You are on page 1of 52
PROLO 1sBN 978-84-92891-26-9 UNA NOVELA DE TERROR Y RESISTENCIA Jorge Velpi eee taeresow een eee even eon ornate eee ees Ser eer DURANTE LA PASADA FERIA DEL LIBRO DE GUADALAJARA NO HICE OTRA cosa sino presentar libros. Libros de amigos, de amigos de ami: gos y de desconocidos (que luego se volvieron amigos). Todo transcurria con normalidad, 0 al menos con la ominosa norma- lidad de nyestro pais, cuando me vi atrapado en un juego de espejos. Rosa Beltran me invité a presentar Efectos securdarios, un breve y sobrecogedor relato sobre un individuo que se dedica justo a eso: a presentar libros. Mi vértigo se acentué, Porque, mientras el narrador de Beltran se embarca en un sutil elogio de la lectura —y una acerada denuncia de la frivolidad litera- ria—, no deja de escuchar, en sordina, los ecos de la guerra que azotan a su ciudad. La situacién se volvié lacerante: alli estaba- mos, en la presentacién de un libro sobre presentaciones de libros, a solo unos metros del lugar donde dias atras habian sido encontrados veintiséis cadaveres. A mis ojos, Efectos secundarios se convirtié en la mejor metafora de México y en una acida diatriba contra la frivolidad de la literatura... y de la violencia Su libro me hizo preguntarme qué clase de fieci6n vive mi patria. La respuesta me azot6 con claridad: el México de hoy 10 es una novela de terror. Tal ver en otro tiempo fuese una nove- la-rio, una novela politico-policiaca (mientras reiné el PRI) una novela negra, pero sin duda hoy es una historia de'mie- do. ¥ ni siquiera una que remita a Lovecraft 0 a Poe, ni tam poco a Frankenstein —por mas que el gobierno demuestre la arrogancia del doctor—, sino a las delirantes novelas de zombis que tanto apasionan a los jévenes. Una novela de zom- bis que, para colmo, no se ahorra la imaginerfa gore: cuerpos destazados, cabezas guillotinadas, visceras esparcidas por el suelo, sangre a borbotones. Es obvio que los autores ‘de las incontables masacres que se suceden a lo largo y ancho de nuestro territorio no les importan las reglas de la verosimili- tud. Y también es evidente que con ellas no solo buscan ame- drentar a lectores y escritores —por la redaccién de sus narcomantas, deducimos que jamés leyeron un libro—, sino emplear este siniestro sistema de marketing para difundir sus textos. Frente a esta realidad demencial, Efectos secundarios se eri- ‘ge como una acerada lente de aumento: el protagonista —que Tuego sera la protagonista, en otro juego de identidades cam- biantes y huidizas— evoca a ese ciudadano andnimo e incierto que, sin darse cuenta, se halla atrapado en un mundo que usa aa literatura 0, mas bien, al entretenimiento literario, como un vulgar y fragil escudo frente a la brutalidad del mundo. De libro en libro, nuestro héroe/heroina se rebela contra este ob: tinado pacto de silencio, contra la indiferencia que parece haber domesticado a los «hombres de la cultura» En una época aciaga y terrible, la lectura no puede ser ya un acto inocente, no puede conformarse con enmascarar las horas y el hastio, con adocenar las muertes con unas cuantas hermo- sas e indtiles palabras. No. En tiempos de guerra, la literatura, la verdadera, ha de levantarse también un arma de combate, como un vehiculo de supervivencia, como nuestro dltimo desafio, «En un pais que se hace experto en la recoleccién de cadaveres, yo retino palabras», dice el presentador/presentadora, La gran aventura de este libro consiste en haber encontrado aquellas palabras capaces de nombrar con sinceridad a los cadaveres, de describirlos nitidamente para que sus lectores no puedan eludirlos, para que todos sepamos, dolorosa y sabia- mente, qué significa pertenecer a un pais que se ha vuelto experto en recolectarlos. Con Efectos secundarios, Rosa Beltran ha escrito un telato feroz, bello y deslumbrante de este México en el que todos nos hemos transformado, parafraseando @ Pedro Péramo, en «un rencor vivo». Nuestra vida es la confusa respuesta a preguntas que hemos olvidado dénde fueron planteadas. Peter SLOTEROUK, ‘Normas para el parque humano STA LA TIPICA ESCENA, EN MEDIO DEL SALON ATESTADO, CUANDO TERMINA el espectaculo y la gente aplaude y luego se acerca