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Reino de Manoa Antonio de Berrio

La gran leyenda había nacido, como los mundos, de nebulosas. Y a fuerza de dar vueltas y
más vueltas fue tomando consistencia y perfil.

Cuando Colón tocó en la isla de Guanahaní pidió noticias sobre el oro y hubo de conformarse
con saber que estaba más allá. Cuando arribó a Cuba los indios le dijeron que no había oro
en las playas, sino en el corazón de la isla. Cuando descubrió la Tierra de Gracia apenas
pudo averiguar que el oro estaba hacia el poniente, "más no lejos".

Los que llegaron a Darién supieron de una .esplendorosa Dabaiba, rica.en .tesoros, que -
estaba al sur. Y así, de más allá en más allá, se: llegó hasta el .verdadero Dorado del Perú.
Pero la fantasía siempre ha íi'do más fuerte que la realidad. Del emporio de riquezas
incaicas'la "leyenda tornó al norte en forma de Rey Dorado. En pos de él perdió la vida el
Capitán General de la Provincia de Venezuela, Felipe de Utre, y por poco pierde el juicio ei
Adelantado del Nuevo Reino de Granada, don Gonzalo Jiménez de Quesada.

De entre las muchas consejas la más reciente decía que en la expedición al Orinoco de
Diego de Ordás iba un tal Juan Martínez a cuyo cuidado estaban las municiones. Por un
descuido tomó fuego la pólvora y el parque voló. Martínez fue condenado a muerte, mas
luego le conmutaron la pena: lo dejarían abandonado en las montañas de Guayana.

De las entrañas de Guayana salió Martínez con una calabaza llena de pepitas de oro. Pasó
con ella a Puerto Rico, donde a punto de morir y por la salvación de su alma, donó las
pepitas a la iglesia y contó al confesor su gran secreto.

Prisionero de los indios, Martínez fue llevado con los ojos vendados a la capital del Dorado,
la inmensa Manca, a orillas del lago Parima, el cual puede verse muy bien dibujado en
mapas de 1778. El rey de Manoa, el Rey Dorado, era de la casta de los Incas. Las
sangrientas disenciones de Atahualpa y de Huáscar lo habían aventado hasta aquellas
apartadas regiones. Sobre él se tenían datos tan precisos como saber que aquella resina con
que adhería a su cuerpo el polvillo de oro, era bálsamo de copaiba. Y si Martínez fue a
ciegas, por gracia del Inca volvió con los ojos descubiertos, de manera que pudo ver el
camino.

El derrotero de Martínez —seguían los cuentos— estaban ahora en poder de don Antonio de
Berrío. Casado con doña María de Oruña, sobrina de Gonzalo Jiménez de Quesada, el
capitán Berrío heredó, entre otras cosas, el embrujo que padeció el ilustre tío. Salido del

Nuevo Reino con tropas españolas e indígenas, con frailes, con caballos, con dinero, llegó un
año más tarde, arruinado y casi sin gente, a las bocas del Orinoco. Pasó a Trinidad, donde
dejó fundada a San José de Oruña, y volvió sobre sus pasos para fundar a San Tomé, cua-
renta leguas Orinoco arriba, corno una cabecera de puente hacia Manoa. Quienes pudieran
disputarle la presa, Diego Fernández de Serpa y Pedro Malaver de Silva, estaban muertos. Y
don Antonio se cuidaba muy poco de la lejana Cumaná.

En Santiago de León, el Gobernador Osorio confía en Berrío: "ay opiniones que esta jornada
sea de intentar por cumanagotos, que es distrito desta gobernación y que está muy cerca y
ay mucha noticia desto". El único impedimento era que don Antonio carecía de tropa. Por eso
despachó a su Maestre de Campo Domingo de Vera a reclutar trescientos hombres en
Castilla y a obtener dinero del Rey. Y mientras este Maestre, vecino de Santiago de León,
"rnuy ladino, de buen entendimiento y mayor inventiva" ponía todas esas prendas al servicio
de su causa, Berrío se enfrentaba con el Gobernador Vides, de Cumaná, que estaba
empeñado en echarlo de las fronteras del Dorado.

A punto estuvieron las aventuras de Berrío de terminar aquí, pues un tiro "que llevaba dos
balas" le rompió la rodela y por poco lo mata. No se había repuesto don Antonio del susto,
cuando Inglaterra le disparó otras dos balas que le llegaron casi tan juntas como las del
soldado de Vides. El 12 de marzo de 1595 zarpaba de

Trinidad Sir Robert Dudley, y el 22 atracaba en la misma isla Milor Guatarral,


Sir Walter Raleigh cayó sobre San José de Oruña, mató la guardia, incendió el asiento e hizo
preso a Berrío. Luego, en espera del impuntual Amias Presión, ordenó construir Barcas para
remontar el Orinoco.

