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Ante ellos, la oscuridad se cernía a su alrededor, como un
cinturón a la cadera de una ninfa en primavera. La negrura
únicamente había incautado a unas cuantas personas de la
aldea. Todo parecía tan incierto para los habitantes de Corelia.
Por arte de magia, algo se había llevado a algunos cuantos de
ellos y los había encapsulado en una caja, lejos de Corelia.
Los alaridos estaban formados en la garganta de cada uno de
los que se encontraba encerrado en esa masa negruzca, pero
había algo que no los dejaba salir. El asombro mezclado con el
terror no era una buena combinación.
Por un momento, se dispersaron unos de otros, intentando
buscar una salida. Todos, salvo María José y Arethusa, que,
tras haberse encontrado, se resistían a soltarse. Tal vez eso no
les ayudaría en absoluto, según pensaba Arethusa. Pero ella
no contaba con que, al estar así, sujeta al brazo de María José,
le estaba transfiriendo un poder especial, que, en un momento
dado, le sería bastante útil para deshacer el hechizo que las
había llevado ahí.
En cuanto menos lo esperaron, la música comenzó a sonar en
aquel tétrico escenario. El Rachmaminov penetraba
lentamente sus oídos ocasionándoles un hipnotismo suave y
profundo. Al compás del piano, sus movimientos se hicieron
más ligeros y, entre la penumbra, comenzaron a flotar sobre
una superficie incorpórea, haciéndolos creer que volaban sobre
el universo infinito. Con el tiempo, cayeron en un profundo
sueño, en el que numerosas imágenes suplantaban las que
tenían en su memoria. Poco a poco, adoptaron personalidades
diferentes según los nuevos recuerdos aparecían en sus
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María José despertó con un fuerte dolor de cabeza. Estar en
ese pequeño apartamento, que se encontraba situado en la
zona más transitada de la ciudad, le había acentuado el
malestar de cada día. La primera vez que comenzó a sentirse
así, fue el primer día en que despertó dentro de esa espantosa
rutina.
Aún recordaba ese primer día con la misma claridad con la
que recordaba su vida en Corelia. Estaba tirada en el suelo, en
posición fetal y con el vestido de novia aún puesto. Observó su
alrededor, aterrada. Estaba en un cuarto, que, por la
decoración, parecía ser una sala. Se levantó para observar
todo con más claridad. ³¢0DXULFH"´OODPyXQDYH]VLQUHFLELU
más respuesta que su propio eco. Entonces, inspeccionó todo
a su alrededor. En la pequeña habitación contigua, encontró un
gafete, en el que estaba escrito su nombre con una foto suya,
señalando que era enfermera de un hospital. Entonces, hizo
memoria y se encontró con la sorpresa de que recordaba
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Mauricio despertó sobresaltado. Otra vez tuvo la misma
pesadilla que, desde unos meses atrás, había estado
atormentándolo. Se inspeccionó rápidamente. Estaba envuelto
en sudor frío. Deseaba tanto poder deshacerse de ese terrible
sueño de una vez, pero ya había agotado todas las opciones
posibles y ninguna le había dado resultado. A veces, creía que
alguien quería darle un mensaje con ese sueño. Sin embargo,
no lograba interpretarlo. Había un aspecto del sueño que le
intrigaba más que cualquier cosa. El rostro de aquella mujer
que, aunque en el sueño se veía siempre con una expresión de
horror, lo tenía encantado. Era, a su parecer, lo más cercano a
un ángel. Deseaba tanto poder conocer a aquella mujer para
avisarle que corría peligro. ¿O era, quizá, para poder
contemplar su belleza en persona? No lo sabía.
De pronto, alguien tocó la puerta con fuerza.
- Hijo, ¿ya estás listo? - dijo Diana.
El evento... Lo había olvidado por completo. No le parecía una
buena idea que fuera a dicho evento, pues, aunque a todas
luces parecía ser de caridad únicamente, había algo que no le
terminaba de agradar. Cada vez que tenía que asistir a estos
eventos, se sentía incómodo. Todos los medios de
comunicación estaban tras él. Deseaban siempre enterarse de
todo lo que hacía y de lo que no. Si salía con alguien, ahí
siempre había algún reportero escondido por ahí. La mayor
parte de las veces quería tener la privacidad necesaria como
para poder estar tranquilo sin que lo estuvieran vigilando.
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María José hizo todo su recorrido hasta el hospital donde
trabajaba de enfermera. Aunque no fuera un trabajo que le
disgustara por completo, no le apasionaba tanto como hubiera
querido. Lo único que le agradaba de trabajar en eso, era que
podía ayudar a las demás personas a sanar lo que les dolía, ya
fueran cuestiones físicas o penas del alma. Le hubiera gustado
renunciar y buscar a Maurice, pero no tenía el valor para
hacerlo en aquel momento. Por ahora, tenía que seguir
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Mauricio y su familia llegaron al hospital. En cuanto vio que
todos los reporteros se acercaban a él, hizo una mueca de
disgusto, que logró disimular bastante bien. No le gustaba ser
el centro de atención, ya que, siempre aprovechaban cualquier
comentario, cualquier insignificancia para armar un escándalo
enorme. Con una sonrisa en el rostro, logró entrar al edificio,
seguido por sus padres.
Al ver que las cámaras habían dejado de enfocarse en él, huyó
y se dedicó a vagar por los pasillos del hospital. Ya tenía mucho
tiempo que no pasaba unos minutos con algún enfermo. Este
tipo de actividades, lo reconfortaba y lo ayudaba a permanecer
en paz. Mientras caminaba, se puso a jugar con el anillo que
se encontraba en su mano derecha. Ya tenía varios meses con
él, sin embargo, no recordaba de dónde lo había sacado. Era
un accesorio peculiar, en el cual, yacían las mismas letras que
en la nota del espejo: MJ.
María José revisó el suero de cada uno de los niños que se
encontraba en el cuarto y examinó a cada uno para ver que
todo estuviera en orden. Tras esto, recogió unos papeles que
tenía que llevarle a Letty. Salió de la habitación a toda prisa,
acomodando los papeles dentro de un fólder amarillo,
revisando, a su vez, que no hubiera olvidado alguno.
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Letty, que la estuvo observando desde lejos, esperaba a María
José en el escritorio, con los brazos cruzados. No supo en que
momento se perdió que, ahora, María José regresaba con un
nuevo galán.
- Pensé que no querías tener suerte - le espetó - mira el
bombón que te acabas de ligar. Y no es nada menos que el
soltero millonario más codiciado de toda América.
- No creía que tendría esa clase de suerte. Me temo que ya
no será de los más codiciados.
- ¿De qué hablas?
- En cuanto puedas, ve el anillo que él tiene en su dedo. -
Letty se alzó y logró ver que en el anillo de Maurice estaban
grabadas dos letras: MJ - ¿MJ? ¿Eso qué tiene que ver?
María José le enseñó su gafete y su anillo. En su anillo estaba
grabado el nombre de Maurice. Recordaba perfectamente que
Maurice siempre le decía que su nombre era demasiado largo
y que no había podido ponerlo completo en el anillo.
- ¿Maurice?
- Así se llama él.
- ¿Él es tu marido? - preguntó Letty.
- Hasta ahorita si, sí él no dice lo contrario.
Letty se dedicó a hacerle toda clase de preguntas. Pero María
José seguía con la mirada fija en su Maurice. Él la veía también.
Parecía ansioso. Quizá no era oportuno que ella siguiera ahí.
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María José lo miró, sin decir una sola palabra. ¿Qué era todo
ese teatro que estaban armando? Actuaban distinto a lo normal.
Como si la vida de esa ciudad los hubiese cambiado.
- Bien, nos vamos. Si mi padre pregunta, dale cualquier
excusa. Esta tarde, estoy sólo para mí bonita y no quiero que
nadie nos moleste. - dijo Maurice rodeando con su brazo la
cintura de María José, a lo que ella se limitó a sonreír,
imaginándose las intenciones que tenía Maurice.
- No lleguen tarde, hijo.
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María José caminó junto a Maurice. Observó sus gestos.
Estaba armando su plan. Olvidaba que había veces en que
podía llegar a ser un poco calculador. ¿Qué pensaría de la
noticia que tenía que darle? Por lo que veía, Maurice estaba en
un aparente estado de shock. Y, ante una noticia como esa,
quedaría aún más estupefacto. Aunque se había comportado
un tanto efusivo en su reencuentro, lo notaba un poco distante.
Quería imaginar que era por la impresión de haberla
encontrado así. Realmente, deseaba que fuera eso.
Maurice miraba a María José cuando ella no se daba cuenta.
Su mundo cambió completamente con aquella extraña
aparición. Y, aunque estaba feliz de haberla encontrado, había
algo en su interior que le hacía sentir incómodo. Había
cambiado bastante en esos meses. Tenía un nuevo estilo de
vida que no se podía comparar siquiera con el que llevaba en
Corelia. Todo era distinto. No sabía como cambiaría esto su
nueva vida.
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María José se cambió la blusa y se maquilló un poco. Se
observó nuevamente en el espejo de cuerpo completo para ver
como lucía. Al ver que todo estaba en orden, salió de la
habitación. Maurice se levantó rápidamente y la observó
detenidamente. Se acercó a ella y la besó.
Ambos salieron del edificio. Maurice detuvo a un taxi para que
los llevara a su destino. En cuanto estuvieron dentro del auto,
Maurice le dio indicaciones al conductor y éste se puso en
marcha. De pronto, el celular de Maurice comenzó a timbrar
con intensidad. Al ver la pantalla, hizo una mueca. Era su
madre.
- ¿No vas a contestar?
- Es mi madre. Seguramente querrá que celebremos con
ella la noticia.
- ¿Y qué tiene de malo?
- Que quiero estar contigo a solas
- Vamos, amor. Tendremos mucho tiempo para estar solos.
Contesta. Anda. - lo motivó María José.
Maurice descolgó el auricular y puso la llamada en altavoz.
- ¿Por qué no nos dijeron nada hace rato? ¿Hasta cuándo
planeabas decírmelo?
- Mamá....yo...me acabo de enterar.
- ¡Pero si es la mejor noticia del mundo! ¡Seré abuela! Hay
que festejarlo cuanto antes. Tu hermana y yo estamos
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quería que alguien más se casara con Maurice. Sin duda, había
cambiado bastante desde que los mandaron a la ciudad.
Al ver que Maurice no salía, se apresuró a entrar a la mansión.
Allí, vio todo el desastre que había en el suelo y a Maurice
tratando de recoger lo más que se pudiera, sin mucho éxito.
Donna y Violeta seguían sollozando por lo ocurrido, pero ahora
se encontraban de pie junto a Maurice.
María José se apresuró a ir con Maurice para ayudarle a
recoger.
- No, no lo hagas. - la detuvo Maurice, mientras ella trataba
de recoger un pedazo de vidrio. - Podría hacerte daño.
- Déjame ayudarte. Estaré bien.
Maurice apenas y pudo esbozar una sonrisa leve. María José
le correspondió el gesto con una caricia en el rostro. Siguieron
recogiendo todo. Donna y Violeta se sentaron en la sala, para
que pudieran tranquilizarse un poco.
En cuanto terminaron de recoger todo, Maurice y María José
fueron por unas bolsas de basura a otro cuarto. Al ver María
José que en esa recámara no podían escucharlos, detuvo a
Maurice.
- ¿Qué sucedió?
- Nada de importancia. - dijo Maurice, evadiendo la
pregunta. Trató de salir de la habitación, pero María José se
interpuso en su camino, con los brazos cruzados, esperando
una respuesta. - Está bien. Mi padre enfureció.
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Al día siguiente, María José se despertó al amanecer. Sintió a
Maurice a su lado, abrazándola con fuerza, como si fuera su
oso de peluche. No quiso moverse por temor a despertarlo. Su
sueño era bastante profundo. Parecía como si no hubiese
dormido bien en varios días. Por un momento, se dedicó a
observarlo. Algunas canas comenzaban a aparecer en su
cabellera y algunas arrugas marcaban su rostro. La promesa
que estarían juntos toda la vida ya empezaba a ser certera. El
paso de los años iba dejando sus primeras huellas en ellos.
Maurice se movió un poco y la soltó. Dio unas cuantas vueltas,
hasta que pudo acomodarse bien. María José aprovechó para
levantarse de la cama y meterse a bañar. Sin hacer mucho
ruido, se colocó su traje de enfermera. Sin embargo, Maurice,
al no sentirla junto a él, despertó repentinamente.
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María José guio a Maurice al hospital. En el camino, Maurice
no dejaba de verla. El brillo en sus ojos se hacía presente en
cada momento. Cuando sus miradas se cruzaban, su sonrisa
se hacía más amplia. Maurice imitaba su gesto, porque el verla
así, le contagiaba la alegría. Examinaba su vientre a cada
instante. No se veía abultado, porque aquel niño apenas había
comenzado a gestarse. Pero, a pesar de ello, su hijo les
generaba una emoción inmensa. Tanto, que el tiempo de
gestación que faltaba parecía eterno.
Al llegar al hospital, María José vio al doctor Jiménez en la
entrada, fumando un cigarro. Él no acostumbraba a fumar. Sólo
lo hacía cuando estaba enojado, preocupado o ansioso. Y ese
día sí que estaba ansioso. A pesar de que, desde un principio
supo que no debía enamorarse de María José, al final no pudo
evitarlo. Y, cuando supo que ella estaba esperando un hijo, su
corazón saltó de gozo. Sentía como si ese bebé fuera de él. Y
ver su crecimiento y desarrollo le producía una mezcla extraña
de sentimientos. Pero, como siempre le sucedía, algo
arruinaba su felicidad. Y ese algo, tenía nombre y apellidos. El
día anterior que los vio juntos, no pudo evitar ponerse celoso.
Ya sentía la batalla ganada. Pero ahora, Maurice le llevaba la
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Maurice manejó hasta su casa, pensando en los
acontecimientos de esos dos días. Habían pasado tantas
cosas. Encontró a María José, se enteró que se convertiría en
padre, vio la figura del bebé en el ultrasonido...
De pronto, los recuerdos de la aldea comenzaron a hacerse
presentes. Todo era tan colorido. Abundaba la naturaleza en
todas partes. Y en aquella ciudad todo parecía estar gris.
lúgubre. Todo era demasiado monótono. Pero ahora, había
llegado alguien que le dotaría de sentido a su estancia allí. Y,
mientras no encontraran la forma de regresar a Corelia,
tendrían que quedarse ahí. Maurice pensó en todas las
posibles soluciones para que pudieran estar solos, sin que
nadie los estuviera viendo, algún lugar donde ambos pudieran
estar cómodos. Por ello, en ese rato en el que María José se
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María José estaba sumamente feliz. Las cosas estaban
marchando de maravilla, tanto con su embarazo, como con su
relación con Maurice. O al menos eso creía. Aunque todo le
parecía tan irreal y mágico, tenía un presentimiento de que algo
malo pasaría. Deseaba que su presentimiento no fuese real,
como lo había sido en ocasiones anteriores...
Su turno se pasó tan rápido que apenas se había percatado
cuando la otra enfermera había llegado a relevarla. El doctor
últimamente creía que debía trabajar menos tiempo, lo cual a
María José le parecía absurdo, pero no podía objetar nada al
respecto.
En cuanto salió del hospital, se dio cuenta que ahí estaba
Maurice esperándola. Lo abrazó y lo besó. Maurice le abrió la
puerta del auto. María José se subió y esperó a que Maurice
hiciera lo mismo. En cuanto Maurice comenzó a conducir, pudo
darse cuenta que no iban hacia ningún lugar conocido.
- Amor, ¿a dónde vamos?
- Es una sorpresa, amor. Te va a gustar.