a la mesa de los bocadillos a brindar con un vino por lo general bastante malo. ¥ la otra, la que mas temo de este oficio. Que ocurri6 hace unos dias, dos para ser exacto. Un poco antes de abrir la sesién dé preguntas, una mujer, muy molesta, se levanto y dijo: Maiana, en este lugar, piensan reunirse el presidente de su pais y quienes pactan con el narcotrafico, Antes, se reuni6 con la guerrilla de Colombia. Si usted tuviera que estar ahi, sentado donde est, zqué les diria? Tras un primer momento de duda, el autor hizo ademén de tomar el micr6fono, pero la mujer siguié: En mi familia han secuestrado a siete miembros, contando a mis padres, un hermano, un tio. ¥ usted, gha vivi do un secuestro? Digame, lo ha vivido? Siguié asi por mucho tiempo, explicando su caso y preguntando, sin preguntar en realidad, qué solucién podria haber a un problema de ese tipo hasta que, en un descuido, el autor, que habfa estado muy inquieto, estrujando el micr6fono y mostrando distintos modos de atender, logr6 arrebatarle la palabra e inserté el 16 siguiente clavo en la tabla de salvacioni el didlogo. gE diélogo? La mujer se escandaliz6, varias la secundaron, ¢Cémo el dié- Jogo? Qué facil es decir esto cuando no se ha vivido un secues- tro en carne propia. Tenia unos cincuenta afos, era muy delgada, transparente casi, la esposa de un industrial colom- biano refugiada en México. Habia venido a oir hablar a un. escritor: Eso dijo. A vivir un momento en esa vida paralela pata tener un poco de vida, oyendo a otro, pero la que habla- ba era ella. No conocia a una persona que no hubiera sido secuestrada. Ninguna. Y no parecia haber soluci6n. Te toman por sorpresa, piden un rescate impagable, amenazan a tu fami- Jia, te torturan, la familia entera se enferma, Es el sindrome del secuestro. A veces se da el caso de que el secuestrado empieza a darle la raz6n al secuestrador. La familia no solo tiene que vivir con la idea de haber perdido a un pariente que conoce has- ta el minimo detalle de uno y se ha pasado al bando contrario, sino con la peor atin de verse obligada a sufrir por la integri- dad y la salud de su familiar, lo que es ya vivir el sindrome del sindrome. ZY qué hablar de cémo tenia ahora que hablar? Decia esto mirando hacia todas partes, como si temiera encon- trar al enemigo en cualquiera de los asistentes que la ofan. Tenemos desconfianza. ;Cémo sabes que el hijo de tu mejor amiga no esta metido en el narcotrafico? Y aqui senalé a la mujer de boca carnosa y cabello planchado que estaba junto aella. Yo ya no puedo hablar con ella ni ella conmigo. Hace- mos como que hablamos porque somos mejores amigas y hemos decidido no dejar de serlo. Decia todo esto a una velo- cidad pasmosa, pero lo mas extrafio era que habia dejado de dirigirse al autor y ahora clavaba sus ojos en mi. ZY usted? 2Qué opina usted de esto? Pero yo no opinaba nada. Yo solo habia ido a presentar el libro. Y no es que no tuviera nada que decir sobre este tema en particular, Podria hablar de secuestros por dias. Hoy no se escribe de otra sosa. Estn en los periédicos, en las noticias de la radio, en los libros. La violencia permea cada linea de lo que se publica y que tengo que presentar. En cierta forma, yo S0y la parte secuestrada de las presentaciones..No participo en el espectéculo, me limito a hablar de lo que nadie quiere oir: libros. De vez en cuando, intercalo algdn verso por ahi, una cita. Siempre temo haber cometido una indiscrecién. Asi que en cierta forma podria decirse que en tema de plagios tengo un papel kastante activo, Pero los autores tienen el papel principal, Ellos han‘secuestrado la literatura, Es cierto que también podria plantear las cosas al revés. Decir que la literatura es la que me ha secuestrado de mi mis. mo. Ser un animal literario es estar hecho de poco més que una pasién y un conjunto de citas. Ser apenas lo que he lefdo, Jo que leo, es casi una forma de no ser. Muy poco en reali dad, si vamos a llamar a eso un punto de partida Para definirme a través de mi profesién, como hacen algu- nos, tendria que empezar por saber si esto es una profesion. Un trabajo es algo por lo que se recibe una remuneracion y a ‘mi no siempre me pagan con dinero. Mas