You are on page 1of 86

Esta traducción fue realizada sin fines de lucro por lo cual no tiene

costo. Si el libro llega a tu país, te animamos a adquirirlo.


No olvides que también puedes apoyar a la autora siguiéndola en sus
redes sociales, recomendándola a tus amigos, promocionando sus libros
e incluso haciendo una reseña en tu blog o foro.

¡No subas la historia a Wattpad ni pantallazos del libro a las redes


sociales! Los autores y editoriales también están allí. No solo nos
veremos afectados nosotros, sino también tu usuario.
Contenido
Sinopsis ........................................................................................ 4

Nota de la autora .......................................................................... 5

1 .................................................................................................. 6

2 .................................................................................................21

3 .................................................................................................37

4 .................................................................................................53

5 .................................................................................................68

Epílogo .......................................................................................81

Siguiente libro .............................................................................85


Sinopsis
Para Lola Jennings, el día de San Valentín significa un buen
libro y una copa de vino extra grande. Así que cuando se encuentra en
medio de un enorme granero, rebotando entre vaqueros borrachos y
evitando derrames de cerveza, está segura de que Cupido la ha enviado
a las fosas del infierno.

Está dispuesta a dejar los vasos desechables y volver a casa cuando


una fila de hombres sube al escenario para el evento principal: el
Concurso de Traseros Wrangler. Diez hombres giran y hacen twerking y
provocan a la multitud con sus traseros vestidos de Wrangler con la
esperanza de ser coronados como rey. No se puede negar que el hombre
endiabladamente guapo que actúa de tiene unos activos muy finos.

Así que cuando tropieza y cae en los brazos de Aiden Archer


esa misma noche, sabe que su viaje a Calamity, Montana, está a punto
de ponerse interesante. Y si Aiden se sale con la suya, va a durar mucho
más que una noche.

Calamily Montana #1.5


Nota de la autora
Érase una vez, una chica conoció a un chico que ganó el Concurso
de Traseros Wrangler en el Festival de Testículos anual de Bozeman,
Montana.

La chica se casó con ese chico.

Y vivieron felices para siempre.

(Además, el chico no sabe que la chica está usando esas experiencias


vividas como inspiración para esta historia. Ella no puede esperar a ver
su rostro cuando se entere.)
1
—Baja eso. —Le di un manotazo al vaso desechable rojo en la mano
de Joann.

—¡Oye! —Ella esquivó mi intento, agarrándolo con fuerza—. Ya


basta.

—¿De dónde sacaste eso? —Escaneé la multitud—. ¿Quién te lo


sirvió? ¿Estabas mirando? ¿Qué pasaría si alguien pone droga para violar
allí?

—Ugh. —Ella puso los ojos en blanco—. Deja de ser tan deprimente.
Vi al tipo servirlo. Y ahora me lo voy a beber.

—Pero es… cerveza. —Me encogí cuando ella bebió.

Una gota de espuma blanca escapó del vaso y de sus labios, cayendo
por su barbilla y aterrizando en la tierra debajo de nuestros zapatos. Ella
apartó el vaso, suspiró y…

—Burrrp.

—Eres tan atractiva en este momento —dije inexpresivamente.

—Entonces es bueno que no esté aquí para encontrar a un hombre.

—¿Por qué estamos aquí? —pregunté cuando un hombre chocó contra


mi hombro, empujándome. Toda la noche había sido tocada por
extraños. Ni siquiera mi masajista era tan hábil.

—Es divertido, Lola. —Joann sonrió, sus ojos ligeramente


desenfocados.

—Oh, estás borracha.


—Ese es el plan. —Hipó—. ¿Te relajarás? Vamos a feesssstejar.
¡Yupi!

—Voy a tener que sujetar tu cabello más tarde, ¿no?

—No sería la primera vez. —Ella rio. Los tres tragos de tequila que
había bebido antes de que saliéramos de su casa estaban claramente
adormeciendo el dolor.

Ese dolor y mi deber de apoyarla a través de este cambio de vida eran


las únicas razones por las que estaba aquí esta noche, de pie en un
granero monstruoso.

En el día de San Valentín.

En el Festival del Testículo en Calamity, Montana.

Cuando me dijo el nombre de esta fiesta, me reí, seguro de que se lo


había inventado. Nop.

—¿Deberíamos ir a buscar un testículo? —Joann se rio, sabiendo que


me haría encoger. Otra vez.

—Por favor, deja de decir testículo. Te lo ruego.

Ella sacó la lengua.

—Testículo. Testículo. Testículo.

Cerré los ojos y me visualicé en un lugar más feliz. En casa, en mi


apartamento, con una copa de vino, un buen libro y chocolate.

El olor de aceite para freír y cerveza me devolvieron a la realidad: el


Festival del Testículo. O Testy Fest, como lo habían acortado con tanto
cariño Joann y los lugareños. Letreros de vinilo colgaban de las paredes
de acero del granero. Las pancartas ondeaban sobre las dos barras
portátiles, cada una colocada en extremos opuestos del edificio. El
logotipo del evento era un toro de dibujos animados, con el trasero
exhibido con orgullo y sus grandes testículos balanceándose libremente.
Incluso hicieron un corazón en el costado del toro, en honor a esta
festividad salida de Hallmark.

—¿No se llaman ostras de las Montañas Rocosas? —pregunté.

—Técnicamente. Si quieres ponerte elegante.

—Siempre quiero ponerme elegante. —Esta noche, no había ni una


pizca de elegancia.

Había estado en Calamity un puñado de veces a lo largo de los años.


Después de que Joann se casara con Riley, se mudaron aquí por su
trabajo en el servicio forestal y para estar cerca de su familia, que vivía
en esta zona de Montana. Y en ocasiones, había viajado aquí para visitar
a mi mejor amiga.

En el verano, íbamos de excursión a las montañas. En los inviernos,


conducíamos hasta la pista de esquí más cercana y pasábamos el día en
las pistas y bebíamos chocolate caliente en el hotel. Calamity tenía ese
encanto de pueblo pequeño de Montana. Era pacífico. Amigable.

Los lugareños deben haber estado en su mejor comportamiento


durante mis visitas anteriores porque esta noche se mostraban sus
verdaderos colores. No había nada tranquilo en esta fiesta. Eran
estridentes y ruidosos. La festividad era picante y desenfrenada. Había
estado agregando adjetivos a mi lista desde que llegamos.

Joann miró alrededor de la multitud, sus labios se movían, pero no


pude entender una palabra de lo que estaba diciendo por el ruido que
venía de la banda en vivo.

—¿Qué? —grité.

Se inclinó para hablar directamente en mi oído.

—Dije, vamos a hacer fila.


Antes de que pudiera protestar, se aferró a mi muñeca y me arrastró
entre la multitud hacia la fila de clientes que esperaban para recoger sus
ostras. Esquivamos vaqueros borrachos mientras nos movíamos. Había
adultos jóvenes, niños, que no parecían lo suficientemente mayores para
sostener esos vasos. Todas las demás mujeres estaban vestidas con una
camiseta sin mangas delgada y pantalones cortos al estilo Daisy Duke.

—Están a menos nueve grados afuera.

—¿Qué? —dijo Joann.

—Nada. —Le hice señas para descartarlo. ¿Qué estoy haciendo aquí?

No era así como había planeado pasar el Día de San Valentín. No era
así como había planeado pasar mi viaje para ver a Joann.

Pero desde el momento en que llegué a Montana hoy temprano,


Joann había estado actuando mal. Estaba demasiado alegre para una
mujer a punto de divorciarse del amor de su vida. Había planeado pasar
tiempo con ella y aprender más sobre la ruina de su matrimonio que en
nuestras llamadas telefónicas durante el último mes. Excepto que no
había dejado de moverse el tiempo suficiente para que yo investigara.

Primero, tuvimos que dejar mis cosas. Entonces tuvimos que


cambiarnos. Y después de esos chupitos de tequila y el anuncio de que
iríamos a una fiesta, supe que las cosas estaban mucho, mucho peor de
lo que había imaginado.

Joann estaba devastada y hacía todo lo posible por ocultarlo detrás


de esa bonita sonrisa. No importaba cuántas veces dijera lo contenta que
estaba de divorciarse de Riley antes de que tuvieran hijos, vi más allá de
esa máscara.

Esto era angustia. Esto era desesperación. Esto era ella ahogando su
miseria en un poco de alcohol barato porque no estaba lista para
enfrentar el hecho de que su matrimonio se había derrumbado.
—Eh, Jo. —Me incliné para acercarme cuando finalmente llegamos
al final de la fila—. ¿Riley va a estar aquí esta noche?

Ella se encogió de hombros.

—Probablemente.

—¿Es por eso que estamos aquí?

—¡No! —dijo demasiado alto y demasiado rápido.

Ah. Ahora la fiesta tenía sentido. No estábamos aquí para que


pudiera emborracharse y olvidar sus penas. Estábamos aquí para espiar.

Era casi lindo cómo había pensado que podía ocultarme sus
intenciones.

Mi amiga esperaba encontrarse con su futuro ex, ya sea para


torturarlo o torturarse a sí misma, y ver exactamente qué estaba haciendo
desde que lo echó de su casa hace un mes.

—Jo, salgamos de aquí —dije—. Si quieres emborracharte,


compraremos un poco de vodka de camino a casa. Pero si se trata de
Riley…

—No se trata de Riley.

—Ay, Joann. Mi dulce, dulce Joann. Nunca has sido buena


mintiendo.

Ella levantó la barbilla.

—Este es uno de los mayores eventos en Calamity. Recauda mucho


dinero para el banco de alimentos y quiero mostrar mi apoyo. ¿Puedes
simplemente relajarte por una hora?

—Buen intento. Todavía no lo estoy creyendo.


—Gah. Es indignante lo bien que me conoces. —Resopló—. Bien.
Estás en lo correcto. Quiero ver si vino con ella. Una hora. ¿Por favor?

Gruñí.

—Una.

Luego la arrastraré fuera de aquí, la llevaré a su casa y me daré una


ducha larga y caliente para quitarme el hedor de testículos bovinos fritos
y humanos sudorosos.

Se suponía que el Día de San Valentín lo pasaría en pijama con una


vela de aroma. En cambio, había estado evitando derrames de cerveza
durante la última hora. Cupido me había enviado al pozo del infierno
este año. Aparentemente, el infierno olía a Bud Light y grasa.

—Soy demasiado vieja para este tipo de fiesta —murmuré.

—¡Ja! —Joann se rio—. En la universidad, siempre decías que


estabas “demasiado ocupada” para este tipo de fiesta. Ahora eres
“demasiado vieja”. Tienes veintiocho. Y mira a tu alrededor.

Aquí había gente de todas las edades.

—¿Hazme un favor? No hagas comillas en el aire. Te ves ridícula.

—Dice la mujer que lleva un par de zapatos valeta, un par de gemelos


y aretes de perlas. —Hizo un gesto hacia mi guardarropa—. Te dije que
te cambiaras.

—Esto es igual a todo lo demás que traje. Tal vez si hubiera sabido
que había un baile de granero en mi agenda de la semana, habría
empacado de manera diferente.

—Pareces una abogada. —Alcanzó mi cárdigan, buscando a tientas


para desabrochar el botón superior.
—Detente. —La alejé de un manotazo, rehaciendo el botón y
enderezando mi cárdigan—. Y soy abogada. Parte de la razón por la que
estoy aquí esta semana, ¿recuerdas?

—Recuerdo. —La tristeza se apoderó de su rostro y Joann se llevó el


vaso de cerveza a la boca y bebió hasta vaciarlo.

—Jo…

—¡Estoy bien! —Sonrió.

No, no lo estaba. Pero cuando necesitara llorar más tarde, yo estaría


allí. Y si esta fiesta era su oportunidad de confrontar a Riley, también lo
haría.

Un hombre pasó junto a nosotros con un bote de papel a cuadros


rojos y blancos en la mano que sostenía un humeante trozo de carne frita.
¿Un testículo se consideraba carne?

—¿De verdad te vas a comer uno de esos? —Veía intoxicación


alimentaria en su futuro.

—Son realmente buenos.

Tuve arcadas.

—Paso.

Joann soltó una risita y enlazó su brazo con el mío, apoyando su


cabeza en mi hombro.

—Me alegra que estes aquí.

—A mí también. —Sostuve su brazo con más fuerza.

Me llamó hace un mes para decirme que ella y Riley se habían


separado. Hasta esa llamada, no había tenido la menor idea de que
estaban teniendo problemas. Ciertamente no el tipo de problemas que lo
habían llevado a la compañía de otra mujer.
Según Riley, no había engañado a Joann. Me inclinaba a creer que
era cierto. Riley no parecía ser ese tipo de hombre. Y creo que Joann
también le creía, razón por la cual lo llamó una aventura emocional.

Así que yo estaba aquí como apoyo moral, y para asegurarme de que
el abogado que ella había contratado no fuera un completo imbécil,
mientras ella y Riley negociaban los términos de su divorcio.

Un divorcio que ella no quería. Porque aunque él la había lastimado,


Joann estaba locamente enamorada del hombre que caminaba hacia
nosotras.

—Oh, mierda —murmuré.

—¿Qué? —Ella se puso derecha.

—Sonríe. —Forcé una—. Estás pasando el mejor momento de tu


vida.

—¿Qué estás…? —Las palabras murieron en su lengua cuando lo vio.

Joann había venido aquí esta noche para ver a Riley, pero sospeché
que había subestimado cómo la haría sentir. Todo su cuerpo se puso
rígido, pero mi chica no iba a admitir la derrota. Puso una sonrisa
radiante, agitó un mechón de su largo cabello castaño y se rio.

Riley se estremeció cuando la escuchó, vacilando un paso, pero luego


se acercó, sus manos metidas en sus jeans. Por fortuna, estaba solo, o sus
testículos podrían haber sido los siguientes en aterrizar en la sartén.

—Hola, Jo.

—Hola —dijo ella, fingiendo indiferencia.

—No pensé que estarías aquí esta noche.

—Vengo todos los años. ¿Por qué este año sería diferente?
—Yo, eh… supongo que no lo es. —Se frotó la nuca y luego me
miró—. Hola, Lola. ¿Cuándo llegaste?