En cuanto llegaron al edificio en el que Maurice había
comprado el apartamento, María José comenzó a dudar. Al
bajarse del auto, Maurice le tapó los ojos con ambas manos.
- ¿Qué haces? - preguntó María José con una risa nerviosa.
- Sigue mi voz.
Maurice guiaba a María José mediante la voz, mientras tapaba
sus ojos.
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- Ya casi llegamos.
- ¿Dónde estamos?
- Ya lo veras. No seas impaciente. Te gustará.
Cuando vio que todo estaba listo, quitó sus manos del rostro
de su amada y se puso rápidamente delante de ella.
- ¡Sorpresa! - gritó entusiasmado.
- ¿Dónde estamos?
- Este lugar, mi vida, es nuestro nuevo hogar. ¿Te gusta?
María José inspeccionó cada rincón del departamento. No
esperaba que tan pronto se mudaran. Maurice la seguía,
esperando una respuesta.
- Está hermoso. Muchas gracias. No tenías porque hacerlo.
- Claro que tenía. Necesitábamos más tiempo para los dos.
Sé que desde que estamos en esta ciudad, alejados de todos,
ha sido difícil para ti acostumbrarte a todo esto. Pero, ahora
que estamos juntos, aprenderemos a rehacer nuestras vidas.
- Amor, sé que te gusta mucho este lugar, esta vida llena
de lujos y comodidades. Pero no es lo que yo estoy
acostumbrada a vivir. Como dices, ha sido muy difícil para mi
acostumbrarme a esta vida, a estar lejos de mi familia, del lugar
que me vio crecer. Y ese lugar, es y será siempre mi hogar.
¿Me entiendes?
- Si, amor. Pero mientras buscamos la solución,
necesitamos enfrentarnos juntos a este problema. Así,
encontraremos a todos los demás. Cree en mí.
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Al poco rato, llegaron a la cantina. Él se apresuró para abrir la
puerta de María José y la ayudó a bajar. Juntos entraron al
establecimiento, tomados de la mano. Pronto, Maurice
identificó a varios de sus amigos, sentados en una mesa al
fondo del lugar. Rodeó la cintura de su esposa con el brazo
derecho y la llevó con él hasta las personas.
- Miren nada más quien ha llegado - dijo uno de ellos, de
cabello oscuro y nariz achatada.
- Creímos que no vendrías - dijo otro de cabello castaño.
- Y miren con que bombón viene - dijo otro más
- Muchachos, les presento a mi esposa.
- Mucho gusto. Es un placer conocerlos.
- ¿Te casaste y no nos dijiste nada?
- Eso fue antes de venirnos aquí. Tuvimos un accidente y
nos separamos. Por fortuna, hace poco la encontré.
- Pero ¿qué hacen ahí parados? ¡Siéntense!
- Aquí sólo hay una silla. - dijo María José
- Espera, cielo - dijo Maurice, sentándose rápidamente -
listo - dio un par de palmadas en sus piernas con el fin de que
ella se sentara ahí
- ¿No te lastimaré?
- Para nada, amor. Vamos.
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Maurice, en cuanto la vio caminar hacia él, se acomodó para
que se sentara como antes.
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Maurice despertó con dolor de cabeza. Otra vez regresar a la
cruda realidad. Pero ¿dónde estaba María José? "¿Amor?"
Llamó una vez. Silencio. Entonces, buscó por cada rincón del
departamento.
Al no ver rastro alguno de María José, se dedicó a recordar los
sucesos de la noche anterior. Al repasar cada momento, se dio
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María José se secó unas lágrimas que brotaban de sus ojos.
Aquella situación era sumamente difícil. Lo que había dicho en
el bar era para poner a prueba a Maurice, pero ahora veía que
en realidad él prefería vivir ahí, que en la aldea, lo cual le
generó un malestar muy fuerte. Todos los sueños que tenía con
él parecían venirse abajo. Pero, aun así, no perdía la
esperanza de que todo eso fuese un mal sueño.
En cuanto llegaron al supermercado, Arethusa tomó un carrito.
- Creo que debiste haberte cambiado antes de venir aquí
- ¿Por qué?
- No traes muy buena cara.
- ¿Me acompañarás a mi departamento después de aquí
para que pueda cambiarme?
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- ¿Si?
- ¿Amor?
María José se quedó boquiabierta al escuchar la voz de
Maurice.
- ¿Maurice? ¿Eres tú? - preguntó María José, saliendo del
baño.
- Si, cariño. Soy yo. Quería saber cómo estabas.
- Estoy bien. ¿Tú lo estás?
- Si. Bueno...Relativamente. Te extraño.
- Nos vimos hace unas horas...
- Pero pensar que no nos veremos hasta en dos días, me
causa pesar.
- Nadie dijo que no podríamos vernos.
- Por eso te hablaba. Quisiera verte. Tengo tantas cosas
que contarte...
- ¡Pero si nos vimos hace un rato!
- Lo sé, pero hay una cosa que quisiera contarte en
persona. ¿Estás en el hospital?
- No ...no estoy ahí.
- Entonces ¿estás en el apartamento?
- No, no estoy ahí.
- ¿Dónde estás?
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Maurice, tras salir de la cantina, realizó una llamada telefónica.
Necesitaba retomar la rienda de su vida. Por él. Por ella. Por
ambos. La otra persona respondió al instante.
- ¿Si diga? - contestó una persona mayor.
- Con el Sr. Rochefeller, por favor.
- Él habla.
- Mucho gusto, señor. Soy Maurice. Nos conocimos ayer,
en casa de mis padres.
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- ¿Nos vamos?
- Claro. - dijo Lukas, arrancando el motor del coche.
- Amiga ¿lo recuerdas? - preguntó María José a Arethusa,
tocando el hombro de Lukas.
- ¡Es otro de los sobrevivientes!
- ¿Cómo estas, Arethusa?
- Bien, muy bien. ¿Seguirás trabajando hoy, después de
dejarnos?
- De hecho, con ustedes se termina mi turno.
- ¿No te gustaría quedarte a cenar con nosotras? Ahora
que somos más, necesitamos hablar de nuestro regreso a la
aldea.
- Es una idea tentadora - hizo una pausa- está bien. Cenaré
con ustedes.
- ¡Sensacional!
- Pero primero debemos ir por mis cosas...
Lukas las llevó a los edificios donde vivía María José. Ahí,
Lukas y Arethusa la esperaron. María José se bajó del taxi. Se
dio cuenta que Maurice ya había llegado, al ver que su coche
estaba ahí. Lo buscó adentro del auto, pero no estaba.
Entonces, entró al edificio. Para su sorpresa, Maurice la
esperaba afuera de su departamento.
- ¡Amor! No creí que te acordarías del apartamento...
- Recuerdo todo lo que tiene que ver contigo, preciosa -
dicho esto, la besó.
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Lukas las llevó directo a la casa de Julia, ahora su casa.
Entraron uno por uno.
- Ya llegamos, mamá. - dijo María José buscando a Julia.
- ¡Qué maravilla! En un momento estoy con ustedes.
- Lukas se quedará a cenar ¿no hay problema? - dijo a su
madre.
- Por supuesto que no. Con la comida que trajeron alcanza
para un banquete. Vamos, siéntense, mientras preparo la cena.
- Te ayudaré. - dijo Arethusa, yendo tras ella.
Una vez que se fueron, María José se sentó en un sillón y
Lukas hizo lo mismo.
- Son unas mujeres divinas. - dijo Lukas. Calló por unos
minutos. - ¿Me dirás que pasó con Maurice?
- Preferiría no decirlo...
- Puedes confiar en mi - dijo, sujetando su mano.
- Lo sé. De verdad, gracias por tu apoyo. Siempre has
sido un amigo extraordinario.
- Sabes bien que preferiría mil y un veces más ser algo más
que un amigo para ti. - María José calló. - el hijo que llevas
dentro necesita un padre.
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María José hizo lo que le pidió. Una vez que tuvo los dos anillos,
los juntó. Repentinamente, una luz casi los ciega. Arethusa vio
a través de la luz. Ahí estaba Milenna, tratando de llamar su
atención.
- Escúchenme bien. Un poderoso hechizo recae sobre
ustedes y he estado intentando romperlo, pero todos los
esfuerzos son inútiles. Necesito algo de ustedes para que
pueda funcionar.
- ¿Qué es?
- Que se mantengan todos unidos. Y que traten de
encontrar a los demás que se fueron.
- Pero ¿cómo sabremos quien falta?
- Las criaturas están en la aldea, igual que Antonio.
Necesitan encontrar a los demás que fueron a la aventura con
ustedes.
- Pero el único que sobrevivió fue Noah - alegó Arethusa.
- Los demás renacieron, igual que tu familia, Maurice. El
único que se quedó aquí fue Tomaz. Les he preparado una
guarida para que puedan regresar a la aldea. Lo único que
tienen que hacer por ahora es encontrar a los demás. En
cuanto estén juntos, vuelvan a juntar los anillos. Hasta
entonces.
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La luz se apagó repentinamente. Los anillos se separaron y
rodaron cada uno con su respectivo dueño. Hubo unos minutos
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Un par de meses pasaron. Maurice trabajaba normalmente
mediodía. Cuando terminaba su turno diario, iba a recoger a
María José. Las cosas entre ellos habían vuelto a la normalidad,
tanto, que María José había regresado a vivir con él. Todo
marchaba de maravilla. O al menos eso parecía. Eduardo
estaba a la expectativa del trabajo de Maurice. Había hecho un
acuerdo con el señor Rochefeller. Y las cosas no parecían
mejorar. A su vez, Regina estaba poniendo todo de su parte
para que Maurice se fijara en ella, pero él ni siquiera la volteaba
a ver. Cada vez que ella se acercaba a él, Maurice se ponía a
ver su celular, o se quedaba mirando la computadora, o se
ponía a ver papeles de la oficina, lo cual, la aturdía bastante.
De vez en cuando, María José iba a visitar a Maurice. Al
principio, se limitaba a quedarse en la puerta, pero después le
autorizaron que entrara. Así, cuando María José llegaba, los
policías de la entrada la dejaban pasar y ella iba directamente
hasta la oficina de Maurice. Si él estaba ocupado, ella se
quedaba afuera a esperarlo. Con el paso del tiempo, se hizo
amiga de Regina, a tal grado, que, cuando Maurice debía
quedarse más tiempo en la oficina, ambas se iban a comer a
algún restaurante. Por una parte, Maurice se alegraba de que
su esposa tuviera más amigas, pero seguía alerta, sobre todo,
de la actitud de Regina, que a veces era un tanto extraña.
Un día, María José llegó al edificio donde trabajaba Maurice. Al
llegar, María José se percató de que Regina tenía un
semblante bastante demacrado.
- Querida, ¿te encuentras bien? - le preguntó María José.
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Un día, Eduardo se encontraba merodeando en su despacho.
Caminaba de un lado a otro, recordando los acontecimientos
de los últimos meses. Justo cuando estaba a punto de sellar la
unión entre su familia y la del señor Rochefeller, aparece esa
chica a la que Maurice embarazó, seguramente en alguna de
sus noches de ronda. Y su plan estaba a punto de venirse abajo,
de no ser porque el señor Rochefeller le había dado una
segunda oportunidad. Tenía que lograr que Maurice dejara a
aquella mujer. Pero ¿cómo? Estaba embobado con ella.
Además, con la llegada de ese niño, ahora todo giraba en torno
a él. Diario, Donna iba y venía del centro comercial con ropa de
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Maurice manejó a toda prisa. Quería acabar lo más pronto
posible con aquella situación para poder regresar con su María
José. Temía que esa llamada pudiera desencadenar algo malo
para ambos.
En cuanto llegó al edificio, estacionó el auto y fue directo a la
oficina del señor Rochefeller. Él ya se encontraba ahí. Se
paseaba de un lugar a otro, jugando con sus manos. Maurice
entró.
- ¿Quería verme?
- Así es. Siéntate por favor. - Maurice obedeció. - Necesito
pedirte un gran favor.
- ¿De qué se trata?
- Como sabrás, mi nieta, Regina, ha estado algo delicada
de salud los últimos días. En los análisis que le hicieron
recientemente le detectaron una extraña enfermedad crónico-
degenerativa. A mi nieta le quedan pocos meses de vida. - el
señor miró hacia la ventana con el fin de que Maurice no se
percatara de sus lágrimas.
Maurice vaciló en responder. De cualquier modo, esa situación
era un tanto difícil, pero no lograba comprender del todo que
tenía que ver todo eso con él.
- Lo lamento mucho, señor.
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María José, en cuanto Maurice se fue, se dedicó a esperar a
Donna y a Violeta. Tenía un mal presentimiento de esa reunión
urgente. Maurice nunca había tenido la necesidad de ir a la
oficina en fin de semana. Nunca. Ni siquiera cuando tenía
mucho trabajo pendiente. Había algo que no le gustaba de
aquella situación. Y más, porque Maurice le había comentado
que debía atenerse a las reglas de su jefe. Era un tanto extraño
que le pidiera que acudiera en sábado a la oficina siendo que
justamente el día anterior le habían entregado los resultados
de sus análisis a Regina. María José se había percatado de
que Regina miraba de una forma muy sospechosa a Maurice.
Había algo muy raro ahí.
Estaba nerviosa. Sabía que debía tranquilizarse. Más ahora,
por el bebé y con las amenazas que tuvo las primeras semanas.
Pero no podía evitarlo. Todo lo que tenía que ver con Maurice
la ponía muy nerviosa. El hecho de que él fuera un hombre muy
sistemático, hacía que cualquier cambio de rutina, la tuviera en
pánico. No quería pasar por otra amenaza sola. Lo único que
la consolaba era que tenía a su disposición al doctor Jiménez,
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Maurice manejó de regreso a su apartamento. En el trayecto,
se dedicó a pensar en cómo solucionaría este problema. No
podía perder su trabajo. Si lo hacía, ¿cómo pagaría el hospital
y las futuras deudas que surgiesen con el nacimiento de su hijo?
Con el sueldo de María José no les alcanzaría en lo más
mínimo. Pero tampoco podía dejar al amor de su vida por otra
persona que apenas conocía. A María José la conocía desde
que eran unos bebés. Habían estado juntos desde siempre y
habían pasado por todos los buenos momentos y también por
los difíciles. Se sentía atado a ella, más allá de cualquier
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6
Las invitadas se quedaron unas cuántas horas, hasta que
oscureció. En cuánto se marcharon, María José indicó que ya
quería dormirse. Maurice la acompañó hasta la recámara.
Ahora, ella caminaba más lento. Y Maurice entendía porque.
Ahora tenía que cargar con un vientre que le impedía moverse
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7
María José tardó en conciliar el sueño. Lo que le contó Maurice
la dejó preocupada. Su teoría de que alguien quería separarlos
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8
El lunes, Maurice se presentó a trabajar. Al llegar, pudo ver a
Regina con un semblante espantoso. Se veía sumamente
demacrada. Por un momento, sintió lástima por ella. Hubiese
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deseado poder hacer algo por ella. Pero no podía casarse con
ella sólo por lástima. Le parecía una idea bastante cruel. Ella lo
saludó cortésmente, como solía hacerlo. No se imaginaba que
lo peor estaba por sucederle.
El día transcurrió con calma. Hasta que el señor Rochefeller
fue a visitarlo a su oficina. Traía los ojos hinchados. Parecía
que llevaba varios días llorando. Aunque en ellos se podía
notar cierto grado de furia y determinación.
- Señor, buenas tardes. - dijo Maurice, levantándose de su
asiento. - Por favor, tome asiento.
- Verás, hijo, no quería hacer las cosas de esta manera. Te
lo pedí por las buenas, pero no entendiste.