bien casi nunca. Por Jo regular me dan el libro del autor que debo presentar, eso sf, y me lo dan con tiempo. Una semana, al menos. Yo firmo de ido al menséjero, abro el paquete y me lanzo a una carrera exhaustiva. Corro como el conejo de Alicia: Nunca me deten- go. Simplemente me echo a leer y, en vez de mirar el reloj SS —Q(V““q —_— _ —— ¥ decir es muy tarde! lo que hago es ver el: mero de paginas haberme mostrado algo, contentos de sus correrias. Asi que Testantes y pensar més 0 menos lo mismo. Les libros que debo ambos podemos seguir con nuestro trabajo, sacando cada cual presentar rara vez me despiertan. algiin interés. En ocasiones, lo mejor que puede. pe cuestatfabajo fijar Ios jos en lo escrito. Asirme de alguna No importa que el libro sea bueno 0 malo; el resultado, en frase, un pequeto brote en medio del vacio que me ayude @ no : la presentacién, siempre es el mismo. Fl autor queda como despenarme. No tan de prisa, al menos. Claro que enconltt tun dios. Escucha lo que esperaba ofr y se reconoce en cada esa pequetia yema, ese miniisculo germen de interés) €5 00 frase, aunque las palabras que cito no sean suyas. No es nece- deseo que expreso sin la menor oportunidad de que se cumpla sario que asi sea. El péblico también queda satisfecho. ;Qué ¥y tampoco es que me importe. Tengo mis trucos. Como en. presentaci6n! ;Qué interesante lectural )Y pensar que Fulano ‘cualquier oficio, en el mfo me las he ingeniado para desarro — aqui entra el nombre del autor— nos dijo que se trataba de vs ar ciertas estrategias de supervivencia. Faulkner tenis las otra cosal Eto es lo que oigo todo el tiempo. Que nadie hubiera 19 savas, Kafka también, solo que las de Kafka no funcionsban podido elegir a un mejor presentador. A veces me pregumto porque, aunque a nadie le importara que no hubiera ido a tra- por qué pongo tanto empenio en algo tan efimero como una bajar, él sentia todo el tiempo la mirada de su jefe encitt® . lectura. Y me engatio al responderme: porque soy un profe- esarrollarlas no me impide cumplir con las normas basicas de urbanidad, con una ética, Hago To que tengo que hacer, solo gue lo hago a mi modo. Una vez abierto el bro echo 16s ojos sional, Pero cémo podria ser profesional de una profesién que no existe. Sé que estas explicaciones son solo modos oblicuos de convencerme de algo abstruso. De sentir que soy es0; algo, a correr por su cuenta y los deo libres, como adolescentes ae al menos. as estrenan a a vida, Un principio minimo de independencia para ellos y para mi, dado que vivinnos juntos Ellos en lo suyo, so en lo mio, como debe ser, cada uno sin interferir &® la ye ta del otro, Al menos yo lo intento, Leo entre lineas. los ‘en cambio, no siempre actitan asi. A veces, quiza con mas fre Pero algo como qué. Eso es lo‘que ignoro. Tengo un primo loco 1 se llama a si mismo bipolar— que hace unos dias, en tuna reunién de familia, se sinti6 en la necesidad de aclararnos: Yo, antes que el bipolar, soy un ser humano. Me asombré su seguridad en saberse duenio de esta certeza. Como podria yo cuencia de la que yo querria, os ojos Haman mi atenc avisan de lo que han «descubierto» Porque ésa es la palabra que usan. Algo intrascendente, pot lo regular, muy trill: tina estrella apagada millones de aftos luz atrés. Pero no puedo sentirme, ni me siento, superior a mis o}08,1B® Timi- toa fingir atencién y les sonrfo. Ellos se sienten satisfechos de jon. Me decir que antes que leer soy alguien, si leer es lo nico que me hace fiel a mi mismo. Lo tinico que he sido y soy es esta loca pasion por leer. Leo. Es raro decirlo asi, haber encontrado tuna forma'tan pomposa y categérica de decir algo tan simple con un lugar comiin: leo, luego existo, No estoy pretendiendo ostentarme en la personificacién de la actividad que realizo, ni 2 decir que mi ocupacién me define. Ya he dicho que ni siquiera se trata de una verdadera ocupacién. No es facil tampoco ast mir que soy las palabras de alguien més. Pero es un hecho irrefutable. Soy esas citas. Durante la lectura me convierto en los personajes de la historia y asi me siento un poco mejor. Puedo sobrevivir a la hecatombe. No solo porque ellos tienen una historia més apasionante que la