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Este libro va dedicado para todos aquellos
que creen en la magia '( los sueños y a los
que creyeron que este proyecto se haría
realidad. Dios los bendiga a todos
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1
Ante ellos, la oscuridad se cernía a su alrededor, como un
cinturón a la cadera de una ninfa en primavera. La negrura
únicamente había incautado a unas cuantas personas de la
aldea. Todo parecía tan incierto para los habitantes de Corelia.
Por arte de magia, algo se había llevado a algunos cuantos de
ellos y los había encapsulado en una caja, lejos de Corelia.
Los alaridos estaban formados en la garganta de cada uno de
los que se encontraba encerrado en esa masa negruzca, pero
había algo que no los dejaba salir. El asombro mezclado con el
terror no era una buena combinación.
Por un momento, se dispersaron unos de otros, intentando
buscar una salida. Todos, salvo María José y Arethusa, que,
tras haberse encontrado, se resistían a soltarse. Tal vez eso no
les ayudaría en absoluto, según pensaba Arethusa. Pero ella
no contaba con que, al estar así, sujeta al brazo de María José,
le estaba transfiriendo un poder especial, que, en un momento
dado, le sería bastante útil para deshacer el hechizo que las
había llevado ahí.
En cuanto menos lo esperaron, la música comenzó a sonar en
aquel tétrico escenario. El Rachmaminov penetraba
lentamente sus oídos ocasionándoles un hipnotismo suave y
profundo. Al compás del piano, sus movimientos se hicieron
más ligeros y, entre la penumbra, comenzaron a flotar sobre
una superficie incorpórea, haciéndolos creer que volaban sobre
el universo infinito. Con el tiempo, cayeron en un profundo
sueño, en el que numerosas imágenes suplantaban las que
tenían en su memoria. Poco a poco, adoptaron personalidades
diferentes según los nuevos recuerdos aparecían en sus
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mentes, dejando que sus recuerdos anteriores se esfumaran


por completo. Cuando terminó la máquina, una carcajada
estalló en medio de la oscuridad. "Hasta nunca, idiotas". Dijo
una voz. Lo que no contaba el dueño de aquella voz era que el
hechizo que Arethusa había transferido a María José le había
creado una barrera de protección que impidió el cambio de
personalidad.
La bruma se cerró y todos aparecieron en el nuevo escenario
de sus vidas.

2
María José despertó con un fuerte dolor de cabeza. Estar en
ese pequeño apartamento, que se encontraba situado en la
zona más transitada de la ciudad, le había acentuado el
malestar de cada día. La primera vez que comenzó a sentirse
así, fue el primer día en que despertó dentro de esa espantosa
rutina.
Aún recordaba ese primer día con la misma claridad con la
que recordaba su vida en Corelia. Estaba tirada en el suelo, en
posición fetal y con el vestido de novia aún puesto. Observó su
alrededor, aterrada. Estaba en un cuarto, que, por la
decoración, parecía ser una sala. Se levantó para observar
todo con más claridad. ³¢0DXULFH"´OODPyXQDYH]VLQUHFLELU
más respuesta que su propio eco. Entonces, inspeccionó todo
a su alrededor. En la pequeña habitación contigua, encontró un
gafete, en el que estaba escrito su nombre con una foto suya,
señalando que era enfermera de un hospital. Entonces, hizo
memoria y se encontró con la sorpresa de que recordaba
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también un estilo de vida en aquel lugar. Misteriosamente,


parecía como si tuviese dos vidas completamente distintas.
Pero no sabía porque...
Y a pesar de que ya habían pasado algunos meses desde
aquel momento, seguía sin explicarse que había sucedido. Se
sentó en la orilla de la vieja cama de tamaño individual en la
que dormía últimamente. Miró su vientre y se dedicó a
examinarlo para ver si no había aumentado su tamaño. Nada.
Aquel individuo que se encontraba formándose en su interior
aún seguía siendo muy pequeño para producirle algún cambio
en su exterior. Quizá, la noticia de su embarazo no la
sorprendió en lo absoluto, pues, desde que Maurice y ella se
comprometieron, pasaban más tiempo a solas y los encuentros
íntimos no tardaron en comenzar. Con el tiempo, estos se
volvieron mucho más frecuentes. Tarde o temprano,
engendrarían una nueva vida y, aunque Maurice casi no
hablaba del tema, la idea de tener un hijo lo emocionaba
bastante.
Maurice... Pensar en él, en su sonrisa, en sus abrazos, era
algo que la llenaba de paz. Últimamente, pensaba mucho en él.
Lo echaba tanto de menos. Desde el día en que los separaron
no lo había visto, ni había vuelto a saber de él. Quien iba a
pensar en que aquel día, que prometía ser el más feliz de sus
vidas, en realidad sería uno de los más trágicos.
Ansiaba con todo el corazón volverlo a ver para abrazarlo,
besarlo y darle la noticia de su embarazo. Ya lo había planeado
todo minuciosamente. Seguro se pondría feliz.
Miró la hora. Se levantó rápidamente al ver que ya se le había
hecho tarde. Se vistió y salió corriendo del apartamento.
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3
Mauricio despertó sobresaltado. Otra vez tuvo la misma
pesadilla que, desde unos meses atrás, había estado
atormentándolo. Se inspeccionó rápidamente. Estaba envuelto
en sudor frío. Deseaba tanto poder deshacerse de ese terrible
sueño de una vez, pero ya había agotado todas las opciones
posibles y ninguna le había dado resultado. A veces, creía que
alguien quería darle un mensaje con ese sueño. Sin embargo,
no lograba interpretarlo. Había un aspecto del sueño que le
intrigaba más que cualquier cosa. El rostro de aquella mujer
que, aunque en el sueño se veía siempre con una expresión de
horror, lo tenía encantado. Era, a su parecer, lo más cercano a
un ángel. Deseaba tanto poder conocer a aquella mujer para
avisarle que corría peligro. ¿O era, quizá, para poder
contemplar su belleza en persona? No lo sabía.
De pronto, alguien tocó la puerta con fuerza.
- Hijo, ¿ya estás listo? - dijo Diana.
El evento... Lo había olvidado por completo. No le parecía una
buena idea que fuera a dicho evento, pues, aunque a todas
luces parecía ser de caridad únicamente, había algo que no le
terminaba de agradar. Cada vez que tenía que asistir a estos
eventos, se sentía incómodo. Todos los medios de
comunicación estaban tras él. Deseaban siempre enterarse de
todo lo que hacía y de lo que no. Si salía con alguien, ahí
siempre había algún reportero escondido por ahí. La mayor
parte de las veces quería tener la privacidad necesaria como
para poder estar tranquilo sin que lo estuvieran vigilando.
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Quería tener una vida normal como la de cualquier otro. Pero


no podría. Si iba al dichoso evento, seguramente irían tras él
para preguntarle infinidad de cosas. A pesar de ello, sabía que
era su deber ir para acompañar a su padre.
Últimamente, no lo entendía. Su ambición había crecido
notoriamente y su deseo de ser visto era mayor conforme
pasaban los días. Siempre buscaba algún medio para
conseguir dinero. Incluso se rodeaba de gente que buscaba las
mismas cosas que él. Y cualquier cosa, la aprovechaba para
su beneficio propio.
- Salgo en unos minutos - le respondió a su madre.
Diana meneó la cabeza, en señal de desaprobación. En los
últimos meses, Mauricio estaba sumamente extraño. Tenía
pesadillas todas las noches, estaba distraído la mayor parte del
tiempo y se aislaba de las demás personas. Además, había
dejado de hacer muchas actividades que antes le gustaban y
ahora, pasaba la mayor parte del tiempo encerrado en su
habitación. Ella quería ayudarlo, pero Mauricio no le decía nada
sobre lo que le sucedía.
- Si no te apresuras, tu padre te matará. - le dijo Diana.
Mauricio se duchó, y se vistió tan rápido como pudo. Al ver en
el espejo la pequeña nota, escrita en un pedazo de papel, que
decía "Tú y yo, juntos hasta la eternidad", y estaba firmada con
las letras MJ, se detuvo por un momento. La había encontrado
en uno de sus cajones y por más que quisiera recordarlo, no
conocía a nadie cuyo nombre comenzara con esas letras.
- ¡Hijo, hijo! - gritó Diana, golpeando la puerta con más
fuerza.
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Mauricio dejó la nota en su lugar y salió de la habitación.


- Listo. ¿Nos vamos?
Diana meneó la cabeza y se apresuró a bajar las escaleras de
espiral que dividían los dos pisos de la residencia. En el umbral
de la puerta principal, Eduardo caminaba de un lado a otro,
mirando a cada minuto el reloj. Cuando los vio bajar, hizo una
mueca de disgusto y salió de la casa, sin siquiera esperarlos.
Mauricio y Diana se subieron al auto y Eduardo arrancó a toda
prisa. Mauricio observaba, como de costumbre, los rostros de
las mujeres que caminaban en la acera o de las que se
encontraban en los demás autos, pero ninguno se parecía al
de aquella mujer que había visto en su sueño. ¿Acaso ella era
la misteriosa mujer cuyo nombre empezaba con MJ y que le
había dejado esa nota?
En su mente, se vio plasmado aquel rostro y siguió pensando
en él, sin siquiera imaginarse que aquel día su vida daría un
giro de 180°.

4
María José hizo todo su recorrido hasta el hospital donde
trabajaba de enfermera. Aunque no fuera un trabajo que le
disgustara por completo, no le apasionaba tanto como hubiera
querido. Lo único que le agradaba de trabajar en eso, era que
podía ayudar a las demás personas a sanar lo que les dolía, ya
fueran cuestiones físicas o penas del alma. Le hubiera gustado
renunciar y buscar a Maurice, pero no tenía el valor para
hacerlo en aquel momento. Por ahora, tenía que seguir
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trabajando para ahorrar un poco y darle una vida digna a su


pequeño hijo.
En el hospital eran pocos los que sabían de su embarazo, entre
ellos el doctor Jiménez, quien era el jefe de enfermeras y quién,
además, estaba completamente enamorado de ella. Según
recuerda, el doctor le había insistido bastante para que lo
aceptara y pudiera tomar el papel del padre del pequeño. Pero
ella siempre lo evadía, con la esperanza de que algún día
Maurice la encontrara.
Al llegar al hospital, vio muchas cámaras amotinadas en la
entrada, con sus respectivos reporteros empujándose unos a
otros, tratando de tener un buen lugar. "¿Qué está pasando?",
se preguntó María José.
Entre empujones, logró entrar al edificio y se dirigió hacia
una oficina pequeña al final del pasillo principal. Entró y cerró
rápidamente la puerta.
- ¿Y ahora tú? Parece que viste un fantasma. - le dijo
Letty, su compañera de trabajo.
- Nada, es sólo que no esperaba que estuviera tan lleno
el hospital. ¿Qué está pasando? ¿Por qué hay tanta gente
aquí?
- Va a haber un evento "de caridad". Viene un
empresario con su familia. Ya sabes, es de esos que
únicamente quieren hacerse de renombre. Lo único bueno,
es que dicen que viene con su hijo, que, según las malas
lenguas, está guapísimo. ¡Ay! Ojalá que nos vea, aunque
sea de reojo.
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- Que te vea a ti. A mi no. - dijo María José, buscando unos


papeles dentro de un archivero.
- ¿Sigues insistiendo que vas a encontrar a tu marido? -
María José asintió, moviendo la cabeza. - ¡Qué ingenua eres,
muchacha! ¿Qué no ves que, si no te ha buscado en estos
meses, significa que ya se olvidó de ti? No seas tonta, y hazle
caso al pobre doctor, que un día lo matarás de un mal de
amores.
María José suspiró. Las palabras de Letty tenían sentido.
Maurice siempre la había buscado. Según él, no podía vivir
mucho tiempo sin ella. Pero ahora...no la había buscado.
- Bien, iré a trabajar. Si me necesitas, ya sabes donde
estaré.
Salió rápidamente de la oficina y se dirigió al siguiente piso. Las
palabras de Letty seguían haciendo eco en su interior. No
podía evitar dudar. Habían pasado tres meses desde el día en
que llegaron a aquel lugar. Lo recordaba bien. El vestido, su
imagen reflejada en el espejo, la ceremonia, el beso final, la
oscuridad...todo. Desde los tres últimos meses se encontraba
inmersa en un mundo completamente distinto al suyo. Lo peor
de todo era que tenía la mente dividida en dos realidades
completamente distintas. Seguía teniendo presentes los
recuerdos de Corelia, tan nítidos como si los hubiera vivido
instantes atrás. Sin embargo, también estaban los de aquel
extraño mundo. Unos, parecían de ensueño, los otros,
demasiado crueles. Lo único que anhelaba con todo su ser era
tener únicamente los buenos momentos grabados en su mente
y en su corazón.
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Se metió en uno de los cuartos, donde había un grupo de niños


internados. Siguió con su rutina de siempre, sin imaginar
siquiera que minutos después su vida cambiaría de nuevo.

5
Mauricio y su familia llegaron al hospital. En cuanto vio que
todos los reporteros se acercaban a él, hizo una mueca de
disgusto, que logró disimular bastante bien. No le gustaba ser
el centro de atención, ya que, siempre aprovechaban cualquier
comentario, cualquier insignificancia para armar un escándalo
enorme. Con una sonrisa en el rostro, logró entrar al edificio,
seguido por sus padres.
Al ver que las cámaras habían dejado de enfocarse en él, huyó
y se dedicó a vagar por los pasillos del hospital. Ya tenía mucho
tiempo que no pasaba unos minutos con algún enfermo. Este
tipo de actividades, lo reconfortaba y lo ayudaba a permanecer
en paz. Mientras caminaba, se puso a jugar con el anillo que
se encontraba en su mano derecha. Ya tenía varios meses con
él, sin embargo, no recordaba de dónde lo había sacado. Era
un accesorio peculiar, en el cual, yacían las mismas letras que
en la nota del espejo: MJ.
María José revisó el suero de cada uno de los niños que se
encontraba en el cuarto y examinó a cada uno para ver que
todo estuviera en orden. Tras esto, recogió unos papeles que
tenía que llevarle a Letty. Salió de la habitación a toda prisa,
acomodando los papeles dentro de un fólder amarillo,
revisando, a su vez, que no hubiera olvidado alguno.
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Mauricio yacía en el mismo piso que María José, aún jugando


con el anillo. No prestaba atención a nada, que no fuera el anillo.
Al estar ambos distraídos, no se percataron que, caminando en
sentidos opuestos, estaban a unos instantes de chocar con el
otro. Y, así, en una fracción de segundo, ambos cuerpos
chocaron violentamente contra el otro. Pero, a pesar de que fue
un lapso breve, ese pequeño instante sería rememorado per
sempre. Los papeles cayeron al suelo, revolviéndose. Los dos,
sin siquiera mirarse, se agacharon a recogerlos.
- Disculpa. Venía distraído. - comentó Mauricio,
ayudándola a recogerlos.
María José se quedó perpleja al escuchar su voz. No hizo falta
mirarlo. Conocía esa voz mejor que cualquier otra. La conocía,
quizá, desde sus primeras palabras, sus cambios adolescentes
y ahora, siendo la voz de todo un hombre. Alzó levemente la
mirada, sólo para confirmar sus sospechas. En efecto, era su
amado Maurice. Yacía recién afeitado, con el cabello echado
hacia atrás y vestido de una camisa y un pantalón de una
marca bastante cara.
- ¿Maurice? - le preguntó de pronto.
Él, que no se había percatado que María José ya llevaba varios
minutos mirándolo, fascinada, alzó la vista. Y como un dejavú,
observó a la chica que tenía enfrente. Era nada más y nada
menos que la joven que se había aparecido en su sueño.
Terminó de recoger los papeles y se levantó de pronto. María
José imitó su acción. Quedaron frente a frente, sin decir
palabra alguna. Ninguno de los dos sabía como romper el
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silencio. Mauricio la observó lentamente. Se veía más bella que


en su sueño.
- ¡Oh, cielos, si eres la mujer que se ha venido apareciendo
en mis sueños! Creí que nunca te conocería en persona.
¡Mírate! Eres bellísima.
- Pero... Maurice. Ya me conocías desde hace varios años
atrás - dijo María José, confundida.
Maurice se estaba comportando un tanto extraño. ¿Qué estaba
pasando?
- ¿Ah, si? Perdona, pero mi memoria no es muy buena.
Aunque, estoy seguro que si te hubiera conocido antes, jamás
lo hubiera olvidado.
Un espasmo se clavó en el corazón de María José. Maurice
había perdido la memoria. Por eso, no la había buscado antes.
Lo habían hechizado para que la olvidara. Intentó ocultar su
descontento, volteando la mirada.
- Creo que me conoces mejor de lo que imaginas. - le dijo,
jugando con su anillo.
Desde el día en que los mandaron, no se lo quitó ni un
segundo.
Maurice miró el anillo. Era exactamente igual al suyo. Y el
nombre que aparecía en él era nada más y nada menos que el
suyo, Maurice. Miró el gafete de María José y al leer su nombre,
se quedó pensando. Vio su anillo. MJ. María José. Exacto. Era
ella. Mauricio tomó la mano derecha de María José con la mano
en la que tenía puesto el anillo y, al estar ambos anillos juntos,
como una especie de cápsula, sus recuerdos brotaron en su
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mente. Todos y cada uno de sus recuerdos de la aldea


reaparecieron en su memoria, haciéndolo sonreír. Ahora todo
tenía sentido. Por algo, él nunca se sintió conforme con la
historia de vida que llevaba en la ciudad. En Corelia, siempre
se había sentido libre, en cambio, en ese sitio, siempre estaba
esclavizado a alguna actividad o cosa. ¡Qué maravilloso
momento en el que uno se reencuentra consigo mismo!
En cuanto terminó de recordar su vida anterior, miró a María
José a los ojos. Ahí estaba ella, confundida, sin saber que era
lo que le estaba pasando a su amado. Aún tomaba su mano. Y
por un momento no quiso soltarla. Todo parecía tan confuso.
No se encontraba tan arreglada como solía estarlo en Corelia.
Con el traje de enfermera, parecía ser otra persona. Pero no
eso no significaba que dejara de ser una mujer hermosa. La
observó lentamente para contemplar su hermosura. Sin
embargo, notó que había algo extraño en ella. Se veía un poco
pasada de peso, cosa que era inusual en ella. Pero ¿de qué
importaba eso? Era ella. Maurice la abrazó con fuerza. Como
siempre, lo había salvado de seguir llevando una vida
miserable y vacía.
- Mi cielo... ¿en dónde te habías metido cuando más te
necesitaba?
- Siempre he estado aquí, cariño. No sabes cuánto tiempo
te he estado esperando.
- Tenemos mucho de qué hablar, mi vida. Te he echado de
menos como no tienes una idea.
- Yo también. Y bastante. Me habías asustado cuando
dijiste que no me recordabas...
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Maurice se separó un poco de ella e hizo una serie de caricias


en su rostro. Ya había olvidado cuán hermosa era. Lucía divina.
Como siempre. Sobre todo, porque el brillo en sus ojos era aún
más fuerte. Terminaron de recoger los papeles del suelo y
ambos se levantaron. Maurice no dudó en abrazarla de nuevo.
- Amor, necesito llevar estos papeles abajo. ¿Me
acompañas?
- Por supuesto. ¿Trabajas aquí?
- Si, soy enfermera. Vamos. Por aquí - le dijo, señalando el
elevador.
- Espera un segundo - le dijo, antes de que ella presionara
el botón.
- ¿Qué sucede?
Maurice le robó un beso, como los que comúnmente se daban,
sólo que este fue más duradero. María José abrazaba a
Maurice, sin importar que los papeles se arrugaran. Él, en
cambio, acariciaba su espalda, queriendo recordar cuantas
veces la había tenido así. Hubieran seguido así un buen rato,
de no haber sido porque María José recordó que tenía que
hacer la entrega de los documentos.
- Cariño... - dijo, separándose de él.
- ¿Si? - preguntó, sin soltarla.
- Tengo que llevar esto.
- Lo siento - dijo, soltándola.
María José presionó el botón. Maurice tomó la mano de María
José que estaba libre. Cuando estuvieron abajo, él recordó el
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evento y por un momento se sintió frustrado. No hubiera


deseado acompañarla, ya que, si su padre lo veía lo obligaría
a quedarse con él. Y, en efecto, eso pasó. Apenas y Eduardo
lo vio, caminando de la mano con María José, lo llamó a gritos.
- ¿Con qué tu padre es el famoso multimillonario que se
dedica a hacer este tipo de cosas? - le preguntó María José, al
ver la cara de frustración de Maurice.
- Así es.
- Quien lo diría. ¿Vamos? - le preguntó, haciendo un
ademán de querer ir en dirección a Donna y a Eduardo -
Quisiera saludar a mis suegros.
- Tal vez no sea una buena idea, cariño. - dijo Maurice,
deteniéndose.
- ¿Lo crees? - preguntó María José, imitando su
movimiento.
- Cariño, no sé qué efecto extraño nos causó el que nos
mandaran aquí, pero no fui el único que perdió la memoria,
como lo viste hace rato. Todos la perdimos.
- Yo no...
- Parece que fuiste la excepción, cielo. Sería poco prudente
que te acerques a ellos ahora. Déjame hablo con ellos primero
y ya después que pase lo que tenga que pasar. Bien, tengo que
ir con mi padre. ¿Dónde te busco?
- Estaré en pediatría.
- Ahí te veo en un rato, mi princesa - besó su mejilla y se
fue.
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6
Letty, que la estuvo observando desde lejos, esperaba a María
José en el escritorio, con los brazos cruzados. No supo en que
momento se perdió que, ahora, María José regresaba con un
nuevo galán.
- Pensé que no querías tener suerte - le espetó - mira el
bombón que te acabas de ligar. Y no es nada menos que el
soltero millonario más codiciado de toda América.
- No creía que tendría esa clase de suerte. Me temo que ya
no será de los más codiciados.
- ¿De qué hablas?
- En cuanto puedas, ve el anillo que él tiene en su dedo. -
Letty se alzó y logró ver que en el anillo de Maurice estaban
grabadas dos letras: MJ - ¿MJ? ¿Eso qué tiene que ver?
María José le enseñó su gafete y su anillo. En su anillo estaba
grabado el nombre de Maurice. Recordaba perfectamente que
Maurice siempre le decía que su nombre era demasiado largo
y que no había podido ponerlo completo en el anillo.
- ¿Maurice?
- Así se llama él.
- ¿Él es tu marido? - preguntó Letty.
- Hasta ahorita si, sí él no dice lo contrario.
Letty se dedicó a hacerle toda clase de preguntas. Pero María
José seguía con la mirada fija en su Maurice. Él la veía también.
Parecía ansioso. Quizá no era oportuno que ella siguiera ahí.
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Sabía perfectamente como se ponía si estaba demasiado


tiempo ansioso.
- Iré a dar mi ronda. Cualquier cosa, ya sabes donde voy a
estar.
Letty asintió y la siguió con la mirada. ¡Qué suerte tenía esa
muchacha!
7
El evento transcurrió entre aplausos y entrevistas para los
medios. Recorrieron el hospital y Maurice lo único que
esperaba era ver a María José una vez más. Eduardo
aprovechaba cada segundo para publicitar su empresa de
negocios. Diana y Maurice lo seguían a todas partes. Claro, no
podían hacer otra cosa. Eduardo no los dejaba tan siquiera
abrir la boca.
Maurice sólo se ocupaba en ver a los enfermos de aquel
hospital, tanto a los que se paseaban por donde ellos estaban,
como a los que se encontraban dentro de los cuartos,
esperando alguna cura milagrosa. De vez en cuando entraba a
los cuartos y daba unas palabras de aliento a los enfermos y
sus familiares.
- Y nada de esto podría haberlo logrado sin el apoyo de mi
hermosa familia. - escuchó de pronto decir a su padre, quien
los buscaba con la mirada.
Diana jaló del brazo a Maurice y lo llevó con ella hasta su padre.
Juntos los tres posaron para la foto de los medios. Tras
terminar la foto, siguieron caminando por el hospital.
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- ¿Dónde estabas hace rato? Tu padre estaba furioso - le


preguntó Diana a Maurice sin que Eduardo los escucharan.
- Es ella, mamá... Es mi María José. Al fin la encontré.
- ¿De qué hablas?
- La mujer de mis sueños. Es ella, mamá. Y es la dueña de
mi anillo también.
- ¿La enfermera con la que estabas hace rato?
- Si, mamá. Es ella...
- ¿Ah sí? ¿Desde cuándo la conoces? Según yo, no tenías
un gusto particular por las enfermeras.
- La conozco desde siempre.
- Y ¿por qué no me habías dicho nada de ella?
- Porque tú también la conoces.
- Tendría que verla de cerca para comprobar que es cierto
lo que dices
- Seguro la reconocerás. La estimabas bastante.
Diana sonrió. No sabía si su hijo decía la verdad o se había
vuelto loco de remate. Pero por un momento, se alegraba de
que, por primera vez en esos meses, su hijo parecía realmente
entusiasmado por algo. Al fin, alguien había escuchado sus
súplicas.
8
En cuanto terminó el evento, Maurice empezó a buscar a María
José por todas partes. Necesitaba abrazarla una vez más y si
era posible, volverla a besar. Se dirigió al lugar donde la había
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visto horas atrás. Subió corriendo las escaleras. Buscó en


todos los cuartos para ver cuál era el indicado. Lo encontró,
gracias a unas risas de niños que empezaron a sonar. La
puerta estaba de par en par. María José les leía un cuento a
los niños.
- Enfermera, hay un señor en la puerta. - dijo uno de los
niños al ver a Maurice, en el marco de la puerta.
María José apartó la vista del libro para ver de quien se trataba.
Cuando vio a Maurice, sonrió. Él le hizo una seña para que
saliera a su encuentro. Ella cerró el libro. 'Vuelvo en un
momento' les dijo a los niños. Colocó el libro en una mesa.
Salió de la habitación hasta estar frente a Maurice.
- ¿Tardarás mucho tiempo en salir del trabajo? - le
preguntó Maurice.
- No lo sé. Quizá por tu evento nos dejen salir un poco
antes.
- ¿Qué te parece si te rapto unas horas, saliendo de aquí?
- le preguntó, acariciando su rostro.
- ¿Para qué?
- No lo sé. Quizá para ir por ahí, platicar, mirar el cielo... te
he extrañado demasiado.
- Y yo a ti, cariño. Si quieres me comunico contigo en
cuanto ya esté en mi departamento.
- No podré esperar tanto tiempo, mi vida. Quisiera
recuperar los días que hemos estado separados.
- Vamos, son sólo unas horas...
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- Unas horas que serán eternas. Por cierto, amor, ¿te


encuentras bien? - le preguntó inspeccionándola de pies a
cabeza
- Bastante bien. ¿Por qué preguntas?
- Te ves un poco... hinchada. Y esa mirada no es normal -
dijo, mirando especialmente su vientre. María José sonrió.
- Te lo digo después. Es una sorpresa. Bien, tengo que
seguir trabajando. Te veo al rato.
Maurice hizo una mueca de disgusto. En ese momento, el
doctor Jiménez se acercó a ellos y aclaró su garganta. Era un
doctor alto, de cabello castaño, barba perfectamente delimitada,
ojos color miel y piel clara. María José lo miró. Parecía un tanto
confundido. Incluso celoso.
- Éste evento se postergará más de lo planeado. No tiene
caso que sigas aquí. Podría hacerte daño. Puedes irte a casa.
- ¿De verdad? ¿No quiere que me quede, doctor?
- Ya te he dicho mil veces que me hables de tú. Y sí, ya te
puedes ir. Ve por tus cosas. Aunque me gustaría que me
aceptaras el café que tanto tiempo te he invitado.
- ¿Daño? ¿A qué clase de daño se refiere? - le preguntó
Maurice a María José.
- ¿Y usted quién es? - preguntó el doctor Jiménez - No es
hora de visitas.
- Lo siento doctor, ya había quedado de salir con él. Por
cierto, él es Maurice, es...
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- Soy su esposo - se apresuró a decir Maurice, estirando


su mano.
El doctor la miró con recelo, aunque después le correspondió
el saludo. Pensó que nunca aparecería.
- Vaya. No creí conocer nunca al dueño del corazón de esta
extraordinaria mujer. Que se diviertan. - dicho esto, se fue.
- Bien, ¿nos vamos? - preguntó Maurice.
María José recogió su bolsa del cuarto donde se encontraban
los niños. Se despidió de cada uno de ellos, prometiéndoles
que les leería lo que seguía del cuento al día siguiente. Volvió
con Maurice, que estaba fascinado mirándola. Entraron al
elevador. María José presionó el botón correspondiente.
- Por fin solos. Otra vez. - dijo Maurice sujetando la barbilla
de María José.
Sin embargo, las puertas del elevador se abrieron
repentinamente. María José salió deprisa. Maurice la siguió.
María José se dirigió con Letty, que seguía sentada frente al
escritorio. Se despidió de ella. En ese momento, sintió como
Maurice la abrazó por detrás. Ella sonrió al sentir los brazos de
Maurice alrededor de su cintura. Maurice hizo que se girara
lentamente hacia él. Diana estaba a su lado, a la expectativa
de quién era esa misteriosa mujer que traía loco a su hijo desde
hace algunos meses.
- ¿Te acuerdas de ella, mamá? - le preguntó a Diana,
haciendo que María José quedara frente a ella.
Donna se quedó mirándola fijamente un par de minutos. Unos
leves recuerdos venían a su mente, pero eran demasiado
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vagos y no tenían coherencia entre sí. Miró a Maurice, quien


esperaba una respuesta. Al ver que no lograba recordarla del
todo, Maurice tomó la mano de María José e hizo que tocara a
Donna.
- Es un placer volver a verte - le dijo María José.
Al hacer contacto la mano de María José con la de Donna, se
produjo el mismo efecto que pasó con Maurice horas atrás.
Donna comenzó a recordar todo lo que había vivido en su etapa
anterior. Cuando terminó la cápsula de recuerdos, abrazó a su
nuera con mucha fuerza.
- Mi María José preciosa. Al fin te encontramos.
- Ahora tiene sentido el sueño que he estado teniendo los
últimos meses, mamá. Alguien quería que la encontrara. Y al
fin lo logré.
- ¡Qué alegría! Deberíamos festejarlo. Hagamos una fiesta.
- ¿Ah sí? ¿Y con qué motivo?
- Con el motivo de que ya no eres el soltero más codiciado
de América. Lo organizaré perfectamente. Qué felicidad que
hayas aparecido, querida. Ya estaba cansada de tanta vieja
resbalosa que intentaba meterse con mi niño
María José frunció el ceño, aparentemente celosa. Maurice se
limitó a sonreír. El comentario de su madre había sido poco
prudente. Como siempre.
- Bien, haz lo que quieras. Pero, por ahora, es toda mía.
WĄŐŝŶĂ ϯϬ ĚĞ ϯϵϵ

María José lo miró, sin decir una sola palabra. ¿Qué era todo
ese teatro que estaban armando? Actuaban distinto a lo normal.
Como si la vida de esa ciudad los hubiese cambiado.
- Bien, nos vamos. Si mi padre pregunta, dale cualquier
excusa. Esta tarde, estoy sólo para mí bonita y no quiero que
nadie nos moleste. - dijo Maurice rodeando con su brazo la
cintura de María José, a lo que ella se limitó a sonreír,
imaginándose las intenciones que tenía Maurice.
- No lleguen tarde, hijo.
9
María José caminó junto a Maurice. Observó sus gestos.
Estaba armando su plan. Olvidaba que había veces en que
podía llegar a ser un poco calculador. ¿Qué pensaría de la
noticia que tenía que darle? Por lo que veía, Maurice estaba en
un aparente estado de shock. Y, ante una noticia como esa,
quedaría aún más estupefacto. Aunque se había comportado
un tanto efusivo en su reencuentro, lo notaba un poco distante.
Quería imaginar que era por la impresión de haberla
encontrado así. Realmente, deseaba que fuera eso.
Maurice miraba a María José cuando ella no se daba cuenta.
Su mundo cambió completamente con aquella extraña
aparición. Y, aunque estaba feliz de haberla encontrado, había
algo en su interior que le hacía sentir incómodo. Había
cambiado bastante en esos meses. Tenía un nuevo estilo de
vida que no se podía comparar siquiera con el que llevaba en
Corelia. Todo era distinto. No sabía como cambiaría esto su
nueva vida.
WĄŐŝŶĂ ϯϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Bien, mi princesa, ¿qué quieres hacer? ¿Vamos por un


café, un helado...? - le preguntó Maurice, deteniéndose, al
percatarse que ya habían dejado el hospital unas cuadras atrás.
- Lo que tu elijas, mi vida. Pero antes, quisiera pasar a mi
departamento para cambiarme el uniforme.
- Haré lo que mi princesa me pida.
María José sonrió. Maurice pidió un taxi. En cuanto ambos
se subieron, María José le dio la dirección al taxista. Al estar
en marcha, se pusieron al corriente de lo que les había
sucedido en esos meses. María José no le dijo nada del
embarazo aún. Tenía que esperar a que llegaran al
apartamento para que lo supiera.
El taxi se detuvo frente al viejo y descolorido edificio donde
estaba el departamento de María José. Maurice se apresuró a
pagarle al chófer. Al bajarse, miró a su alrededor, horrorizado.
La zona no era exactamente pintoresca. O al menos no era la
clase de zonas que había acostumbrado a frecuentar en
aquella ciudad.
María José vio el gesto de Maurice. Debió imaginar que estar
allí no sería de su agrado. Para evitar que se echara a correr
en cualquier dirección, lo tomó de la mano y lo condujo al
interior del edificio.
Entraron al departamento de María José. Maurice inspeccionó
el interior. Todo estaba en perfecto orden. Aunque el espacio
era reducido, no había una sola pieza fuera de su lugar.
- Aguarda un segundo mientras me cambio. Por cierto, -
dijo María José tomando una bolsa de regalo que estaba dentro
WĄŐŝŶĂ ϯϮ ĚĞ ϯϵϵ

de un pequeño mueble. - esto es para ti. Si quieres, puedes


abrirlo mientras estoy lista.
María José había preparado todo para que la sorpresa de su
embarazo fuera especial para Maurice. Desde que se enteró
de la noticia, había planeado todo minuciosamente. En cuanto
tuvo todo listo, lo único que le quedó por hacer fue esperar el
reencuentro.
María José entró a su recámara y cerró la puerta.
Ansiosamente, se movió de un lado a otro. Sacó unas cuántas
prendas y se las probó. Ninguna se le parecía lo
suficientemente buena para la ocasión. Optó por ponerse una
falda entallada, con la que apenas se le alcanzaba a notar el
embarazo, y una blusa, que era parte de la sorpresa de Maurice.
en la que estaba escrito el mensaje: "voy a ser mamá". Se
quedó mirando su figura en un espejo de cuerpo completo,
mientras aguardaba a que Maurice terminara de ver la sorpresa.
Maurice se sentó en un sillón, con la bolsa entre las manos.
¿Qué estaría planeando María José? Ella no era como él. No
acostumbraba a darle sorpresas, pues nunca le ocultaba las
cosas que sucedían o los regalos que le hacía siempre se los
daba sin envolver. Si le daba una sorpresa, significaba que era
algo grande. Abrió lentamente la bolsa. En ella, había una hoja
de papel, en la que había un mensaje escrito a mano. Era fácil
reconocer que era María José quien lo había escrito. Su
caligrafía era bastante peculiar.

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Maurice, extrañado, dejó el papel a un lado y sacó los demás


artículos de la bolsa. Era una playera que contenía el mensaje
"Voy a ser papá", además de una prueba de embarazo, que
indicaba positivo. Maurice, atónito, dejó caer los dos artículos
al suelo. Se levantó de golpe y entró al cuarto de María José.
Al leer la inscripción de su playera, un par de lágrimas rodaron
por sus mejillas. Se acercó a ella y la abrazó con fuerza.
- Mi cielo, dime que no estás mintiendo. ¿Es verdad que
vamos a ser papás?
- Si, cariño. Cargo en mi interior una nueva vida que ambos
formamos.
Maurice se separó de ella para ver la expresión de su mirada.
El mismo brillo que había visto horas atrás era aún más fuerte,
pero ahora se encontraba cubierto por un par de lágrimas que
intentaban salir. En su rostro, estaba postrada esa curva que
más amaba de ella: su sonrisa. Todo sería nuevo para ellos a
partir de ese momento.
- ¡Qué maravillosa noticia! - exclamó cargándola. María
José se sujetó firmemente a su cuello.
- Con cuidado, cielo. Ahora no sólo cargas a una sola
persona, sino que estás cargando dos.
- Lo lamento - dijo colocándola nuevamente en el piso -
pero estoy muy emocionado. ¿Cómo supiste? - dijo,
sentándose al borde de la cama.
- Comencé a tener los síntomas. - dijo María José,
sentándose a su lado. - Tú me conoces y sabes que rara vez
me enfermo. Sin embargo, ahora me sentía diferente. Entonces
WĄŐŝŶĂ ϯϰ ĚĞ ϯϵϵ

fue que comencé a sospechar. Fui a que me revisaran y me


confirmaron la noticia.
Maurice no dejaba de mirarla. Ahora, ya no sólo era el amor de
su vida, sino que muy pronto se convertiría en la madre de su
hijo, el cual, ahora sería la prioridad de ambos. La besó
tiernamente en los labios y después, su vientre. María José
sonrió. Al parecer la noticia le había caído bastante bien.
- Esto tenemos que festejarlo. Ven, te invito a comer.
- Está bien, amor. Me cambio y nos vamos. - dijo María
José, tomando su playera de la parte de abajo para quitársela
y ponerse otra.
- Aguarda un momento. Aún no te la quites. - la detuvo
Maurice.
Maurice salió de la habitación, tomó su playera, se la puso y
entró de nuevo con María José, quien lo aguardaba ansiosa.
- Te sienta bastante bien esa playera. - le dijo María José.
- A ti también, amor. Aunque te confieso que en realidad
estoy ansioso por ver tu vientre crecer. - María José sonrió.
Maurice sacó su celular, abrazó a María José acomodándose
con tal de que se viera la playera de ambos. Tomó una foto. Se
dedicó a observarla unos segundos. Sonrió.
- Ahora si, cariño. Muchas gracias.
Maurice salió del cuarto para que María José pudiera
cambiarse. Mientras tanto, subió su foto a las redes sociales.
No tardó en recibir un centenar de felicitaciones. En efecto, era
una noticia digna de elogio.
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10
María José se cambió la blusa y se maquilló un poco. Se
observó nuevamente en el espejo de cuerpo completo para ver
como lucía. Al ver que todo estaba en orden, salió de la
habitación. Maurice se levantó rápidamente y la observó
detenidamente. Se acercó a ella y la besó.
Ambos salieron del edificio. Maurice detuvo a un taxi para que
los llevara a su destino. En cuanto estuvieron dentro del auto,
Maurice le dio indicaciones al conductor y éste se puso en
marcha. De pronto, el celular de Maurice comenzó a timbrar
con intensidad. Al ver la pantalla, hizo una mueca. Era su
madre.
- ¿No vas a contestar?
- Es mi madre. Seguramente querrá que celebremos con
ella la noticia.
- ¿Y qué tiene de malo?
- Que quiero estar contigo a solas
- Vamos, amor. Tendremos mucho tiempo para estar solos.
Contesta. Anda. - lo motivó María José.
Maurice descolgó el auricular y puso la llamada en altavoz.
- ¿Por qué no nos dijeron nada hace rato? ¿Hasta cuándo
planeabas decírmelo?
- Mamá....yo...me acabo de enterar.
- ¡Pero si es la mejor noticia del mundo! ¡Seré abuela! Hay
que festejarlo cuanto antes. Tu hermana y yo estamos
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preparando la casa y estamos invitando a todas nuestras


amistades. Será fabuloso. No tarden en llegar.
Maurice colgó y miró a María José, fastidiado. Frotó varias
veces su rostro. Ese dichoso evento no terminaría bien.
Cualquier cosa que su madre organizaba últimamente
terminaban en discusión, pelea o algún tipo de desastre. Y esta
noticia no merecía que se festejara con algún percance
parecido.
- ¿Qué pasa?
- Nada, es sólo que... - Maurice calló tratando de idear un
plan para no regresar a su casa.
- ¿Qué...? - Maurice suspiró
- Mi madre está organizando una fiesta. Ya se enteró lo del
niño. Pero, vaya, no quisiera ir. Es todo. - dijo, rindiéndose.
- Vamos, cielo. No puede ser tan malo. Pues ¿qué
esperamos? Hay que cambiar de dirección. Quizá necesiten un
poco de ayuda antes de que todo empiece.
Maurice hizo una mueca y le dio la nueva dirección al taxista.
Al llegar a la casa, María José quedó impactada ante el tamaño
de la mansión en la que vivía Maurice y su familia. Se bajó del
taxi y se dedicó a admirar el tamaño de la casa, mientras
Maurice le pagaba al taxista. Cuando él bajó del auto, se acercó
a María José.
- ¿Estás segura qué quieres quedarte? Podemos ir a otro
lado...
- Vamos, no será tan malo.
WĄŐŝŶĂ ϯϳ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice frunció el ceño. Abrió la reja, le cedió el paso a María


José. Sin embargo, los dos se quedaron en el jardín al
escuchar los gritos que provenían del interior de la casa.
- Espérame aquí. No tardo.
Maurice entró a la casa. Había objetos de decoración rotos en
el suelo, así como floreros, portarretratos y vasos. Eduardo
lanzaba al suelo cualquier cosa que tuviera a su alcance.
Donna y Violeta permanecían sentadas en un rincón,
acurrucadas la una con la otra, protegiéndose así de que no les
fuera a caer algún objeto en el rostro. Maurice detuvo a su
padre.
- ¿Qué está pasando aquí? - preguntó Maurice, deteniendo
la mano de Eduardo, que sostenía un florero.
- Esa cosa por la que hacen tanto alboroto. Ese es el
problema. ¡Acabas de arruinar mis planes! - dijo Eduardo,
tirando fuertemente el florero al piso.
- ¿Cuáles planes?
- Tu futuro estaba asegurado con la hija del empresario
más exitoso del país. Y acabas de estropear todo. ¡Todo!
Y azotando la puerta, se marchó. Apenas y vio a María José,
ya que enfurecido subió a su auto y se fue.
11
María José sintió un gran peso en su pecho cuando escuchó a
Eduardo exclamar eso. Por un momento, recordó la todas las
veces en que le había oído decirle que no quería a ninguna otra
mujer que no fuera ella para Maurice. Y ahora, había dicho que
WĄŐŝŶĂ ϯϴ ĚĞ ϯϵϵ

quería que alguien más se casara con Maurice. Sin duda, había
cambiado bastante desde que los mandaron a la ciudad.
Al ver que Maurice no salía, se apresuró a entrar a la mansión.
Allí, vio todo el desastre que había en el suelo y a Maurice
tratando de recoger lo más que se pudiera, sin mucho éxito.
Donna y Violeta seguían sollozando por lo ocurrido, pero ahora
se encontraban de pie junto a Maurice.
María José se apresuró a ir con Maurice para ayudarle a
recoger.
- No, no lo hagas. - la detuvo Maurice, mientras ella trataba
de recoger un pedazo de vidrio. - Podría hacerte daño.
- Déjame ayudarte. Estaré bien.
Maurice apenas y pudo esbozar una sonrisa leve. María José
le correspondió el gesto con una caricia en el rostro. Siguieron
recogiendo todo. Donna y Violeta se sentaron en la sala, para
que pudieran tranquilizarse un poco.
En cuanto terminaron de recoger todo, Maurice y María José
fueron por unas bolsas de basura a otro cuarto. Al ver María
José que en esa recámara no podían escucharlos, detuvo a
Maurice.
- ¿Qué sucedió?
- Nada de importancia. - dijo Maurice, evadiendo la
pregunta. Trató de salir de la habitación, pero María José se
interpuso en su camino, con los brazos cruzados, esperando
una respuesta. - Está bien. Mi padre enfureció.
WĄŐŝŶĂ ϯϵ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Por lo del embarazo? - Maurice asintió con la cabeza -


oh, por Dios. Lo lamento tanto. No fue mi intención causar un
problema con tu familia.
- No tienes nada de que lamentarte. No tienes la culpa y
tampoco nuestro hijo. - dijo Maurice sujetando las manos de su
amada. - ¿Si sabes que con esta noticia me has hecho el
hombre más feliz del universo? - María José asintió, con una
sonrisa en el rostro - No sólo a mí me has hecho feliz, sino que
a mi madre y a mi hermana también. Esta noticia nos ha hecho
dichosos a todos. Ya verás que se le va a pasar.
- Pero dijo que tenía a alguien más para ti y...
Maurice la calló con un beso.
- No necesito a nadie más. Tú eres la única mujer que
necesito para mí.
María José sonrió. Regresaron a la estancia. Ahí se dedicaron
a depositar todos los vidrios en las bolsas de plástico. Maurice
le indicó que lo esperara mientras iba a dejar la bolsa en el
contenedor. María José caminó hacia la sala, donde estaban
Donna y Violeta, ya más tranquilas.
- No sé porque actúa así. Antes era distinto. - decía Donna,
con la mirada perdida.
- Siempre ha sido así, mamá. - le dijo Violeta. En su voz se
podía distinguir el rencor que le tenía a su padre.
- En la aldea era un buen hombre, pero cuando llegamos
aquí cambió por completo - dijo Donna, como si no hubiera
escuchado a su hija
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- ¿Con que tú eres la novia de mi hermano? - dijo Violeta,


notando que María José estaba con ellas. María José asintió.
Violeta se levantó y extendió su mano. - Me alegra que al
menos alguien de esta casa pueda ser feliz, aunque sea por
unos instantes.
Cuando la mano de María José y la de Violeta tuvieron contacto,
las memorias regresaron a la mente de Violeta, como un
frenesí. Un escalofrío recorrió su cuerpo desde la cabeza hasta
los pies. Fascinada, abrazó a su cuñada con júbilo.
- ¡Por fin! Ya era hora de que alguien viniera a sacarnos de
éste infierno. Y sé que eres tú quien nos ayudará.
- Pero ¿cómo le haremos? Será inútil - dijo Donna,
secándose las últimas lágrimas que vertían de su rostro.
María José soltó a Violeta y se acercó a Donna. Sujetó con
fuerza sus manos, intentando pensar en alguna palabra que
pudiera servirle de consuelo. Últimamente, ella también había
pensado en que tan difícil resultaría regresar a la aldea. Y, por
más que pensara en posibles soluciones para regresar,
ninguna era tan convincente.
- Bueno, basta de dramas, que hoy es un día para festejar,
ya que no cualquier día te enteras que llegará un nuevo
angelito a la familia. ¿Verdad, amor? - comentó Maurice, que
no había demorado en dejar las bolsas y había escuchado todo,
viendo que el rostro de María José se tornaba un tanto
melancólico.
- Es cierto. Muchas gracias por la noticia. Nos has llenado
de alegría a todos. - dijo Donna, sonriéndoles a ambos.
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Maurice sugirió un par de lugares en los que podían ir a festejar.