Maurice lo miró con extrañeza. No entendía de que estaba
hablando. Pero de pronto, un mal presentimiento llegó a su
mente: María José estaba en peligro. Y tenía razón. Su celular
timbró. Era una videollamada. En la pantalla, se vislumbraba
un nombre, que, quizá no hubiese querido ver: el de su amada
esposa. Se apresuró a contestar. En el vídeo, se veía a un
grupo de hombres sujetando con fuerza a su esposa,
poniéndole una daga en el vientre. Maurice bufó de terror.
- Dejaremos a tu "esposa" libre, sin daño alguno, si dices lo
que tienes que decir - dijo el señor Rochefeller. - Anda, dilo. Di
que te casarás con mi nieta. Si no, ya sabes que sucederá.
El hombre que tenía el cuchillo en el vientre de María José hizo
un ademán de que incrustaría el cuchillo en caso de una
respuesta negativa. Al ver esto, trató de gritar que no lo hiciera,
pero no le salían las palabras. Maurice vio el rostro de María
José a través del celular. Parecía asustada. Tenía que acabar
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9
María José se encontraba leyendo un libro. Ya estaba a punto
de terminarlo. El tiempo le parecía eterno sin que estuviera
Maurice con ella. Puso el separador en la hoja que
correspondía. Se levantó del sillón y se dedicó a ver las
fotografías que Maurice había mandado a imprimir. Se veían
tan felices en ellas. Si no hubiese sido por la amenaza, todo
habría seguido de maravilla con su embarazo. María José se
dedicó a hacer caricias en su vientre y le habló al bebé,
diciéndole de todo lo bueno que vendría para ellos.
Sin embargo, ella calló, cuando escuchó unos pasos subiendo
por las escaleras. Por lo que alcanzaba a escuchar, eran varias
personas. Las pisadas sonaban bastante fuertes, como si se
tratara de alguien rudo. De pronto, tocaron la puerta de su
departamento. Ella se asustó. No acostumbraba a recibir
visitas a esas horas. Todos sus conocidos se encontraban
trabajando y, cuando salían temprano y querían pasar a verla,
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10
Maurice llegó al edificio donde se encontraba su apartamento.
Subió los escalones tan rápido como pudo. En cuánto estuvo
frente a su departamento, vio la puerta tirada. "Cobardes"
pensó, refunfuñando. Entró y vio a María José paseándose de
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rato así. Casi no tenían momentos como ese, pero eso servía
para unirlos más.
Al momento de despedirse, Maurice la besó en los labios. Al
soltarse, le hizo una caricia en el rostro. Ella se limitó a
esforzarse por sonreír. Pero fue un intento fallido. Sus
facciones se encontraban lo suficientemente contraídas como
para que el gesto espontáneo de la sonrisa pudiera salir.
Maurice no podía seguir viéndola. Por lo que se subió al auto y
se fue, no sin antes mirarla de nuevo.
11
Julia le dijo a María José que entrara a la casa, quien se había
quedado en la puerta viendo cómo se iba Maurice. Ahora ya no
sabía ni cómo se sentía. Tenía una mezcla de sentimientos
encontrados. Le hizo caso a Julia y se metió. Su madre la
esperaba con los brazos abiertos. María José se dejó abrazar.
Eso la hacía sentir un poco mejor.
- Ven, vamos a acomodar tus cosas en la recámara en la
que te estabas quedando. Te cuidaré mucho para que lo que
falta del embarazo vaya lo mejor posible.
- ¿Mamá?
- ¿Qué pasó, mi niña?
- Quiero irme a casa. Quiero regresar a Corelia y que nada
de esto esté pasando.
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12
El doctor Jiménez quedó un poco consternado tras la llamada
con María José. Ella no había rechazado ninguna revisión. De
hecho, las aceptaba con gusto. Aunque en realidad, más que
revisar el avance de su embarazo, quería verla. Hubo algo que
le había propiciado la crisis aquel día. Y quería saber que fue.
Sin embargo, lo que mas le preocupaba era esa obsesión que
tenía por María José. Y es que entre más se negara a hablar
con él o lo evadiera, pensaba más en ella. No podía dejar de
hacerlo. Y no entendía porque sucedía. Quería sacarla de su
mente. Pero siempre que intentaba hacerlo había algo que le
recordaba a ella.
Tras colgar con ella, fue a buscar a uno de sus amigos más
íntimos. Ese amigo era un pintor famoso. Realmente, siempre
que necesitaba un consejo atinado, ahí estaba él. Tocó la
puerta del departamento. Su amigo le abrió la puerta. Tenía
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13
Maurice estaba tan embobado viendo la foto que no se percató
que celular llevaba sonando un buen rato. Era el señor
Rochefeller. Por un momento, sintió que lo odiaría bastante
durante esos meses.
- ¿Y ahora qué? - respondió Maurice, un tanto irritado.
- Ya está todo listo para esta noche.
- ¿Qué pasará ésta noche?
- Le pedirás matrimonio a Regina, ¿qué otra cosa podría
pasar? Le mandé un mensaje a mi nieta desde un número
desconocido, diciendo que ese era tu nuevo número y que la
invitabas a salir esta noche. Arreglé todo para que creyera que
era algo realmente importante. Así que por favor, quiero que te
comportes. Quiero que trates de ser lo más romántico posible.
Del demás circo de la boda me encargo yo. Así que, tu única
preocupación es que esto salga bien esta noche. No quiero que
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14
Al día siguiente, una llamada despertó a María José. Miró a su
alrededor. Todo seguía igual. Corrió las cortinas de la ventana.
Seguía estando en la casa de su madre. Había una nota, en el
mueble que estaba junto a su cama. Su madre ya se había ido
a trabajar. El celular siguió sonando. No quería contestar. Vio
la pantalla. Regina. Seguramente, ya había sido la supuesta
pedida de mano. Aunque ya lo veía venir, no quería escucharlo.
Ese día su humor no era el adecuado para soportar las pláticas
superficiales de esa mujer. Lo dejó sonar. Cuando el ruido cesó,
María José volvió a cerrar sus ojos. Lo mejor de todo era que
se rendía con bastante facilidad gracias a su impaciencia. Sin
embargo, el celular volvió a sonar. "A pesar de todo, creo que
alguien no se rendirá hasta que le conteste" pensó María José.
Tomó el celular, respondió la llamada y colocó el aparato en su
oído izquierdo.
- Amiga, necesito contarte algo. Pero primero necesito que
me aclares una cosa.
- ¿Qué cosa?
- Maurice... ayer salió conmigo. Y dice que ustedes ya no
están juntos. ¿Es cierto?
- Así es.
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15
Maurice se encontraba tendido en su cama. Por un momento,
no pudo dormir. Los sucesos de ese día rondaban por su mente.
Todo pasó tan rápido...De sólo recordar la imagen de aquellos
hombres a punto de asesinar a su esposa lo tenían perturbado
aún. Recordó las veces en que estuvo a punto de perderla
durante la aventura de las sirenas. Siempre se presentaba en
él el mismo terror y angustia. Le habían hecho una muy mala
jugada.
Se dedicó a pensar en todos los buenos momentos que había
vivido con ella. Su reencuentro, sus caminatas en el bosque,
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16
María José esperaba a Maurice mientras leía un libro que su
madre tenía en su casa. Era una de las pocas cosas que podía
hacer en su incapacidad. Aunque llevaba pocos días sin
trabajar, extrañaba el hospital. Últimamente, se ponía a pensar
en los pacientes con los que comúnmente trataba. Todos
habían sido muy amables y le agradecían mucho cuando los
daban de alta. Recordó a los que seguían allí, a los que
reincidían y volvían a internarse. En todos ellos, había un
sentimiento común: la incertidumbre. Ella acostumbraba a
darles palabras de aliento para que se sintieran mejor, sin
pensar que en algún momento ella también las requeriría.
Arethusa y Julia trataban de animarla constantemente, cosa
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17
Al terminar todos de comer, Arethusa se quedó mirando
fijamente a Maurice. Después, preguntó:
- ¿Y bien? ¿Qué haremos ahora? ¿Seguimos con los
planes de regresar a Corelia o nos quedaremos a vivir aquí?
- Debemos regresar a Corelia. Ya no aguanto más estar en
este lugar. - dijo María José
- Sea lo que sea que hagamos, debemos esperar a que
María José dé a luz. Que marchemos en su estado podría
hacerle daño al bebé. - dijo Maurice
- Pero, amor, todavía faltan tres meses para que nazca
nuestro hijo. Es mucho tiempo.
- Pero antes que nada está tu seguridad, hija. No sabemos
con qué nos vayamos a enfrentar en nuestro regreso a la aldea.
Maurice tiene razón. Es muy peligroso que nos vayamos así
como estás.
- En ese caso, necesitaremos preguntarle a Milenna su
opinión. No sabemos cómo estén las cosas por allá. - dijo
Arethusa
- Me parece buena idea - respondió María José, fastidiada
de que no pudieran marcharse únicamente por su embarazo.
Maurice sacó su anillo de la bolsa del pantalón. María José, en
cambio, lo quitó de su dedo. Los juntaron. Salió la misma llama
de fuego que se apareció la primera vez que los juntaron.
- ¿Qué sucede? Nos tienen vigilados aquí. No pueden
estar llamando a cada rato. - dijo la bruja, en voz baja
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En cuanto estuvo cerca de su departamento, Maurice prendió
los dos celulares. No se extrañó que tuviera muchos mensajes
en ambos. En el que le había dado el señor Rochefeller, la
mayoría eran de Regina preguntando sobre su paradero. En su
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19
Al día siguiente, se fue a trabajar, como era su costumbre. Sin
embargo, su humor era más alegre que el del día anterior, ya
que había recibido un mensaje de María José dándole los
buenos días y deseándole que tuviera un excelente día. Se fue
a trabajar. Sin embargo, su buen humor no duró mucho. Regina
lo estaba esperando en la puerta de su oficina, con gesto de
enojo. Estaba en problemas.
- ¿¡Por qué no me contestas las llamadas!? - gritó furiosa.
- No armes un escándalo. Entra a la oficina y hablamos
civilizadamente. - ella entró y se quedó de pie. Maurice cerró la
puerta.
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- Un par de horas.
- Está bien. Lo haré con tal de que dejes de hacer tu teatrito
en mí oficina.
Regina salió furiosa. En cuanto se fue, Maurice aprovechó para
enviar un mensaje de texto a María José, avisándole lo ocurrido.
Ella, al leerlo, le respondió: "¿Puedes hablar?". Maurice sonrió.
Ella siempre tan atenta con él y su estado de ánimo. "Por ahora
no. Regina está afuera. No quiero que escuche nada. Veré si
puedo pasar a verte rápido, antes de ir con Regina. Necesito
verte. Aunque sea un rato". María José, al leerlo, quedó
preocupada. Esa era una relación demasiado enfermiza. Lo
que la consolaba era que la suya no era así. "Está bien. Te
esperaré con ansias." respondió María José, acompañándolo
con un símbolo de corazón. Maurice sonrió al verlo.
20
A la hora de comida, y viendo Maurice que Regina no estaba
afuera, salió corriendo al estacionamiento. Esa era una
excelente oportunidad para ver a María José. Desconectó el
Internet de ambos celulares para que no pudieran localizarlo.
En cuánto llegó a casa de Julia, tocó la puerta. María José le
abrió. Maurice se le fue encima, llenándola de besos. Sabía
que esa era una de las formas que usaba últimamente para
calmar sus emociones. Ella lo dejó seguir, sin decirle nada.
Pero en cuánto vio que la recostaba en el sillón, lo detuvo.
- Amor, tranquilo. Ya pasó. Todo está bien. - al ver que
seguía, lo detuvo, poniendo sus manos sobre sus hombros -
basta. Suficiente. No me gusta que te pongas así. Y lo sabes.
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21
Cuando iba manejando, Maurice llamó a su madre. Seguro
estaría encantada de ir con María José.
- ¿Si, hijo?
- Mamá, quería pedirte un favor. ¿Podrías llevar a María
José al doctor? Tiene cita para ver como viene el bebé.
- Por supuesto que si. Será un placer. Mándame su celular
para que me pueda comunicar con ella.
- Gracias, mamá. Eres un encanto.
Al llegar a la oficina, Maurice envió el número de María José a
su madre. Se bajó del auto. Al llegar a su oficina, vio que ahí
estaba el señor Rochefeller, inspeccionando cada rincón.
- Una disculpa. Tuve que salir y aproveché la hora de
comida para hacerlo.
- No tengo inconveniente en que salgas. Pero mi nieta está
entusiasmada con la boda y quiere que todo salga bien. Ayer
me llamó varias veces para ver si no sabía sobre tu paradero.
Al parecer les iban a tomar unas fotografías a ambos y tuvo
que cancelar la cita porque no estabas tú.
- Una disculpa...
- No hace falta que te disculpes. - interrumpió el señor -
sólo quiero que hagas lo que mi nieta te pide.
- Pero señor, también tengo otros asuntos que atender.
- Sólo es un rato. No será de por vida. Hazlo ¿si? - dijo el
señor Rochefeller
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22
- ¡Es niña! ¡Es niña! - gritó efusivamente Violeta cuando
Maurice le respondió la llamada.
- ¿De verdad?
- Si, acabamos de salir del consultorio del doctor. La niña
está muy bien de salud. De hecho, viene mejor de lo que se
espera gracias a los cuidados que ha hecho María José.
- ¡Qué felicidad! ¿Puedo hablar con ella?
- Claro. - Violeta le dio el teléfono a María José - te hablan
- ¿Si? - contestó María José.
- Hola, "mejor amiga".
- ¿Cómo va tu compromiso?
- Bastante aburrido, diría. Preferiría estar contigo para ver
por mis propios ojos la figura de mi niña. - hizo una pausa - ¿a
dónde irán después?
- Tu madre nos invitó a comer para celebrar que nuestra
hija viene sana.
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23
Después de unas horas, Maurice persuadió a Regina para que
regresaran a casa, para que pudiera "descansar". La verdad es
que estaba ansioso por ver una vez más a María José. Más
ahora con la noticia del sexo del bebe.
Tras dejar a Regina, le llamó a Violeta.
- Hola hermanita. ¿Cómo van?
- Perdóname, se me olvidó avisarte. Llevamos buen tiempo
en casa de María José. Todavía estaremos aquí un rato más,
por sí quieres venir.
- Bien, voy en camino.
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24
Al día siguiente, Regina entró a la oficina de Maurice sin pedir
permiso, como era su costumbre.
- Ésta tarde es la fiesta en la que le pedirás a mis padres el
permiso para casarte conmigo. Para que vayas preparando tu
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25
Cada uno se subió a su respectivo auto. Maurice manejó hasta
casa de Julia. No había alcanzado a leer lo que decía en las
hojas, pero seguramente serían mentiras. Al llegar, le llamó a
María José para que saliera. Maurice bajó del auto y esperó a
María José a un lado de la puerta del copiloto, para ayudarla a
que se subiera. Cuando la vio salir, quedó pasmado. María
José llevaba puesto un vestido negro que le llegaba a la rodilla.
Traía un collar con la medalla que Julia le había dado antes de
la aventura de las sirenas. Llevaba el cabello recogido con una
coleta. Aunque su maquillaje era muy sencillo, le resaltaba sus
facciones. Ella sonrió al verlo. Salió de la casa, despidiéndose
de Julia. Cuando estuvo frente a frente con Maurice, lo abrazó.
Él no desaprovechó la oportunidad de besarla.
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1
Pasaron los meses lentamente para María José. Últimamente,
no podía dormir bien. El tamaño de su vientre era cada vez más
grande. Con el tiempo, le costaba más trabajo pararse y
acostarse. Maurice, cuando iba a verla, trataba de ayudarle lo
más que podía.