—Hoy.

Él asintió, su mirada moviéndose entre su esposa y yo.

—Eso es bueno.

La fila se movió hacia adelante y Joann dio un paso, arrastrándome


con ella mientras levantaba la barbilla y despedía a Riley.

Él se quedó allí, arraigado mientras miraba su perfil. La agonía estaba


grabada en sus rasgos y el impulso de abrazarlo era tan abrumador que
casi me derrumbé, pero luego desapareció entre la multitud.

—¿Se ha ido? —susurró.

—Sí.

—Uff. —Su cuerpo se hundió.

—Tal vez deberíamos saltarnos la, er… ¿comida? Y traerte otra


cerveza.

—Tal vez sea una buena idea.

Salimos de la línea justo cuando la banda en vivo terminó su


interpretación country a todo volumen de “You Shook Me All Night
Long”.

—¡Bueno, bueno! ¿Quién está listo para divertirse? —El cantante


principal y maestro de ceremonias arrastró las palabras hacia el
micrófono. Su voz tenía un tono áspero que se prestaba para las versiones
de country y rock que había estado interpretando toda la noche.

Joann y yo quedamos envueltas en el ruido mientras la multitud


gritaba, nuestro viaje a la taberna al aire libre se detuvo cuando todos los
ojos se centraron en el escenario.
—En nombre del Banco de Alimentos de Calamity, queremos
agradecerles por venir esta noche. Esto se ha convertido en una notoria
recaudación de fondos en los últimos tres años y, gracias a su apoyo,
podremos alimentar a cientos de personas necesitadas en todo el
condado.

Los aplausos rebotaron en las paredes. Nunca había escuchado


tantos silbidos y vítores sobre una organización benéfica.

Bueno, tal vez era inteligente. El banco de alimentos estaba


ofreciendo comida que definitivamente era… única. Y con el precio de
veinticinco dólares la entrada y los cuerpos metidos en este lugar, tenían
que estar trayendo algo de dinero.

—Ahora este año es un año especial. Tuvimos suerte y el evento cayó


en el día de San Valentín. Entonces, para todos los amantes, veamos
cómo le dan un besito a su Valentín.

—Ugh. —Joann y yo gemimos al unísono mientras las parejas que


nos rodeaban se besaban y se abrazaban.

El cantante se llevó los dedos a los labios y dejó escapar un silbido


ensordecedor.

—Eso es mucho amor. Pero en honor al Día de San Valentín, se nos


ocurrió algo especial para las damas solteras en el lugar.

Lo juro, ese hombre me eligió entre la multitud y su mirada se clavó


en mí.

—No puedo ser la única mujer soltera en la habitación —murmuré


mientras el color sonrojaba mis mejillas.

El cantante juntó las manos, frotándoselas mientras una sonrisa


malvada se extendía por su rostro.

—Amigos, déjenme explicarles cómo va a funcionar esto. Esto es lo


que llamamos el concurso Trasero de Wrangler.
—¿El qué? —Yo era la única confundida.

Todos los demás comenzaron a gritar y vitorear. Incluso Joann tenía


una sonrisa genuina en su rostro.

El cantante miró a la izquierda del escenario e hizo señas a un grupo


de hombres, algunos más ansiosos que otros, para que subieran al
escenario. El hombre al final de la fila prácticamente estaba siendo
empujado escaleras arriba por sus amigos.

—Estos buenos caballeros, muchos de los cuales ustedes reconocen


y aman, van a montar un pequeño espectáculo para ustedes, damas
solteras. Las reglas son simples. Animen al tipo con el mejor trasero en
Wrangler.

Si el ruido anterior había sido ensordecedor, este era explosivo. Las


paredes se estremecieron y el suelo tembló cuando los diez hombres
tomaron su lugar en una línea al frente del escenario.

El cantante tomó su guitarra y retrocedió, dándole espacio a los


hombres mientras la banda comenzaba a tocar un ritmo alegre. ¿Esto
realmente estaba realmente?

—Esto es…

—¡Impresionante! —vitoreó Joann con los brazos en alto.

—Bárbaro. Iba a decir bárbaro.

—¿Podrías parar? —Ella aplaudió, su humor de divirtámonos había


regresado después del encuentro con Riley—. ¿Cuándo te volviste tan
seria?

—Facultad de Derecho.

Me rodeó con los brazos y se rio cuando la música aceleró el ritmo.

—¿Cómo puedes pensar que esto no es hilarante?


—Es medianamente entretenido, al estilo de un mercado de carne.
—El primer hombre empezó a bailar, aunque bailar era un término
generoso—. ¿Se supone que eso es twerking?

Joann se reía tanto que tuvo que secarse las lágrimas.

—Ese es Hal Miller. Es un bombero en la ciudad. Su esposa está justo


allí.

—¿La embarazada? —pregunté mientras mi mirada seguía su dedo


señalador hacia la mujer que sostenía su vientre con una mano mientras
la otra se tapaba la boca mientras gritaba—. Demasiado para un
espectáculo para mujeres solteras. Parece publicidad engañosa.

De los siguientes ocho hombres que giraron y sacudieron sus activos


para la multitud, solo uno era soltero. Joann me contó sobre cada uno
de ellos, cómo pertenecían a su comunidad y cómo los conocía de su
tiempo viviendo en Calamity.

Entonces llegó el último hombre. El que había sido empujado al


escenario por sus amigos.

La música sonaba, pero él se quedó inmóvil en su lugar al final de la


fila. Sus gruesas piernas estaban bien plantadas y sus musculosos brazos
cruzados sobre su ancho pecho. La definición de sus bíceps era visible
incluso desde el otro lado de la habitación.

Mi boca se secó mientras lo asimilaba. Cabello oscuro, despeinado y


un poco demasiado largo. Una cintura estrecha. Abdomen plano. Esos
jeans Wrangler parecían hechos a medida para sus piernas largas. Guao.

—¿Y quién es ese? —¿Por qué hacía tanto calor aquí?

—No sé. —Joann se tocó la barbilla—. Se ve familiar, pero no creo


que lo haya conocido antes.

Quienquiera que fuera, no era parte de las festividades. La banda tocó


y él simplemente miró fijamente a la multitud, inmóvil.
—Bueno, supongo que sabemos quién quedó en último lugar —se
burló el cantante principal.

El hombre le lanzó una mirada al cantante y luego su


comportamiento cambió por completo. Empujó a los otros competidores
y cruzó el escenario, deteniéndose en el centro. Una sonrisa se extendió
por esa boca deliciosa, y con un giro de sus caderas, atrapó a todas las
mujeres en la habitación. Incluso las casadas.

La energía en el granero aumentó. El hombre bailaba y todas las


miradas estaban fijas en su trasero perfecto, firme y redondo. Nunca
había visto un trasero tan musculoso. Mis palmas ansiaban deslizarse a
lo largo de su curva y apretarlo con fuerza. Maldición, podía mover las
caderas. Sin duda, yo no era la única mujer en la habitación con las
bragas húmedas. Un dolor sordo floreció en mi centro, un pulso de calor
y deseo que no había sentido en mucho, mucho tiempo.

—Estás babeando, Lo. —Joann sacudió mi barbilla.

—Ningún hombre mortal tiene un trasero así.

—Lástima que esto es bárbaro.

—Totalmente bárbaro —murmuré.

La música se detuvo demasiado pronto. El hombre le lanzó a la


multitud una sonrisa devastadora y levantó la barbilla hacia los otros
hombres en el escenario.

Él lo sabía. Todo el granero lo sabía.

Sin esforzarse. Puede que no haya querido actuar, pero eso no le


impidió dominar toda la competencia.

—Vamos. —Joann tomó mi codo y asintió hacia la barra en la


esquina—. Vamos por un trago.
Después de que se anunció al ganador, la banda reanudó su
presentación mientras los concursantes salían del escenario arrastrando
los pies. Por el rabillo del ojo vi algunas palmadas en la espalda y puños
amigables en el brazo del ganador, pero luego perdí de vista a los
concursantes cuando Joann me arrastró entre las masas.

—Jo, espera. —Estuve a punto de tropezar con la bota de un hombre,


agarrándome antes de que pudiera caer y ser pisoteada por las parejas
que hacían el jitterbug y doble pasos. Pero ella estaba en una misión.

—¡Tragos! —Los brazos de Joann volaron por los aires cuando


llegamos al bar.

—Vas a vomitarme más tarde.

Ella se rio y levantó dos dedos para el cantinero.

—Tequila.

—Odio los chupitos de tequila —gruñí—. Y hoy conduzco.

—¿Quién dijo que uno era para ti? —Se bebió el primer trago, luego
el segundo, con una mueca por la quemadura. Apenas tuve tiempo de
poner un billete de veinte en la barra antes de que ella volviera a correr
hacia la multitud.

—Soy demasiado vieja para esto. —La perseguí solo para encontrarla
bailando con un vaquero que parecía tan ebrio como ella.

—Auch. —La mujer de otra pareja de baile me pisó el dedo del pie.
Entonces un hombre se estrelló contra mí—. Voy a morir aquí.

Hice una escapada hacia el borde de la habitación, empujándome


entre los cuerpos, esperando un momento de respiro, cuando una vez
más, la punta de mis zapatos planos de cuero italianos tropezó con una
bota y caí de boca.
—Uf. —Mis rodillas chocaron contra el suelo de tierra, pero logré
contenerme antes de plantarme de cara. Mi cabello rubio voló hacia mi
cara, los rizos que había hecho esta mañana antes de tomar mi vuelo de
Portland ahora flácidos y colgando sobre mi rostro. Así que me tomó un
momento darme cuenta de que mis manos estaban apoyadas en algo
duro y caliente.

Y redondo.

Y cubierto de mezclilla.

Vaya. Dulce. Jesús. Mis manos estaban en un trasero. Un trasero muy


apretado y muy firme.

Empujé la cortina de mi cabello a un lado y, en efecto, allí estaba. El


parche de cuero marca Wrangler cosido a la costura de la prenda estaba
justo en frente de mi cara.

—Lo siento. Mierda. —Me puse de pie—. Lo siento mucho.

Mi cara estaba tan roja como el vaso de plástico en la mano del


hombre. Con una respiración fortificante, forcé mi mirada a su rostro,
solo para que el aire saliera de mis pulmones cuando me encontré con
un par de deslumbrantes ojos color avellana.

—Eres tú. El tipo del concurso de Traseros.

La sonrisa que había visto en el escenario se extendió por su hermoso


rostro. Luego me guiñó un ojo y todo mi mundo se puso patas arriba.

—Aiden Archer.
2
—Vamos, Joann.

—Ya voy. —Salió de la cocina, intentando ponerse un zapato con


una mano mientras sostenía una taza de viaje en la otra y un pan tostado
entre los dientes. Con el zapato puesto, se enderezó y agarró su desayuno
antes de que cayera al suelo—. Lista.

—Vamos tarde. —Abrí la puerta y el frío me golpeó de lleno—. Gah.

—Oh, mierda. —Joann miró hacia afuera, se alejó de la ventisca que


se arremolinaba y corrió por la casa.

—¿Adónde vas? —llamé.

—Tengo que cambiarme de zapatos.

—¡Pero ya vamos tarde! —Miré mi reloj por décima vez en la misma


cantidad de minutos. La reunión de mediación con Riley y su abogado
comenzaría en, bueno… ahora.

—Odio llegar tarde —murmuré a la habitación vacía, golpeando el


suelo con el pie.

Por encima de mí, Joann estaba rebuscando en su armario. El ruido


sordo de zapatos siendo arrojados de un lado a otro atravesó el techo.

Finalmente, los pasos de Joann resonaron por las escaleras. Corrió a


la sala de estar, habiendo perdido su pan tostado y café en algún lugar
del camino. En lugar de los tacones que había tenido puestos, había botas
de montar hasta la rodilla sobre sus pantalones negros ajustados.

Joann corrió hacia el perchero y se puso la parka. Su mirada cayó a


mis propios pies. Pies con tacones muy parecidos a los que ella había
considerado inapropiados para la nieve.
—¿Necesitas que te preste otros zapatos?

—No hay tiempo. —Mis pies podrían congelarse, pero el reloj estaba
corriendo—. Ya vamos tarde.

Abrí la puerta de nuevo y caminé hacia la tormenta, caminando


penosamente a través de bancos y montones de nieve hasta su auto
estacionado en el camino de entrada. El viento mordía mis mejillas y los
copos de nieve caían en mi cabello.

Tampoco hubo mucho alivio del frío dentro de su auto. El cuero


helado del asiento se filtraba en mis delgados pantalones negros, e
incluso con mi abrigo de plumas, mi piel erizada se estaba poniendo cada
vez más erizada.

—Mierda, hace frío. —Joann puso en marcha el auto y retrocedió en


su camino de entrada, pulsando botones para encender los calentadores
de los asientos.

—Tal vez no deberías haber puesto todas las cosas de Riley en el


garaje el sábado por la noche.

—Tal vez no deberías haberme abandonado para liarte con el tipo


nuevo en el pueblo.

—No te abandoné. —Fui muy responsable y la llevé a casa. Me


aseguré de que estuviera metida en la cama con un vaso de agua y dos
Tylenol en la mesita de noche.

Luego la dejé para liarme con el tipo nuevo en el pueblo.

Aiden nos había seguido hasta la casa de Joann. Esperó en su


camioneta mientras yo ayudaba a Joann a entrar. Luego me llevó a su
casa, donde pasé la noche, la mejor noche, en su cama.

Mientras Aiden me daba orgasmos, Joann se despertó y decidió que


tener las pertenencias de Riley en su armario era un problema que tenía
la intención de remediar de inmediato. Por eso no podía estacionar en el
garaje y nos arriesgábamos a la hipotermia de camino al pueblo.

Joann había apilado la ropa de Riley. Había tirado zapatos y botas al


desorden seguido de una consola de videojuegos y una caja de fotos
antiguas. Incluso se las había arreglado para arrastrar su sillón reclinable
favorito al desastre.

Debería haber estado allí para ayudarla. O detenerla.

