
Edelman. Frente a esta moda teórica, Eribon insiste en la existencia de una tradición que ha
inscrito la subjetividad gay “en una relación con el pasado, con la construcción de una
memoria política y también con un futuro que siempre hay que reinventar” (111). En el marco
de esta reflexión, reprocha a algunos teóricos o militantes el “transformar un tipo de
aspiración, un tipo de sexualidad, en un programa político y en un dogma teórico, que se
sustenta, paradójicamente, en una concepción casi esencialista (lo que deberían ser los gais o
los queers para ser de manera ‘auténtica’ lo que son), y que tiende así a excluir de la
definición del ‘buen’ homosexual o del ‘buen’ queer a todos aquellos que tienen otras
aspiraciones o desean tener otros modos de vida” (122). El discurso de la subversión corre el
riesgo, de acuerdo con este autor, de hacerle el juego al dispositivo de poder, constituyendo
una pieza de su funcionamiento, de modo tal que quienes creen que lo están enfrentando,
contribuyen en realidad a hacerlo funcionar.
La identificación automática de lo “queer” con la subversión, la fluidez y el
movimiento—ya sea de identidades e identificaciones, deseos, prácticas o
comportamientos—corre además el riesgo de sugerir una gama casi infinita de posibilidades
que, según Alan Sinfield, no lo serían tanto. Para este autor, los diferenciales de poder—
género, raza, edad, clase—son remarcablemente persistentes, estructuran nuestras sociedades
y constituyen nuestras psiques. Tanto en las fantasías gais como en las historias que circulan
sobre ellas, esos diferenciales o jerarquías juegan un rol decisivo por tres razones: primero,
porque aunque solemos pensar que la fantasía está libre de obstáculos, a menudo muestra una
fijeza sorprendente. En segundo lugar, porque nuestros deseos no nos pertenecen en forma
“exclusiva”: están incrustados en las estructuras de poder que organizan nuestro ser social.
Un tercer motivo de la persistencia de la jerarquía es que es sexy: sexualidad y poder se

8
Las traducciones de textos originales en inglés pertenecen al autor.
188 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

encuentran, para este crítico, intensa e inextricablemente implicadas. Consecuentemente, a


lo largo del libro, Sinfield utiliza alternativamente los términos “gay” y “queer”: “el primero
con contextos modernos y subculturales; el segundo en casos con un enfoque más casual,
provocativo e inclusivo” (7). Mientras Traub y Eribon cuestionan el dogmatismo que ha
impregnado la concepción dominante de lo “queer”, Sinfield aporta claves de lectura para
relativizar esa concepción en el campo específico de la crítica literaria.
Una consecuencia evidente de vincular lo “queer”—en tanto paradigma analítico—
con la inestabilidad continua de las identidades, los deseos y las prácticas eróticas, es que de
ese modo se reduce el espectro de textos que pueden someterse a su escrutinio. En principio,
una novela cuyos personajes afirmen una identidad determinada, o muestren poco o ningún
interés en desplazarse por—u oscilar entre—diversas posiciones/identificaciones génericas y
sexuales, va a resultar menos enjundiosa para un abordaje “queer”. Aunque potencialmente
cualquier texto pueda ser “cuirizado”, a la hora del análisis ciertos textos y autores/as acaban
contando más que otros: a riesgo de decir una obviedad, se ha leído más en esta clave a Copi,
Osvaldo Lamborghini, Fernanda Laguna y Naty Menstrual, que a Borges, Ricardo Piglia,
Victoria Ocampo o Claudia Piñeiro, por poner solo algunos ejemplos muy dispares.
La ecuación entre “queer” y transgresión no impacta solo sobre el aspecto
temático/ideológico, sino también formal, circunstancia que conduce a un mayor interés por
textos experimentales, o que dan cuenta de cierto trabajo sobre el lenguaje o la estructura
narrativa:9 uno de los casos paradigmáticos sería, por supuesto, el de Néstor Perlongher.
Ciñéndonos al caso de la narrativa, textos más convencionales tienden a suscitar menos
atención: sería el caso, por ejemplo, de dos novelas de los años 2000 como …Y un día Nico
se fue (2004) de Osvaldo Bazán y Adiós a la calle (2006) de Claudio Zeiger, muy diferentes
entre sí pero que no se caracterizan por la experimentación formal y apelan a cierto
“realismo”: en la evocación/confesión semiautobiográfica, en un caso; en la reconstrucción
de una época determinada (los años 80), en el otro. La bibliografía consagrada a estas novelas
es mínima comparada con la que se ha dedicado a autoras/es más “queer”, como Naty
Menstrual, Gabriela Cabezón Cámara o Pablo Pérez. A continuación, dos textos de Arturo
Jacinto Álvarez y Facundo Soto serán propuestos como modulaciones, respectivamente, de
lo “queer” y lo “gay”, con el objetivo de revisar la productividad de estos paradigmas en el
análisis de literatura argentina de diferentes momentos históricos.