Una noche, mientras trataba de acomodarse en la cama para
intentar dormir un poco, sintió que su hija se movía más de lo
habitual y un dolor bastante fuerte comenzaba a aturdirla. Trató
de normalizar su respiración, pero cada vez se volvía más difícil.
Un hueso crujió. Gritó.
- ¡Mamá! - le gritó a Julia, intentando incorporarse. Pero, al
intentar moverse, sintió un fuerte espasmo.
- ¿Qué pasa hija? - preguntó Julia, entrando a la habitación.
- No sé qué está pasando.
Julia se acercó a ella, corriendo. En esos momentos, cualquier
cosa podría pasarle a su hija.
- ¿Qué sientes? - preguntó, inspeccionándola.
- Mi hija está moviéndose más que otras veces. Y duele
mucho, mamá.
Julia la observó con calma. María José sintió sus pantalones
mojados. La fuente acababa de rompérsele. Julia entendió. Ya
había llegado la hora de que su hija diera a luz.
- Arethusa, vámonos al hospital. Mi nieta ya está a punto
de nacer.
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2
Los tres entraron al quirófano. Había un grupo de doctores en
el quirófano esperando a que entrara María José para empezar
las labores de parto. Entre los doctores estaba el doctor
Jiménez, que estaba un poco nervioso por lo que sucedería en
ese momento. Letty también estaba ahí. Los doctores
prepararon los instrumentos que iban a necesitar. "¿Estás
lista?'" le preguntó Letty a María José. Ella asintió. Letty colocó
la anestesia a María José. "Necesitamos que se quede una
persona de cada lado" les dijo a los que se quedaron con ella.
Julia se colocó del lado izquierdo de María José, mientras que
Arethusa y Maurice caminaron lentamente hacia su lado
derecho. Tanto él como Julia sujetaron la mano que tenían en
su lado.
La anestesia empezaba a surgir efecto. María José respiró
profundamente. "¿Lista?" preguntaron los médicos. Ella asintió.
Hicieron la incisión correspondiente.
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3
- ¿Dónde estabas? - preguntó Regina, que llevaba un buen
rato alterada.
- ¿Para qué quieres saber? - evadió Maurice.
Cuando Maurice llegó a su departamento, Regina le habló para
decirle que le urgía que fuera a su casa. Y es que Maurice
había olvidado apagar el internet de su celular. Seguramente,
ya había visto que estaba en el hospital. Pero no quería que
supiera que había estado toda la noche con María José, viendo
nacer a su hija. Si no, se pondría frenética. Últimamente, no
quería que se separara ni un segundo de su lado, haciendo que
los encuentros con María José fueran de menor cantidad de
tiempo.
- ¡Necesito saberlo!
- Ya te dije que no fue nada.
- Tú nunca visitas un hospital a menos que sea algo grave.
Ni siquiera vas a acompañarme cuando tengo consulta. ¿Qué
sucedió?
- ¿En verdad quieres saberlo?
- Necesito saberlo.
- Ya nació mi hija. Y fui a apoyar a María José. ¿Contenta?
- ¿Ya nació? - Maurice asintió - ¿Y por qué a ella si la
acompañas al hospital y a mí no?
- Porque ella está sola. No tiene a nadie que la cuide, que
la proteja.
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4
Maurice manejó rápidamente al hospital. Aquella situación lo
estaba asfixiando. Tenía que acabar con eso, antes de que
algo peor pudiese suceder.
Bajó rápidamente del auto y corrió al cuarto. Ahí estaban Julia
y Arethusa con María José, sentadas en el borde de la cama.
María José tenía a la niña en brazos. Le daba de comer.
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5
Pasaron varias semanas. Maurice iba a visitarlas diario. De vez
en cuando, Violeta y Donna también iban, pero sus visitas eran
menos frecuentes que las de Maurice.
Un día, Maurice estaba en la casa de María José. Jugaba con
su hija, como era su costumbre. Sin embargo, su celular
comenzó a sonar. Vio la pantalla. Era el señor Rochefeller. Por
un momento, pensó en rechazar la llamada, pero si no lo hacía
tendría consecuencias graves.
- ¿Si? - contestó
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6
El lunes, como lo había dicho, Maurice pasó por ella muy
temprano. Tocó el timbre. María José bajó rápidamente con la
niña en brazos. Abrió la puerta para que Maurice pudiera entrar.
- Hola, preciosa. ¿Dormiste bien? - le preguntó,
abrazándola.
La examinó lentamente. Tenía una falda entallada y una blusa
holgada. No parecía que hubiera tenido un bebé semanas atrás.
A pesar de que tenía maquillado el rostro, se veía demacrada.
- Un poco. La niña estuvo llorando toda la noche.
María José besó los labios de Maurice.
- Te dejaré salir antes para que puedas descansar.
- Gracias, amor. - Maurice inspeccionó la casa
- ¿Dónde está mi suegra? ¿Y Arethusa?
- Fueron a trabajar. Creo que llegarán a la misma hora que
yo.
- Bien. ¿Nos vamos?
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7
Para su sorpresa, el taxista era Lukas.
- Lukas, amigo, qué gusto. Hace mucho que no vas a
visitarnos.
- Es que ahora si he tenido algo de trabajo. ¿A dónde te
llevo?
- A casa de mi madre, por favor. Pero antes, necesito que
me lleves al hospital dónde trabajaba.
- Claro. Por cierto, linda niña. ¿De quién es?
- Mía. Es mi hija. Ya nació.
Lukas detuvo bruscamente el coche. Volteó a ver a la niña. En
efecto, se parecía mucho a Maurice y a María José. Era
bastante tierna. Miró a María José. Revisaba si no le había
pasado nada malo a su hija por el movimiento tan brusco.
- Es una niña hermosa - dijo Lukas con la voz ahogada.
- Gracias. Ahora ¿podrías llevarnos a donde te pedí?
Lukas la obedeció y la llevó al hospital. En cuanto llegaron,
María José tomó una bocanada de aire. Hacer eso, le costaría
trabajo. Y más que, en realidad, no quería tomar esa decisión.
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Pero era necesario hacerlo. Salió del auto con la niña en brazos.
Entró al hospital. Letty, al verla, sonrió. La niña estaba preciosa
y ella parecía estar feliz. María José fue a saludarla.
- Amiga. ¡Qué gusto verte! ¿Qué te trae por acá?
- A mí también me da mucho gusto verte. Pues vine a ver
al jefe o a alguien de recursos humanos.
- ¿Y eso? ¿A qué se debe?
- Tendré que renunciar. Mi esposo necesita una asistente
personal y me pidió que si podía ser yo. No podía decirle que
no. Él confía en mí. Además, pronto regresaremos a nuestra
ciudad natal y no quisiera seguir encariñándome con este lugar
que tantas cosas buenas me ha dado.
- Ay amiga. Te vamos a extrañar mucho aquí. Nos vas a
hacer falta. Pero, si es por un bien mayor, entonces quédate
tranquila. Y mientras te vas, no dejes de visitarnos.
Necesitamos saber que estás bien.
María José sonrió, tratando de esconder lo difícil que le parecía
decir adiós. Fue con el director del hospital. Le comentó su
situación. El director, aunque a regañadientes, le aceptó la
renuncia. Se despidió y se fue.
Volvió a subirse al taxi. Lukas manejó hasta casa de Julia. Una
vez ahí, se apresuró a bajar del coche para abrirle la puerta del
auto.
- ¿Te debo algo? - le preguntó María José, abriendo su
bolsa
- No, no te preocupes. Esto corre por cuenta de la casa.
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8
Pasó un mes desde que María José empezó a trabajar
directamente con Maurice. Últimamente, había preferido dejar
a la niña con Arethusa en las mañanas, mientras ella trabajaba.
Era bastante agotador responder llamadas mientras la niña
lloraba.
Un día, Maurice pasó por ella. Se veía preocupado. María José
tomó su mano. Ya tenía tiempo que no lo veía así.
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10
Llegaron al bar. Maurice dejó su auto en el valet parking. Ayudó
a María José a bajarse. Colocó su brazo alrededor de la cintura
de su amada, provocando que ella esbozara una leve sonrisa.
Una vez que entraron, Maurice buscó con la mirada la mesa de
sus amigos, hasta que identificó a varios de ellos, sentados al
fondo del lugar. Rodeó la cintura de su esposa con el brazo
derecho y la llevó con él hasta las personas.
- Miren nada más quien ha llegado - dijo uno de ellos, de
cabello oscuro y nariz achatada. - el soltero más codiciado de
toda América.
- Creímos que te habías adelantado a la casa de citas y
que no ibas a venir.
- Y miren con que bombón viene - dijo otro más,
inspeccionando a María José de pies a cabeza
- ¿Recuerdan que ya conocían a mi esposa?
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11
Maurice volvió a sujetar su cintura. Salieron juntos del bar.
Maurice pidió el coche al valet. No desaprovechó la
oportunidad para volver a sujetar el rostro de su amada y besar
sus labios. En cuanto el coche llegó, Maurice abrió la puerta
del copiloto para que María José pudiera subir. Una vez que
comprobó que ya estaba dentro, cerró la puerta y subió
también al auto.
- ¿Te divertiste, amor?
- Bastante, cielo. Al principio, me sentía un poco incómoda,
pero con el paso de las horas, me sentí mas a gusto.
- Que bueno, preciosa. Pero falta la mejor parte.
- ¿Qué es? - preguntó María José, impaciente
- Es una sorpresa, mi cielo. Te gustará.
María José no supo que decir. Maurice sabía que a ella le
gustaban mucho las sorpresas. Para no inquietarse vio la hora
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϰ ĚĞ ϯϵϵ
en el reloj del tablero del auto. Las cuatro con cuarenta y cinco
minutos. La noche se le pasó rápido. No tardaba en amanecer.
Maurice manejó varios kilómetros hacia el norte. Realmente
esperaba que le gustara la sorpresa a María José. Aunque se
le había ocurrido rápidamente y no había tenido tiempo de
supervisar como había quedado, confiaba en la buena voluntad
de su hermana para hacer las cosas.
Vio a lo lejos el campo. Había un viejo y descolorido edificio.
Se estacionó en la entrada. Se bajó del auto. María José miró
a su alrededor. Estaba todo despoblado. Fuera de ese edificio,
no había datos de civilización. Era sólo campo. Maurice le abrió
la puerta.
- ¿Qué hacemos aquí? - preguntó María José, confundida,
al leer el letrero de "hotel" que se colgaba de una de las
ventanas.
- Necesitamos dormir un poco. Tu sorpresa empieza a las
diez. No querrás estar somnolienta en esto ¿o si?
María José salió del auto. Caminaron juntos a la entrada del
edificio. Maurice se acercó a la recepción. Dijo unas cosas en
secreto a la recepcionista. La mujer le entregó una llave.
Maurice firmó unos papeles.
- ¿Por qué no me esperas en la habitación, mientras bajo
unas cosas del auto?
- ¿Necesitas ayuda?
- No, amor. Vamos. Espérame ahí. Ahorita te alcanzo.
Le dio la llave a María José. Ella subió unas viejas escaleras.
Ahí estaba su cuarto. Abrió la puerta lentamente. Vio la cama
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϱ ĚĞ ϯϵϵ
12
Maurice la condujo de nuevo al auto. Pero antes de que se
subiera, Maurice la detuvo.
- ¿Qué pasa? - preguntó María José.
- Tu sorpresa está ahí - dijo, señalando la parte del campo,
que estaba del otro lado de la carretera.
Ahí había un globo aerostático, humeando sobre el pasto.
María José se quedó boquiabierta. Nunca había visto de cerca
un globo tan grande. Maurice tomó su mano y juntos caminaron
hasta donde estaba el globo. Él llevaba una bolsa en la mano.
- ¿Lista para subir?
- ¿Vamos a subir?
- Si, vamos a dar un viaje en globo.
- Mi amor, no era necesario...
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13
Regina estaba nerviosa. El tiempo había pasado rápido.
Faltaba un día para la boda. No podía creer que el tiempo
hubiera pasado tan rápido. Pensó que no alcanzaría a llegar a
este momento. Pero si lo había logrado. Y con un hombre
estupendo. Quizá le hubiese gustado que fuera más cariñoso
con ella. Pero, en realidad, no le importaba mucho. Lo que de
verdad le importaba era el poder llegar al altar vestida de
blanco, con un hombre que, al menos de apariencia, pudiera
ser un príncipe azul. Todo tenía que salir perfecto. Esa iba a
ser la boda del año. Todos estaban al pendiente de los
preparativos. De hecho, Maurice y ella estaban en un estudio
para una sesión de fotos.
Maurice estaba aburrido. Todo ese teatro le parecía tan
absurdo. Lo que le tranquilizaba era que ya pronto se
terminaría. Ya no podía aguantar ni un segundo más. Lo bueno
es que tenía un plan para poder irse cuánto antes. Cuando la
sesión de fotos se terminó, Maurice se fue hacia la puerta.
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- Descansa.
Maurice salió de la casa.
14
En el coche, apagó el localizador de su celular. No quería que
supieran donde estaba. Pasó a su departamento. Empacó
todas sus cosas en una maleta. Después, se cambió de
camisa. No quería que María José lo viera así. Una vez que vio
que no faltaba nada, regresó al auto. Fue directamente a casa
de Julia. Justo cuando llegó, empezó a llover fuertemente. Se
armó de valor y bajó a tocar el timbre. Sacó sus maletas de la
cajuela y esperó a que abrieran la puerta.
- ¿Quién será a esta hora? - preguntó Julia, asomándose
por la ventana - es Maurice, hija, abre. Se está mojando.
- ¿Maurice? - se asomó también - Toma a la niña - hizo que
su madre cargara a la niña. Abrió la puerta. - ¿Qué haces aquí?
- le preguntó a Maurice.
- Te explico adentro
Ambos entraron a la casa. Maurice dejó su maleta en el piso y
se sacudió lentamente lo mas que pudo.
- ¿Otra vez quiso ponerse romántica? - preguntó María
José, observando el labio herido de Maurice y las demás
marcas que había alrededor.
Él asintió sin agregar nada. Observó el gesto de María José.
No le agradaba nada. Una vez que fue a verla en el mismo
estado se lo había comentado.
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15
Andrea lloró a medianoche. María José despertó al oír a su hija.
Quitó la mano de Maurice de sí. Lo miró de reojo. No dudaba
que su madre le hubiese dicho que durmiera con ella. No
importaba. Extrañaba dormir con alguien más, especialmente
con Maurice.
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16
El celular de Maurice sonó varias veces. Él y María José se
despertaron. Contestó la llamada. Era Donna.
- ¡Despierta! - le gritó Donna efusivamente.
- ¿Qué pasó mamá?
- Hoy es un gran día ¿no es así?
- Por supuesto. Al fin el gran día en que regresaremos a
casa.
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17
María José les ayudó a empacar algunas cosas.
- Hija, vete. Se te está haciendo tarde. Nosotras nos
encargamos de lo que falta.
- ¿Cómo se lo van a llevar?
- Lukas vendrá por nosotras en un rato. No te preocupes por
ello. Anda vete. Llévate el pañalero de la niña - le dijo Julia
María José abrió una de las puertas traseras del auto. Colocó
a la pequeña Andrea en el asiento especial para bebés. Al ver
que estaba segura, se subió al auto y manejó hasta la iglesia
donde sería la "boda". Esa situación comenzaba a afectarle.
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18
Las personas que esperaban afuera aplaudieron. Varias
señoras se acercaron a felicitar a Maurice. En cuanto María
José vio que ya lo habían dejado de felicitar, se acercó a él con
su hija en brazos.
- Muchas felicidades, recién casado. - Maurice la abrazó y
la mantuvo varios minutos en sus brazos.
