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12 Poco después del amanecer acabé la charla entre el hombre y la vieja. Risueno, el refinado caballero pidié per: miso para estirarse un rato en el camastro de la lechigua- na, y la dej6 ir. El hombre sabia que dofia Jacinta tenia algo importante que hacer en el pueblo, y no pensaba estorbar. La Vieja llegé a la casa del maestro y buse6 la ventana que suponia era la de Marfa, La acompafaba el perrito blanco que, como si atin siguiera la orden que Nicanor le habia dado la noche de su primera transformacién, ya no se acercaba al muchacho. Doi Jacinta golpes despacio y esperé a que la mucha: cha se asomara. No solo habia adivinado cual era la ven- tana de la chica: también habia sabido que Maria estaria despierta, que no habria podido dormir. Cuando la vio, comprendié el amor de Nicanor. La chica era bella, y era buena. Tenia en la cara, en la mirada, todo el miedo del mundo, No aleanzé a preguntar por Nicanor: la vieja la tranquiliz6 antes. —No lo han cazado, estos cobardes, ni Jo van a hacer nunca. Veni, m’hija —le dijo—. Tenemos que habla 48 Maria salié de inmediato, La lechiguana la llevé bajo el reparo de un Arbol, lejos de los ofdos de Lagares y su esposa. Lo que tenia que contar, lo que tenfa que pedir, no eran palabras que un padre y una madre pudieran so- portar. Dofia Jacinta no se preocupé en preguntar si Maria _| amaba a Nicanor. Lo dio por supuesto, y estaba segura de no equivocarse. Lo que no sabia era hasta dénde podria llegar ese amor, reciente, muevo, casi de chicos, que habia nacido entre ellos. —Tres pruebas tienen que cumplir, vos y Nicanor quieren que la maldicién del lobo desaparezca, No me pre- guntes cémo lo sé, ni con quién arreglé el trato, El visitante que tuve anoche no tiene buena fama, y es mejor, mu, cho mejor, no frecuentarlo, Tratar con él es cosa mia, Tres pruebas pidié que ustedes cumplan, para que Nicanor ya no sea lobizén. Tres pruebas que los pueden perder en el intento. Solo si de veras se quieren las pueden cumplir. Maria tuvo miedo, pero no tuvo dudas. —Espéreme aca, nona —dijo, como si ella también sintiera por la vieja el mismo cario que su amado—: en cuando un rato, cuando madre y padre estén dando junte mis cosas, yo la vengo a buscar. 44 13 Nicanor no habia vuelto a su casa desde la primera noche de luna lena. Tenia vergiienza, y también mucho miedo. No sabia qué debia hacer, ni qué serfa de su vida. En lo alto de los cerros, desnudo, con el cuerpo leno de marcas y moretones, Nicanor pensé que alguien tenfa que ayudarlo, Solo podfa recurrir a su nona y, tal ver, a Marfa. Esperd a que el sol ardiente de la siesta estuviera bien alto para bajar hasta su casa, Sabia que, a esas horas, no se cruzaria con ningtin vecino. Cuando legé al rancho lo abrasaba la sed, Ente6, tomo toda el agua que parecta estar esperdndolo en una jarra y recién entonces se percaté de s oscu roy mas fresco de la pobre habitacién estaba aquel hombre clegante, el mismo que habia visto en el arroyo. El gaucho rico de la chaqueta oscura, Nicanor se lo quedé mirando. El hombre le sonrié: una sonrisa que no era simpética, que no tranquilizaba, que ni siquiera parecta sontisa. —Tu nona y yo estuvimos hablando mucho, Nicanor dijo al fin el intruso—, Vos me pediste ayuda antes de ayer, antes de que la luna Ilegara bien arriba. Tu nona me la pidié después. Yo no hago favores por nada. Hago que su nona no estaba. En cambio, en el rincén 45 favores solo si se me da la gana, si es que estoy aburrido