Tras mucho pensarlo, escogieron un restaurante que estaba
cerca de la zona. Pasaron varias horas riendo y compartiendo
anécdotas de su vida en la aldea.
En cuánto vieron que ya había oscurecido, decidieron regresar
a casa.
- ¿Por qué no te quedas con nosotros? - le insistió Maurice
a María José, quien se rehusaba a quedarse con ellos.
- No quisiera causarles más molestias. Vamos, estaré bien.
Maurice siguió insistiendo sin lograr convencerla. Por ello, lo
único que pudo hacer fue llevarla hasta su departamento.
Durante todo el trayecto, Maurice se mantuvo tenso, rígido.
Cuando llegaron, intentó retenerla unos minutos más con él.
- ¿No quieres quedarte conmigo? - le preguntó María José.
- ¿Puedo? - María José sonrió
- Vamos. Veremos como nos acomodamos.
Maurice estacionó el auto en el primer lugar que encontró
disponible. Subieron al departamento. En cuánto entraron,
María José acomodó las cosas de la cama y se dedicó a
observarla detenidamente. Maurice entró a la recámara y la
abrazó por detrás.
- Hemos dormido en lugares más abruptos. El chiste es
estar juntos, como la primera vez.
María José sonrió. Maurice realizó una llamada telefónica a su
madre, avisándole que pasaría la noche fuera de casa. Se quitó
la camisa, el pantalón y los zapatos. María José se puso la
WĄŐŝŶĂ ϰϮ ĚĞ ϯϵϵ

pijama. Se acurrucaron en la cama. Maurice se dedicó a


hacerle caricias en su rostro. Se miraron fijamente a los ojos.
- Si tan sólo supieras...- le susurró María José
- Lo sé... te entiendo. Yo también te extrañé. Extrañé
tenerte así...
- ...tan cerca de mí...
- ...tan cerca del cielo...
- ...tan cerca del Paraíso...
Maurice besó la frente de su amada. Minutos después se
quedó profundamente dormido.

12
Al día siguiente, María José se despertó al amanecer. Sintió a
Maurice a su lado, abrazándola con fuerza, como si fuera su
oso de peluche. No quiso moverse por temor a despertarlo. Su
sueño era bastante profundo. Parecía como si no hubiese
dormido bien en varios días. Por un momento, se dedicó a
observarlo. Algunas canas comenzaban a aparecer en su
cabellera y algunas arrugas marcaban su rostro. La promesa
que estarían juntos toda la vida ya empezaba a ser certera. El
paso de los años iba dejando sus primeras huellas en ellos.
Maurice se movió un poco y la soltó. Dio unas cuantas vueltas,
hasta que pudo acomodarse bien. María José aprovechó para
levantarse de la cama y meterse a bañar. Sin hacer mucho
ruido, se colocó su traje de enfermera. Sin embargo, Maurice,
al no sentirla junto a él, despertó repentinamente.
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- Lo lamento mucho. No hubiera querido despertarte.


- Oh, por Dios, creí que todo había sido un sueño. Quizá el
más hermoso de mi vida. Buenos días. ¿Qué hora es? -
Maurice miró la hora en su celular. Las 5:45 de la mañana. - es
muy temprano todavía. ¿Por qué no te acuestas otro rato
conmigo?
- Tengo que trabajar, cielo.
- ¿No podrías faltar un día? Quiero que estemos juntos
más tiempo.
- Me encantaría, pero tengo que ir. Además, hoy tengo cita
para ver cómo va progresando nuestro pequeño.
- ¿De verdad? ¿Por qué no me habías dicho?
- Todo ha sido tan rápido...- Maurice se levantó de la cama
y comenzó a quitarse la ropa - ¿qué haces?
- Iré contigo. De ahora en adelante, estaré siempre contigo
y con nuestro hijo - dijo, acercándose un poco a ella. Se hincó
e hizo una serie de caricias en el vientre de María José. - Me
ducharé. No tardo.
Se metió al baño. María José, en cambio, se sentó en el borde
de la cama, mirando fijamente la puerta del baño. Maurice
finalmente comenzaba a comportarse como el hombre que era
antes. Al final, sólo había sido cuestión de pocas horas. Sonrió.
Sin embargo, la sonrisa no le duró mucho tiempo. Poco a poco,
comenzó a recordar la aldea. Sus colores radiantes en
primavera, el olor a hierva mojada durante las fuertes lluvias
del verano, la brisa otoñal y la calidez de su hogar durante el
invierno. Suspiró. A pesar de todo, no podía dejar de añorar
WĄŐŝŶĂ ϰϰ ĚĞ ϯϵϵ

su vida en la aldea. Un par de lágrimas rodaron por sus mejillas.


Al oír que Maurice cerró la llave del agua, María José se levantó
de la cama y fue a la cocina a preparar el desayuno.
Maurice se vistió, aún adormilado. Por un momento, pensó en
volver a dormirse. No estaba acostumbrado a despertarse tan
temprano y menos después de haber pasado una noche tan
mala. Recordó el sueño que tuvo y un escalofrío recorrió su
cuerpo. A pesar de que últimamente había tenido pesadillas
casi todos los días, éste sueño parecía bastante tétrico. En él,
María José se encontraba cubierta de sangre, mientras pedía
ayuda a gritos. Maurice intentaba correr hacia ella para salvarla,
pero, a cada paso que daba, se alejaba aún más. En cuanto
pudo, tomó su mano, pero esto no ayudó en nada. Al contrario.
María José comenzó a desaparecer lentamente, con una
expresión de angustia en su rostro. "Te amo", susurraba
lentamente.
Otro escalofrío recorrió el cuerpo de Maurice. De tan sólo
recordarlo, volvía a inquietarse. No quería que aquel sueño se
volviera realidad como el que tuvo durante la misión de las
sirenas.
María José terminó de preparar el desayuno. Se dirigió de
nuevo a la recámara. Se quedó en la entrada al ver a Maurice,
sentado en el borde de la cama, con la mirada perdida. Se
acercó a él, se puso en cuclillas y tomó su mano. Maurice
reaccionó al sentir la mano de María José sobre la suya. Al
tenerla tan cerca, no dudó en acariciar su rostro, que se
encontraba lleno de preocupación.
- ¿Estás bien? - preguntó María José. Maurice sonrió.
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- Si, mi amor. Sólo estaba...- vaciló al recordar su sueño.


No podía dejar que María José se enterara de su sueño. Si lo
hacía, se angustiaría y eso podría perjudicar al bebé.
-...pensando. - respondió por fin.
- Parecías preocupado...
- No es nada. Te lo prometo. Y bien, ¿desayunamos ya?
María José sonrió. Se levantó y lo guio al comedor. Juntos
desayunaron, mientras se contaban anécdotas de los meses
en los que estuvieron separados. María José se la pasó casi
todo el tiempo escuchando las palabras de Maurice. Las
náuseas la estaban atacando una vez más. Maurice se percató
de ello. Constantemente, sujetaba su mano y ella le sonreía en
agradecimiento. Cuando terminaron, María José se levantó y
llevó los platos y cubiertos sucios al fregadero.
- Vámonos, antes de que se haga más tarde. - dijo María
José.
Maurice la siguió cuesta abajo. Un hombre los miró desde el
pie de la escalera. En especial, se le quedó mirando fijamente
a María José, con una mirada de perversión. Era el portero del
edificio y desde que María José llegó a vivir ahí, siempre la
acosaba de alguna u otra forma. María José se apresuró a
avanzar para que el encuentro con éste hombre no fuese a
causar algún imprevisto entre él y Maurice.
- ¿Qué tienes con mi esposa? - reclamó Maurice al hombre,
al percatarse que la estaba mirando de manera un tanto
perturbadora.
El hombre, al percatarse, esquivó la mirada de Maurice.
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- Hey, mi amor, calma. Vámonos. Se hace tarde - le dijo


María José, caminando hacia la puerta, jalándole el brazo a
Maurice, para que no armara un alboroto.
Maurice caminó tras ella, no sin antes advertirle al hombre, con
una seña, que lo estaría observando.

13
María José guio a Maurice al hospital. En el camino, Maurice
no dejaba de verla. El brillo en sus ojos se hacía presente en
cada momento. Cuando sus miradas se cruzaban, su sonrisa
se hacía más amplia. Maurice imitaba su gesto, porque el verla
así, le contagiaba la alegría. Examinaba su vientre a cada
instante. No se veía abultado, porque aquel niño apenas había
comenzado a gestarse. Pero, a pesar de ello, su hijo les
generaba una emoción inmensa. Tanto, que el tiempo de
gestación que faltaba parecía eterno.
Al llegar al hospital, María José vio al doctor Jiménez en la
entrada, fumando un cigarro. Él no acostumbraba a fumar. Sólo
lo hacía cuando estaba enojado, preocupado o ansioso. Y ese
día sí que estaba ansioso. A pesar de que, desde un principio
supo que no debía enamorarse de María José, al final no pudo
evitarlo. Y, cuando supo que ella estaba esperando un hijo, su
corazón saltó de gozo. Sentía como si ese bebé fuera de él. Y
ver su crecimiento y desarrollo le producía una mezcla extraña
de sentimientos. Pero, como siempre le sucedía, algo
arruinaba su felicidad. Y ese algo, tenía nombre y apellidos. El
día anterior que los vio juntos, no pudo evitar ponerse celoso.
Ya sentía la batalla ganada. Pero ahora, Maurice le llevaba la
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delantera por mucho. Cuando los vio llegar, su corazón se llenó


de pena. No debía seguir viéndolos. Apagó el cigarro, aunque
aún estaba a la mitad y entró al hospital. Le señaló a Letty que,
en cuanto llegara María José, la hiciera pasar directamente.
Maurice y María José entraron al hospital. Caminaban tomados
de la mano. Maurice le contaba cosas graciosas a María José,
por lo que ella reía a carcajadas. Letty, al verlos, sonrió. Al fin,
después de ver a María José tan triste y melancólica durante
esos meses, podía verla sonreír, con un brillo de felicidad en
su mirada. María José soltó a Maurice y se acercó a Letty.
- Amiga, que gusto verte. ¿Qué novedades hay?
- Todo sigue igual que ayer. Por cierto, el doctor dice que
pases de una vez a tu consulta.
- ¿Ah si? Bueno, entonces vamos a entrar. - le hizo una
seña a Maurice, que se había quedado atrás aguardando la
señal. Maurice se acercó a ella y besó su mejilla. - Nos vemos
en un rato.
María José volvió a tomar la mano de Maurice y lo guió al
consultorio del doctor. Maurice caminaba junto a ella. Nada
más que ahora, miraba a su alrededor. Las personas del
hospital se volteaban para ver a María José. Su presencia se
imponía en el lugar. Ella saludaba a todos de manera cordial.
Los demás le correspondían el gesto.
En cuanto entraron al consultorio del doctor, María José lo
saludó amablemente, a lo que él únicamente se limitó a
ofrecerle su mano.
- Recuéstate, por favor - le dijo el doctor a María José,
señalando la cama del consultorio.
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María José obedeció, dejándole a Maurice sus cosas. Él se


quedó de pie junto a ella, admirándola. El doctor percibió esto
y se puso aún más celoso. María José y Maurice tenían una
conexión especial, misma que se reflejaba en sus miradas. Con
esto, comprendió que quizá no podría hacer nada para
conquistarla.
María José alzó su blusa para que el doctor pudiera poner el
aparato en su vientre. Poco después, en la máquina se
comenzó a ver una pequeña forma. Maurice, emocionado,
sujetó la mano de María José con fuerza.
- ¿Ese es nuestro hijo?
- Si, amor. - dijo María José, con una sonrisa en el rostro.
- Es hermoso...
Maurice sintió como el palpitar de su corazón se hacía cada
vez más rápido conforme más veía la figura del bebé. Esa
pequeña figura aún sin la forma fija de un bebé se movía muy
poco. De pronto, Maurice escuchó atentamente. Un pequeño
boom, boom se hacía presente en el consultorio.
- ¿Ese es...? - preguntó Maurice, sin poder completar la
frase
- Su corazón - respondió el doctor de golpe.
Maurice miró a María José, quien lo miraba con dulzura. Se
acercó a ella y tomó su mano, gesto que fue correspondido con
una caricia. Ambos se dedicaron a observar la imagen que se
reflejaba en los rayos X, mientras el doctor le daba unas
recomendaciones a María José. Sin embargo, ni ella ni Maurice
le prestaban atención. Al ver esto, el doctor permaneció en
WĄŐŝŶĂ ϰϵ ĚĞ ϯϵϵ

silencio y repentinamente, apagó el aparato. Maurice y María


José se miraron, perturbados, por la reacción del doctor.
Maurice ayudó a María José a ponerse en pie.
El doctor Jiménez se sentó en el escritorio y escribió unas
cosas en una receta.
- Esto es lo que tienes que comer y tomar durante este mes
y medio. Recuerda que no puedes hacer mucho esfuerzo ni
tener emociones fuertes para que tu bebé no sufra las
consecuencias de ello.
- Le agradezco de corazón esto que está haciendo por
nosotros, doctor. ¿Es todo por hoy? - el doctor asintió.
María José se despidió del doctor, diciéndole que lo vería en
un rato más, mientras que Maurice se limitó a despedirse con
un movimiento de cabeza, gesto que el doctor ignoró. Salieron
del consultorio tomados de la mano.
- Bien, amor. Tengo que trabajar.
- Iré a hacer algunas cosas, mientras estás aquí. Te veo en
un rato, preciosa. - Maurice se acercó a María José y le susurró
al oído - Te amo
María José le correspondió con un beso en la mejilla. Maurice
se marchó. A ratos, volteaba a verla. Ella le sonreía. De pronto,
cuando María José vio que ya iba a cruzar la puerta, corrió para
alcanzarlo. Maurice, al percatarse, se detuvo. Cuando
estuvieron frente a frente de nuevo, María José lo abrazó con
fuerza y lo besó.
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- Sabía que no podía irme sin esto. - dijo Maurice,


haciéndole una caricia en el rostro. - Bueno, te dejaré trabajar.
Vengo por ti al rato.
Se despidieron. María José caminó hacia el escritorio frente al
cual estaba Letty observándola.
- Ay niña, tú sí que estás enamorada.
- Lo estuve, lo estoy y lo estaré siempre - dijo, sonriendo.
Al poco tiempo, le ayudó a Letty a ordenar los papeles que
tenía en el escritorio, mientras le contaba cuál había sido la
reacción de Maurice con lo del embarazo.

14
Maurice manejó hasta su casa, pensando en los
acontecimientos de esos dos días. Habían pasado tantas
cosas. Encontró a María José, se enteró que se convertiría en
padre, vio la figura del bebé en el ultrasonido...
De pronto, los recuerdos de la aldea comenzaron a hacerse
presentes. Todo era tan colorido. Abundaba la naturaleza en
todas partes. Y en aquella ciudad todo parecía estar gris.
lúgubre. Todo era demasiado monótono. Pero ahora, había
llegado alguien que le dotaría de sentido a su estancia allí. Y,
mientras no encontraran la forma de regresar a Corelia,
tendrían que quedarse ahí. Maurice pensó en todas las
posibles soluciones para que pudieran estar solos, sin que
nadie los estuviera viendo, algún lugar donde ambos pudieran
estar cómodos. Por ello, en ese rato en el que María José se
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encontraba trabajando, Maurice se dedicó a buscar


apartamentos en venta.
Recorrió toda la ciudad hasta que encontró el lugar adecuado.
Era un pequeño departamento, cuya vista daba a una colina.
En cuanto cerró el trato con el vendedor, se dirigió a casa de
sus padres. Allí encontró a Donna, leyendo una revista de
moda.
- Vaya, por fin apareces. Tu padre ha estado preguntando
por ti.
- ¿Está aquí?
- Si, está en su despacho. Dijo que, en cuanto llegaras,
fueras a verlo. Parece que es algo urgente. Así que date prisa.
Maurice se dirigió al despacho de su padre. Entró sin avisar.
Ahí estaba él, con otro señor, de cabellera repleta de canas, y
postura un poco encorvada. Los dos vestían de traje y jugaban
ajedrez.
- Vaya, por fin nos alegras el día con tu presencia. - dijo
Eduardo, levantándose de su asiento. El otro hombre imitó su
acción - Hijo, él es el Sr. Rochefeller. Es dueño de una
importante empresa aquí en la ciudad. Y está buscando a
alguien que quiera trabajar para él. ¿Estarías dispuesto a
aceptar el puesto?
Maurice vaciló antes de responder. Su padre no proponía algo
sin esperar algo a cambio. Debía ser muy cuidadoso en que
era lo que debía aceptar.
- ¿A cambio de qué?
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- Oh no, de nada - respondió el señor. - sólo necesito a


alguien de confianza y tu padre habla maravillas de ti.
- No lo sé. Tendría que pensarlo.
- Bueno, cualquier cosa, te dejo mi tarjeta. - le entregó una
tarjeta a Maurice en la que había un nombre escrito en grandes
letras, junto con un teléfono y un correo electrónico. - Llámame
cuando tengas una respuesta.
Maurice asintió. Se despidió de mano del señor y salió del
despacho. Por un momento, pensó en la propuesta. Era
bastante atractiva. Recordó cuantas maravillas había oído de
la empresa de aquel hombre que se encontraba con su padre.
De pronto, podía ser una buena oportunidad para tener un
trabajo que le pudiera dar lo necesario para mantener a su
mujer y a su hijo. Guardó la tarjeta en la bolsa de su pantalón.
Subió a su recámara. Tomó una valija que tenía guardada en
su armario. Comenzó a guardar todas sus pertenencias, hasta
dejar todos los muebles vacíos. Bajó lo más deprisa que pudo.
Debía evitar que alguien lo viera y que tratasen de impedir que
se marchara.
Se subió al auto. Arrancó y manejó directamente hasta el
nuevo apartamento que había comprado. Al llegar, estacionó
el auto, sacó la maleta y fue directamente hasta su nuevo hogar.
Comenzó a guardar y a acomodar sus pertenencias en los
lugares correspondientes y después se dedicó a observar
como lucía todo. Al mirar la hora, se percató que María José
estaba por salir. Así que rápidamente se fue al auto y condujo
hasta el hospital.
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15
María José estaba sumamente feliz. Las cosas estaban
marchando de maravilla, tanto con su embarazo, como con su
relación con Maurice. O al menos eso creía. Aunque todo le
parecía tan irreal y mágico, tenía un presentimiento de que algo
malo pasaría. Deseaba que su presentimiento no fuese real,
como lo había sido en ocasiones anteriores...
Su turno se pasó tan rápido que apenas se había percatado
cuando la otra enfermera había llegado a relevarla. El doctor
últimamente creía que debía trabajar menos tiempo, lo cual a
María José le parecía absurdo, pero no podía objetar nada al
respecto.
En cuanto salió del hospital, se dio cuenta que ahí estaba
Maurice esperándola. Lo abrazó y lo besó. Maurice le abrió la
puerta del auto. María José se subió y esperó a que Maurice
hiciera lo mismo. En cuanto Maurice comenzó a conducir, pudo
darse cuenta que no iban hacia ningún lugar conocido.
- Amor, ¿a dónde vamos?
- Es una sorpresa, amor. Te va a gustar.
En cuanto llegaron al edificio en el que Maurice había
comprado el apartamento, María José comenzó a dudar. Al
bajarse del auto, Maurice le tapó los ojos con ambas manos.
- ¿Qué haces? - preguntó María José con una risa nerviosa.
- Sigue mi voz.
Maurice guiaba a María José mediante la voz, mientras tapaba
sus ojos.
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- Ya casi llegamos.
- ¿Dónde estamos?
- Ya lo veras. No seas impaciente. Te gustará.
Cuando vio que todo estaba listo, quitó sus manos del rostro
de su amada y se puso rápidamente delante de ella.
- ¡Sorpresa! - gritó entusiasmado.
- ¿Dónde estamos?
- Este lugar, mi vida, es nuestro nuevo hogar. ¿Te gusta?
María José inspeccionó cada rincón del departamento. No
esperaba que tan pronto se mudaran. Maurice la seguía,
esperando una respuesta.
- Está hermoso. Muchas gracias. No tenías porque hacerlo.
- Claro que tenía. Necesitábamos más tiempo para los dos.
Sé que desde que estamos en esta ciudad, alejados de todos,
ha sido difícil para ti acostumbrarte a todo esto. Pero, ahora
que estamos juntos, aprenderemos a rehacer nuestras vidas.
- Amor, sé que te gusta mucho este lugar, esta vida llena
de lujos y comodidades. Pero no es lo que yo estoy
acostumbrada a vivir. Como dices, ha sido muy difícil para mi
acostumbrarme a esta vida, a estar lejos de mi familia, del lugar
que me vio crecer. Y ese lugar, es y será siempre mi hogar.
¿Me entiendes?
- Si, amor. Pero mientras buscamos la solución,
necesitamos enfrentarnos juntos a este problema. Así,
encontraremos a todos los demás. Cree en mí.
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María José esbozó una sonrisa, aunque no fue de alegría. Él


no quería marchar a la aldea. Había algo en su voz que lo
delataba. Maurice la abrazó. Pronto, encontró un tema que
podría animarla.
- Amor, un amigo cumple años hoy y hará un pequeño
festejo en un lugar por aquí. ¿Te gustaría acompañarme? Sé
qué a mis amigos les encantará conocerte. Además,
necesitamos divertirnos, pasar un tiempo agradable juntos.
- ¿Con qué nuestros festejos en la aldea no cuentan?
- Esos fueron los mejores festejos. Pero me refiero a
celebrar algo con más gente. Anda, vamos. Nada más un rato.
± María José, rendida asintió. -Verás que la pasaremos muy
bien. Me cambiaré para irnos a la cantina. No tardo, princesa.
María José aprovechó para hacer lo mismo. Mientras Maurice
se cambiaba en el baño de la recámara principal, María José
se maquillaba. En cuanto Maurice salió del baño, vio a María
José sentada en el borde de la cama, vestida con un conjunto
negro y maquillada muy sutilmente.
- ¿No traías puesto tu traje de enfermera?
- Si, pero siempre cargo una muda extra de ropa. - Maurice
sonrió
- Bien. ¿lista? - le preguntó.
María José trató de esbozar una sonrisa, pero sin duda no pudo
hacerlo. Esa situación la incomodaba bastante. Nunca se había
sentido igual con Maurice. Él la tomó de la mano y besó su
mejilla. Así, se fueron al festejo.
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16
Al poco rato, llegaron a la cantina. Él se apresuró para abrir la
puerta de María José y la ayudó a bajar. Juntos entraron al
establecimiento, tomados de la mano. Pronto, Maurice
identificó a varios de sus amigos, sentados en una mesa al
fondo del lugar. Rodeó la cintura de su esposa con el brazo
derecho y la llevó con él hasta las personas.
- Miren nada más quien ha llegado - dijo uno de ellos, de
cabello oscuro y nariz achatada.
- Creímos que no vendrías - dijo otro de cabello castaño.
- Y miren con que bombón viene - dijo otro más
- Muchachos, les presento a mi esposa.
- Mucho gusto. Es un placer conocerlos.
- ¿Te casaste y no nos dijiste nada?
- Eso fue antes de venirnos aquí. Tuvimos un accidente y
nos separamos. Por fortuna, hace poco la encontré.
- Pero ¿qué hacen ahí parados? ¡Siéntense!
- Aquí sólo hay una silla. - dijo María José
- Espera, cielo - dijo Maurice, sentándose rápidamente -
listo - dio un par de palmadas en sus piernas con el fin de que
ella se sentara ahí
- ¿No te lastimaré?
- Para nada, amor. Vamos.
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María José obedeció a Maurice. Estando sobre sus piernas,


colocó su brazo alrededor del cuello de su esposo, mientras
que él acariciaba su espalda.
Una mujer se acercó a la mesa y habló:
- ¿Quieren que les traiga otra silla para que estén más
cómodos? - dijo, con tono amable
María José identificó la voz. Ella la conocía. ¿Cómo no
reconocer a aquella mujer que tanto lo había ayudado?
Recordó cada instante vivido con ella. La miró y tocó la mano
de la mesera. En un instante, ella también la reconoció.
- ¿Arethusa? - preguntó María José, levantándose
rápidamente
Pero Arethusa no pudo responder. Seguía embobada con los
recuerdos que aparecían en su mente, recuerdos desde que
era fue creada como ninfa, como volaba por los prados de
Antión, como veía a las personas morir a causa de las sirenas
y como los encontró a todo el grupo con Fanne y los otros
chicos. Cuando acabaron de pasar por su mente, ella sonrió y
no pudo evitar abrazar a María José, que seguía esperando
respuesta, ahora ya de pie frente a ella.
- Estaba cansada de esperar alguna señal sobre mi
procedencia y de pronto llegas tú y me demuestras que el
tiempo es perfecto cuando esperas lo suficiente. Gracias por
venir. Tenemos muchas cosas de qué hablar.
- Me alegra tanto volver a verte. Te extrañé mucho. Creo
que, ahora que te he encontrado, las cosas volverán a ser
antes.
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- Por supuesto que si. Me da gusto que estén juntos. -dijo


mirando a Maurice - Bien, si no te importa, te la robaré unos
minutos, mientras disfrutas un buen rato con tus amigos.
- ¿Para qué?
- Para que platiquemos. Hemos estado distanciadas
mucho tiempo y tenemos que ponernos al corriente de todo lo
que nos ha pasado hasta ahora.
- También tenemos que pensar en posibles soluciones
para regresar a casa.
- Eso es muy importante. Claro que si.
- Pero que no sea mucho tiempo el que me la quites. Ya
sabes que no me gusta estar sin ella ratos tan grandes.
- Lo sé. Prometo regresártela pronto.
María José besó los labios de Maurice y después siguió a su
vieja amiga a la barra de bebidas. Arethusa se pasó al otro
lado de la barra, mientras que María José se sentó frente a ella.
- Me alegra haber encontrado a alguien de la aldea. La
verdad es que no es lo mismo convivir con las personas de esta
ciudad. ± dijo María José.
- En este país son pocos los que se preocupan de corazón
por los demás. A ninguno le importa ayudar a los más
desprotegidos sin recibir algo a cambio. Pero es muy diferente
si es alguien a quien quieren, por ellos si son capaces de cruzar
el cielo con tal de no dejarlos sin amparo.
- Por eso quiero regresar a la aldea. Han pasado varios
meses desde que nos mandaron aquí. Y el bien de todos, lo
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más conveniente es que regresemos pronto. Pero Maurice


parece que no quiere regresar.
- Lo supuse. Le ha ido bien económicamente. Sí
regresamos, lo perderá todo y tendrá que empezar desde cero.
- Pero allá teníamos un patrimonio, una casa, a nuestra
familia. No teníamos que preocuparnos por nada. Todo lo
teníamos solucionado.
- No te preocupes, ahora que estamos juntas, podremos
encontrar la respuesta que nos lleve a casa. Sólo tienes que
tener paciencia. Con el viaje he perdido mis instrumentos de
magia y no sé dónde conseguirlos aquí. Además, tengo que
establecer una conexión con Milenna y tendría que averiguar
cómo lograrlo - María José hizo una mueca de decepción que
Arethusa alcanzó a percibir - pero no te desanimes. Será difícil
pero no imposible. Sé cuánto te duele todo esto, pero será
momentáneo.
- Eso espero. Además, necesito encontrar a mi madre.
Quisiera estar con ella en esta etapa que estoy viviendo.
- Por el embarazo, ¿no es así?
- ¿Cómo lo supiste?
- Ya comienza a notarse. - María José le sonrió
meláncolicamente, mientras hacía caricias en su vientre. - No
te preocupes. Pronto las encontraremos. Lo prometo. Ahora,
pensemos ¿cuál será la herramienta que nos conecte con
Milenna?
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- Decía mi madre que, mientras estábamos en la aventura,


Milenna hizo que ambas nos conectáramos, yo la vi a través de
una luciérnaga y ella me vio a través de una estrella.
- ¡Claro! Aunque tenemos que buscar un objeto que haya
sido fabricado en la aldea que nos permita establecer una
conexión. - hizo una pausa y miró a Maurice a lo lejos. - bueno,
luego seguimos pensando esto. Será mejor que vayas con tu
esposo. No ha dejado de verte desde que te traje acá. Además,
está bebiendo mucho. Tal vez podrías controlarlo.
- ¿Maurice bebe? - Arethusa asintió - Que extraño. En la
aldea no lo hacía.
- Míralo tú misma - dijo señalando a Maurice. María José
volteó y vio a Maurice bebiendo un gran sorbo de un líquido
amarillento. Suspiró.
- ¿Estarás aquí todavía?
- Aquí vivo. Aquí me puedes encontrar cuando gustes.
- Bien, iré un rato con Maurice y después regreso contigo.
- No pierdas la fe. Saldremos de aquí y regresaremos a
casa.
María José le sonrió como muestra de agradecimiento, se
levantó y caminó hacia la mesa.

17
Maurice, en cuanto la vio caminar hacia él, se acomodó para
que se sentara como antes.
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- Pensé que no regresarías. - dijo Maurice. - tardaste


mucho.
- Lo lamento, amor. - dijo María José acomodándose en las
piernas de Maurice - hace mucho que no platicaba tan bien con
alguien.
- Pero para eso me tienes a mí. No tenías que pasar tanto
tiempo alejada del amor de tu vida.
- Perdón, amor. Pero ella es mi amiga. Por cierto - dijo,
tomando el vaso de cerveza de Maurice - ya no beberás más
el día de hoy.
- ¿Por qué no?
- Ya has bebido demasiado. Si sigues así, no podremos
regresar a casa.
- Y ¿cuál es el problema? Nos regresamos en taxi
- Y mañana temprano tendrías que regresar por tu coche.
Ni hablar.
- Amor, no me arruines la fiesta. La estamos pasando muy
bien.
- ¿Desde cuándo necesitas alcohol para divertirte? -
Maurice calló. - Vamos, cielo. Hazlo por mí. ¿Si?
Mauricio siguió callado, aparentemente molesto. ¿Qué estaba
pasando? María José ¿pidiéndole un favor? Desde qué la
conoce, sólo en los casos extremos lo había hecho. Algo
estaba mal. Su respiración se volvió agitada. Había pasado
mucho tiempo desde que no se ponía así.
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- Con una condición - respondió, aunque de manera casi


ininteligible.
- ¿Cuál?
- No vuelvas a dejarme. Nunca. ¿Oíste? Nunca. No quiero
que me dejes por nadie. No quiero estar separado de ti en un
solo momento. Quiero sentirte siempre junto a mi. No quiero
que hables con nadie que no sea yo. No quiero que le sonrías
a nadie que no sea a mi. No quiero que veas a nadie que no
sea a mi. Sea quien sea, hombre o mujer. Quiero que dejes de
trabajar también. ¿Me lo juras?
- ¿Pero mi trabajo que tiene que ver en esto?
- Que tratas con doctores y muchos hombres más. Incluso,
está ese doctor que no deja de cortejarte.
- El doctor sólo es amable conmigo
- ¿Qué no ves que te ama y que está dispuesto a hacer lo
que sea por ti?
María José bufó. Ahora ambos estaban de pie, uno frente al
otro y estaban discutiendo a gritos, tanto que todo el bar se
había percatado de su pelea. Arethusa estaba a la expectativa
de los movimientos de Maurice, que se le veía sumamente
alterado.
- Definitivamente estás ebrio. No puedo jurar nada así. Es
absurdo. - respondió María José, bajando el tono de voz.
- Entonces piensas dejarme.
- ¡No! Jamás te dejaría. Pero piénsalo un momento. Lo que
pides es absurdo.
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- No es absurdo. ¿Acaso es mucho pedir que seas sólo mía?


- Maurice ¿qué está pasando contigo? Nunca fuiste así. -
suspiró - ¿sabes algo? Me voy a casa. Llega cuando estés
tranquilo y sobrio. - María José caminó hacia la puerta.
- Tú no te vas.
Maurice la jaló con fuerza del brazo y la llevó hacia si.
- ¿Qué haces? - le preguntó María José, confundida
- Tú te quedas conmigo. No dejaré que nadie se te acerqué.
¿Entendido?
Dicho esto, la empujó, haciendo que estuviera a punto de caer
al suelo. Todos los que estaban en el bar presenciaron la
escena. Arethusa corrió hasta donde estaba María José y evitó
que llegara al suelo.
- Tranquila. No pasó nada
Maurice, al ver todo el alboroto, volteó y vio a su mujer,
sujetando su vientre, con la respiración entrecortada. Intentó ir
hacia ella para auxiliarla, pero varios hombres se lo evitaron.
- ¡Estás enfermo! - le gritó María José a Maurice - ¡me da
asco ver en que te has convertido! ¡No quiero volver a verte!
Maurice intentó evadir a los hombres para acercarse a ella,
pero Arethusa se lo impidió.
- No te atrevas a tocarla. ¿No la escuchaste? No quiere
verte.
- Es mi esposa. Esto no se puede quedar así. Tengo que
arreglarlo - dijo Maurice, intentando acercarse a María José,
pero Arethusa se resistía a dejarlo pasar.
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- Si quieres intentar hacer algo, vuelve mañana, cuando


estés sobrio.
- ¿Qué pasará con ella?
- Yo me encargo de ella por ahora.
- Cariño, perdóname. No fue mi intención. - un hombre se
acercó a él y lo empujó lejos de ellas.
- Tranquilo, galán. Si te acercas a ella en el transcurso de
la noche, tendrás problemas con la policía. Ah y agradece que
no hemos llamado a los medios para que hagan la nota de su
estrella.
Maurice hizo una rabieta y salió del bar. Arethusa llevó a María
José a un cuarto afuera del bar.
- Vamos, siéntate. Te curaré.
- Así estoy bien. No me pasó nada grave. Lo único que
espero es que no le haya afectado al bebé.
- Por eso, lo mejor es que te sientes. - dijo Arethusa,
acercando una silla hasta María José. - estarás más cómoda.
- Muchas gracias. Por todo.
- Para eso estamos. Será mejor que te quedes conmigo
estos días. No sabemos que pueda hacer Maurice después de
lo que pasó hoy.
- Nunca me había tratado así. No sé lo que sucedió. Fue
muy extraño. Pero lo más raro de todo es que, a pesar de esto
que pasó, no quiero que le pase nada. No quisiera dejarlo solo
esta noche. No sé que es capaz de hacer.
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- Si no viene mañana, no dudo que regrese después.


Mientras tanto, debes estar tranquila. Si no lo estás, las cosas
empeorarán.
- ¿Dónde estamos? - preguntó María José observando el
cuarto.
- Aquí vivo desde hace meses, que pasó lo de...bueno ya
sabes que pasó.
- ¿De verdad?
Arethusa asintió moviendo la cabeza. María José se levantó de
la silla y caminó alrededor del cuarto, observando todo lo que
había ahí.
- No te preocupes. A pesar del tamaño, si cabemos las dos.
Bien, instálate, ponte cómoda. Iré a trabajar. Regreso en un
rato. No salgas. Tal vez Maurice siga por aquí.
María José hizo lo que Arethusa le dijo y se sentó en la cama.
Ella, al ver que se quedaba bien, sonrió y salió del cuarto. María
José entonces reflexionó sobre lo que acababa de suceder,
mientras daba ligeros masajes en las partes en las que Maurice
había presionado más fuerte. Observó su vientre. No parecía
que hubiese algo fuera de lo normal. Entonces pensó en
aquellos sucesos. El poder que Maurice había adquirido en
aquel lugar lo estaba transformando en una bestia, tanto que
fue capaz de herir a lo que, hasta hace unos minutos creía, era
lo más importante de su vida.
Entonces, dedicó unos minutos a recordar su vida en la aldea
después de que regresaron de la aventura.
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En cuanto regresaron, fueron nombrados reyes de la aldea.


Pero hay algo especial en esto. En esos momentos, Maurice
no cambió su actitud. Al contrario, se había vuelto más dulce y
tierno. Como en esos días, ella permanecía sin memoria,
Maurice no se despegaba ni un segundo de ella, la llevaba a
muchos lugares que habían sido testigos de su amor y contaba
cada detalle de lo que habían pasado juntos.
Ahora que se habían encontrado nuevamente, era distinto.
Maurice se comportaba distante y frío. Ya no la besaba, a
menos que ella tuviera la iniciativa de hacerlo primero.
María José se levantó y caminó en círculos. ¿Qué hubiera
pasado si ella también hubiera perdido la memoria, como los
demás? Todo hubiera sido distinto. No regresarían nunca a la
aldea si no fuera por ella. Pero eso tendría que ser una pista
para encontrar a todos y para regresar. Sin embargo, el
recuerdo de Maurice invadió su mente de nuevo. Si él no quería
regresar, ella tendría que hacerse cargo sola de su pequeño.
Se acomodó en la cama de tal manera que, cuando Arethusa
regresara, pudiera acostarse también. Minutos después,
durmió.

18
Maurice despertó con dolor de cabeza. Otra vez regresar a la
cruda realidad. Pero ¿dónde estaba María José? "¿Amor?"
Llamó una vez. Silencio. Entonces, buscó por cada rincón del
departamento.
Al no ver rastro alguno de María José, se dedicó a recordar los
sucesos de la noche anterior. Al repasar cada momento, se dio
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cuenta de lo imbécil que había sido. "Maldición" pensó. Tomó


las llaves del auto y manejó hasta la cantina.
Mientras tanto, María José apenas despertaba. Nunca había
dormido tanto. Junto a ella estaba Arethusa, dormida aún, con
un brazo abrazándola fuertemente. En efecto, no podía
moverse. No quería despertarla. Debió terminar muy cansada
del trabajo. Por un momento, recordó que debía irse al trabajo.
Pero ¿cómo le haría para irse al hospital si ni siquiera tenía su
uniforme? Además, en su brazo se había formado un moretón
a causa de la fuerza con la que Maurice la había sujetado. Si
llegaba así, alarmaría a todos. Tendría que llamar para
reportarse enferma.
Tiempo después, sintió como Arethusa se movía sin parar.
Estaba despertando. María José se volteó para que la viera.
- Buenos días. ¿Terminaste muy tarde de trabajar ayer?
- Si, hubo mucha clientela. Aparte, el lugar terminó muy
sucio y me tocó limpiarlo. ¿Dormiste bien?
- Si, muchas gracias. Me sentí como...- hizo una pausa
breve, un nudo en la garganta le impidió hablar por un momento
- ...en casa.
- Me alegra. Bien - dijo Arethusa, levantándose de la cama
- necesito comprar cosas para comer. Acompáñame. ¿Nos
vamos? - Arethusa tomó una chamarra y la colocó sobre su
brazo
- Por supuesto. Nada más debo avisar que no iré a trabajar
hoy.
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María José calzó sus zapatos. Después, le llamó por teléfono


a Letty para avisarle.
- ¿Si? ¿Qué pasó amiga?
- Amiga, ¿puedes avisar que no iré al trabajo hoy?
- ¿Todo bien, amiga?
- Tengo malestar por el embarazo. Es todo.
- No te preocupes, le avisaré al doctor en cuánto lo vea.
María José agradeció a Letty y colgó. Se puso de pie y junto a
Arethusa, salieron del cuarto y entraron a la cantina.
- No tardo, Eddie. Regreso en un rato. - le avisó Arethusa
a un hombre calvo y gordo que vestía una playera negra y unos
pantalones de mezclilla.
- Un momento, muñeca. Alguien te busca. - le dijo el
hombre
- ¿Quién?
- El hombre que está sentado ahí - dijo el hombre,
señalando a alguien en un rincón del establecimiento.
Las dos voltearon y vieron a Maurice sentado con una botella
de agua entre las manos. En cuanto las vio, se levantó y corrió
hacia María José, sin embargo, Arethusa se colocó delante de
ella.
- Pensé que no vendrías. - le dijo María José
- ¿Y saber que había traicionado la confianza de lo mejor
que me había pasado en la vida? Jamás. Tenemos que hablar.
- miró a Arethusa - a solas.
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- ¿Cómo sabré si no le harás nada, como ayer?