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19
Antes de ir al salón, María José se desvió y manejó al hospital.
Tenía que despedirse de Letty y del doctor Jiménez. Ambos se
habían portado sumamente amables con ella. Se bajó del auto
y bajó a la niña también. Letty, al verla, gritó de la emoción,
como era su costumbre.
- ¡Miren nada más quien vino! ¡Qué gusto verte! Pensé que
como eras toda una ejecutiva, ya no te vería nunca más.
- Que cosas dices. No podía dejar de venir. Menos ahora.
- ¿Hay algo que quieras decir?
- Vine a despedirme. Me regresaré a mi tierra.
- ¿Cómo así? ¿Por qué te vas? - preguntó Letty, un poco
triste.
- Pues en ese lugar crecí. Extraño mucho mi tierra. Y,
además, prefiero que mi niña crezca allá. Es un lugar mucho
más tranquilo para ella.
- Bueno. Me escribes dónde es. Quiero ir a visitarte algún
día. No te olvides de escribirme de vez en cuando.
- Por supuesto que no. Por cierto, ¿se encontrará el doctor?
- Si, está en su consultorio. Pasa.
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20
Al llegar al salón, se percató de que, unas cuadras más
adelante, estaba estacionado el taxi de Lukas. Julia, Arethusa
y él estaban recargados en la pared de un edificio. Él la miró y
una sonrisa se plasmó en su rostro. Le gustaba verla así, con
un propósito firme, con la firme convicción de cambiar algo. Ella
sacó a la niña del asiento trasero. Posteriormente, sacó la
pañalera. Saludó a sus amigos con un gesto. Tomó una
bocanada de aire. Entró con la niña en brazos al edificio en el
que se encontraba el salón. Buscó con la mirada la mesa en la
que se encontraban Donna y Violeta. Al localizarlas, fue a
sentarse con ellas. Violeta quitó su bolsa de una de las sillas.
Tal parecía que le estaba apartando un asiento. María José
echó un vistazo a la mesa de los novios, pero no encontró a
Maurice.
- No ha llegado - comentó Violeta.
- ¿Quién? - preguntó María José, volteando a verla.
- Mi hermano. - dijo, mirando a su alrededor.
- ¿Cómo supiste que era él a quien buscaba?
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- Que disimularas.
La canción terminó y varios invitados llagaron a bailar a la pista.
Al ver que Regina se había ido a saludar a unos invitados,
Maurice aprovechó la oportunidad para ir con María José. Ella
comenzó a darle de comer a Andrea para evitar que Maurice
se quedara mucho tiempo con ellas.
- Hola - le dijo Maurice, sentándose a su lado.
- Que tal. ¿Cómo se la está pasando el novio más
afortunado del mundo?
- A decir verdad, esa pregunta debí responderla hace un
año atrás. No hoy. - dijo, sujetando la mano de María José en
la que portaba su anillo de compromiso.
Ella se sonrojó. El fotógrafo que en el templo les había tomado
la foto se acercó a María José.
- Señorita, aquí tiene su foto. - María José sacó dinero de
su bolso y se lo dio.
Se dedicó unos minutos a ver la fotografía. Tanto Maurice
como María José sonreían, incluso parecía que Andrea
también estaba sonriendo. Los tres estaban tan felices en la
foto. Maurice también la vio y sonrió.
- Es la primera foto en la que lucimos como una familia
- Lo somos, ¿no es así?
Maurice sonrió. Poco después, vio que Regina lo estaba
buscando, por lo que dejó a María José en la mesa.
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21
Pasaron un par de horas. Violeta se quedaba de vez en cuando
con María José, pero en ratos se iba a la pista de baile. Seguía
siendo tan buena bailarina como antes. Donna, de vez en
cuando, cargaba a Andrea para que María José pudiera
divertirse un poco. De repente, Andrea lloró. María José la
cargó y la llevó al baño para cambiarle el pañal. Cuando
terminó de envolver el pañal sucio, la niña lloró de nuevo. La
cargó y caminó de un lado a otro, tratando de hacer dormir a
su hija. Pero no funcionaba. Violeta fue al baño al ver que María
José se había tardado mucho.
- ¿Todo bien?
- Ha estado llorando mucho. No sé qué pasa.
- ¿No será una señal? Ya ha pasado mucho tiempo...
- No lo sé. Nunca había tardado tanto en dormirse. - Violeta
se quedó unos minutos en silencio.
- Vámonos de aquí.
- Está bien. Dile a los demás. Ya es suficiente.
- Que empiece lo bueno...- Violeta se fue, sonriendo.
María José la siguió minutos después. Al ver que tanto Donna
como Violeta seguían sentadas, María José fue con ellas.
- ¿Qué sucede? ¿No iban a ir ustedes conmigo?
- Cambio de planes. Nosotras saldremos con Maurice para
que no haya problemas. Nos esperarán en su auto y nosotros
los alcanzaremos en el de Maurice. Una vez que los dos
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22
Al salir, María José se topó con una gran sorpresa. El doctor
Jiménez se encontraba platicando con Julia. Arethusa y Lukas
se encontraban escuchando la conversación. Al verla, Julia se
acercó a ella y la abrazó.
- El doctor insiste en que te quería ver una vez más. - le
susurró al oído
- Pero si ya me había despedido de él hace rato. -
respondió María José, un tanto intrigada.
- Si, pero dice que había algo que aún tenía que decirte.
Anda, dame a la niña. Acaba con esto de una buena vez.
María José hizo lo que Julia le indicó. Cuando se percató que
Andrea ya estaba en brazos de Julia, se acercó al doctor, que
la miraba con cierta fascinación.
- Doctor, creí que ya nos habíamos despedido antes.
- Si, lo sé. Pero no podía dejar que te fueras sin que
escuches lo que tengo que decirte. - María José lo miró
confundida. - Sé que no esperabas que te dijera esto, pero la
verdad es que te amo. Desde el primer día que te vi, sentí que
había algo que me ataba a ti. Y poco después supe que era
amor. Sé que es un mal momento para decírtelo. Pero no podía
dejar que te fueras sin que lo supieras. María José: te amo. No
espero que me digas lo mismo.
María José lo miró incrédula. Sabía que algún día tendría que
escuchar eso, pero no esperaba que fuera ese día cuando lo
tuviera que escuchar. De pronto, comenzó a jugar con sus
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23
Una vez que se fue el doctor, esperaron recargados en el coche.
Diez, quince, veinte, cuarenta y cinco minutos. No salían.
Comenzaron a desesperarse.
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24
Maurice manejó conforme la luz le guiaba. De rato en rato
miraba por el retrovisor para ver si los demás los seguían.
- Todo lo de hoy parecía sumamente falso. -opinó Violeta
- Estoy de acuerdo. Ya estaba sumamente impaciente para
que terminara - dijo Maurice con tono molesto.
- No parecía. - refutó María José, algo molesta también.
- ¿Por qué lo dices?
- Te veías sumamente feliz, tomándote fotos y abrazándola.
- De hecho, para tu información, ella me abrazaba. Yo no
lo hubiera hecho.
- Pues dudo bastante que no hayas tenido nada que ver en
eso.
- Aunque lo dudes, es la verdad.
María José calló por unos minutos.
- ¿Volvió a lastimarte?
Maurice no respondió. No quería decirle lo ocurrido en el coche.
Al sentir el silencio de Maurice, lo examinó de pies a cabeza.
No podía ver mucho porque la camisa de Maurice era de
manga larga. Pero hubo algo que si pudo ver: la mano de su
amado. Maurice no la apoyaba del todo en el volante. Y para
todo lo que hacía, Maurice apoyaba completamente ambas
manos.
- ¿Qué te pasó en tu mano?
- Nada. Estoy bien. - dijo Maurice. ¿Cómo lo había notado?
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- Ellas salieron con él. - hizo una pausa -Pensé que sabrías
de él. Son tan buenos amigos que quizá te lo habría dicho o
habría ido a buscarte. Perdón.
- Mantenme al pendiente si sabes algo de él.
- Si sabes algo de él, también avísame.
Ambas colgaron. María José miró a Maurice, pero él no le
correspondió. Siguió viendo fijamente la carretera.
- Quien a dos amos sirve...
- ...con uno queda mal - dijeron al mismo tiempo Violeta y
María José.
- No es necesario que me lo digan. Lo sé.
- No parecía que lo supieras hace unos meses.
- ¿Y dejar que les hicieran daño? No podía permitirlo
- Te dije que no lo hicieras. - dijo Violeta.
- Esta bien. Lo admito. Hice mal. ¿Contentas? - las dos
tardaron en responder. - vamos, no se pueden enojar conmigo
dos de mis amores mas grandes. - María José sonrió y puso
su mano sobre la de Maurice otra vez.
- Prométeme que pensarás en ir a pedirle perdón a Regina
- ¿Qué? Eso es absurdo
- Por favor...- rogó María José.
- Está bien. Aunque no estoy de acuerdo con eso.
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25
La calle terminaba en lo que parecía una vieja cabaña.
Estacionaron los coches. Todos se bajaron de los autos. María
José fue por su hija a su coche.
Cuando estuvieron juntos, fueron hacia la entrada de la cabaña.
Encontraron una carta en la puerta.
- Ahí dentro hay habitaciones para hacer su estancia más
cómoda. Cada uno tiene su propia recámara, excepto Maurice
y María José que dormirán en la misma, con su hija. En cuanto
estén todos juntos, vuelvan a juntar los anillos para que les dé
instrucciones.
Miraron de nuevo la fachada de la cabaña.
- Vámonos. Nos equivocamos de lugar. - dijo Maurice
dirigiéndose a su auto.
- Espera... - dijo María José, sujetando el brazo de Maurice
- si esta la carta aquí es por algo.
- ¿Qué sugieres?
- Que entremos. Vamos. - dijo María José, abriendo la
puerta.
Los demás siguieron a María José. Entraron a la cabaña y de
pronto, se llenaron de una sorpresa inmensa.
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(OUHWRUQR
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1
En cuanto estuvieron adentro, se sorprendieron al ver que era
mas grande y más luminosa de lo que aparentaba por fuera.
Por dentro era una gran mansión. En el centro, había unas
majestuosas escaleras que conducían a un nivel superior.
Todo el suelo estaba tapizado con una alfombra azul cielo y los
muebles estaban hechos de madera fina.
- Maravilloso. - dijo Violeta
- Vamos por las cosas para que podamos instalarnos. - dijo
Arethusa
Volvieron a salir. Sacaron las maletas de las cajuelas de los
autos. Cada uno entró de nuevo a la casa con su respectiva
valija. Maurice, al ver que María José estaba lidiando con todas
sus cosas, le ayudó a cargar algunas.
- Ya están distribuidas las habitaciones. - dijo Donna desde
la parte superior de casa.
- Pobre de aquel al que le toque dormir junto a ese par de
conejos. - dijo Violeta, sarcásticamente, viendo que le había
tocado entre Arethusa y su madre
- Ojalá que te toque a ti, hermanita.
- Te equivocas, hermano. Para mi fortuna, dormiré junto a
mi madre y a Arethusa - Maurice meneó la cabeza.
- Amor, espérame aquí. Subiré las cosas para que no
tengas que esforzarte. - le dijo a María José.
- Pero, amor, tu mano«
- Descuida, cielo. No te preocupes. Puedo arreglármelas.
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2
Al bajar, María José se percató de que Andrea estaba
sollozando. La buscó con la mirada. En la sala estaban
Arethusa y Julia tratando de calmar a la niña.
- Que bueno que llegas, hija. La niña ya está impaciente.
- Lo siento. - se disculpó María José
María José se sentó entre Arethusa y Julia. Cubrió ligeramente
su hombro y a su hija. Acercó a la niña a su pecho. La alimentó
hasta que quedó saciada. Poco después, quedó dormida en
sus brazos. María José le hizo un par de caricias en su rostro.
Tras un rato, acomodó los cojines de uno de los sillones, con
el fin de crear una barricada y poder acostar ahí a su hija. Al
ver que estaba lista, acostó a su pequeña.
Después se puso a buscar el botiquín con el que curaría a
Maurice. Lo encontró en la cocina de la casa. En cuánto
regresó a la sala, encontró a Maurice supervisando el sueño de
su hija. Acariciaba el rostro de la pequeña. Conforme iba
creciendo, Andrea se parecía más a él. Hubiera querido que se
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- ¿Qué sucede?
- Es Regina.
- ¿Qué quiere?
- "¿Volviste con María José?" - Maurice leyó el mensaje en
voz alta. - ¿le contesto con la verdad?
- La herirían bastante. - opinó Lukas
- Opino lo mismo. Y si pasa esto, la matarías al instante. -
dijo Donna
- Además podría afectar los planes. - dijo Arethusa
- ¿Entonces?
- No le contestes. - dijo Julia. Maurice apagó su celular y lo
dejó a un lado suyo.
- Esperemos que no insista - dijo María José.
- Lo hará. Estoy segura. - dijo Donna.
- Por el momento, tenemos que esperar a que lleguen los
demás.
De pronto, se escuchó que alguien tocó la puerta. Todos se
miraron entre si. Se suponía que la casa era invisible, salvo que
fuera alguien de los que faltaban. Maurice se levantó. Caminó
lentamente hasta la puerta. Cuando se encontró frente a ella,
dudó unos minutos si abrirla o no. Podía ser peligroso. Más si
era algún intruso. Miró a María José. Ella le dio el visto bueno
para que abriera. Miró la puerta una vez más. Finalmente,
decidió abrirla. Ahí se encontraba Christian, vestido de blanco
como siempre. A su lado estaba André, sonriente y bonachón.
Maurice sonrió al verlos frente a él.
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- Bienvenidos a casa.
- Todavía no llegamos a ella. - dijo Christian. Los tres
sonrieron.
- Bien, entonces adelante.
Maurice los dejó pasar. Ellos no dudaron mucho tiempo y
entraron a la cabaña. Como los demás, admiraron maravillados
la magnitud interna de la casa. Miraron después a los demás,
que seguían sentados en la mesa. Todos sonrieron.
- Hay un cuarto para cada quien. Si quieren, pueden ir a
dejar sus cosas, mientras preparamos mas cosas de cenar. -
les dijo Maurice
- ¡Gracias! No tardamos. - subieron las escaleras
rápidamente.
Maurice se dirigió a la cocina con el fin de preparar la cena a
sus amigos.
- Será mejor que vayas con él, cuñada. Nunca ha sido
bueno en la cocina. - le dijo Violeta a María José.
- Ojalá fuera bueno en todo lo que hace. - se levantó y fue
tras él.
Se detuvo en la puerta para inspeccionar lo que hacía Maurice.
Estaba buscando algo en el lugar donde se encontraban los
trastes. Cuando María José vio que sacó un sartén, puso agua
en el e intentó poner una tortilla en el líquido, fue tras él e
impidió que lo hiciera.
- Me encargo yo, cariño. - lo apartó de su camino y empezó
a cocinar.
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- Si, pero...
- Entonces deja que intente ser feliz con él.
Repentinamente, Maurice subió a su habitación. María José lo
siguió con la mirada. Los demás se percataron de esto y
guardaron silencio. María José se sentó junto a Christian y
cargó a su hija.
- ¿Todo bien? - preguntó Arethusa.
- Si. Me encargaré de eso mas tarde.
Siguieron hablando un par de horas mas, hasta que el sueño
comenzó a vencerlos.
3
Maurice despertó al amanecer. Vio a María José. Dormía. Miró
después la cuna de su hija. Estaba en la misma posición que
su madre. Se quedó unos minutos admirándolas. Eran tan
bellas. Parecía que, en ciertas cosas, ambas eran idénticas. En
cuánto la niña sonreía, María José también lo hacía. Actuaban
a la par. Maurice se sentó al borde de la cama. Acarició la frente
de María José. Ella se movió lentamente. Pronto, despertó.