—Lo siento, Jo. No sé en qué estaba pensando ir a casa con él.

—Estoy bromeando. —Miró hacia arriba y sonrió—. Me alegro de


que te hayas divertido. Estoy orgullosa de ti. Ese es un tipo de cosa nada
propia de Lola.

—Culpo a los testículos. Y los Wrangler. Y el hecho de que no he


tenido un orgasmo decente en años.

Aparte del desastre ocasional de una cita a ciegas, ningún hombre


que había conocido despertó mi interés en los últimos años. Ciertamente
no uno con el que quisiera acostarme. El trabajo se había convertido en
mi compañero constante últimamente, y los hombres que había
conocido no habían tenido oportunidad de robarme la atención.

Hasta Aiden.

Después de un par de bailes en la fiesta y un beso tentador en medio


de la multitud, definitivamente había llamado mi atención. Y cuando me
pidió que pasara la noche con él, no pude resistirme.

Una noche de pasión y me sentí más ligera que en años.

—¿Estás segura de que no quieres volver a verlo? —preguntó Joann.

—Absolutamente no.
Aiden me había llevado a casa de Joann a la mañana siguiente y,
después de un beso en la mejilla, nos separamos. Fue cosa de una sola
vez.

—Podrías liarte con él mientras estás aquí.

—No. Fue solo una noche. Un cambio en mi rutina de San Valentín


de libros, vino y pijamas. Pero termina ahí.

—¿Por qué? Dijiste que el sexo fue bueno.

—Fantástico. —Me estremecí, solo de pensar en la forma en que ese


hombre había jugado con mi cuerpo, llevándome al borde una y otra vez
antes de finalmente derribarme.

—Eres la única mujer en el mundo que le teme al buen sexo.

Fruncí el ceño.

—No tengo miedo. Solo soy realista. ¿Qué pasa si nos volvemos a
juntar y no es fantástico? El sexo así de increíble nunca sucede dos veces.
Prefiero tener el buen recuerdo, muchas gracias.

—Pero, ¿y si es mejor?

—No lo será. —El sexo por primera vez siempre era lo mejor. Tal
vez porque mis expectativas eran bajas, pero cada vez que tenía amantes
repetidos, el disfrute siempre disminuía—. Hablemos de la reunión.

Joann gimió.

—¿Tenemos que hacerlo?

—Sí.

Ayer, la dejé esquivar mis preguntas y cambiar de tema cada vez que
mencionaba su inminente divorcio. Pero como esta reunión sería en
cuestión de minutos, no entraría a esa sala sin un poco de preparación.
—¿Qué dijo tu abogado?

—Solo que debería venir a la reunión con una lista de las cosas que
quiero.

—¿Algo más? ¿Qué dijo durante sus reuniones de preparación? ¿Te


explicó el proceso después de esta reunión inicial?

—No. Más o menos. No realmente.

Me mordí la lengua. No era abogada de divorcios y no tenía licencia


para ejercer en Montana. Mi papel aquí era apoyo moral y aconsejar
porque a Joann no le gustaba su abogado. Las opciones eran limitadas
en Calamity, y en lugar de posponer este divorcio para encontrar una
nueva representación, había seguido adelante al más puro estilo Joann.

Estaba tan desesperada por divorciarse de Riley y librarse de este


dolor que no estaba pensando. Las emociones llevaban las riendas. Por
eso, cuando me preguntó si podía venir a Montana y asistir a esta
reunión, despejé mi calendario y reservé un vuelo.

Sospechaba que su abogado era un vago y veía esto como un día de


pago fácil. Pero yo no era perezosa, y no permitiría que ella fuera
aplastada por cualquier abogado de primera que Riley había contratado.

—¿Qué hay en tu lista? —pregunté.

—Mi auto. La casa.

—Bueno. —Ambos eran factibles, en especial porque Riley se había


mudado a una cabaña propiedad de sus padres. Como tenía un lugar
donde vivir, tenía sentido dejar que Joann se quedara con la casa que
habían estado alquilando mientras ahorraban para comprar algo propio.
Lo mismo con el vehículo. Él tenía su propia camioneta y no necesitaba
la SUV de ella—. ¿Algo más?

—La mitad de los ahorros. Solo quiero dividir todo.


—Parece justo.

—Y… Clarence.

Mierda.

—Joann. No. No puedes hablar en serio.

—Yo compré a Clarence.

—Como regalo para Riley. —Ambas sabíamos que Riley quedaría


hecho pedazos si renunciaba al golden retriever. Y lucharía hasta la
muerte para no perder a su perro. El viejo dicho que decía que el perro
era el mejor amigo del hombre nunca había sido más cierto que entre
Riley y Clarence.

Demonios, Clarence era la razón por la que se divorciaban en primer


lugar.

¿Diferencias irreconciliables? No. La razón citada debería ser


cachorro.

Estaba en Montana durante una tormenta de nieve de invierno,


preparándome para sentarme junto a mi mejor amiga mientras se
enfrentaba a su esposo, todo porque Clarence se había escapado de casa.

Había sucedido este otoño. Clarence había saltado la cerca de su


jardín, y una vecina a dos cuadras de distancia lo encontró y llamó a
Riley, a pesar de que el número de Joann era el que estaba en la correa
de Clarence. Pero esa vecina había puesto su mirada en Riley, y Clarence
le dio los medios para atacar.

La mujer entabló amistad con Riley, y como él era un hombre, es


decir, despistado, no pensó mucho sobre pasar tiempo con ella como
amigos. Llevaban a sus perros a caminar juntos. Esos paseos se
convirtieron en almuerzos de fin de semana en el café local.
Riley le confió que Joann estaba luchando por quedar embarazada.
La vecina envió el chisme por todo Calamity. Joann empezó a recibir
miradas cargadas de lástima a donde fuera. Hizo que extraños se le
acercaran en la cafetería y le ofrecieran consejos sobre las mejores
posiciones sexuales para la concepción. Incluso su jefe en el hospital
donde trabajaba en Recursos Humanos se ofreció a remitirla con un
especialista.

Joann fue humillada. Lo que ella veía como su mayor fracaso,


aunque no era un fracaso, fue esparcido por todo Calamity.

Porque Riley se había hecho amigo de una perra celosa y tortuosa.

Él se disculpó. Cortó todo lazos con la mujer. Pero el daño estaba


hecho.

No solo los rumores de la infertilidad de Joann, o la infertilidad


especulada, porque aún no había visto a un médico, se extendieron como
un reguero de pólvora, sino que también cobraron vida los rumores de
que Riley la estaba dejando por eso.

Riley juró que no le había sido infiel. Que nunca lo haría. Tal vez si
hubiera pasado más tiempo con su esposa y menos con su perro y su
vecina, Joann no dudaría de él.

Su traición le rompió el corazón.

Sus dudas rompieron las de él.

Hace un mes, se habían metido en una gran pelea y él se había ido.


Al día siguiente, ella le dijo que buscara un abogado.

Ahora, aquí estábamos.

En la oficina de su abogado.

Joann estacionó a dos espacios de la camioneta de Riley. Se burló del


vehículo mientras nos apresurábamos a entrar para escapar del frío.
—Llegan tarde —saludó la recepcionista.

—Las carreteras están tan congeladas —mintió Joann.

—Todos están esperando. —La recepcionista nos indicó que


pasáramos por su escritorio y entráramos a una sala de conferencias
donde el sonido de voces masculinas llenaba el aire.

Reconocí la voz de Riley, suave y amable.

Pero había otra. ¿Por qué esa risa era tan familiar?

Seguí a Joann dentro de la habitación y mi estómago se desplomó.


Oh, mierda. Un par de brillantes ojos color avellana me detuvieron en
seco.

—Aiden. —Mi susurro entrecortado llenó la habitación mientras


cada persona miraba en mi dirección. Pero mi enfoque estaba en el
hombre que había bailado en un escenario el sábado por la noche. El
hombre que había tocado mi cuerpo como un violín de concierto. El
hombre que no esperaba volver a ver.

Aiden me miró fijamente durante un largo momento, pero no había


sorpresa en sus rasgos. Antes de que pudiera comprender por qué su
mandíbula no se abría como la mía, se aclaró la garganta.

—Llegan tarde. Mi cliente solo tiene una hora para esta reunión.

Mi cliente. Aiden era abogado.

Y estaba sentado en el lado equivocado de la mesa.

No. Ese hijo de puta.

No se sorprendió de verme porque sabía exactamente quién era yo.

Antes de que pudiera saltar sobre la mesa y acabar con la vida de ese
bastardo mentiroso e intrigante, Joann unió un brazo con el mío y nos
llevó a la mesa. Su mirada estaba fija en su esposo.
Riley vestía una camisa verde oliva y lucía, bueno… como la mierda.
Mierda completa. ¿Había estado bebiendo? Sus ojos estaban inyectados
en sangre. Su rostro estaba pálido. Y sus manos estaban moviéndose
nerviosamente, golpeando en rápida sucesión sobre la mesa. Tap. Tap.
Tap. Tap.

Eso iba a poner fastidioso. Y rápido.

Aiden debió haber pensado lo mismo porque se estiró y colocó una


palma sobre las manos de Riley, luego le dio a su cliente un asentimiento
tranquilizador.

—Llegan tarde. —El abogado de Joann se inclinó hacia nosotros


cuando nos sentamos, repitiendo lo obvio. Joann me puso en el asiento
del medio y luché contra el impulso de taparme la nariz cuando una
bocanada de su aliento infundido con café y cigarrillos golpeó mis fosas
nasales.

—Lo siento —dijo Joann—. Pero ya estamos aquí, así que


terminemos con esto.

Lanzó una mirada más a Riley, luego bajó la mirada a la mesa.


Oleadas de dolor y angustia irradiaban de su cuerpo. También venían de
la dirección de Riley.

Busqué a tientas su mano debajo de la mesa. En el momento en que


estuvo a mi alcance, ella agarró mis dedos con tanta fuerza que mis
nudillos crujieron.

—¿Deberíamos empezar? —Aiden agarró su bolígrafo y revisó la


hoja que tenía delante—. ¿Quién quiere ir primero?

—Nosotros. —El abogado de Joann se enderezó en su silla—. A mi


cliente le gustaría la casa, su carro y un perro. Er… —Buscó a tientas
entre sus propios papeles, en busca de una nota adhesiva—, Clarence.

Los ojos de Riley se abrieron como platos mientras Aiden se reía.


—¿Algo más? —preguntó Aiden.

—Todos los demás bienes se dividirán por la mitad en partes iguales.

—¿Algo más? —preguntó Aiden de nuevo.

El abogado de Joann negó con la cabeza.

—No.

El aire de la habitación se volvió silencioso y estático. Aiden miró


fijamente al abogado de Joann, su mirada inquebrantable. La tensión
aumentó mientras contenía la respiración, pero había estado en esta
situación muchas, muchas veces antes.

La primera persona en hablar era el perdedor.

El abogado de Joann mantuvo la boca cerrada. Tal vez no era tan


tonto después de todo.

Riley parecía que estaba a punto de salirse de su piel cuando el reloj


de la pared sonó marcando los segundos. El agarre de Joann comenzó a
temblar.

Lo sentí antes de la erupción. La grieta que daría paso a la


inundación.

Un momento estaba en silencio. Al siguiente, todos comenzaron a


hablar a la vez.

—El perro no es negociable. Clarence se queda con Riley —dijo


Aiden.

—No vas a llevarte a mi perro, Joann. ¡Es mío! —gritó Riley.

—Es mi perro —dijo Joann furiosa—. Yo lo compré.

—Podemos volver al tema del perro —dijo su abogado, ganándose


una mirada.
—¡Te odio por hacer esto! —Riley salió disparado de su asiento.

—¿Yo? —Joann fue la siguiente en ponerse de pie—. ¡Tú me hiciste


hacerlo! Estabas teniendo una aventura emocional. Le dijiste a esa mujer
nuestro asunto privado. ¿Cómo puedo confiar en ti otra vez?

—No lo sabía. Solo estaba paseando al perro. Mi perro.

—Y agitando las encías, contando nuestros secretos, mientras


paseabas a mi perro. —Ella señaló su pecho—. ¡Yo compré el perro!

—Y me lo diste. —Riley plantó las manos sobre la mesa y se inclinó


hacia adelante—. No te lo vas a llevar. No me vas a quitar todo.

—¿Qué te he quitado? —Joann levantó las manos.

—¿Qué hay de mi sofá?

—Esto va bien —murmuré mientras los dos profundizaban en viejos


argumentos.

Riley era un fanático de la limpieza. Joann era demasiado


desordenada. Ella había derramado salsa marinara en su sofá y la
mancha nunca había salido, así que ella compró uno nuevo en línea sin
consultarle primero. El argumento del sofá se transformó en otros. Riley
olvidó el cumpleaños de la madre de ella. A Joann nunca le agradó el
abuelo de él.

Mientras la pareja se enfurecía, me atreví a mirar a través de la mesa


a Aiden.

Sus ojos estaban esperando.

—Sabías quién era yo —le dije.

Dio un solo asentimiento.

—Sí.
—¿Y no pensaste que valía la pena mencionar que eres el abogado de
Riley? ¿Decirlo… antes de que me llevaras a la cama?

—No realmente.

Mi sangre comenzó a hervir. Me había mentido. Me había engañado.


Más tarde me sentiría avergonzada por no verlo como la serpiente que
obviamente era. Pero por ahora, iba a abrazar mi ira fría y helada y
obtener algunas respuestas.

—¿Pensaste que ayudaría con esta mediación?

—No.

—Entonces ¿por qué?

—Tengo una teoría. Estuviste disponible para pasar un buen rato el


sábado —dijo—. Pasamos un buen rato.

Ese buen rato ahora estaba arruinado gracias a la verdad. Bastardo.


Había contaminado tres, ¿o fueron cuatro?, orgasmos perfectamente
asombrosos.

—¿Por qué Joann no te reconoció? —Mi amiga estaba demasiado


ocupada gritándole a su esposo como para preguntarle a ella.

—No soy de Calamity.

—¿De dónde eres?

—Prescott. Un pueblo a una hora de aquí.