- Puedes quedarte cerca, si quieres. Pero dudo que algo
malo pase.
- Eddie, ven. - y los dos se sentaron a unas mesas de
distancia.
Maurice caminó, un tanto nervioso, de un lado a otro. Cualquier
cosa podría haber sido usada a su favor o en su contra.
- ¿Y bien? - preguntó María José, poniéndose delante de
él.
- Ven, sentémonos un rato - dijo Maurice separando unos
bancos de la mesa. María José se sentó y esperó a que él lo
hiciera. Estando frente a frente, Maurice volvió a hablar. - No
sé qué debo hacer para que me perdones por lo que hice ayer.
Fui un idiota, lo sé. Estaba...
- ...borracho. Lo sé. - interrumpió María José
- Sabes que eres mi vida ¿verdad? - preguntó Maurice,
tomando su mano. María José sonrió. - En verdad, no quería
hacerte daño. Quisiera saber como puedo reparar el daño que
hice.
- Creo que lo mejor, por ahora, es que decidas que es lo
que quieres en verdad. Si quieres estar conmigo o no. Si
quieres quedarte conmigo y con el niño, marcharemos juntos a
la aldea, nuestro hogar. Si no, podrás quedarte aquí y seguirás
disfrutando de tus lujos. Porque el niño se irá conmigo.
María José sentía un nudo en la garganta mientras estaba
pronunciando estas palabras, pero mantuvo la voz firme para
que Maurice no lo notara. Fue difícil decirle eso. Pero sabía que
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era necesario para sanar su relación. No estaba segura, pero


tenía una corazonada de que escogería la segunda opción.
Durante unos minutos, permanecieron en silencio.
Maurice no se atrevía a mirarla a los ojos. Ella tenía razón. Algo
estaba cambiando en él. Se estaba dejando llevar por las cosas
de ése mundo. Y ella no merecía actitudes como la de la noche
anterior. Tenía que reparar todas esas conductas que lo
alejaban de ella, para poder tener una relación como la que
tenían antes.
- Cariño...yo...- titubeó Maurice - quiero estar contigo.
Siempre he querido estarlo. Pero no creo estar listo para
retomarlo. No quiero volver a lastimarte. - dijo, mirando el brazo
de María José.
- ¿Y entonces que pasará?
- Dame tiempo. Y solucionaremos esto. Volveremos a estar
juntos como antes. Y así, juntos, regresaremos a la aldea.
- Está bien. Entonces regresaré a vivir al antiguo
departamento. En cuánto estés listo, sabes donde buscarme.
Ahí, en el departamento, o en el hospital. Bien - dijo María José
poniéndose de pie. - tengo que irme.
Maurice titubeó. Se levantó también él. En lugar de haber
mejorado las cosas, las había estropeado. María José notó que
parecía indeciso.
- Sólo será un tiempo ¿no es así? - le preguntó Maurice
- Es tu decisión - respondió María José
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- Dejemos que sean dos días nada más. Si en dos días


siguen las cosas igual...- Maurice no pudo terminar la frase.
María José le sonrió e hizo una caricia en su mejilla.
- Se solucionarán. Ya lo verás.
María José caminó hacia Arethusa, pero Maurice tomó su
mano. Ella entendió la señal. Siempre hacía lo mismo. Volteó
a verlo y por inercia, lo besó. Él la sostuvo en sus brazos un
buen rato, como si quisiera retenerla consigo. Por un arrebato,
había abierto una brecha entre ambos. Brecha que nunca
debió existir. Debía regenerarse. Por ella. Por su hijo. Por todos.

19
María José se secó unas lágrimas que brotaban de sus ojos.
Aquella situación era sumamente difícil. Lo que había dicho en
el bar era para poner a prueba a Maurice, pero ahora veía que
en realidad él prefería vivir ahí, que en la aldea, lo cual le
generó un malestar muy fuerte. Todos los sueños que tenía con
él parecían venirse abajo. Pero, aun así, no perdía la
esperanza de que todo eso fuese un mal sueño.
En cuanto llegaron al supermercado, Arethusa tomó un carrito.
- Creo que debiste haberte cambiado antes de venir aquí
- ¿Por qué?
- No traes muy buena cara.
- ¿Me acompañarás a mi departamento después de aquí
para que pueda cambiarme?
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Arethusa asintió. Recorrieron el supermercado y en cada


pasillo tomaban varios productos.
En un pasillo, mientras ambas jugaban, María José, quien iba
distraída, chocó con una empleada del lugar. Las cosas que
ambas traían en las manos cayeron al suelo. "Lo lamento
mucho" dijo María José, mientras trataba de levantar todo. De
pronto, su mano y la de la empleada se tocaron, y fue entonces
que los recuerdos en la mente de ambas comenzaron a brotar.
Julia la miró a los ojos, comprendiendo todo lo que sucedía a
su alrededor que todavía no tenía respuesta. ¡Por fin pudo
resolver el enigma sobre su hija! María José, en aquellos ojos
se vio reflejada a sí misma; su presente, su pasado y su futuro
de pronto se unían para formar lo que ella era en esos
momentos.
- ¿Mamá?
- Mi niña - dijo, acariciando su mejilla. - te extrañé bastante,
cielo. Te creí muerta hasta ahora, como en aquellos tiempos. -
vio a Arethusa, que las veía conmovida detrás de María José.
- ¿me esperarían unos minutos? Mi turno acaba en media hora.
- Por supuesto, estaremos por aquí. Si no nos encontramos,
te esperamos en la salida. Me da mucho gusto verte. - dijo
Arethusa, ayudando a María José a levantarse.
Las tres sonrieron. María José y Arethusa siguieron su
recorrido por el supermercado, pero ahora de manera más
lenta, para dar tiempo a que Julia terminara su turno. Julia,
mientras tanto, apresuraba todo el trabajo que tenía pendiente.
Julia las esperaba en la salida. Se veía impaciente. hacia ella
y la saludaron.
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- Creí que lo que sucedió había sido un sueño, mi niña -


dijo, abrazando a María José - pero ya estamos juntas de
nuevo. Por cierto, necesito que me acompañen a un lugar.
- Pero tenemos que dejar estas cosas en algún lugar.
- No se preocupen. Iremos en taxi al lugar que les digo y
después a casa para que podamos platicar con calma.
Julia caminó con el carrito de compras rápidamente. Arethusa
y María José se encogieron de hombros. No entendían nada.
Aún así, caminaron detrás de Julia. Las tres esperaron unos
minutos de pie hasta que llegó un taxi. Subieron las cosas a la
cajuela y después ellas entraron al vehículo.
Julia dio unas indicaciones al taxista en secreto y el taxi arrancó.
María José miraba a través de la ventana a todas personas que
caminaban por la calle. Todos eran tan distintos, pero había
algo que los unía: la desesperanza y la pérdida. Y entonces se
preguntó ¿acaso también ella se veía así en esos momentos?
- Hija ¿y Maurice?
- No lo sé. Supongo que debe estar en su casa.
- Pensé que ya se habían encontrado.
- Así fue. Pero...no quisiera hablar de eso.
- ¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Te hizo algo?
- Maurice y María José fueron a una cantina anoche a
festejar un cumpleaños. Como ahí trabajo y nos encontramos,
nos pusimos a platicar un rato. Cuando ella regresó con
Maurice, empezaron a discutir hasta que él la empujó. Por poco
WĄŐŝŶĂ ϳϰ ĚĞ ϯϵϵ

cae. Afortunadamente, no pasó a mayores- resumió la historia


Arethusa.
- ¿De verdad hizo eso? - preguntó Julia, mirando a María
José, pero ella no le hacía caso y seguía mirando a la gente
pasar. - déjame verte. - volteó el rostro de María José hacia ella
y la inspeccionó. Al ver las marcas en el brazo de María José,
un gemido de horror salió de su boca. - pero...
Arethusa apretó el brazo de Julia y le hizo una señal, con la
que ella comprendió que no era prudente hablar del tema.
Julia calló entonces y se asomó por la ventana para ver si ya
habían llegado al lugar. Le indicó al taxista que habían llegado,
les dijo que bajaran las cosas. Entre las tres, cargaron las
bolsas del supermercado y las dejaron en el pórtico de una
casa anaranjada. María José le pagó al taxista para que
pudiera marcharse.
Julia les indicó que esperaran ahí, mientras sacaba las llaves
de su casa.
- Mientras encuentro las llaves, hija, platícame. ¿Has ido al
doctor últimamente?
- ¿Por qué preguntas? - preguntó María José,
sospechando que ya sabía algo de su embarazo
- Te ves algo diferente. No traes buen semblante.
- Es que tengo una noticia que darte.
- ¿Ah si? ¿Cuál es? - preguntó Julia, sacando las llaves de
su bolso.
- Estoy embarazada
WĄŐŝŶĂ ϳϱ ĚĞ ϯϵϵ

En ese momento, Julia dejó caer las llaves y su bolsa de la


impresión. Volteó a ver a María José. Su vientre estaba
ligeramente abultado.
- ¿De verdad?
- Si, mamá. Vas a ser abuela
De la emoción, Julia la abrazó fuertemente, gritando de la
emoción.
- ¡Qué gran noticia! Es lo mejor que he escuchado en estos
meses. Sé que éste niño nos traerá mucha felicidad. Vengan,
entremos. Necesitamos ponernos de acuerdo sobre que vamos
a hacer ahora.
- ¿Qué haremos de que? - preguntó Arethusa, entrando a
la casa. María José entró tras ella.
- Necesitamos hacer algo para regresar a la aldea. No
podemos quedarnos aquí. No será bueno para el bebé.
Además, tenemos que regresar a nuestro hogar. - dijo Julia,
entrando a una habitación
- Justamente de eso hablábamos ayer. Pero no se nos
ocurría nada. - comentó María José
- Debe haber un truco especial para regresarnos - dijo Julia
desde la otra habitación.
Cuando salió y las vio de pie, les indicó que se sentaran.
20
Estuvieron discutiendo sobre las posibles formas de regresar,
hasta que una llamada entró al celular de María José. Era el
doctor Jiménez. Últimamente, él la llamaba o le mandaba
WĄŐŝŶĂ ϳϲ ĚĞ ϯϵϵ

mensajes de texto constantemente por cualquier motivo. Y


ahora, suponía el porqué de su llamada.
- ¿Doctor?
- Un gusto poder hablar contigo. Quería saber si te
encontrabas bien. Hoy no fuiste a trabajar y me preocupé
bastante. - María José sonrió.
- Si, doctor. Estoy bien.
- Letty me comentó que tenías malestar por el embarazo...
- Si, eso es todo. Me sentía un poco mal y no quería
presentarme así a trabajar.
- ¿Puedo pasar a verte a tu casa?
- No estoy en casa. Estoy con mi madre.
- ¿Puedo verte ahí? Quisiera saber que estás bien.
- No es necesario. Lo estoy.
- ¿Qué no lo es? Es muy necesario. Soy tu médico de
cabecera y necesito estar al pendiente de ti y de tu hijo. Me
importas mucho - María José se ruborizó al oír esto -. Además,
tengo que hablar contigo.
María José terminó por ceder. Le dio la dirección de la casa de
su madre y colgó el teléfono. Julia y Arethusa la veían con
curiosidad.
- ¿Y bien? - preguntó Julia
- Era un doctor del hospital donde trabajo. Quería saber
porque no había ido a trabajar hoy. Y vendrá a verme
- ¿De verdad? - preguntó Arethusa
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- ¿Aquí? - preguntó Julia


- Si. Dice que tiene algo importante que decirme.
Realmente, no sé para que sea. Pero insistió mucho en venir y
en saber como estaba el bebé.
- ¿No será que tienes un admirador más?
- No lo sé. Siempre ha sido muy atento conmigo. - dijo
María José jugando con su cabello. Arethusa y Julia se miraron.
- Pero no me puede ver así. Luzco fatal. ¿Dónde está el baño?
Aunque sea me lavaré la cara.
Julia la guió. Le mostró dónde estaba el desmaquiilante. La
dejó sola por un rato, mientras se lavaba la cara. Mientras tanto,
buscó unas cuantas prendas que le pudieran quedar más o
menos bien y se pudiera quitar lo que traía puesto. Al encontrar
algo, se lo llevó al baño.
María José miraba su reflejo en el espejo. Unos días antes se
encontraba feliz de haber encontrado a Maurice. Su vida
parecía estar resuelta. Pero en esos momentos, todo parecía
ser tan incierto como antes de encontrarlo. Quien los haya
mandado ahí estaba haciendo una muy buena jugada para
hacerlos retroceder.
Julia entró al baño. Le entregó las prendas. María José se
apresuró a cambiarse. El doctor no tardaría en llegar. No podía
dejar de pensar en qué pasaría si tan sólo pudiera enamorarse
de alguien más. Pero no podía hacerlo. Siempre supo que su
destino era estar con Maurice. Pero había veces en que él no
pensaba lo mismo.
Su celular comenzó a sonar. Contestó sin ver quien la llamaba,
pensando que era el doctor.
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- ¿Si?
- ¿Amor?
María José se quedó boquiabierta al escuchar la voz de
Maurice.
- ¿Maurice? ¿Eres tú? - preguntó María José, saliendo del
baño.
- Si, cariño. Soy yo. Quería saber cómo estabas.
- Estoy bien. ¿Tú lo estás?
- Si. Bueno...Relativamente. Te extraño.
- Nos vimos hace unas horas...
- Pero pensar que no nos veremos hasta en dos días, me
causa pesar.
- Nadie dijo que no podríamos vernos.
- Por eso te hablaba. Quisiera verte. Tengo tantas cosas
que contarte...
- ¡Pero si nos vimos hace un rato!
- Lo sé, pero hay una cosa que quisiera contarte en
persona. ¿Estás en el hospital?
- No ...no estoy ahí.
- Entonces ¿estás en el apartamento?
- No, no estoy ahí.
- ¿Dónde estás?
WĄŐŝŶĂ ϳϵ ĚĞ ϯϵϵ

María José dudó unos minutos en decirle. Por unos momentos,


no estuvo segura si eso sería bueno para él. Debía ser
cautelosa, pues no podría tomarlo a bien.
- ¿Amor?
- Si quieres te veo en una hora y media en mi departamento.
- Me parece buena idea. Pero ¿estás bien?
- Si, amor. Lo estoy.
21
María José salió del baño y se reunió en la sala nuevamente
con Arethusa y con su madre. Pero, para su sorpresa, el doctor
se encontraba sentado junto a Arethusa. Hablaba con Julia
sobre el embarazo. Julia, al percatarse de que María José se
encontraba de pie, con gesto de extrañeza, se puso de pie. El
doctor la vio y una sonrisa se plasmó en su rostro.
- Te estábamos esperando. Había ido a buscarte, pero oí
que estabas hablando con alguien, por lo que preferí esperar a
que salieras. El doctor te estaba esperando. - dijo, señalando
al doctor.
El doctor se levantó, sin dejar de sonreír. Había estado
angustiado toda la mañana, pensando en que algo malo le
había sucedido. Estuvo tentado en llamarle, pero no sabía si
sería oportuno. Sin embargo, los nervios lo estaban
destrozando. Después de varias horas, en las que no sabía qué
había sucedido, le llamó. Cuando escuchó su voz, serena y
dulce, su corazón se calmó. Un chispazo alumbró su mente.
Debía verla. En cuanto acordó verla, se apresuró para que el
tiempo en que pudiera verla fuera menos. ¿Qué le estaba
WĄŐŝŶĂ ϴϬ ĚĞ ϯϵϵ

pasando? Actuaba como un loco. Pero ¿quién puede actuar


con cordura, mientras la flecha de Cupido está en su corazón?
Y ahí estaba, frente a ella. Lucía ligeramente pálida. Parecía
como si hubiera visto a un fantasma. Estaba contrariada. Se
acercó y le tendió la mano. María José le correspondió el gesto,
temerosa.
- Temí tanto que te hubiera pasado algo. Nunca habías
faltado a trabajar. Por eso, quería verte personalmente, saber
que estabas bien. Sólo quería...- permaneció en silencio, al ver
que sus palabras no ayudaban - ¿estás bien? - María José
asintió. - ¿puedo revisarte?
María José se acercó. Se recostó en uno de los sillones. El
doctor examinó su vientre. Ya comenzaba a crecer. Escuchó
con su estetoscopio el latido del corazón de María José. Latía
con regularidad. Todo estaba en orden.
- Parece que todo está en orden. Cuéntame, ¿qué
síntomas tenías?
- Estaba un poco mareada. Y tenía muchas náuseas. -
mintió María José para que no dar explicaciones sobre lo
sucedido la noche anterior.
- Creo que es algo normal dentro del embarazo. No hay
nada de que preocuparse. Todo marcha bien con el niño.
María José esbozó una sonrisa, aunque no le duró mucho,
porque recordó que probablemente volvería a estar sola. El
doctor percibió que había algo que estaba pasando por lo que
prefirió decir algo para animarla.
- Ya comienza a notarse«
WĄŐŝŶĂ ϴϭ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿De verdad? - preguntó María José, mientras se


levantaba del sillón. El doctor asintió. Le ayudó a enderezarse.
- Vaya. - suspiró.
- ¿Puedo decirte algo? - ella asintió - así te ves hermosa.
María José agradeció, con el rostro ruborizado. Miró a su
madre y a Arethusa. Estaban atentas, escuchando la
conversación. Había algo en él que les gustaba. Pero no era lo
que ellas estaban acostumbradas a ver con María José. Se
veía temeroso de acercársele. Se había sentado a unos
cuantos centímetros de ella. Y su postura se encontraba tensa.
Además, no podía entablar una conversación más allá del
embarazo. Se notaba a simple vista que le costaba trabajo
hacerle un pequeño cumplido como el que le había hecho.
Aunque, a pesar de todo ello, se notaba que estaba loco por
ella.
María José vio la hora. Tenía el tiempo justo para ir a su
departamento y verse con Maurice.
- Mamá, amiga, debo ir a mi departamento. Tengo...- pensó
por unos minutos y optó por no decirles nada de Maurice. - que
arreglar unas cosas.
- ¿Quieres que te acompañe? - preguntó Julia
- No, mamá, estaré bien.
- No tardes mucho, hija. Por cierto, antes de que te vayas
¿se quedarán a vivir conmigo? - les preguntó a Arethusa y a
María José - Tengo dos habitaciones disponibles.
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- Por mí no hay problema. - dijo Arethusa - el cuarto me lo


dieron a cambio de sueldo porque no tenía donde vivir. Nada
más tendría que ir por mis cosas.
- Me agrada la idea, entonces, aprovecharé para ir por mis
cosas
- Si quieres te llevo a tu departamento para que no andes
en transporte público. - le dijo el doctor.
- No es necesario. No quisiera causar alguna molestia.
- No es molestia. Es un honor para mí.
María José dudó por unos minutos. Si Maurice la veía con el
doctor se pondría furioso. Por lo que optó por irse sola.
- Entonces ¿te veo mañana?
María José asintió, con una sonrisa en el rostro. Se despidieron.
El doctor besó su mejilla, se subió a su auto y se fue. María
José y Arethusa acordaron en tomar el mismo taxi.

22
Maurice, tras salir de la cantina, realizó una llamada telefónica.
Necesitaba retomar la rienda de su vida. Por él. Por ella. Por
ambos. La otra persona respondió al instante.
- ¿Si diga? - contestó una persona mayor.
- Con el Sr. Rochefeller, por favor.
- Él habla.
- Mucho gusto, señor. Soy Maurice. Nos conocimos ayer,
en casa de mis padres.
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- Si, recuerdo perfectamente. ¿Qué se te ofrece?


- Quisiera saber si todavía sigue en pie su oferta de
trabajo...
- Por supuesto. En cuanto tengas un tiempo ven a verme
para que platiquemos sobre el trabajo y te muestre las
instalaciones de la empresa.
- Por supuesto, será un placer. Le estaré eternamente
agradecido.
El señor Rochefeller le dio las instrucciones para llegar a la
oficina. En cuanto colgó, Maurice se fue al departamento. Se
bañó, se cambió. Miró su celular. De fondo de pantalla, tenía
su foto con María José. La observó por un momento, con una
sonrisa en el rostro. "Sólo por ti hago todo esto, preciosa" dijo,
acariciando la pantalla del celular. Guardó y cerró todo. Manejó
hasta la oficina. Al estacionarse, sintió como el corazón le latía
a todo galope. Se bajó del auto y se dirigió al interior del edificio.
Pidió informes de donde estaban la oficina del señor.
Al encontrarse con él, estuvieron dialogando un rato sobre el
trabajo que le correspondería hacer. Le dio un recorrido por el
edificio, mostrándole los lugares más importantes. Maurice
asentía a todo. Sería un trabajo complicado, pero necesitaba
hacerlo. Llegaron a una oficina. Antes de entrar, vieron que
había un escritorio, con una joven sentada frente a él. Ella los
veía y examinó a Maurice de pies a cabeza. Le gustaba.
- Y bien, esta es tu oficina. Y ella es Regina, tu secretaria y
mi hermosa nieta. Cualquier cosa que necesites, puedes
hacérselo saber.
- Un placer conocerlo. - dijo Regina, extendiéndole la mano.
WĄŐŝŶĂ ϴϰ ĚĞ ϯϵϵ

Él le correspondió su gesto, pero no le hizo mucho caso. Al ver


esto, ella se molestó. Ni siquiera la había visto.
Entraron a la oficina. Maurice examinó todo. Era un lugar
grande, con un escritorio, un sofá y dos sillas, una enfrente y
otra detrás del escritorio. Las paredes estaban pintadas de azul
claro. Maurice aprobó todo. Leyó su contrato minuciosamente.
Ahí vio que debía atenerse a todas las reglas y cláusulas del
señor Rochefeller.
- ¿Qué tipo de reglas y cláusulas son?
- Oh, cosas sin importancia, con el tiempo las sabrás.
Maurice dudó por un momento. Eso no le daba buena espina.
Pero si no aceptaba el trabajo, no podría ayudar a María José
ni comprobarle que estaba cambiando. Firmó.
- Bien, mañana comienzas. Bienvenido a nuestro equipo de
trabajo.
Estrecharon las manos. Maurice se retiró. Al salir del edificio,
se sintió aliviado. Necesitaba decírselo a alguien. No lo dudó
por un segundo. Le llamó a María José. Al oírla, recobró la
alegría de vivir. Cuando colgó, se fue a la cafetería más
cercana y allí se dedicó a esperar la hora en que se
reencontraría con ella.
23
Mientras tanto, María José y Arethusa iban por sus cosas.
Ambas se dirigieron a la cantina primero. Mientras Arethusa iba
por sus cosas y hablaba con su jefe, María José la esperó en
el taxi.
WĄŐŝŶĂ ϴϱ ĚĞ ϯϵϵ

El taxista se quedó mirándola mucho tiempo. Le parecía


bastante familiar su rostro. ¿Dónde la había visto? Unos vagos
recuerdos pasaron por su mente, pero no tenían sentido.
- ¿Señorita? Me disculpará por lo que le preguntaré, pero
su rostro me resulta familiar...- María José lo reconoció y tocó
su hombro.
- ¿No me reconoces?
Lukas se quedó pasmado ante la serie de imágenes que se
presentaron en su mente. Parecía una película. El único
problema era que pasaban demasiado rápido.
- María José...
- Es un gusto encontrarte. Vaya. Ha pasado poco tiempo y
ya encontré a varios de ustedes.
- Es un milagro que no estés con Maurice ¿eh? ¿Dónde
está?
- Yo...él... Bueno, es algo largo de contar. Estamos
separados. Provisionalmente.
- Debió pasar algo gravísimo para que esto sucediera.
Ustedes eran como la arena y el mar.
- Lo sé. Lástima que algunas cosas hayan pasado.
- Pero me tienes a mi ¿cierto?
- Cierto. Gracias por tu apoyo.
- Siempre estuve para ti. Aunque no lo notaras.
María José suspiró. Arethusa llegó con una caja grande de
cartón con cosas dentro y unas cuantas más afuera.
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- ¿Nos vamos?
- Claro. - dijo Lukas, arrancando el motor del coche.
- Amiga ¿lo recuerdas? - preguntó María José a Arethusa,
tocando el hombro de Lukas.
- ¡Es otro de los sobrevivientes!
- ¿Cómo estas, Arethusa?
- Bien, muy bien. ¿Seguirás trabajando hoy, después de
dejarnos?
- De hecho, con ustedes se termina mi turno.
- ¿No te gustaría quedarte a cenar con nosotras? Ahora
que somos más, necesitamos hablar de nuestro regreso a la
aldea.
- Es una idea tentadora - hizo una pausa- está bien. Cenaré
con ustedes.
- ¡Sensacional!
- Pero primero debemos ir por mis cosas...
Lukas las llevó a los edificios donde vivía María José. Ahí,
Lukas y Arethusa la esperaron. María José se bajó del taxi. Se
dio cuenta que Maurice ya había llegado, al ver que su coche
estaba ahí. Lo buscó adentro del auto, pero no estaba.
Entonces, entró al edificio. Para su sorpresa, Maurice la
esperaba afuera de su departamento.
- ¡Amor! No creí que te acordarías del apartamento...
- Recuerdo todo lo que tiene que ver contigo, preciosa -
dicho esto, la besó.
WĄŐŝŶĂ ϴϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Eres un encanto. Bien, cuéntame. - dijo María José,


abriendo la puerta del departamento, y entrando
posteriormente.
- Conseguí un empleo, que me ayudará a mantenerte a ti y
a nuestro hijo mientras regresamos a la aldea.
María José detuvo su caminar. Lo miró a los ojos para
comprobar si estaba mintiendo o no. Pero en sus ojos no había
rastro alguno de mentira. Efectivamente, eso parecía ser
verdad.
- Pero, amor. No era necesario...- dijo, sentándose en la
sala.
- Si lo era. Esto es un cambio que hago por ti. - dijo Maurice,
imitando su acción.
Maurice le contó los detalles de su nuevo trabajo. Sin embargo,
al igual que a Maurice horas antes, eso no le sonaba coherente.
Había algo que no concordaba. Sin embargo, Maurice estaba
muy entusiasmado contándole detalle a detalle. Cuando
terminó de contarle, María José permaneció unos minutos en
silencio.
- No me da buena espina, cielo. ¿Estás seguro de que esto
será bueno?
- Estoy seguro. Además, es algo provisional, mientras
encontramos la forma de regresar a la aldea. - María José sintió
un poco de alivio.
- ¿Y cuándo comenzarás a trabajar?
- Mañana mismo.
WĄŐŝŶĂ ϴϴ ĚĞ ϯϵϵ

- Te irá bien, estoy segura. - dijo María José, con una


sonrisa en el rostro. - Bien, amor, tengo que empacar.
- ¿Te irás a vivir conmigo? - preguntó Maurice
entusiasmado.
- Me temo que no. Aún.
- Entonces, ¿a dónde te mudarás?
- Encontré a mi madre. Y me mudaré con ella, mientras nos
estabilizamos.
María José se levantó del sofá y fue a la habitación contigua.
Empacó todas sus cosas. Maurice se levantó y la miró desde
el marco de la puerta. Parecía que ya lo había perdonado, pero
había algo en su actitud que era diferente. No esperaba menos.
Ella se percató de que Maurice la estaba mirando. Sin embargo,
no hizo nada. Cuando terminó, examinó a su alrededor para
ver si no se le había olvidado nada. Al ver que no había dejado
nada, fue con Maurice. Él salió con ella del departamento,
ayudándole a cargar una de las maletas. Cuando bajaron las
escaleras, Maurice le preguntó:
- ¿No quieres que te lleve a casa de tu madre?
- En realidad, vengo en taxi. - dijo, señalando el auto, en el
que se encontraban Arethusa y Lukas.
- Bien, ¿te puedo ver mañana? - preguntó Maurice, un
tanto desanimado.
- Si, mi amor. Será un placer. - le dijo María José con una
sonrisa en el rostro.
WĄŐŝŶĂ ϴϵ ĚĞ ϯϵϵ

Se despidieron con un beso en los labios. Maurice esperó a


que María José se subiera al auto. Al ver que Lukas arrancó,
Maurice también arrancó.

24
Lukas las llevó directo a la casa de Julia, ahora su casa.
Entraron uno por uno.
- Ya llegamos, mamá. - dijo María José buscando a Julia.
- ¡Qué maravilla! En un momento estoy con ustedes.
- Lukas se quedará a cenar ¿no hay problema? - dijo a su
madre.
- Por supuesto que no. Con la comida que trajeron alcanza
para un banquete. Vamos, siéntense, mientras preparo la cena.
- Te ayudaré. - dijo Arethusa, yendo tras ella.
Una vez que se fueron, María José se sentó en un sillón y
Lukas hizo lo mismo.
- Son unas mujeres divinas. - dijo Lukas. Calló por unos
minutos. - ¿Me dirás que pasó con Maurice?
- Preferiría no decirlo...
- Puedes confiar en mi - dijo, sujetando su mano.
- Lo sé. De verdad, gracias por tu apoyo. Siempre has
sido un amigo extraordinario.
- Sabes bien que preferiría mil y un veces más ser algo más
que un amigo para ti. - María José calló. - el hijo que llevas
dentro necesita un padre.
WĄŐŝŶĂ ϵϬ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Cómo supiste de mi embarazo?


- Simple, comienza a hacerse evidente - dijo, señalando su
vientre. María José suspiró.- Hace falta quien te acompañe en
éste proceso.
- Ya tHQJRDDOJXLHQ«
- ¿Y dónde está ahora?
- Basta. Él y yo llegamos a un acuerdo hace rato. En unos
días, regresaré con él.
- Mírame bien. No me importa que hayas sido de otro
hombre. A pesar de haber creído que todo era una ilusión o
una simple amistad, no quiero seguir engañando a nadie. Te
amo y lucharía por ti.
- Ya está lista la cena - dijo Arethusa, llevando platos con
comida a la mesa.
Lukas y María José se levantaron y fueron a la mesa. Ella
procuró sentarse alejada de él. No quería herirlo y no podía
permitir que las cosas siguieran avanzando.
- Bien. Necesitamos planear las cosas. Para empezar ¿qué
fue lo último que recuerdan de su estancia en la aldea?
- Todo era sobre la boda de Maurice y María José. Toda
Corelia estaba vuelta loca con los preparativos. - respondió
Lukas.
Arethusa pensó unos minutos. En efecto, lo último que habían
vivido en la aldea era la boda. Pero sus recuerdos los habían
recuperado gracias a María José. Algo debió haber pasado ahí.
WĄŐŝŶĂ ϵϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Al parecer todo gira en torno a ti. En ese momento, eras


el centro de atención, al igual que Maurice. ¿Traías algo
especial aquel día?
- Bueno era mi vestido de novia.
- ¿Algún accesorio que tenías?
- Sólo mi anillo de compromiso con Maurice.
- ¿Lo tienes?
- Si, aún lo tengo.
- ¿Me lo prestas?
María José sacó el anillo de su dedo y se lo dio. Arethusa lo
observó con calma. Repentinamente, todos sus recuerdos
volvieron a aparecer en su mente.
- Eso es. El anillo tiene todas las historias de cada uno de
nosotros, por eso cada vez que María José nos tocaba,
aparecían nuestros recuerdos.
- Pero Maurice tiene uno igual...
- Tenemos que ver si el anillo de Maurice produce el mismo
efecto que el tuyo. Tal vez, este anillo sea la conexión con la
aldea y con Milenna. - Arethusa le entregó el anillo y María José
volvió a colocarlo en su lugar.
- ¿Cómo se puede comprobar que tu teoría es cierta?
En ese momento, el celular de María José sonó. Ella se
apresuró a contestar la llamada.
- ¿Si?
WĄŐŝŶĂ ϵϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Amor, soy yo. ¿Me podrías abrir la puerta? Estoy afuera


de casa de tu madre.
María José se asomó por la ventana y, en efecto, estaba el
coche de Maurice estacionado enfrente de la casa. Terminó la
llamada y le abrió la puerta.
- ¡Amor! Que sorpresa. ¿Cómo...?
- ¿...supe que estabas aquí? La verdad es que las seguí. -
María José hizo una mueca de disgusto. - no pude evitarlo. Me
preocupaba la idea de no saber si te encontrabas bien o no.
- No te preocupes cielo. Estaré bien - María José, viendo
que Maurice se subía al auto de nuevo, lo detuvo. - Espera.
¿Quieres quedarte a cenar?
- ¿Puedo? - María José asintió y le indicó que la siguiera.
Entraron al comedor. Maurice las observó. Arethusa, Julia, y
Lukas. Vaya, no lo había reconocido.
- Siéntate, Maurice. Tenemos que hablar contigo.
- ¿Qué sucede? - preguntó, obedeciendo la orden de
Arethusa.
- Necesitamos que nos prestes tu anillo de compromiso.
- ¿Para qué lo quieren?
- Necesitamos ver sí causa el mismo efecto que el de tu
esposa.
Maurice se lo quitó y se lo dio a Arethusa. Ella espero a que
hiciera alguna reacción, pero no obtuvo resultado favorecedor.
- María José, préstame también el tuyo.
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María José hizo lo que le pidió. Una vez que tuvo los dos anillos,
los juntó. Repentinamente, una luz casi los ciega. Arethusa vio
a través de la luz. Ahí estaba Milenna, tratando de llamar su
atención.
- Escúchenme bien. Un poderoso hechizo recae sobre
ustedes y he estado intentando romperlo, pero todos los
esfuerzos son inútiles. Necesito algo de ustedes para que
pueda funcionar.
- ¿Qué es?
- Que se mantengan todos unidos. Y que traten de
encontrar a los demás que se fueron.
- Pero ¿cómo sabremos quien falta?
- Las criaturas están en la aldea, igual que Antonio.
Necesitan encontrar a los demás que fueron a la aventura con
ustedes.
- Pero el único que sobrevivió fue Noah - alegó Arethusa.
- Los demás renacieron, igual que tu familia, Maurice. El
único que se quedó aquí fue Tomaz. Les he preparado una
guarida para que puedan regresar a la aldea. Lo único que
tienen que hacer por ahora es encontrar a los demás. En
cuanto estén juntos, vuelvan a juntar los anillos. Hasta
entonces.

25
La luz se apagó repentinamente. Los anillos se separaron y
rodaron cada uno con su respectivo dueño. Hubo unos minutos
WĄŐŝŶĂ ϵϰ ĚĞ ϯϵϵ

de silencio. Todos se quedaron consternados ante las palabras


de la bruja.
- ¿Y bien? - preguntó Maurice.
- Tendremos que buscar a los demás.
- Será muy difícil. Esta ciudad es muy grande.
- Bueno, nosotros nos hemos encontrado unos a otros muy
rápido - dijo María José.
- Además, te tenemos a ti - dijo Julia a Arethusa. - con tus
poderes será más fácil regresar.
- Esperemos que así sea. Mientras, necesitamos
descansar. Mañana será un día largo y lleno de búsquedas.
- Bien, entonces me retiro. Mañana tengo que trabajar.
Pero en la tarde puedo verlas.
- Me agrada la idea. María José será quien te comunique
todos nuestros movimientos.
- Entonces, si no hay nada más que decir, me voy.
- Te acompaño a la puerta. - dijo María José, levantándose.
Lo guió hasta la puerta. Maurice la veía por detrás. Seguía
teniendo buena figura, a pesar de que el embarazo comenzaba
a notársele. María José se detuvo en la puerta. La abrió y le
cedió el paso.
- Te ves preciosa hoy. - dijo Maurice, colocándose frente a
ella.
- Gracias. - María José se ruborizó.
- Creo que tenemos algo pendiente ¿recuerdas?
WĄŐŝŶĂ ϵϱ ĚĞ ϯϵϵ

- Si, recuerdo muy bien. Pero este no es el momento, amor.


- Lo sé, pero no nos vendría mal. - Maurice acaricio la
mejilla de María José una y otra vez - me fascinas ¿lo sabías?
- Lo supuse. - María José lo besó. - es hora de descansar.
- Te amo, no lo olvides.
Maurice le robó un beso antes de marcharse. María José
caminó tras él hasta su auto. Ahí se despidió una vez más de
él, pero ahora sólo con un gesto.



 
WĄŐŝŶĂ ϵϲ ĚĞ ϯϵϵ

'LOHPDHQWUH
HOVHUGHDK­
RVHUGHDOO¡
WĄŐŝŶĂ ϵϳ ĚĞ ϯϵϵ

1
Un par de meses pasaron. Maurice trabajaba normalmente
mediodía. Cuando terminaba su turno diario, iba a recoger a
María José. Las cosas entre ellos habían vuelto a la normalidad,
tanto, que María José había regresado a vivir con él. Todo
marchaba de maravilla. O al menos eso parecía. Eduardo
estaba a la expectativa del trabajo de Maurice. Había hecho un
acuerdo con el señor Rochefeller. Y las cosas no parecían
mejorar. A su vez, Regina estaba poniendo todo de su parte
para que Maurice se fijara en ella, pero él ni siquiera la volteaba
a ver. Cada vez que ella se acercaba a él, Maurice se ponía a
ver su celular, o se quedaba mirando la computadora, o se
ponía a ver papeles de la oficina, lo cual, la aturdía bastante.
De vez en cuando, María José iba a visitar a Maurice. Al
principio, se limitaba a quedarse en la puerta, pero después le
autorizaron que entrara. Así, cuando María José llegaba, los
policías de la entrada la dejaban pasar y ella iba directamente
hasta la oficina de Maurice. Si él estaba ocupado, ella se
quedaba afuera a esperarlo. Con el paso del tiempo, se hizo
amiga de Regina, a tal grado, que, cuando Maurice debía
quedarse más tiempo en la oficina, ambas se iban a comer a
algún restaurante. Por una parte, Maurice se alegraba de que
su esposa tuviera más amigas, pero seguía alerta, sobre todo,
de la actitud de Regina, que a veces era un tanto extraña.
Un día, María José llegó al edificio donde trabajaba Maurice. Al
llegar, María José se percató de que Regina tenía un
semblante bastante demacrado.
- Querida, ¿te encuentras bien? - le preguntó María José.
WĄŐŝŶĂ ϵϴ ĚĞ ϯϵϵ

- Me temo que no. Desde hace unos días me he sentido


mal. Hoy me hicieron unos análisis. Será cuestión de esperar
para ver que dicen los médicos. Tengo miedo de que vaya a
ser algo grave.
María José se limitó a hacerle una caricia en la espalda. Por
las cosas que había visto en el hospital, deseaba realmente
que no fuera a ser algo de lo que estaba pensando.
El embarazo de María José marchaba de maravilla. Su vientre
crecía y crecía. Maurice se dedicaba a cuidarla mientras
estaban en casa, dedicándose a ver cada uno de sus
movimientos y de sus comidas. Con esto, procuraba que ella
hiciera el menor esfuerzo posible. Donna, Violeta, Julia y
Arethusa los visitaban frecuentemente, llevando en cada visita
cosas nuevas para el bebé. Todo marchaba de maravilla. O al
menos eso creían.

2
Un día, Eduardo se encontraba merodeando en su despacho.
Caminaba de un lado a otro, recordando los acontecimientos
de los últimos meses. Justo cuando estaba a punto de sellar la
unión entre su familia y la del señor Rochefeller, aparece esa
chica a la que Maurice embarazó, seguramente en alguna de
sus noches de ronda. Y su plan estaba a punto de venirse abajo,
de no ser porque el señor Rochefeller le había dado una
segunda oportunidad. Tenía que lograr que Maurice dejara a
aquella mujer. Pero ¿cómo? Estaba embobado con ella.
Además, con la llegada de ese niño, ahora todo giraba en torno
a él. Diario, Donna iba y venía del centro comercial con ropa de
WĄŐŝŶĂ ϵϵ ĚĞ ϯϵϵ

bebé, mientras que Violeta buscaba nombres tanto de niña


como de niño. Además, Maurice siempre andaba con ella. En
cuanto salía del trabajo, iba por ella. O, si ella terminaba antes
que él, lo iba a buscar al trabajo.
Una llamada entró al celular de Eduardo. Él saltó de susto,
pues estaba tan absorto en sus pensamientos, que lo tomó por
sorpresa.
- ¿Sí? - contestó
- Espero que ya estés apresurándote con los planes - dijo
el señor Rochefeller del otro lado de la línea
- Estoy intentando...- titubeó Eduardo
- ¡Pues apresúrate! - gritó el señor, algo molesto
- Es que Maurice no pone de su parte...
- Tendrás que hacer algo al respecto...
- Pero ¿por qué la prisa?
- ¡Mi nieta se está muriendo! - gritó el señor, pero ahora en
su voz se notaba cierto grado de desesperación.
Y entonces Eduardo no supo que responder. El trato que tenía
con el señor Rochefeller era que Maurice iba a casarse con
Regina a cambio de que él le diera trabajo. Esto lo hizo,
pensando en que lo que había entre Maurice y María José se
pasaría rápido. Pero ahora, parecía incluso imposible poderlos
separar. Sin embargo, tenía que hacer algo si no quería que el
señor Rochefeller se encolerizara e hiciera algo en su contra.
- Pero se ve muy sana...- replicó Eduardo
WĄŐŝŶĂ ϭϬϬ ĚĞ ϯϵϵ

- Le detectaron una enfermedad crónico-degenerativa.