mia, sino porque, pase lo que pase, sobreviviran. Asi mueran mil muertes atroces, revi viran cada vez que un lector comience el libro. Y eso es mejor que lo que nos ocurre a cualquiera de nosotros, amenazados de morir una sola vez y para siempre. En un pais que se hace experto en la recolecci6n de cadave- res, yo retino palabras. Oculto con esmero frases perfectas como joyas, frases que tomaron afios, a veces siglos en gestarse. En ocasiones las pongo tnas junto a otras,las veo actuar de con-+ formidad y volverse vidas, audaces. Veo partir versos como tigres o acobardadas lineas de corazén de pollo como las de Lear ante la certeza de la caida. Leo al punto de haberme con- vertido en esta enciclopedia ambulante que soy y que yo mismo guardo hasta el momento en que alguien pueda necesitarme. Que es cada dos por tres. Basta con que un escri- tor sea anunciado en los periédicos como «la revelacién del aito», «el atleta del desconcierto», «el virtuoso del no futurey ode ela gran novela del milenio» para accionar el mecanismo Es entonces cuando ese cuenco de agua muerta acude a mi con su voz melosa, no la suya —nunca es la suya—, sino la de algin editor, y me llena los ofdos de frases rebosantes en elo- gios y me invita a hacer la presentacion de su libro mas recien- te. No el diltimo, aclara siempre con falsa socarroneria, sino el mi is reciente, je, je. Y yo acepto; por supuesto, aun a sabiendas de que sera un trabajo intil: Incluso digo: Encantado. Porque tengo la necesidad de embellecer la salida de un libro, cual- quier libro, hoy que los libros son apenas un objeto de falsa ostentacién, un portento que no existe salvo en las presenta- ciones, hoy que son un cadaver que brilla con la fugacidad silenciosa y melancélica de un cometa. Uso las palabras de otros, por supuesto. Y trato de darle a cada presentacion un caracter, una firma, No la mia, sino la de la escritura. Para ella es que busco entre los papeles sueltos la cita que caeré como una gota de plomo en medio del vacio. Voy a la presentacién de un libro como a una boda donde se han dado cita los novios, los concurrentes, el cura, las flores y demas paraferna- lia: todo lo necesario salvo Dios, que no fue invitado a la cere- monia. A veces esta, pese a nosotros. A veces aparece. El otro dia, por ejemplo, ocurrié algo inusitado. La gente hablaba entre si, intercambiando opiniones, como suele hacer, al tiem- po que yo hacia la apologia del libro Sube a la montana, Jonathan, un libro de autoayuda que ha vendido mas ejempla- res que La montana magica, de Thomas Mann. Pero, de pron- to, se empez6 a oir un goteo. Era un sonido persistente que parecia decirme: Predica, Otra gota de agua y otra vez: Predi- ca. He aqui lo que ocurre con esta profesién. Que uno oye ‘otras voces, metidas en cualquier voz, tal como me ocurrié con la voz del agua. A uno le habla el mundo de otra manera, Supe de inmediato que era una provocacion. Quise reiniciar, Este libro es... pero el agua elev6 la intensidad. Aumenté el volu- men y ella se volvié un bramido, un estruendo, fue cubrién- dolo todo, impidiendo a la gente oirse, oirme, oir nada mas a que su vor, la voz del agua hablando a gritos, y a medida que crecia su vehemencia, quienes hasta hacia poco conversaban_ tuvieron que desistir y abandonarse a aquel ruido. Ellos escu chando, el agua perorando, hablando a todo pulmén de la poe: sia, y yo absorto, escuuchando la belleza de su efecto persuasivo en medio del desastre, A VECES, AL DIA SIGUIENTE DE LA PRESENTACION LLAMO A ALGUNA EDITORIAL para pedir, a cambio de los bodrios que me mandan, algin otro libro. Niinca libros dificiles de obtener. Ni siquiera libros caros. Simplemente obras que estaba deseando leer y que por mi condicién no he podido comprar. Por lo regular me dicen que no lo tienen, me hablan de la dificultad de conseguirlo 0 me dejan esperando en la linea. En tales ocasiones me limi to a pedir disculpas, agraderco y, aun sin esperanza, espero Los libros me han ensefiado el placer y la voluptuosidad de vivir sin ellos, para ellos, pensando avidamente en ellos en un pais de varias generaciones sin lectores. En un pafs sin libre rias donde los libros estan condenados a cumplir su