Una inflexión “queer”: Evocación de La Soledad

Arturo Jacinto Álvarez (1921-2003) fue una figura díscola y decididamente


marginal en los círculos literarios de su tiempo, pese a mantener vinculaciones con el grupo
Sur y con algunos autores/as destacados como Manuel Mujica Lainez, Silvina Ocampo, Juan
José Hernández o la española Rosa Chacel. Juan José Sebreli fue uno de los primeros en

9
Refiriéndose a la experimentación literaria, Giordano sostiene que “abre un
intervalo irrecuperable en el estado de cultura que condiciona su aparición y su circulación
como bien simbólico, porque no es, sino que está siendo lo interesante, lo nuevo que anuncia
la ruina inminente de los valores superiores que reproduce la cultura para imponer sus puntos
de vista” (234).
Jorge Luis Peralta 189

rescatarlo en un apartado de su “Historia secreta de los homosexuales en Buenos Aires”


(1997) dedicado al dandismo porteño:
Arturo Jacinto Álvarez fue quien llevó al extremo el esteticismo decadente.
Descendiente de una familia de terratenientes, hijo de un militar
nacionalista, perdió su estancia y varias herencias en extravagancias tales
como la compra del telón del ballet Parade de Picasso, y una fiesta en el
hotel Crillón con perros amaestrados y las mesas decoradas con
antigüedades que se regalaban a los invitados. […] Su neurosis destructiva
lo llevó a perderlo todo, y tras dormir en las plazas, fue recogido en un asilo
de pobres de Ituzaingó. (Sebreli 302-303)
En ese asilo lo visitarían, ya al final de su vida, los periodistas María Moreno y Hugo
Beccaecce, cuyas entrevistas constituyen testimonios imprescindibles para acercarse a la
figura de este dandi singular. Ambos coinciden, además, en reivindicar la faceta menos
recordada de Álvarez, acaso eclipsada por su excéntrica personalidad: la de editor y escritor.
En palabras de Moreno, “Arturito no era de esos amateurs de las artes que la causticidad de
Juan José Sebreli describe como más interesados en las casas de remate que los museos, en
las artes derivadas como la decoración de interiores que en la pintura o en la escultura. Fue
editor de los libros de La Perdiz, bellos ejemplares ilustrados, de formato incómodo para las
bibliotecas perezosas […] un proyecto que privilegiaba lo mejor de lo nacional y lo raro del
mundo” (Moreno s.p.).
Álvarez fundó su sello editorial en 1948. Los libros no se distribuían
comercialmente: eran ediciones de lujo, numeradas, con ilustraciones de artistas
reconocidos/as como Héctor Basaldúa, Raúl Soldi o Norah Borges.10 La Perdiz constituye un
proyecto editorial disidente que prefigura la labor de Tirso, primera editorial argentina
específicamente orientada a la difusión de literatura de temática homoerótica (Peralta,
“Ediciones”). La diferencia es que los libros de esa temática publicados por Tirso eran, en su
mayoría, de autores extranjeros (sobre todo franceses), mientras que en La Perdiz los textos
de tintes homoeróticos pertenecen al propio Álvarez o fueron traducidos por él, como en el
caso de “En el mar” de Denton Welch. Según Moreno, Esvén “es un libro notable, una
autobiografía oblicua, criolla y mundana, una suerte de Raucho perverso. En la década del
60, cuando apareció, levantó exclamaciones jubilosas de Silvina Ocampo, Juan José
Hernández y Rosa Chacel. El protagonista era un perro, claro que en segunda persona, y esto
parece un artilugio para aludir entre líneas al amor entre varones” (s.p.). Resulta inevitable
asociar esta novela prácticamente desconocida con Cecil (1972) de Manuel Mujica Láinez,

10
Entre los textos publicados se encuentran Sonetos del jardín (1948) de Silvina
Ocampo, Las vísperas de Fausto (1949) de Adolfo Bioy Casares y La cruzada de los niños
(1948) de Marcel Schwob, además de obras del propio Álvarez: los relatos Un almuerzo
sagrado (1948) y Evocación de La Soledad (1948) y la novela Esvén, 1932-1938 (1961). Uno
de los últimos títulos publicados fue la traducción del cuento “En el mar” (1968) del escritor
inglés Denton Welch, traducido y prologado por Álvarez, con ilustraciones de Josefina
Robirosa.
190 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

que también se servía de la figura de un perro—en este caso narrador en primera persona—
para aludir a la sexualidad disidente de su amo.11
Centraremos la atención en otro texto aún más desconocido de Álvarez, no
mencionado, de hecho, en los relevos de títulos de La Perdiz que ofrecen tanto Moreno como
Beccacece. Se trata del relato Evocación de La Soledad, publicado en 1948, con ilustraciones
de Norah Borges. Si ya de por sí la figura de Álvarez se podría asociar a un tipo de disidencia
sexual—la de los dandis—con claras resonancias “camp” y “queer”, este texto constituye un
claro ejemplo del esfuerzo expresivo que muchos autores debieron realizar en el pasado para
poder articular intensidades eróticas y afectivas que desafiaban los guiones heteronormativos
imperantes. Esa necesidad de decir lo indecible, conjugada con la imposibilidad efectiva de
hacerlo, dio lugar a textualidades inquietantemente ambiguas, que no afirmaban identidades
“homosexuales” pero sembraban sospechas en torno a sujetos y deseos proscritos. Podría
decirse que sin salir del armario (no existía aún ese acto ni el lenguaje que lo acompaña),
estos textos agitaban sus puertas: en ese sentido, son más “queer”, en ocasiones, que muchos
textos escritos posteriormente, cuando dejó de ser necesario el uso de una retórica compleja
para representar erotismos alternativos.
Evocación de La Soledad es un relato extenso compuesto de un prólogo, siete
apartados y un epílogo, que inserta una dimensión fantástica en el marco de un relato
costumbrista de ambientación gauchesca. La narradora, Teresa, decide abandonar la estancia
La Soledad; durante la partida, situada en 1943, evoca un episodio ocurrido allí a finales de
los años 20: su hermano Luis utilizó una pócima, creada por un antiguo administrador, para
convertirse en mujer y, bajo esa identidad transitoria, aproximarse a su amigo—y empleado
de la estancia—Alberto Martinelli, con el objetivo de conocer los “secretos de su alma”. En
el epílogo, Álvarez explica el origen del relato y su trasfondo autobiográfico, ya que la
estancia descrita en el texto lindaba con la suya y por esa vecindad pudo conocer a los
“verdaderos” Luis y Alberto.
¿Qué hay de “queer” en este relato, o por qué se lo podría leer desde los postulados
de este paradigma? Al nivel de los sujetos representados, Luis es un personaje que encarna
una masculinidad no normativa, tanto por el curioso experimento al que se somete para
aproximarse a su amigo Alberto, como por el deseo soterrado hacia este que esa misma
metamorfosis parece implicar, y que contradice el mandato de la masculinidad hegemónica
de no desear a sujetos del mismo sexo. Resulta interesante, además, la autofiguración que el
propio Álvarez introduce a través del personaje de Teresa:

11
Mujica Láinez, además, se inspiró en la figura de Álvarez para el personaje de
Tony, uno de los extravagantes protagonistas de la novela Invitados en “El Paraíso” (1957),
con la que puso punto final a su “saga porteña”. En el primer tomo de los diarios-collages
conservados en su casa de Cruz Chica, Córdoba, se encuentra una entrada del año 1963
dedicada a Álvarez; junto a una fotografía de sus manos, cargadas de anillos, el autor de La
casa consignó la siguiente descripción: “Curioso dandy, snob y escritor, autor de la novela
Esvén. Famoso por haber sido dueño del ‘Parade’; por su baile con perros amaestrados y
objetos ilustres; por sus palcos en Colón; sus frases y su generosidad. Todo lo tuvo y todo lo
perdió. Pobre, sigue siendo interesante, lo cual es raro. En verdad, se trata de un ser auténtico,
en quien la pureza asume insólitos disfraces”.
Jorge Luis Peralta 191

Aunque ligeramente traicionero y afeminado, y recurriendo siempre a


gestos cansadamente ingenuos para velar su sagacidad, Arturito era muy
superior a sus hermanos y sus ocurrencias siempre inéditas y casi
espirituales, su delicadeza metafórica y su versación en la literatura
francesa comprendida en los años 1800-1930, eludían todas las objeciones
que podían hacerse para calificar de sublime un viaje en su compañía.
(Álvarez 14)
Teniendo en cuenta que los libros de La Perdiz circulaban muy minoritariamente—
muchas veces el propio Álvarez confeccionaba la lista de personas a quienes entregaría cada
ejemplar—llama la atención esta inscripción implícita de disidencia de género: al menos en
nuestro conocimiento, ningún escritor coetáneo se definió a sí mismo como “afeminado”, un
rasgo unido automáticamente a una clase de homosexualidad despreciada incluso por los
propios homosexuales, como Renato Pellegrini o Paco Jaumandreu. La superioridad
intelectual y el gusto refinado (la “literatura francesa”) son otros elementos que apuntan a la
identidad disidente del dandi esnob, en quien la “rareza” impregna tanto las inclinaciones
artísticas como las eróticas. Podría afirmarse, en este sentido, que Álvarez, junto con Mujica
Lainez y Ernesto Schoo, ha sido de los pocos autores que dejó constancia de los modos de
construcción de sexualidades no normativas entre las clases acomodadas argentinas, un sector
social sobre el cual escasean los testimonios, tanto internos como externos.
En el aspecto formal, Evocación de La Soledad constituye un texto díscolo en varios
niveles. La armazón o estructura narrativa abunda en cortes y desvíos: retrotrae de 1943 a
1926—el episodio de Luis y Alberto—y de 1926 a 1916, para mostrar cómo Luis tomó
conocimiento de la extraña pócima creada por el administrador de la estancia en aquella
época, Narciso Azafalu. También es curiosa la coreografía de posiciones o puntos de vista
narrativos: narrada en tercera persona, adopta el punto de vista de Teresa, cuya “evocación”
es el eje del relato; sin embargo, ella no fue testigo directo de los hechos que se narran, sino
que tuvo conocimiento de los mismo a través de su hermana Agustina y de Micifuz
Randazzo.12 En una nota al pie, Álvarez llega a advertir que “la lucidez de Teresa no era tan
intensa como para efectuar una exégesis tan patética sobre la intenciones de su hermano”
(34); en esa misma nota aclara que él fue “el primero y creo que exclusivo confidente de los
sucesos que figuran en el transcurso de este relato no del todo lúcido”. ¿Por qué “torcer” de
esa manera la estructura del relato y las voces que lo componen? A nuestro juicio, aquello
que Álvarez desea contar requiere de esas estrategias de “enrarecimiento” que despistan y
desconciertan. Posiblemente, el único modo de aludir a comportamiento sexo-genéricos
transgresores era transgredir, al menos hasta cierto punto, las convenciones literarias de su
tiempo.
El cuento introduce el tema del travestismo a través de la observación de que Teresa
envidiaba “los privilegios del sexo de su hermano”:
¡Ah, qué no hubiera dado por poder beber y fumar recostada en los
antihigiénicos mostradores, por saber en qué consistían las conversaciones
de los hombres; por encontrar en esas circunstancias, unos ojos verdes que
le revelaran el más encantador e inesperado de los secretos! ¡Rutinaria y
rudimentaria naturaleza, en la que cambiar de sexo significa ser humillado