Llegará un punto en el que...- su voz se quebró y no pudo
seguir hablando.
- Tendremos que hablar con Maurice y forzarlo. Tiene que
haber alguna forma.
- Eso es...
El señor Rochefeller colgó. Su idea era brillante. Llamó a
Maurice para decirle que debía ir a la oficina de inmediato. Él,
después de la llamada quedó extrañado. Se encontraba
sentado junto a María José en la sala de su departamento.
Esperaban a Violeta y a Donna para ir a comer. Era sábado.
No debía ir a la oficina en fines de semana. Había algo raro en
su llamada. María José, que estaba a su lado, le tomó su mano.
- ¿Pasa algo? - le preguntó
- Tengo que ir a la oficina. - respondió Maurice, jugando
con su celular. - me acaba de llamar el jefe para pedirme que
vaya. No sé para qué.
- ¿En sábado? - Maurice asintió, sin despegar la mirada del
celular. - debe ser un asunto muy importante para pedirte que
vayas. Date prisa, no querrás que te esperen mucho tiempo -
dijo María José, poniéndose de pie.
- Pero, amor, ya había quedado de ir con ustedes.
- Ya será en otra ocasión. No te preocupes por eso. Habrá
más días. - dijo María José con una sonrisa en el rostro,
mientras lo esperaba en la puerta.
A Maurice no le quedó más remedio que irse. Le tomó la
palabra a María José. Se levantó del sillón. Fue por un suéter
WĄŐŝŶĂ ϭϬϭ ĚĞ ϯϵϵ

y por las llaves de su auto. Antes de salir, se despidió de María


José con un beso en los labios.

3
Maurice manejó a toda prisa. Quería acabar lo más pronto
posible con aquella situación para poder regresar con su María
José. Temía que esa llamada pudiera desencadenar algo malo
para ambos.
En cuanto llegó al edificio, estacionó el auto y fue directo a la
oficina del señor Rochefeller. Él ya se encontraba ahí. Se
paseaba de un lugar a otro, jugando con sus manos. Maurice
entró.
- ¿Quería verme?
- Así es. Siéntate por favor. - Maurice obedeció. - Necesito
pedirte un gran favor.
- ¿De qué se trata?
- Como sabrás, mi nieta, Regina, ha estado algo delicada
de salud los últimos días. En los análisis que le hicieron
recientemente le detectaron una extraña enfermedad crónico-
degenerativa. A mi nieta le quedan pocos meses de vida. - el
señor miró hacia la ventana con el fin de que Maurice no se
percatara de sus lágrimas.
Maurice vaciló en responder. De cualquier modo, esa situación
era un tanto difícil, pero no lograba comprender del todo que
tenía que ver todo eso con él.
- Lo lamento mucho, señor.
WĄŐŝŶĂ ϭϬϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Mi nieta desea más que nada en este mundo casarse.


Pero no sabemos si logrará hacerlo. Por eso te llamé - Maurice
lo miró a los ojos, confundido.
- No entiendo...
- Quiero que te cases con mi nieta...
A Maurice se le heló la piel. Esa propuesta era inconcebible.
No podía dejar a María José y menos en el estado en el que se
encontraba. Y menos por una propuesta semejante. Además,
a la otra joven no la conocía. Apenas había cruzado unas
cuántas palabras con ella, y eran cosas sólo de la oficina.
- Señor, no puedo aceptarlo. Verá...estoy casado. Y mi
esposa está encinta. No puedo dejarla así.
- Si, me he percatado de que esta mujer a la que llamas tu
esposa viene a verte con frecuencia. Sin embargo, quisiera
recordarte que en tu contrato firmaste que te acatarías a mis
cláusulas y mis reglas. Además, lo de mi nieta no durará mucho.
Podría darse el caso de que incluso no llegue a haber boda.
Pero si quisiera verla con la ilusión. Al menos antes de que...-
la voz del señor se quebró antes de que pudiera terminar la
frase.
- Pero ¿y si resiste hasta el día de la "boda"? ¿Qué se
supone que haga?
- Eso lo solucionaremos después, en el caso de que
suceda. Entonces ¿lo harás?
Maurice se quedó pensando un buen rato. ¿Cómo se lo diría a
María José? Sin duda, sería una noticia de gran impacto para
ella. Además, a él no le gustaba fingir que sentía algo hacia
WĄŐŝŶĂ ϭϬϯ ĚĞ ϯϵϵ

alguien cuando realmente no lo sentía. Sería terrible que


Regina descubriese algún día que en realidad nunca la amó.
- ¿Podría pensarlo y responderle el lunes?
- Claro. Pero no demores mucho. Tenemos el tiempo
contado.
Maurice se despidió del señor y se fue de regreso al
apartamento.

4
María José, en cuanto Maurice se fue, se dedicó a esperar a
Donna y a Violeta. Tenía un mal presentimiento de esa reunión
urgente. Maurice nunca había tenido la necesidad de ir a la
oficina en fin de semana. Nunca. Ni siquiera cuando tenía
mucho trabajo pendiente. Había algo que no le gustaba de
aquella situación. Y más, porque Maurice le había comentado
que debía atenerse a las reglas de su jefe. Era un tanto extraño
que le pidiera que acudiera en sábado a la oficina siendo que
justamente el día anterior le habían entregado los resultados
de sus análisis a Regina. María José se había percatado de
que Regina miraba de una forma muy sospechosa a Maurice.
Había algo muy raro ahí.
Estaba nerviosa. Sabía que debía tranquilizarse. Más ahora,
por el bebé y con las amenazas que tuvo las primeras semanas.
Pero no podía evitarlo. Todo lo que tenía que ver con Maurice
la ponía muy nerviosa. El hecho de que él fuera un hombre muy
sistemático, hacía que cualquier cambio de rutina, la tuviera en
pánico. No quería pasar por otra amenaza sola. Lo único que
la consolaba era que tenía a su disposición al doctor Jiménez,
WĄŐŝŶĂ ϭϬϰ ĚĞ ϯϵϵ

el cual le había dicho un centenar de veces que ante cualquier


anomalía no dudara en llamarlo.
Alguien llamó a la puerta. Debían ser Donna y Violeta. Miró su
reloj. Habían llegado quince minutos después de la hora
acordado. La impuntualidad siempre fue una característica
propia de ellas. Se dispuso a abrirles pero de pronto, un dolor
en el vientre comenzó a atormentarla. "No otra vez" pensó,
mientras se sujetaba el vientre. Gritó de dolor ante la presencia
de un espasmo.
- María José, hija, ¿estás bien? - preguntó Donna al otro
lado de la puerta.
Con mucho esfuerzo, logró abrir la puerta. Donna, al verla
sujetando su vientre y con un gesto de dolor postrado en su
rostro, le sostuvo la mano.
- Por favor, llamen a mi médico. Estoy teniendo otra
amenaza.
- Claro - dijo Donna - Violeta, tú llámalo, yo llevaré a María
José a su cuarto para que pueda recostarse. - le indicó Donna
a su hija.
Ella tomó el celular de María José y le llamó al doctor Jiménez.
Él, al ver que en la pantalla indicaba que era de María José de
quien procedía la llamada, contestó de inmediato.
- María José, ¿todo bien?
- No soy María José, doctor, soy su cuñada. Mire, María
José comenzó a sentirse mal y me pidió que le llamara. Dijo
algo de que tenía una amenaza.
WĄŐŝŶĂ ϭϬϱ ĚĞ ϯϵϵ

El doctor frotó sus sienes. "Voy en camino" replicó a Violeta.


Ella le envió la ubicación al doctor para que supiera llegar. Al
poco rato, le llamó a Arethusa y a Julia para que también
estuvieran ahí. A los pocos minutos llegó el doctor. Lucía
preocupado. Violeta lo llevó directamente al cuarto donde
estaba María José con Donna. El doctor examinó a María José
y le preguntó por sus síntomas. Ella le especificó cada uno de
ellos. El doctor le dio un medicamento para que se le pudiera
calmar el dolor.
- Afortunadamente, no pasó a mayores. Sólo fue una alerta.
Pero sabes que debes tener muchos cuidados para que no
haya otro riesgo u otra amenaza. ¿Entendido?
María José asintió. Julia y Arethusa llegaron en ese momento.
Entre ellas y Donna le preguntaron algunas de sus dudas al
doctor.

5
Maurice manejó de regreso a su apartamento. En el trayecto,
se dedicó a pensar en cómo solucionaría este problema. No
podía perder su trabajo. Si lo hacía, ¿cómo pagaría el hospital
y las futuras deudas que surgiesen con el nacimiento de su hijo?
Con el sueldo de María José no les alcanzaría en lo más
mínimo. Pero tampoco podía dejar al amor de su vida por otra
persona que apenas conocía. A María José la conocía desde
que eran unos bebés. Habían estado juntos desde siempre y
habían pasado por todos los buenos momentos y también por
los difíciles. Se sentía atado a ella, más allá de cualquier
WĄŐŝŶĂ ϭϬϲ ĚĞ ϯϵϵ

circunstancia. Con Regina, lo único que lo ataba era el trabajo.


Todo parecía ser tan complicado...
En cuanto llegó al apartamento, esperaba no encontrarlas ahí,
pero, para su sorpresa, estaba estacionado el auto de Donna
en uno de los lugares de visitas, además, había otro auto mal
estacionado al lado suyo que no conocía. Sintió una
corazonada de que había pasado algo malo. Se bajó del auto
y corrió al departamento. Al entrar, estaba Violeta sentada en
la sala. Por su gesto, se dio cuenta de que no era un buen
momento.
- ¿Qué sucede? - preguntó Maurice.
- Está el doctor aquí. María José tuvo una amenaza de
aborto.
Maurice sintió como el corazón se le paralizó. "Ahora no, por
favor", pensó. Se dirigió a su habitación. Para su sorpresa,
estaban Julia, Arethusa, Donna y el doctor en la misma
habitación. María José estaba recostada en la cama. Estaba
asustada. Pero su gesto se aligeró en cuanto vio entrar a
Maurice.
- Por fin llegas... - dijo Donna - la vida del niño corre peligro.
- ¿Y tú cómo estás? - le preguntó Maurice a María José,
acercándose a la cama
- Más tranquila, cielo. - dijo ella, sujetando la mano de
Maurice.
- ¿Qué fue lo que pasó? - le preguntó Maurice a María José,
haciendo caricias en su rostro
WĄŐŝŶĂ ϭϬϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Estaba esperando a tu madre y a tu hermana. Cuando me


levanté a abrirles, empecé a sentir dolor. Y fue cuando llamaron
al doctor.
- Es importante que no te esfuerces demasiado. Por el
estado en el que te encuentras y por las amenazas que has
tenido, tu embarazo es de alto riesgo. Por ello, te voy a pedir
que tengas reposo absoluto.
- Pero ¿y mi trabajo? - preguntó María José
- No te preocupes por ello. Tendrás tu incapacidad desde
ahora. Ah, y otra cosa. Nada de emociones fuertes, por ahora.
Recuerda que todo lo que sientas tú, le afecta al bebé. Así que,
trata de estar tranquila y serena, que no tienes nada de que
preocuparte.
Maurice sintió remordimiento. No podía aceptar el trato del
señor Rochefeller. Por el bien de su esposa y de su hijo. El
doctor se fue. Los demás se quedaron con María José en la
habitación. Maurice se sentó en el borde de la cama y sujetó la
mano de su esposa. No podía esconder su gesto de
preocupación, por más que lo intentara. A María José no le
vendría bien verlo así.
- Bien, prepararemos algo de comer. Tenemos que nutrir
bien a ese pequeño, para que crezca grande y fuerte. - dijo
Donna.
- No tardaremos. - dijo Julia. Le dio un beso en la frente a
su hija.
Salieron de la habitación, dejando a Maurice a solas con María
José. Él se recostó junto a María José. Ella se dedicó a seguirlo
con la mirada. Estaba preocupado. No sabía a ciencia cierta si
WĄŐŝŶĂ ϭϬϴ ĚĞ ϯϵϵ

esa preocupación era por la noticia que acababa de recibir o si


había algo más que lo tenía así. Lo cierto es que no le gustaba
verlo así.
Maurice le hizo una serie de caricias en el rostro. Ya había
olvidado que bien se sentía hacer eso. Como si en ese gesto,
tratara de grabar en la memoria del corazón la mirada de
dulzura del ser amado. Pero lo que no olvidaba era que en la
memoria del corazón ya estaba grabado con tinta indeleble
cada detalle de esa mujer. ¿Cómo podría lidiar con aquella
situación que se le venía encima?
- Amor, con todo esto, no me has contado, ¿para qué te
quería tu jefe hace rato?
Maurice calló. No podría decirle a María José la propuesta que
le había hecho el señor Rochefeller. Menos en ese momento.
Miró a María José. Esperaba una respuesta. La que fuera.
- Oh, para nada. Simplemente, quería desahogarse de
unas cuantas cosas que tenía y que no podía guardarse más -
dijo Maurice. Había sido parte de lo sucedido, pero faltaba la
parte importante...
María José lo miró a los ojos. Él le sostuvo la mirada por un
rato, pero después la desvió. Faltaba que le dijera más cosas.
Lo conocía lo suficiente como para saber que había algo más
en esa situación. Pero si no se lo había dicho, era por una razón
importante.
- ¿Ah si? ¿Me puedes contar?
- Oh, amor. Son cosas sin importancia...
- Si lo son, puedes contarlas sin problema alguno.
WĄŐŝŶĂ ϭϬϵ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice la miró. Seguía esperando. De pronto, se sintió


rendido. Sabía que no podía ocultarle nada. Se conocían lo
suficiente como para que hubiese algo oculto entre ellos.
- Nada, es sólo que Regina está enferma y eso le preocupa.
- ¿De verdad? - preguntó María José, incorporándose.
Maurice asintió. - ¿Es grave?
- Parece ser que sí. Sólo dijo que es una enfermedad que
no tiene cura.
- Con razón tenía tan mal semblante...Tendré que hablar
con ella para ver si no necesita algo. Debe sentirse muy mal. -
dijo, recostándose sobre el vientre de Maurice.
Maurice no respondió. No quería que supiera lo de la propuesta.
Simplemente, acarició una y otra vez la espalda de María José.
Lo que lo tranquilizó fue que ella no preguntase nada más.
María José sabía que Maurice ocultaba algo más, pero no
quiso forzarlo a que se lo dijera. Debía ser algo serio para que
no se lo dijera.
Donna entró a la habitación y les comentó que ya estaba lista
la cena. Maurice le ayudó a María José a levantarse. Juntos
fueron al comedor y se reunieron con los demás.

6
Las invitadas se quedaron unas cuántas horas, hasta que
oscureció. En cuánto se marcharon, María José indicó que ya
quería dormirse. Maurice la acompañó hasta la recámara.
Ahora, ella caminaba más lento. Y Maurice entendía porque.
Ahora tenía que cargar con un vientre que le impedía moverse
WĄŐŝŶĂ ϭϭϬ ĚĞ ϯϵϵ

con la agilidad que a ella le gustaría. Pero eso no era un


inconveniente mayor. Parecía que estaba feliz. Y eso, a él
también lo hacía feliz.
En la recámara, María José se puso la pijama y se acostó. Al
ver que Maurice se quedaba en la puerta, observando todos
los movimientos que hacía, le hizo un gesto para que fuera a
acostarse con ella. Él le sonrió y se acercó a ella. Se sentó en
el borde de la cama, del lado en el que estaba acostada María
José.
- Vamos, acuéstate conmigo. - le dijo María José, jalándolo
hacia ella.
- Tengo que acabar con unos pendientes. Pero duérmete
tú y ahorita te alcanzo.
- Me hubieras dicho antes, cariño. - dijo María José,
incorporándose - así podía hacerte compañía.
- No te preocupes, cielo. Sólo haré un par de llamadas.
- ¿Estás seguro? ¿No quieres que vaya contigo?
- Descuida. No tardaré mucho.
Maurice le besó la frente. Ella sonrió y lo vio salir de la
habitación. En cuanto vio que cerró la puerta, se levantó y salió
de la habitación para escuchar la conversación.
Maurice le marcó al señor Rochefeller. Él contestó al instante.
- ¿Y bien? ¿Qué has pensado?
- No puedo aceptar la propuesta, señor. Mi familia está
antes que cualquier cosa.
WĄŐŝŶĂ ϭϭϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Bien, entonces sabrás cuál es la consecuencia de esa


decisión.
- Lo sé. Soy consciente de ello. Por lo mismo, el lunes
pasaré a firmar mi renuncia.
- ¿Estás seguro de ello? Se vienen muchos gastos para ti.
¿Ya tienes otro empleo en mano?
- Aún no. Apenas buscaré un nuevo empleo.
- Hagamos algo. No tienes porque renunciar ahora.
Mientras encuentras otro trabajo, puedes seguir trabajando en
la empresa. Esto es para que no te abandones tan pronto al
desempleo.
Maurice agradeció el gesto. Aunque presentía que no dejaría
el asunto de Regina en paz. En cuanto colgó, vio a María José
frente a él, a unos cuantos metros de distancia, con los brazos
cruzados. Esperaba una respuesta. Maurice tragó saliva. Sabía
que era el momento de contarle todo.
- Amor, debías estar recostada...
- ¿De qué propuesta hablabas y por qué ibas a renunciar?
- Oh, no es nada, cielo. Es un malentendido.
María José se dio cuenta rápidamente de que Maurice le había
mentido e hizo una mueca de disgusto.
- ¿Por qué me mientes? Nunca lo habías hecho antes...
Maurice frotó sus sienes. No debía darle más vueltas. María
José comenzaba a molestarse y eso no era bueno para ella ni
para el bebé.
WĄŐŝŶĂ ϭϭϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Está bien, amor. Te lo diré. Pero antes, quiero que te


tranquilices. No quiero que pase algún otro incidente como el
que pasó hace rato. Vamos a la recámara para que puedas
estar recostada mientras te cuento.
Maurice la condujo a la recámara de nuevo. María José
caminaba, aún con los brazos cruzados. ¿Qué estaba pasando?
Maurice nuevamente se comportaba extraño. Y eso no le
agradaba. Desde el principio de su noviazgo, cuando aún eran
unos niños, habían prometido nunca mentirse ni ocultarse nada.
Y ese día, Maurice había roto esas dos condiciones.
Al estar en la habitación, Maurice hizo que María José se
recostara de nuevo. Él se sentó en el borde de la cama y
comenzó a jugar con la mano de María José. Ella lo miraba
inquisitivamente, esperando la explicación pertinente. Maurice
la miró. Tomó aire y comenzó:
- Verás, el señor Rochefeller, mi jefe, me mandó llamar
para decirme lo de Regina. Pero, me pidió algo particular. - hizo
una pausa. No sabía cómo continuar su relato. Bajó la mirada
e hizo caricias en las manos de María José. Ella le alzó el rostro
- ¿Qué te pidió?
- Quería que me casara con Regina.
María José sintió como si una daga le hubiera partido el
corazón a la mitad. Esa propuesta era absurda. ¿Cómo podía
ser que le pidieran a su esposo que se casara con otra mujer?
Era una locura realmente.
- ¿Y es eso lo que acabas de rechazar? - Maurice asintió,
sin levantar la mirada. - Ay mi amor. Me lo hubieras dicho desde
el principio. Entre los dos hubiéramos podido encontrar una
WĄŐŝŶĂ ϭϭϯ ĚĞ ϯϵϵ

solución. No había necesidad de que mintieras o de que lo


ocultaras. Desde el día en que me pediste que fuera tu esposa,
aceptamos que seríamos ahora uno solo. ¿O acaso lo olvidaste?
- Por supuesto que no, cielo. Pero tenía miedo de que fuera
a resultar peor. No quería que volvieras a tener una crisis y que
nuestro pequeño fuese a sufrir las consecuencias. Esto era por
tu bien y por el de nuestro pequeño.
- ¿Sabes? Esto que pasó con la amenaza, fue porque tenía
miedo de que te fuesen a exigir algo que no pudieses cumplir.
- Y tu presentimiento se convirtió en verdad. Pero
escúchame bien: jamás te cambiaría por otra mujer. Jamás.
Soy todo tuyo.
- Pero ¿qué harás con el trabajo?
- Tendré que conseguir otro. Mientras tanto, podré seguir
trabajando ahí.
- Pero ¿eso no será un riesgo de que te quieran obligar a
algo que no quieras?
- Eso supongo, pero no tengo otra opción. No quiero que ni
a ti, ni a mi hijo les falte nada. Bien, mi amor. Es hora de
descansar.
Maurice se desvistió frente a María José y se colocó la pijama.
Después se recostó junto a ella, le dio un beso y se durmieron.

7
María José tardó en conciliar el sueño. Lo que le contó Maurice
la dejó preocupada. Su teoría de que alguien quería separarlos
WĄŐŝŶĂ ϭϭϰ ĚĞ ϯϵϵ

estaba cobrando más fuerza. Fuera quien fuera, estaba


tentando muy fuerte a Maurice. Quizá lo estaba haciendo en su
punto más débil. Tenía miedo de que fuese a sucumbir ante la
menor provocación. No dudaba de lo que sentía hacia ella.
Dudaba de que ocuparan ese amor para separarlos. El ingenio
de la mente de aquella persona que quería separarlos era muy
grande. Maurice se movió en unas cuantas ocasiones, pero
nunca soltó la mano de María José. Se aferraba a ella. Poco
después, puso su cabeza sobre el pecho de María José y su
brazo sobre el vientre. Susurraba unas cuantas cosas
ininteligibles. Comenzaba a inquietarse. Ella le hizo una serie
de caricias en el pelo para tranquilizarlo. Él seguía susurrando,
pero ahora podía entenderle. Repetía varias veces "te amo" y
"nunca te dejaré sola". Ella le susurró lo mismo. Maurice volvió
a moverse y se acomodó en la cama.
Poco después, se despertó. Y ahí la vio, también despierta.
- Amor, ¿estás bien?
- Si, mi amor. No podía dormir. Eso es todo.
- ¿Segura? - María José asintió - bien. Entonces me
quedaré despierto contigo hasta que puedas dormir.
Ella sonrió. Se quedaron platicando un rato. Después de unas
horas, ambos se quedaron dormidos.

8
El lunes, Maurice se presentó a trabajar. Al llegar, pudo ver a
Regina con un semblante espantoso. Se veía sumamente
demacrada. Por un momento, sintió lástima por ella. Hubiese
WĄŐŝŶĂ ϭϭϱ ĚĞ ϯϵϵ

deseado poder hacer algo por ella. Pero no podía casarse con
ella sólo por lástima. Le parecía una idea bastante cruel. Ella lo
saludó cortésmente, como solía hacerlo. No se imaginaba que
lo peor estaba por sucederle.
El día transcurrió con calma. Hasta que el señor Rochefeller
fue a visitarlo a su oficina. Traía los ojos hinchados. Parecía
que llevaba varios días llorando. Aunque en ellos se podía
notar cierto grado de furia y determinación.
- Señor, buenas tardes. - dijo Maurice, levantándose de su
asiento. - Por favor, tome asiento.
- Verás, hijo, no quería hacer las cosas de esta manera. Te
lo pedí por las buenas, pero no entendiste.
Maurice lo miró con extrañeza. No entendía de que estaba
hablando. Pero de pronto, un mal presentimiento llegó a su
mente: María José estaba en peligro. Y tenía razón. Su celular
timbró. Era una videollamada. En la pantalla, se vislumbraba
un nombre, que, quizá no hubiese querido ver: el de su amada
esposa. Se apresuró a contestar. En el vídeo, se veía a un
grupo de hombres sujetando con fuerza a su esposa,
poniéndole una daga en el vientre. Maurice bufó de terror.
- Dejaremos a tu "esposa" libre, sin daño alguno, si dices lo
que tienes que decir - dijo el señor Rochefeller. - Anda, dilo. Di
que te casarás con mi nieta. Si no, ya sabes que sucederá.
El hombre que tenía el cuchillo en el vientre de María José hizo
un ademán de que incrustaría el cuchillo en caso de una
respuesta negativa. Al ver esto, trató de gritar que no lo hiciera,
pero no le salían las palabras. Maurice vio el rostro de María
José a través del celular. Parecía asustada. Tenía que acabar
WĄŐŝŶĂ ϭϭϲ ĚĞ ϯϵϵ

con ello. Aunque no deseaba dejarla en ese estado, por ahora,


lo mejor para ella, era hacer lo que el señor le pedía hacer.
Pero antes tenía que asegurarse que no le sucedería nada a
María José ni al niño.
- Le diré lo que quiere, sí esos hombres sueltan a mi amada.
El señor les hizo una señal a los hombres a través del celular
para que la soltaran. Ellos dejaron a María José en el sillón de
la sala, pero no le quitaban la mirada de encima. Maurice tomó
una bocanada de aire.
- Está bien. Lo haré.
- Bien hecho, muchacho. Sabía que serías inteligente y que
tomarías una buena decisión.
- Lo hago sólo porque mi esposa, mi verdadera esposa y el
amor de mi vida, corre peligro, porque si no, jamás haría algo
así. Ahora, quiero que le diga a esos hombres que salgan de
mi departamento y que la dejen tranquila - dijo Maurice, en un
arrebato de rabia.
El señor hizo una seña. Los hombres dejaron el celular de
María José en el sillón, junto a ella. Maurice pudo ver su gesto
de terror.
- Bien, entonces organizaré todo para que hagas la pedida
correspondiente y para que empecemos con los trámites
pertinentes.
El señor salió de la oficina de Maurice. Él se apresuró a tomar
su celular. Al ver que la videollamada con María José había
terminado, volvió a llamarle por medio de una llamada de voz.
María José le contestó de inmediato
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- ¿Amor? - le dijo ella. Maurice la conocía. Ella estaba


llorando. Se escuchaba asustada.
- Mi vida, ¿estás bien? ¿Te hicieron algo?
- Tengo miedo, mi amor. Mucho miedo.
- Tranquila, corazón. Si sigues así, tendrás otra amenaza.
Iré a verte en seguida. No desesperes. Estoy contigo en un rato.
Maurice colgó y salió de la oficina corriendo. Bajó al
estacionamiento. Manejó tan rápido cómo le fue posible para
llegar cuanto antes al departamento.

9
María José se encontraba leyendo un libro. Ya estaba a punto
de terminarlo. El tiempo le parecía eterno sin que estuviera
Maurice con ella. Puso el separador en la hoja que
correspondía. Se levantó del sillón y se dedicó a ver las
fotografías que Maurice había mandado a imprimir. Se veían
tan felices en ellas. Si no hubiese sido por la amenaza, todo
habría seguido de maravilla con su embarazo. María José se
dedicó a hacer caricias en su vientre y le habló al bebé,
diciéndole de todo lo bueno que vendría para ellos.
Sin embargo, ella calló, cuando escuchó unos pasos subiendo
por las escaleras. Por lo que alcanzaba a escuchar, eran varias
personas. Las pisadas sonaban bastante fuertes, como si se
tratara de alguien rudo. De pronto, tocaron la puerta de su
departamento. Ella se asustó. No acostumbraba a recibir
visitas a esas horas. Todos sus conocidos se encontraban
trabajando y, cuando salían temprano y querían pasar a verla,
WĄŐŝŶĂ ϭϭϴ ĚĞ ϯϵϵ

le avisaban. Realmente, no esperaba a nadie. Se apresuró a ir


por su celular para avisarle a Maurice. Pero, en cuanto estaba
por mandar el mensaje de texto, escuchó como tiraron la puerta
de una patada. Ella se asustó, creyendo que eran asaltantes,
sin imaginarse que era otro tipo de personas mucho peores.
María José trató de esconderse en su recámara. Escuchó las
pisadas de los hombres por todo el apartamento. Hablaban
entre sí. Decían que el jefe los había llamado para buscar a
una mujer.
- Ojalá que esté buena, para poder pasar un muy buen rato
con ella - dijo uno de ellos.
- No seas idiota. Nuestra misión es meterle miedo al novio
de la mujer que estamos buscando. Además, dicen que la
mujer está embarazada. - le respondió otro.
María José sintió como se le erizaba la piel. Tenía que avisarle
a Maurice cuanto antes. Borró el mensaje que había escrito y
escribió otro. Pero, en cuanto estuvo a punto de mandarlo, vio
a un hombre frente a ella. Era alto, moreno. Sonreía
maliciosamente, como si quisiera devorarla con la mirada. Ella
conocía esa mirada. Era parecida a la de Tomasz.
- Chicos, la encontré. - les gritó a los demás.
Los demás hombres llegaron corriendo a la habitación. María
José sentía como el corazón le latía sin parar. "Maurice,
¿dónde estás cuando te necesito?"
- Vaya, sí que es una mujer preciosa. Lástima que esté
embarazada. Si no, una divertida que nos daríamos ahora.
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- No seas imbécil. Tenemos algo que hacer. No podemos


fallarle al jefe.
Entre varios hombres, llevaron a María José a la sala. La tenían
sujeta de los brazos y del pecho, por lo que le era imposible
forcejear. Uno de ellos, el líder, tenía el celular de María José
en la mano y estaba husmeando en él. De pronto, el hombre
encontró lo que buscaba: el número de Maurice.
- Carl, trae lo que corresponde.
- Ya lo llevo, jefe. - dijo el hombre con un cuchillo en la
mano.
- ¿Qué me van a hacer? - preguntó María José, asustada
- Nada, si tu marido coopera con nuestro jefe. - dijo el líder,
marcando a Maurice por videollamada.
El hombre que sujetaba a María José de las manos cambió de
postura y puso su brazo alrededor del cuello de María José,
como queriendo estrangularla. María José estaba muy
asustada. El hombre llamado Carl puso el cuchillo al ras de su
vientre. "¡Mi hijo!", pensó María José, aún más aterrada. Vio a
Maurice a través del celular. Y de pronto, sabía de qué se
trataba el asunto. Lo querían obligar a que se casara con
Regina. Y escogieron la peor manera de hacerlo. Escuchó toda
la conversación entre su esposo y el señor Rochefeller. Por un
momento, pensó en decirle que no aceptara. Pero tenía miedo
por su hijo. Ella no importaba, el que de verdad importaba era
ese pequeño que llevaba en sus entrañas. Maurice lucía
desesperado. Quería decirle que no tuviera miedo, que todo
estaba bien. Pero no podía hablar del terror. Y efectivamente,
su temor de que Maurice cometiera alguna tontería se había
WĄŐŝŶĂ ϭϮϬ ĚĞ ϯϵϵ

hecho realidad, al ver que Maurice aceptaba el trato con tal de


que ella y su hijo estuvieran a salvo.
Los hombres que la tenían sometida la aventaron al sillón, en
cuanto el señor Rochefeller dio la orden. De pronto, sintió un
poco de alivio. El líder le aventó el celular a un lado en cuanto
Maurice pidió que la dejaran. Los hombres se fueron del
departamento, no sin antes decirle cosas obscenas a María
José. Ella no los escuchó, así como tampoco quería seguir
escuchando lo que decía Maurice. Acababa de echar todos sus
planes a la basura, por el simple hecho de protegerlos. Sus
ojos comenzaron a empañarse de lágrimas. ¿Qué haría ahora?
No podían regresar a la aldea sin Maurice. Y él ahora tendría
que esperar a que pasara lo peor con Regina para poder estar
con María José como marido y mujer.
Su celular timbró. Vio en la pantalla. Maurice. Por una parte, se
alegraba de que pudiera hablar con él. Su voz la tranquilizaría,
aunque fuese por unos instantes. Mientras estaban hablando,
trató de que su voz estuviera firme, aunque no lo logró muy
bien. Deseaba tanto verlo. Poder estar en sus brazos y que le
prometiera que todo estaría bien. La tranquilizó el hecho de que
Maurice fuera a verla. Pero seguía preocupándole qué haría
ahora...

10
Maurice llegó al edificio donde se encontraba su apartamento.
Subió los escalones tan rápido como pudo. En cuánto estuvo
frente a su departamento, vio la puerta tirada. "Cobardes"
pensó, refunfuñando. Entró y vio a María José paseándose de
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un lado a otro en la sala. Al verlo, fue rápidamente hacia él, con


lágrimas en los ojos. Él la abrazó con fuerza. Debía sentirse
fatal en esos momentos.
- Mi amor, mi luz...- le dijo Maurice, mientras la apretaba
fuertemente contra sí - lo lamento. Lamento de verdad que
hayas tenido que pasar por esto. No era mi intención. Si
hubiera sabido que te harían esto, lo hubiera evitado a toda
costa. - la separó un poco de sí y le secó sus lágrimas.
- No tenías que aceptar. ¿Qué será de nosotros ahora?
- No te preocupes, mi cielo. No durará mucho. No podría
permitirlo. Además, no te dejaré sola en esto. Voy a estar
siempre al pendiente tuyo y del bebé. No les faltará nada.
- Pero nos faltarás tú. Quiero estar contigo y que nuestro
hijo esté con su padre.
- Te prometo que no va a durar mucho esta situación. Por
ahora, lo más oportuno es que regreses a vivir con tu madre.
Aquí ya no es un lugar seguro para ustedes. No quiero que
pase algo como lo que acaba de pasar. Me ocuparé de irlos a
visitar seguido para que no me extrañes.
- ¿Si podrás hacerlo?
- Por supuesto que si, mi amor. No podría estar mucho
tiempo separado de ti, ni de nuestro pequeño. Los estaré
cuidando siempre.
- ¿Me lo prometes? - le preguntó María José sujetando
fuertemente las manos de su amado. Él asintió. Poco después
besó su frente.
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- Haré tu maleta para que pueda llevarte a casa de tu


madre.
Maurice fue a la habitación. En una valija, puso toda la ropa de
María José. Ella lo miraba desde el umbral de la puerta. Se veía
desesperado y confundido. No quería hacer eso, pero parecía
que no tenía otra alternativa. Se debatía entre tener a su
esposa un tanto lejos y que estuviera bien, o el tenerla cerca y
que probablemente le hicieran algo malo.
En cuanto terminó, la condujo al coche. Metió la valija en la
cajuela. En cuanto terminó de ayudar a María José a que
subiera al auto, se subió él también. Una vez dentro, apagó su
celular. No quería que nadie supiera donde dejaría a María
José.
El ambiente del trayecto a casa de Julia estaba tenso. Maurice
no dijo ni una sola palabra. Estaba sumamente nervioso.
Jamás se hubiera imaginado que tan pronto tuvieran que pasar
por una situación en la que corrieran peligro. ¡Si tan sólo
hubieran muerto todos de una buena vez en la aventura de las
sirenas!
Al llegar a casa de Julia, vieron que ella iba llegando también.
³-XVWRDWLHPSR´SHQVy0DXULFH6HEDMDURQGHODXWR$OYHUORV,
Julia hizo un gesto de sorpresa. ¿Ellos ahí? ¿No se suponía
que María José no debía salir de casa?
- ¡Qué gusto verte hija! ¿Está todo en orden? - exclamó
Julia, abriendo los brazos para abrazar a María José. Ella no
desaprovechó la oportunidad y se echó a llorar en sus brazos -
¿qué sucede? ¿Por qué estás así? ¿Pasó algo? - preguntó,
separándola un poco de sí.
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- ¿Podemos hablar adentro? - preguntó Maurice, sacando


la valija del auto.
Julia asintió. No sabía que estaba pasando. Pero el aspecto
que llevaba María José no era muy bueno. Una vez adentro,
se sentaron en la sala. Maurice le explicó a Julia lo que había
sucedido con detalles. Ella lo escuchaba, horrorizada, sin
poder creer lo que oía. Incluso creía que se trataba de una
mentira. Constantemente, miraba a María José. Estaba pálida.
El susto le había caído mal.
- Y queríamos saber, si María José se podría quedar
contigo estos meses, mientras se soluciona todo el conflicto.
Después, veremos que se puede hacer.
- Por supuesto que sí. No hace falta preguntar. Conmigo,
mi hija y mi nieto estarán a salvo. No tienes por qué
preocuparte.
- Gracias, de verdad. Procuraré que no les falte nada para
que nadie esté en apuros por eso. Además, vendré a verlas a
diario para ver como están. - dijo Maurice, sujetando la mano
de su amada.
Tanto Julia, como María José asintieron. Maurice les comentó
que ya debía retirarse. Se levantaron del sillón. María José
sujetó con fuerza las manos de su amado. Por unos momentos,
él la miró. En su rostro, había pena y angustia. La abrazó con
fuerza. "Todo estará bien, mi cielo. Ahora, estaremos más
unidos que nunca. Te amo", le susurró al oído. Con las últimas
palabras se le quebrantó la voz. Ambos lloraron en el hombro
del otro. No podían renunciar tan fácil a estar cerca del otro.
Menos de la manera en como había sucedido. Estuvieron un
WĄŐŝŶĂ ϭϮϰ ĚĞ ϯϵϵ

rato así. Casi no tenían momentos como ese, pero eso servía
para unirlos más.
Al momento de despedirse, Maurice la besó en los labios. Al
soltarse, le hizo una caricia en el rostro. Ella se limitó a
esforzarse por sonreír. Pero fue un intento fallido. Sus
facciones se encontraban lo suficientemente contraídas como
para que el gesto espontáneo de la sonrisa pudiera salir.
Maurice no podía seguir viéndola. Por lo que se subió al auto y
se fue, no sin antes mirarla de nuevo.

11
Julia le dijo a María José que entrara a la casa, quien se había
quedado en la puerta viendo cómo se iba Maurice. Ahora ya no
sabía ni cómo se sentía. Tenía una mezcla de sentimientos
encontrados. Le hizo caso a Julia y se metió. Su madre la
esperaba con los brazos abiertos. María José se dejó abrazar.
Eso la hacía sentir un poco mejor.
- Ven, vamos a acomodar tus cosas en la recámara en la
que te estabas quedando. Te cuidaré mucho para que lo que
falta del embarazo vaya lo mejor posible.
- ¿Mamá?
- ¿Qué pasó, mi niña?
- Quiero irme a casa. Quiero regresar a Corelia y que nada
de esto esté pasando.
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Julia la miró con compasión. Aunque ya no lloraba, su mirada


estaba triste. Julia puso su brazo sobre los hombros de María
José.
- No te preocupes, mi niña. Ya verás que pronto estaremos
nuevamente en Corelia y ahí podrás ver a tu hijo crecer, como
creciste tú.
- ¿Lo crees? - preguntó María José. Julia asintió.
Fueron a la habitación dónde dormiría María José. Ahí, Julia le
platicaba algunas cosas para que ella se distrajera un rato.
María José se sentó en el borde de la cama. Le prestaba
atención por ratos. Los sucesos de aquel día le llegaban a la
mente y trataban de aturdirla. Si no hubiese estado al borde de
la muerte en la aventura de las sirenas, estaría aún más
perturbada. Pero lo que ahora la tenía intranquila es que su hijo
pudo haber muerto por causas ajenas a ella. Además, le
preocupaba Maurice. O más bien, se ponía celosa. No le
gustaba admitirlo, pues en pocas ocasiones había sentido algo
similar. Sabía que Maurice la amaba, pero no sabía si esto
cambiaría con el paso del tiempo. Temía que Maurice se
enamorara de Regina y se olvidara de todo lo que habían vivido
juntos.
Julia y María José se quedaron platicando un rato sobre
cuestiones del embarazo. Julia le preguntaba sobre todos los
síntomas. Juntas, pensaron en el futuro del niño. ¿O niña?
María José no había pensado en la posibilidad de que pudiera
ser niña y no niño. Si era niña, podía tener una cómplice de
juegos y de alegrías. La idea la llenaba de emoción. Recordó
su infancia con Julia. Siempre fueron muy unidas. Si el bebé
WĄŐŝŶĂ ϭϮϲ ĚĞ ϯϵϵ

que llevaba dentro resultaba ser una niña, deseaba que su


infancia fuese como la que ella había tenido.
Al poco rato, llegó Arethusa. Al parecer, se había quedado a
vivir con Julia y se habían hecho compañía. Eso la alegraba un
poco. Al verla ahí, en la habitación, Arethusa se sorprendió.
- ¿Está todo en orden? - preguntó en el umbral de la puerta.
- Parece ser que sí - mintió María José
- Hubo un problema con Maurice, ¿no es así? - preguntó la
ninfa, acercándose a ellas. Se sentó en el borde de la cama,
junto a María José.
- ¿Cómo supiste? - preguntó ella
- Lo intuí. Se suponía que no debías salir de casa y que
debías estar en reposo absoluto. Si ahora estás aquí, es por
algo. ¿Por qué no me lo cuentas de una vez?
María José hizo lo que Arethusa le pidió. Mientras estaba
narrando lo que había sucedido, en un par de ocasiones su voz
se quebrantó. Entonces, Arethusa y Julia le daban ánimos, ya
fuese haciéndole una caricia en la espalda o sujetando su
mano. Una vez que terminó de contar lo sucedido, Arethusa se
levantó y comenzó a caminar de un lado a otro. También
sospechaba de que hubiese algo o alguien detrás de esa
situación.
- Pues tendremos que esperar a ver como se soluciona
este problema. No sabemos si podamos regresar sin Maurice.
Tendríamos que preguntarle a Milenna.
- Pero para preguntarle necesitamos el anillo de Maurice. -
intervino María José
WĄŐŝŶĂ ϭϮϳ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Lo tiene él? - María José asintió. - Maldición. ¿No dijo


cuando volvería a venir?
- Dijo que estaría viniendo diario.
- Entonces tendremos que esperar hasta mañana. Por lo
pronto, espero que esto termine pronto. Lo único que nos
queda hacer es seguir buscando a las demás personas que
faltan.
- Llevamos buscando tres meses y no hemos encontrado a
nadie más. - refutó María José.
- Tenemos que intentarlo. Así nunca regresaremos a
Corelia. - Arethusa miró a María José. Tenía cara de cansancio.
- No te desanimes. Saldremos de esta. Pronto estaremos en
los inmensos prados de Corelia. ¿Te lo imaginas?
María José se imaginó a sí misma paseándose en las praderas,
en las colinas, en los montes y lagos. Todo ahí era tan bello.
Por un momento, su corazón sintió paz y tranquilidad. Arethusa
tenía razón. Tenían que salir de ese problema, como lo habían
hecho antes.
El celular de María José timbró. No se imaginaba quien podría
ser. Vio la pantalla. El doctor Jiménez. Por un instante no quiso
contestar. No quería saber nada del doctor en esos momentos.
Pero el hecho de que no tomara la llamada sería un mal gesto
de su parte.
- ¿Si?
- ¿Cómo sigues? - preguntó el doctor al instante.
- Ya mejor, gracias.
WĄŐŝŶĂ ϭϮϴ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Puedo pasar a revisarte?


- Tal vez en otra ocasión, doctor. Ahorita no estoy en
condiciones de ver a nadie.
- Bien, te marco en la semana para ver que día puedo ir a
verte.
María José agradeció el gesto. Por unos instantes, odiaba que
tanto él, como Lukas insistieran tanto en estar con ella. Era muy
molesto y la hacía sentir culpable por no poder corresponder a
sus sentimientos de la forma en que ellos querían. Pero ¿qué
más podía hacer?