- Perdóname, cielo. No quería despertarte.
- No hay problema, cariño. Buenos días - lo besó.
- Con un comienzo así, será el mejor día de todos.
- Parece que te has vuelto mas cariñoso.
- Tengo que serlo. Fueron muchos meses separados. -
María José se levantó. - ¿a dónde vas, amor?
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϯ ĚĞ ϯϵϵ
- Me ducharé rápido.
- ¿Necesitas ayuda?
- Sólo cuida a la niña. Si se despierta, trata de consolarla
mientras salgo.
- Como usted diga, mi capitán.
María José se acercó y lo besó. Entró rápido al baño. Mientras
esperaba a que saliera el agua caliente, escuchó que la niña
empezó a llorar desconsoladamente. Se había olvidado que
esa era su hora de comida. Se apresuró a ducharse. Desde
que Andrea nació, María José dependía absolutamente de ella.
Pero no le importaba. Valía la pena sacrificar unos minutos de
su tiempo para cuidar a su hija.
Terminó su ducha. Se secó rápidamente y colocó una bata
alrededor de su cuerpo. Salió del baño. Maurice cargaba a
Andrea e intentaba arrullarla, pero, con cada movimiento,
provocaba que llorara mas. María José lo detuvo. Le quitó a la
niña y después se sentó en la cama. Le dio de comer a Andrea.
- ¿Cómo supiste que eso era lo que quería? - le preguntó
Maurice, sentándose a su lado.
- Soy su madre. He aprendido a saber lo que quiere. La
llevé en mi vientre durante nueve meses. Creo que aprendimos
a conectarnos.
- Enséñame a entender sus gestos.
- Tienes que percibirlos, amor. - en cuanto terminó de
comer Andrea, volvió a llorar - por ejemplo, ahorita lo que
quiere es que el cambie el pañal. Se siente incomoda.
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- ¿Te ayudo?
- Pásame la pañalera.
Maurice se la dio. María José cambió cuidadosamente el
pañal sucio por uno limpio. Maurice simplemente no podía
dejar de mirarla maravillado. Entendía cada aspecto de su hija
y apenas habían pasado seis meses desde que estaban juntas.
- Listo.
- Eres un ángel, cielo.
- Gracias, amor. ¿Podrías ir a ver si ya despertó alguien
más? Si quieres llévate a la niña.
- Ahora vuelvo. No tardo. Extráñame mucho, hermosa.
- Lo haré. - dijo María José sonriendo.
Maurice salió y cerró la puerta. María José se apresuró a
arreglarse. Escogió cuidadosamente su ropa. Se puso los
pantalones de mezclilla y la blusa rosa claro que Maurice le
gustaba verle. Secó su cabello. Lo dejó libre sobre sus
hombros y se dedicó a su rostro. Fue al baño. Ahí, pintó un
poco sus pestañas y delineó sus ojos. Usó un labial claro para
sus labios. Se examinó una vez que ya estuvo lista.
- Amor ¿puedo entrar?
- Si, cariño. - Maurice entró. La miró y sonrió.
- Estás preciosa.
- Gracias. - vio que no tenía a su hija en brazos - ¿dónde
está Andrea? - Maurice tardó en responder y María José
comenzó a alterarse - ¿amor? ¿Dónde está mi hija?
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4
María José salió de la habitación y bajó a la cocina. Ahí estaban
Julia y Arethusa.
- Buenos días, hija. ¿Qué tal tu noche?
- Todo bien, gracias. ¿Han visto a mi cuñada?
- Esta afuera con tu hija.
- ¿No ha llegado alguien mas?
- Hasta ahora, no. - respondió Arethusa.
- ¡Cuñada! - entró gritando Violeta, un tanto asustada.
- ¿Qué sucede? - preguntó María José
- ¿Dónde está mi hermano?
- Se está duchando.
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- Eso es. Los que nos vamos a ir pudimos ver la casa por
el hechizo de la bruja pero los demás no pueden. Ella no nos
puede ver porque no marchará con nosotros.
- Aún así, creo que deberías tratar de hablar con ella.
- Creo lo mismo. Voy a salir.
- Espera. - dijo Violeta, alcanzándolo y sujetando su brazo
- Si sales así, podrías destruir el hechizo que puso la bruja.
Tienes que pensar en algo más.
- Tengo una idea. - le hizo una seña a María José. Ella se
acercó. - rodearemos el lugar y nos reuniremos con Regina -
María José le dio a la niña a Violeta. - no, cariño, llévatela.
María José volvió a cargar a Andrea. Maurice tomó su mano.
Caminaron juntos a través del bosque. En cuanto estuvieron
cerca del paradero de Regina, Maurice detuvo a María José.
- Espera aquí. Yo te indicaré cuando te acerques. - le dijo
Maurice, colocándola detrás de un árbol.
- ¿Estás seguro de lo que harás?
- No, pero es lo mejor para los dos. - Maurice la besó y se
alejó de ella. En cuanto estuvo cerca de Regina, respiró
hondamente. - ¿Regina? - ella volteó a verlo con lágrimas en
los ojos.
- Maurice...- se acercó lentamente a él- ¿por qué?
- Lo lamento tanto, pero no tuve otra salida. Ya no
aguantaba más vivir sin ella.
- ¡Pudiste haberlo dicho antes! No sabes con cuanto anhelo
esperé casarme con mi príncipe azul y ¿qué recibí a cambio?
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5
Pasaron varios días en la cabaña. Los que faltaban llegaron
poco a poco. Ya eran tantos en la casa que necesitaron alargar
la mesa y más personas tenían que estar cocinando al mismo
tiempo. Maurice hizo una lista de las personas que se habían
aventurado. Tan sólo faltaban Noah y Eduardo de llegar.
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Hubo un silencio abrumador en el comedor. Todos habían
bajado sus cubiertos. Maurice estaba a punto de estallar en
llanto. No podía permitirlo. No iba a poner a su esposa como
carnada.
María José estaba temblado de miedo. Sus recuerdos
comenzaron a palpitar en su memoria. Recordó aquella escena
con tal precisión, que incluso volvía a sentir esas caricias
desagradables rondando por cada parte de su cuerpo. La carta
cayó al suelo.
- No voy a permitirlo. - dijo Maurice, levantándose para
abrazarla. - no dejaré que te hagan daño de nuevo.
- Tenemos que hablar con la bruja. Esto es un problema
bastante serio. - dijo Donna
- ¡Que si no! Van a matar a mi hija - dijo Julia, atemorizada.
- Eso no pasará. No lo permitiré - dijo Maurice.
- No lo permitiremos - corrigió Lukas. - somos varios los
que le tenemos un cariño muy especial a María José.
- ¿Qué proponen entonces? - preguntó Lina.
- Que mi hija se quede conmigo y con mi nieta. - dijo Julia.
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- Gracias, amiga.
Poco después, subieron a dormir.
*
Maurice dejó que María José entrara a la habitación. Después
azotó la puerta.
- ¡Me rehúso! ¡Me rehúso completamente! No dejaré que
ningún otro hombre te vuelva a tocar. ¡Eres mía! ¿Escuchaste?
¡Mía! - gritó furiosamente.
- Mi amor, ¿de qué hemos estado hablando? No te dejes
dominar por tus emociones.
- No me están dominando. Estoy bien, solamente me
rehúso a pensar que las manos de ese zángano te toquen una
vez mas.
- ¡Pero mírate como estas! Estás sumamente exaltado, tus
mejillas están más rojas que un tomate y te cuesta trabajo
respirar.
- Es que no te imaginas cuanto me duele pensar en que es
necesario que te vuelvan a dañar para salvar la aldea. Me
provoca, me incita, saca lo peor de mí.
- Ya oíste a tu hermana hace rato. Aprenderé a
escabullirme para que no me haga daño.
- Ya lo hizo una vez. Podrá hacerlo de nuevo.
- Pudo haber una segunda vez, pero lograste impedirlo.
- Pero ahora no estaré contigo.
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6
María José caminaba por las calles de un barrio peligroso de la
ciudad. Buscaba a Maurice o a alguien que le indicara su
paradero. Necesitaba que supiera de su embarazo. Llevaba
puesto unos shorts y una playera sin mangas pues era lo único
que había encontrado de ropa.
Estaba tan concentrada buscando a Maurice, que no percibió
que un hombre la seguía desde hace tiempo. Era alto,
musculoso y estaba bastante desaliñado y sucio. Su barba
canosa estaba sin afeitar y de él se desprendía un olor
desagradable. La mirada con la que veía a María José no era
muy amistosa. Parecía que la devoraría en cualquier instante.
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7
- Y así fue como lo perdí de vista.
- Corazón, te arriesgaste demasiado y a mi niña también.
- Debía encontrarte, cariño. Pero bueno, ahora estamos
juntos y ese día no pasó nada malo.
- Pero ahora te enfrentarás a tu agresor principal. - Maurice
se puso de pie y caminó en círculos - ya te hizo daño una vez.
Podrá hacerlo de nuevo.
- No permitiré que vuelva a agredirme. Esa vez, no sabía
que me haría daño. Ahora, sé a lo que me arriesgo y tendré
más cuidado. -
Maurice la miró de reojo. Ese día lucía mas hermosa que de
costumbre. Tenía que hacer algo para ayudarla a que ese
hombre no le hiciera nada. Pero ¿cómo podría hacerlo? Dio
varias vueltas a la habitación. Él podría ayudarle a entrenar.
Volvió a mirarla. Lo veía confundida, como si quisiera hacer
miles de preguntas a la vez. En efecto, como lo había pensado
antes, se veía hermosa. El cuello en "V" de la blusa que traía
puesta dejaba a la vista un escote marcado, que ella trató de
disimular con una bufanda. Suspiró y una idea llegó a su mente.
- Empecemos tu entrenamiento, cariño.
Maurice se quitó la blusa y se lanzó encima de María José. La
besó una y otra vez. Con sus manos recorría el vientre de María
José, buscando el listón que sujetaba su blusa.
- Amor, no creo que esta sea la manera. - dijo María José,
sujetando con ambas manos el rostro de Maurice
WĄŐŝŶĂ ϮϵϬ ĚĞ ϯϵϵ
8
María José corría a través de los bosques de Corelia. El peligro
estaba a punto de acecharla. Ella no lo podía permitir. No podía
permitir que le hicieran daño una vez más. Tomasz la
perseguía a pocos metros de distancia. Su intención era clara:
venganza. El palpitar de su corazón era bastante rápido. Boom,
boom, boom. Su trote era cada vez mas lento. Sentía como la
sangre subía y bajaba de sus extremidades. Poco a poco,
algunas partes de su cuerpo se entumecieron, haciendo que
sus pasos se volvieran mas pesados.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϭ ĚĞ ϯϵϵ
9
A la mañana siguiente, todos se reunieron para desayunar,
excepto Arethusa, que seguía en su alcoba.
- ¿Dónde está Arethusa? - preguntó María José a su madre,
mientras preparaban el desayuno.
- No ha bajado. - dijo Julia.
- ¡Qué extraño! Ella siempre es la primera en bajar.
- Dice que está preparando algo para ti.
- ¿Para mí?
- Dice que es para que ese hombre no te haga daño.
- Debe ser una muy buena idea.
Le ayudó a su madre a terminar de preparar el desayuno.
Todos comieron vorazmente. En cuanto acabaron, salieron al
jardín.
Se reunieron en círculo y Maurice tomó la palabra.
- Bien, vamos a empezar el entrenamiento. Cada quien
tiene que escoger una pareja del otro puesto para que lleve el
escudo. - una vez que todos estuvieron en parejas, Maurice
habló de nuevo. - por ahora, lucharemos con ramas de árboles.
Traten de hacer su mejor esfuerzo para que podamos
progresar.
María José se acercó a Maurice. Tomó su mano.
- Como Arethusa no está ahorita, me quedaré en su lugar
mientras sale.
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María José se puso detrás de él. Cada uno tomó una rama de
árbol. Empezaron a practicar los enfrentamientos. Cada uno,
esquivaba lo mejor que podía los movimientos que les llegaban.
Aunque había veces en que resultaban heridos en sus brazos
o en la cara.
Maurice dejaba a María José de lado para evitar que la hirieran,
por lo que optó por dejarlo solo. Se sentó sobre la escalinata
de la entrada, con su madre y su hija. Allí se dedicó a mirar a
los demás. Parecían niños jugando con espadas de madera.
Se preguntaba si en unos días, cuando estuvieran en la aldea
peleando contra los opositores, se verían así, tan felices.
- Mi niña«- le dijo de pronto Julia - ¿todo bien?
- Si, mamá. Estoy bien. Aunque estoy preocupada por
Maurice, por ti, por mi hija y por los demás. No quiero
experimentar lo que vivimos aquella vez. También estoy
preocupada por papá.
- Yo también hija. No sé cómo esté. Anhelo tanto volver a
verlo.
La niña lloró. María José la cargó y empezó a arrullarla. Los
demás dejaron de practicar. Maurice se acercó a María José y
le dio un beso. Violeta los vio.
- Cuñada, es tu turno. - le gritó Violeta.
- ¿Qué vas a hacer con ella? - le preguntó Maurice,
poniéndose frente a ella.
- Cariño, es por mi bien. - le dijo María José, poniéndose
de pie.
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10
De pronto, Maurice sintió una mirada fija en él. Volteó
ligeramente. Ahí estaba Eduardo con el pequeño Noah tomado
de la mano.
- Chicos, dejemos el entrenamiento por unos minutos - les
dijo a María José y a Lukas. - creí que no vendrían nunca. - les
dijo a su padre y al pequeño.
- ¡Lukas! - le gritó el pequeño. Noah corrió hacia él,
abrazándolo con fuerza.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϴ ĚĞ ϯϵϵ
11
María José subió a llevarle un plato de comida a Arethusa. Se
acercó a la puerta y escuchó ruidos extraños.
- Amiga ¿estás bien? - preguntó María José del otro lado,
temiendo que le estuviera pasando algo malo.
- Si, amiga. Pasa. - María José obedeció.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϭ ĚĞ ϯϵϵ
Vio ahí un maniquí con un catsuit. Era una pieza que consistía
en un pantalón y una blusa de corte en "v" de color negro. María
José lo miró con detenimiento. No tenía nada fuera de lo común.
Parecía lo suficientemente normal.
- ¿Para quién es?
- Es para ti.
- ¿Para mí? - preguntó María José, sorprendida.
- Si. Es un vestuario especial. Ven, necesito tomarte tus
medidas. - María José obedeció, una vez más.
- ¿Para qué sirve?
- Estoy trabajando eso. Cuando Tomasz intente tocarte,
este traje lanzará toques y transmisiones eléctricas, que, a la
larga, acabarán por matarlo. Creo que así podrás estar más
tranquila si Maurice llega a tardar.
- Amiga, no tengo como pagártelo...
- Por ahora, no te muevas - dijo la ninfa, sacando una cinta
métrica de un cajón.
Midió cada parte del cuerpo de María José y, cuando no
coincidían las medidas que había puesto en el traje, hacía una
seña y automáticamente el vestuario se hacía más grande o
más pequeño. Cuando terminó, examinó a María José y
después el traje.
- Listo. Nada más tendrías que probártelo cuando esté
terminado.
- Gracias. Te dejo la comida. Come. - dijo María José.
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12
Maurice la esperaba al pie de la escalera, con su hija en brazos.
La niña lloraba desconsoladamente. María José se apresuró a
bajar las escaleras.
- Nuestra hija tiene hambre, amor.
- Préstamela. Le daré de comer.
Maurice se la dio. María José se fue a sentar a la sala. Maurice
la siguió y la miró durante unos minutos.