Parpadeé.

—Entonces, ¿adónde me llevaste el sábado?

Una sonrisa tiró de su boca.

—A la casa de Riley.
Me quedé boquiabierta.

—¿Qué?

—Él ya estaba noqueado. Estabas demasiado ocupada chupándome


la cara para darte cuenta.

Oh. Mi. Dios. Me había acostado con el enemigo bajo el techo de


otro enemigo. Y a este punto, había estado tan consumida con Aiden
que ni siquiera me había dado cuenta.

Cuando Aiden me había llevado dentro, habíamos sido una maraña


de extremidades y labios. Tenía mis piernas envueltas alrededor de su
trasero vestido de jeans Wrangler y él tenía sus manos debajo de la
cintura de mis pantalones.

—¿Fue un truco? ¿Fue por eso que me llevaste a casa de Riley?

Aiden apoyó los antebrazos sobre la mesa.

—No hubo trucos.

—Así que solo eres un mentiroso.

—Abogado. Lo llamamos abogado. ¿Qué estás haciendo aquí de


todos modos?

—Soy abogada. Yo. Una buena abogada. Tú eres un mentiroso.

Se encogió de hombros.

—Semántica.

¿Cómo pude ser tan imprudente? Como mujer que se enorgullecía de


su pensamiento racional y autocontrol, Aiden había sido una debilidad
momentánea.
Pero me gustaba. Me gustaba su honestidad, o lo que pensaba que
era honestidad. No había duda de que me había encontrado atractiva y
su sensata invitación a su cama había sido refrescante.

La estática entre nosotros hacía difícil respirar. Incluso ahora, se


transportaba a través de la mesa.

Excepto que todo era una mierda. No tenía sentido por qué me
llevaría a la cama. No había nada que ganar aquí. Ni siquiera sabía que
estaría en esta reunión. Aunque Riley podría haber especulado que, dado
que estaba en el pueblo, me uniría a ellos. ¿Aiden me había llevado a la
cama simplemente para jugar con la mente de Joann? ¿Para jactarse de
que se había tirado a su mejor amiga?

Tal vez pensó que… no importaba

—Me usaste.

—Al igual que tú me usaste. ¿No es por eso que “chocaste” conmigo?
¿Porque Joann te envió a mí para tratar de obtener información para esta
mediación?

—¿Qué? Estás delirando.

—Lo que digas, cariño. Ustedes dos jugaron conmigo como querían.
Excepto que tengo que jugar también.

—No tenía idea de quién eras. Joann tampoco.

—Quizás. O tal vez todo esto es un acto. No importa. Conseguí lo


que quería.

Sexo. Él había tenido sexo.

Mis manos se cerraron en puños.

—Creo que te odio.

—¡Te odio! —gritó Joann.


La mueca de Riley sacudió todo su cuerpo.

—Creo que terminamos aquí. —Me levanté de mi asiento—. Vamos,


Joann.

Entrelazó las manos con las mías mientras su abogado farfullaba para
que nos detuviéramos. Lo ignoramos y marchamos hacia la puerta. Mi
temperamento estaba tan caliente que no necesité mi abrigo cuando
salimos y nos adentramos en la nieve.

—Es el abogado de Riley. —Joann soltó un gruñido furioso—. ¡Ahh!

—No lo sabía. —Levanté mis manos—. Lo siento. No lo sabía.

—Así que te mintió.

—Sí.

Ella levantó la barbilla.

—Entonces les haremos pagar a ambos. Entra.

—¿A dónde vamos? —pregunté, subiendo a su auto y abrochándome


el cinturón de seguridad.

—Aiden debe ser uno de los amigos de Riley de Prescott. Deben


haber crecido juntos. Riley no habló de él, pero conoces a Riley. Tiene
un millón de amigos.

Siseó la palabra amigos, probablemente porque estaba pensando en su


amiga vecina.

—Aiden me llevó allí el sábado —le dije—. A casa de Riley. El


imbécil mentiroso.

Ella me dio una sonrisa maníaca.

—¿Tienes ganas de desquitarte?


—Sí. —La venganza no era algo en lo que me entretuviera a menudo,
pero para esto, haría una excepción.

Joann nos llevó a la casa de Riley y me devolvió a la escena del


crimen del sábado por la noche. Ella fue a la perrera y procedió a robar
a su perro.

Luego se quedó mirando mientras asaltaba la bolsa de viaje de Aiden.


Debe haber planeado pasar unos días en Calamity, probablemente para
el festival y esta reunión. Había empacado algo de ropa extra. Una
cuchilla para rasurarse. Desodorante.

Y un cepillo de dientes.

Fregué su cepillo de dientes en el inodoro de Riley, lamentablemente


limpio.

La venganza no sería dulce esta vez. No, sabría a agua de inodoro.

Toma eso, hombre trasero Wrangler.


3
—Tú.

Levanté la vista de mi computadora portátil y fruncí el ceño.

—Yo.

—¿Estás siguiéndome? —preguntó Aiden.

—Esa es mi línea, Archer.

—Eck. —Él retrocedió—. Acabas de degradar a mi apellido.

—Adiós. —Devolví mi atención a la pantalla y posicioné mis dedos


sobre las teclas, pero la sombra de Aiden no desapareció—. Sigues aquí.

—¿Hay algo mal con su mesa, señor? —La camarera apareció junto
a él, dos vasos de agua en sus manos.

—La mesa está genial. —Él le guiñó un ojo—. Gracias.

Mi estómago cayó mientras ella ponía los vasos de agua en la mesa


directamente al lado de la mía. No. Ni siquiera intenté esconder mi
gemido.

¿Qué hice para merecer esto? Donaba a la caridad. Era amable con
los niños y los perros. Pagaba mis impuestos y votaba en cada elección.
¿Y en respuesta estaba siendo torturada por este exasperante y engañoso,
aunque hermoso, hombre?

Aiden se paró entre nuestras mesas, quitándose el abrigo, dándome


una vista directa de ese perfecto trasero.

Maldito sea. Ese trasero era la razón que estaba en este predicamento.
La razón por la que no podía disfrutar de una pacífica comida de trabajo.
Con Aiden lo suficientemente cerca que podía oler los tonos especiados
a cedro de su colonia, no había forma de ser capaz de concentrarme en
contestar correos electrónicos.

Concéntrate, Lola. Sacudí mi cabeza y volví a leer el correo electrónico


que estaba revisando cuando Aiden llegó. Entonces le di clic en
responder y comencé a escribir.

—¿En qué estás trabajando? —El aliento de Aiden acarició mi


mejilla. Había menta fresca en su aliento, la misma menta que había
saboreado dentro de mi boca. Al hombre le debe encantar su goma de
mascar.

Me incliné más lejos de él antes de que los recuerdos del sábado


obtuvieran lo mejor de mí.

—¿Te importa? Esto es confidencial.

—Seguro que lo es —dijo sin emoción.

—Este pueblo es demasiado pequeño —murmuré. En Portland, no


tenía que preocuparme por toparme a alguien con quien dormí una
noche. No es que fuera frecuente que durmiera una noche con tipos para
toparme con ellos—. ¿Hay alguna razón por la que estés aquí? ¿Además
de atormentarme?

—Comida, por supuesto. ¿Cómo estuvo tu sándwich? —Hizo señas


al resto de mi sándwich de tocino, lechuga y tomate y algunas papas fritas
olvidadas sobre mi plato.

—Por favor, vete.

—Vete tú.

—Yo llegué primero. —Todo lo que le faltó a mi declaración fue


pisotear y bufar. Entonces hubiese sido la línea de una niña de cuatro
años.

Ese bastardo me había molestado.


Aiden sonrió, luego su mirada se desvió hacia el otro lado de la
habitación, a la puerta y su expresión cambió. Se había ido el brillo
diabólico en sus ojos. Una sonrisa se extendió en ese rostro cincelado y
mi corazón saltó.

Oh, detente. Mi reacción física hacia él se estaba volviendo molesta.


Pero incluso después de enterarme de su decepción en la reunión de
mediación de ayer, parecía que no podía ignorar su presencia.

Su sonrisa mostraba dientes derechos y blancos. Yo había lamido


esos dientes. Él los había usado para quitarme las bragas. Sus mejillas
estaban surcadas por líneas alrededor de su boca, la mayoría parecía ser
por reír y sonreír seguido.

Probablemente se había reído después de dejarme en su cama.

Lo odiaba. ¿Recuerdas, Lola? Odiar.

Siguiendo su mirada a través de la cafetería, vi a una mujer que se


dirigía hacia él. Una hermosa mujer. Eso dolió. Justo días después de
haberme llenado de atenciones y orgasmos, él tenía una cita para comer.

Espera. Mi estomago dolió.

—¿Ella es tu novia? —siseé.

Aiden no respondió.

De forma frenética busque un anillo en la mano de ella. Aiden no


usaba uno, pero ella tenía su abrigo sobre su brazo, escondiendo su mano
izquierda.

—¿Estás casado? —Por favor, dime que no he dormido con un


hombre casado.

—¿Celosa? —preguntó Aiden, deslizándose de su asiento cuando la


mujer se acercó.

—Contesta la pregunta.
Por supuesto el cabrón no contestó. Solo siguió sonriéndole a la
mujer que se apresuró a ir a sus brazos abiertos.

Ella le dio un fuerte abrazo y su propia sonrisa fue tan cegadora como
la de él. Luego ella dejó su abrigo sobre el respaldo de su silla y sus manos
comenzaron a moverse, comunicándose con él usando el lenguaje de
señas.

Aiden se rio a algo que ella le dijo con las manos, luego él le
respondió con señas, sus labios moviéndose con cada palabra. Él no era
tan rápido como ella, pero seguro que era fluido.

Hablaron y los miré descaradamente, perdida en la gracia de sus


movimientos.

Siempre había pensado que el lenguaje de señas era hermoso. En la


universidad, había un estudiante en una de mis clases de Ciencias
Políticas que necesitaba un intérprete. No podía recordar el rostro del
profesor para ese curso porque durante cada conferencia, me encontraba
mirando las manos del intérprete en lugar del hombre que hablaba.

Aiden hizo un gesto hacia la mesa y sacó la silla de la mujer,


sosteniéndola para ella mientras tomaba asiento. Luego se inclinó y le
dio un beso en la mejilla antes de regresar a su propio lugar, la silla justo
al lado de la mía.

Este era un lindo café, pero necesitaban poner más espacio entre las
mesas.

La mujer miró a su alrededor y sus ojos se posaron en mí.

Atrapada. Había estado mirando fijamente. Mis mejillas se


sonrojaron y me concentré en mi pantalla.

—No te preocupes por Lola —dijo Aiden, hablándole a la mujer, sus


manos moviéndose en el rabillo de mi ojo—. Ella se pregunta si eres mi
novia o mi esposa desde que me acosté con ella el sábado por la noche
después del Festival de Testículos.
Me quedé boquiabierta cuando mi rostro se giró hacia el suyo.

La mujer se rio, tapándose la boca con una mano. Su mano


izquierda. Sin anillo.

Yo no era una rompehogares. Oh, gracias a Dios. Pero él me había


hecho pasar por puta.

Mi cara se sentía diez veces más caliente. La última vez que había
estado tan avergonzada, había sido durante el tercer año de preparatoria
en Educación Física, cuando el maestro nos hizo jugar baloncesto. Uno
de los chicos había rebotado el balón en mi dirección y en lugar de
atraparlo con mis manos, lo atrapé con mi nariz.

Al sol de hoy, no tocaba pelotas.

Excepto las de Aiden.

Mi rubor se profundizó. En serio. ¿Por qué no podía dejar de pensar


en el sábado por la noche? Todo esto era su culpa. Hombre intrigante y
astuto, aunque sexy.

—Te odio —declaré.

—Dijiste eso ayer.

—Y sigue siendo tan cierto hoy como lo era entonces.

—Esta es mi hermana, Aspen —dijo Aiden, diciendo cada palabra


con señas—. Aspen, esta es Lola Jennings.

Parpadeé, sorprendida no solo porque era su hermana, sino porque


recordó mi apellido.

—H-hola.

—Hola —dijo ella con un gesto—. Encantada de conocerte.

—Igualmente.
Los ojos color avellana de Aspen eran tan brillantes como los de
Aiden. Su cabello castaño chocolate colgaba en mechones lisos y
sedosos. A diferencia de su hermano, ella poseía un cepillo.

—Ella es hermosa. —La voz de Aspen tenía un tono único, pero era
sensual y sus palabras claras.

—Gracias —dije.

Mientras Aiden decía:

—Sí, lo es.

Le lancé una mirada. No tenía permiso para dar cumplidos. Hoy no.
No después de avergonzarme frente a su hermana y sorprenderme como
abogado de Riley.

Aiden, inmune a mi ceño fruncido, simplemente se rio entre dientes.


¿De verdad disfrutaba cuando yo estaba enojada? Serpiente sádica.

—¿Vives aquí? —preguntó Aspen, girándose en su asiento para


mirarme a mí en vez de a su hermano.

—No, vivo en Portland.

Incluso mientras hablaba, Aiden habló con las manos. Pero estaba
claro que Aspen no lo necesitaba.

—Ella lee los labios —dijo Aiden—. Y tiene implantes cocleares para
poder oír. Obviamente, puede hablar. Hablamos con señas por
costumbre, supongo. Y porque así podemos hablar de ti y no sabrás lo
que estamos diciendo.

Aspen le hizo una seña con el ceño fruncido.

—Ella me llamó imbécil.

Me reí.
—No está equivocada.

Eso solo hizo que su sonrisa se ensanchara.

La camarera regresó y tomó su pedido. Usé eso como excusa para


volver a concentrarme en el trabajo e intentar reparar el límite invisible
entre mi mesa y la de ellos. No tenía sentido. En el momento en que la
camarera se fue, Aiden regresó de golpe.

—Lola está en la ciudad ayudando a una amiga a divorciarse —le


dijo a Aspen.

—No voy a hablar de eso. Eres el enemigo.

—Sabes lo que dicen de los enemigos. —Guiñó un ojo—. Mantenlos


cerca.