12
No se aclara la identidad de este personaje, posiblemente un amigo de la familia.
192 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

por los descreídos, y en la que es imposible proyectar el pasado de la carne


con todos los atributos de la evidencia en el presente sin comprometerse
con el infierno!
Y a modo de preciso desafío a las leyes de la carne, trató de reconstruir el
hecho más asombroso que registraba su memoria, según las dispares
versiones de su hermana Agustina y de Micifuz Randazzo. (17-18)
El resto de relato puede comprenderse como una ilustración de estos postulados, un
intento de desestabilizar “las leyes de la carne” materializando una transformación que diluye
las fronteras entre los géneros. El procedimiento es explícito—Luis, efectivamente, se
convierte en mujer (en el que quizá sea el primer caso de “cambio de sexo” en la literatura
argentina)—pero encuentra también su límite, porque al fin y al cabo ciertas combinaciones
no se pueden concretar, al menos literariamente. Alberto, que ha manifestado su interés
sexual por las mujeres, se siente atraído por Luis en su versión “femenina” e incluso le
pregunta adónde puede dirigirle una carta, pero Luis se niega con la excusa de que sus tías
podrían intervenir la correspondencia, y al mismo tiempo recuerda que Alberto dejó sin
contestar tres cartas que él le envió desde Buenos Aires; cartas que contenían “uno de los
matices más hermosos de la amistad” (57). 13 En ese punto, el texto se vuelve
(¿deliberadamente?) críptico a través de la descripción casi surrealista de las visiones que
tiene Luis, y que lo llevan a la conclusión de que no puede “conocer” el alma de su amigo:
“serpientes y mandrágoras se alojaban en el alma de Alberto y no serpentinas y rosas” (59).
En definitiva, a través de esas intrincadas metáforas, Álvarez manifiesta la imposibilidad de
acercamiento con Alberto, elevado así al estatus de objeto de deseo y fascinación (lo mismo
ocurre con un personaje de similares características en la novela Esvén).14 No se trata de
ninguna innovación: el interés erótico de varones de las clases medias y altas por jóvenes
obreros—o “paisanos” como en este caso—posee una larga tradición en la literatura “gay”,
aunque sí resulta una audacia en el paisaje literario argentino de finales de los años 40, cuanto
todavía no se habían publicado textos más explícitos como los de Carlos Correas o Renato
Pellegrini.
Muchos pasajes poéticos de Evocación de La Soledad son de difícil comprensión o
directamente abstrusos. Ese lenguaje recargado constituye otro de los recursos con que
Álvarez incorpora oblicuamente deseos y afectos “raros”. El texto deviene “queer”, entonces,
porque no se deja apresar fácilmente, y porque tampoco congela las identidades de los
personajes: la lectura homoerótica es válida y hay evidencia textual para sostenerla, pero la

13
Las ilustraciones de Norah Borges que acompañan el texto también contribuyen
a “queerizarlo”: de las dos que muestran al protagonista, una recrea la escena en que espía al
antiguo administrador y descubre su “metamorfosis”, mientras que la otra lo presenta en su
versión femenina, con el siguiente pie de página extraído del relato: “la sofocación y el
encarnizamiento fueron deslizándose lentamente entre las manos de Alberto y las rosas de
gasa que Luis vestía” (48).
14
Explica Hugo Beccacece: “como todo admirador de la belleza y del arte, Arturo
Alvarez tenía una fuerte sensualidad. Conoció el deseo y la satisfacción del deseo más que el
amor correspondido. Por supuesto, se enamoró varias veces, pero a menudo los seres que
amaba no se enteraban de la pasión que habían despertado. Los amaba a la distancia; más
bien, los veneraba.” (s.p.)
Jorge Luis Peralta 193

ambigüedad que permea todo el relato habilita múltiples interpretaciones. El centro


neurálgico de la historia -la transformación momentánea de Luis en mujer- bastaría para
considerar esta obra como un singular desafío a los mandatos sexo-genéricos de su tiempo:
al afirmar, por ejemplo, que cuando Luis contempló la metamorfosis del sr. Azafalu “quedó
derruido el concepto genérico y específico que sus once años tenían sobre los seres” (28)
Álvarez instala la posibilidad perturbadora de que el sujeto pueda devenir “otro” (desde mujer
a pájaro) anticipándose en muchos años a las teorías que proclamarían la maleabilidad de los
géneros y las identidades. Sin embargo, Evocación de La Soledad no se limita a esta
transgresión “temática”: la elabora también de forma compleja en el aspecto formal, a través
de la hibridación genérica (un gauchesco “fantástico”), una estructura sui generis, los juegos
de máscaras narrativas y el uso de un lenguaje opaco que por momento es preciso descifrar.
Podría afirmarse, por todo lo apuntado, que este texto presenta una temprana y fascinante
modulación de lo “queer” en las letras argentinas.