12
El doctor Jiménez quedó un poco consternado tras la llamada
con María José. Ella no había rechazado ninguna revisión. De
hecho, las aceptaba con gusto. Aunque en realidad, más que
revisar el avance de su embarazo, quería verla. Hubo algo que
le había propiciado la crisis aquel día. Y quería saber que fue.
Sin embargo, lo que mas le preocupaba era esa obsesión que
tenía por María José. Y es que entre más se negara a hablar
con él o lo evadiera, pensaba más en ella. No podía dejar de
hacerlo. Y no entendía porque sucedía. Quería sacarla de su
mente. Pero siempre que intentaba hacerlo había algo que le
recordaba a ella.
Tras colgar con ella, fue a buscar a uno de sus amigos más
íntimos. Ese amigo era un pintor famoso. Realmente, siempre
que necesitaba un consejo atinado, ahí estaba él. Tocó la
puerta del departamento. Su amigo le abrió la puerta. Tenía
WĄŐŝŶĂ ϭϮϵ ĚĞ ϯϵϵ

una brocha repleta de tinta violeta en la boca. Traía puesto un


delantal, que también estaba lleno de tinta de muchos colores.
- Amigo del alma, ¡qué gusto verte aquí! - dijo su amigo,
aún con la brocha entre los dientes.
- Necesito un consejo.
- No era para menos. Entra. - dijo el pintor entrando de
nuevo al departamento. - cierra la puerta cuando ya estés
dentro. - cuando vio que el doctor ya estaba adentro, se quitó
la brocha de los dientes. - ¿Y bien? ¿Cuál es tu problema ahora?
- Una mujer...
- Vaya, mi amigo no se ha cambiado a mi bando. - dijo
sarcásticamente, mientras veía el lienzo que estaba pintando
- Esto es serio ¿si? - dijo el doctor, un tanto irritado
- ¿Qué fue lo que hizo esta mujer?
- Nada. Ese es el problema. Ella no ha hecho nada. Pero
no sé porque no puedo sacármela de la cabeza. Estoy vuelto
loco por ella. A cada rato me surge la necesidad de verla,
aunque ella ni siquiera me mire. ¿Me explico?
- ¿Algo así como una obsesión?
- Exactamente. Y no sé como solucionarlo.
- ¿Ya hablaste con ella?
- No puedo hacerlo. Ella está casada y ... está embarazada.
- Mal ahí, amigo. Meterte con una casada es un gran error.
Y dime ¿conoces a su esposo? - el doctor asintió con un gesto
WĄŐŝŶĂ ϭϯϬ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿los has visto juntos? - volvió a asentir - Ahora dime ¿crees


que ella está enamorada de su esposo?
El doctor se acercó a la ventana.
- Lo peor de todo es que si se ve enamorada.
- Entonces hermano, no puedes hacer nada. Tú mejor que
nadie sabe que en estas cosas del amor no se puede elegir. Si
no, todas las cosas serían mucho más fáciles.
- Pero ¿qué hago para quitármela de la cabeza?
- Deja de verla por un tiempo. Conforme pase el tiempo,
verás como se te irá pasando el efecto.
- ¿No debo verla para nada?
- En absoluto. Es mejor así. Vete a un congreso, de
vacaciones, que sé yo. Pero la idea es que te mantengas lejos
de ella.
En ese momento, recibió una llamada telefónica. Era el
coordinador médico. Seguramente se trataba de alguna
urgencia en el hospital. El doctor contestó.
- Necesito que vengas. - le dijo el hombre del otro lado de
la línea
- ¿Pasa algo?
- No es nada. Necesito que te vayas a un congreso por un
mes.
- ¿Un mes?
El coordinador le explico de qué se trataba el congreso y
porque era tanto tiempo. El doctor no dudó un segundo y
WĄŐŝŶĂ ϭϯϭ ĚĞ ϯϵϵ

aceptó irse. Aunque extrañaría a María José, sabía que ese


tiempo le serviría para reflexionar más sobre sus sentimientos.
Se despidió de su amigo pintor y fue directamente a su
departamento. Empacó unas cuantas cosas que pudiera usar
durante ese mes. En cuánto tuvo todo listo, fue al hospital por
los documentos que requeriría. Cuando ya estaba listo, se fue
en taxi al aeropuerto. En el trayecto, envió un mensaje de texto
a María José, avisándole que estaría fuera.
Ella le respondió, diciéndole que estaría bien.

13
Maurice estaba tan embobado viendo la foto que no se percató
que celular llevaba sonando un buen rato. Era el señor
Rochefeller. Por un momento, sintió que lo odiaría bastante
durante esos meses.
- ¿Y ahora qué? - respondió Maurice, un tanto irritado.
- Ya está todo listo para esta noche.
- ¿Qué pasará ésta noche?
- Le pedirás matrimonio a Regina, ¿qué otra cosa podría
pasar? Le mandé un mensaje a mi nieta desde un número
desconocido, diciendo que ese era tu nuevo número y que la
invitabas a salir esta noche. Arreglé todo para que creyera que
era algo realmente importante. Así que por favor, quiero que te
comportes. Quiero que trates de ser lo más romántico posible.
Del demás circo de la boda me encargo yo. Así que, tu única
preocupación es que esto salga bien esta noche. No quiero que
WĄŐŝŶĂ ϭϯϮ ĚĞ ϯϵϵ

salgas con idioteces, si no, ya sabes quienes podrían pagar las


consecuencias de tus actos.
El señor Rochefeller le colgó. Maurice aventó el celular a un
lado. Maldijo entre dientes lo que estaba sucediendo. Lo ideal
hubiera sido que se hubieran regresado a Corelia cuando todo
esto empezaba. Pero tenía que dejarse impulsar por esa
maldita ambición. Por un momento, recordó la imagen de María
José, el día que le pidió matrimonio. Se veía tan hermosa ese
día. Lo único que le quedaba hacer ese día era visualizar en el
rostro de Regina a su amada María José. Y así, las cosas
funcionarían.
Se bañó y se puso lo más elegante posible, tal como lo había
hecho el día que le pidió matrimonio a María José. Recordó la
sonrisa que se pronunció en su rostro cuando él le pidió que
estuvieran juntos toda la vida. Y entonces, en ese momento, él
sonrió. Recordar que ella era tan feliz, lo motivaba a seguir
luchando por ella.
Se dirigió al restaurante que le había indicado el señor
Rochefeller. Pidió una mesa para dos. Ahí, esperó a que
llegara Regina. Esperó diez, quince, treinta, cuarenta y cinco
minutos, hasta que llegó. Llevaba puesto un vestido fucsia. A
pesar de que había enflacado bastante los últimos días, seguía
teniendo muy buen cuerpo. Era lo único que podía elogiar de
ella. En cuanto lo vio sonrió.
Se sentó en el asiento de enfrente de Maurice. Él esbozó una
sonrisa, aunque fue demasiado fingida.
- ¡Qué gusto que me hayas invitado! Soy tan feliz de estar
aquí contigo.
WĄŐŝŶĂ ϭϯϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Yo también estoy contento - fingió Maurice - aunque en


realidad, te mandé llamar para otro asunto.
- Si, escucho. Soy toda oídos.
- Fíjate que me estoy separando de María José.
- ¿De verdad? Pero, si se veían tan felices juntos...
- Surgieron unos cuantos problemas entre nosotros que
desafortunadamente no tienen arreglo. Pero digamos que no
puedo estar solo por mucho tiempo... y es por eso se me
ocurrió pedirle a una mujer tan hermosa como tú que si quería
ser mi esposa.
Maurice sacó una caja con un anillo que había comprado antes
de irse al restaurante.
Maurice trató de ser lo más romántico posible, pero con Regina
no le salía serlo. Por más que tratara de imaginarse a María
José en el rostro de Regina, era inútil. Deseaba que Regina no
fuese a declinar la propuesta, aunque a juzgar por su gesto de
alegría y de sorpresa, no lo haría. Sólo deseaba que no se
estropearan las cosas. No deseaba que su esposa real y su
hijo fuesen a sufrir las consecuencias de aquella decisión.
- Ay, Maurice, eres tan lindo. Por supuesto que si quiero
casarme contigo. Soñé tanto este momento...Te prometo que
seré la mejor esposa del universo. Anda, ponme el anillo. -
Maurice se lo puso - Que mañana comenzaré a presumirlo por
todas partes. Soy tan feliz. Mil gracias. Bien, me tengo que ir.
Que tengo que empezar a contactar con las agencias que
planean las bodas. Nuestra boda será la mejor boda del año.
Nos vemos mañana en la oficina.
WĄŐŝŶĂ ϭϯϰ ĚĞ ϯϵϵ

Y sin despedirse ni de beso ni de abrazo, se fue. Maurice se


quedó consternado por el hecho. No le importaba él. De hecho,
iba a ser su objeto para cumplir su objetivo. Se sintió fastidiado.
Y ahora, tenía miedo de que su María José se enterara antes
de que él pudiera contarle. Tenía tanto miedo...

14
Al día siguiente, una llamada despertó a María José. Miró a su
alrededor. Todo seguía igual. Corrió las cortinas de la ventana.
Seguía estando en la casa de su madre. Había una nota, en el
mueble que estaba junto a su cama. Su madre ya se había ido
a trabajar. El celular siguió sonando. No quería contestar. Vio
la pantalla. Regina. Seguramente, ya había sido la supuesta
pedida de mano. Aunque ya lo veía venir, no quería escucharlo.
Ese día su humor no era el adecuado para soportar las pláticas
superficiales de esa mujer. Lo dejó sonar. Cuando el ruido cesó,
María José volvió a cerrar sus ojos. Lo mejor de todo era que
se rendía con bastante facilidad gracias a su impaciencia. Sin
embargo, el celular volvió a sonar. "A pesar de todo, creo que
alguien no se rendirá hasta que le conteste" pensó María José.
Tomó el celular, respondió la llamada y colocó el aparato en su
oído izquierdo.
- Amiga, necesito contarte algo. Pero primero necesito que
me aclares una cosa.
- ¿Qué cosa?
- Maurice... ayer salió conmigo. Y dice que ustedes ya no
están juntos. ¿Es cierto?
- Así es.
WĄŐŝŶĂ ϭϯϱ ĚĞ ϯϵϵ

- ¡Qué bien! Porque me pidió matrimonio y...acepté.


Y como era de esperarse, María José sintió un golpe en el
pecho. Como si le hubieran dicho que habían matado a alguien.
O como si alguien la hubiera golpeado fuertemente.
- ¡Pero si apenas lo conoces!
- Ay amiga, pero es el sueño que he tenido toda mi vida.
No podía esperar más. Además, por mi enfermedad no tengo
el tiempo suficiente de buscar a mi príncipe azul. Pero estoy
tan feliz. Quisiera celebrar esto. ¿Podemos hacer algo para
festejar mi compromiso?
- Lo hablamos después.
María José colgó. Se sintió tan triste. Recordó su pedida de
mano, las pistas, la canción que Lukas estaba cantando en ese
momento... Todo había sido mágico. ¿Cómo le habría pedido
matrimonio a Regina? ¿Habría sido tan tierno y romántico
como lo había sido con ella? ¿O simplemente lo había dicho
así, sin chiste? Se levantó de la cama y caminó en círculos.
alrededor de la habitación. Creía estar lista para escuchar esa
noticia, pero en realidad no lo estaba. No pensaba que fuera a
pasar tan rápido.
De pronto, recibió otra llamada. Era Maurice. Contestó.
- Ya me contaron lo de tu compromiso. Muchas felicidades,
Maurice - le dijo María José, con la voz quebrantada.
- Supuse que ya sabrías. Pero, cariño, no es como lo
piensas. Sabes que te sigo amando, ¿verdad? - María José le
respondió que si, aunque lo estuviera dudando. - Prometí
amarte el resto de mi vida, y no pretendo morir sin cumplir esa
WĄŐŝŶĂ ϭϯϲ ĚĞ ϯϵϵ

promesa. Te amo y te amaré por siempre. No sabes cuánto


daría por estar ahí contigo, poder abrazarte, besarte...
- Yo también quiero estar contigo...
- Hagamos algo, ¿quieres? En cuanto acabe mi turno iré
contigo. Pero tendrás que aguantarte, mi vida. Porque pretendo
apapacharte por las horas en las que hemos estado separados.
- María José rió.
- Está bien, acepto el trato. Pero ¿qué le dirás a Regina?
- No tiene porque enterarse. - dijo Maurice, maliciosamente.
- Muy bien, eso me agrada. Te esperaré con ansias.
Se despidieron y ambos colgaron. María José se bañó y se
arregló lo más que pudo. Quería que Maurice recordara porque
se había enamorado de ella. En cuanto estuvo lista, se dedicó
a esperar a que llegara la hora de salida de Maurice.

15
Maurice se encontraba tendido en su cama. Por un momento,
no pudo dormir. Los sucesos de ese día rondaban por su mente.
Todo pasó tan rápido...De sólo recordar la imagen de aquellos
hombres a punto de asesinar a su esposa lo tenían perturbado
aún. Recordó las veces en que estuvo a punto de perderla
durante la aventura de las sirenas. Siempre se presentaba en
él el mismo terror y angustia. Le habían hecho una muy mala
jugada.
Se dedicó a pensar en todos los buenos momentos que había
vivido con ella. Su reencuentro, sus caminatas en el bosque,
WĄŐŝŶĂ ϭϯϳ ĚĞ ϯϵϵ

cuando le pidió matrimonio, la boda...María José siempre


estaba feliz de estar con él y siempre estaba atenta a lo que él
sintiera. Su relación era de correspondencia. Los dos sabían
que, para que su relación funcionara, ambos tenían que estar
bien. Y eso era lo que hacía que funcionara a través de los
años. Lo que estaba a punto de hacer con Regina no podía
llamarlo una relación. Todo recaía en ella. Y lo que a Maurice
más le dolía era que no lo hacía por otra cosa más que por
lástima. Jamás podría sentir por Regina lo mismo que sentía
por María José.
Después de un rato por fin logró conciliar el sueño. Al principio
no soñó nada, pero después vio que se encontraba en un
templo, al pie del altar. Estaba vestido de gala. Todos sus
amigos y familiares estaban ahí. De pronto, vio a una mujer
vestida de blanco en la entrada. Pudo reconocerla desde lo
lejos. Era María José. Tan hermosa como el día de su boda.
Estaba recreando el día de su boda. Aunque, lo que se le hacía
misterioso era que el lugar de su boda había sido en un lugar
al descubierto, no en un templo como tal. Vio a María José
entrando de la mano de su padre. En cuánto estuvieron frente
a frente, Maurice no dudó en besarla. Pero al separarse de ella,
no vio el rostro de María José sino el de Regina. Se despertó
sobresaltado. No quería imaginarse ese momento tan siquiera.
Le causaba pavor. Se levantó y caminó a lo largo de la
habitación para que se le borrara el sueño que había tenido.
Vio el reloj. Faltaban unos cuantos minutos para que sonara la
alarma. Se levantó de la cama. Se duchó. Se colocó su traje
sin muchos ánimos de ir al trabajo. Se miró en el espejo.
Imaginó que junto a él estaba María José, recargándose en su
WĄŐŝŶĂ ϭϯϴ ĚĞ ϯϵϵ

hombro, haciéndolo sentir en paz. Deseaba sentirla así en ese


momento y poder acariciar su vientre para sentir a su hijo
moverse. Manejó a la oficina. En cuánto llegó al escritorio
dónde estaba Regina, la vio hablando por teléfono. De pronto,
sintió pánico al enterarse de que era con María José con quien
hablaba.
Entro a su oficina. Al escuchar que Regina había colgado, le
llamó a María José. Escuchar su voz le alegraría el día. Aunque
el tener que darle la noticia, no le causaba la menor gracia. Y
en efecto, Regina ya le había dicho. La indiferencia que había
en la voz de María José le preocupaba. Tenía que remediarlo.
Lo que lo consolaba era que ella no era orgullosa y se le
olvidaban fácilmente las cosas que tenían como propósito
herirla. Afortunadamente, su teoría no había fallado esta vez.
Al colgar, se apresuró a terminar con sus pendientes para que
pudiera reunirse lo antes posible con su amada.
Al terminar, salió de la oficina. Regina, al verlo salir con tanta
prisa, fue tras él. Maurice sintió que alguien lo seguía por lo que
volteó ligeramente por encima de su hombro. Regina. Y
Maurice intuía que ahora él estaba en problemas. Se detuvo
para esperarla. En cuanto lo alcanzó, se colocó frente a él.
- ¿Te vas tan rápido?
- Si, ya acabé mi trabajo de hoy.
- Bueno, entonces, ¿por qué no vamos a comer a algún
lado? Así sirve que platicamos un rato de nosotros dos y nos
conocemos más. Para que no lleguemos en blanco al
matrimonio...
WĄŐŝŶĂ ϭϯϵ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Te parece si vamos después? Ahorita tengo unos


pendientes que hacer.
Regina hizo una mueca de disgusto. No estaba acostumbrada
a que le rechazaran una invitación. Maurice lo solucionó,
dándole un beso en la mejilla. Tras esto, se fue. Regina se
quedó viéndolo de lejos. Entonces, regresó a su escritorio.
Desbloqueó su celular. Pronto, comenzó a localizar la
ubicación del celular de Maurice. Aún marcaba que estaba en
la oficina. Tenía que esperar a que saliera.
Maurice apagó los dos celulares, tanto el que le pertenecía a
él, como el que el señor Rochefeller le había dado para que se
comunicara con Regina. No deseaba que supieran donde
estaba.

16
María José esperaba a Maurice mientras leía un libro que su
madre tenía en su casa. Era una de las pocas cosas que podía
hacer en su incapacidad. Aunque llevaba pocos días sin
trabajar, extrañaba el hospital. Últimamente, se ponía a pensar
en los pacientes con los que comúnmente trataba. Todos
habían sido muy amables y le agradecían mucho cuando los
daban de alta. Recordó a los que seguían allí, a los que
reincidían y volvían a internarse. En todos ellos, había un
sentimiento común: la incertidumbre. Ella acostumbraba a
darles palabras de aliento para que se sintieran mejor, sin
pensar que en algún momento ella también las requeriría.
Arethusa y Julia trataban de animarla constantemente, cosa
WĄŐŝŶĂ ϭϰϬ ĚĞ ϯϵϵ

que ella agradecía infinitamente. Además, estar con alguien de


su familia le agradaba bastante.
Julia llegó del trabajo y vio a María José, sentada, leyendo el
libro. Se veía muy linda. Pero no comprendía porque se había
arreglado.
- Ya estoy aquí, hija. - María José volteó a verla.
- Me da mucho gusto, mamá. - dijo, levantándose del sillón
y yendo hacia ella para saludarla.
- No te levantes, no hace falta.
- No te preocupes, necesito estirar las piernas. No puedo
estar todo el tiempo sentada o acostada. - Julia le sonrió.
- Está bien, hija, pero en un rato vuelves a sentarte. No
quiero que vuelvas a tener problemas con el embarazo.
Recuerda que debes cuidarte. De ti depende mucho que el niño
nazca bien.
- Lo sé. Muchas gracias por preocuparte por mí y por el
niño. - dijo María José, con una sonrisa en el rostro.
- Sabes que lo hago con mucho cariño. - Julia le hizo una
caricia en el rostro y después fue hacia la cocina - por cierto, te
ves muy linda hoy. ¿A qué se debe que te hayas esmerado en
arreglarte hoy?
- No pasa nada. Es que Maurice dijo que vendría a verme.
- dijo María José, ruborizándose e inspeccionando las uñas de
sus manos. Siempre que se emocionaba hacía algo por el
estilo.
- ¡Qué gusto! Parece que si va a cumplir lo que dijo.
WĄŐŝŶĂ ϭϰϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Lo hará. Estoy segura.


María José fue a ayudarle a Julia a hacer la comida. Tenía una
sonrisa fija en el rostro. El hecho de que volviera a ver a
Maurice, la emocionaba bastante. Aunque la noticia que le
había dado Regina en la mañana le había disgustado, el que
Maurice quisiera verla otra vez la entusiasmaba demasiado.
- ¿Sabes? Vi una nota en el puesto de periódicos en la que
hablaban de Maurice. - dijo Julia, moviendo el agua que estaba
en la olla. María José se imaginaba a qué iba su madre.
- Así es. Anoche le pidió matrimonio a esa chica.
- ¿Él te lo dijo?
- No, fue ella. Me llamó en la mañana para decirme.
- Debe ser muy cínica para haberlo hecho sabiendo lo que
hay entre Maurice y tú
María José calló. Aunque ella también pensaba lo mismo, no
quería hablar mal de Regina.
- No lo sé, pero Maurice dice que me sigue amando a mí.
Por eso, no quiere dejar de venir.
- Eso habla bien de él. Aunque esperemos que esa
muchacha no quiera absorberlo demasiado.
María José calló nuevamente. No quería decirle que ella
también pensaba lo mismo. Recordó las veces en que había
ido a ver a Maurice a la oficina. Regina no le quitaba los ojos
de encima a Maurice. Y se ponía en poses extrañas cuando
estaba frente a él. Maurice parecía no hacerle caso, pero en
una ocasión si le comentó, entre risas, que su actitud era
WĄŐŝŶĂ ϭϰϮ ĚĞ ϯϵϵ

extraña. Por lo que María José no se preocupaba al respecto.


Pero ahora, tenía miedo de que lo fuera a celar demasiado.
De pronto, escucharon que alguien tocaba la puerta. "Debe ser
Maurice", le dijo María José a Julia. Se apresuró a ir a la puerta.
En efecto, no se equivocó. Cuando abrió, vio a Maurice
recargado en la pared. Se había quitado la corbata y el saco.
Lo observó de pies a cabeza. La camisa se ajustaba
perfectamente a su musculoso cuerpo, al igual que el pantalón.
Maurice también la observó. Por eso le encantaba avisarle que
iría a verla. Siempre se esmeraba en lucir perfecta. Aunque
también prefería verla al natural, no dudaba que cuando se
arreglaba se veía más hermosa que nunca.
- Mi amor - dijo Maurice, abrazándola fuertemente - te
extrañé tanto. Dormir solo ya no es lo mismo.
- Lo sé, cariño. Yo también te he extrañado muchísimo. Me
haces...
Maurice la besó tiernamente, sin dejarla terminar de hablar.
María José lo abrazó con fuerza. Él le correspondió. Pero se
detuvo de pronto, ya que sintió un golpe en el interior del vientre
de su amada.
. ¿Qué fue eso, amor? - preguntó Maurice, asustado.
- ¿Qué cosa?
- Sentí un golpe dentro de tu vientre
- Fue nuestro pequeño. Desde qué llegaste, no ha dejado
de moverse. Le agradas bastante.
- No más de lo que tú a mí, cariño. - Maurice la besó una
vez más - ¿entramos?
WĄŐŝŶĂ ϭϰϯ ĚĞ ϯϵϵ

María José lo dejó entrar. Él esperó a que María José cerrara


la puerta. En cuánto lo hizo, volvió a abrazar.
- ¿Estás sola, mi amor?
- No, está mi madre conmigo. - dijo María José. Al oírlo,
Julia salió de la cocina para ir a saludarlo.
- Hijo, qué gusto me da que hayas venido.
- No podía no hacerlo. Tengo que estar al pendiente de mis
amores - dijo, acariciando el vientre de María José
- Me alegra. Siéntense, chicos. En un momento está la
comida.
Ambos le hicieron caso a Julia. Maurice se colocó muy cerca
de ella. Tomó su mano y comenzó a hacerle caricias. Ella lo
miró. Se veía relajado. Prefería verlo así, que como lo vio el día
anterior. Suponía que debía estar pasándola difícil por lo de
Regina.
- ¿Sabes? - preguntó Maurice - estar contigo es mucho
más llevadero.
- ¿Ah si? ¿Por qué lo dices? - preguntó María José. Sabía
de qué iba a hablar Maurice, por lo que tomó una bocanada de
aire para estar lista.
- No lo sé. - dijo Maurice, agachando la mirada
María José comprendió que había algo que él quería decirle,
pero que no se animaba a decir. Le levantó la cara y la giró
hacia si para que pudiera verlo de frente.
- ¿Hay algo que quieras decirme?
WĄŐŝŶĂ ϭϰϰ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice sonrió. María José lo conocía mejor de lo que


esperaba.
- Nada, es sólo que lo que pasó anoche fue muy
desagradable. No podía dejar de pensar en ti mientras hacía lo
que mi jefe me había ordenado.
- ¿Fuiste tan romántico como lo fuiste conmigo? - dijo,
acariciando el rostro de Maurice.
- Jamás. No hubiera podido hacerlo. Romántico y cariñoso
sólo puedo hacerlo contigo. - María José se sonrojó.
- Me imagino que es por costumbre.
- No es costumbre. Es amor verdadero. Y sólo lo siento
hacia ti. - dijo, acariciando la barbilla de María José. Ella sólo
se limitaba a sonreír.
Maurice besó su mejilla. Pero a comparación del beso que le
había dado a Regina horas atrás, este era más cálido, más
sencillo y sincero. María José le sonrió y lo llevó hacía si para
abrazarlo. Él no puso resistencia y recostó su cabeza en el
pecho de María José. Ella se dedicó a hacerle caricias en la
espalda.
- Ya está la comida - anunció Julia.
Maurice se incorporó. Se levantó rápidamente y ayudó a María
José a que ella se levantara también. Ambos se sentaron a la
mesa. En esos momentos, llegó Arethusa y se sentó a comer
con ellos.
WĄŐŝŶĂ ϭϰϱ ĚĞ ϯϵϵ

17
Al terminar todos de comer, Arethusa se quedó mirando
fijamente a Maurice. Después, preguntó:
- ¿Y bien? ¿Qué haremos ahora? ¿Seguimos con los
planes de regresar a Corelia o nos quedaremos a vivir aquí?
- Debemos regresar a Corelia. Ya no aguanto más estar en
este lugar. - dijo María José
- Sea lo que sea que hagamos, debemos esperar a que
María José dé a luz. Que marchemos en su estado podría
hacerle daño al bebé. - dijo Maurice
- Pero, amor, todavía faltan tres meses para que nazca
nuestro hijo. Es mucho tiempo.
- Pero antes que nada está tu seguridad, hija. No sabemos
con qué nos vayamos a enfrentar en nuestro regreso a la aldea.
Maurice tiene razón. Es muy peligroso que nos vayamos así
como estás.
- En ese caso, necesitaremos preguntarle a Milenna su
opinión. No sabemos cómo estén las cosas por allá. - dijo
Arethusa
- Me parece buena idea - respondió María José, fastidiada
de que no pudieran marcharse únicamente por su embarazo.
Maurice sacó su anillo de la bolsa del pantalón. María José, en
cambio, lo quitó de su dedo. Los juntaron. Salió la misma llama
de fuego que se apareció la primera vez que los juntaron.
- ¿Qué sucede? Nos tienen vigilados aquí. No pueden
estar llamando a cada rato. - dijo la bruja, en voz baja
WĄŐŝŶĂ ϭϰϲ ĚĞ ϯϵϵ

- Queremos saber qué debemos hacer en cuánto estemos


listos para irnos.
- Necesitan estar en un lugar solo. He establecido una casa
en el bosque donde nadie podrá encontrarlos. Está en una caja
invisible en la que sólo ustedes podrán entrar. Tienen que ir allí.
Para eso, todos tienen que estar seguros de esto.
- Si hay alguno que no quiera regresar aún ¿podrán
regresar los demás? - preguntó Maurice.
- En tu caso, Maurice, necesitamos que regreses. Puede
faltar cualquier otra pieza del juego, pero tu no.
- ¿Y si aún no encontramos a los demás?
- Si los buscan y no los encuentran, me encargaré de que
ellos lleguen. Claro, después de que ustedes lo hagan. No
quiero que ambas partes se esperen mucho tiempo.
- María José no tarda en dar a luz a mi hija. ¿Podríamos
esperar a que nazca?
- Si así lo desean.
- ¿Qué está pasando en la aldea? -preguntó María José,
angustiada.
- La están haciendo trizas. Por eso necesito que todos
regresen cuanto antes. Pronto ya no quedará nada. Alguien
viene. Apresúrense. No tarden mucho tiempo. Cuando estén
listos, vuelvan a juntar los anillos.
La llama se apagó, dejando un trozo de papel en el suelo. Julia
lo recogió y se lo entregó a Arethusa.
WĄŐŝŶĂ ϭϰϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Son las indicaciones para llegar a la casa en el bosque. -


dijo Arethusa, al ver la dirección y un pequeño mapa.
- Están destruyendo nuestro hogar - dijo María José,
angustiada
- No creo que la destruyan por completo. No son tan tontos
como para acabar con ella. Quienquiera que sea, tiene un plan
y está llevándolo a cabo perfectamente. Por lo pronto, nos
queda esperar a que la pequeña criatura llegue al mundo. - dijo
Arethusa
- No creo poder esperar tanto.
- Amor, ya estás en la recta final. Además, el tiempo se
pasa bastante rápido.
- Es verdad, hija. No puedes arriesgar tu vida y la del niño.
- Mientras pasa el tiempo, continuaremos con nuestra vida
cotidiana de este lugar.
- Bien. Si no queda de otra. - dijo María José con una
mueca de disgusto.
- Vamos, amor. No será tan malo. Además, estaremos
esperando a nuestro pequeño.
- O pequeña. - dijo María José
- Cierto. Aún no lo sabemos. ¿Cuándo crees que nos digan?
- Ya deberían decirlo en la próxima cita.
- ¿Y cuándo es, por cierto?
- Debe ser por estos días. Le preguntaré al doctor.
WĄŐŝŶĂ ϭϰϴ ĚĞ ϯϵϵ

María José le escribió un mensaje de texto al doctor Jiménez


para preguntarle, al que él le respondió en seguida, como si
estuviera esperando tener noticias suyas. El doctor respondió
que debía ir a consulta al día siguiente, pero que pasaría con
otro doctor, pues él estaba en el congreso. María José recordó
que el doctor le había avisado, y se sintió culpable.
- ¿Y bien?
- Debo ir mañana.
- Está bien. Pasaré por ti para llevarte.
- No es necesario, estaré bien.
- Déjame hacerlo, ¿si? Estoy ansioso por saberlo.
María José cedió. Maurice se quedó toda la tarde con ellas.
Pero, cuando se percató que el sol estaba por ocultarse,
decidió irse.
- ¿Nos veremos mañana? - preguntó María José,
acompañándolos a la salida.
- Por supuesto, amor. - Maurice la abrazó - te amo. Me
preocupas.
- Estaré bien, cariño. Te amo más. - lo besó y lo despidió
desde la puerta.

18
En cuanto estuvo cerca de su departamento, Maurice prendió
los dos celulares. No se extrañó que tuviera muchos mensajes
en ambos. En el que le había dado el señor Rochefeller, la
mayoría eran de Regina preguntando sobre su paradero. En su
WĄŐŝŶĂ ϭϰϵ ĚĞ ϯϵϵ

celular personal, eran de su madre y de su hermana, los cuáles


decían que se querían comunicar con él, que en cuanto viera
los mensajes se comunicara con ellas. Al recordar que su
madre y su hermana no sabían nada al respecto, se sintió
culpable. Ya se podía imaginar el alboroto que armarían en
cuanto él se comunicara con ellas.
Entró al departamento. Una vez dentro, se sentó en la sala. Ahí,
se comunicó con Donna. Ella contestó su llamada al instante
- ¿Dónde te has metido y por qué traes apagado el celular?
- Perdón, mamá. Estaba con María José y no podía dejar
que nadie supiera donde estábamos.
- ¿Cómo? ¿No están juntos?
- Es muy largo para contártelo por teléfono.
- Está bien. Voy al departamento en seguida.
En un cuarto de hora, Donna ya estaba tocando la puerta del
departamento. Maurice le abrió. Ella, al verlo, lo abrazó.
- Pasa, mamá.
Donna se sentó en el sillón de la sala.
- ¿Te ofrezco algo de tomar?
- No, hijo. Estoy bien. Ven a contarme qué está pasando.
Vi la nota en los periódicos de una supuesta boda entre tú y
una chica llamada Regina.
- Nos amenazaron, mamá. Por eso tuve que hacerlo.
- ¿Amenazarlos? ¿Quién?
WĄŐŝŶĂ ϭϱϬ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice le contó todo, desde la propuesta del señor


Rochefeller, hasta la llegada de los hombres al departamento
y la huida a casa de Julia. Donna lo miraba preocupada. Lo que
habían vivido su hijo y María José parecía sacado de una
película de terror. No podía entender que clase de mente tan
retorcida había planeado eso. No lograba explicarse como,
habiendo tantos muchachos apuestos, jóvenes y buenos
partidos, por qué tenían que forzar a su hijo a tomar una
decisión como esa. Realmente, ni él, ni María José, ni la
criatura que cargaba en sus entrañas, lo merecían. Tan sólo
bastaba ver el gesto de tristeza y preocupación de Maurice
para comprobar que no la estaba pasando nada bien. Cuando
él terminó su relato, Donna lo abrazó.
- Ay, hijo. ¿Si podrás con esto?
- No lo sé, mamá. No sé si pueda fingir mucho tiempo amar
a otra mujer que no sea mi María José. Bien sabes que ella es
el amor de mi vida y estar así no creo que nos venga bien a
ninguno de los dos.
- ¿Y qué haremos con los planes de regresar a Corelia?
¿Se acabaron?
- Justamente, hace rato hablábamos de ello. Esperaremos
a que nazca el bebé para irnos. Así no arriesgaremos la salud
de María José, ni la del bebé.
- Entonces, ¿seguirás con los planes de la supuesta boda?
- Por lo pronto, si.
- Pero hijo, serás muy infeliz.
WĄŐŝŶĂ ϭϱϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Prefiero ser infeliz unos meses, a ser infeliz el resto de mi


vida. No quiero que le hagan daño a mi esposa. Si supieras la
angustia que sentí al verla nuevamente al borde de la muerte,
entenderías a que me refiero.
Donna lo miró con ternura. Maurice estaba al borde del llanto.
Ella lo abrazó. No le gustaba verlo sufrir de esa manera. Pero
tenía razón. La vida de María José corría peligro. Y nada bueno
saldría de eso si ahora se negaba. En cuánto lo dejó más
tranquilo, se marchó. Y Maurice volvió a quedarse solo. En
cuanto se fue a la cama, se llevó consigo el portarretratos
donde estaba su foto con María José. Se colocó la pijama, se
metió a las cobijas y metió el portarretratos. Así, abrazando la
foto, imaginó que se trataba de María José y quedó
profundamente dormido.

19
Al día siguiente, se fue a trabajar, como era su costumbre. Sin
embargo, su humor era más alegre que el del día anterior, ya
que había recibido un mensaje de María José dándole los
buenos días y deseándole que tuviera un excelente día. Se fue
a trabajar. Sin embargo, su buen humor no duró mucho. Regina
lo estaba esperando en la puerta de su oficina, con gesto de
enojo. Estaba en problemas.
- ¿¡Por qué no me contestas las llamadas!? - gritó furiosa.
- No armes un escándalo. Entra a la oficina y hablamos
civilizadamente. - ella entró y se quedó de pie. Maurice cerró la
puerta.
WĄŐŝŶĂ ϭϱϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Contesta ahora. ¿Por qué no me respondiste las llamadas


ni los mensajes? - preguntó Regina ahora con un tono más bajo
- Se me acabó la pila y no tenía cargador a la mano. - mintió
Maurice, quien ya se había sentado frente al ordenador,
fingiendo que no pasaba nada.
- Para eso tienes el celular de la oficina. ¡Tienes que
responderme cuando yo te hable! - respondió Regina, gritando
nuevamente.
- Ya te dije que no tenía batería. ¿Cómo quieres que te
responda si mi celular no tiene pila?
- ¿Te estás burlando de mí?
- En absoluto - dijo Maurice, viendo al ordenador.
- Quiero decirte que debes estar a mi disposición cuando
yo te necesite.
- No soy tu títere. - respondió Maurice, algo molesto. No
quería responderle así, pero no pudo evitarlo.
- Bien, pues sí no eres un títere, al menos compórtate como
el prometido que eres y pasa un segundo conmigo siquiera.
- ¿A qué quieres llegar con esto?
- Hay una cita muy importante a la que ambos tenemos que
ir. Y no quiero que faltes. Por ningún motivo.
- ¿Cuándo es?
- Hoy en la tarde. - Maurice maldijo entre dientes. La cita
médica de María José.
- ¿Cuánto va a durar?
WĄŐŝŶĂ ϭϱϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Un par de horas.
- Está bien. Lo haré con tal de que dejes de hacer tu teatrito
en mí oficina.
Regina salió furiosa. En cuanto se fue, Maurice aprovechó para
enviar un mensaje de texto a María José, avisándole lo ocurrido.
Ella, al leerlo, le respondió: "¿Puedes hablar?". Maurice sonrió.
Ella siempre tan atenta con él y su estado de ánimo. "Por ahora
no. Regina está afuera. No quiero que escuche nada. Veré si
puedo pasar a verte rápido, antes de ir con Regina. Necesito
verte. Aunque sea un rato". María José, al leerlo, quedó
preocupada. Esa era una relación demasiado enfermiza. Lo
que la consolaba era que la suya no era así. "Está bien. Te
esperaré con ansias." respondió María José, acompañándolo
con un símbolo de corazón. Maurice sonrió al verlo.

20
A la hora de comida, y viendo Maurice que Regina no estaba
afuera, salió corriendo al estacionamiento. Esa era una
excelente oportunidad para ver a María José. Desconectó el
Internet de ambos celulares para que no pudieran localizarlo.
En cuánto llegó a casa de Julia, tocó la puerta. María José le
abrió. Maurice se le fue encima, llenándola de besos. Sabía
que esa era una de las formas que usaba últimamente para
calmar sus emociones. Ella lo dejó seguir, sin decirle nada.
Pero en cuánto vio que la recostaba en el sillón, lo detuvo.
- Amor, tranquilo. Ya pasó. Todo está bien. - al ver que
seguía, lo detuvo, poniendo sus manos sobre sus hombros -
basta. Suficiente. No me gusta que te pongas así. Y lo sabes.
WĄŐŝŶĂ ϭϱϰ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice se tranquilizó. Le ayudó a incorporarse. Ella lo abrazó,


para ayudarle a calmarse. En cuanto vio que estaba tranquilo,
le preguntó sobre lo que había sucedido con Regina. Él le contó
todo. María José lo escuchó, atenta. Sabía que eso pasaría
pronto.
- Te lo juro, amor. Se puso frenética. - le dijo Maurice, con
cara de fastidio.
- Y entiendo que lo haga. Si a mí me hubieras hecho lo
mismo, me hubiera puesto igual o peor. - le dijo María José
sujetando su mano.
- Contigo es diferente...
- ¿Ah si? ¿Por qué tendría que ser diferente?
- Porque tú te preocupas por mí. Regina no. Ella sólo se
preocupa por sí misma y porque su evento salga bien.
- Así son las cosas en una boda, cielo.
- Pues que yo recuerde, tú nunca te pusiste así. - María
José sonrió.
- Porque sabía que todo saldría bien porque nos
tendríamos el uno al otro.
- Ese es el problema con Regina. Ella sólo quiere lucirse.
No le importo yo, ni nadie. Sólo quiere ser el centro de atención.
Y eso no está bien, porque el matrimonio es de dos, no de una
sola persona.
- Pero ese no es un matrimonio como tal. Lo sabes,
¿verdad?
WĄŐŝŶĂ ϭϱϱ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice sonrió. Vio la mano de María José que estaba sobre la


suya. Aún tenía puesto su anillo.
- Lo sé. Realmente, estoy casado con la mujer más
hermosa del universo entero.
María José rió. Especialmente, porque ese día no se había
esmerado suficiente en su arreglo personal. Tenía su cabello
recogido en un chongo mal hecho, y aún no se había
maquillado. Sólo traía un poco de labial en los labios.
- Lo dices el día que luzco fatal.
- Porque para mí siempre te ves preciosa.
María José besó la mejilla de Maurice. En ese momento, el
celular de Maurice sonó. Era Regina. Volvió a fastidiarse.
- ¿Ves lo que te digo? Está loca...
- No digas eso, cariño. Contesta, anda.
Maurice obedeció. Contestó a regañadientes. Puso el altavoz
para que María José escuchara la conversación.
- ¿Qué sucede?
- ¿Me puedes explicar en dónde te metiste?
- Tuve que salir de urgencia. En un rato regreso a la oficina.
- Nada de en un rato. Te quiero aquí ahora. Mi abuelo
quiere verte.
- Está bien. Ahorita voy para allá.
Colgó. Miró a María José. Parecía divertida con lo que acababa
de escuchar. Maurice respiró hondo. Antes de que pudiera
decir algo, María José se levantó.
WĄŐŝŶĂ ϭϱϲ ĚĞ ϯϵϵ

- Vamos, amor. Tienes que irte.


- ¿Puedo venir a verte al rato?
- Siempre puedes venir. Nada más falta que tu jefa te deje
- dijo María José, entre risas. Maurice bufó.
- ¿Sabes que es lo que más me pesa de esta situación?
Que no podré acompañarte a tu cita médica.
- No te preocupes, cariño. Te mantendré al tanto
- ¿Segura? - María José asintió. - De cualquier modo, le
pediré a mi madre que te lleve a la cita.
- No es necesario, cielo. Me acompañarán mi madre y
Arethusa.
- Pero, para que no tengan que gastar en taxis. Vamos,
déjame consentirte con eso.
- Está bien.
- Hablaré con mi madre para que pase por ustedes en un
rato. Me llamas en cuánto sepas el sexo del bebé.
- Lo haré. - dijo María José, acompañándolo a la puerta. Lo
examinó rápidamente. No podía irse así. - Amor, espera. -
María José lo detuvo. Limpió el labial que estaba alrededor de
los labios de Maurice y le ayudó a fajarse la camisa dentro del
pantalón. - Listo. Así no levantarás sospechas.
Maurice se despidió de ella con un beso en la mejilla.
WĄŐŝŶĂ ϭϱϳ ĚĞ ϯϵϵ

21
Cuando iba manejando, Maurice llamó a su madre. Seguro
estaría encantada de ir con María José.
- ¿Si, hijo?
- Mamá, quería pedirte un favor. ¿Podrías llevar a María
José al doctor? Tiene cita para ver como viene el bebé.
- Por supuesto que si. Será un placer. Mándame su celular
para que me pueda comunicar con ella.
- Gracias, mamá. Eres un encanto.
Al llegar a la oficina, Maurice envió el número de María José a
su madre. Se bajó del auto. Al llegar a su oficina, vio que ahí
estaba el señor Rochefeller, inspeccionando cada rincón.
- Una disculpa. Tuve que salir y aproveché la hora de
comida para hacerlo.
- No tengo inconveniente en que salgas. Pero mi nieta está
entusiasmada con la boda y quiere que todo salga bien. Ayer
me llamó varias veces para ver si no sabía sobre tu paradero.
Al parecer les iban a tomar unas fotografías a ambos y tuvo
que cancelar la cita porque no estabas tú.
- Una disculpa...
- No hace falta que te disculpes. - interrumpió el señor -
sólo quiero que hagas lo que mi nieta te pide.
- Pero señor, también tengo otros asuntos que atender.
- Sólo es un rato. No será de por vida. Hazlo ¿si? - dijo el
señor Rochefeller
WĄŐŝŶĂ ϭϱϴ ĚĞ ϯϵϵ

Después, salió de la oficina de Maurice. Él se sentó frente al


ordenador. Masajeó su sien. Sacó su celular. Vio la foto de
María José que tenía como fondo de pantalla. Al verla, sonrió.
"Sólo por ti hago todo esto". Regina abrió la puerta de golpe.
- Tenemos que irnos. - dijo Regina, después volvió a cerrar
la puerta.
Maurice se puso de pie. Tomó su saco. Poco después, salió de
la oficina. Regina lo esperaba frente al elevador. Maurice la
alcanzó. Juntos bajaron al estacionamiento. Maurice le abrió la
puerta del auto para que pudiera subirse. Ella se subió sin
agradecer. Maurice hizo una mueca de disgusto. Al menos
María José tenía mejores modales. Durante todo el trayecto,
Regina no dejó de hablar de ella, de sus logros, de sus
amistades y de sus aficiones. Maurice únicamente escuchaba.
El monólogo era bastante repetitivo. Lo único que deseaba
saber era cómo estaría María José en ese momento.

