las seis de la tarde Jorge Zaca
comenz6 a preocuparse por lo
que marcaba el indicador de
combustible de su auto, Hacia mas de una hora
(uc no vefa casas ni se cruzaba con ningun vehi-
culo: s6lo Ia ruta interminable y la noche que
conenzaba a caer. Mas que nada lo atemorizaba
\y posibilidad de que é1 y Azul, su hija de nueve
whos que dormia en el asiemto trasero, tuvieran
ir lt noche en medio de esa desolacién.
Fin estos casos, cuando ya no habia
», se enfurecfa contra si mismo por su
‘yformalidud y desorganizacién. No respetaba
Srurios, de hecho habfa salido a la ruta cuatro
bore después de lo pensado, y jamas podia
fer conus Lan clementafes como la cantidad
+) combustible que necesitaria para el viaje.8
Desde hacia un par de semanas estaba
preocupado por la imagen que le presentaba a
su hija, pero no lograba corregirse. Lo tinico
que habia hecho, después de proponerse cam-
bios de conducta y de aspecto, era recoger su
larguisima cabellera roja con una gomita de
farmacia. En lo demas seguia siendo una
especie de Papa Noel mal vestido: un gordo
enorme con sandalias artesanales, un pantalén
a rayas y una camisa con flores lilas y rojas
que se podia ver a kilmetros de distancia.
Lo primero que haria al regresar a Bahia
Blanca, donde vivia, serfa comprarse un traje
gris y una camisa blanca. Se estaba diciendo
eso cuando vio un camino de tierra que se abria
ala derecha, Sin pensarlo demasiado y sin ami
norar la marcha, describié una curva muy
abierta y siguié por ese camino levantando wu
nube de polvo. Acaso ese camino Hevara
algiin pueblito donde cargar bencina.
Cinco minutos mds tarde el motor de}
de funcionar. Resignado, se limit6 a mane}
el volante con un solo dedo hasta que el aul
se detuvo definitivamente. Permanecié un pp
de minutos sentado, mirando hacia el frent10
sin que se le ocurriera ninguna alternativa.
iCémo saldria de ese maldito lugar con su
hija? Ademas de comprarse el traje gris, en
Bahfa amasarfa tallarines para sus companie-
ros del grupo de salsa Feos, sucios y malos. El
Yinico problema era que él, al proyectar una
-nueva vida mas seria, se habia propuesto dejar
la miisica y dedicarle mas tiempo al autoser-
vicio Jorgito. En esos pensamientos estaba
cuando lo interrumpié la voz de su hija:
— Nos vamos a quedar acd, papi?
—j{Eh? No, no, hijita.
—j Qué vamos a hacer?
—Voy a conseguir gasolina —ilijo Jor-
ge, y salié del auto con determinacién, como si
a metros de allf hubiera una estaci6n de servi-
cio. Salté una zanja y tepé a un poste teleféni-
co para tener una mejor vision de lo que habia
“en los alrededores. Por suerte a unos trescicn=
tos metros habia algo, tal vez fuera una casi
; abandonada, pero valia la pena ir a ver.
[ Caminaron en direccién a esa casi.
-Comparada con su padre, Azul parecia uni
miniatura. Iba unos metros atras, jugando 4
_imitar los pasos medio paquidérmicos de Jorge,il
Desde la entrada a la propiedad no
podia verse mucho porque el camino de
acceso, bordeado por altisimos eucaliptos,
describia una curva. Pasada esa curva Jorge
vio una imponente casa como cien metros
adentro. Recorrié esa distancia y después
dudé entre anunciarse con un grito y batir
palmas, pero antes de que lo decidiera apare-
cié silenciosamente un hombre entre los
arbustos.
Era un hombre delgado y alto, de pelo
hlanco, que vestfa un elegante (y anticuado,
pensé Jorge) traje negro.
—j),Qué busca? —pregunté el hombre
mirindolo fijamente.
—Tuve un inconveniente con el coche.
Me quedé sin combustible.
No puedo ayudarlo —dijo el hombre.
Sélo queria pedirle prestado el
jeléfono, si es que tiene, para llamar a un
svaillo o pedirle a alguien que me aleance un
pore de nafia —intenté decir Jorge, tratando
4) parecer simpdtico aunque habitualmente
Were
Ya le dije. No puedo ayudarlo.12
Pero en ese momento aparecié Azul y
el hombre se sorprendié tanto que Jorge estuvo
a punto de preguntarle qué le ocurria,
—Es mi hija le explicé, i
Azul se paré al lado de su padre y.
miré al hombre con intriga.
—Pasen, pasen —dijo el hombre, cam:
biando su aspemeatie de hostilidad por una
amable sonrisa. J
Antes de que entraran en Ia casa salié
a recibirlos una mujer.
—Mi esposa —aclaré el hombre.