Una inflexión “gay”: Fotocopia

Facundo R. Soto nació en 1972. Las diversas reseñas bio-bibliográficas que circulan
por Internet lo describen como narrador, poeta y psicólogo; colaborador habitual de medios
LGTBQ -entre ellos el suplemento Soy de Página /12-; y autor de numerosas publicaciones
en editoriales independientes o autogestionadas. Su prolífica obra incluye poesía—
Microonda (Cartonerita Solar, 2011), El cielo en la mesa (Subpoesía, 2015), El brillo de tus
braquets (27 pulqui, 2016); narrativa—Juego de chicos (Conejos, 2011), Plastilina (Textos
Intrusos, 2012), Taller literario (Blatt & Ríos, 2013), El club de la paja (Eloísa Cartonera,
2016), Alegría y Las inferiores (ambos de 2018); y antologías de las que fue coordinador—
Vivan los putos (dos volúmenes, 2013) y Fetiche (2014), ambas por Eloísa Cartonera.
Además, coordina talleres de literatura gay-queer y dicta cursos en torno al cruce entre
psicología y estudios de género.
La obra de Soto responde a un contexto de visibilidad de las sexualidades disidentes
completamente impensable tan solo un par de décadas atrás. En 1991, por ejemplo, la
publicación de la novela El Ahijado de Oscar Hermes Villordo, tuvo una repercusión limitada
pese a aparecer en un sello importante como Planeta. Se trata, de hecho, de uno de los escasos
ejemplos de literatura de temática gay publicados a comienzos de la década de 1990. En 2011,
en cambio, cuando Soto empieza a publicar, el panorama es radicalmente distinto: se han
producido importantes avances en materia de derechos para las comunidades LGBTIQ, se
han fortalecido los diferentes activismos en defensa de las minorías sexuales y se ha
expandido notablemente el campo de la literatura de temática gay/queer, en buena medida
gracias al antes y después que marcó la emergencia de un mercado editorial alternativo, con
sello pioneros como Eloísa Cartonera y Belleza y Felicidad, a los que luego se sumaron
muchos otros. Esa producción creciente fue progresivamente acompañada en el ámbito
académico a través de publicaciones y actividades (cursos, congresos, jornadas, talleres, etc.).
Soto participa activamente de una red de producción y difusión de contenidos
culturales vinculados a lo gay/queer. Es destacable, en este sentido, su labor periodística y
docente: no es solo un autor que escribe sobre estos temas, sino que además los problematiza
y discute en contextos muy diversos. La descripción de un taller que dictó en el Club Cultural
194 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

Matienzo, por ejemplo, incluye un ítem denominado: “¿Qué es la literatura gay? (¿Es lo
mismo que queer?)”. Recorriendo su obra así como las entrevistas que ha concedido, resulta
evidente que la respuesta a esa pregunta es afirmativa, y que Soto se ubica más en el campo
de lo gay que de lo queer. En diálogo con Gustavo Yuste a propósito de la publicación de su
novela Fotocopia (2017), el autor declaró: “Todavía mucha gente piensa que una persona
gay es igual a una persona hétero y no, no es igual. No en el sentido de que uno es mejor que
el otro, sino porque históricamente son recorridos distintos. Hay una discriminación de
muchos años y eso no es algo que no tenga sus efectos e implicancias” (Yuste s.p.). Esta
observación resulta afín al trabajo teórico en torno de las particularidades de la subjetividad
“gay” que han desarrollado autores como David Halperin (Cómo ser gay) o Didier Eribon
(Reflexiones).15
Las categorías “gay” y “queer” conviven en el discurso literario de Soto con otra,
“trash”, que utiliza para definir un subgénero de difusas fronteras, en el cual el común
denominador parece ser cierto modo de tratar temas vinculados a la disidencia sexual y de
género. En el prólogo de la antología Vivan los putos (2013), el autor señala que este volumen
contribuirá “a la difusión de un género que no se conoce en nuestro país, ni en Latinoamérica:
el género denominado por nosotros ‘trash’, […] que rompe con el concepto de familia
cristiana y su heteronorma” (Soto, Vivan 7). Un año más tarde, en el prólogo de otra
antología, Soto amplía la descripción de lo “trash” en los siguientes términos:

15
Mientras el primero ha vinculado esa subjetividad con determinados consumos
culturales, afectos, gustos, o modos de reapropiación de la cultura dominante, Eribon ha
analizado cómo sujeto “gay” se constituye a partir de la injuria que le dirigen y que él abraza
con orgullo. Conviene destacar, no obstante, que más allá de sus coincidencias en el abordaje
de la subjetividad gay, estos críticos mantienen algunas diferencias importantes (de hecho,
Eribon acusó a Halperin de plagiar su libro Una moral de lo minoritario [2004] en What Do
Gay Men Want? [2007]). En primer lugar, difieren por su formación y trayectoria: Halperin,
historiador y crítico literario y cultural, ha estado más interesado en los aspectos genealógicos
de las identidades y culturas disidentes, mientras que Eribon, filósofo y sociólogo, ha
centrado su mirada en un conjunto de textos teóricos y literarios—y últimamente, en su propia
biografía—para articular, a partir de ellos, diversas reflexiones en torno a la constitución de
subjetividades inferiorizadas y el impacto sobre ellas de lo que el autor denomina “veredictos
sociales”. En segundo lugar, pese a haber sido el uno de los introductores de la teoría “queer”
en Francia, Eribon ha mostrado cierta reserva hacia la misma, especialmente sus usos del
psicoanálisis, que él rechaza de manera categórica. Además, debe tenerse en cuenta que en la
actualidad, en la academia angloparlante, “queer” no siempre se diferencia de manera nítida
de “gay” y “lesbiano” (Cairns 105), de modo tal que llegan a emplearse casi a la manera de
sinónimos, como puede constatarse en varios pasajes de Cómo ser gay de Halperin. En el
contexto francófono, en cambio, se mantiene una distinción entre los términos, a la que
Eribon se atiene en sus trabajos, con una visión más positiva de lo identitario (gay/lesbiano)
que la que manifiestan críticos más afines al paradigma queer, incluido el propio Halperin.
Es así que en Por ese instante frágil… (2004), defiende la necesidad de tender puentes entre
las versiones “asimilacionistas” y “queer” de los movimientos a favor de las minorías
sexuales.
Jorge Luis Peralta 195