y ‘me quiero divertir. Ahora, por ejemplo, me va a gustar ver qué es lo que pasa si tu nona consigue lo que fue a buscar. Y qué vaa pasar después. Quizé, con eso, me divierta mu- cho. Quiz hasta obtenga algiin beneficio, Es sabido: los caminos del Sefior —y los mios también, qué joder— son insondables. El hombre solt6 una carcajada, con la que parecié feste jar un chiste que solo él entendia. La risa del gaucho rico metia miedo. Todavia riendo, el hombre se paré, se puso el sombrero que habia colgado detras de la puerta, y sali. —Nos estamos viendo, muchacho —dijo en la puerta del rancho. Llamé con un silbido a su caballo negro, y un instante despues se perdié de vista Nicanor se quedé solo, cada vez mas confundido. Es- taba aterrado, pero alcanzé a pensar que debia buscar a su nona, donde fuera que estuviese. Apenas se lavara un poco las lastimaduras y se vistiera, dejarfa el rancho. Ya se estaba yendo cuando vio la silueta inconfundible de su nona, que subsa por el camino polvoriento, con el sol detrds. Nicanor entrecerré los ojos. La vieja no venta sola, y el muchacho supo de inmediato quién la acompatiaba, El coraz6n le dio un salto en el pecho. Maria, su Maria, ve- nia por él. "Nada puede estar tan mal, nada puede ser tan terrible si ella viene’, se dijo, y por primera vez en mucho tiempo volvié a sonreir. Tenia razén en estar esperanzado, pero solo en eso, No sabia, aiin no podia saber, qué era lo {que los estaba esperando. El perrito blanco ladré muy fuerte, como si entendiera que Nicanor y Maria comenzaban un viaje que, para bien ‘0 para mal, les cambiaria la vida a todos. 46 14 No habfa tiempo que perder, y la vieja no pensaba per derlo. Apenas llegé frente a su querido Nicanor, le dijo todo lo que tenia que decirle, lo imprescindible —Maria te va a ayudar, m’hijo, porque es una chica ‘buena, y te quiere bien. Vos tenés que seguirla, hacerle caso, ir adonde ella te diga, adonde te mande. Tienen que cumplir con tres cosas, y ninguna va a ser facil: los bau: s, el casamiento y el baile. Lo primero es encontrar a Juin, si es que todavia vive, y convencerlo. Es mejor que salgan ahora mismo, antes de que el maestro se dé cuenta de que Maria se ha ido, Tomen el camino del cerro bayo hasta el pueblo del valle, hasta Rio Azul. De ahi me lle garon las diltimas noticias de Julian Madero. Abi vivié durante un tiempo, me dijeron unas viejas chismosas, la ‘vas a seguir como un perro fiel. No pueden ir asf, como hace unos afios, Marfa lo va a buscar. Y vos, Nican ahora, La luna, para vos, m’hijo, desde ahora ser Ma- rfa, Despidanse. Nicanor no entendié muy bien lo que su nona le decia. 4Cémo se juntaba la idea de ir con Maria, seguirla y obede: cerle como si fuera el perrito blanco que lo seguia siempre 7 al, con la de despedirse? Lo que si sabfa Nicanor era que aunque su abuela a veces hablara raro, a la larga se en- tendfan sus dichos. Y era mucha la inquietud, y el temor que su condicién de lobizén le producia, como para pedir ‘més explicaciones. Marfa lo miré con una sonrisa apenas esbozada, y se le acercé. Nicanor le puso las manos en las mejillas, sinti6 su calor y la humedad de una lagrima que caia, Con mucha timidez, se dieron el iltimo beso que se darian en mucho tiempo, al lado de dona Jacinta, que iré para otro lado y refunfuné un poco. Después, la vieja carraspe6, Nicanor se separé de Marfa y la siguié un par de pasos. La lechiguana le puso una mano en el hombro, y lo hizo arrodillar, Empez6 a hablar en una lengua que el muchacho nunca antes habia