propia penitencia, a hacer su camino de Santiago particular, por el que han de pasar mil pen: lectoras. En esos momentos pienso en por qu iidades antes de llegar a las manos -0 tanto leer el libro ausente y en cémo sera. Paso horas y horas imagi nando el timbre particular de su vor, su ritmo, y devoro con Jos ojos de la especulacién cada palabra oculta y cada linea que no conozco. Hago esto hasta que me doy cuenta del interés 2 Pry mezquino que hay en mi supuesta pureza de tener el libro. Caeo tener derecho a él porque espero una remuneracién. No me hago ilusiones respecto de los pagos con dinero o con viajes, como ocurre a veces, cuando debo presentar a un autor que se encuentra en otra ciudad, en otro pais incluso. Pero el pago con libros tiene, en cambio, un caracter de obligatoriedad que yo mismo no me explico. Adquiere un valor perentorio. Es un acto de elemental justicia y, tal como yo lo veo, algo que incide de modo muy directo en mi dignidad. Por eso llamo una y otra vez a los editores, les insisto en que necesito el libro y lo que obtengo a cambio son largas y negativas en for- ma de explicaciones siniestras. Que el libro se ejta en una casa filial en otro pais y debe pedirse toda la edicién, porque la filial no acepta pedidos por un ejemplar solo. O el libro existe pero la edicion se halla secuestrada en una bodega‘por razones de extrafias leyes de sindicatos o impuestos. O queda un solo ejemplar y es precisamente el que usaran para ung futura edici6n, cuando la autoricen, Cualquiera podria pensay que estoy haciendo literatura. Que tomo-de pretexto los libros para hacer una ficci6n. Porque el aire de ceremonia desquicia- da que tiene el asunto se presta para usarlo como tema en una novela, pero no es asi. Lo estoy viviendo. Es mi caso. Estoy sometido a rituales extraiios, el primero de todos, quiz, vivir para entender el mundo solo a partir de la lectura. E Pero hay otros mas. Esta profesién, que no es tal, me ha vuelto acreedor de un remanente de ganancias paradéjicas. * Pudiera decirse de ganancias , Era una forma de ceguera cultivada eso de decir que eran distintas. Era la necesidad de ver la «variedad» de la naturaleza. De inventarse que habia un misterio abt. Un pro- pésito, Que en realidad no encontraba. Igual que yo. Saivo que lo que yo veia eran los mismos espectaculares, pidiendo el rescate de un desaparecido y ofreciendo dinero de una mujer que habia mandado poner el mensaje. Grafiti y alambrados de pias; calles cerradas por rejas de metal; j6venes con ojos desor- bitados y rojos; muchachos amenazantes sobre los parabrisas como sonmbulos del crack y los inhalantes. Un mundo que 66 no me aceptaba como lo que era, un simple lector; un habitat que me repeleria a menos que acabara fundiéndome y convir- tiéndome en una de sus criaturas. Cada vez que Wilde daba una vuelta por el parque, compro- baba lo indiferente y desdefiosa que era con él la naturaleza. Comprendia que, para ella, él era exactamente lo mismo que el ganado que pacia en la ladera o que la bardana en Ia zanja, y se entristecia. Pero no se podia entristecer del todo. Porque no tenia interlocutores. Y a la madre naturaleza él le era total- mente indistinto. Que fuera igual que el ganado o la bardana en la zanja no era mas que una prueba del odio de la naturale. za por el pensamiento humano, en particular por el de él. Lo que lo entristecia mas atin. ¥ desla tristeza al enojo contra uno mismo el brinco es inmediato/ Pero él no lo daba pofque no era tan doctrinario y tedioso como para llevar sus princi- pios al amargo extremo de la accién, Asi que estando enojado no se enojaba. De hecho, ni siquiera se entristecia. Pues la tris- teza es también una forma de la acci6n. En realidad no hacia nada. Salvo estar. Junto a la glicina. Sobre la hierba. Y ése era el problema. Porque aunque no pudiera pensar, pensaba. Y se enojaba consigo porque, al no estar pensando, lo hacia mal. Habja una falta de conviccin en eso de no pensar. Y en eso de pensar también. ,Qué era lo que realmente estaba haciendo? gO es que estaba haciendo algo? Por supuesto que si. Mentia. Se mentia. Pero zera esto ver- dad? Casi se alegré. |Estaba haciendo algo! Era un mentiro- so. Pero