el objetivo es encontrar una lectura que nos dé placer, que ande por lo
periférico, por lo no instituido, en nuevas formas de narrar que no sean
hegemónicas. […] Quizás hoy, todavía necesitamos de los géneros para
degenerarlos, y más tarde hacerlos estallar en todas sus categorías. […]
Buscamos textos donde la energía sexual aparezca de manera explícita o
metaforizada, pero donde no haya una única sexualidad, sino tantas como
personas hay en el mundo. Una lectura que vaya más allá de las identidades
binarias, donde la singularidad, pero no el ego, desborde el texto. Textos
que se produzcan con lo que queda afuera, con lo que se tira (con la grasa,
el cocoliche, los prejuicios, el miedo, lo que se considera “demasiado”, ya
sea: fuerte, impactante, intenso, zarpado, claro o superficial). (Soto,
Fetiche 9-10)
Esta definición, que asume el tono de un manifiesto generacional, está más cerca
del paradigma “queer” y su desmontaje de las identidades estables que de la afirmación de lo
“gay” como un espacio específico de códigos e identificaciones. Sin embargo, ese sentido de
“gay” está muy presente en la obra de Soto, y la vincula con la de autores coetáneos como
Mariano Blatt (1983-) o Ioshua (1977-2015). En los textos de los tres, más allá de sus
particularidades, se advierten un entrelazamiento similar de gaycidad y masculinidad, la
fascinación por ambientes y sujetos marginales y la tendencia a un erotismo explícito, a veces
directamente pornográfico.16
El hecho de que gay remita a una identidad más acotada no debería interpretarse
como una falla o signo de atraso en relación con el vanguardismo “queer”. Link, en un
capítulo de su libro Clases. Literatura y disidencia (2005) ofrece un análisis preciso de la
mercantilización de lo “gay” en la era neoliberal, algo de lo que Blatt—en una entrevista
conjunta con Soto—se muestra muy consciente: “ya es careta ser gay, ya no hay mucho
riesgo, ahora es aburrido. Me parece que antes estaba mejor. A los gays los venció, los agarró
el capitalismo y venció eso que era revolucionario en una época” (Lezcano s.p.). Lo “gay”,
en estos autores, se desgaja de las modas globales y los dogmas homonormativos para
designar, sencillamente, una orientación erótica determinada (varones que desean a otros
varones) y una serie de gustos, códigos, preferencias, filiaciones, que permiten establecer
vínculos y complicidades, pero que no necesariamente configuran una esencia. Se trata de
una gaycidad muchas veces a contrapelo de lo convencionalmente “gay”, como queda
demostrado en la atracción de Soto y Blatt por un deporte—el fútbol—asociado a las formas
más paradigmáticas de la masculinidad heterosexual en Argentina.
La narrativa de Soto muestra articulaciones diversas de lo gay. Uno de sus títulos
más conocidos, Juego de chicos (2011), concatena diversos relatos protagonizados por los
integrantes de un equipo de fútbol gay; mientras que los libros que publicó en De Parado—
El hombre de acero y Como se saludan los surfers (2012)—incluyen cuentos pornográficos
breves protagonizados por “putos” y “chongos”. Nos interesa detenernos, particularmente,
en una de sus últimas novelas, Fotocopia (2017), por el giro particular que le imprime al
tratamiento del tema. Tal como se lee en la contratapa, esta novela se centra “en el devenir

16
Soto colaboró, de hecho, en De Parado, el proyecto editorial de Blatt de narrativa
porno gay paralelo al sello que co-dirige con Damián Ríos (Blatt & Ríos) que también ha
publicado varios títulos de temática LGTBQ.
196 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

de la relación entre un padre gay y su hija” (Soto, Fotocopia). El foco ya no está entonces en
las vicisitudes del deseo—que ha nutrido tanta literatura de temática gay/queer—sino en los
desafíos impuestos por la conformación de nuevas redes de relaciones. Fotocopia presenta
un escenario en el que la familia tradicional se ha dislocado: los diferentes miembros deben
ajustarse ahora a otros patrones, en un proceso no exento de malestar.17
Formalmente, Fotocopia está dividida en dos partes, en las que se alternan las voces en
primera persona de un padre y de su hija, Lucy. El corte entre las dos partes está marcado por
la progresión temporal—niñez y adolescencia de la protagonista—pero sobre todo por el
distanciamiento que se va produciendo entre los dos, y que se traduce discursivamente en la
paulatina desaparición de la voz de la hija. En su reseña de la novela, Valeria Iglesias sostiene
que “gran parte de la historia cambiaría si el padre no fuera gay, si fuera una madre, si la hija
fuera un hijo, etc. [pero] el hueso de la historia que a mí me conmovió es cómo se construye
la identidad de un/a progenitor/a frente al hecho de tener que afrontar la m/paternidad de un
primogénito/a” (Iglesias s.p.). A nuestro modo de ver, esta lectura universalista corre el riesgo
de minimizar el conflicto que atraviesa la novela. Nos parece indispensable enfatizar que
“gran parte de la historia cambiaría si el padre no fuera gay”: es precisamente la afirmación
de esa identidad y del modo de vida asociado a ella la que precipita la ruptura entre los
personajes y muestra los límites de la aceptación de la “diversidad”, incluso en un contexto
que garantiza derechos ciertos derechos para gais, lesbianas y otras minorías.
En un manifiesto gay del mítico año de 1969, Carl Wittman afirmaba: “desde el
principio, estamos sometidos a un aluvión de propaganda hetero. Como nuestros padres no
conocen homosexuales, crecemos pensando que estamos solos y que somos diferentes y
pervertidos. […] La televisión, los carteles, las revistas divulgan una falsa idealización de las
relaciones entre hombres y mujeres, y nos hacen desear ser diferentes, estar ‘dentro’”
(Wittman 59). A casi medio siglo de la difusión de este texto, la novela de Soto invierte el
esquema: será la hija quien manifieste su incomodidad hacia el “aluvión de propaganda gay”
que le lanza el padre; la que se agote de imágenes de amor entre varones; la que exija un poco
de “normalidad”: “Me molesta que para él todo sea gay. Si tengo novio, ¿cómo le digo que
papá es gay?” (Soto, Fotocopia 32). Aunque la aprobación del Matrimonio Igualitario haya
legitimado las uniones entre personas del mismo sexo, este derecho no fue correlativo con
una modificación generalizada de la percepción de gais y lesbianas por parte de la sociedad:
los guiones dominantes continúan siendo heterosexuales. Fotocopia articula, en este punto,
una interesante paradoja: el padre desea vivir su gaycidad plenamente, sin vergüenza (tal vez
para contrarrestar años de ocultamiento), pero esa libertad y visibilidad avergüenzan a la hija.
En su afán por vivir en un entorno donde lo gay sea “bueno”—como rezaba al antiguo lema
militante—el protagonista oprime a Lucy, le exige que sea como él: su “fotocopia”.
Soto no resuelve el conflicto con una reconciliación tranquilizadora. De hecho, la
brecha entre los personajes se intensifica cada vez más, hasta que la hija aparece solo por
ausencia, únicamente evocada en el discurso del narrador:

17
Significativamente, también en 2017 Santiago Loza publicó su novela El hombre
que duerme a mi lado, donde es el personaje de la madre la que no consigue “ajustarse” a la
familia conformada por su hijo en compañía de otro hombre. Desde diferentes perspectivas
generacionales, tanto Soto como Loza manifiestan las tensiones que todavía produce lo “gay”
al interior de la estructura familiar.
Jorge Luis Peralta 197

Los domingos íbamos a la pizzería que a ella le había gustado. Yo leía el


diario y ella se conectaba a Facebook. Después íbamos a la plaza de
Armenia y comprábamos chucherías, y a la noche Julián nos pasaba a
buscar en el auto y cenábamos los tres. Yo decía que estaba feliz, comiendo
con ellos, que éramos una familia gay. Cuando Lucy no quiso verme más,
al principio, sentí el agujero, el vacío de no hacer lo que solíamos hacer los
domingos. Ahora pienso que si ella decidió no verme, está bien; yo también
estoy bien si ella está bien. (113)
Si en la trama paradigmática de la novela “homosexual” o “gay” de otras épocas, el
hijo o la hija “desviados/as” rompían lazos con su familia para poder vivir sus vidas
libremente, en Fotocopia es la hija “normal” la que decide poner distancia con las rarezas
gais de su padre. Si éste, en un comienzo, siguió la lógica—tan cara a la familia tradicional—
de imponer a los hijos/as el modo de vida propio, en el final conseguirá romper con ese guion
opresivo, aunque para lograrlo deba renunciar a Lucy. De esta manera, Soto pone de relieve
un conflicto inherente a la constitución de nuevos lazos familiares sin tratar de resolverlo,
pero sin recurrir tampoco a una clausura trágica: el final muestra al narrador feliz, en pareja,
dispuesto a retomar el contacto con su hija cuando ella lo desee.
Desde el punto de vista de la representación de personajes masculinos disidentes,
Fotocopia afirma claramente una identidad gay: “Cuando nació Lucy estaba muy contento,
sabía que me iba a separar de su mamá, porque ya me había dado cuenta que más que bisexual
era gay” (28). Esta afirmación es políticamente significativa en el contexto actual.
Refiriéndose a Estados Unidos, Halperin observa que
cuando se trata de la sexualidad en particular, un nuevo consenso entre los
jóvenes y la última moda permite que cualquiera declare una identidad
queer, en tanto que tal declaración no desafía los protocolos de la vida
social americana, ni perturba el privilegio heterosexual, ni lleva a un
rechazo de las normas de la cultura dominante (amor, familia, pertenencia
social). El primer requisito es declarar la propia objeción hacia las
etiquetas, insistir en que la sexualidad de uno es fluida, indefinida,
dinámica, híbrida, indeterminada (etc.), o, en el caso de que uno se anime
a admitir que es gay, decir: “Bueno, en una lista de las diez cosas más
importantes sobre mí, ser gay podría calificar como la número diez”.
(Halperin, “Small Town Boy” 3-4)
Más adelante, el crítico desarrolla su concepción de la subjetividad y la cultura gais
masculinas, destacando que son dinámicas—no esenciales—y que se modifican a lo largo
del tiempo, pero conservan siempre un rastro de los patrones precedentes: “todo lo que
tenemos que hacer es mirarnos a nosotros mismo de cerca, y veremos que de hecho estamos
en compañía de nuestros ancestros gais, aunque no nos hayamos dado cuenta” (25). Soto se
emplaza en una identidad y al hacerlo se ubica también en una tradición, pero la novela no
deja de marcar las diferencias generacionales: en un momento Lucas, su novio más joven,
afirma “que antes del matrimonio igualitario eran pocos los que nos respetaban” y él le
pregunta que cómo sabía eso, si “apenas tenía dieciocho recién cumplidos” (96). “Gay”,
entonces, remite a ciertas identificaciones, modos de vida y experiencias que se van
transformando contextualmente y que no implican un sujeto homogéneo, siempre idéntico a
sí mismo.
198 “Queer” y “gay” como paradigmas críticos para la literatura argentina

El sesgo identitario de la novela no determina una forma narrativa convencional.