oido, tomé un poco del polvo del camino y, sin dejar su murmullo constante, hizo que el polvo cayera despacio sobre la cabeza de Nicanor, como si lo estuviera bautizando. Luego miré a Marfa. Ni- canor distinguié el nombre de la amada entre las palabras incomprensibles de la vieja. Cuando terminé su breve ce- remonia, dofia Jacinta dijo la frase final: —Vos 50s la hina, Marfa, Ella es tu luna, Nicanor. Hizo después unos signos con las manos, y retrocedié tun par de pasos. El muchacho qued6 solo, arrodillado frente a las dos mujeres. La lechiguana tomé a Marfa de Ja mano y se la apreté muy fuerte. Sabfa lo que vendria, Nicanor sintié ef mismo ardor de su primera noche de Jobo bajo la tuna Tlena. Otra vez el fuego como lava que le corria por las venas. Tuvo las mismas ganas de correr, pero ent vez de hacia la cima del cerro, ahora queria correr hacia donde Marfa esperaba junto con su nona. Sin em- bargo, la mirada de dof Jacinta fue lo suficientemente fuerte como para detenerlo, Nicanor se retorcié alli donde 6 estaba, mientras el cuerpo se le cubria de pelos, os dientes |e crecian, la mandibula se le estiraba y, al fin, como ante Ja luna lena, aparecia en su forma de perro grande y ne. ‘ro, de lobo, de lobizén. La vieja solté la mano de Marfa, que Hloraba en silencio, yl dejé ir hacia su amado, al que por mucho tiempo solo yeria asi, emperrado. El lobizén dejé que una mano timi: da le acariciara la cabeza apenas por un instante, y des- pues corrié unos metros hacia atrés, como avergonzado. —Tienen que ir por el camino del certo —repitié la le- chiguana. Y antes de que el viaje comenzara, acereé la boca al oido de la muchacha y le dijo una palabra, una sola pa- Jabra, que Maria debia recordar, para usarla una sola ver, ‘cuando hiciera falta Maria no esperé a que dofa Jacinta se la repitiera. Se colgé su minimo atadito de un hombro y empezé a cami- nat, sin volver la mirada, sin mirar a la vieja ni el pueblo de Barrancas ni la casa que abandonaba. A su lado cami- nnaba el perrito blanco de Nieanor. Unos pasos més atrés marchaba el lobo. 49 SEGUNDA PARTE Los bautismos Durante horas caminaron Marfa, el perrito blanco que nunca habja tenido nombre ni lo tendria, y el perrazo 0s. curo, que era Nicanor y no lo era, Lejos de los caminos més transitados, a través de un sendero de montana, cru zaron dos cerros bajos. Al anochecer se refugiaron en una cueva, al pie del tiltimo cerro antes de Rio Azul. Desde alli velan el perfil del pueblo, apenas més grande y un poco menos pobre que Barrancas, Dojfa Jacinta habia dicho que en ese lugar habia parado Julian Madero, con sus seis hijos varones y el recuerdo fu- resto de la esposa muerta y el hijo maldito, En Rio Azul, Maria deberia averiguar el paradero del padre de Nicanor y deberia hacerlo muy rapido. Estaba segura de que su padre ya habria organizado una partida para salir en su biisqueda. Confiaba en que dona Jacinta se las arreglarfa para entreverarles los caminos, pero si no se apuraba, el maestro y los vecinos que lo acompafiaran terminarian por encontrar sus huellas. Al amanecer dejaron el refugio de la cueva y enfilaron hacia el pueblo. Maria tenia algunas galletas, que compar- ti6 con sus dos compafieros. En la bolsa llevaba unas pocas 53 monedas con las que aprovisionarse: las habia tomado prestadas de un cajén de su casa Tuvieron que esperar un largo rato a que abriera sus puertas el almacén de ramos generales, que eraa la vez pul perfa. Cuando la mujer que lo atendfa abrié los portones de ‘madera, Maria