Donna llegó a la hora prevista. Violeta iba con ella. También


estaba ansiosa de saber el sexo de su sobrino. María José,
Julia y Arethusa las estaban esperando en la puerta. Se
subieron al auto. María José les dio las indicaciones para llegar
al hospital. En cuanto llegaron, se bajaron del auto y entraron,
mientras Donna iba a estacionar el auto. ¡Cuánto extrañaba
ese lugar! Letty la vio a lo lejos y corrió hasta donde estaba
para abrazarla.
- ¡Amiga! ¡Qué gusto verte! ¡Te hecho mucho de menos
aquí!
WĄŐŝŶĂ ϭϱϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Yo también te extraño mucho, amiga. Si supieras cuanto


extraño venir aquí todos los días.
- Pero es para cuidar de ese pequeñito que llevas dentro.
Por cierto, ¿cómo va el embarazo?
- Bien, con algunos problemitas, pero bien.
- ¿Vienes a cita? - María José asintió - déjame ver si el
doctor Arellano está disponible. Ya ves que el doctor Jiménez
está en un congreso.
- Si, me lo comentó.
Letty fue a un consultorio. Mientras tanto, María José y sus
acompañantes esperaron sentadas. Mientras Letty preguntaba,
varios pacientes del hospital iban y venían. Muchos de ellos
reconocían a María José y la saludaban cordialmente. Otros, le
preguntaban por el embarazo. Ella les respondía siempre con
una sonrisa. Letty se acercó a ella y le dijo que ya era su turno
para pasar a consulta. María José y sus acompañantes
entraron con ella.
El doctor las saludó cordialmente. Revisó el expediente de
María José y las anotaciones que el doctor Jiménez había
hecho. Después, procedió a conectar las máquinas. Puso los
cables correspondientes en el vientre de María José. En la
computadora del ultrasonido se veía la figura del bebé.
- Viene muy bien el bebé. No se le ve ningún problema.
- Doctor, ¿cuándo podremos saber si es niño o niña? -
preguntó María José.
- Pues ahorita ya. Como lo veo, estás esperando a una
linda y hermosa niña.
WĄŐŝŶĂ ϭϲϬ ĚĞ ϯϵϵ

María José se entusiasmó. Una niña. De ahora en adelante


tendría una cómplice de alegrías y travesuras. Un par de
lágrimas rodaron por sus mejillas. El doctor le hizo las
recomendaciones pertinentes. Julia y Donna bombardearon de
preguntas al doctor sobre los cuidados que tenía que tener
María José.
Salieron del hospital y fueron a comer para festejar.

22
- ¡Es niña! ¡Es niña! - gritó efusivamente Violeta cuando
Maurice le respondió la llamada.
- ¿De verdad?
- Si, acabamos de salir del consultorio del doctor. La niña
está muy bien de salud. De hecho, viene mejor de lo que se
espera gracias a los cuidados que ha hecho María José.
- ¡Qué felicidad! ¿Puedo hablar con ella?
- Claro. - Violeta le dio el teléfono a María José - te hablan
- ¿Si? - contestó María José.
- Hola, "mejor amiga".
- ¿Cómo va tu compromiso?
- Bastante aburrido, diría. Preferiría estar contigo para ver
por mis propios ojos la figura de mi niña. - hizo una pausa - ¿a
dónde irán después?
- Tu madre nos invitó a comer para celebrar que nuestra
hija viene sana.
WĄŐŝŶĂ ϭϲϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Entiendo. ¿Puedo pasar a verte a tu casa más tarde?


Quisiera estar contigo un rato.
- Claro, en cuanto regresemos, te aviso.
- Gracias, muñeca.
Ambos colgaron. Regina estaba detrás de Maurice, esperando
una explicación.
- Era mi hermana. Acompañó a María José a su consulta
con el doctor. Dice que el bebé que espera es niña. Supongo
que María José está feliz por eso.
- ¿Por qué le dijiste "muñeca"?
- La costumbre. Es todo.
- No te creo. - dijo, empezando a ponerse histérica.
Maurice se percató de esto y trató de calmarla.
- No estoy mintiendo.
Hizo una pausa para intentar calmarse. No le convenía estar
alterada. Maurice no estaba seguro de querer casarse con
ella y si se ponía a dar escenas de celos, los planes de la boda
y de una vida feliz se vendrían abajo. Además, no podía
negarle el derecho de saber el estado de su hijo. Al final de
cuentas, seguía siendo el padre de aquella criatura y hasta que
ella no le diera un hijo, no podía exigirle nada. Aparte, Maurice
seguía teniendo una relación de amistad con María José y no
podía prohibirle verla. Al menos, no por ahora.
- ¿Sabes? Creo que tendremos que programar la boda
para después ¿no crees?
- ¿Por qué?
WĄŐŝŶĂ ϭϲϮ ĚĞ ϯϵϵ

- María José ya está en la recta final del embarazo. Y quiero


que sea una de las damas principales. Creo que debemos
esperar a que dé a luz para qué no esté incomoda con su
vientre tan grande.
Maurice estaba en shock. ¿María José dama de honor? Eso
era ridículo. No podía hacerle eso. Ella no podía ser dama de
honor a sabiendas de que alguna vez ocupó el lugar de Regina.
Sin embargo, no dijo nada, por temor a que Regina volviera a
acusarlo con el señor Rochefeller.
- ¿Segura?
- Si. Además, me tienen que ajustar el vestido. He
adelgazado mucho en los últimos meses. Supongo que es por
la enfermedad. - hizo una pausa - ¿nos vamos?

23
Después de unas horas, Maurice persuadió a Regina para que
regresaran a casa, para que pudiera "descansar". La verdad es
que estaba ansioso por ver una vez más a María José. Más
ahora con la noticia del sexo del bebe.
Tras dejar a Regina, le llamó a Violeta.
- Hola hermanita. ¿Cómo van?
- Perdóname, se me olvidó avisarte. Llevamos buen tiempo
en casa de María José. Todavía estaremos aquí un rato más,
por sí quieres venir.
- Bien, voy en camino.
WĄŐŝŶĂ ϭϲϯ ĚĞ ϯϵϵ

Manejó hasta casa de Julia. Tocó el timbre. Arethusa le abrió.


Cuando entró, vio a María José, sentada en medio de Donna y
de Violeta. Ellas acariciaban su vientre con dulzura. Cuando lo
vieron, Donna se levantó y se sentó en otro lugar. María José
le hizo una seña para que se sentara a su lado.
- Mi amor... Que hermosa noticia. - le besó los labios de
María José.
- Tu hija viene bastante bien. Dice el doctor que no tendrá
ningún problema de salud. - le dijo Violeta.
- Será tan sana como su madre. - dijo Julia
- Tienen que pensar un nombre para la pequeña. - dijo
Donna.
- Será una decisión difícil. - dijo Maurice. - creo que dejaré
que la madre escoja el nombre.
- No, hijo. Es una tradición que entre los dos escojan el
nombre.
- Bueno, en ese caso, ya tendremos tiempo de escogerlo
después. ¿O no, preciosa?
- Si, cariño.
Maurice sonrió. Realmente, agradecía que María José fuese
tan diferente a como era Regina. Era mucho más noble.
Violeta se acercó a ellos. Le gustaba ver a su hermano sonreír
de corazón. Donna le contó lo que había pasado. Realmente,
no la estaba pasando nada bien.
- ¿Qué haremos ahora? - preguntó Violeta
WĄŐŝŶĂ ϭϲϰ ĚĞ ϯϵϵ

- Esperaremos a que nazca. Es nuestra mejor opción, por


ahora. - respondió Maurice.
- No eres feliz. ¿Quieres estar así estos meses?
- No nos queda de otra. No quiero que le hagan daño al
amor de mi vida. El señor Rochefeller tiene el poder para que
con un chasquido todo se haga como él dice.
- ¿No crees que esa mujer intuya que estás con ella por
miedo y no por amor?
- A ella no le importa realmente. Lo único que quiere es
tener la boda. No importa con quien.
Maurice se entristeció. Sujetó la mano de María José. Ella lo
miraba compasivamente. No le gustaba verlo así a ella
tampoco. Quería hacer algo para remediar la situación, pero
era algo que no estaba en sus manos. Mientras pudieran seguir
viéndose, sabía que en esos momentos estaría tranquilo y
alegre. Eso era lo único que ella podía hacer.
Pasaron un par de horas con ellas. Maurice reía a carcajadas
recordando sus hazañas. Poco después, notaron que ya era
casi de madrugada y se fueron.

24
Al día siguiente, Regina entró a la oficina de Maurice sin pedir
permiso, como era su costumbre.
- Ésta tarde es la fiesta en la que le pedirás a mis padres el
permiso para casarte conmigo. Para que vayas preparando tu
WĄŐŝŶĂ ϭϲϱ ĚĞ ϯϵϵ

discurso. No quiero que llegues tarde. Ah y avísale a María


José. Quiero que esté aquí
- No creo que pueda ir. Tiene que estar en reposo por el
embarazo.
- No importa. Quiero que esté ahí. Así que llámale.
Dicho esto, se fue. Maurice hizo una mueca de fastidio. Poco
después, le llamó a María José. Ella se encontraba leyendo un
libro. Cuando entró la llamada se alegró.
- ¿Qué pasó, cielo? - respondió María José.
- Nada, quería saber cómo te sentías hoy.
- Bastante bien, cariño. Digo, el bebé se mueve lo normal.
- Me alegra que estés mejor. Quería preguntarte. ¿Me
puedes acompañar en la tarde a un lugar?
- Claro que sí, cielo. Pero ¿qué te dirá Regina?
- Ella me pidió que fueras.
- ¿Ah si?
- Quiere que pida su mano.
- ¿Y para qué quiere que vaya yo?
- No lo sé. Pero he de decirte que quiere que seas una de
las damas de honor. ¿Irás conmigo? Tu compañía me alegrará
el mal rato.
- Claro que sí, cariño. Todo sea con tal de estar contigo.
- Perfecto. Paso por ti en un rato.
WĄŐŝŶĂ ϭϲϲ ĚĞ ϯϵϵ

Ambos colgaron. Maurice estaba nervioso. No sabía que debía


decir. No conocía a los padres de Regina ni a ninguno de sus
familiares, salvo al señor Rochefeller. Además, le intrigaba el
hecho de que Regina fuese a hacer una fiesta por el
compromiso. No podía esperar otra cosa. Al final de cuentas,
era otro pequeño detalle que agregarle al circo que ese
compromiso significaba. Lo que le agradaba, era que por lo
menos María José estuviera con él. Aunque durante esa tarde
tuviera que estar con Regina un buen rato, podía escaparse de
vez en cuando para poder ver a su amada.
Pasaron dos horas después de que colgó con María José. En
ese momento, tocaron la puerta de su oficina. Maurice se
extrañó, pues los únicos que iban a verlo a la oficina eran
Regina y el señor Rochefeller y ninguno de los dos tocaban
antes de entrar. Entraban así, de golpe, sin avisar. Y cuando
María José iba a verlo, normalmente lo esperaba afuera.
- Adelante. - dijo Maurice
Donna y Violeta entraron y se sentaron frente a él.
- ¿Qué sucede?
- Que tu futura "esposa" va a hacer de la pedida de mano
un espectáculo - dijo Violeta, un tanto molesta.
- Ya van varios medios de comunicación que informan que
estarán al pendiente.
- Creo que ya habíamos hablado al respecto. Ella está
organizando todo. No puedo interferir en ello.
- Pero todo será un caos.
- No tengo alternativa.
WĄŐŝŶĂ ϭϲϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Pudiste haber dicho que no.


- ¿Y dejar que mataran a mi hija y a mi María José? No, no
podía dejar que pasara eso. La vida de ellas me importa más
que cualquier otra cosa
- Pero hermano...
- Dejemos que los planes marchen como deben. -
interrumpió Maurice. - Esperemos que pronto acabe todo.
Violeta y Donna hicieron un gesto de desaprobación. Maurice
se levantó y miró la ventana. Ellas se quedaron con él,
ayudándole con sus pendientes para que pudiera acabar con
el trabajo.
En cuanto acabaron con todo el trabajo, bajaron al
estacionamiento. Donna había dejado su auto junto al de
Maurice.
- Si quieren adelántense a casa de Regina. Tengo que
pasar por María José antes.
- ¿Ella irá? - preguntó Donna, extrañada
- Órdenes de la jefa - dijo Maurice con tono de burla.
- Pero nosotras no sabemos dónde vive Regina.
- Cierto. Yo tampoco sé. Espérenme aquí. Iré a preguntar.
Maurice volvió a subir. Fue a la oficina del señor Rochefeller.
Tocó. Él abrió.
- Justamente a ti te quería ver.
- Me dijo Regina que hoy sería su pedida de mano. Y quería
saber dónde va a ser.
WĄŐŝŶĂ ϭϲϴ ĚĞ ϯϵϵ

El señor anotó en unas hojas la dirección


- Aquí está la dirección y lo que tienes que decir al rato. Si
no logras aprendértelo, inventa algo para que tengas que leerlo.
Lo que importa es que no cambies nada de lo que está escrito
ahí.
Maurice asintió. Volvió a bajar. Donna y Violeta lo esperaban
recargadas en el auto.
- Listo. Ésta es la dirección. - se la mostró a Violeta. Ella lo
copió en su celular. - nos vemos ahí.
- ¿No quieres que vayamos nosotras por María José?
- Por ahora no. Quiero estar con ella un rato.

25
Cada uno se subió a su respectivo auto. Maurice manejó hasta
casa de Julia. No había alcanzado a leer lo que decía en las
hojas, pero seguramente serían mentiras. Al llegar, le llamó a
María José para que saliera. Maurice bajó del auto y esperó a
María José a un lado de la puerta del copiloto, para ayudarla a
que se subiera. Cuando la vio salir, quedó pasmado. María
José llevaba puesto un vestido negro que le llegaba a la rodilla.
Traía un collar con la medalla que Julia le había dado antes de
la aventura de las sirenas. Llevaba el cabello recogido con una
coleta. Aunque su maquillaje era muy sencillo, le resaltaba sus
facciones. Ella sonrió al verlo. Salió de la casa, despidiéndose
de Julia. Cuando estuvo frente a frente con Maurice, lo abrazó.
Él no desaprovechó la oportunidad de besarla.
WĄŐŝŶĂ ϭϲϵ ĚĞ ϯϵϵ

- No es bueno que hagas esto. - dijo María José,


separándose un poco de ella.
- No es pecado besar a mi esposa. - respondió Maurice,
haciendo una caricia en el rostro de María José
- Lo sé. Pero alguien podría vernos.
- Que nos vean, así me ahorran pedir disculpas más
adelante. - susurró Maurice.
María José rió. Maurice le abrió la puerta del copiloto. Ella,
agradecida, se subió. Colocó su cinturón de seguridad. Vio las
hojas que estaban sobre el asiento de Maurice. Vaya. Hasta un
discurso tenía que aprenderse.
- Vámonos. - dijo Maurice subiéndose al auto.
- ¿Esto es lo que vas a decir hoy? - preguntó María José,
leyendo lo que decían las hojas.
- En efecto. Se suponía que debía aprendérmelo. - puso en
marcha el coche y empezó a manejar. - Pero, ¿te digo la verdad?
Me da flojera aprenderlo.
- ¿Y qué harás entonces? - preguntó María José, mirándolo.
- Lo voy a leer.
- Pensé que dirías algo que te brotara del corazón.
- Eso lo pude hacer únicamente con una persona. - dijo,
observando su reacción. Parecía divertida. Seguía leyendo el
discurso. - ¿Me lo podrías leer? No sé ni siquiera qué es lo que
dice.
María José aclaró su garganta. Comenzó a leer.
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TXHWUDWDUpGHKDFHUODIHOL]HOUHVWRGHPLVGtDV 

Cuando María José terminó de leer, tanto ella como Maurice


soltaron una audible carcajada.
- Eso es lo más rebuscado que he oído en mi vida - dijo
Maurice.
- Ni que lo digas. Ni siquiera a mis papás les dijiste algo por
el estilo.
- Porque a tus papás se los pedí sinceramente. Lo de
ahorita será lo más hipócrita del mundo.
- ¿Cómo le harás para decirlo sin reírte?
- Pensaré que se lo estoy pidiendo a tus padres, como
aquella vez.
- Eso me agrada.
En cuanto llegaron, vieron que Regina aguardaba en la entrada
de la gran mansión. Salieron del auto. Maurice le abrió la puerta
a María José y le ayudó a salir.
- ¿Cómo me veo? - le preguntó Maurice
WĄŐŝŶĂ ϭϳϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Guapísimo, corazón. Espera un segundo. - dijo, al ver que


se disponía a entrar a la mansión. Le arregló el nudo de la
corbata y le ayudó a fajarse bien la blusa. - Ahora sí, estás listo.
Ve y conquístalos a todos.
- No necesito conquistar a nadie. Ya te conquisté a ti y eso
me basta.
Ambos sonrieron. María José le entregó discretamente la hoja
del discurso a Maurice. Entraron juntos a la mansión.
Saludaron a Regina.
- Te estaba esperando. Ya están todos los invitados
aguardando. María José, bienvenida. Hace mucho que no te
veo. Necesito hablar contigo, pero será después de la pedida
de mano. Vamos, apúrate.
Maurice y María José caminaron tras Regina. Llegaron a un
jardín muy grande, en el que había cientos de mesas. Maurice
ubicó la mesa donde estaba su madre y su hermana. Eduardo
estaba en la mesa del señor Rochefeller.
- Ve a sentarte con mi madre y mi hermana. En unos
minutos, me reuniré con ustedes - le dijo Maurice a María José.
Ella hizo lo que Maurice le pidió. En cuanto llegó donde ellas
estaban, las saludó. Donna quitó su bolsa de una silla para que
su nuera pudiera sentarse. Una vez sentada, buscó a Maurice
con la mirada. Lo encontró junto a Regina. Esperaba que la
abrazara o se portara cariñoso con ella. Pero pasaba todo lo
contrario. Estaba distante con ella, como si la quisiera evitar a
toda costa. Ni siquiera le dirigía una mirada de cariño. Justo
cuando iba a pedir la mano, volteó a ver a María José. Ella le
hizo un gesto de buena suerte.
WĄŐŝŶĂ ϭϳϮ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice y Regina subieron a una tarima, junto con una señora


y un señor, que suponía que eran los papás de Regina.
- Bueno, ya que llegó el novio, vamos a proceder con lo que
nos ha reunido aquí. - dijo Regina al micrófono que estaba en
la parte central de la tarima
- Buenas tardes a todos. Voy a sacar mi apuntador para
que no se me vaya a olvidar nada. - dijo Maurice, sacando el
papel que había guardado en la bolsa de su pantalón. Los
invitados rieron.
Maurice leyó el discurso. De vez en cuando hacía una pausa
para mirar a los invitados, especialmente a María José. Ella le
devolvía la mirada con una sonrisa. En cuanto terminó de leer,
los padres de Regina le dieron su aprobación. "¿Qué clase de
padres aprobaban que su hija se casara con un completo
extraño?" se preguntó María José en sus adentros. Miró a
Donna y a Violeta. Parecía que pensaban lo mismo, pues
tenían cara de pocos amigos. En ese momento, Regina besó a
Maurice. María José se volteó. Ver eso la había puedo celosa.
Ambos bajaron de la tarima. Regina estuvo paseándose a lo
largo del jardín. Mientras que Maurice se limitó a irse a sentar
junto a María José. Iba con gesto de dolor. Su boca estaba
sangrándole.
- ¿Qué pasó? - preguntó María José, preocupada.
- Me mordió mientras me besaba.
- Ven, te curaré - dijo María José, tomando un hielo y
envolviéndolo en una servilleta. - Siéntate, para que estés a mi
altura.
WĄŐŝŶĂ ϭϳϯ ĚĞ ϯϵϵ

Él hizo lo que María José le indicó. Ella colocó la servilleta en


la herida de Maurice. Él gimió de dolor. Aunque por un
momento, agradeció que María José fuera enfermera.
El resto del evento transcurrió en calma. Maurice la pasó casi
todo el tiempo en la mesa de Donna, Violeta y María José. De
vez en cuando, Regina lo mandaba llamar, pero era
únicamente para que les tomaran fotos. Pero para él era mejor
estar con ellas que con Regina. La mordida de labio le había
dolido bastante. María José nunca le habría hecho eso. Ni
siquiera en los momentos de intimidad. Era muy tierna con él.
Sólo bastaba ver como lo veía cuando hablaba, cuando reía o
cuando estaba haciendo cualquier cosa.
En cuánto terminó todo, Maurice se despidió del señor
Rochefeller y de los papás de Regina.
- Bien hecho, muchacho. - le dijo el señor, a lo que Maurice
se limitó a sonreír.
Regina se acercó a María José.
- Ahora sí. Quería pedirte un favor muy especial. Sé que tú
y mi prometido, independientemente de lo que hubo entre
ustedes, siempre han sido muy buenos amigos. Por eso era
importante que estuvieras aquí. Y por lo mismo, quería pedirte
si podrías ser una de las damas de honor en la boda.
María José volteó a ver a Maurice, que estaba detrás de Regina.
- ¿Tú qué opinas? ¿Quieres que lo sea? - le preguntó a
Maurice.
- Con tal de que estés ahí, me encantaría.
- Está bien. Acepto.
WĄŐŝŶĂ ϭϳϰ ĚĞ ϯϵϵ

- Bien, entonces te mando a tu celular las especificaciones


del vestido.
María José asintió. Se despidió de Regina. Posteriormente,
Maurice procedió a hacer lo mismo. Regina quiso besarlo en
los labios nuevamente, pero Maurice se limitó a besarle la
mejilla. No quería que volviera a morderlo. Hecho esto, se
fueron. Maurice procedió a abrirle la puerta del auto a María
José. En cuanto ambos estuvieron en el auto, Maurice la llevó
a casa de Julia.
Al llegar, le ayudó a bajarse del auto. María José se dirigió
hacia la puerta de la casa. Ya estaba atardeciendo. Maurice la
siguió.
- Gracias por ser tan buena compañera. - le dijo Maurice,
colocándose frente a ella.
- Gracias a ti por invitarme.
- Sabes que siempre te preferiré ante todo. ¿Si te dije que
te ves preciosa?
- Me parece que no. - dijo María José, sonrojándose.
Maurice procedió a besarla. Se quedaron mirando fijamente
por unos segundos.
- ¿No te lastimé? - preguntó María José, mirando el labio
herido.
- No, mi amor. Nunca lo harías. - dijo Maurice, acariciando
la mejilla de su amada.
- Ven, vamos adentro para que te suture la herida.
- No hace falta. Lo prometo. Estaré bien.
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- No puedo verte así. Déjame hacerlo, por favor.


- Está bien, pero con una condición. - María José lo miró
consternada - que me dejes tomarme una foto contigo.
María José sonrió. Maurice se colocó detrás de ella. La abrazó
por encima del vientre abultado. Tomó varias fotos. En cuanto
estuvo listo, entraron a la casa. María José procedió a coser la
herida. Cuando estuvo listo, Maurice se retiró.

 
WĄŐŝŶĂ ϭϳϲ ĚĞ ϯϵϵ

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1
Pasaron los meses lentamente para María José. Últimamente,
no podía dormir bien. El tamaño de su vientre era cada vez más
grande. Con el tiempo, le costaba más trabajo pararse y
acostarse. Maurice, cuando iba a verla, trataba de ayudarle lo
más que podía.
Una noche, mientras trataba de acomodarse en la cama para
intentar dormir un poco, sintió que su hija se movía más de lo
habitual y un dolor bastante fuerte comenzaba a aturdirla. Trató
de normalizar su respiración, pero cada vez se volvía más difícil.
Un hueso crujió. Gritó.
- ¡Mamá! - le gritó a Julia, intentando incorporarse. Pero, al
intentar moverse, sintió un fuerte espasmo.
- ¿Qué pasa hija? - preguntó Julia, entrando a la habitación.
- No sé qué está pasando.
Julia se acercó a ella, corriendo. En esos momentos, cualquier
cosa podría pasarle a su hija.
- ¿Qué sientes? - preguntó, inspeccionándola.
- Mi hija está moviéndose más que otras veces. Y duele
mucho, mamá.
Julia la observó con calma. María José sintió sus pantalones
mojados. La fuente acababa de rompérsele. Julia entendió. Ya
había llegado la hora de que su hija diera a luz.
- Arethusa, vámonos al hospital. Mi nieta ya está a punto
de nacer.
WĄŐŝŶĂ ϭϳϴ ĚĞ ϯϵϵ

Arethusa salió corriendo de su habitación. Llamó a una


ambulancia. Entre las dos, la ayudaron a levantarse. Un
espasmo fuerte aturdió a María José. Gritó.
- Calma, mi niña, calma. Estarán bien.
- Avísenle a... Maurice... que mi hija. ya va a ... nacer... -
dijo con mucho esfuerzo María José.
- Ahorita le avisamos. Lo que importa en este momento es
que nazca bien.
- ¿Estarán conmigo en el parto, ¿verdad?
- Si, mi amor. No te dejaremos sola. Arethusa, avísale a
Donna y a sus hijos que mi nieta ya va a nacer.
- Con gusto.
Arethusa avisó a los tres por medio de un mensaje de texto. La
ambulancia llegó. Los paramédicos ayudaron a María José a
subir al automóvil. Arethusa y Julia subieron tras ella.
Donna, Violeta y Maurice recibieron el mensaje de Arethusa al
mismo tiempo. Maurice tenía insomnio. Estaba preocupado por
María José. En cuanto recibió el mensaje de Arethusa, supo el
porqué de su preocupación. Le llamó a su madre y a su
hermana para avisarles. Le respondieron que ya les habían
avisado. Los tres se cambiaron la pijama por ropa para salir.
Maurice pasó por ellas a su casa. Se subieron al auto de
Maurice. Él le llamó a Arethusa.
- ¿Si?
- ¿Llevarán a mi esposa al hospital dónde estuvo
trabajando?
WĄŐŝŶĂ ϭϳϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Así es. Apresúrate a llegar para que puedas entrar al


parto.
Maurice colgó. Manejó rápidamente al hospital. María José
sentía como su hija estaba esforzándose por salir de su cuerpo.
"Calma, mi niña, calma" repitió las palabras de su madre para
su hija. El dolor la atormentaba más y más. El chófer de la
ambulancia procuraba manejar lo más rápido posible,
esquivando los coches que estaban en su mismo carril.
Llegó al hospital. Los paramédicos la bajaron y la llevaron
hasta un quirófano. Arethusa y Julia fueron detrás de ella. Letty
las vio llegar y fue a llamar al doctor Jiménez.
- Doctor, María José acaba de llegar. Ya es hora de que dé
a luz.
- Prepara el quirófano y el instrumental ¡rápido!
Letty hizo lo que el doctor le pidió. El doctor se levantó
rápidamente de su silla, se cambió rápidamente por su atuendo
de cirugía y corrió al quirófano.
Maurice, Donna y Violeta llegaron minutos después. Los tres
corrieron a buscar a María José. A lo lejos, vieron a Arethusa y
a Julia. Maurice se adelantó a verlas.
- Ya estamos aquí. - dijo Violeta, sofocada.
- Bien. Tenemos que ver quién entrará con ella.
- Quiero que mi madre esté conmigo, igual que Arethusa. -
habló María José con mucho esfuerzo.
- ¿Puedo entrar también? - preguntó Maurice.
- No te gusta... verme... sufrir...
WĄŐŝŶĂ ϭϴϬ ĚĞ ϯϵϵ

- No me importa. Quiero estar contigo.


- Haz lo que quieras. Decídete pronto, que ya no... puedo...
más...
Maurice se sintió de pronto, demasiado presionado. Sabía que
su obligación era ver nacer a su hija, pero efectivamente no le
gustaba verla así. Pero la sensación de ansiedad de querer
conocer a su pequeña tan pronto como saliera del cuerpo de
María José, le hizo tomar la mano de su esposa y susurrarle al
oído "no te fallaré. Estoy contigo".

2
Los tres entraron al quirófano. Había un grupo de doctores en
el quirófano esperando a que entrara María José para empezar
las labores de parto. Entre los doctores estaba el doctor
Jiménez, que estaba un poco nervioso por lo que sucedería en
ese momento. Letty también estaba ahí. Los doctores
prepararon los instrumentos que iban a necesitar. "¿Estás
lista?'" le preguntó Letty a María José. Ella asintió. Letty colocó
la anestesia a María José. "Necesitamos que se quede una
persona de cada lado" les dijo a los que se quedaron con ella.
Julia se colocó del lado izquierdo de María José, mientras que
Arethusa y Maurice caminaron lentamente hacia su lado
derecho. Tanto él como Julia sujetaron la mano que tenían en
su lado.
La anestesia empezaba a surgir efecto. María José respiró
profundamente. "¿Lista?" preguntaron los médicos. Ella asintió.
Hicieron la incisión correspondiente.
WĄŐŝŶĂ ϭϴϭ ĚĞ ϯϵϵ

Cuando los espasmos volvían, ella sujetaba fuertemente las


manos de Maurice y de Julia. El dolor era más fuerte de lo que
creía.
Los doctores le ordenaban cada cierto tiempo que pujara lo
más que pudiese. Cuando esto sucedía, María José gritaba. El
dolor era cada vez más fuerte hasta volverse insoportable.
Además, sentía intriga y desesperación al ver que su pequeña
no nacía. "¿Que está pasando? Esto no es normal" pensó
María José.
Pasaron varias horas y la niña todavía no salía. María José
estaba cansada.
- Resiste, muñeca - dijo Arethusa.
- Ya no aguanto más.
- Sé que puedes hacerlo. Ya has soportado muchas cosas.
Es por un bien mayor. Resiste. - reiteró Arethusa.
Maurice ya no soportaba el verla así. María José tenía razón:
no le gustaba verla sufrir. Más bien, no lo resistía. Salió
corriendo del quirófano, con un nudo en la garganta. Arethusa
ocupó su lugar y apretó su mano con fuerza.
- Resiste.
- Ya está saliendo. - dijo un doctor.
- Vamos, un poco más.
María José pujó una vez más. Un llanto iluminó la sala. Ya
había nacido. Su hija acababa de ver la luz por primera vez.
- Sabía que lo lograrías, mi niña. - le dijo Julia.
WĄŐŝŶĂ ϭϴϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Gracias por quedarse conmigo. No hubiera podido


hacerlo sin ustedes. ¿Mamá? - le preguntó.
- ¿Qué pasó, mi niña?
- Quiero ver a mi hija.
Letty se la entregó a Julia. Ella la vio y un par de lágrimas
rodaron por sus mejillas. Estaba preciosa. Besó la frente de la
recién nacida y se la entregó a su madre.
María José la cargó. Sintió una extraña sensación. Era tan
hermosa. Parecía una muñeca. Era tan frágil, tan indefensa,
tan pura. La llevó por ocho meses y medio en su vientre y no
podía creer que la tuviera ahora en sus brazos. Ansiaba tanto
tenerla así, que no podía creer que ese momento fuese real.
Por un momento creyó que era un sueño. Pero no podía serlo
más. Aquella bebé no era cualquier niña: era su hija. Suya,
completamente. Podría faltar cualquier persona en el mundo,
menos ella.
- Cuando supe que vendrías a mi vida, ya te amaba. Ahora
que te conozco, te amo más. - le susurró a su pequeña.
- Te llevaremos a tu cuarto para que puedan descansar. -
dijo Letty, sujetando la camilla para trasladarla a otro cuarto.
- ¿Puedo llevarme a mi hija? - preguntó María José.
- Con gusto. Nada más que serían unos minutos. Después
lleváremos a la niña a la incubadora.
La llevaron a un cuarto. Al verlas, Donna y sus hijos entraron
tras ellos. Ahí, todos rodearon la cama donde estaba María
José, menos Maurice, quien se sentó en un sillón, apartado de
las demás.
WĄŐŝŶĂ ϭϴϯ ĚĞ ϯϵϵ

- ¡Está preciosa! - exclamó Violeta, abrazando a María


José
- Se parece tanto a su madre...- dijo Julia, acariciando la
mejilla de su hija.
- Aunque creo que tendrá los ojos de su padre - dijo Violeta.
Donna, al ver que Maurice estaba lejos, fue con él. Lucía
nervioso, temeroso e indeciso. Tenía miedo de cruzar esa
frontera en la que ya no eran María José y él solamente, sino
que ahora había una pequeña niña entre ellos. Debía animarlo
a que rompiera su miedo y seguir adelante su camino.
- ¿No quieres ver a tu hija? - preguntó Donna.
Maurice vaciló. ¿Qué sentiría al verla, entre los brazos del
amor de su vida? ¿Emoción? ¿Alegría? Se acercó lentamente
a María José. Las ojeras debajo de sus ojos delataban el
cansancio que sentía. Pero, a pesar de eso, estaba feliz. Tenía
un brillo especial en sus ojos. Más especial que el de otras
veces.
Ahí estaba la pequeña criatura. Tan pequeña, tan inocente, tan
pura. Era tan perfecta. No imaginaba que sería tan hermosa.
Una lágrima de emoción corrió por su mejilla. Por fin vio el fruto
de su amor reflejado en un nuevo ser. Era realmente hermosa.
- Nuestra hija, cariño. - dijo María José, mostrándosela. -
¿quieres cargarla?
- ¿Puedo?
María José se la entregó. Tenerla en sus brazos era la mejor
sensación que había experimentado en su vida. Era un
pequeño fruto de todo el amor que sentían el uno por el otro.
WĄŐŝŶĂ ϭϴϰ ĚĞ ϯϵϵ

Habían generado una nueva vida, ya no eran sólo recuerdos o


experiencias. Era otra vida.
- Se parece mucho a ti, mi amor. - dijo Maurice,
entregándosela de nuevo. - es tan bella como su madre.
- Gracias, amor.
- Bien, ya basta de visitas. La nueva mamá necesita
descansar. Fue una noche difícil.- dijo Violeta.
- ¿Quién se quedará con ella? - preguntó Maurice.
- Eso déjanoslo a nosotras. No te preocupes. Estará bien.
- dijo Arethusa
- ¿No hay problema? - Julia negó con la cabeza.
- Cualquier cosa que necesiten, no duden en llamarnos. No
quiero que mi hermosa nuera y mi pequeña nieta tengan algún
inconveniente.
- Gracias por venir. Ha sido un detalle muy lindo de su parte.
Letty entró de nuevo a la habitación. Les dijo que era hora de
llevarse a la niña a la incubadora. María José besó la frente de
su hija. Maurice la cargó de nuevo e imitó el gesto de su esposa.
Unos segundos después, se la dio a la enfermera.
Después de esto, Maurice, Donna y Violeta se fueron. Antes de
irse, Maurice besó los labios de su amada. "Te amo" le susurró
María José al oído.
WĄŐŝŶĂ ϭϴϱ ĚĞ ϯϵϵ

3
- ¿Dónde estabas? - preguntó Regina, que llevaba un buen
rato alterada.
- ¿Para qué quieres saber? - evadió Maurice.
Cuando Maurice llegó a su departamento, Regina le habló para
decirle que le urgía que fuera a su casa. Y es que Maurice
había olvidado apagar el internet de su celular. Seguramente,
ya había visto que estaba en el hospital. Pero no quería que
supiera que había estado toda la noche con María José, viendo
nacer a su hija. Si no, se pondría frenética. Últimamente, no
quería que se separara ni un segundo de su lado, haciendo que
los encuentros con María José fueran de menor cantidad de
tiempo.
- ¡Necesito saberlo!
- Ya te dije que no fue nada.
- Tú nunca visitas un hospital a menos que sea algo grave.
Ni siquiera vas a acompañarme cuando tengo consulta. ¿Qué
sucedió?
- ¿En verdad quieres saberlo?
- Necesito saberlo.
- Ya nació mi hija. Y fui a apoyar a María José. ¿Contenta?
- ¿Ya nació? - Maurice asintió - ¿Y por qué a ella si la
acompañas al hospital y a mí no?
- Porque ella está sola. No tiene a nadie que la cuide, que
la proteja.
WĄŐŝŶĂ ϭϴϲ ĚĞ ϯϵϵ

- Yo tampoco tengo a nadie. Aun así, nunca me has


apoyado.
- Tienes a tus padres, a tus hermanos...
- Pero no te tengo a ti. - lo interrumpió.
- Puedes estar sin mí tranquilamente.
- Pero vas a ser mi esposo y tienes que estar conmigo
siempre. ¿Oíste? ¡Siempre!
- No puedo creerlo. Es imposible hablar contigo. - dijo
Maurice enfadado.
Se marchó de la casa de Regina inmediatamente.
Regina intentó ir tras él, pero Maurice ya había arrancado el
coche y ya había manejado una distancia considerable.
Maurice, desde el día que le pidió matrimonio, se comportaba
sumamente extraño. La evadía a cada instante y no era nada
cariñoso con ella. Siempre que estaban juntos, él estaba
distraído y mirando cosas en su celular. Regina temía que se
arrepintiera de casarse con ella. ¿Qué pensarían sus familiares
y amigos? Sería una tragedia. Tenía que retenerlo.

4
Maurice manejó rápidamente al hospital. Aquella situación lo
estaba asfixiando. Tenía que acabar con eso, antes de que
algo peor pudiese suceder.
Bajó rápidamente del auto y corrió al cuarto. Ahí estaban Julia
y Arethusa con María José, sentadas en el borde de la cama.
María José tenía a la niña en brazos. Le daba de comer.
WĄŐŝŶĂ ϭϴϳ ĚĞ ϯϵϵ

- ¡Amor! - exclamó María José. - ¡qué bonita sorpresa!


- ¿Cómo te sientes, preciosa?
- Ya mejor, cariño, gracias.
- Vamos por algo de comer, aprovechando que Maurice
está aquí contigo. - dijo Julia levantándose.
- Claro, mamá. Gracias.
Arethusa y Julia salieron de la habitación.
- ¿Todo bien? - preguntó al verlo tan extraño.
- Si, preciosa.
- Algo te pasa. Te conozco.
- No es nada.
- Cariño, dime. Puedes confiar en mí, ¿lo olvidabas?
- Lo sé, preciosa. Simplemente estoy harto de todo este
mundo. De tener que vivir teniendo que dar explicaciones a los
demás.
- Sabía que no estabas bien. Ya casi nos vamos. Resiste
un poco más. Muy pronto estaremos en casa.
- ¿Sabes? - preguntó Maurice, cambiando de tema - Ahora
que recuerdo, no tuvimos fiesta, noche de bodas, luna de miel,
ni todas esas cosas.
- Lo sé. Todo fue tan rápido.
- Cuando regresemos, hay que planear todo una vez más.
- ¿De qué hablas?
WĄŐŝŶĂ ϭϴϴ ĚĞ ϯϵϵ

- ¡Claro! Esa no fue una boda para nosotros. Fue la


simulación.
- Pero, amor. No es necesario.
- ¿Por qué no? Todos los invitados se quedaron con ganas
de festejar nuestra unión. Incluso yo quería seguir con la fiesta
y todas esas cosas.
- Tal vez podamos festejarlo después. Tu y yo y bueno -
dijo, mirando a su hija - ahora con la niña.
- La niña...es cierto. Aún no tiene nombre. ¿Has pensado
alguno?
- Muchos, pero necesitamos hablarlo.
Ambos se quedaron pensando unos minutos. Después,
comenzaron a hablar sobre varios nombres que le quedarían
bien a su hija. Pero ninguno les parecía adecuado. Hasta qué
Maurice tuvo una idea que le gustó.
- ¿Qué te parece Andrea? - preguntó
- Me gusta. - miró a su hija - Andrea... Está bien. Se le
queda el nombre.
- Princesa, tenemos que hacer algo para festejar nuestra
boda.
- Me parece buena idea, cielo. Sólo si es la fiesta.
- Pero, te suplicaré que no te obsesiones con la idea de que
sea la fiesta del año y esas cosas.
- ¿De qué hablas? Cuando nos casamos, los demás se
encargaron de organizar todo. Yo no tuve que ver. Casi.
WĄŐŝŶĂ ϭϴϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Eso me gusta. ¿Sabes algo más?


- ¿Qué cosa?
- Te amo.
- No necesitas decírmelo. Esta niña lo demuestra
claramente.
Maurice se sentó más cerca de María José. La abrazó
suavemente. Hizo una caricia en su mejilla y después acarició
la frente de su hija. Andrea. María José tenía razón. La niña era
un regalo por darse tanto amor.
- Aún así, no creo que haya sido una unión válida.
- Los dos dimos el "si, acepto". Hicimos nuestra alianza y
nos dimos nuestro primer beso como esposos.
- Pero quisiera repetirlo una vez más.
- Ya habrá ocasión de ver eso. Por el momento, tenemos
que regresar a la aldea. Ya nació Andrea. Creo que podremos
marchar hoy mismo.
- Calma. Tienes que estar completamente repuesta para
poder regresar. Además, tengo un plan.
- Está bien, cariño. Pero que sea rápido. Ya no quiero
seguir en este mundo.
- Te lo prometo.
- Tenemos buenas noticias. - dijo Arethusa, mientras ella y
Julia entraban al cuarto.
- Mañana podrás regresar a casa con nosotras.
- ¿De verdad?
WĄŐŝŶĂ ϭϵϬ ĚĞ ϯϵϵ

- No presentaste ninguna complicación, y tu hija tampoco.