Soto explora las posibilidades de captar, a lo Puig, un lenguaje coloquial que incorpore
además matices generacionales. En el ida y vuelta entre los discursos del padre y de la hija,
sin embargo, por momentos resulta difícil determinar quién habla: ¿Lucy es demasiado
madura, o su padre demasiado infantil? Tal vez, el vínculo filial favorece la contaminación
de lenguajes. En cualquier caso, Fotocopia se va armando como un rompecabezas de voces,
sin otra mediación narrativa; de acuerdo con Soto, “el procedimiento que usé para escribir
[son] diálogos que hacen desaparecer al narrador; por eso no hay Yo, hay dos personajes sin
tiempo ni espacio que hablan, interactúan, se des-comunican (intentando comunicarse). La
otra parte del procedimiento es la idea conceptual de la extensión de los diálogos. A medida
que avanza el libro, el diálogo de la nena se va acortando hasta desaparecer” (Yuste s.p.).
Aunque sencillos, estos procedimientos resultan funcionales a lo narrado: así como la
estructura familiar tradicional parece peligrar con la irrupción de nuevas formas de filiación,
también la estructura narrativa es puesta en crisis, fracturada en discursos, o fragmentos de
discursos, que no aspiran a constituir una totalidad. Y si bien pueden parecerse, ser
“fotocopias” uno de otro, estos discursos revelan que el parentesco es engañoso. La novela
impugna “el concepto de familia judeocristiana y su heteronorma”—y en ese sentido es
“trash”—pero expone al mismo tiempo la dificultad de conformar nuevos vínculos: ese límite
se materializa narrativamente en la paulatina transformación del diálogo en monólogo.
Fotocopia, en tanto modulación literaria “gay” (o susceptible de ser leída desde este
paradigma), constituye entonces un espacio de identidad y reconocimiento, pero también de
diferencia, extrañamiento y malestar.

A modo de cierre: “Queer” y “Gay”

El análisis de las obras de Arturo Jacinto Álvarez y Facundo Soto ha pretendido


poner de relieve que no sería necesario tomar partido, críticamente, entre los paradigmas
“queer” y “gay”, como si el primero fuera más avanzado y vanguardista que el segundo. Un
texto de los años 40 puede ser mucho más “queer” que uno actual: en este sentido, conviene
desactivar las cronologías positivas que muchas veces identifican posiciones radicales
respecto al género y la sexualidad solo en términos del presente. Por otra parte, un texto actual
que abrace una afirmación identitaria no debe ser automáticamente identificado con una
actitud conservadora, en el sentido de mantener la validez de categorías que convendría
superar. “Gay”—o cualquier otra etiqueta—no encierra la identidad en un callejón sin salida,
porque todas las identidades son inevitablemente dinámicas, contextuales, mutantes.
Dejar de identificar simplificadoramente lo “queer” con la subversión y lo “gay”
con la asimilación puede contribuir a ampliar el campo de intervención crítica sobre la
literatura, de manera de efectuar múltiples recortes sobre el canon, e incluso el “contracanon”.
Asimismo, la consideración de textos y autoras/es “menores” debe ser incorporada, ya que
como sostiene Michael Lucey, aunque sea “importante reconocer diferencias de estatus o
calidad […] también es importante notar que escritores de diferente estatus o calidad forman
parte del mismo campo literario y afectan las estrategias literarias de otros/as para la
producción literaria” (25). Las formas de atención crítica deberán ajustarse, en cada caso, al
Jorge Luis Peralta 199

objeto que se aborda. Las teorías “queer” podrán ser útiles para leer algunos textos; para
otros, será necesario recurrir a dispositivos teórico-críticos diferentes.
Aunque mucha de la literatura argentina reciente se ubica claramente en el terreno
de lo “queer”, por su desbaratamiento de las identidades fijas o cerradas—por, ejemplo,
Sueños y pesadillas (2016) de Dalia Rosetti (seud. de Fernanda Laguna) o Las aventuras de
la China Iron (2018) de Gabriela Cabezón Cámara—muchos otros textos, como las novelas
La ilusión de los mamíferos (2018) de Julián López, Fuimos (2018) de Daniel Tevini o Los
machos se duermen primero (2019) de Rodolfo Omar Serio, continúan articulando
identidades “gays” y “maricas”. Tampoco se puede perder de vista el impacto creciente de la
literatura escrita por (o sobre) mujeres y hombres trans, desde Continuadísimo (2008) de
Naty Menstrual y La Chaco (2015) de Juan Solá a Las malas (2019) de Camila Sosa Villada
y Soy Sabrina, Soy Santiago (2018) de SaSa Testa. Habida cuenta del sesgo identitario de lo
trans en el país, libros como los citados exigen aproximaciones desde un paradigma crítico
específico (Wayar), distinto de los estudios gais, lesbianos y queer, aunque pueda dialogar
con ellos.
Heather Love sostiene en un artículo que su amor por la teoría “queer” no es menos
auténtico que su amor por el lesbianismo: “Es simplemente difícil para mí imaginar formas
de queerness que no mantengan sus lazos con una experiencia específica de identidad sexual”
(180). Tal vez mantener la tensión entre estos polos contribuya a enriquecer nuestras prácticas
críticas; parafraseando a Valerie Traub, no “queer” o “gay”, sino “queer” y “gay”, “queer” y
“lesbiano”, “queer” y “trans”. Una mirada auténticamente “queer”, por plural, debería cobijar
incluso aquellas categorías que se empeña en disolver.

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