Ese guiño. ¿Por qué era tan encantador? Odiaba a los hombres cursis
y que guiñaban. Pero no se veía cursi en Aiden. Era… ¿juego previo?
Bueno, puede reservar esos guiños para otras mujeres. No más jugueteo
en la habitación de invitados de la casa de Riley para mí.

Devolví mi atención a su hermana.

—¿Vives en Calamity? ¿O también solo estás de visita?

—Vivo aquí. —Asintió—. Trabajo para el distrito escolar como


interprete. Ahora que Aiden ha regresado a Montana, lo hago conducir
para que me visite al menos una vez al mes.

—Sabes que me extrañaste —bromeó él.

Ella le sonrió y el cariño era imposible de pasar desapercibido. Como


hija única, era difícil no estar celosa.

—Si no estuvieras en Montana, ¿dónde estarías? —le pregunté a


Aiden—. ¿Visitando a Lucifer en los pozos del infierno para aprender
algunos trucos?
Aiden se rio.

—Cerca. Fui a la escuela de leyes en Texas.

—¿En qué trabajas, Lola? —preguntó Aspen.

—También soy abogada. Ejerzo en Portland.

—¿Pero no tienes licencia en Montana? —preguntó Aiden.

—Sabes que no. De lo contrario, definitivamente no estaríamos


hablando.

Aiden se reclinó más en su silla, relajándose como si fuera el dueño


del lugar. Su confianza rezumaba en el restaurante. Era lo que me había
atraído de él el sábado. Siempre me habían gustado los hombres que
sabían exactamente lo que querían. Y aunque me moriría antes de
admitirlo, su confianza en la mediación de ayer era parte de lo que me
había desconcertado tanto.

Eso y sus mentiras.

Por lo general, yo era la persona de la habitación con más confianza.


Yo era la mujer al mando y rara vez alguien me atrapaba por sorpresa,
especialmente cuando se trataba de asuntos legales. Ayer, Aiden había
cambiado los papeles y yo había perdido la compostura.

Ahora estaba haciendo lo mismo. Aiden me miraba como si me


hubiese resuelto. Me observaba como si estuviera guardando un secreto.

Pero ayer había aprendido la lección y ahora estaba en guardia.

Y no solo con Aiden.

Había un brillo en los ojos de Aspen que me ponía nerviosa. No


dejaba de mirar entre Aiden y yo, y no estaba segura de si confiaba en
que él interpretara o si se trataba de otra cosa.

—¿Qué tipo de derecho ejerces? —preguntó ella.


—Déjame adivinar. —Aiden levantó una mano antes de que pudiera
responder—. ¿Lesiones personales?

—Eres exasperante —murmuré, y luego esbocé una sonrisa para


Aspen—. Trabajo con niños. Soy abogada de interés público. Me
especializo sobre todo en el trabajo con niños, en defensa de acogida.
Últimamente, mi bufete se ha hecho cargo de algunos casos para ayudar
a niños refugiados en los tribunales de inmigración.

—Eso es maravilloso —dijo ella.

—Maldita sea —murmuró Aiden—. Era más fácil odiarte cuando


pensaba que eras una perseguidora de ambulancias.

—Al menos no soy abogada de divorcios.

Fingió ofenderse, pero haría falta algo más que mis pequeños golpes
para romper su coraza.

—No solo divorcios. Además, ¿qué tienen de malo los abogados de


divorcios?

Le hice un gesto con la mano.

—Seguro que sirven para algo.

—¿Te has divorciado alguna vez?

—No.

—Entonces no sabes lo útiles que podemos ser.

—Aiden iba a estudiar derecho corporativo —dijo Aspen—. Luego


su esposa le dejó y decidió ser su propio abogado de divorcios.

—Un error, lo admito. —Aiden suspiró—. Tanto la mujer como no


contratar a un buen abogado.
¿Estuvo casado? ¿Por qué eso me ponía celosa? Solo habíamos estado
juntos una noche. No tenía ningún derecho sobre Aiden, pero esa envidia
se arrastraba por mis venas como lodo.

—Lo siento. —¿Cuál era la forma educada de comentar el divorcio


de alguien? Nunca había estado segura de cuál era el pésame apropiado.
O la felicitación.

Aiden se encogió de hombros.

—Nos casamos en la universidad. Los dos éramos demasiado


jóvenes. Busqué un abogado para el divorcio y me di cuenta de que no
podía permitírmelo. Mi ex, en cambio, encontró un abogado bastante
bueno y su equipo salió victorioso.

—Probablemente porque se lo pagaron sus padres. —Aspen puso los


ojos en blanco—. Ella nunca me agradó. Era demasiado… —Miró a
Aiden y le hizo una seña.

Él se rio.

—¿Qué? —le pregunté.

—No se lo digas, Aiden. —Aspen soltó una risita—. No fue


agradable, y como acabamos de conocernos, no quiero que piense que
soy grosera. Digamos que su ex era remilgada.

—Ah. —Sonreí, con la imaginación desbordada por el término que


había utilizado. Hasta hoy no me había dado cuenta de que había
obscenidades en el lenguaje de señas. Tenía sentido. No se me había
ocurrido antes.

—Era remilgada. Y malvada. Robó mi auto —explicó Aiden—. Era


un Mustang antiguo que reconstruí en la universidad. Érase una vez,
quise ser ingeniero. La razón por la que no podía permitirme un abogado
era porque gastaba mi dinero extra en piezas. La mayor parte de su
dinero extra también. En el divorcio, ella pidió el auto y ganó. Diez días
después de la sentencia, lo vi estacionado en mi antiguo patio con un
cartel de Se vende en el parabrisas. Me rompió el corazón desprenderme
de ese auto.

No la mujer. Interesante. Estaba más molesto por ese auto.

—¿Y pasaste de ser un recién divorciado, aspirante a ingeniero, a un


estudiante de derecho?

—Más o menos. Terminé la carrera en la Universidad Estatal de


Montana y decidí presentarme al LSAT. Quería irme lo más lejos posible
de Montana y de mi ex, así que encontré una facultad de Derecho en
Texas. Me licencié y trabajé en un bufete de allí durante un par de años.
Luego me mudé a casa, a Prescott, hace unos seis meses.

La historia era entrañable. Todo el almuerzo, en realidad. Ver la


relación de Aiden con su hermana y aprender un poco sobre su pasado
me estaba ablandando hacia él. Casi lo suficiente como para olvidar
cómo me había engañado. Casi.

Antes de que eso cambiara, era hora de irme y poner algo de distancia
entre Aiden Archer y yo.

Cerré mi computadora y la guardé mientras la camarera llegaba con


sus comidas. Pagué la cuenta, me puse de pie, me puse el abrigo y le
sonreí a Aspen.

—Fue un placer conocerte.

—Igualmente.

—Aiden, fue… —No me molesté en terminar mi oración. Me colgué


el bolso del hombro y me alejé.

—¿Lola? —llamó.

Me giré y arqueé las cejas.

—¿Sí?
—Ya nos veremos.

—Lo dudo.

—Este es un pueblo pequeño.

Ladeé la cabeza.

—¿Por qué eso suena como una amenaza?

—Una promesa.

Maldito sea este hombre por hacerme querer sonreír.

—Lo dudo.

Pero para mi disgusto, quería volver a verlo. Incluso si fuera para


discutir y lanzar insultos de ida y vuelta. El almuerzo de hoy había sido…
entretenido.

Aiden juntó los dedos frente a su barbilla. Había un desafío en su


mirada.

Excepto que no había competencia para que él ganara. Me iría en


cuatro días. Hasta mi partida, pasaría la mayor parte de mi tiempo con
Joann. Ella trabajaba durante el día, de ahí mi almuerzo de trabajo sola.
Pero nuestras tardes las pasaríamos juntas y ella se tomaría el viernes
libre para que pudiéramos pasar el día juntas.

¿Aiden ya había planeado otra sesión de negociación con Riley y


Joann de la que aún no había oído hablar? Le aconsejé esta mañana que
simplemente le dejara esto a su abogado y lo dejara pelear con Aiden.
Era demasiado doloroso para ella estar en esa habitación con Riley.
Joann lo amaba a pesar de todo. Riley también la amaba.

Pero se estaban divorciando.

Y yo volvería pronto a casa.


—Adiós. —Me alejé dos pasos, pero luego me detuve y me di la
vuelta. Ayer, en casa de Riley, había sido un punto bajo. Una parte de
mí se sentía justificada al castigar a Aiden por sus mentiras. La otra parte
de mí se sintió culpable por algo tan infantil. Tenía dientes realmente
geniales. No merecían sufrir—. Ah, y ¿Aiden?

—¿Sí?

—Es posible que quieras comprar un cepillo de dientes nuevo.

Su frente se arrugó.

—¿Qué?

Le di mi propio guiño.

—Adiós.

—¿En serio? —Quedé boquiabierta cuando Aiden entró a la


cafetería.

—Hola, Lola. —No fue al mostrador a pedir una bebida. No,


simplemente se dejó caer en la silla junto a la mía.

—¿Me seguiste hasta aquí desde el café?

—Técnicamente. Aunque técnicamente, estás en mi oficina. Este es


mi lugar de trabajo favorito cuando estoy en Calamity.

—Hablando de eso, ¿por qué sigues en Calamity? ¿No tienes un perro


que cuidar en Prescott? ¿Una caja de arena para vaciar? Has visto a tu
hermana. Has pasado tiempo con Riley. ¿No necesitas ir a casa?

—No hay perro. Ni gato. Y ha sido divertido aquí esta semana.


Olvidé cuánto amaba a Calamity. Así que hoy no habrá prisa para mí.

—No me dejarás en paz, ¿verdad?


Sacudió la cabeza.

—No. Pero…

—No me gusta la gente que dice pero y deja de hablar.

—Pero…

Entrecerré los ojos.

—Realmente eres exasperante.

—Lo sé. —Sonrió—. ¿No es genial?

—¿Por qué estás aquí? Porque no tienes una computadora, así que
no finjas que estás aquí para trabajar.

—Tengo una propuesta para ti.

—No. De ninguna manera. Hicimos eso el sábado, ¿recuerdas?

Aiden sonrió y, maldita sea, mi corazón dio un vuelco.

—Ah, lo recuerdo. Y fue fenomenal. No lo niegues.

—No lo haré. —La noche del sábado había sido una de las más
memorables de mi vida. Nunca antes el sexo había sido tan increíble. Y
Aiden me había hecho sentir más ligera. Después de trabajar setenta
horas a la semana en casos agotadores y desgarradores, necesitaba
ligereza—. Pero eso no significa que te perdone por mentirme.

—¿Me perdonarías si me disculpara?

—¿Es este otro de tus trucos?

—No vas a ceder ni un centímetro, ¿verdad?

Negué con la cabeza.

—No.
—Bien. Me gusta eso de ti. —Sonrió y, por primera vez, no fue
maliciosa ni juguetona. Era genuina y orgullosa. Me recordó mucho a
las sonrisas que me había dado el sábado por la noche—. No sabía quién
eras hasta que Riley encontró a Joann. Me quedé atrás para darles un
poco de espacio. Y para entonces, estaba bajo tu hechizo. Debí haberte
dicho quién era, pero eras demasiado hermosa. No quería irme.

—Oh. —El aire salió de mis pulmones. En cuanto a las disculpas, eso
fue, bueno… perfecto.

—El sábado por la noche no fue un truco. Te deseaba. Mucho. Pensé


que tal vez estabas jugando conmigo, pero no me importó. No ganaba
nada con eso.

—¿Ningún beneficio?

—Legalmente. —Se rio—. Ninguna ganancia legal. Obviamente,


conseguí algo esa noche.

—A mí. Me atrapaste.

Estiró la mano para tocar un mechón de mi cabello y colocarlo detrás


de la oreja, pero se detuvo antes de que sus dedos tocaran el mechón. En
su lugar, se pasó una mano por su propio cabello.

—¿Tregua?

—¿Cómo sabes que no estoy jugando contigo?

Soltó una carcajada tan fuerte que llamó la atención de las mesas
cercanas.

—No. Ayer estabas demasiado enfadada. No creo que seas tan buena
actriz.

—Ayer sospechaste que choqué contigo a propósito. Que intentaba


conseguir información para la mediación.
—Cambié de opinión. Cuanto más estoy cerca de ti, más me doy
cuenta de que estoy realmente bajo tu piel.

Crucé los brazos sobre mi pecho.

—¿Y crees que podemos hacer una tregua?

Asintió.

—Síp.

Habría sido más fácil guardarle rencor si no le creyera.

—Bien.

—Excelente. Ahora volvamos a mi propuesta. —Agarró mi taza de


café y bebió un trago.

—¡Oye!

Lo desestimó con un gesto.

—Te lo mereces después de lo que le hiciste a mi cepillo de dientes.

—Me parece justo.

—Volvamos a mi proposición.

—Estoy ansiosa —dije secamente, golpeando la mesa con los dedos.

—Joann y Riley.

—Oh, no. —Levanté las manos antes de que pudiera continuar—.


No me voy a involucrar. Solo fui a la mediación como apoyo moral.

—¿De verdad quieres ayudar a tu amiga?

—Por supuesto.

—Bien. Porque vamos a conseguir que vuelvan a estar juntos.


4
Aiden Archer era un romántico.

No me lo esperaba.

Después de que ayer me explicara su plan en la cafetería, no había


podido resistirme. Joann y Riley se amaban. Puede que se les diera fatal
comunicarse, pero aprenderían después de una década de matrimonio.
Ojalá.

—Este es un bonito cine. —Miré el vestíbulo, fingiendo asimilarlo


todo cuando, en realidad, buscaba a Aiden.

Habíamos intercambiado números de teléfono. Luego, mientras


Joann estaba en el trabajo, nos habíamos reunido hoy temprano para
discutir la Operación Reconciliación.

Era básico. Poner a Joann y a Riley en el mismo lugar y esperar que


hablaran, no que pelearan. Me quedaban tres días en Calamity e íbamos
a usar los tres días completos si era necesario.

Esta noche, estaríamos en el cine. No era un lugar grande. El


vestíbulo era lo suficientemente grande como para una taquilla, un
pequeño puesto de comida y una sala para moverse entre las dos salas.