- ¡Qué alegría!
- Bien, pues mañana temprano vendré por ustedes para
llevarlas a casa.
- No es necesario, amor. Podemos irnos en taxi.
- Déjame consentirlas, aunque sea un poco.
Al día siguiente, las llevó a la casa. En cuanto estuvieron frente
a la casa, Maurice estacionó el coche. Se bajó rápidamente y
ayudó a María José a cargar a la niña, mientras bajaba del
coche. Entraron juntos a la casa.
- Hogar, dulce hogar. - dijo Maurice.
- No estamos en casa, amor - le dijo María José.
- Lo sé, pero por el momento, este es tu hogar. Platicaron un
par de horas, antes de que Maurice tuviera que marcharse.

5
Pasaron varias semanas. Maurice iba a visitarlas diario. De vez
en cuando, Violeta y Donna también iban, pero sus visitas eran
menos frecuentes que las de Maurice.
Un día, Maurice estaba en la casa de María José. Jugaba con
su hija, como era su costumbre. Sin embargo, su celular
comenzó a sonar. Vio la pantalla. Era el señor Rochefeller. Por
un momento, pensó en rechazar la llamada, pero si no lo hacía
tendría consecuencias graves.
- ¿Si? - contestó
WĄŐŝŶĂ ϭϵϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Necesito que consigas una secretaria urgentemente.


Tengo que darle la incapacidad a mi nieta cuantos antes. Su
enfermedad ya no la deja trabajar.
- Vaya. Que terrible noticia. - calló - No se preocupe, señor,
ya sé quién podría ser mi nueva asistente - dijo, mirando a
María José.
Colgó. María José lo miró, confundida. No sabía de lo que
hablaba y porque la veía así.
- Tienes un nuevo trabajo, amor. - le dijo Maurice
- ¿De verdad quieres que sea tu secretaria?
- Claro que sí, amor. Así será un buen pretexto para estar
juntos más tiempo.
- Pero quiero estar más tiempo con mi hija. Además, aún
tengo mi trabajo en el hospital. No me gustaría perderlo.
- Has estado mucho tiempo con ella las últimas semanas.
Y por lo del trabajo, podrías renunciar.
- No será suficiente el tiempo que una madre quiera estar
con su hijo.
- Bueno, si quieres, puedes llevártela al trabajo.
- ¿Seguro? No he visto bebés en el edificio.
- Porque a los niños los dejan en la guardería. Pero a
nuestra pequeña podrías tenerla dentro de la oficina. Nada más
tendría que trasladar tu escritorio adentro de mi oficina para
que no tengamos problemas.
- Pero, cariño. Pronto nos marcharemos a la aldea.
WĄŐŝŶĂ ϭϵϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Será un trabajo provisional. Tengo un plan ¿lo olvidabas?


- Está bien. Pero quisiera empezar el lunes. Estoy un poco
adolorida aún.
- ¡Qué alegría! No te arrepentirás, cielo.
- ¿Me prometes que será poco tiempo?
- Te lo juro. El lunes paso por ti para irnos.

6
El lunes, como lo había dicho, Maurice pasó por ella muy
temprano. Tocó el timbre. María José bajó rápidamente con la
niña en brazos. Abrió la puerta para que Maurice pudiera entrar.
- Hola, preciosa. ¿Dormiste bien? - le preguntó,
abrazándola.
La examinó lentamente. Tenía una falda entallada y una blusa
holgada. No parecía que hubiera tenido un bebé semanas atrás.
A pesar de que tenía maquillado el rostro, se veía demacrada.
- Un poco. La niña estuvo llorando toda la noche.
María José besó los labios de Maurice.
- Te dejaré salir antes para que puedas descansar.
- Gracias, amor. - Maurice inspeccionó la casa
- ¿Dónde está mi suegra? ¿Y Arethusa?
- Fueron a trabajar. Creo que llegarán a la misma hora que
yo.
- Bien. ¿Nos vamos?
WĄŐŝŶĂ ϭϵϯ ĚĞ ϯϵϵ

María José agarró la pañalera de la niña. Maurice la guió hasta


el auto. Abrió la puerta del copiloto para que ella pudiera
subirse. Ella subió con un poco de esfuerzo. Seguía estando
un tanto adolorida por el parto.
Maurice manejó a la oficina, cuidando no saltar baches
bruscamente por María José. Una vez que llegaron, Maurice
metió el auto al estacionamiento. Le ayudó a bajar a María José.
Entraron al edificio lentamente. Maurice le indicó que iría a
arreglar unas cosas en la oficina.
Siguieron caminando. Se detuvieron frente a un elevador.
Maurice presionó un botón y esperaron a que llegara.
- ¿Sabes? Lo único que me desagrada de este edificio es
que tiene cámaras de seguridad por todos lados. - le dijo a
María José, acariciando su rostro
- ¿Y eso que tiene de malo?
- Que contigo trabajando a mi lado, será difícil resistirme a
darte un beso. - le susurró al oído.
- Para todo hay tiempo, corazón.
Subieron al elevador. Una vez que estaban en la oficina de
Maurice, él le abrió la puerta. Ahí había dos grandes escritorios
de madera, un sofá de cuero y otras dos puertas. En medio de
los dos escritorios había una carriola para la niña. La ventana
reflejaba la luz del sol. Encima de uno de los dos escritorios
había una caja de cartón con varios utensilios.
- Este es tu escritorio, amor. Aquí te dejaron todas las
cosas que vas a ocupar.
Maurice la abrazó con fuerza. María José lo alejó un poco.
WĄŐŝŶĂ ϭϵϰ ĚĞ ϯϵϵ

- Recuerda que hay cámaras de seguridad.


- Lo sé. Pero eso no significa que no pueda abrazar a mi
"mejor amiga". - acarició suavemente su mejilla - Bueno, vamos
a trabajar. - le dijo, tomando su mano.
- ¿Qué tengo que hacer? - le preguntó María José, al
tiempo en que llevaba a su hija de regreso a la cuna.
- Tienes que llevar mi agenda, responder las llamadas,
pasar a la gente conmigo, acompañarme a las juntas, en fin,
ser mi dama de compañía. - el teléfono sonó - adelante, cielo.
María José respondió la llamada. Las horas pasaron. Ella
arregló la agenda de Maurice, que estaba bastante
desordenada. De cuando en cuando, Andrea se despertaba y
lloraba. María José, para no incomodar a Maurice la cargaba y
trataba de que durmiera tan pronto como fuese posible.
Cuando llegó la hora de comida, Maurice se levantó de su silla.
- Bien, amor. No hace falta que te quedes más tiempo.
Usualmente, nadie llama a estas horas, así que solamente
perderías el tiempo. Mejor ve a casa para que puedas
descansar un rato.
- ¿Estás seguro qué no quieres que me quede?
- Completamente. Puede ser que mañana si te requiera
más tiempo. Pero ahora no es necesario.
- Muchas gracias, corazón. Me iré a casa entonces.
- Te llevaría a casa pero digamos que Regina está un poco
insistente en que pasemos más tiempo juntos.
- Está bien. Pediré el taxi. ¿Te veré más tarde?
WĄŐŝŶĂ ϭϵϱ ĚĞ ϯϵϵ

- Por supuesto. Como todos los días.


Maurice la abrazó y besó su mejilla. "Te amo" se susurraron
mutuamente al oído. María José cargó la pañalera de la niña.
Salió. Esperó su taxi en la acera. Una vez que pasó uno vacío,
lo detuvo y se subió.

7
Para su sorpresa, el taxista era Lukas.
- Lukas, amigo, qué gusto. Hace mucho que no vas a
visitarnos.
- Es que ahora si he tenido algo de trabajo. ¿A dónde te
llevo?
- A casa de mi madre, por favor. Pero antes, necesito que
me lleves al hospital dónde trabajaba.
- Claro. Por cierto, linda niña. ¿De quién es?
- Mía. Es mi hija. Ya nació.
Lukas detuvo bruscamente el coche. Volteó a ver a la niña. En
efecto, se parecía mucho a Maurice y a María José. Era
bastante tierna. Miró a María José. Revisaba si no le había
pasado nada malo a su hija por el movimiento tan brusco.
- Es una niña hermosa - dijo Lukas con la voz ahogada.
- Gracias. Ahora ¿podrías llevarnos a donde te pedí?
Lukas la obedeció y la llevó al hospital. En cuanto llegaron,
María José tomó una bocanada de aire. Hacer eso, le costaría
trabajo. Y más que, en realidad, no quería tomar esa decisión.
WĄŐŝŶĂ ϭϵϲ ĚĞ ϯϵϵ

Pero era necesario hacerlo. Salió del auto con la niña en brazos.
Entró al hospital. Letty, al verla, sonrió. La niña estaba preciosa
y ella parecía estar feliz. María José fue a saludarla.
- Amiga. ¡Qué gusto verte! ¿Qué te trae por acá?
- A mí también me da mucho gusto verte. Pues vine a ver
al jefe o a alguien de recursos humanos.
- ¿Y eso? ¿A qué se debe?
- Tendré que renunciar. Mi esposo necesita una asistente
personal y me pidió que si podía ser yo. No podía decirle que
no. Él confía en mí. Además, pronto regresaremos a nuestra
ciudad natal y no quisiera seguir encariñándome con este lugar
que tantas cosas buenas me ha dado.
- Ay amiga. Te vamos a extrañar mucho aquí. Nos vas a
hacer falta. Pero, si es por un bien mayor, entonces quédate
tranquila. Y mientras te vas, no dejes de visitarnos.
Necesitamos saber que estás bien.
María José sonrió, tratando de esconder lo difícil que le parecía
decir adiós. Fue con el director del hospital. Le comentó su
situación. El director, aunque a regañadientes, le aceptó la
renuncia. Se despidió y se fue.
Volvió a subirse al taxi. Lukas manejó hasta casa de Julia. Una
vez ahí, se apresuró a bajar del coche para abrirle la puerta del
auto.
- ¿Te debo algo? - le preguntó María José, abriendo su
bolsa
- No, no te preocupes. Esto corre por cuenta de la casa.
WĄŐŝŶĂ ϭϵϳ ĚĞ ϯϵϵ

María José sonrió. Ambos entraron a la casa de Julia. Lukas


observó cada detalle. La primera vez que fue no se había
percatado de lo que había ahí. Todo era bastante sencillo.
- ¿Mamá?
- ¿Si?
- Ya estamos aquí. - dijo, colocando la pañalera en el sillón.
- ¿Cómo se portó mi nieta hermosa? - preguntó, saliendo
de la cocina.
- De maravilla, como siempre.
Julia se detuvo a la mitad del camino al ver a Lukas. Al ver esto,
María José sonrió.
- Mamá, no sé si recuerdes a Lukas. Vino hace unos meses
aquí a la casa. Fue uno de los sobrevivientes de la aventura.
- Si, lo recuerdo. ¿Cómo estás?
- Muy bien, señora, muchas gracias.
- ¿Y Maurice, hija? Pensé que vendría a comer
- Tenía un compromiso con su futura esposa y tenía que
arreglarlo.
- ¿Futura esposa? ¡Pero si ustedes están casados!
- Es una larga historia.
- Bien, ¿tienen hambre? Ya está lista la comida.
- Gracias, mamá. Por cierto, ¿dónde está Arethusa?
- Sigue en el trabajo. Parece que ahora tenía que estar más
tiempo ahí.
WĄŐŝŶĂ ϭϵϴ ĚĞ ϯϵϵ

Los tres se dirigieron a la cocina. Se sentaron a la mesa.


Mientras comían, María José le explicó como estaban los
papeles ahora y lo que les dijo la bruja a través de la llama de
fuego. Lukas parecía confundido. Aquello era más complejo de
lo que parecía.
- Y entonces ¿cuándo marcharemos a la aldea?
- Cuando Maurice lo crea oportuno. Parece que tiene un
plan.
- Espero que podamos marchar pronto. -miró su reloj -
hablando de marchar, ya debo de irme. ¿Puedo venir a visitarte
más tarde?
María José asintió y lo acompañó a la puerta. Se despidieron.
Lukas se quedó mirándola unos minutos. Seguía siendo
realmente bella. ¡Cuánto deseaba ser él el dueño de su
corazón! Si fuera así, grandes cosas harían y los dos serían
felices.
Subió al auto y se fue.

8
Pasó un mes desde que María José empezó a trabajar
directamente con Maurice. Últimamente, había preferido dejar
a la niña con Arethusa en las mañanas, mientras ella trabajaba.
Era bastante agotador responder llamadas mientras la niña
lloraba.
Un día, Maurice pasó por ella. Se veía preocupado. María José
tomó su mano. Ya tenía tiempo que no lo veía así.
WĄŐŝŶĂ ϭϵϵ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Pasa algo? - le preguntó cuando estaban en el coche.


- No, cariño, no pasa nada.
- Amor...confía en mí. - Maurice suspiró.
- Aquí hacen un evento para los hombres que se van a
casar. Le llaman "despedida de soltero". Los amigos que tengo
aquí planean llevarme a un club nocturno y después a una casa
de citas. No quiero que pase nada malo ahí. ¿Sabes a lo que
me refiero?
- Si, perfectamente. ¿Cuándo es?
- Esta noche.
Ambos callaron. María José no sabía que decirle. Sonaba difícil
pensar que Maurice pudiera estar con otra mujer esta noche.
No podía pensar en que alguien más usurpara su lugar. Ya era
sumamente difícil que fingiera su relación con Regina. Miró a
través de la ventana.
- Espera. Tengo una idea. - le dijo Maurice de pronto
- ¿Cuál? - preguntó María José, sin dejar de ver por la
ventana
- Lo que mis amigos quieren es que esté con otra mujer
que no sea Regina.
- ¿Y?
- ¿Me acompañarías?
- ¿Yo?
- Si, mi amor. Tú.
- ¿Te has vuelto loco? ¿Qué quieres que haga?
WĄŐŝŶĂ ϮϬϬ ĚĞ ϯϵϵ

- En realidad, no mucho. Sólo que cumplas con tu


verdadero papel: el de mi esposa. Así, podremos besarnos
todo lo que queramos.
- Amor, no me sentiré cómoda.
- Anda, cariño. No puedes fallarme. No ahora.
- ¿Estás seguro? ¿Qué les dirás a tus amigos?
- Ya lo saben. ¿Lo olvidabas? Lo único que no saben es
que no nos hemos divorciado. Pero no se tienen que enterar.
Anda, preciosa. Nos divertiremos mucho.
- ¿Qué le dirás a Regina?
- No tiene porque enterarse.
- ¿Y si lo hace?
- Le diré que me acompañaste para evitar que hiciera algo
malo.
- Pero ¿y si piensa que tú y yo llegaremos a hacer algo?
- No lo hará, porque aprovecharemos que Lukas ya está de
regreso. Podríamos ponerlo de excusa de que tú fuiste con él.
- ¿Y sí irá con nosotros?
- Por supuesto que no. Sólo será una excusa para que
podamos estar juntos.
- Está bien, cariño. Pero si pasa algo ya será bajo tu propio
riesgo.
- Sabía que no me fallarías. Saldremos un poco antes de la
oficina para llevarte un centro comercial y compres tu atuendo
para esta noche. Nos la vamos a pasar muy bien.
WĄŐŝŶĂ ϮϬϭ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice y María José entraron al edificio. Trabajaron las horas


correspondientes, hasta que llegó la hora de la comida. A
comparación de otros días, Maurice abrió la puerta de la oficina.
- No hay tiempo que perder. Iremos a comer y después te
llevaré por tu atuendo.
Después de comer, fueron directamente al centro comercial.
María José entró a varias tiendas pero nada le llamaba la
atención. Maurice la seguía, inspeccionando lo que ella veía.
Después de ver muchos vestidos, María José vio uno que le
llamó la atención. Era uno corto, color blanco, strapless y con
un moño en la parte delantera.
- ¿Te gusta? - le preguntó a Maurice
- Te verías divina en él. Anda, pruébatelo.
María José lo hizo. Definitivamente era lo que estaba buscando.
El vestido se ajustaba perfectamente a su cuerpo. Volvió a
ponerse su ropa. Salió del probador. Maurice la esperaba
sentado en un banco.
- ¿Listo?
María José asintió. Maurice lo pagó. Juntos fueron hacia el auto.
- ¿Qué te parece si te llevo a casa para que te arregles?
Así aprovecho también para hacer lo mismo. En cuanto termine
de arreglarme, pasaría por ti de regreso.
- Me parece perfecto. Gracias.
- A ti, por aceptar la invitación.
WĄŐŝŶĂ ϮϬϮ ĚĞ ϯϵϵ

Llegaron a la casa de María José. Ella se bajó. Se despidió de


Maurice provisionalmente con un beso en los labios. Entró a la
casa.
- Mamá, amiga. Necesito ayuda. - dijo, entrando a su
habitación.
- ¿Qué sucede? - preguntó Julia, entrando tras ella.
- Iré con Maurice a su despedida de soltero. Necesito
cambiarme lo antes posible. No sé a qué hora pase por mí.
- ¿Cómo que iras con él a eso? - preguntó Arethusa.
- ¿Por qué lo preguntas?
- Porque en el bar en el que trabajo han ido muchos
hombres y mujeres a festejar este tipo de cosas y no son
eventos muy agradables.
- Él me lo pidió. Al parecer quieren llevarlo a una casa de
citas. No sé que sea eso, pero parece que a él no le agrado la
idea. - María José se desvistió y se puso el vestido nuevo. -
¿podrían ayudarme a subir el cierre? - Arethusa se acercó y
subió el cierre. - gracias. ¿Cómo está mi hija?
- Está dormida. Es su siesta vespertina.
- ¿Podrían cuidarla en la noche?
- Yo trabajo en la noche - dijo Arethusa. - de hecho, ya me
tengo que ir. Que te vaya bien en tu cita. - se despidió de María
José y de Julia.
- No te preocupes. Yo la cuidaré. - dijo Julia
- ¿De verdad? Muchas gracias, mamá. No tengo como
pagárselos.
WĄŐŝŶĂ ϮϬϯ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Estás segura de lo que harás? Maurice no


desaprovechará la oportunidad para hacerte todo lo que no te
ha hecho este tiempo.
- Lo sé. Pero no puedo dar vuelta atrás. Maurice espera
que lo acompañe. No puedo quedarle mal.
Lukas llegó a la casa. Al ver la puerta abierta, entró. Vio que la
puerta del cuarto de María José estaba entreabierta, se asomó
y se quedó estupefacto al ver a María José con semejante
atuendo. Parecía que los años no habían pasado por ella. Se
veía estupenda.
- Déjame decirte que te ves preciosa. - le dijo
repentinamente.
Ella lo vio y le sonrió. María José cambió sus aretes y sus
zapatos. Retocó el maquillaje. Roció un poco de perfume.
Acomodó su cabello.
- ¿Cómo me veo?
- Preciosa.
9
De pronto, escucharon que alguien tocó la puerta. Era Maurice.
Julia, al ver que María José todavía no estaba lista, salió de la
recámara para abrirle.
- Querida suegra. ¿Cómo estás?
- No tan bien como tú. Dichoso tu que puedes llevarte de
fiesta a mi hija.
- Aunque no creo que sea el mejor evento para ella, creo
que nos divertiremos mucho.
WĄŐŝŶĂ ϮϬϰ ĚĞ ϯϵϵ

- Pasa, ya casi está lista.


- Gracias. ¿Puedo estar con mi hija un rato?
En ese momento, Andrea despertó y empezó a llorar.
- Claro. Podrías consolarla, mientras María José sale a
darle de comer.
Maurice sujetó a la niña con cuidado. Nunca le había tocado
arrullarla. Eso siempre lo hacía María José. Ahora que la tenía
ahí, entre sus brazos, llorando desconsolada, no sabía que
movimientos hacer para tranquilizarla.
Caminó de un lado a otro. Poco a poco, la niña se calmó y
empezó a jugar con los botones de la camisa de Maurice.
María José salió rápidamente de la habitación, pasando a un
lado de Lukas. Vio a Maurice y sonrió. Él al verla, la examinó
de pies a cabeza. Lucía bastante atractiva.
- ¡Vaya, vaya! Creo que estoy muerto. Estoy viendo
ángeles. - le dijo, besando su mejilla.
- Gracias, cariño. Pero no te puedes morir todavía. No me
puedes dejar sola.
- Lo sé. - miró de nuevo a su hija - creo que es igual que su
madre.
- Préstamela. Le daré de comer para que podamos irnos.
Maurice hizo lo que María José le indicó. Ella descubrió
parcialmente su pecho y acercó a la niña. Una vez que terminó,
se acomodó de nuevo el vestido. Julia quitó a Andrea de su
regazo.
- ¿Estás segura que podrás cuidarla?
WĄŐŝŶĂ ϮϬϱ ĚĞ ϯϵϵ

- Por supuesto. Tú encárgate de divertirte.


- Bueno, ¿nos vamos? - preguntó a Maurice.
- Por supuesto, cariño. Me dio mucho gusto verte, suegra.
Te la traeré de regreso mañana.
- ¿Mañana? - preguntaron las dos al mismo tiempo.
- ¿Crees que te iba a liberar tan rápido?
- Pero, amor, es mucho tiempo...
- Prometimos estar juntos toda la vida, ¿lo olvidabas?
Vámonos.
- Espera. Déjame ir por ropa para cambiarme mañana.
María José subió a su habitación. Sacó unas cuantas cosas
de vestir y las acomodó en una maleta. Cuando bajó, se
despidió de Julia, un tanto consternada. Lukas también la veía
un tanto frustrado. Parecía que se divertirían mucho esa noche.
No podía dejar de pensar en lo que harían en esas horas. Pero
él no podía hacer nada. Para ella no era el amor de su vida.
Maurice cargó la maleta y la metió en la cajuela del auto. Abrió
la puerta del copiloto. Dejó entrar a María José. Cerró la puerta
y se metió al coche.
María José estaba confundida por lo que Maurice quisiera
hacer esta noche. Él podía ser capaz de todo, con tal de tenerla
a su lado.
- ¡Qué comience la fiesta! - exclamó Maurice, al encender
el auto.
- Amor, esto no está bien.
WĄŐŝŶĂ ϮϬϲ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Por qué no?


- Porque aquí, en esta ciudad, tienes otra novia, con la que
pronto te vas a casar. ¿Qué pensarán de mí?
- Aquí y en cada parte del mundo eres mi esposa.
- Al menos me podrías decir qué más haremos aparte de ir
al bar
- Es una sorpresa que te encantará, amor. Te lo prometo.

10
Llegaron al bar. Maurice dejó su auto en el valet parking. Ayudó
a María José a bajarse. Colocó su brazo alrededor de la cintura
de su amada, provocando que ella esbozara una leve sonrisa.
Una vez que entraron, Maurice buscó con la mirada la mesa de
sus amigos, hasta que identificó a varios de ellos, sentados al
fondo del lugar. Rodeó la cintura de su esposa con el brazo
derecho y la llevó con él hasta las personas.
- Miren nada más quien ha llegado - dijo uno de ellos, de
cabello oscuro y nariz achatada. - el soltero más codiciado de
toda América.
- Creímos que te habías adelantado a la casa de citas y
que no ibas a venir.
- Y miren con que bombón viene - dijo otro más,
inspeccionando a María José de pies a cabeza
- ¿Recuerdan que ya conocían a mi esposa?
WĄŐŝŶĂ ϮϬϳ ĚĞ ϯϵϵ

- ¡Cielo santo! No podría olvidarlo. No se ven mujeres tan


bellas en mucho tiempo - dijo uno de ellos. María José se
sonrojó.
- Pero ¿qué hacen ahí parados? ¡Siéntense!
Ambos se sentaron en las sillas que había frente a ellos. María
José se dedicó a observar el lugar. No sabía porque se le hacía
tan conocido.
- Entonces, este es el plan, amigos. Estaremos un rato aquí,
en el bar. Disfrutaremos de unos tragos y después llevaremos
a este bribón a que haga lo suyo con unas cuantas damas en
la casa de citas que está a la vuelta de la esquina. ¿Entendido?
María José hizo una mueca de disgusto y Maurice soltó una
carcajada al verla.
- Temo decirles, amigos, que sólo podremos acompañarlos
en la estancia en el bar - dijo Maurice, acariciando la espalda
de María José
- Vamos, Maurice. Es de las últimas noches de libertad que
tendrás. Tienes que disfrutarla.
- Es que ya no soy libre. ¿Lo olvidaban? - dijo Maurice,
mirando a María José.
- ¿De qué hablas? - preguntaron todos al mismo tiempo.
- Antes que nada, tendremos que hacer el juramento.
Tienen que prometer que lo que se diga y haga esta noche no
saldrá de boca de nadie.
- ¡Lo juramos!
Los demás bebieron de un tarro de cerveza.
WĄŐŝŶĂ ϮϬϴ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Les ofrezco algo de tomar? - les preguntó una mujer,


cuya voz María José conocía bien. La volteó a ver y comprobó
su teoría.
- ¿Arethusa? ¿Qué haces aquí? - le preguntó, mientras se
levantaba.
- Aquí trabajo. ¿Lo olvidabas?
Claro, ahí se habían reencontrado. Ese bar era en el que
Maurice se había vuelto tan violento la última vez. Un escalofrío
recorrió el cuerpo de María José al recordar esa escena.
- Con razón dijiste lo de las despedidas de soltero...
- Bien, amiga. Quiero un tarro de cerveza y uno para María
José también. - se apresuró a decir Maurice, para evitar que
María José siguiera recordando.
- ¿Puedo acompañarte? - le preguntó María José.
- Será mejor que te quedes con él. No le vayan a hacer algo
malo. Ya sabes, como pasó la última vez. No tardo.
Arethusa se alejó y María José volvió a sentarse.
- Nos tienes que contar eso de tu libertad. - dijo el hombre
de pelo castaño.
- Pues no sé si recuerden que la vez pasada les había
presentado a María José como mi esposa. - todos asintieron -
Pues déjenme decirles que lo sigue siendo. - Los demás se
quedaron callados.
- ¿Y Regina qué es? - se atrevió a decir uno de ellos.
WĄŐŝŶĂ ϮϬϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Palabras y fotografías. Esta mujer que está conmigo, es


con la que mantengo una alianza más grande. Ella es mi
verdadera esposa y es la madre de mi hija.
Los demás escupieron un sorbo de cerveza. Tosieron.
- ¿Ya tienen una hija? - preguntó el hombre de nariz
achatada.
- Ya y es la bebé más hermosa del mundo. ¿O no, mi vida?
- le preguntó a María José.
- Bueno, si se parece a su madre, es la niña mas bonita del
universo. - María José se ruborizó.
- Iré al baño, amor. No tardo.
- ¿Quieres que vaya contigo? - le preguntó, acariciando su
cadera.
- No, mi vida, ahora no.
Se fue al baño. De pronto, sintió el filo de varias miradas
clavadas en su espalda. Quizás en ese momento experimentó
lo que sentía un pez en un acuario, donde acudían muchas
personas a verlos. Se sentía fatal.
Entró al baño. Se miró al espejo. Parecía que las personas que
habían estado mirándola eran como pirañas que se lanzaron
directamente a sus pómulos. Estaba completamente
ruborizada. Esperó unos minutos a que el color volviera a ser
el mismo.
De pronto, otra mujer entró al baño. Era Arethusa.
- ¿Estás bien?
- Si, simplemente quería estar sola unos minutos.
WĄŐŝŶĂ ϮϭϬ ĚĞ ϯϵϵ

- Maurice se está inquietando porque no sales.


- Creo que exagera las cosas.
- Quizá sea así, pero por ahora, lo único que queda hacer
es que disfrutes este momento, por más desagradable que
parezca. Tal vez, Maurice quiera hacer algo después.
Arethusa abrió la puerta y la invitó a salir. María José salió.
Esperó a Arethusa y caminó con ella hasta la barra de bebidas.
Arethusa se pasó del otro lado y María José se sentó en un
banco frente a ella. De pronto, María José sintió que alguien la
abrazaba por detrás.
- ¿Qué pasa, preciosa? - preguntó Maurice, atrás de ella.
- Me desagradan tus amigos.
- ¿Por qué? Sí son buenos muchachos.
- No me gusta que me vean así. - Maurice se sentó junto a
ella.
- ¿Así cómo? - tomó su mano.
- Como Tomasz me veía cuando estábamos juntos.
Un escalofrío recorrió a Maurice. Hubiese preferido no recordar
eso. Tenía que animar a María José para que no tuviera miedo.
- No te harían nada, cielo. Primero muerto antes de que te
hagan algo. Vamos, estarás conmigo todo el tiempo.
- ¿Me lo prometes?
- Te lo juro, amor
Maurice se levantó y le ofreció su mano para ayudarla a
levantarse. Ella lo miró sin moverse. Con aquel movimiento
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϭ ĚĞ ϯϵϵ

sabía que le estaría entregando, quizá, de nuevo su vida.


Podría ser que no fuese el momento indicado, pero sabía que
deseaba con todo el corazón poder estar junto a él toda su vida.
Maurice se acercó lentamente a ella. Quedaron juntos,
frente a frente. Él tomó las manos de la dama, las llevó a su
cintura, colocando después las suyas sobre los hombros de su
amada. Vio una chispa en la mirada de María José. Entonces
supo que era el momento. Sujetó su rostro con firmeza y besó
sus labios. Era la primera vez que lo hacía en público desde
que se habían reencontrado. Cuando la soltó, ella acarició su
rostro.
- ¿Qué pretendes hacer?
- Recuperar lo que es mío.
- No necesitabas hacer esto. No hay nada que recuperar.
No he dejado de ser tuya.
- Lo sé, pero quería asegurarlo.
María José se levantó y tomó la mano de Maurice. Caminaron
juntos hacia la mesa. Volvieron a sentarse como antes. Frente
a ellos había dos vasos grandes con cerveza. Los amigos de
Maurice estaban borrachos ya.
- ¡Salud por el festejado! - gritó el de cabello castaño.
- ¡Salud! - gritaron los demás, alzando sus copas y
chocándolas entre sí.
- Salud, preciosa - le dijo Maurice a María José y los dos
juntos brindaron.
WĄŐŝŶĂ ϮϭϮ ĚĞ ϯϵϵ

Empezó a sonar la música. Maurice se levantó y sacó a bailar


a María José. Mientras los demás amigos seguían bebiendo, la
pareja bailaba sin cesar.
De pronto, todos los amigos se levantaron y fueron hacia ellos.
El de nariz achatada sacó su celular de la bolsa y todos se
juntaron de más. Maurice abrazó a María José y ella se colgó
de su cuello. Se tomaron varias fotografías en las que ella
posaba de diferentes formas, mientras que él la mantenía firme
contra su cuerpo.
En cuánto acabaron de tomar las fotos, los amigos de Maurice
se despidieron
- Bueno, amigo, si tú no quieres ir por chicas, nosotros si.
¿Seguro que no quieres ir?
- Gracias, amigo, pero ya tengo a mi chica y creo que no
acabaremos pronto.
- Bien, entonces nos vamos. Fue un placer conocerla de
nuevo, señorita esposa de Maurice. - dijo uno de ellos, el cual,
estaba tambaléandose de lo borracho que estaba.
- María José, su nombre es María José.
- Hasta luego, María José, nos vemos el día de la boda. Si
irás ¿verdad?
- Ahí nos vemos - les dijo María José, despidiéndose de
cada uno.
Cuando todos estuvieron bastante lejos, Maurice les gritó
- No se les olvide el juramento.
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϯ ĚĞ ϯϵϵ

Volvió a abrazar a María José. Siguieron bailando hasta


cansarse. Maurice vio la hora y supuso que ya debían salir del
establecimiento. "Vámonos" le susurró a María José. Ella cargó
su bolsa. Ahí había una nota que decía:
"Mi turno ya terminó, pero te veías tan divertida con Maurice
que no quise interrumpirte. Te veo en casa. Te quiero:
Arethusa"
Sonrió y guardó la nota.

11
Maurice volvió a sujetar su cintura. Salieron juntos del bar.
Maurice pidió el coche al valet. No desaprovechó la
oportunidad para volver a sujetar el rostro de su amada y besar
sus labios. En cuanto el coche llegó, Maurice abrió la puerta
del copiloto para que María José pudiera subir. Una vez que
comprobó que ya estaba dentro, cerró la puerta y subió
también al auto.
- ¿Te divertiste, amor?
- Bastante, cielo. Al principio, me sentía un poco incómoda,
pero con el paso de las horas, me sentí mas a gusto.
- Que bueno, preciosa. Pero falta la mejor parte.
- ¿Qué es? - preguntó María José, impaciente
- Es una sorpresa, mi cielo. Te gustará.
María José no supo que decir. Maurice sabía que a ella le
gustaban mucho las sorpresas. Para no inquietarse vio la hora
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϰ ĚĞ ϯϵϵ

en el reloj del tablero del auto. Las cuatro con cuarenta y cinco
minutos. La noche se le pasó rápido. No tardaba en amanecer.
Maurice manejó varios kilómetros hacia el norte. Realmente
esperaba que le gustara la sorpresa a María José. Aunque se
le había ocurrido rápidamente y no había tenido tiempo de
supervisar como había quedado, confiaba en la buena voluntad
de su hermana para hacer las cosas.
Vio a lo lejos el campo. Había un viejo y descolorido edificio.
Se estacionó en la entrada. Se bajó del auto. María José miró
a su alrededor. Estaba todo despoblado. Fuera de ese edificio,
no había datos de civilización. Era sólo campo. Maurice le abrió
la puerta.
- ¿Qué hacemos aquí? - preguntó María José, confundida,
al leer el letrero de "hotel" que se colgaba de una de las
ventanas.
- Necesitamos dormir un poco. Tu sorpresa empieza a las
diez. No querrás estar somnolienta en esto ¿o si?
María José salió del auto. Caminaron juntos a la entrada del
edificio. Maurice se acercó a la recepción. Dijo unas cosas en
secreto a la recepcionista. La mujer le entregó una llave.
Maurice firmó unos papeles.
- ¿Por qué no me esperas en la habitación, mientras bajo
unas cosas del auto?
- ¿Necesitas ayuda?
- No, amor. Vamos. Espérame ahí. Ahorita te alcanzo.
Le dio la llave a María José. Ella subió unas viejas escaleras.
Ahí estaba su cuarto. Abrió la puerta lentamente. Vio la cama
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϱ ĚĞ ϯϵϵ

que había en el centro. Estaba cubierta de pétalos de rosas.


También había un camisón de tela casi transparente. Examinó
lentamente el cuarto. Fuera de la cama, había un sillón, un
mueble y un baño. Se quitó el abrigo que Maurice le había dado
en el bar y lo puso en el sillón.
Maurice abrió la puerta del cuarto. Vio a María José,
inspeccionando su alrededor.
- ¿Pasa algo, amor?
- ¿Qué significa esto, cielo?
- Bueno, mientras me estaba cambiando me acordé de
nuestra boda e hice algunos cálculos. Fue así como caí en la
cuenta de que hoy es nuestro primer aniversario de casados.
Aunque había algo más. No hemos consumado nuestro
matrimonio. Así que debía organizar una sorpresa cuanto antes.
- No entiendo.
- Si, mi amor. A nuestra hija la concebimos una noche
antes de la boda. Desde esa noche no hemos tenido, ya
sabes... intimidad. Por eso quise organizar todo esto.
- ¿Y cómo lo hiciste, sí estuviste casi todo el tiempo
conmigo?
- Mi hermana me ayudó. Ella vino a traer las cosas aquí.
Además, ella organizó lo que vendrá al rato.
- ¿Y qué planeas hacer entonces? - preguntó
maliciosamente María José, acercándose a él.
- Muchas travesuras, amor. Pero primero, tienes que
cambiarte. Anda, cámbiate.
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϲ ĚĞ ϯϵϵ

María José obedeció. Mientras tanto, Maurice se asomó a ver


el amanecer que se filtraba por la ventana. En cuánto María
José terminó de cambiarse, se asomó para ver qué hacía
Maurice. Ya tenía puesto el camisón. Sin embargo, sentía un
poco de vergüenza. Su cuerpo no era el que Maurice estaba
acostumbrado a ver. A pesar de que ya había perdido la mayor
parte de los kilos que subió durante el embarazo, su figura se
veía algo distinta.
Maurice seguía viendo a través de la ventana. Entonces, María
José salió y lo abrazó por detrás. Él volteó y la examinó
lentamente.
- Te ves divina.
- ¿Lo crees?
- Siempre lo he creído. Eres mi ángel. ¿Estás lista?
- Creo que sí.
Maurice la besó llevándola a la cama. Se acariciaron
lentamente, hasta que los minutos y segundos se
inmortalizaron en el cuerpo que formaban esas almas
enamoradas.
Terminaron extasiados. María José estaba sobre Maurice,
acariciando su pecho desnudo. En ese momento, el celular de
Maurice comenzó a sonar. Él imaginó de quien se trataba. Y no
se equivocó. Regina ya le había llamado veintidós veces antes,
esa era llamada número veintitrés que le hacía. Maurice
contestó, esperando una serie de reclamos de su parte.
- ¿¡Dónde estás!? - le gritó furiosa - Llevó una hora
llamándote y no me contestas. Llame a tu casa y no contestase
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϳ ĚĞ ϯϵϵ

ahí. Le llame a tus papás y dijeron que ahí tampoco estabas.


¿Dónde diablos estás?
- Si no te calmas en este momento, no te diré nada. -
Regina se quedó callada. - Así está mejor. Fue mi despedida
de soltero. ¿Ya? ¿Contenta?
- No hiciste nada malo, ¿verdad? - preguntó Regina,
inquisitivamente - ¡Júramelo!
- No, no hice nada malo.
- Bien, entonces te quiero aquí en mi casa a las 4 de la
tarde en punto. Porque me van a hacer mi despedida de soltera
y es importante que estés aquí. Lleva a María José contigo.
Regina colgó. Maurice instantáneamente tuvo un ataque de
risa. María José volteó a verlo, un tanto extrañada de su
comportamiento.
- ¿Qué te dijo Regina? - le preguntó María José, en cuanto
se le pasó el ataque.
- Que debemos ir a su despedida de soltera. - María José
hizo una mueca
- ¿Es obligatorio que vayamos?
- Supongo - dijo Maurice, - ¿vas a ir conmigo?
- Tengo que hacerlo. Quiero vigilarte de que no te vayas a
comportar extraño como lo hiciste ahorita. - dijo,
incorporándose un poco. Maurice vio la hora en su teléfono. Ya
se les estaba haciendo tarde.
- Bien, es hora de irnos.
- ¿Tan rápido? - preguntó María José
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϴ ĚĞ ϯϵϵ

- Te tengo otra sorpresa ¿lo olvidabas?


- Creí que esta había sido la sorpresa. - dijo, levantándose
parcialmente.
- No, mi amor. Hay otra más. - dijo Maurice, levantándose
de la cama.
- Creo que hoy fue mi día de suerte. - se vistieron
rápidamente.
Guardaron la ropa que habían usado la noche anterior dentro
de la maleta que había llevado María José.

12
Maurice la condujo de nuevo al auto. Pero antes de que se
subiera, Maurice la detuvo.
- ¿Qué pasa? - preguntó María José.
- Tu sorpresa está ahí - dijo, señalando la parte del campo,
que estaba del otro lado de la carretera.
Ahí había un globo aerostático, humeando sobre el pasto.
María José se quedó boquiabierta. Nunca había visto de cerca
un globo tan grande. Maurice tomó su mano y juntos caminaron
hasta donde estaba el globo. Él llevaba una bolsa en la mano.
- ¿Lista para subir?
- ¿Vamos a subir?
- Si, vamos a dar un viaje en globo.
- Mi amor, no era necesario...
WĄŐŝŶĂ Ϯϭϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Basta de palabras, subamos antes de que se haga tarde.


La ayudó a subir. Después, pagó al cuidador del globo lo que
le correspondía. Subió al globo. Se sentó junto a María José.
Sacó unos sándwiches de la bolsa. Le dio uno a María José y
él se quedó con otro. Comieron, mientras admiraban el paisaje.
- ¿Te gusta? - preguntó Maurice
- Mucho. Gracias, corazón. ¿Sabes? Estar en el aire me
recuerda a la aventura, cuando volábamos en el lomo de las
criaturas.
- Lo sé, justamente por eso escogí esta sorpresa. Y
teniéndote aquí, con este paisaje, quiero pedirte algo especial.
- ¿Qué cosa, amor?
- Quiero que, cuando regresemos a la aldea, me hagas un
favor especial. Quiero renovar mis votos de matrimonio contigo.
- ¿De verdad?
- Si, amor. Así, juntos, no habrá poder humano que pueda
separarnos. Además, podremos festejar la renovación de votos
y la boda. ¿Qué te parece? ¿Aceptas?
- Por supuesto que sí, cariño.
Se besaron varias veces. Pasaron varias horas volando sobre
aquel gran prado, hasta que llegó la hora de regresar al lugar
de donde partieron.
Maurice le ayudó a bajar. Regresaron al auto. Se subieron y
Maurice manejó de regreso a casa.
- ¿Te la pasaste bien, amor? - le preguntó Maurice.
WĄŐŝŶĂ ϮϮϬ ĚĞ ϯϵϵ

- Si, mi vida. Bastante bien. Fue una noche mágica.