como, ademas de mentiroso, era también inglés, pensé: «Para ser un mentiroso cabal hay que cumplir con cier- tas caracteristicas», Y las enumeré: a) El mentiroso se distin- gue por sus afirmaciones rotundas e impavidas; b) Por su magnifica irresponsabilidad, y c) Por su desprecio saludable a todas las pruebas. No, no era un mentiroso. Porque estaba probando serlo y el verdadero mentiroso no presenta pruebas porque no las necesi- ta. La verdad si lo requiere, pero la mentira no, la mentira es su propia prueba. «Escribir esto», apunt6. Sin apuntarlo, claro. Como iba al campo a estar en la naturaleza, no llevaba lapiz ni papel, asi que lo hizo mentalmente. Asi se dice, «apuntar», aunque quién sabe qué sea lo que hacemos, pues en estos casos varios pensamientos se entremezclan. Asi que, cuando uno apunta creyendo ser fiel a una verdad, a Ja verdad apunta. da, en realidad esté mintiendo. Es decir: haciendo arte, solo que arte efimero. ¥ gquién no ha escrito una obra maestra que enseguida olvidé por no haberla apuntado més que en su men- te? Pasar al papel es tratar de poner una verdad. Y ahi esta el problema. En la lucha de la verdad por imponerse. Lo dificil es mentir. Y Wilde en cambio era claro, sistematico y daba prue- bas. Echado en la hierba, sin hacer nada, habia cometido un. pecado imperdonable contra la mentira, habia cafdo en la deplorable preocupacién de la exactitud y la transparencia. En ser un mentiroso «bién informado». Lo que no es ser un menti- roso. Es ser un politico, Alguien que cuando quiere conven: cernos de algo dice lo contrario, de modo sistematico. Y a fuerza de sistematizar sus mentiras acaba por decir la ver: dad, ‘una verdad que ni siquiera es verdadera porque es una verdad a medias. Una falsa mentira. «El verdadero mentiro- so es un marti sin fe que marcha al patibulo sin entusias- mo y muere en aras de lo que no cree», dijo Wilde. Pero el @ 6 crimen organizado, o quien escribiera las mantas, creia. Lo mismo que el politico y el editor, o quien hubiera escrito los cin- tillos de los libros. En algo distinto de lo que anunciaban, pero crefan. Y quienes reclutaban a la poblaci6n para ejecutarla después, también crefan. En su idea de «valentia», de «poder» y sjusticia»; en su idea de una vida vivible y mejor. En no renunciar a los lujos a los que crefan tener derecho. Incluso lla- ‘maban «trabajo» alo que hacian. Y aunque les quedara un res quicio de duda en alga instante de sus vidas y supieran que ‘mentian, quienquiera que miente sabe que al mentir esta defen: diendo algo en lo que cree. Y, por tanto, mostrando la verdad sobre otra cosa. Es una ley del sistema. Del mismo modo que el ruido, la redundancia o el azar configuran un orden no previsto que nos permite atisbar ung verdad oculta, la costum- bre de mentir de los autores de los libros, de los autores de Jos mensajes en las mantas, de los discursos politicos y polici cos, podia convertirse en una lémpara de Diégenes capaz de iluminar formas de conocimiento y percepcién atin desco- nocidas. Y, de ser asf, su prestigio de grandes mentirosos podria volverse materia de estudio. Metido entre las sabanas pensé que, si podia explicar el sistema en que se basaban los mensajes en los libros, la demos- tracién de que no eran falsos, sino que hablaban de la false- dad a gritos, saldria a la luz por si sola. Se veria de inmediato la complicidad entre editores, mandatarios y asesinos. Pensé que solo asi se descubrirfa el fraude. Que habria una ver- dad que explicaria lo que parecia inexplicable: la aparicién de un cuarto, un quinto, un décimo libro con el mismo cintillo. impreso. Lo mismo que la aparicion de otro par de cabezas, de cinco cuerpos més, de otra manta en una ciudad cerca de la capital y un mensaje en internet que provoca un toque de que- da. Y de una mujer asesinada de un tiro en la cabeza ante las camaras de seguridad del Palacio de Gobierno de un-estado, por haber descubierto al que descuartizé a su hija y fue absuel- to por la propia ley a causa de unas cuantas palabras, que lla- maron «un tecnicismo». Palabras que ocultan cabezas; cabezas y encabezados a la par. Cintillos. ;Cuél era la historia que ya conociamos, sin variantes, idéntica y terrible, que nos impe- dia ser individuos tnicos, seres duefios de sus vidas, auténo- ‘mos ¢ irrepetibles? 