Mientras aguarda, el corsario oye los relatos apasionantes de su prisionero: su propia


aventura, desde que salió del Nuevo Reino hasta el momento aquél en que no había
cosechado sino dolores de cabeza al precio de trescientos mil ducados; la historia
asombrosa del Inca fugitivo y la no menos asombrosa de Martínez, el descubridor de Manoa;
las hazañas de Orellana y de Ordás, las. de Ortal y de Lope de Aguirre; las de Fernández de
Serpa y las del tío de doña María, el Adelantado don Gonzalo. Y a cada diez palabras oía
decir el inglés: imágenes de oro fino... láminas y medias lunas de oro, primorosamente
labradas... prendas de oro... oro... oro...

Su cabeza estaba a punto de estallar cuando, harto de aguardar a Preston, se internó


Raleigh por las bocas del Orinoco: "maraña de corrientes y brazos que se cruzan y tornan a
cruzar varias veces, y siempre con aguas voluminosas y tan parecidos unos ríos a otros que
no hay cerebro humano capaz de acertar con el curso que conviene; y así anduvimos como
en un enredó de hilos, sin que nos sirvieran de mucho ni sol ni brújula".

Como Ordás, Raleigh se enfrentó con la poderosa corriente del río y fueron necesarias todas
las fuerzas del ánimo y de los brazos para proseguir el viaje que iba a poner ante sus ojos un
mundo dé maravilla.

Las casas indígenas en lo alto de los árboles, como nidos de pájaros; la vegetación
exuberante .que habla de ser cortada con las espadas para entrarse por Jgs caños
estrechos; flores y plantas tan variadas que diez volúmenes de botánica no bastarían para
describirlas, 5? pá,-.' jaros de todos los colores imaginables: unos rojos,, .como claveles,
otros de carmesí singular o bien, anaranjado, púrpura o verde, ya simple o mixto y matizado
indescriptiblemente". Más allá es una pradera como de veinte millas de largo donde los
venados pastan sin recelo; ya son aguas hirvientes de peces ,o playas donde se recogen
huevos de tortuga por millaradas. En la margen derecha del río basta subir a un árbol para
tener ante los ojos llanuras infinitas que se pierden en el horizonte. Tan pronto es la sorpresa
de un armadillo, minúsculo rinoceronte recamado de placas duras, como la de unas grandes
rocas de color azul. "Posiblemente de hierro", pensaba Raleigh.
Pero nada comparable al Car.oní? de aguas negras y turbulentas que arrollan las más
tranquilas y leonadas del Orinoco y corren largo trecho con ellas sin confundirse. Aquellas
aguas oscuras saltan de altas peñas, y al rebotar, furiosas, envuelven el paisaje en una nube
iri-zada. En torno a las cataratas vuelan garzas blancas, rosadas y carmesí y los pájaros
cantan "en incontable orquesta". Las piedras parecen de oro, parecen de plata. .. El alma del
corsario cae de rodillas ante Guáyana: "País más'hermoso jamás vieron mis ojos.. .". .
Los indios exaltaron más el cerebro ya afiebrado..del inglés. Le dieron ciertos vinos que
producían: "una ale-

gría razonable" y lo acabaron de embriagar con sus relatos. Los Ewaiponomas, feroces y
acéfalos, con el rostro en el pecho; charcas misteriosas cuyas aguas eran buenas al
mediodía, malsanas por la tarde y mortíferas por la noche; venenos de flechas que mataban
entre dolores atroces, brotadas las entrañas y negras las carnes y el eficaz contraveneno de
la raíz del taparo y del zumo de ajos.

Los ojos razonablemente alegres de Sir Walter se posan en las jovencitas desnudas,
exquisitamente hermosas: "Era ella de buena estatura y producía magnífica impresión con
sus ojos negros y su cuerpo escultural; la cabellera tan larga como el cuerpo..." Vaga de
nuevo la mirada, para posarse en los viejos centenarios, sólo huesos, tendones y piel.
El indio Topawari previene a Raleigh: "solo, jamás sería capaz de invadir la Guayana sin la
cooperación indispensable". El corsario quiere asegurársela. Conoce a sus coterráneos: "No
existe otro país más prodigioso en incentivos para sus moradores, ya sea desde el punto de
vista de las emociones de la caza, de la pesca y demás seducciones de la vida campestre".
Allí nadie ha enfermado de calentura ni de pestes y es tierra propicia para guerrear y pagarse
en oro y no con un mísero puñado de peniques. Una gloria mayor que la de Cortés y la de Pi-
zarro aguarda a los valientes.

El cortesano que un día tendió la capa sobre un charco para que pasara su reina, para esa
misma reina tiende ahora sobre el océano un relato prodigioso. En él

se lee: "El príncipe que se decida a la conquista de Guayana poseerá más oro y un imperio
más hermoso, con ciudades más pobladas que las del Rey de España o las del Gran
Turco..."
Walter Raleigh en Inglaterra y Domingo de Vera en España buscaban la misma cosa. El
inglés era exquisito y sutil; el español, práctico y farolón.

Tan pronto llegó Domingo a la Corte vistió un largo balandrán de paño fino ribeteado de raso,
caló un sombrero de vicuña peludo y montó un caballo descomunal. Como él era corpulento
y llevaba los cabellos largos, resultó aún más llamativo. A todo el mundo mostraba puñados
de esmeraldas y joyas de oro y los chiquillos le seguían, voceando: ¡El indiano del Dorado!
¡El indiano del Dorado!