—Es bonito, ¿verdad? —Joann sonrió.

—Superlindo. —Oh, mi adorable Joann. Totalmente ajena a que la


estaba traicionando descaradamente.

Por su propio bien.

—Buena idea lo de la película —dijo—. No he estado aquí en años.

—¿Tú y Riley no salían al cine?


—No. —Ella frunció el ceño al mencionar su nombre—. No desde
que tuvimos a Clarence. No quería dejar al cachorro solo en casa.

El pobre, dulce e inocente Clarence era la razón por la que su familia


se estaba separando. Riley colmaba de afecto a su perro cuando también
debería haber repartido esa atención entre su esposa.

Y Joann se había puesto celosa. Era algo que nunca admitiría, sobre
todo porque había comprado el perro. Era demasiado testaruda para
decirle a Riley que dejara de mimar al perro y recordara que estaba
casado.

—¿Buscamos asientos? —preguntó.

No había rastro de Aiden y Riley, lo que significaba que estaban en


el cine. Perfecto.

—Um… ¿qué pasa con la comida?

—Piedra, papel o tijera para quien tenga que esperar en la fila.

—Bien. —Escondí una sonrisa. Me lo estaba poniendo demasiado


fácil.

En la universidad, Joann y yo siempre jugábamos a piedra, papel o


tijera para ver quién se quedaba con los bocadillos. Sus hábitos no habían
cambiado. Ella iba por la roca primero.

—Uno. Dos. Tres —dije, sonriendo ante su previsibilidad—. Papel


cubre la roca.

—Maldición —murmuró—. Está bien, ¿qué quieres?

—Palomitas. Coca-Cola light. ¿Compartimos unos caramelos?

—Claro. ¿Cuáles?

—Sorpréndeme. —Agarré el abrigo de su brazo y entré en el cine,


escudriñando cada fila mientras caminaba.
Y allí estaban.

Tal y como habíamos planeado, Aiden estaba sentado en el centro de


la sala con Riley a su lado. También según el plan, yo tenía los asientos
situados justo detrás de los suyos. Si hubieran estado llenos, me habría
sentado delante de ellos.

Las luces eran tenues y empezaron los preestrenos cuando me


acomodé en el asiento. Aiden no me devolvió la mirada ni dijo una
palabra, pero era consciente de ello. Se sentó un poco más recto. Se
aclaró la garganta, como si pudiera sentir mi aura en la habitación y la
electricidad entre nosotros.

Se estaba reproduciendo el tercer adelanto cuando Joann se arrastró


por la fila, agachándose para no bloquear la pantalla de las personas
detrás de nosotros. El cine no estaba lleno, pero estaba lo suficientemente
ocupado como para evitar que Joann y Riley se pelearan a gritos.

Joann había llevado a Clarence a casa de Riley el domingo, pero se


había asegurado de que él no estuviera allí cuando volvió a poner al perro
en su perrera. Aparte de los mensajes de texto, no habían hablado desde
la pelea a gritos durante la mediación.

El objetivo de esta noche no era dejar que Riley y Joann hablaran.


No, no. Hablar era malo. El plan de esta noche era exactamente el
contrario. Queríamos que se vieran. Saber que estaban al alcance de la
mano. Y que no tenían más remedio que sentarse allí y sufrir.

Una película era la oportunidad perfecta porque no podían lanzar


golpes.

Joann sonrió, aún sin tener idea de su entorno, y se dejó caer en su


asiento. Me entregó mi refresco y me dio el cubo de palomitas de maíz.

—Estos son grand… ¿qué diablos?

Había visto la parte de atrás de la cabeza de Riley.


—¿Qué? —Fingí inocencia.

—¿Qué? —siseó, señalando con el dedo a su esposo—. ¿Cómo no los


notaste?

—¿A quiénes?

Señaló de nuevo, con los ojos desorbitados.

—Oh. —Hice una mueca—. Lo siento. Estaba mirando mi teléfono.

Su expresión se aplanó.

—Me estás matando.

—¿Te importa? —Aiden se giró—. Estamos tratando de ver una


película.

—Tú. —Agarré una palomita de maíz del balde y se las tiré a la


cabeza. No era parte del acto, pero fue divertido de todos modos.

—Yo. —Metió el grano en su boca y sonrió mientras masticaba.

Riley se giró y, por un brevísimo segundo, su rostro se iluminó de


alegría. Entonces cayó.

—Hola.

—Hola —murmuró ella.

—Tal vez deberíamos irnos —sugerí, luego contuve la respiración.


Di no. Di no. Di no.

—No —dijo Joann. Dios, amaba a mi obstinada amiga. De ninguna


manera dejaría que Riley la sacara del cine—. Ya pagamos una fortuna
y quiero ver esto. Si ellos se sienten incómodos, pueden irse.

Riley se movió para ponerse de pie, pero Aiden arrojó su brazo sobre
el respaldo de los asientos y cruzó un tobillo sobre una rodilla.
—No estoy incómodo. ¿Y tú, Riley?

Una pregunta y había arrinconado a Riley.

—Para nada. —Riley volvió a su asiento, lanzó una última mirada a


Joann y luego miró hacia la pantalla.

Durante dos horas, se sentó rígido como una tabla. Joann usó su
energía nerviosa para devorar todo el cubo de palomitas de maíz y una
caja de M&M de maní mientras yo luchaba por mantener mi atención
en la pantalla.

Mi mirada siguió vagando hacia el cabello despeinado de Aiden.


Podía parecer un desastre, pero era tan suave como la seda que tuve que
sentarme sobre mis manos para no caer en la tentación de tocarlo. Era
imposible concentrarse con él tan cerca.

Aiden era el único que no parecía afectado por nuestra proximidad.


Ni una sola vez se giró para mirar. Ni una sola vez se acomodó o
inquietó. Disfrutó de la película, y cuando terminó, se puso de pie y me
dio esa sonrisa cegadora.

—Buena película.

Se me secó la boca cuando estiró los brazos por encima de la cabeza.


La camiseta que llevaba puesta se le subía por las costillas, mostrando un
indicio de los duros abdominales debajo. La cinturilla de sus jeans estaba
baja en la V de sus caderas.

Aiden se inclinó para recoger el abrigo que se había caído al suelo, y


en ese único movimiento, me hizo babear. El trasero musculoso y
esculpido que me había metido en este lío en primer lugar estaba allí para
mi placer visual.

—Vamos, Lola.

Parpadeé, apartando los ojos del delicioso trasero de Aiden.


Joann tenía las manos en las caderas, el abrigo puesto y la basura de
la comida reunida para tirarla al basurero.

—Lo siento. —Saltando a la acción, me apresuré a recoger mi abrigo


y mi cartera, luego la seguí mientras corría por el pasillo.

No le dedicó ni una mirada a Riley. Ni una. Había soportado la


película, pero ese era el límite.

Maldición.

¿Esto iba a funcionar? Sí, habían pasado dos horas en la misma


habitación, pero no habíamos logrado nada.

Antes de que Joann pudiera apresurarnos a salir por la puerta, di una


última mirada por encima del hombro a Aiden. Como si supiera los
miedos que se arremolinaban en mi cabeza, me dio un asentimiento
tranquilizador.

Espero que sepas lo que estás haciendo, Archer.

—Esto no está funcionando —susurré.

—Demonios. —Aiden se pasó una mano por el cabello, haciendo que


las puntas sobresalieran en todos los ángulos—. Esos dos son
malditamente tercos.

Habíamos pasado de Joann gritándole a Riley en la sala de


mediación a una película tensa e incómoda en la que ella le clavaba
puñales en el cuello con la mirada. Ahora había silencio durante la cena.
Silencio total y absoluto. Ni siquiera me dirigía la palabra.

Fue tan malo que al final me escapé de la mesa y del estruendoso


ruido de su tenedor y su cuchillo para ir al baño. Aiden, que no se dejó
detener por el letrero del baño de mujeres, se había colado detrás de mí.
Por suerte, no había más mujeres en los cubículos.

—Quizá deberíamos haber elegido otro restaurante —dijo Aiden.

Cuando solo quedaban dos noches, Joann y yo habíamos decidido ir


al restaurante más lujoso de Calamity. Se suponía que era una
celebración, no solo por mi visita, sino por su inminente divorcio.

En realidad, había sido una sugerencia mía porque Aiden también


había traído a Riley.

En cuanto entraron por la puerta, Joann se quedó callada.

Riley, en cambio, había decidido jugar al revés. Se reía. Hablaba con


otros clientes. Bromeaba con Aiden en su mesa, a dos pasos de la nuestra.
Riley hacía tanto alarde de pasárselo bien que estaba claro que se sentía
miserable.

Y cada vez que su voz atravesaba la habitación y llegaba a los oídos


de Joann, ella se hundía un poco más en sí misma.

La tortura no era lo que yo quería para mi amiga.

—Nos vamos —le dije—. No puedo hacer que se siente y aguante


esto. Se siente miserable.

—Riley también. —Aiden cerró los ojos y exhaló un profundo


suspiro—. Está fingiendo.

—Tal vez deberíamos cancelar lo de mañana por la noche.

Se suponía que arrastraríamos a nuestros amigos a Jane’s, el bar


local. Después de dos días consecutivos viéndonos, Aiden y yo
esperábamos que entablaran conversación. Que se dieran cuenta de lo
mucho que se extrañaban.

Y después de unas copas, se desinhibirían y se lanzarían directamente


al sexo de reconciliación.
Era un sueño. Un sueño tonto. Joann y Riley eran mundos aparte.
Quizá ya habían aceptado lo que Aiden y yo aún no.

Habían terminado.

Nuestras acciones solo los lastimaban a ambos.

—Eso no salió como esperaba —dije.

—Yo tampoco. —Aiden suspiró—. No soy de los que se rinden,


pero…

—Otra vez ese pero.

Sonrió.

—Tenía que decirlo.

Se hizo el silencio en el baño, incómodo y largo. Observé la papelera


rebosante de toallitas. Las gotas de agua secándose junto a los dos
lavabos. ¿Por qué no podía despedirme e irme? ¿Por qué tenía la
sensación de que me iba a perder algo al salir de aquí?

—Bueno, lo intentamos —dije, prolongando lo inevitable.

—Yo… —Se frotó la nuca.

—Gracias por intentarlo…

La puerta se abrió y entró una mujer. Se quedó boquiabierta cuando


vio a Aiden.

—Oh, uh… —Ella comprobó la puerta para ver si tenía el baño


correcto.

—Lo siento. Soy de mantenimiento. —Aiden le sonrió mientras la


mentira se le escapaba de la lengua—. El baño está descompuesto, y no
quieres entrar aquí. —Arrugó la nariz mientras la acompañaba a la
salida. En cuanto se hubo ido, cerró la puerta de un portazo y giró la
cerradura—. ¿Dónde estábamos?

—Ya me iba. Es hora de poner fin a esta horrible idea.

—¿Horrible? —Apretó la mandíbula—. No era horrible. Y formaste


parte de ella tanto como yo.

—Estuve de acuerdo, pero fue idea tuya. Tú me lo propusiste,


¿recuerdas? Debería haber sabido que no funcionaría con Joann. Es
demasiado testaruda. Y deberías haber sabido que Riley…

Mi estómago se hundió. Espera. ¿Había caído en otra de las trampas


de este hombre? ¿Me la había jugado otra vez?

—Riley, ¿qué? —preguntó Aiden.

—Sabías que no volverían, ¿verdad?

—¿Eh?

—¿Era este otro de tus trucos? Tal vez pensaste que ablandarías a
Joann, y luego, cuando llegara el momento de volver a la sala de
mediación, estaría más dispuesta a ceder ante Riley. —Oh. Dios. Mío.
¿Cómo no había pensado en eso?—. Fue eso, ¿no? Siempre se trató de
ganar el divorcio. Sobre conseguir a Clarence.

—¿De qué estás hablando?

Me quedé boquiabierta.

—No puedo creerlo. ¿Ganar es realmente tan importante? Ella es una


persona. Es una persona hermosa y maravillosa con el corazón roto
porque tu cliente —Lo pinché con el dedo en el pecho—, es un cabrón
infiel.

—Riley no fue infiel.

—Emocionalmente, la engañó. Traicionó su confianza.


Aiden se quedó boquiabierto.

—¿Lo dices en serio?

Oh, sí. Hablaba en serio. Mis ojos se entrecerraron.

—Aléjate de mí. Aléjate de Joann.

Aiden negó con la cabeza, estupefacto.

—¿De verdad crees que lastimé a Joann para que Riley se quedara
con el perro en el divorcio?

—Sí. —Tal vez.

Hizo una mueca. Un destello de dolor cruzó su rostro y supe que lo


había leído todo mal. En el transcurso de treinta segundos, torcí sus
acciones en mi cabeza y actué como una idiota. ¿Qué estaba mal
conmigo? ¿Realmente me había vuelto así de cínica? Veía mucha gente
mala en mi trabajo, gente que lastimaba a los niños. Pero eso no
significaba que todos los adultos fueran monstruos. Ciertamente no el
hombre parado frente a mí.

—Aiden, yo…

No me dio tiempo para disculparme. Abrió la cerradura de la puerta


y desapareció en un instante.

Cuando regresé al comedor, su mesa estaba vacía.

—Necesito una margarita.

Me levanté del sofá antes de que Joann terminara su oración.

—Brillante idea.
Ella se rio, poniéndose de pie también.

—Entonces vamos a Jane’s.

Jane’s. Abrí la boca para detenerla, pero me tragué mis palabras.


Calamity Jane’s era el bar donde Aiden y yo habíamos planeado
organizar nuestro tercer encuentro con Joann y Riley. Lo último que
quería antes de irme por la mañana era admitirle a mi amiga que Aiden
y yo habíamos estado conspirando contra ella.

Pero él no traería a Riley, ¿verdad? Dudaba que Aiden quisiera volver


a verme después de mis acusaciones en el baño de anoche.

Así que cuando me arrastró por la puerta, no protesté. Jane’s será.