6 ESTABA FRENTE A UN PROBLEMA LOGICO, PERO ESTO NO ERA LO PEOR. LO terrible es que habia empezado a sentir que algo me expulsa- ba de mi tiempo y mi espacio aun estando en el mismo pais y en mi habitacién de siempre. En un sentido, todos empeza- bamos a ser exiliados de nosotros mismos. «El hombre es él y su circunstancia», aventuré Ortega y Gasset. Las ratas delabo- ratorio que éramos comprobabamos que esto, mas que una hip6 tesis, era una ley. Empezaba a haber una reacci6n colectiva ala que era imposible sustraerse. Comenzébamos a ser distintos. Al parecer, estébamos leyendo el mismo gui6n, sin ponernos de acuerdo. Sin poder impedirlo, Lo primero era el miedo, acom. paniado de sus consecuencias naturales: desconfianza, en el ‘grado menos pernicioso; reacciones paranoides, en el mas gra- ve, Algunos se inclinaban por la indignacién, todos por la vio- lencia. ¥ por las ganas de salir dé ese polvorin personal en que cada uno comenzabamos a convertimos. Sé que hablo de «noso- tros» como si sibitamente me hubieran admitido en una asocia- cién a la que desde hacia mucho pertenecia. Yo, que soy solo un lector, lo mas marginal que puede ubicar una sociedad dedi- n n cada a la produccién y la rentabilidad, habia sido incluido. En un universo en el que no me sentia a mis anchas ni era «yo mismo». Hasta mis ojos, antes tan dispuestos, empezaban a descon- |. Como si se hubieran aliado al sector externo de uuerpo. Y hasta se escandalizaban de que yo los pusiera a fiar de mi seguir lineas en un libro. Se negaban a continuar leyendo. Me tildaban de cinico. Hasta hacia poco, habian estado dispuestos a asumir la mentira como un mecanismo para descubrir otra verdad, es decir, un vehiculo legitimo. Lo mismo que el cinismo, que, segiin habian aprendido de ciertos autores, no era més que un acto de supervivencia. Pero ahora veian la ruindad de la mentira en si misma y la indignidad del cinico. Se habian vuelto unos ojos epictireos. Y no me hacian el menor caso, pese a la libertad que siempre les di. Me habja disociado de mis ojos y con ellos, esas evidencias. Tata de establecer mi propia linea Maginot entre lo que estaba obliga- do a percibir y mis emociones. No podia no darme cuenta de que cada vez acudian menos oyentes a las presentaciones de libros. Algunas ciudades empezaban a vaciarse porque sus morado- res, asfixiados por las grandes sumas que se vefan obligados a pagar a quienes los extorsionaban y agobiados por una vida de continuo temor, habian preferido dejar atras sus bienes y aventurarse en otro pais o en una cludad ajena. Pero a mf me habfan invitado a presentar un libro y lo haria. Mientras alguien quisiera oir hablar de ese mundo que vive por encima del mundo, lo haria. Me preparé, como de costumbre, aunque con mayor dificultad, dada la pésima relacién entre los libros y mis ojos, y aguardé como me dijeron, Es intitil retrasar- nos més, dijo la organizadora, no legaré mas gente. Esa vez, dada mi sensacién de extranjerfa, decidi acudir vestido de via~ jero de otro siglo, Tomé el microfono y saludé a una audien- cia ms bien siniestra. Un hombre levanté la mano para advertirnos que pretendia hacer una pregunta. Dijo ser profe- sor. El término profesor no debe evocar a un hombre sencillo ¥ algo desalifiado, lector de los clasicos cuyo tiempo libre esta destinado a curiosear en las librerias de viejo, sino a un cha- parro taimado, vestido con pretensiones de inglés y dispuesto a tolla costa a hacer alarde de su cretinismo. Las preguntas al final, acot6 la organizadora, sonriéndole, como si le estuvie- ra prometiendo otra cosa. Entre mas observaba a mi audien- cia, mas convencido estaba'de hallarme ante un grupo de maleantes, 0 tal vez era mi estado paranoico el que me hacia ver las cosas de ese modo. Estaba rodeado, sin salida. Pensé que habia llegado mi hora. Un hombre corpulento de chaqueta color marrén me miraba con gesto amenazante, hosco: Observé su cuello ancho, los brazos fornidos y un est6mago prominen- te y rigido, de pulquero. Un obeso acostumbrado al ejercicio. De cuya fuerza no podria huir ni ayudado por