dejé que el perro pequefto la acompafara dentro del negocio y le pidié al més grande que la esperara junto al palenque de los caballos, que por suerte estaba va- cfo. Compré algunas provisiones duraderas, una segunda cantimplora, y aproveché para charlar con la patrona. La mujer recordaba muy bien al viudo de los seis hijos varo- nes, Habfa estado en Rio Azul un tiempo no muy largo, pero la historia que lo perseguia se habia hecho famos Habfa partido, decian, hacia un pueblo minero, més alld de la cadena de cerros que circundaba el valle. La pobreza, y también los malos recuerdos, lo habian impulsado a un cambio total en su vida: dejaria de ser pastor para dedicar- se a la btisqueda de metales y piedras preciosas, Mientras Maria conversaba con la patrona del almacén, dos gauchos forasteros, sin duda hombres de armas, lega ron con sus caballos junto al palenque. Los caballos, al ver al perrazo negro, se revolvieron inquietos, sdbitamente encabritados. Uno de los hombres amenazé al perro con su rebenque. El lobizén le mostré los dientes, pero se re- tiré al otro lado de la calle, Una ver que los caballos recu- peraron la calma, los hombres se apearon, cruzaron las tiendas sobre el palenque y entraron a la pulperia, Con sus provisiones y el dato obtenido, Marfa salié del viejo almacén decidida a tomar el camino de las monta- fias, sin perder més tiempo. En la puerta se top6 con los dos hombres, que se sorprendieron al encontrarse frente fe con una mujer tan joven y tan bella, Uno se tocd a fret 54 el sombrero, a modo de saludo. El otro se limit6 a lanzarle una mirada torva, cargada de malos deseos, Y cuando el perrito blanco pasé a su lado, amagé con darle una patada, riendo como si hubiera hecho una broma ingeniosa Maria los esquivé y salié a la calle. Se asust6 al princi pio, porque Nicanor no estaba donde debia esperarla, pero se tranquiliz6 al oir su extratio ladrido, casi un aullido, y lo vio trotar a su encuentro, —Vamos —dijo, y eso basté para que el perrazo fuera tras ella El trio se encaminé hacia las montafias, Maria en el me- dio, con un perro a cada lado, Acodados en el estafio de la pulperia, los dos hombres siguieron la silueta de la chica durante un buen rato, hasta que se les perdié de vista. 55 Otra vez, como el dia anterior, Maria y sus dos compa- fheros caminaron durante horas, sin detenerse. Poco des- pués del mediodéa, cuando el sol les cafa a pleno sobre las cabezas y hacia imposible continuar, se refugiaron bajo Ja sombra escuslida de un algarrobo medio seco. Alli des- ‘cansaron, Marfa no sabia cuanto podia entenderla el perro Jobo en que se habia convertido Nicanor, pero le hablé como sabia que el muchacho le hablaba al perrito peque. fio, como se le habla a una mascota, a un nifio muy chico, y también a un amigo. Vamos a descansar un rato, a comer charque con pan y a tomar bastante agua. Después, cuando baje el sol, otra vez nos tocaré caminar, hasta que se haga de noche. Como si hubieran entendido lo que la joven rubia les de- ia, los dos animales comieron, bebieron y se tiraron a dor mir en la escasa sombra, También Marfa dormits durante tun rato, con un suefio interrumpido por sobresaltos. No estaba tranquila, ni podia saber cudndo volveria a estar, ‘Apenas el sol dejé de pegar con toda su fuerza, reto maron la caminata. No era facil andar entre el polvo y las piedras, con calor, ignorando la sed para no derrochar la 57 poca agua que llevaban, Pero tenfan un objetivo claro, y lo cumplirian, Detrés de las montafias, siempre hacia