La gente comenzó a vender cuanto tenía para sumarse a la expedición. Algunos hasta
pagaron para que se les admitiera. Hombres, mujeres y niños van apretándose en las naves
que zarpan de San Lúcar en febrero de 1595. Son más de dos mil personas, unas de la Man-
cha, otras de Toledo, otras de Extremadura. Van soldados veteranos de Flandes y de Italia,
mayorazgos, nobles, frailes; va un racionero de la Catedral de Salamanca que disfrutaba de
una renta anual de dos rníl ducados, va Gonzalo Barcarcel, Auditor general de todas las
naciones del real exército de Flandes, va el licenciado Pablo de Laguna, sobrino del
Presidente del Real Consejo de Indias.

Un día desembarcan en Trinidad, gozosos por el buen viaje que han hecho y por la
proximidad de las riquezas que ya presienten al alcance de la mano. Hay misas y festejos.
Los niños saltan alegremente por las tibias orillas del mar. Soló Fray Pedro de la Esperanza
tiene el alma agobiada de congojas. Apartado de todos; piensa en las incertidumbres que sé
abren ante aquel rebaño dé locos, y los ojos se le llenan de Lágrimas.
Vera despachó un barco cargado de mercancías para ser vendidas en Santiago de León.
Tardaron los recursos y' sin ellos partieron las primeras barcas para San Tomé. Todos sus
tripulantes perecieron a manos de los caribes. Salen otras barcas comandadas por el propio
Maestre de Campo y en medio de una tormenta desaparecen cuarenta hombres y se pierden
todos los bastimentos y las municiones.

Al llegar a San Tomé los maltratados navegantes, estallan los celos y las discordias, La
inventiva de Vera era mayor de lo que se creía. Tiene ya un partido que lo mira como el
hombre necesario. No cesa de dar disposiciones. Berrío se enfurruña: ¡que rio le hablen más
de Vera y que no se diga que él lo hace todo! Pero el intrigante sigue incansable. Que salgan
las piraguas a buscar nuevos mantenimientos y nuevos pertrechos a Trinidad. Que se junte
la gente. Que otros vengan con él a explorar el río en busca de indios amigos.

"Sí tantas cosas queremos hacer, no haremos ninguna" estalla el apabullado Gobernador.
Todo ha sucedido en tres cortísimos y ajetreados días, al cabo de los cuales a Vera no le
queda más camino que la rebelión abierta o embarcarse para Trinidad. Allá se va rumiando
su despecho.

Con trescientos hombres organizó el Gobernatjpr la primera salida hacia Manoa. Regresaron
treinta espectros. Vera seguía despachando gente sin pensar que los alegres expedicionarios
de ayer morían de hambre, de calenturas y de "llagas pestilentes y maliciosas". En la
pequeña San Tomé eran enterrados de doce a catorce infelices cada día. Las mujeres
conspiraban para matar al Gobernador a cuchilladas. Una labradora, enloquecida, arrojó al
rostro de don Antonio un puñado de doblones: era el valor de su casa y de sus tierras,
enajenadas para venir en busca .de una muerte horrenda, ;

Berrío desesperaba. La culpa era del muy ladino de Domingo de Vera que se había traído
enredado en el balandrán todo un pueblo cuando apenas se necesitaban trescientos
hombres. Mandó sacar un pregón: ¡Los habitantes de San Tomé podían irse todos, cuando
quisieran y a donde quisieran!

Comenzó el reflujo. Unos perecieron ahogados. Otros llegaron a Margarita, a Santiago de


León, al Nuevo Reino, a La Española. Para cincuenta que quedan en el Orinoco y otros
veinte de Trinidad piensa el Gobernador Osorio enviar recursos con los tres o cuatro mil
ducados de la mercancía que mandó vender el Maestre de Campo. Ahora que todo ha
fracasado, el Gobernador no cree en don Antonio de Berrío, ni que El Dorado esté cerca, ni
que haya muchas noticias. Puros embelecos con los que Domingo de Vera le ha sacado al
monarca setenta mil ducados. "La jornada de Domingo de Vera ha tenido el subceso que se
prometía por acá..." escribe Osorio, olvidado de su primer entusiasmo para

intentar una entrada por Cumanagotos. Aunque, después de todo —añade— es posible que
El Dorado exista "y poderoso es Dios para descubrir esta grandeza si la tierra la tiene".
Don Antonio de Berrío murió a poco en San Tomé y Domingo de Vera lo siguió a corto plazo,
en Trinidad. Después de fracasada su segunda expedición a Guayana, Raleigh subió al
cadalso.

Pero Manoa del Dorado, símbolo de riquezas fabulosas, permaneció alzada y


resplandeciente, atrayendo con sus fulgores a los hombres audaces. Y la nave de Sir Walter,
llamada Destiny, seguirá a través del mar de la vida como un barco fantasmal hacia el
corazón de la Tierra de Gracia.Isaac pardo

Compilacion, Edicion, y Publicacion


Xabier Iñaki Amezaga Iribarren

Editorial Xamezaga
Catalogo Obras 1.350
La Memoria de los Vascos en Venezuela

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