Quince minutos más tarde, después de que decidimos que arreglarnos


era innecesario, estábamos en una mesa con dos margaritas frescas. El
bar tenía una proporción de tres a uno de hombres a mujeres, y una
proporción de diez a uno de letreros de cerveza a hombres. Estaba oscuro
y tenía un ligero olor a humo. La cantinera, de quien Joann me había
informado que también era la propietaria, parecía que se habría sentido
cómoda viviendo en los días en que los vaqueros ataban sus caballos a
postes en el frente y resolvían los desacuerdos con pistolas en lugar de
abogados.

Realmente no había nada como un bar de pueblo pequeño en


Montana.

—Salud. —Levanté mi copa—. Por tu nuevo estado de soltera.

—Salud. —Chocó su vaso con el mío y cada una tomamos un largo


sorbo—. Desearía que no te fueras. Se siente como si acabaras de llegar.

—Lo sé. —La semana había pasado demasiado rápido.

Joann había tenido que trabajar toda la semana y, aunque había


hecho todo lo posible para despejar mi agenda, había dedicado mi
tiempo a mantenerme al día con correos electrónicos y atendiendo
llamadas ocasionales. Estaba atrasada en un caso, y cuando volviera a
casa, tendría que luchar para ponerme al día. Por desgracia, con mi cita
en la cafetería con Aiden para hacer de casamentera, la semana resultó
estar llena de distracciones.

Es decir, una hermosa distracción.

Un hombre que dudaba que volvería a ver.

—La próxima vez, tal vez puedas venir a visitarme por una semana
—le dije.

—Me gustaría eso. Ha pasado un tiempo desde que estuve en Port…


nooooooo. No otra vez —gimió, su mirada viajó más allá de mi hombro
hacia la puerta.

—¿Qué? —Me giré y mi corazón se detuvo.

Aiden estaba sonriendo mientras entraba por la puerta. Detrás de él,


Riley se reía. Los dos entraron al bar, encogiéndose de hombros y
golpeando sus botas mientras escaneaban la habitación.

La risa de Riley murió y ambos hombres palidecieron cuando nos


vieron en una mesa.

—¿Por qué? —susurró Joann—. ¿Por qué no puedo evitarlo?

Me giré hacia la mesa y le di una sonrisa triste.

—Pueblo pequeño. Por supuesto que te encontrarás con la persona


que no quieres ver. Pero es más que eso. Yo, um… tengo una confesión.
Mejor toma un trago.

Ella obedeció cuando le expliqué que Aiden y yo habíamos tramado


un plan para tratar de forzar una reconciliación. El dolor en su rostro me
hizo sentir como la caca de Clarence.

—¿Por qué harías eso? —preguntó.


—Porque te quiero. —Me estiré sobre la mesa y cubrí su mano con
la mía—. Y porque amas a Riley y Riley te ama a ti. Esto es una locura,
Joann. Lo estás castigando. Y a ti misma. Ese hombre te quiere mucho.
No hay forma de que tuviera una aventura emocional. Eres la única
mujer que puede ver.

—Le habló a esa mujer de nosotros. Acerca de mí. ¿Tienes idea de lo


humillante que es que todo el pueblo sepa que no puedo quedar
embarazada?

—Riley no debería haberlo hecho. Tienes razón en estar enojada.


Pero sospecho que fue porque se sentía tan perdido como tú.

Por un breve momento, pensé que mis palabras se asimilaron. Luego


su mirada se endureció, tomó las llaves de la mesa y salió disparada de
la silla.

—Joann. —Intenté detenerla pero ya se dirigía hacia la puerta—.


Maldita sea.

Me apresuré a recoger mi bolso y mi abrigo, me puse de pie y dejé


caer algo de dinero en efectivo sobre la mesa para pagar nuestra cuenta.
Cuando me di la vuelta, lista para correr detrás de mi mejor amiga,
choqué contra una pared.

—Uff.

—Lo siento. —Las manos de Aiden llegaron a mis bíceps,


estabilizándome. Luego me soltó como si le ardieran las manos y se alejó
un paso.

—Tengo que irme. Tengo que alcanzar a Joann.

—Riley corrió tras ella.

Miré más allá de él justo a tiempo para ver la puerta cerrarse y el lugar
donde Riley había estado vacío.
—Oh.

—Le hablé de… ya sabes. Estaba enojado. Me dijo que le debía unos
tragos en el bar. No pensé que vendrías.

—Yo tampoco pensé que estarías aquí. Acabo de decirle a Joann por
qué parece que no puede evitar a Riley. No está muy feliz conmigo.

—Puedo ver eso. —Retrocedió otro paso—. Cuídate.

—Aiden. —Me estiré para él, rozando su brazo para que se


detuviera—. Sobre lo que dije en el baño ayer, lo siento.

—No piensas mucho de mí, ¿verdad?

—No, al contrario. Para un hombre que no conozco muy bien, tengo


miedo de admitir que tal vez pienso demasiado. La verdad es que anduve
buscando una razón para no confiar en ti para olvidarte cuando me fuera
de aquí. Solo que no sé si alguna vez lo haré.

Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera considerar las


ramificaciones. Mis cartas estaban sobre la mesa, pero no había forma
de ocultarlo.

Aiden me gustaba. Me gustaba mucho.

Y eso me asustó muchísimo.

—Será mejor que me vaya y vea cómo está Joann —le dije mientras
estaba allí, sin hablar—. Si es que no me ha dejado. Es una larga
caminata en el frío hasta su casa. ¿Calamity tiene Uber?

Sacudió la cabeza.

—Gracias. —Me armé de valor y le tendí la mano—. Fue un placer


conocerte, Aiden Archer.

Su agarre envolvió el mío, pero fue su mirada la que me mantuvo


cautiva.
—Lo mismo para ti, Lola Jennings.

Aiden Archer.

Una sorpresa inesperada. Un hombre que no olvidaría por mucho,


mucho tiempo.

Me acerqué, poniéndome de puntillas para darle un beso en la


mejilla.

—Adiós.

—Adiós.

Mi corazón estaba en mi garganta con cada paso hacia la puerta. Esto


era lo mejor. Era hora de volver a Portland y reanudar mi vida normal.

Así que no miré atrás.

Hasta que dijo mi nombre.

—Lola, espera.
5
—Sí —dije sin aliento. Aiden no me había hecho una pregunta, pero
lo que sea que quisiera, la respuesta era sí.

Se acercó y el resto del bar se desvaneció en las sombras.

—¿Cuándo te vas?

—Mañana. —Joann me conduciría las dos horas hasta Bozeman,


luego me subiría a un avión y regresaría a Portland antes de la cena.

—Entonces quiero esta noche. —Sus manos acariciaron mi cabello


mientras se inclinaba, rozando sus labios contra los míos—. ¿Qué dices?

—Digo que sí. —Una sonrisa tiró de mi boca cuando me dio otro
beso. Cerré los ojos, lista para que me devorara por completo, pero de
repente el calor de su pecho desapareció y yo estaba dando vueltas.

Aiden agarró mi mano y me arrastró fuera del bar, sus largas


zancadas me hicieron trotar para mantener el ritmo.

Escaneé la acera, buscando a Joann, pero no estaba a la vista. Sin


embargo, su auto todavía estaba donde lo habíamos estacionado. Tal vez
había dado la vuelta a la cuadra.

—Soy una horrible amiga —dije mientras Aiden me llevaba


rápidamente a su camioneta. Lo correcto sería ir a su casa y pedirle
perdón. Pero Aiden… esta era la última noche. En lo profundo de mi
alma, sabía que si no aprovechaba esta oportunidad para pasar una
última noche juntos, lo lamentaría por el resto de mis días.

—Envíale un mensaje. Ella estará bien. —Desbloqueó las puertas y


abrió la puerta del asiento del pasajero.
Salté adentro, tomando su rostro entre mis manos antes de que
pudiera escapar. Estaba a punto de robar el beso que quería en el bar,
pero él negó con la cabeza y se liberó.

—Si te beso ahora, nunca llegaremos a la cama. Y realmente te


quiero en la cama.

Me reí.

—Bueno.

Los ojos de Aiden estaban fijos en los míos, la lujuria se arremolinaba


en sus colores brillantes cuando me dio esa sonrisa maliciosa.

—Tengo una sorpresa para ti.

—Odio las sorpresas.

—¿Por qué eso no me sorprende? —Cerró la puerta de un portazo,


corrió hacia el lado del conductor y no perdió el tiempo para llevarnos a
la carretera.

—¿Qué pasa con Riley? —Aiden lo había dejado tan rápido como yo
me deshice de Joann.

—Es un chico grande. Sabe cómo llegar a casa.

—¿No crees que será incómodo si llega a casa más tarde y nos
escucha teniendo sexo?

Mi pregunta me valió un encogimiento de hombros.

—Aiden —le advertí.

—Shh. Confía en mí.

Confiaba en él. Después de menos de una semana juntos, confiaba


en él, a pesar de mis acusaciones en el baño. Tal vez porque era un buen
amigo de Riley y hermano de Aspen. Tal vez porque había sido honesto
conmigo. Tal vez porque estaba pasando algo entre nosotros que se
sentía… significativo.

Así que me senté en silencio, mis rodillas rebotando con anticipación,


mientras nos conducía a través de Calamity.

—Esta no es la casa de Riley —susurré cuando se detuvo en un


camino desconocido. La casa de una sola planta era pequeña pero
encantadora y pintoresca. La luz de la ventana arrojaba un suave
resplandor sobre el patio cubierto de nieve.

—Es un alquiler vacacional. Me mudé aquí ayer por la mañana.


Antes del restaurante.

—¿Por qué?

Se detuvo en el camino de entrada y estacionó. Luego se inclinó hacia


adelante, con una muñeca colgando sobre el volante mientras giraba para
mirarme.

—Adivina.

—Por mí.

—Esperaba que tal vez pudiéramos tener otra noche antes de que te
fueras. Y pensé que estarías más cómoda aquí.

Mi corazón saltó.

—Gracias.

—Vamos. —Hizo un gesto con la barbilla y ambos salimos de la


camioneta. Me encontró en la acera, me tomó de la mano y me llevó a
la puerta. Cuando la abrió para mí, el aroma a popurrí de canela y el
cedro de Aiden llenó mi nariz.

No me dio tiempo de mirar alrededor de la casa. Cerró la puerta de


una patada y luego estaba en todas partes. Sus labios consumieron los
míos. Su lengua se entrelazó con la mía. Sus manos me recorrieron,
apreciando cada curva mientras me quitaba el abrigo y desabrochaba el
botón de mis jeans.

—Cama —jadeé, tirando de su chaqueta.

Se encogió de hombros, arrastrándonos por un pasillo mientras


dejábamos un rastro de ropa a nuestro paso.

Mis manos trazaron el duro plano de su pecho. Mis labios se


moldearon a sus pezones rosados como guijarros. Mi corazón se aceleró
cuando me acostó y me hizo el amor toda la noche.

Aiden adoró mi cuerpo. Me hizo sentir viva y querida. Él encendió


una pasión en mi alma que solo había sentido una vez antes. El sábado,
con él.

Y cuando finalmente me quedé dormida, fue en sus brazos.

Deseando, por primera vez en mi vida, que el sol no saliera.

—¿A qué hora es tu vuelo? —preguntó Aiden mientras me llevaba a


casa de Joann. Tenía una mano en el volante. La otra agarró la mía con
tanta fuerza que mis nudillos estaban apretados.

O tal vez yo era la que se aferraba a él.

La noche anterior había sido una de las mejores de mi vida. Esta


semana había sido algo especial, incluso con las intrigas, las bromas y la
batalla de ingenio. Tal vez por eso había sido tan especial. Aiden tenía
una manera de quitarme la determinación y el aplomo. Me mantuvo
alerta. Nada de lo que hacía era predecible.

No se parecía a ningún hombre que hubiera conocido, y no estaba


lista para decir adiós.
—Doce cuarenta cinco.

—¿Me envías un mensaje cuando llegues a casa? —preguntó.

—Seguro.

Ambos sabíamos que no iba a enviarle mensajes.

Aquí no había futuro. Mi vida estaba en Portland. La suya estaba en


Prescott, un pueblo que ni siquiera había visto. Esto fue simplemente una
relación de vacaciones. Un día de San Valentín que había durado una
semana.

Aiden fue una aventura. Una aventura memorable, pero una


aventura al fin y al cabo.

Tuvimos dos maratones de sexo de toda la noche. Dos noches. Eso


fue todo. Aiden no quería una relación a larga distancia y yo tampoco,
no en realidad. No quería sobrevivir meses y meses de mensajes de texto
y llamadas telefónicas y visitas ocasionales solo para que al final me
rompieran el corazón.

Después de solo una semana, el peso de nuestra despedida era tan


pesado que quería hacerme un ovillo y llorar. ¿Cómo sería después de
meses? ¿Un año? No, era hora de ir a casa. Guardaría el llanto para
cuando llegara a mi apartamento tranquilo y solitario.

—Esto fue…

Dios, ¿cuál era la palabra? Divertido sonaba tan barato. Increíble


sonaba trivial.

De alterar la vida. Ese era el término, pero admitirlo haría que esto
fuera aún más doloroso.

—Sí. —Aiden asintió, dándome una sonrisa triste—. Sí, lo fue.


¿Él también sentía esto? Anoche, cuando estuvo encima de mí,
moviéndose dentro de mí, sus ojos estaban tan llenos de anhelo y
esperanza.

Esto no era amor. Era demasiado pronto para llamar a esto amor.

Si tan solo viviéramos en el mismo estado.

Aiden se detuvo en casa de Joann demasiado pronto y el dolor en mi


pecho aumentó.

¿Por qué esto dolía tanto? Ninguno de los dos soltó nuestras manos
unidas mientras estacionaba. Me abrazó. Me agarré a él con fuerza,
girándome para observar su hermoso rostro por última vez.

Echaría de menos esos hermosos ojos color avellana. Echaría de


menos su sonrisa traviesa. Cuando mostró esa sonrisa en mi dirección,
fue difícil no sonreír.

No sonreía lo suficiente. Hasta Aiden, no me había dado cuenta de


las pocas sonrisas que había en mi vida.