el no- roeste, comenzaba la zona minera, El maestro, su padre, le habia hablado algunas veces de esos pueblos, en ocasiones meros campamentos que desaparecian al poco tiempo de ser instalados, donde hombres muy duros, muy curtidos, pasaban afos de biisqueda entre las piedtras, siempre de. trds de un brillo, de un sueno. Al atardecer todavia estaban lejos de un refugio natu- ral, y Marfa decidié confiar en el instinto del hombre que era lobo. —Buscé un lugar bueno, un lugar seguro donde pasar la noche —Ie dijo, antes de darle una palmada suave en la cabeza y empujarlo hacia el noroeste. Marfa aproveché la ausencia de Nicanor para sacudirse Jas ropas sucias de polvo y lavarse la cara y el cuello con el agua de la cantimplora, que habia vuelto a llenar en un arroyito casi seco, Se estir6, con los dedos, el cabello ‘enmaratiado, y se laments de que, en el apuro de la par- tida, no se le hubiera ocurrido agarrar su cepillo. A pesar de las inclemencias del camino no habia perdido del todo tuna minima coqueteria, Pensé en la tarde en que lavaba la ropa en el arroyo, y recordé con nostalgia el agua fresca y abundante, Pero més record6, con un leve sonrojo y una sonrisa, ese primer beso que su Nicanor le habia dado, Habia pasado un poco mas de una hora desde la parti da de Nicanor cuando Maria oy6 un ruido a sus espaldas, yel perrito blanco ladr6. Se dio vuelta despacio, segura de que el ruido no trata nada bueno. No se equivocaba: eran Jos dos hombres dela pulperia. Habjan llegado amparados por la sombra creciente, y ellos mismos eran dos sombras negras, peligrosas. Ataron los caballos que habsan traido 58 de tiro, para no descubrirse. En silencio habfan Hegado y cen silencio seguian, ahora frente a la muchacha: tenfan los ojos brillosos del que ha tomado mucho, y sus mira- das metfan miedo. El més alto de los dos, el de mirada ‘més turbia, se adelanté hacia la chica, Maria retrocedi6, ‘mientras el perrito blanco ladraba desaforado. El hombre lo miré con desprecio y escupié de costado. Cuando estu vvo casi sobre la chica, el perrito se lanz6 sobre las piernas del hombre, pero una patada lo tiré hacia atrés. Los dos gauchos rieron, Estaban borrachos y deseosos, y la mujer rubia no tenia defensa. Maria retrocedié otra vez, trope- 26 con una piedra y cayé de espaldas. El primero de los dos, el que estaba més cerca de la chica, rio con fuerza. Y fue lo dtimo que hizo. Una réfaga, Nicanor —o, mejor dicho, el lobo que era Nicanor—, aparecié desde la nada yy salté sobre el cuerpo del hombre, que cayé bajo el peso del animal sin siquiera dar un grito, Quizé nunca legs a entender qué o quién lo atacaba. Dos dentelladas répidas bastaron para terminar con él. Con la boca ensangrentada y los pelos del lomo erizados, Nicanor, el lobizén, encaré al segundo agresor. No llegé a atacarlo, El hombre dio dos pasos hacia atrés, monté de un salto en uno de los caba- llos, y desaparecié al galope. Nicanor amagé con seguirlo, pero Maria lo detuvo con un solo llamado, La muchacha temblaba todavia, pero tenia fuerzas suficientes para dar tuna orden, y para reponerse del susto mortal que habia sentido, No quiso mirar al caido, que ya no se movia. —Ahora tenemos un caballo —fue todo lo que dijo. Lue- go se acere6 al animal, que se movia inquieto, y le acaricié el cogote para tranquilizarlo, El lobiz6n se mantuvo alejado: pasarfa un buen tiempo hasta que el caballo comprendiera ue el lobo no era un enemigo, que no estaba en peligro, 59

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