- ¿Qué tienes, amor? - le preguntó, hincándose frente a ella.
- Nada, mi vida. Estoy fatigada.
- ¿Quieres que te traiga algo de comer? No has comido aún.
- Ahorita voy por algo, amor. No tengo mucha hambre.
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- ¿Y eso, cariño?
- No lo sé.
- Eso no está bien. Tendremos que revisarte. ¡Julia! - María
José puso su mano sobre la boca de Maurice.
- Lo veremos luego ¿si? Por favor.
- ¿Estás segura?
- Completamente, cielo. Estoy bien.
Maurice le robó un beso. Ella sonrió después de que la soltó.
- ¿Qué decía la carta de Regina? - le preguntó María José.
- Traía unas fotos. La cámara de seguridad de la empresa
captó un momento en el que te di un beso. Otra, de la
despedida de soltero que nos tomaron cuando nos besamos.
En fin.
- ¿Nada más traía fotos?
- No. Decía que ella estaba ciega al no querer ver la verdad.
Que se moría feliz de haberme dejado con el verdadero amor
de mi vida. Lástima, se lo explicamos, pero creo que no lo
entendió muy bien.
María José se dio cuenta que la niña ya se había dormido. Se
levantó con su hija en brazos y subió a su habitación. Maurice,
sigilosamente, la siguió.
Cuando vio que ya había acostado a la niña en su cuna, abrazó
por detrás a María José.
- ¿Sabes que eres lo más importante para mí? - María José
sonrió.
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- Lo he sabido siempre.
- Y ¿por qué no me dejas demostrártelo como se debe? -
María José dio media vuelta.
- Amor, ya hemos hablado de esto.
- Lo sé, pero no hemos tenido encuentros desde aquella
vez del globo y del bar. Ya es tiempo.
- Tal vez podríamos hacerlo después, cuando lleguemos a
la aldea.
- Ahí podría ser demasiado tarde.
- ¿Por qué?
- Porque quizá después dejes de amarme como lo haces
ahora.
- Pero si sabes que eso no pasará nunca. Si no te amara
como lo hago hoy, sería porque te amo aun más.
- Creo que tienes miedo.
- ¿Y por qué tendría que tenerlo?
- No lo sé. No me gustaría saberlo en estos momentos.
Sólo quiero demostrarte que te amo. - dijo, besando su mejilla
suavemente. Sólo quiero estar contigo. Cariño, quiero que
Tomasz sepa quien manda.
- Hablas como si fuera un trofeo. - dijo María José,
apartándose de él, molesta.
- Vamos, amor, no te enojes. Sabes que lo que hago es
para protegerte. Me preocupas demasiado y tengo miedo de
que algo malo pueda llegar a pasarte.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϲ ĚĞ ϯϵϵ
13
Cargó a su hija, aún dormida. Bajó las escaleras y salió de la
casa. Para su sorpresa, Arethusa ya estaba con ellos, pero no
la había alcanzado a ver porque se encontraba de pie, junto a
Julia, en la escalinata de la entrada.
- Creí que nunca bajarías. Necesito hablar contigo. Pero
después lo haremos. - le dijo Arethusa.
- ¿Ya está listo?
- Ya. Sólo necesito las huellas de Maurice para evitar
cualquier incidente con él, cuando llegue a rescatarte.
- Bien. ¿Cómo va el entrenamiento?
- Parece que bien. Aunque deberían de tomarlo con más
seriedad. En la aldea, no creo que sea tan gracioso ver cómo
matan a toda la gente frente a sus narices.
- ¿Y Maurice...?
- Por él no te preocupes. Tengo la táctica perfecta para
protegerlo. Llegará intacto a tu lado.
- Pero la táctica no te afectará ¿verdad?
WĄŐŝŶĂ ϯϬϴ ĚĞ ϯϵϵ
14
María José y Maurice se encontraban jugando en un riachuelo.
Él le lanzaba agua, mientras María José trataba de cubrirse con
ambas manos.
- ¡Eres una gallina! - le dijo Maurice, divertido, mientras
trataba de abrazarla.
- ¡Claro que no! - refutó María José, alejándose de él.
- Entonces deja de huir y dame un abrazo. - dijo, estirando
los brazos.
- No me harás nada ¿verdad?
- Claro que no. Sólo quiero un abrazo tuyo.
María José se acercó a él. Sujetó sus manos. Lo miró a los ojos
durante unos segundos. Había una chispa en su mirada, como
si alguien hubiese puesto dinamita ahí dentro y la hubiese
hecho estallar. Esa luz no era de malicia. Ella conocía muy bien
cuando quería hacer algo maliciosamente. Sonrió y lo abrazó.
- ¿Me quieres? - le susurró Maurice al oído.
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15
- ¿Amor? - preguntó Maurice, poniendo su mano frente a la
mirada perdida de María José - ¿estás bien?
María José volvió a su realidad y vio que Maurice la observaba
con cierta fascinación.
- Sí, mi vida. Gracias.
- Estabas muy pensativa...
- Estaba recordando viejos tiempos.
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16
Fue a su recámara para inspeccionarse. Sus mejillas estaban
bastante coloradas. Había algo diferente en su mirada. Algo
que tenía cuando estaba embarazada de Andrea. Era un brillo
destellante. ¿Sería cierta su teoría y dentro de su vientre
cargaba una nueva vida? La idea la llenaba de ilusión. Pensar
que le daría un hermano a su pequeña hija le daba más
razones porque vivir. Presionó fuertemente su vientre. "Sí es
que estás viviendo en mí, te prometo que no te dejaré sola.
Nunca." Se cambió rápidamente de ropa. Volvió a revisar su
vientre. Normal. No había cambios.
Pasó una semana desde aquel día. Maurice peleaba con Lukas.
María José se quedaba dentro de la cabaña para no distraer a
Maurice. Sin embargo, ese día optó por salir para tomar un
poco de aire fresco. En cuanto él la vio, sonrió y dejó que Lukas
lo derribara una vez más.
- ¡Maurice! - gritó Arethusa, fastidiada
- Lo siento. Pero ver a esta hermosura me distrajo por
completo.
- Mas vale que en la aldea te concentres bien si quieres
llegar a rescatarla de tu enemigo. - le dijo Arethusa, lo que
provocó que un escalofrío recorriera el cuerpo de Maurice.
Se acercó a María José y la abrazó. "Llegaré a rescatarte,
como un caballero a su princesa en peligro" le susurró al oído,
a lo que ella se limitó a sonreír. La soltó. La miró fijamente.
Seguía sonriendo. Pero era una sonrisa inusual. ¿A qué se
debía?
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17
- ¿Maurice? ¿Dónde estás? - preguntaba María José,
mientras buscaba a través del laberinto de rosas.
El evento de la aldea estaba bastante aburrido. Y María José
sabía que Maurice ya estaba desesperado porque había
dejado de tomar su mano y se frotaba constantemente el rostro.
De pronto, lo vio levantarse e irse hacia el jardín. Lo vio alejarse
hacia dentro de una especie de laberinto de rosas, por lo que
se levantó de su asiento y lo siguió.
Siguió llamándolo sin recibir respuesta. Le parecía extraño que
no le respondiera y que mucho menos dijera alguna palabra.
¿Estaría bien? ¿Le habría pasado algo? El corazón comenzó
a palpitarle tan rápido como el aleteo de una mariposa.
"¡Maurice! ¡Responde algo, por lo que más quieras!" gritó
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18
En cuanto Maurice escuchó los gritos desde su habitación,
subió corriendo. Sin embargo, parecía que alguien había
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- Pero...
- Hagamos una cosa. Habrá dos personas que se
quedarán cerca de tu casa por cualquier inconveniente que
llegue a pasar. - dijo Lukas
- Ahora bien, ¿quién se encargará de eso? - preguntó
Donna
- Si quieren, me puedo quedar yo - dijo Christian
- Y yo - dijo Anne.
- Bien. Ustedes se encargarán de supervisar la casa desde
un punto en el que no puedan verlos. - dijo Arethusa
- Y si hay algún peligro ¿cómo se comunicarán con
nosotros? - preguntó Maurice
- Con esto - dijo la ninfa, mostrando dos pares de
auriculares que apenas podían percibirse por su poco color. -
cada uno tendrá unos de estos, que estarán conectados
conmigo. Si llegasen a ver algo fuera de lo común, avísenme y
Maurice y yo llegaremos en seguida. - les dio sus auriculares
correspondientes.
- ¿Cómo nos iremos a la aldea? - preguntó Eduardo
- Apareció esto hace rato - dijo Julia, dándole a la ninfa un
viejo caldero de metal.
- ¿No tenía una nota? - preguntó Arethusa, inspeccionando
el objeto.
- Está adentro.
Arethusa sacó un trozo de papel arrugado. Lo desdobló y leyó
su contenido.
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(QHVWHFDOGHURGHEHUiQYLDMDUDODDOGHDFXDQGRHVWpQOLVWRV/DIyUPXOD
SDUDHQFRJHUORVDWRGRVHVTXHVHWRPHQGHODVPDQRV\JULWHQDODSDU
HVFDUDEDMRVFKLOORQHV\PRUDGRV/RVHVSHURDQVLRVDPHQWH'HQVHSULVD
- Vaya medio de transporte. - dijo Ivanka inspeccionando
de reojo el caldero
- No creo que sea muy cómodo - dijo André
- Además se ve sucio - dijo Lina, asqueada
- Vamos chicos, serán sólo unos minutos - los reprendió
Maurice
- Y ¿cómo vamos a caber todos ahí? - preguntó Anne
- No lo sé. Es sumamente extraño. - dijo Arethusa. Tras una
pausa siguió hablando - Entonces, mañana a mediodía nos
reuniremos todos juntos afuera. ¿Entendido? - preguntó.
Todos asintieron - vamos a dormir para recargar fuerzas.
Todos subieron las escaleras. Maurice tomó la mano de María
José. Estaba fría. Rara vez pasaba esto. Percibía algo en ella
que no estaba bien. La querían quitar de su lado. Se la estaban
llevando. Tenía que detenerlos. Fuese quien fuese.
19
Al entrar a la habitación, María José acostó a su hija en su cuna.
Se quedó unos minutos mirando como dormía. Su respiración
era acompasada, como si pareciese que no se inmutaba ante
nada, ante ningún peligro, ante ninguna adversidad. Había sido
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María José salió del baño y al verlo de pie, con la foto entre las
manos y con una sonrisa de melancolía en el rostro, caminó
hacia él y besó su mejilla. Maurice dejó la fotografía en su lugar
y la abrazó.
- No me abandones nunca, cariño - le susurró al oído.
- Sabes que eso no pasará. Sí entré en tu vida, fue para
permanecer en ella para siempre - le dijo María José,
separándose de él para poder mirarlo a los ojos.
- No dejes que te hagan daño mañana.
- Todo saldrá bien. Lo prometo.
Maurice permaneció unos minutos admirando su rostro. Ella
tomó sus manos con fuerza, como si fuera la última vez que lo
hiciera.
Se besaron durante un largo rato. Tras un rato, Maurice le
indicó que ya era hora de dormir. Desacomodó las cobijas y la
llevó a acostarse. La arropó, como si fuera una niña pequeña,
y después, se acostó junto a ella. Durmieron tomados de la
mano, acción que tenían bastante tiempo sin hacer.
20
El sol empezó su trayecto cuesta arriba. Maurice se despertó
repentinamente al escuchar que alguien tocaba la puerta de su
habitación. Para su sorpresa, María José no estaba a su lado.
"¿Amor?" la llamó.
- Cielo, estoy afuera. ¿Ya estás listo? - preguntó María
José, del otro lado de la puerta
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- Acabo de despertar.
María José entró en la habitación para comprobar que no
mentía. Lo vio allí, parcialmente recostado. Hizo una mueca de
disgusto. Maurice la inspeccionó de pies a cabeza. Ya traía
puesto el traje que le había confeccionado Arethusa.
- Bueno, amor. Apúrate. Te estamos esperando. - se
dispuso a salir cuando Maurice se paró rápidamente de la
cama
- Espera, cielo. - se acercó a ella.
- ¿Qué pasa?
- ¿Y mi beso de buenos días?
María José sonrió y lo besó. Posteriormente, salió del cuarto.
Maurice se duchó rápidamente y se vistió. En cuanto estuvo
listo, salió de la habitación y se incorporó al grupo, que estaba
en el jardín de la casa. Se colocó al lado de María José y vio
que su traje tenía un cinturón negro. Entre el cinturón y el traje
estaba su foto de casados.
Ella al verlo, sonrió.
- ¿Dónde está nuestra pequeña? - preguntó Maurice,
viendo que su amada no la tenía en brazos.
- Está con mi madre. Recuerda que ella la protegerá
mientras nosotros peleamos.
Maurice se estremeció. Vio a Julia. En efecto, tenía a la niña
en brazos, la cual, no dejaba de mirarlos. Maurice rodeó la
cintura de María José con un brazo. La hora de la batalla final
había llegado sin que apenas pudieran percibirlo. La hora en
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Las sacó y las entregó a cada uno de los que iban a pelear. En
cuanto todos tuvieron la suya, empezaron a salir.
María José se acercó a Julia.
- Ustedes se quedarán aquí ¿verdad?
- Al parecer sí. - respondió Julia.
María José acarició las mejillas de su pequeña. Unas lágrimas
brotaron de sus ojos. Debía dejarle algún recuerdo de ella, por
cualquier cosa que llegase a suceder aquel día. Se miró.
Llevaba la medalla que Julia le había dado colgando en su
cuello. Se la quitó y la puso en las manos de su hija. Cuando
Julia vio esto, lanzó un quejido de dolor.
- ¿Qué haces? - preguntó Julia, tomando la mano de su
hija.
- Si algo me llegase a pasar, quiero que mi niña tenga un
recuerdo de su madre.
- La niña te necesita. No puede vivir sin ti.
- Para eso estás tú. Te harás cargo de mi hija por mí.
- Pero... quiero volver a verte. - dijo Julia, con la voz casi
quebrantada.
- Cuídate mucho, mamá. Y cuida a mi hija. Las amo a las
dos con todo mí ser. No lo olvides y no hagas que mi niña lo
olvide.
María José besó las manos de Julia y la frente de su pequeña.
Se volteó rápidamente para no verla a los ojos.
- ¿Hija? - intentó retenerla.
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Sin embargo, no volteó, sino que se alejó tan rápido como pudo.
Las lágrimas brotaban de aquellas tres generaciones. Julia
lloraba por el porvenir de su hija, de su pequeño retoño. María
José, por aquella insólita despedida. Andrea, por un súbito
cólico que comenzó a aturdirla. Las tres tenían dos
sensaciones mezcladas: temor y dolor.
Milenna tomó del brazo a Julia y la llevó a una especie de ático.
- En cuanto acabe todo esto, vendré por ustedes - le dijo la
bruja.
- ¿Y si viene alguien?
La bruja lanzó sobre ellas el mismo hechizo que les había
lanzado a todos, momento atrás.
- Así nadie podrá verlas.
- ¿Estás segura?
La bruja asintió y salió de la habitación. Julia se acomodó en
un viejo sillón amarillo. Acarició el rostro de su nieta,
provocando que minutos después se quedara dormida. Viendo
esto, la recostó en su pecho para que estuviera más cómoda.
La observó, mientras los recuerdos volvían a su mente.