una potencia ultraterrena. Junto a él, un joven palido de mandibulas anchas, comé un insecto gigante en un mundo de enanos, mascando un bocado inexistente. Y al lado, una mujer fornida, dos ‘veces mas ancha que e! tamaiio natural, que me estudiaba con atencién de relojero. El resto, por el estilo. Parecian salidos de un noticiero de television donde se informa la.captura de una banda de asaltantes. Pero qué absurdo: ssecuestrarme a mi? 2Por presentar un libro? Por lo pronto, me habian robado el valor. Me empeié en buscarlo en Ia idea de que estaba en una presentaci6n de un autor, no en un homicidio. Pero la esceno: n 1” grafia no ayudaba. Me habia costado llegar al sitio en cuestion debido a un bloqueo entre sicarios y policias. No habia taxis- tas dispuestos a Ievarme. Después de encontrar al tinico que se animé a conducir en esas condiciones —antes me advirti de que tendria que rodetr la ciudad para llegar a nuestro des- tino— me extrané, al bajar del vehiculo, que alguien hubiera elegido ese recinto, El auditorio tenia muros altos, de cinco metros, al menos, con vigas metélicas'y pintura desconchada en el techo, Sillas de metal con respaldo y cojines plastificados color fuinebre, muchas de ellas vacfas, un escritorio de metal también, sin manta de pafo ni micréfono, y un vaso de agua tur- bia, como un simbolo del futuro mio o de los demas, no estaba seguro. Previendo cualquier circunstancia, me puse en plan dadivoso. Me dediqué a obsequiar 6 que tuve a la mano. Fren- te a los inmuebles tachados de grafiti y abandonados por sus residentes a causa de la violencia en esa ciudad del norte, hablé de casas habitadas por péjaros en cuyo patio hay un surti- dor de agua y un arbol que se enciende como una flama con los rayos del crepisculo. Vi las caras desencajadas de mi audien- cia pero no me arredré. Hablé del asombro de Malcolm Lowry, que como tantos autores buiscé en este pais su perdicin heroi ca, Como yo, Lowry entendfa el mundo como un criptograma hecho de coincidencias sorprendentes que el lector debia des- cifrar. «Yo no quiero cojines de seda, quiero ver el mundo», decia, compartiendo esta sensacién mia de desarraigo y no obstante arraigado a la ciudad de Oaxaca en una época en que el pais también se desmoronaba. Hablé sin hablar de su aficion a juntar los retazos de aquella cobija multicolor que ya no cobijaba a nadie y de todos aquellos que a su modo llevaban a cabo el acto de llenar el vacio. ¥ hablé del desvario de D. H. Lawrence, que pedia la renuncia de la vida en nombre de la vida y escribfa una historia de autoinmolacién cuando lo tlti- mo que queria en este pais era inmolarse. Y de los malévo- los viajes de Evelyn Waugh y Graham Greene, pagados por el gobierno britanico tras la expropiacién petrolera, que dieron como resultado una obra venenosa y una obra maestra, respec- tivainente. Hice elogios de los viajeros turistas en un tiem- po en que los turistas ya no vienen. Pese a los dengues que hacian mis ojos, fui en busca del paraiso perdido. No desertar aun habiendo desertado de toda esperanza, no entregarse al sinsentido. Y ésa fue la pauta para comprender el mensaje de mi madre oculto como el genio de la botella en el fondo de la urna: {Qué va a ser de ti sin mi? Que equivalia a decir: Sin mi confrontacién. Yo habia podido ser lo contrario de lo que ella. queria justo porque ella lo querfa. Porque ella habfa estado abi como un espejo convexo, para confrontarme. Pero ahora, sin su necesidad de decirme por dénde debia andar, los pasos se encarninaban a cumplir con su destino a solas. Asumir el mun- do como lo que es/ asumirse uno mismo. Si habia ido de libro en libro era porque apenas asi podfa darme una idea de todos los otros que podia llégar a ser, pero también, porque no habia personaje de la literatura qué pu ra contenerme entera. Decir , calificarme por primera vez como alguien mas que quien lee era ya empezar a pensarme como cierto tipo de per- sonia. Como alguien poseedor de un cuerpo especifico, como una mujer. Lo que tiene el inconveniente de que trae con- sigo el paquete de atributos que le corresponden. Ser vista ‘como un cuerpo, el cuerpo del delito. Como alguien dispuesto 8

You might also like