Hasta Aiden, no había tenido muchas razones para sonreír.

Estiré mi brazo libre a través de la cabina, pasando mis dedos por el


desorden de su cabello oscuro.

—Cuídate.

Levantó la mano para trazar mi barbilla, sosteniéndola mientras se


inclinaba más cerca para besarme.

Un último beso.

Solté mi mano de la suya para poder acunar su rostro y acercarlo


más. Con los ojos cerrados con tanta fuerza que las lágrimas no podían
caer, lo besé con todo lo que tenía para dar. Y cuando el nudo en mi
garganta ardía como un carbón caliente, me aparté y salí corriendo de la
camioneta, sin mirar atrás mientras cruzaba la acera recién limpiada de
Joann.

Me deslicé dentro de la casa, apoyando la espalda en la puerta, y


esperé a que el ruido del motor de Aiden desapareciera calle abajo.

—Auch —susurré, llevándome una mano al corazón cuando el ruido


desapareció. Unas lágrimas se soltaron y las aparté.

—¡Oye! —Joann entró corriendo en la sala, abrochándose una bata


alrededor de la cintura.

Empujé la puerta y forcé una sonrisa, sorbiendo las lágrimas.

—Hola. Siento mucho lo de anoche.

Ella me hizo un gesto.

—No pasa nada. Tu corazón estaba en el lugar correcto.

Entrecerré la mirada. Joann era una persona hermosa y cariñosa,


pero el perdón no era su rasgo más brillante. Riley y su divorcio eran un
buen ejemplo. Entonces, ¿por qué se apresuró tanto a perdonarme por
haber jugado con ella esta semana?

Algo no estaba bien.

Eché un vistazo a la habitación y me fijé en el rubor de su rostro.


Justo cuando estaba pensando en ello, un chasquido de uñas resonó en
el suelo de madera.

Clarence salió del pasillo, moviendo la cola salvajemente.

Me quedé boquiabierta.

—Riley está aquí, ¿verdad?


—Eh… hola, Lola. —Riley se asomó por detrás de la esquina de la
cocina. Tenía la camiseta arrugada, probablemente por haber estado en
el suelo toda la noche.

—¿Qué significa esto? —le pregunté a Joann mientras crecía la


esperanza. Un matrimonio salvado mejoraría mucho mi mañana.

—No nos vamos a divorciar —contestó Riley, cruzando la habitación


a grandes zancadas hasta estar al lado de Joann.

—No, no nos vamos a divorciar. —Joann se puso de puntillas y le


estampó un beso en la mandíbula—. Me enfurece, pero lo amo.

—Yo también te amo, nena.

—¿Cómo? ¿Cuándo?

—Anoche. —Joann se encogió de hombros—. Estaba enojada


contigo, así que no tenía energía para enojarme con él. Cuando me siguió
fuera del bar, nos sentamos en mi auto y hablamos durante horas en la
oscuridad. No quiero que vaya al cine sin mí. No quiero cenar bien en
un restaurante cuando él no está en mi mesa. No quiero vivir en casas
separadas y tener apellidos diferentes.

—Estoy tan feliz por ustedes.

—Yo también me alegro por nosotros. —Joann se secó el rabillo del


ojo—. Aunque sólo seamos nosotros dos y Clarence, seremos felices.

Él le besó la frente.

—Sucederá cuando llegue el momento.

—Eso espero —susurró ella.

—¿Qué dices, chico? —Riley se agachó para frotar detrás de las orejas
de Clarence—. ¿Quieres tener un hermano algún día?
Joann tenía corazones en los ojos mientras miraba a Clarence lamer
la cara de Riley.

Hoy volvía a Portland un poco triste y muy sola. Pero volver a ver a
Joann y a Riley juntos merecía la pena. Quizá no había sido conocer a
un chico estupendo lo que había hecho de este viaje un punto de
inflexión.

Tal vez este viaje me había mostrado que mi vida centrada en el


trabajo necesitaba cambiar.

Hasta esta semana, un día de San Valentín sola me habría parecido


una bendición. Ahora estaba hecha un nudo y no quería desenredar los
hilos.

Era hora de vivir. De ser la que se presentaba a un concurso de


sacudidas de traseros sólo para ver si podía ganar.

Era hora de vivir más como Aiden.

—Está bien. —Joann suspiró, apartando los ojos de su esposo—.


Mejor nos vamos al aeropuerto.

—Voy a empacar. —Forcé una sonrisa, haciendo mi camino a través


de la sala de estar.

—¿Dónde estuviste anoche? —preguntó Joann antes de que pudiera


desaparecer.

Miré hacia atrás y me encogí de hombros.

—Con Aiden.

—¿Estaban…?

—No. Sólo nos divertíamos. Pronto estaré lista.

—Está bien. —Joann me dedicó una sonrisa triste mientras apoyaba


la mejilla en el pecho de Riley.
Una hora más tarde, me llevaba por las calles de Calamity, en
dirección a la autopista. Y dos horas después, estábamos abrazadas en la
acera del aeropuerto.

—Te voy a extrañar.

La apreté más fuerte.

—Y yo a ti. Me alegro por ti y por Riley.

—Te lo debo.

—No, no me lo debes. —Al final lo habrían solucionado. Con suerte.

—Llámame cuando llegues a casa.

—Lo haré. —La dejé irse, recogí mi equipaje y, con un gesto de la


mano, lo llevé al interior y hacia el control de seguridad.

Cada paso me resultaba pesado. Joann debió de meter ladrillos en mi


maleta, porque a cada paso me tiraba hacia atrás.

—Vamos —murmuré, empujándola más deprisa. Demasiado rápido.


Las ruedas patinaron hacia delante y una de ellas me golpeó el talón—.
Maldita sea.

Estúpidas zapatillas de ballet. Iban a la basura en cuanto…

—Quizá deberías dejarme llevar la maleta.

Mi cabeza se levantó de mis pies.

—¿Aiden? —Parpadeé para asegurarme de que era real—. ¿Qué


haces aquí?

Soltó el asa de su propia maleta y se bajó la cremallera del abrigo,


sacando su teléfono. Lo levantó y giró la pantalla hacia mí.
—¿Compraste un tiquete de avión? —Entrecerré los ojos,
inclinándome más para asegurarme de que no estaba alucinando. Pero
ahí estaba, en letras claras. Volaba a Portland. Hoy mismo. En mi
vuelo—. ¿Por qué?

—Tengo una teoría. —Devolvió el teléfono a su bolsillo y se acercó


tanto que tuve que inclinar la cabeza hacia atrás para mantener su
mirada.

—¿Cuál es tu teoría?

Sus dedos fueron a mi cabello, jugueteando con las puntas.

—Cuando conoces a alguien que te asusta, probablemente es una


persona que quieres mantener en tu vida.

—¿Como un asesino en serie? Porque voy a tener que estar en


desacuerdo con tu teoría.

Aiden se rio.

—Un diferente tipo de miedo. La buena clase de miedo.

—¿Hay un buen tipo de miedo?

—Claro. —Se encogió de hombros—. Antes de graduarte. Antes de


tener hijos. Antes de comprar una casa.

—Antes de subirte al escenario y mover el trasero delante de toda una


ciudad.

—Eso no dio miedo. Tenía garantizada la victoria.

Puse los ojos en blanco.

—Eres el hombre más arrogante.


—Por favor. Me has visto el trasero. Todavía tengo marcas de uñas
en él de anoche. Eso no es arrogancia. Eso es sólo yo exponiendo los
hechos, nena.

Mi rostro se sonrojó.

—Ups. Quizá me pasé un poco con las uñas anoche.

—¿Quieres callarte para que pueda exponer mi punto de vista? —


preguntó.

Apreté los labios entre los dientes.

—Lola, me das miedo. Desde la primera noche, me diste mucho


miedo.

Se me cortó la respiración.

—Tú también me das miedo.

—Así que he decidido que es mejor que sigas en mi vida. ¿Qué tienes
que decir al respecto?

—La larga distancia es dura —dije.

—Sí, lo es. Pero espero que podamos aguantar un tiempo. Si esto sale
como creo que va a salir, tomaremos las decisiones difíciles más
adelante.

Mi corazón martilleó en mi pecho.

—¿Hablas en serio? ¿Esto está pasando de verdad?

Sus brazos rodearon mi espalda.

—Lo digo en serio.

—Así no era como pensaba que sería este día. —La sonrisa de mi
rostro se extendió tanto que dolía mientras deslizaba mis manos
alrededor de sus caderas, enterrándolas en los bolsillos traseros de sus
Wrangler.

Me encantaban los Wrangler.

—Me gusta mantener las cosas interesantes.

—¿Por qué suena eso como una amenaza?

Se inclinó, riendo mientras dejaba caer un beso en la comisura de mis


labios.

—Es una promesa.


Epílogo
Un año después…
—¿Que es ese olor? —Me retorcí en mi asiento, buscando y
olfateando. El olor provenía de la mesa del buffet, pero no pertenecía a
ninguno de los artículos que había aprobado previamente para el servicio
de catering. No, esto olía… a frito.

No íbamos a tener comida frita en nuestra boda.

—¿Aiden?

Una sonrisa lenta se extendió por el rostro de mi esposo.

—¿Qué hiciste?

Se encogió de hombros.

Apunté mi dedo a su nariz.

—Responde a la pregunta, Aiden Archer.

—No es nada, Lola Archer.

Si pensaba que usar mi nuevo apellido me iba a ablandar, estaba…


en lo correcto. Maldita sea, tenía razón. Ya sabes cómo me siento acerca
de las sorpresas.

—Tengo una teoría sobre eso.

Joann gimió a mi lado.

—No otra teoría.

—Imagina vivir con él —murmuré—. Te pierdes la mitad de las


teorías porque estás en Calamity.
Hace seis meses, empaqué mi apartamento de Portland y me mudé a
la casa de Aiden en Prescott. Había sido un ajuste a la vida de un pueblo
pequeño. No existía tal cosa como la entrega de comestibles las
veinticuatro horas o Uber Eats. Trabajar de forma remota para mi
empresa en Portland tuvo sus desafíos. Pero pude quedarme dormida en
los brazos de Aiden todas las noches y despertar con su sonrisa por la
mañana.

Estaba ganando en la vida.

Además, tener a mi mejor amiga a dos horas de distancia era una


ventaja. En especial ahora que ella y Riley estaban esperando que una
niña que nacería este verano.

—¿Cuál es la teoría? —le preguntó Riley a Aiden mientras jugaba con


la correa del vestido de dama de honor de Joann.

Ambos hombres vestían trajes color carbón mientras que Joann


vestía de negro. Yo estaba en un vestido de novia de encaje blanco. Las
rosas rojas en las mesas de recepción fueron el único guiño a San
Valentín mañana.

La fecha de nuestra boda fue exactamente un año después de que


conocí a Aiden en el Festival de Testículos.

Estábamos saltándonos las festividades de Calamity este año. En


cambio, organizamos nuestra propia fiesta en Prescott. Cincuenta de
nuestros familiares y amigos más cercanos estaban aquí para celebrar el
día de nuestra boda.

—Mi teoría es que a Lola le gustan las sorpresas —dijo Aiden.

—Tu teoría es una tontería.

—Siempre te quejas de ellas, pero…

Parpadeé, esperando a que terminara.


Él solo sonrió.

Ese olor volvió a golpear mi nariz.

—¿Qué hiciste, Aiden?

Me entregó mi copa de champán, probablemente para calmar mis


nervios. Tal vez pensó que no se lo echaría en cara porque era nuestra
boda. Él estaba en lo correcto. Pero nada lo salvaría de mi ira mañana.

—No es nada.

—Dime.

—Hice que los proveedores agregaran una adición de última hora al


menú ya que no iremos a Festival esta noche.

Me quedé boquiabierta.

—No lo hiciste. —Joann estalló en un ataque de risa.

—¿Ostras de las Montañas Rocosas? —preguntó Riley.

—Sí. —La sonrisa del gato de Cheshire en el rostro de Aiden era


exasperante. Y entrañable.

Quería discutir, tirarle su teoría en la cara, pero siempre terminaba


disfrutando de sus sorpresas. Al menos todas las sorpresas antes de esta.

—No voy a comer una.

—No tienes que hacerlo.

—¿Hay alguna otra sorpresa que deba saber?

—Cuando lleguemos a casa, me pondré mis Wrangler y bailaré para


ti. —Se inclinó hacia delante y me tomó el lóbulo de la oreja entre los
dientes.
—Ahora estás hablando. —Un escalofrío me recorrió la espalda—.
¿Algo más?

—Tal vez.

—¿Me vas a decir?

—No.

—Eres imposible.

Él se rio y se inclinó hacia un lado. La mirada de devoción en esos


ojos color avellana me hizo derretir, el olor a grasa y la adición al menú
perdonados. Si quisiera sorprenderme, lo molestaría pero nunca lo
detendría.

—¿Qué te prometí? —preguntó.

—Mantener las cosas interesantes.

—¿Y?

—Y te amo.

Dejó caer su frente sobre la mía.

—Yo también te amo.

Fin
Siguiente libro
Como nueva residente de Calamity,
Everly Christian pensaba que la vida en el
pequeño pueblo de Montana sería aburrida
y sosa, y ella necesita un poco de
mundanidad después de los últimos años
caóticos. Pero una noche, el aburrimiento la
lleva al bar local, donde se encuentra
sentada junto a un apuesto y misterioso
artista.

El hombre es cualquier cosa menos


aburrido y dócil, especialmente en el
dormitorio, y cuando ella sale de su ducha y
escucha su conversación, la vida vuelve a ponerse interesante.

Reese Huxley necesita una esposa.

¿Y por qué no iba a ser Everly la novia?

Ella tiene sus razones para aceptar las nupcias precipitadas, razones
que se guarda para sí misma. Mientras pueda evitar enamorarse de su
marido, saldrá de esta farsa de matrimonio sana y salva. Pero Everly
tiene debilidad por los hombres caprichosos, y cuanto más la aleja Hux,
más se da cuenta de que esta apariencia es cualquier cosa menos una
mentira.

Calamily Montana #2

You might also like