El tiempo había pasado de manera casi imperceptible. Su
María José había crecido. Siempre había sido una niña
bastante fácil de cuidar. Cuando estaba en casa, leía algún
libro u observaba alguna planta. Y cuando estaba fuera, estaba
con Maurice en algún lugar cercano. Su fortuna fue verla crecer
en una inmutable felicidad. Creía tenerla a su lado por muchos
años, hasta que partió con Maurice a esa extraña aventura. Ahí
realmente sintió su supuesta pérdida, tal como lo sintió minutos
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21
Maurice tomó la mano de María José al ver que salía de la
choza de Milenna. Con la otra mano, le secó las lágrimas que
bajaban por sus mejillas. Después de esto, corrieron tras los
demás. Al llegar al centro, se escondieron detrás de un arbusto.
Arethusa, atenta a la situación, les dijo en voz baja:
- En cuanto yo les diga, empezará el ataque. ¿Están de
acuerdo? - todos asintieron
Observaron con calma la situación. Había miles de hombres
bebiendo, dándose fuertes palmadas entre sí, bailando unos
con otros, entre otras cosas. Todo esto les parecía grotesco.
María José se sentía indignada al ver como estaban tratando
su hogar. Lo habían vuelto un bote gigantesco de basura. Las
casas y las tiendas habían perdido sus colores. Ahora eran
grises completamente. Ya casi no había plantas y árboles y las
pocas que había estaban secas. ¡Y pensar en cuanto tiempo
les había costado cuidar cada rincón de su hogar! Ahora lo
habían estropeado.
De pronto, alguien habló más fuerte. Era Tomasz. María José
reconocía su voz con facilidad. Nadie puede olvidar la voz de
quien alguna vez lo dañó.
- Hoy se conmemora un gran día ¿no es así? - preguntó,
entre tragos y risas
- ¿Por qué? - le gritó un hombre desde el otro lado
WĄŐŝŶĂ ϯϱϯ ĚĞ ϯϵϵ
22
Entró a la choza. Vio que los muebles estaban llenos de polvo.
Observó las paredes. Los finos detalles de flores estaban
trazados delicadamente con pincel. En las escaleras, había
relieves de ondas y de hojas. Maurice se había esforzado
bastante en construir y arreglar su casa. Era divina. Recordó
cuantas veces, mientras a ella le medían el vestido, o la
llevaban a que supervisara las cosas de la boda, Maurice se
quedaba en ese lugar a construir y adornar su nuevo hogar.
Era lo que tantas veces habían soñado. Pero como siempre,
les habían estropeado sus planes.
Conforme iba caminando alrededor de la casa, se percataba
de que alguien había estado entrando en ella. Había alrededor
de cien botellas de cerveza tiradas en el piso, más otros
envases de bebidas alcohólicas en los muebles de la cocina.
Parecía que alguien visitaba aquel lugar con frecuencia. Pero
¿con qué motivo? Ellos no eran personas conflictivas que se
entrometieran en la vida de los demás. O al menos eso creía.
Por estar observando las cosas que había en la casa, no se
percató que ahí estaba Tomasz, siguiéndola sigilosamente. La
veía con la misma mirada depravada de siempre. ¡Cómo no
podía hacerlo! Si aquella vestimenta la hacía lucir fenomenal.
WĄŐŝŶĂ ϯϱϴ ĚĞ ϯϵϵ
23
Maurice y Arethusa corrían rápidamente a través del bosque.
Sentían que el tiempo se les iba y que su misión no se iba a
completar. La adrenalina subía a cada parte del cuerpo,
obligándolos a no detenerse. Cualquier segundo valía oro.
Arethusa sintió que algo le brotaba en la espalda. Le dolía.
Pero eso no le impedía seguir corriendo, al contrario, la hizo
apresurar el paso.
Al no sentir más dolor, volteó a ver su espalda y vio que tenía
de nuevo sus grandes y majestuosas alas.
- Maurice, detente. - le ordenó.
- ¿Qué sucede? - al ver las alas, sonrió - ¡genial!
- Dame la mano.
Se la dio. Lo jaló rápidamente. Emprendió el vuelo hacia arriba.
Maurice estaba impresionado por la fuerza tan repentina que
había adquirido la ninfa. Vio hacia abajo. En todas partes había
manchas rojas y cadáveres degollados o mutilados. Habían
estado haciendo un buen trabajo. Sin embargo, aún les faltaba
mucho por hacer. No podían darse por vencidos tan rápido. No
sabían en qué momento los demás comenzarían a contra
atacar. Por ahora, ellos tenían ventaja. Pero aún no podían
cantar victoria.
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24
Milenna, junto con Lukas y otros hombres se dirigieron a la
alcaldía. A Lukas le extrañaba mucho que se dirigieran hacia
allá. Por el poco tiempo que llevaba viviendo allí, se dio cuenta
que aquel lugar a donde se dirigían era el más pacífico de toda
la aldea. Realmente, ahí no hacían absolutamente nada por
alterar el orden de la aldea. Pocas veces vio a más de diez
hombres ahí dentro.
- ¿Por qué nos dirigimos hacia allá? - le preguntó a la bruja
- Porque tomaron las instalaciones de la aldea y tienen
como rehén a Erline. No quiero imaginar todo lo que le han
hecho al pobre hombre.
En cuanto estuvieron frente al edificio, observaron a través de
la ventana de aquella choza. Ahí, vieron a un buen grupo de
hombres con Erline en el centro. El camaleón traidor se
encontraba sobre uno de los hombres más altos, contemplando
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25
María José estaba acurrucada en el hueco que había
encontrado en el armario. Su respiración era cada vez más
acelerada. Eso no estaba funcionado. Debía actuar cuanto
antes. Pero ¿qué debía hacer? Cualquier cosa podría resultarle
contraproducente. Escuchó los pasos de Tomasz en la
escalera. ¿Qué haría ahora?
- No te escondas. Sé que estás ahí. Si no sales ahora
mismo, te irá mucho peor. Te lo aseguro.
María José aguantó la respiración para evitar darle una pista
de su paradero. Las pisadas se acercaron aún mas. Su
corazón latía tan rápidamente que sentía que la delataría en
cualquier momento.
Tomasz movió las cosas del armario, hasta que por fin la
encontró. Lucía tan hermosa cuando estaba asustada, que
apenas y le dio tiempo de compadecerse de ella. Vio sus
grandes ojos llenos de miedo y angustia mirándolo fijamente.
Esperaban que él se apiadara de ella. Pero, por desgracia no
podría hacerlo. Aún le dolía el golpe que le había dado.
Deseaba que eso no fuera a afectarle al momento de tomarla
nuevamente.
María José lo miró furtivamente. Ahora si, todo había fallado.
Lo único que le quedaba por hacer era esperar a que Maurice
llegara rápido. Pero ¿cómo podría pedírselo, si ni siquiera tenía
los medios?
- Fue una mala idea que hayas intentado esconderte,
preciosa. Ahora, temo decirte que toda la compasión que pude
WĄŐŝŶĂ ϯϲϵ ĚĞ ϯϵϵ
ANAj¡J@
WĄŐŝŶĂ ϯϳϲ ĚĞ ϯϵϵ
1
La escena de dolor que se veía en ese momento era
conmovedora. El espíritu de María José salió del cuerpo, como
lo había hecho en la prueba final de las sirenas y se puso detrás
de Maurice. Lo abrazó. Pero él no podía sentirla. Estaba
ensimismado en su dolor. La había perdido para siempre. Todo
había sido culpa, por no insistir en quedarse con ella todo ese
tiempo. Se acercó al cadáver. Lo cargó y lo colocó sobre la
cama. Acarició sus labios, sus mejillas, su sien ensangrentada.
Siguió haciendo caricias por todo su cuerpo, hasta llegar a su
pecho, donde estaba la herida que le había dado muerte. Era
justo en el corazón, porque a ella, con su noble carácter, no
podrían herirla tan profundamente, sin que se le olvidara horas
más tarde.
Se acostó sobre el cadáver herido. Arethusa y Julia se sentaron
al borde de la cama, llorando silenciosamente. Se escucharon
pisadas en las escaleras. Lukas y el resto de los vencedores
estaban en la puerta, confundidos al verlos así.
- ¿Qué pasó aquí? - preguntó Lukas al ver el cadáver de
Tomasz en el suelo. - Si ya mataron a ese rufián, ¿por qué
están así?
- No creo que quieras saber.- musitó Maurice, con la voz
quebrantada.
- ¿Por qué no? ¿Qué hizo? ¿Por qué María José está así?
- ¡La mató! ¡La mató! - gritó Julia. - Mató a mi hija.
Antonio se abrió paso entre los que estaban en la puerta. Vio
la sangre y la cabeza ensangrentada del cadáver de María
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2
El espíritu de María José, que seguía ahí, observando la
escena, intentó responderle a Lukas, pero de su boca no salían
palabras. No podía pronunciarlas. Se sintió mal, de pronto.
- No te sientas mal. Esto debía pasar algún día - le dijo una
voz al espíritu de María José. Volteó la mirada para ver quien
le estaba hablando, y, al darse cuenta que se trataba de
Milenna, se sorprendió.
- Milenna ¿cómo tu si puedes escucharme?
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3
El silencio se volvió áspero, pesado y abrumador en aquella
habitación. Nadie se atrevía a decir una palabra. Las horas
pasaron lentamente en aquel umbral de dolor. El crepúsculo
alumbraba pesadamente la habitación. Una ligera lluvia cayó
sobre los prados y valles de Corelia, llevándose toda la sangre
que había sido derramada. Maurice seguía con el mismo dolor
atormentando su corazón. Había tomado la fotografía de su
boda y la apretaba contra su pecho con fuerza.
Los hombres que habían entrado en la choza, salieron
lentamente con el paso de las horas, dejando únicamente a
Maurice, a Julia y a Arethusa acompañando el cadáver de
María José. Violeta se acercó a Maurice con la niña en brazos.
- Nos llevaremos a la niña a la casa mientras vemos que
haremos con el cuerpo de María José
Pero Maurice no dijo una sola palabra. Seguía estupefacto
viendo el cadáver de su esposa. Donna jaló a Violeta del brazo.
Ambas se fueron.
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4
Lo dejaron solo, en la penumbra de la noche. Ahí la tenía, a su
lado. Ya no tenía sangre, ni dolor. Pero tampoco tenía vida. Se
había esfumado. Se acercó al cuerpo vacío. Volvió a hacer
caricias alrededor de aquel cadáver a quien tantas veces amó
en el pasado. Intentó besar sus labios, pero ya no le respondían:
permanecían inmóviles. Los tocó. Estaban fríos. Miró la
fotografía de su boda que había dejado en una silla. Vio la
sonrisa alegre de María José en aquella foto. Volvió a mirar el
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5
La noche había sido larga para todos. Arethusa pasó toda la
noche en vela. No podía soportar que su hechizo hubiese
salido mal. Eso la atormentaba por completo. Sin embargo, al
pasar las horas, la duda sobre que era lo que había pasado
realmente en aquellos momentos surgió súbitamente. Invocó
un hechizo nuevo, que le permitió reconstruir los hechos de
aquellas horas. Efectivamente, su hechizo sobre el traje había
salido bien. Pero ¿por qué no había acabado con él? Hizo
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6
Llegaron de pronto a la cabaña de Maurice. Él estaba asomado
a través de la ventana. Al verlas venir, se sintió tranquilo al no
quedarse solo mas tiempo con el cadáver. Pero vio algo inusual
en ellas. Eran tres mujeres. Pero la tercera mujer no era
parecida a ninguna mujer de las que habían sobrevivido, sino
a...
Vio el cadáver una vez más. Seguía intacto. Entonces no podía
ser María José ¿o si? Observó lentamente a aquella mujer que
venía con ellas. Era igual de hermosa que su esposa y traía
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7
Al ver que ya estaba lista, llamaron a Maurice para que les
ayudase a cargarla. Él, al recibir la orden, vaciló. Ahí estaba
ella, con su belleza en todo su esplendor. Debía cargarla, pero
no encontraba las fuerzas para hacerlo. Le resultaba
inaceptable tener que deshacerse de aquel cuerpo que le había
regalado los mejores momentos de su vida. Deseaba quedarse
con ella sin tener que pensar en que estuviera muerta. Pero no
sería posible. Se acercó a la cama. Por un momento, pensó en
decirles que no lo haría. Sin embargo, sabía que debía hacerlo,
pues no tendría otra oportunidad para tenerla entre sus brazos
otra vez. Sujetó la espalda de su amada, al igual que sus
piernas. La levantó con delicadeza. Ya no pesaba lo mismo.
¡Cuántas veces la había tenido así! Ninguno de los dos parecía
inmutarse por el daño que podía causarle al otro, pues eran
momentos que durarían sólo un instante. Ahora, en ese
momento, Maurice deseaba con todo su corazón que todo lo
que estaba sucediendo en esos momentos formara parte de la
peor pesadilla de su vida. Deseaba tanto que la mano de María
José que colgaba al lado suyo estuviera, en realidad, sujeta a
su cuello o a sus hombros, como lo hacía otras veces. Pero no
sucedió. Aquella mano estaba caída. Y lo seguiría estando.
- ¿A dónde la tengo que llevar? - preguntó Maurice con la
voz ahogada entre las lágrimas que corrían por sus mejillas
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8
Lukas, que se encontraba a un lado del ataúd, abrió la caja
para que Maurice pudiese colocar el cadáver dentro. Maurice
miró de nuevo el cuerpo. Besó la mano que portaba el anillo de
compromiso. Quitó el anillo del dedo y lo guardó en su pantalón.
Al menos podría tener un recuerdo material de ella. Dejó el
cuerpo dentro del ataúd. Lukas lo cerró.
Ambos cargaron la caja hasta donde Violeta les indicó. Poco a
poco, un buen número de personas se les sumaron detrás.
Todos caminaban con la mano en el corazón, pues en las
cosas que se hacen con el corazón nadie puede regir tiempos
o espacios, simplemente, todo pasa por un bien mayor.
Entraron al cementerio de la aldea. En el centro, había un gran
hoyo que varios hombres se dedicaron a cavar. Los que traían
el ataúd lo dejaron en el agujero. Maurice se quedó unos
minutos abrazado a la caja. Se rehusaba a perder a su amada.
No quería que se pudriera aquel cuerpo tan perfecto que tantas
veces se dedicó a amar por segundos y horas. Se rehusaba a
perderá la mujer que tantos "te amo" le dijo.
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9
Pasaron unos meses desde la muerte de María José. Ella, con
el tiempo, se fue alejando poco a poco para que Maurice
pudiera superar su duelo. Pero, cada vez que llegaba a ver
cómo estaban, Maurice se ponía peor cuando se despedían.
Esa situación le afectaba demasiado. Había noches en las que
María José tenía que quedarse hasta en la madrugada
esperando a que Maurice se durmiera. Entonces, ella podía
marcharse a ver cómo estaban los demás. Una vez intentó
ausentarse por un mes. Cuando volvió a verlo, Maurice se
abalanzó sobre ella y no pudo dormir durante una semana,
temiendo que se volviera a ausentar por grandes cantidades
de tiempo.
Con el tiempo, lograron reconstruir la aldea, pues Tomasz y sus
secuaces la habían destruido por completo. Cada quien
ayudaba a poner todo en el lugar que estaba antes. Cuando
terminaron, regresaron a su rutina de antes. Maurice había
conseguido un empleo que le agradaba más que el que tenía
en la empresa del señor Rochefeller. Esto, le ayudaba para
mantenerse distraído por un cierto tiempo. Mientras tanto, Julia
y Donna cuidaban de la pequeña Andrea, quien aprendió a
caminar y a hablar rápidamente. Cuando esto pasó, María José
estaba ahí, para compartir esos momentos con ellos.
Un día, María José se dirigió a la cabaña para estar un rato con
Maurice y con la niña. Pero, para su sorpresa, no estaban ahí.
En el pórtico, estaba Erline.
- Que bueno que llegas. Te estaba esperando
- ¿Pasa algo? ¿Dónde están Maurice y mi hija?
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