La mujer tuvo una expresién de curio-
sidad al mirar a Jorge, pero al dirigir la vista
hacia Azul se quedé con la boca abierta y
necesit6 unos segundos para reaccionar,,
—Buenas noches —dijo por fin, incli-
nando un poco la cabeza en un gesto refinado,1 interior de la casa era espacio-
so y elegante. Los muebles de
madera maciza, las altas vitri-
nas con copas de cristal tallado, los enormes
cuadros de marcos dorados, todo lo que habia
denotaba cierto cuidado en la eleccién.
Jorge se sintié algo incémodo por el
contraste entre su figura y la elegancia de los
duefios de casa, y la nifia recién mostré algu-
na simpatfa cuando la mujer le dijo que en la
cocina tenia frascos con dulces caseros y que
le permitiria probarlos, Como el hombre, tam-
bién la mujer hablaba con cierta sonoridad
inglesa y se mostré muy amable y carifiosa
con Azul, guidndola hasta la cocina.
El duefio de casa dijo que ellos no podian
ofrecer mas ayuda que un bid6n para que Jorge16
fuera a buscar combustible hasta la estacién de
servicio que estaba a una hora de camino.
—Por supuesto, nosotros podemos
cuidar a la nifia y darle de cenar mientras
usted va hasta allé —aclard el hombre. Jorge
le agradecié esa ayuda porque no tenia ningin
interés en caminar de noche con Azul por
aquellos parajes.
Ademis, sentia cierta urgencia por vol-
ver a la ruta. Su ex esposa lo esperaba a tres-
cientos kilémetros de alli y se alarmaria mucho
si él no Hegaba con Ja nifia, no ya en el horario
anunciado, sino en el mismo dia, aunque mis
no fuera. De modo que opté por dejar un rato a
Azul e ira pie hasta la estaci6n de servicio.
Como descontaba que Azul, que per-
manecia en la cocina, no aceptaria quedarse
sola con esa gente, decidié no avisarle. Era una
opcién cruel pero era imposible hacer todo ese
camino acompaiiado de la nena. Salida la calle
y comenz6 a caminar con tranco apurado. ’
Eran las ocho de la noche y, si’se apur
raba, podria regresar a las diez, cargar el
bidén de bencina en el auto, ira la estacion @
‘completar el tanque y retomar luego la ruta,or alguna razén después de
caminar un buen trecho Jorge
= comenzé a intranquilizarse. Pese
a la oscuridad, pudo ver que en los campos
lo habia malezas. ;Cémo podia vivir alli esa
pente, con esa ropa elegante y pasada de
” 4 Y ni siquiera tenian un caballo para
prestarle? ~Cémo, con ese nivel econémico,
fo (enian un coche o una bicicleta? Claro que
estos preguntas se le ocurrieron cuando ya Ile-
‘iba caminando un buen rato y casi daba lo
Miso represar a la casa o Beate hasta la
eelacion de servicio,
A un centenar de metros de la esta-
ion, Ufa hora después, se sentia totalmente
enado. (Como habia dejado a su hijita con
Pies? Cuando le contara eso a Mariana18°
con toda razén ella se engjaria y lo llamaria,
como siempre, «desastre». El coincidfa. Sélo
aun padre que es un desastre le pueden ocu-
Irir estos percances.
La estacién de servicio era, ademas,
una especie de almacén de ramos generales y
bar. Habia varios hombres acodados en el
mostrador, que era atendido por un hombre
diminuto, de ademanes enérgicos.
Al entrar Jorge, todos se volvieron
hacia él con cierta expresién de curiosidad y de
burla. Jorge explicé su problema al chiquitin y
éste le indicé que lo siguiera hasta el surtidor.
Pero la amabilidad del hombre se ter-
min6 de pronto cuando a Jorge se le ocurrid
comentarle dénde habia dejado a su hija.
Primero sonrié, como esperando una aclara-
cidn, y después pidié que le repitiera lo dicho.
—Que mi hija qued6 en la casa amari-
Ila que est4 en el camino hacia la ruta —repi-
tid Jorge.
— Qué casa?”
—Esa casa amarilla, de dos plantas y
tejas rojas, muy linda, que estd cerca de la ruta.
— aja. ,Y con quiénes dice que la dejé?19
—Con la familia que vive alli.
—Y qué familia vive ahi?
—Bueno, un hombre canoso, de unos
cuarenta afios, y su esposa. Ingleses, creo.
Bah, hablan como si fueran ingleses. ,Los
conoce?
—Galeses, no ingleses. Los Evans...
—Si. se fue el apellido que me dijeron...
El hombrecito dejé el bidén en el piso
y regres6 rapidamente al local. Jorge se sor-
prendié por esa actitud y luego vio que en el
interior hablaba ante una rueda de hombres y
cada tanto lo sefialaba. Los otros no dejaban
de mirarlo, pero ahora con desconfianza.
Jorge se secé el sudor de la frente y
entré a averiguar de qué hablaban. Pero todos
callaron no bien él traspuso la puerta.
— {Qué pasa? —les pregunts, intrigado,
—Debe de estar borracho —dijo
alguien a su izquierda.
—O loco —agreg6 otro—. Con esa
traza... '
—No, no estoy borracho ni loco. Sélo
vine a buscar gasolina porque mi auto...
—En esa casa donde usted dice que