Gracias. Te debo tu regalo.
- Me lo diste hace rato, en el hotel, cielo.
- ¿Estás seguro?
- Por supuesto. - hizo una pausa - amor ¿crees que pueda
dormir ahorita un rato contigo? No quiero llegar al "evento" tan
desvelado.
- Claro que sí, amor.
Maurice manejó hasta la casa de Julia. Ella sacó sus llaves.
Entraron juntos a la casa. Julia y Arethusa estaban en la cocina.
La niña lloraba y ellas trataban de calmarla.
- Ya llegué, mamá. - dijo María José - ¿todo bien?
- Que bueno que llegas. La niña está sumamente
hambrienta. No podemos calmarla.
- No te preocupes, mamá. Ahorita le doy de comer.
Tomó a la niña entre sus brazos. Sonrió mientras le daba de
comer. Como no podría amarla, si era una niña preciosa.
- ¿Cómo les va? - les preguntó Maurice a Julia y a Arethusa
- No tan bien como a ti. ¿Cómo se la pasaron ayer? - le
preguntó Arethusa.
- Bastante bien. Mi esposa y yo tuvimos mucho de que
hablar esta noche. ¿O no, mi cielo?
- Demasiadas cosas. - dijo María José sin prestar mucha
atención. - ¿ya se fue Lukas?
WĄŐŝŶĂ ϮϮϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Ya, se fue poco después de que ustedes se fueran


anoche. Por cierto, habló tu "prometida", Maurice. - le dijo Julia
a Maurice.
- Que hoy es su despedida de soltera y que requiere que
vayas, amiga. No sé para qué, pero insistió mucho en que
fueras. - Maurice hizo una mueca. Realmente, se estaba
volviendo loca.
- Amor, ¿si puedo dormir un poco? - preguntó Maurice.
- Si, amor. Mi recámara es esta - dijo, señalando una puerta.
- Gracias, mi vida. - Maurice entró al cuarto.
- Estuvieron juntos bastante tiempo, ¿eh?
- Si y fue de las mejores noches de mi vida.
Al ver que la niña ya se había dormido, se levantó del sillón.
- Yo también dormiré un rato. Si necesitan algo, nos
despiertan
Entró al cuarto y acostó a su hija en la cuna. Vio a Maurice
acostado en su cama. Estaba boca arriba, roncando y con un
brazo extendido. María José lo acomodó para que ella pudiera
acostarse también. Durmieron unas horas hasta que Julia los
despertó para que fueran a la despedida.
****
En cuanto llegaron a la despedida, localizaron a Donna y a
Violeta. María José se fue a sentar con ellas, como lo había
hecho el día de la pedida de mano. Maurice la siguió,
inspeccionando el ambiente que se vivía a su alrededor. Había
WĄŐŝŶĂ ϮϮϮ ĚĞ ϯϵϵ

un grupo de hombres con el torso desnudo y con gorras en la


cabeza bailándole a unas cuantas mujeres que estaban ahí.
- ¿Qué está pasando? - preguntaron los dos, al mismo
tiempo.
- No lo sabemos. Pero lo mejor será que estén poco tiempo.
Presiento que las cosas no van a terminar bien. - dijo Donna.
Regina, a lo lejos, los vio llegar. Se dirigió a la mesa en la que
se encontraban sentados. Maurice hizo una mueca de disgusto.
Suponía que le haría pasar un mal rato.
- Demos un aplauso al novio, que acaba de llegar - dijo un
hombre al micrófono.
Las asistentes, entusiasmadas, gritaron eufóricas. Maurice se
limitó a hacer un gesto con la mano en señal de agradecimiento.
Regina fue por él y lo obligó a ir con ella dónde estaba una
tarima que fungía como escenario. Maurice miró a lo lejos a
María José. Ella estaba nerviosa. Tenía las dos manos juntas,
recargadas en su barbilla. Lo miraba, a la expectativa de qué
le harían.
- Tome asiento, joven, que vamos a empezar con el juego.
Maurice dudó en hacerlo. Echó una última mirada a María José.
Seguía a la expectativa. Regina lo obligó a sentarse. El hombre
que lo había incitado a pasar, le cubrió los ojos con una venda.
Regina comenzó a bailarle de manera extraña. Mientras lo
hacía, sujetaba fuertemente tanto el pecho como los brazos de
Maurice. Él permanecía inmóvil, aunque hubiera querido gritar
en varias ocasiones. María José deseaba subir a rescatarlo.
Odiaba ver como estaban humillándolo de esa manera. Pero
no podía hacerlo. Ante la vista de todas aquellas personas,
WĄŐŝŶĂ ϮϮϯ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice y ella ya no tenían nada que ver. No se quería imaginar


como terminaría todo eso.
En cuanto Regina acabó, le quitaron la venda a Maurice. Él
bajó de la tarima y fue con María José. Ella, cuando llegó
Maurice, le sujetó su mano.
- Tranquilo, ya pasó, ya pasó.
Maurice le agradeció con una sonrisa. Lamentaba estar ahí,
porque si no lo estuviera, ya estaría entre sus brazos.

13
Regina estaba nerviosa. El tiempo había pasado rápido.
Faltaba un día para la boda. No podía creer que el tiempo
hubiera pasado tan rápido. Pensó que no alcanzaría a llegar a
este momento. Pero si lo había logrado. Y con un hombre
estupendo. Quizá le hubiese gustado que fuera más cariñoso
con ella. Pero, en realidad, no le importaba mucho. Lo que de
verdad le importaba era el poder llegar al altar vestida de
blanco, con un hombre que, al menos de apariencia, pudiera
ser un príncipe azul. Todo tenía que salir perfecto. Esa iba a
ser la boda del año. Todos estaban al pendiente de los
preparativos. De hecho, Maurice y ella estaban en un estudio
para una sesión de fotos.
Maurice estaba aburrido. Todo ese teatro le parecía tan
absurdo. Lo que le tranquilizaba era que ya pronto se
terminaría. Ya no podía aguantar ni un segundo más. Lo bueno
es que tenía un plan para poder irse cuánto antes. Cuando la
sesión de fotos se terminó, Maurice se fue hacia la puerta.
WĄŐŝŶĂ ϮϮϰ ĚĞ ϯϵϵ

- Espera - dijo Regina, tomando su mano.


- ¿Si?
- ¿A dónde vas?
- A casa. Creo que los dos necesitaremos estar listos para
mañana.
- Tienes que llevarme a casa.
- Pensé que tu madre pasaría por ti.
- No está. No hay nadie en casa.
- Bien. Te llevo y me voy a mi casa.
Regina se decepcionó. Creía que eso funcionaría. Ese tipo de
frases, según sus amigas, le ayudaría a que estuviera cercano
a ella. Pero se equivocó. Una vez más. No entendía porque él
la evadía tanto. Según recordaba, con María José era bastante
cariñoso. Pero con ella pasaba todo lo contrario. Ellas dos se
parecían en algunas facciones incluso. Pero en realidad, creía
que Maurice seguía teniendo relación con María José.
Sospechaba bastante. Pero no podía decir nada si no quería
que Maurice cancelara todo de último momento.
Se subieron al coche y se fueron. Maurice la dejó en su casa,
como había dicho.
- ¿Seguro que no te quieres quedar?
- Si. Tenemos que descansar. Nos vemos mañana.
- Quédate un rato. - Maurice hizo una mueca. - por favor.
No quiero estar sola. No me gusta quedarme en casa por si me
pongo mal. - Maurice hizo una mueca de disgusto.
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- Está bien. Sólo hasta que llegue alguien a casa.


Se bajaron del auto. Regina entró primero. Maurice lo dudó
unos minutos. Después la siguió.
- ¿Qué quieres hacer? Vemos una película, platicamos un
rato...- preguntó Regina.
- Lo que quieras hacer.
Lo guió al cuarto de televisión. Ambos se sentaron en el sillón.
Vieron una tras otra película. Regina se acercaba cada vez
más a Maurice, hasta que quedó sentada encima de él. Besó
sus labios y poco a poco se bajó más. Maurice estaba temeroso.
Esa faceta de Regina era la que más odiaba. Prefería verla
celosa, histérica o berrinchuda, a que abrazándolo o besándolo
como era aquel caso, pues en esos casos siempre salía
lastimado.
- ¿Qué haces? - preguntó Maurice, apartándola de su
cuerpo.
- No hemos tenido intimidad en ningún momento. Creo que
ya es hora de que la tengamos. - dijo abriendo la camisa de
Maurice, de un solo jalón, dejando a la vista su musculoso
pecho.
- Lo haremos mañana. - dijo, intentando cerrarse su camisa.
Tocó sus labios. Salía sangre. Ya esperaba eso. Tenía que
remediarlo.
- Pero...
- Es hora de irme. Nos vemos mañana.
- Lo siento. No te vayas.
WĄŐŝŶĂ ϮϮϲ ĚĞ ϯϵϵ

- Descansa.
Maurice salió de la casa.

14
En el coche, apagó el localizador de su celular. No quería que
supieran donde estaba. Pasó a su departamento. Empacó
todas sus cosas en una maleta. Después, se cambió de
camisa. No quería que María José lo viera así. Una vez que vio
que no faltaba nada, regresó al auto. Fue directamente a casa
de Julia. Justo cuando llegó, empezó a llover fuertemente. Se
armó de valor y bajó a tocar el timbre. Sacó sus maletas de la
cajuela y esperó a que abrieran la puerta.
- ¿Quién será a esta hora? - preguntó Julia, asomándose
por la ventana - es Maurice, hija, abre. Se está mojando.
- ¿Maurice? - se asomó también - Toma a la niña - hizo que
su madre cargara a la niña. Abrió la puerta. - ¿Qué haces aquí?
- le preguntó a Maurice.
- Te explico adentro
Ambos entraron a la casa. Maurice dejó su maleta en el piso y
se sacudió lentamente lo mas que pudo.
- ¿Otra vez quiso ponerse romántica? - preguntó María
José, observando el labio herido de Maurice y las demás
marcas que había alrededor.
Él asintió sin agregar nada. Observó el gesto de María José.
No le agradaba nada. Una vez que fue a verla en el mismo
estado se lo había comentado.
WĄŐŝŶĂ ϮϮϳ ĚĞ ϯϵϵ

- ¡Por Dios! Maurice estas empapado. ¿Traes una muda de


ropa? - dijo Julia, acercándose a ellos.
- Te traeré una toalla. - dijo María José.
- Traigo mi pijama. - María José se detuvo. - puedo dormir
aquí ¿verdad?
- Mañana te casas.
- Sólo me he casado una vez y con la mujer más hermosa
del mundo. - dijo, intentando abrazarla.
- No es gracioso...- dijo María José, apartándose de él
- ¿Si puedo?
- Esta bien. Entonces, sígueme. Tendrás que ducharte, si
no quieres enfermar. Además, tengo que curarte. Otra vez.
María José caminó rápidamente hacia el final del pasillo. Volteó
a ver si Maurice la seguía, pero cómo no lo hacía, lo alentó.
- Vamos, sígueme - llegaron al cuarto de baño - Esa es la
llave de agua caliente - dijo María José señalando la llave del
lado izquierdo. - pero antes. - buscó unas cuantas cosas que
había en un pequeño mueble. Sacó unos frascos en los que
había un líquido transparente. - No te muevas - le dijo a Maurice,
humedeciendo un pedazo de algodón con el líquido
transparente.
Colocó un poco en el labio de Maurice. Aunque la sangre ya
estaba seca, serviría para que la costra no volviera a caerse.
Maurice gimió de dolor. Sujetó con fuerza la mano de María
José. Ella, al terminar, tiró el algodón en el bote de basura y se
lavó las manos.
WĄŐŝŶĂ ϮϮϴ ĚĞ ϯϵϵ

- Gracias, preciosa. Te prometo que será la última vez que


tengas que hacerlo - María José sonrió.
- Te espero en el comedor. Dúchate bien.
María José salió de la habitación. Fue a la cocina. Ahí estaba
Julia con la niña en brazos.
- ¿Todo bien?
- Si. ¿Preparamos la cena?
María José colocó a la niña en una mesita especial que tenían
para ella. Entre las dos se dedicaron a preparar la cena.
Maurice se apresuró a ducharse. Tenía que reunirse con María
José lo antes posible. Tenía que contarle su plan. Estaba
ansioso de que ella supiera que por fin ya marcharían de
aquella ciudad que tanto le disgustaba. Al encontrarse con ellas,
rodeó la cintura de María José por detrás.
- ¿Cómo está mi adorada suegra? - preguntó Maurice,
abrazando posteriormente a Julia.
- Muy bien. Me da gusto que te quedes ésta noche con
nosotras.
- La verdad es que no quería pasar una noche más lejos de
mi esposa y de mi hija. Por eso me vine.
- ¿Y tu prometida?
- Ya hablaremos de eso en la cena. Tengo un plan
- Hola familia - dijo Arethusa, entrando a la casa.
- Hola amiga. ¡Qué gusto que llegaste temprano!
WĄŐŝŶĂ ϮϮϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Mi jefe me dio el día de descanso. Casi no había gente en


la cantina. Entonces me vine a casa. ¡Maurice! Que sorpresa
verte por aquí a estas horas.
- Maurice se quedará a dormir con nosotras. - dijo María
José, arrullando a su pequeña. Poco después la llevó al cuarto
para que pudiera dormir bien.
- Brillante idea. Creo que tramas algo de lo que no nos
hemos enterado. - dijo la ninfa, intentando leer la mente de
Maurice.
Los cuatro se sentaron a cenar. Maurice les platicó el plan.
- Mañana, seguiremos con lo de la "boda". Iremos tú y yo,
cariño, a la ceremonia, pondré cara de enamorado cuando
entre Regina, haré los votos y nos iremos a la fiesta. Pero, un
buen rato después de que haya comenzado la fiesta, te
despedirás de mí y de Regina, excusándote de que el ruido
afecta mucho a nuestra hija. Me esperaré unos minutos para
que no parezca tan evidente que me fugué contigo, y saldré a
"tomar un poco de aire fresco". Mientras yo salgo, mi madre y
mi hermana se irán con ustedes. Me esperarán afuera del salón.
Ahí las alcanzaré. Ya que estemos juntos, nos marcharemos al
lugar que nos dijo Milenna. ¿Qué piensan?
- No lo sé. Suena muy complicado. - dijo María José
- ¿Por qué?
- Porque Regina no es tonta. No creerá el cuento del ruido
y a ti menos te creerá lo de aire fresco.
WĄŐŝŶĂ ϮϯϬ ĚĞ ϯϵϵ

- Para eso están mi madre y Violeta. Ellas estarán en la


misma mesa que tú. Ya saben el plan y les indicarán cuando
es el momento para empezar a llevarlo a cabo. Confía en mí.
- Además, tendríamos que ponernos de acuerdo entre
nosotras y aparte con Lukas.
- De eso no hay problema. Nosotras podríamos esperarlos
a determinada hora afuera del salón. Y podríamos decirle a
Lukas que haga lo mismo.- comentó Arethusa
- ¿Estás seguro que quieres hacerlo? - preguntó María
José
- Si, cariño. Tú y yo debemos estar juntos por siempre, sin
nadie que lo impida y sin ocultarlo más tiempo.
Arethusa parecía fascinada con el plan.
- Bien entones ya está decidido. - Maurice asintió - Ya saben
qué hacer entonces. - dijo Arethusa, haciendo un ademán con
la mano señalando los anillos.
Maurice se quitó el anillo del dedo. María José hizo lo mismo.
Los dejaron sobre la mesa. Unos segundos después apareció
la imagen de Milenna.
- ¿Qué sucede?
- Estamos listos. Mañana iremos al cuartel que preparaste.
- Mañana, cuando vayan en camino, junten de nuevo los
anillos para que les muestre por dónde deben ir. Buena suerte.
- Desapareció.
- Bien, pues tenemos que estar listos para mañana. Será
un día difícil para todos.
WĄŐŝŶĂ Ϯϯϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Lo sé. Será difícil no voltear a ver a María José durante la


ceremonia - dijo Maurice, sujetando una mano de su esposa.
- Tú permitiste esto. - dijo ella, apartando su mano
rápidamente. - me iré a dormir. Buenas noches - se fue a su
habitación.
Maurice quedó con mal sabor de boca por aquel comentario.
No era el único que estaba cansado de esa situación. Ella
también lo estaba. Nada más que fingía hacerse la fuerte.
Ayudó a Arethusa y a Julia a recoger las cosas del comedor.
Cuando terminaron, preguntó.
- ¿Dónde dormiré?
- Con tu esposa. Claro. ¿Con quién más, sino?
Los tres se fueron a su respectiva habitación. Julia le mostró
cual era la habitación de María José. Maurice entró. Ahí estaba
ella, acostada en la cama con una sábana cubriendo su cuerpo.
Él se acostó también, a un lado de ella. Cubrió su cuerpo con
la misma sábana que María José. La abrazó, provocando que
ella también lo hiciera. Por fin la tenía una vez más así.

15
Andrea lloró a medianoche. María José despertó al oír a su hija.
Quitó la mano de Maurice de sí. Lo miró de reojo. No dudaba
que su madre le hubiese dicho que durmiera con ella. No
importaba. Extrañaba dormir con alguien más, especialmente
con Maurice.
WĄŐŝŶĂ ϮϯϮ ĚĞ ϯϵϵ

Se levantó y le dio de comer a su hija. Poco después dio vueltas


en la habitación con la niña en brazos, para lograr que se
durmiera de nuevo.
Maurice se despertó al no sentir a María José a su lado. La vio
de pie y la examinó lentamente. Se había convertido en una
madre ejemplar. Sólo bastaba ver la forma en qué miraba a la
niña. Se levantó de la cama y comenzó a masajear los hombros
de su amada.
- Lamento haberte despertado - dijo María José.
- No importa. Me agrada verte así, en tu faceta maternal. -
María José se limitó a sonreír. - Ahora si no podremos
escondernos para manifestar cuánto nos queremos, cielo
- Si, ya extrañaba eso. Aunque seguías viniendo, no era lo
mismo a que tenerte de lleno.
- Lo sé. Pero afortunadamente, no habrá nadie que pueda
separarnos ahora.
María José acostó nuevamente a la niña en la cuna. Después,
se sentó en el borde de la cama. Maurice la imitó y se sentó
junto a ella.
- Hoy llegaste más golpeado que nunca. - le comentó de
repente.
- Regina quería que tuviéramos...ya sabes. - María José
suspiró y se volteó. No quería que Maurice notara que estaba
enfadada.
- ¿Aceptaste? - le preguntó.
WĄŐŝŶĂ Ϯϯϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Por supuesto que no. No hubiera podido hacerlo. - dijo


Maurice, girando el rostro de María José hacia si.
- Me alegra. Aunque por tu aspecto, parecía que sí había
pasado algo. - Maurice rió.
- Lo sé. No todas pueden ser tan cariñosas como tú. - hizo
una caricia en su rostro.
Maurice la besó. Ella le correspondió, teniendo cuidado de no
abrir la herida, al mismo tiempo en que recorría con caricias los
lugares en los que Maurice tenía moretones. Ambos sonrieron.
- Gracias por ser parte de mi vida. Te amo tanto, mi vida. -
le dijo Maurice a María José.
- Gracias a ti, por seguir eligiéndome como el amor de tu
vida.
- Te seguiré eligiendo siempre...
María José sonrió. Poco después se acostaron y volvieron a
dormir.

16
El celular de Maurice sonó varias veces. Él y María José se
despertaron. Contestó la llamada. Era Donna.
- ¡Despierta! - le gritó Donna efusivamente.
- ¿Qué pasó mamá?
- Hoy es un gran día ¿no es así?
- Por supuesto. Al fin el gran día en que regresaremos a
casa.
WĄŐŝŶĂ Ϯϯϰ ĚĞ ϯϵϵ

- ¡Qué emoción! ¿Puedo hablar con María José?


- Te habla mi mamá. - le dijo a María José
- ¿Hola?
- Hola, querida nuera. ¿Ya te contó Maurice?
- Ya. Lo hablamos anoche
- Bien, entonces ¿qué te parece que vayamos por ustedes
para que no usemos tantos coches?
- No te preocupes. Estaremos bien. Me llevaré un coche
que alquilé para que no parezca evidente que nos vamos juntas.
- ¿Estás segura?
- Si, además, Maurice trae su coche. Tal vez así sea más
fácil distribuirnos al final.
- Bien, entonces levántense ya. Tienen que estar listos
para "el gran día".
Ambas colgaron el teléfono. María José se estiró un poco;
después se levantó.
- Me ducharé para empezar a arreglarme. Si quieres,
desayuna con mi madre y con Arethusa mientras estoy lista. -
Maurice asintió
Se levantó de la cama.
- Maurice, está listo el desayuno. Vamos. - le avisó
Arethusa
Maurice salió de la recámara. Se sentó en una de las sillas del
comedor con Arethusa y Julia. Desayunaron tranquilamente.
Pronto, escucharon los pasos de unos tacones cerca de ellos.
WĄŐŝŶĂ Ϯϯϱ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice volteó y vio a María José. Ahí estaba ella, luciendo


el entallado vestido rosa pálido que le correspondía por ser
dama. Una tenue capa de maquillaje estaba plasmada en su
rostro. Su cabello aún no estaba recogido como Regina lo
había pedido, pero se veía hermosa así.
- Mi niña, te ves preciosa. - dijo Julia, detrás de Maurice.
- Preciosa es poco. Pareces un ángel. Mi ángel. - dijo
Maurice, cargándola.
- Cuidado, amor. El vestido aún no está completamente
firme - Maurice vio que el cierre del vestido estaba abajo. Lo
subió con precaución. María José sonrió - ¿Podrían ayudarme?
- preguntó María José a Arethusa y a Julia. - todavía necesito
peinarme.
- Claro que si, hermosa. - dijo Arethusa - vamos, siéntate.
- Me bañaré rápido. - dijo Maurice al percatarse que se le
hacía tarde
Se duchó. Mientras estaba bajo el agua, recordó lo
emocionado que estaba meses atrás por vivir este momento
con María José. Ese día había sido especialmente preparado
por los de la aldea para que ellos dos estuvieran felices. Pero
alguien se había encargado de arruinar su día. ¿Quién podría
haber sido ese hombre? Varios nombres pasaron por su mente,
pero ninguno tenía sentido para cometer aquel acto. Pero la
imagen de alguien le dio la respuesta a su pregunta: Tomasz.
Terminó su ducha. Se vistió con el esmoquin correspondiente.
Pero, al momento de hacer el nudo de la corbata, dudó. Salió
del baño y fue a la sala. María José seguía sentada, ahora sola
con la pequeña Andrea en brazos.
WĄŐŝŶĂ Ϯϯϲ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Estás listo, cielo? - preguntó María José,


inspeccionándolo con la mirada.
- ¿Me ayudarías?
- Por supuesto, amor. Ven. - Maurice se acercó. Con una
mano logró hacer correctamente el nudo de la corbata. - listo.
- Gracias, preciosa - la besó. - ¿y las demás?
- Ya comenzaron a empacar todo lo que nos vamos a llevar
- Maurice se sentó a su lado.
- ¿Estás lista para llevar a cabo el plan?
- Si. Aunque no creo estar lista para ver a otra mujer
ocupando mi lugar.
- Ocupará un lugar que ya tuviste tú. Pero no usurpará uno
que sigues teniendo.
- ¿Cuál es ese lugar?
- Un lugar aquí - dijo, colocando la mano de María José en
su pecho.
Ella lo besó. Repentinamente, el celular de Maurice sonó.
- ¿Si?
- Hijo, ¿en dónde estás? Ya es hora. - dijo Donna del otro
lado del auricular.
- Sigo aquí con María José.
- ¿Qué esperas? Regina no tarda en llegar.
- ¿Ya es hora?
- Ya, hijo. Si no te apresuras, los planes se vendrán abajo.
WĄŐŝŶĂ Ϯϯϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Voy en camino. No tardo. - ambos colgaron


- ¿Todo bien?
- Ya es hora, preciosa.
- Bien, entonces vámonos.
- ¿Cómo nos vamos a ir? - preguntó Maurice
- Alquilé un coche para éste día. No podíamos ser tan
obvios.
- Bien, entonces me adelantaré a la iglesia. Te amo, no lo
olvides. - dijo Maurice, besó los labios de María José y se fue.
Maurice subió su maleta al coche, sabiendo que la sacaría no
en la casa que había comprado con Regina, sino en aquel
hogar temporal. Vio una vez más a María José. Sonrió. Subió
al coche, lo arrancó y se fue.

17
María José les ayudó a empacar algunas cosas.
- Hija, vete. Se te está haciendo tarde. Nosotras nos
encargamos de lo que falta.
- ¿Cómo se lo van a llevar?
- Lukas vendrá por nosotras en un rato. No te preocupes por
ello. Anda vete. Llévate el pañalero de la niña - le dijo Julia
María José abrió una de las puertas traseras del auto. Colocó
a la pequeña Andrea en el asiento especial para bebés. Al ver
que estaba segura, se subió al auto y manejó hasta la iglesia
donde sería la "boda". Esa situación comenzaba a afectarle.
WĄŐŝŶĂ Ϯϯϴ ĚĞ ϯϵϵ

Trató de visualizar el momento para estar preparada. Pero no


podía hacerlo sin verse a ella frente a Maurice, vestida de
blanco y mirándolo con el amor que le tenía. Pero, al mismo
tiempo, sabía que era necesario para poder regresar a casa.
Esbozó una sonrisa. Sonaba tan cerca aquel momento.
Llegó al templo. Ahí estaba Maurice con Donna, Violeta y
Eduardo. María José estacionó el coche unas calles atrás del
templo. Se bajó del auto, sacó a la niña del asiento y caminó
con ella hasta la entrada. En cuanto llegó al atrio, Maurice
sonrió.
- ¡Cuánto tiempo sin vernos! - exclamó María José
sarcásticamente. Lo abrazó.
- Lo sé, preciosa. - se acercó a ella - como si hubiéramos
dormido juntos - le susurró al oído. María José sonrió.
- Cuñadita. ¿Cómo estás? ¡Pero mira que hermosa esta mi
sobrina! - dijo Violeta, cargando a Andrea.
- ¿Desde hace cuánto tiempo que no las vemos? ¿Un mes?
- preguntó Donna.
- Dos meses. - respondieron Maurice y María José al
mismo tiempo.
- ¿María José? ¿Eres tú? - preguntó Eduardo.
- Si, me da gusto verte.
- Pero...¿tú y mi hijo...? No impedirás nada ¿verdad?
- Mi nuera sería incapaz de hacer algo así. Porque si sabes
que su matrimonio es lícito ¿verdad? Ella no tiene nada que
perder hoy.
WĄŐŝŶĂ Ϯϯϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Entonces ¿qué haces aquí?


- Regina me pidió que fuera su dama de honor. Por eso
estoy aquí. Y, como dijo mi suegra, no haré nada malo. Estoy
segura del amor que Maurice siente por mí.
- ¿Puedo tener a mi sobrina toda la ceremonia? - preguntó
Violeta, acariciando las mejillas de la niña.
- ¿Tu sobrina? - preguntó Eduardo, aun mas confundido
- Después hablamos de eso. Es un tema largo. - le dijo
Donna
- ¿Si puedo? - volvió a preguntar Violeta.
- Eres dama también. No puedes entrar con la niña en
brazos. - le respondió Donna.
- Creo que mejor me quedé con ella yo. No creo que afecte
mucho si entro o no con las demás.
- ¿Segura? - María José asintió.
- Ya llegó tu futura esposa. Compórtate decentemente y no
estés viendo cosas que no debes. - dijo Eduardo viendo a
María José.
Llevó a Maurice a la entrada del templo. María José se metió y
buscó lugar en una de las bancas.
El padre de Regina, Roberto, se bajó del auto y le abrió la
puerta a su hija. Regina descendió lentamente del vehículo.
Estaba pálida. Más que de costumbre. Parecía demacrada. No
se encontraba nada bien. Aunque, a pesar de eso, se veía feliz.
Donna llevaba del brazo a Maurice. Se quedó con él, mientras
esperaban a que llegara Regina. Maurice vio de reojo a María
WĄŐŝŶĂ ϮϰϬ ĚĞ ϯϵϵ

José y sonrió. Ella le sonrió para darle ánimos. Aunque,


realmente, verlo ahí, la estaba matando de la tristeza. La última
vez que lo vio así, fue en su boda.
La ceremonia se llevó a cabo de manera tranquila, hasta que
el momento de las promesas llegó. Por unos instantes, el rostro
de María José suplantó el de Regina en la mente de Maurice.
Esto provocó que las promesas las hiciera pensando, no en
otra persona mas que en su amada. El recuerdo de su boda
permaneció en la mente de Maurice y de María José en esos
momentos. "Los declaro marido y mujer" dijo el párroco. Con
esta frase, unas lágrimas rodaron por las mejillas de María
José. Hasta ese momento su boda con Maurice había sido
perfecta. Le hubiera gustado no llorar, pero le fue inevitable.
Había soñado tanto con ese momento y se había acabado muy
rápido.
Maurice besó rápido a Regina. Después, miró de reojo a María
José. Vio sus lágrimas y sintió pena. Deseaba tanto que fuese
ella quien estuviera frente a él. Regina y Maurice se quedaron
un tiempo mientras les tomaban fotografías. Los demás
salieron del templo.

18
Las personas que esperaban afuera aplaudieron. Varias
señoras se acercaron a felicitar a Maurice. En cuanto María
José vio que ya lo habían dejado de felicitar, se acercó a él con
su hija en brazos.
- Muchas felicidades, recién casado. - Maurice la abrazó y
la mantuvo varios minutos en sus brazos.
WĄŐŝŶĂ Ϯϰϭ ĚĞ ϯϵϵ

- No tienes de que felicitarme. Lo hubieras hecho cuando


nos casamos o aquel día que validamos nuestro matrimonio.
- Mas vale que no lo repitas. Por ahora.
- Mi hermana y mi madre ya lo saben. La noticia les causó
una felicidad inmensa. Esperan que, ahora que estemos juntos,
le demos un hermanito a esta muñeca - dijo, acariciando la
mejilla de su hija.
- No te adelantes a lo incierto.
- Una fotografía por favor - dijo un hombrecito sujetando
una cámara. Maurice rodeó la cintura de María José y ella
colocó su mano izquierda en la espalda de Maurice. Entre los
dos cargaron a la niña. Flash. - muchas gracias. - el hombre se
alejó de ellos.
- Nuestra primera fotografía como familia...- dijo Maurice a
lo que María José se limitó a sonreír - ¿estás lista?
- Si, lo estoy. Me adelantaré al salón
- Pero ¿quién se llevará mi coche?
- No lo sé. Acuérdate que llegué después de ti.
- No te preocupes por tu auto. Tu hermana y yo nos iremos
en él. - dijo Donna, colocándose detrás de María José
- Entonces me voy.
- Espera - dijo Maurice, abrazándola de nuevo para decirle
un secreto - ¿ya están listas sus cosas? - le susurró al oído.
- Si. Ya está todo listo. Lukas pasará por mi madre y por
Arethusa en un rato. No te preocupes por ello.
WĄŐŝŶĂ ϮϰϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Bien. Nos vemos en un rato. - se acercó de nuevo a su


oído - te amo más que nunca, no lo olvides - le susurró. María
José sonrió - toma - le dio su anillo de bodas - cuídalo. No lo
quiero perder. - lo guardó en su bolso.
María José se fue al auto alquilado. Acomodó a su pequeña en
el asiento para bebés del coche. Se subió y empezó a manejar.
Maurice se acercó a Regina. Entre los dos saludaron a la gente
y los invitaron a seguir compartiendo con ellos la dicha de su
matrimonio. Cuando toda la gente se fue a sus autos, Maurice
llevó a Regina al coche que los llevaría hasta el salón. La ayudó
a subirse y después se subió.
- Todo estuvo maravilloso. Los invitados están fascinados
con la ceremonia. Además, ya somos marido y mujer. ¿No
estás feliz? ± Maurice asintió - Creo que María José también lo
estaba. Tanto, que lloró de la emoción - Maurice calló. Las
lágrimas de María José no habían sido de emoción, sino de
pena. - ojalá que encuentre a alguien más pronto. Es una mujer
muy noble y bella.
- Lo es. Conociéndola desde hace tanto tiempo, es difícil
no quererla por ese carácter tan lindo que tiene.
- ¿Sabes? Tengo un mal presentimiento y de una vez
quiero advertirte algo. Si me dejas, me mato. Por eso quiero
asegurarme de algo. Prométeme que nunca me vas a dejar -
dijo Regina, sujetando fuertemente la mano de Maurice.
Maurice sintió cómo uno de los huesos de su mano hacía crack.
Le hizo la promesa a Regina. Pero eso no cambiaría que,
dentro de unas horas, estaría demostrándole completa y
enteramente su amor a María José. Sintió un gran
WĄŐŝŶĂ Ϯϰϯ ĚĞ ϯϵϵ

remordimiento porque rompería una promesa, pero no debía


cambiar el plan que había hecho. Ella lo soltó y siguió hablando
maravillas de la boda.

19
Antes de ir al salón, María José se desvió y manejó al hospital.
Tenía que despedirse de Letty y del doctor Jiménez. Ambos se
habían portado sumamente amables con ella. Se bajó del auto
y bajó a la niña también. Letty, al verla, gritó de la emoción,
como era su costumbre.
- ¡Miren nada más quien vino! ¡Qué gusto verte! Pensé que
como eras toda una ejecutiva, ya no te vería nunca más.
- Que cosas dices. No podía dejar de venir. Menos ahora.
- ¿Hay algo que quieras decir?
- Vine a despedirme. Me regresaré a mi tierra.
- ¿Cómo así? ¿Por qué te vas? - preguntó Letty, un poco
triste.
- Pues en ese lugar crecí. Extraño mucho mi tierra. Y,
además, prefiero que mi niña crezca allá. Es un lugar mucho
más tranquilo para ella.
- Bueno. Me escribes dónde es. Quiero ir a visitarte algún
día. No te olvides de escribirme de vez en cuando.
- Por supuesto que no. Por cierto, ¿se encontrará el doctor?
- Si, está en su consultorio. Pasa.
WĄŐŝŶĂ Ϯϰϰ ĚĞ ϯϵϵ

María José le agradeció. Caminó hacia el consultorio del doctor.


Tocó la puerta. Él le abrió. Al verla, se alegró bastante.
- María José, que gusto verte. Pasa.
- Gracias, doctor. Así estoy bien. Sólo quería despedirme.
Me regreso a mi tierra. - le dijo María José.
El doctor sintió como si le hubieran lanzado un balde de agua
fría. Definitivamente, esa era la peor noticia que le hubieran
podido dar. Había estado muy al pendiente de ella a través de
las redes sociales. Además, sabía que estaba cerca de él. De
vez en cuando, iba al edificio donde trabajaba Maurice
únicamente para verla salir. Pero ahora, ya no la volvería a ver
nunca más.
- ¿Cómo así?
- Prefiero que mi hija crezca allá. Es un mejor lugar para
vivir, lejos de todo el ruido de la ciudad. Sé que ella será muy
feliz allá.
- ¿Y tú? ¿Vas a ser feliz?
A María José tomó por sorpresa aquella pregunta. Por un
momento, supuso hacia donde iba el cauce de la pregunta.
- Si, doctor. Seré muy feliz de estar en casa, una vez más.
- Bueno, si vas a ser feliz, entonces vete. Será lo mejor. -
dijo el doctor, sentándose en su silla.
- Muchas gracias por todas sus atenciones. No tengo como
pagárselo.
- Bueno, si tienes cómo hacerlo. - le dijo el doctor, frotando
su barbilla. - Sólo prométeme que vas a estar bien.
WĄŐŝŶĂ Ϯϰϱ ĚĞ ϯϵϵ

María José sonrió. Lo prometió. Dicho esto, se fue. Abrazó a


Letty, quien ya tenía los ojos llenos de lágrimas. Después de
esto, volvió a subir a la niña al auto. Se subió ella. Arrancó en
dirección al salón de fiestas. El doctor la veía de lejos,
despidiéndose del más grande amor que pudo haber sentido
por alguien.

20
Al llegar al salón, se percató de que, unas cuadras más
adelante, estaba estacionado el taxi de Lukas. Julia, Arethusa
y él estaban recargados en la pared de un edificio. Él la miró y
una sonrisa se plasmó en su rostro. Le gustaba verla así, con
un propósito firme, con la firme convicción de cambiar algo. Ella
sacó a la niña del asiento trasero. Posteriormente, sacó la
pañalera. Saludó a sus amigos con un gesto. Tomó una
bocanada de aire. Entró con la niña en brazos al edificio en el
que se encontraba el salón. Buscó con la mirada la mesa en la
que se encontraban Donna y Violeta. Al localizarlas, fue a
sentarse con ellas. Violeta quitó su bolsa de una de las sillas.
Tal parecía que le estaba apartando un asiento. María José
echó un vistazo a la mesa de los novios, pero no encontró a
Maurice.
- No ha llegado - comentó Violeta.
- ¿Quién? - preguntó María José, volteando a verla.
- Mi hermano. - dijo, mirando a su alrededor.
- ¿Cómo supiste que era él a quien buscaba?
WĄŐŝŶĂ Ϯϰϲ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿A quién más buscarías? No conocemos a nadie aquí. -


comentó Violeta, con cara de fastidio.
María José se acomodó en la silla, con tal de que tanto ella
como la niña estuvieran cómodas. Al cabo de unos minutos
llegó Maurice. De su brazo se sostenía Regina. Maurice iba
serio, inmutable, pacífico. En cambio, Regina saludaba a todos
los invitados con una sonrisa en el rostro. Maurice siguió en su
papel, hasta que su mirada se encontró con la de María José.
Sonrió. Ella también. Deseaba tanto dejar a Regina ahí, ir por
María José y abrazarla. "Ya pronto, ya pronto" susurró para sus
adentros. Sabía que no debía verla, pero no podía evitarlo. El
conjunto musical empezó a tocar varias canciones.
Aparecieron unos meseros y empezaron a servir la comida.
Cuando vieron que ya habían servido a todos los de la mesa,
comieron. Los demás invitados parecían contentos. Pero ni
Violeta, ni Donna, ni María José lo estaban. En su misma mesa,
estaba Eduardo. Sonreía. Estaba contento de que el futuro de
su hijo ya estuviera resuelto. En ese momento, Violeta volteó a
ver a Maurice. Estaba mirando a María José, cómo si estuviera
ansioso de decirle algo.
- Cuñada, ve a mi hermano. - dijo, moviendo la mano de
María José, haciendo que ella lo volteara a ver.
Maurice la veía fijamente. María José le sonrió, provocando
que él hiciera lo mismo. Ambos alzaron la copa que tenían
frente a ellos e hicieron un ademán de brindar.
- Tiene que disimular su impaciencia. Si no lo hace, todo se
vendrá abajo. - comentó María José.
- No creo que pueda.
WĄŐŝŶĂ Ϯϰϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Yo me estoy muriendo de celos, sin embargo, lo estoy


disimulando.
- Tú eres una perfecta actriz.
- Bien. - dijo una voz en el micrófono. - es hora de que los
novios bailen el vals.
Maurice y Regina se pusieron de pie. Dieron un par de vueltas
al compás de la música. Había algo que no le gustaba a
Maurice. Esa canción se la había dedicado años atrás a María
José y desde ese entonces, era la melodía que mejor los
representaba. Ambos la cantaban sin cesar siempre que
estaban juntos. Ahora la bailaba con otra mujer. Vio a María
José. Ella parecía disgustada también.
Los padres de Regina se pusieron de pie y bailaron uno con
cada novio. Eduardo se puso de pie y le indicó a Donna que
era su turno. Maurice sujetó la espalda de su madre y bailaron
juntos.
- No mires tanto a María José. Te estás comportando
sumamente obvio.
- No puedo evitarlo. Quisiera que sea ella la que esté
conmigo.
- Lo sé, pero tu bien sabes que no es por mucho tiempo.
Violeta llegó a ocupar el lugar de su madre.
- ¿Cómo ves a María José? - le preguntó Maurice.
- Esta incomoda por esta situación. No le agrada que la
estés viendo tanto tiempo.
- Se ve preciosa hoy, ¿qué esperaba?
WĄŐŝŶĂ Ϯϰϴ ĚĞ ϯϵϵ

- Que disimularas.
La canción terminó y varios invitados llagaron a bailar a la pista.
Al ver que Regina se había ido a saludar a unos invitados,
Maurice aprovechó la oportunidad para ir con María José. Ella
comenzó a darle de comer a Andrea para evitar que Maurice
se quedara mucho tiempo con ellas.
- Hola - le dijo Maurice, sentándose a su lado.
- Que tal. ¿Cómo se la está pasando el novio más
afortunado del mundo?
- A decir verdad, esa pregunta debí responderla hace un
año atrás. No hoy. - dijo, sujetando la mano de María José en
la que portaba su anillo de compromiso.
Ella se sonrojó. El fotógrafo que en el templo les había tomado
la foto se acercó a María José.
- Señorita, aquí tiene su foto. - María José sacó dinero de
su bolso y se lo dio.
Se dedicó unos minutos a ver la fotografía. Tanto Maurice
como María José sonreían, incluso parecía que Andrea
también estaba sonriendo. Los tres estaban tan felices en la
foto. Maurice también la vio y sonrió.
- Es la primera foto en la que lucimos como una familia
- Lo somos, ¿no es así?
Maurice sonrió. Poco después, vio que Regina lo estaba
buscando, por lo que dejó a María José en la mesa.
WĄŐŝŶĂ Ϯϰϵ ĚĞ ϯϵϵ

21
Pasaron un par de horas. Violeta se quedaba de vez en cuando
con María José, pero en ratos se iba a la pista de baile. Seguía
siendo tan buena bailarina como antes. Donna, de vez en
cuando, cargaba a Andrea para que María José pudiera
divertirse un poco. De repente, Andrea lloró. María José la
cargó y la llevó al baño para cambiarle el pañal. Cuando
terminó de envolver el pañal sucio, la niña lloró de nuevo. La
cargó y caminó de un lado a otro, tratando de hacer dormir a
su hija. Pero no funcionaba. Violeta fue al baño al ver que María
José se había tardado mucho.
- ¿Todo bien?
- Ha estado llorando mucho. No sé qué pasa.
- ¿No será una señal? Ya ha pasado mucho tiempo...
- No lo sé. Nunca había tardado tanto en dormirse. - Violeta
se quedó unos minutos en silencio.
- Vámonos de aquí.
- Está bien. Dile a los demás. Ya es suficiente.
- Que empiece lo bueno...- Violeta se fue, sonriendo.
María José la siguió minutos después. Al ver que tanto Donna
como Violeta seguían sentadas, María José fue con ellas.
- ¿Qué sucede? ¿No iban a ir ustedes conmigo?
- Cambio de planes. Nosotras saldremos con Maurice para
que no haya problemas. Nos esperarán en su auto y nosotros
los alcanzaremos en el de Maurice. Una vez que los dos
WĄŐŝŶĂ ϮϱϬ ĚĞ ϯϵϵ

coches estén a la misma altura, tú y yo cambiaremos de lugar.


Tú te iras con mis hijos y yo me iré con los otros. - dijo Donna.
- Bien. ¿Están seguras de lo que van a hacer?
- Si. Debemos regresar a casa.
- Bien. Las vemos al rato.
Simularon la despedida. María José se acercó con su hija en
brazos a la mesa de los novios. Tanto Regina como Maurice
se levantaron al verla.
- Amiga ¿cómo te la estás pasando? ¿Todo bien? -
preguntó Regina
- Si, amiga. Todo muy lindo. Pero tengo que irme. Mi hija
está harta del ruido y necesita descansar en silencio. Sigue
disfrutando la fiesta.
- ¿Vas a regresar?
- No creo. No sé cuánto tiempo tarde en dormirse mi niña y
no me gustaría dejarla sola en casa con mi mamá y con
Arethusa. No sé si se les presente algún inconveniente.
Diviértete mucho. Maurice, un placer - abrazó primero a Regina
y después a Maurice, quien la retuvo mas tiempo.
- Te veo en unos minutos. Espérenme. - le susurró al oído.
- Donna y Violeta te esperarán en la mesa. No tarden tanto.
María José salió del salón, no sin antes mirar a Maurice. Él la
siguió con la mirada.
WĄŐŝŶĂ Ϯϱϭ ĚĞ ϯϵϵ

22
Al salir, María José se topó con una gran sorpresa. El doctor
Jiménez se encontraba platicando con Julia. Arethusa y Lukas
se encontraban escuchando la conversación. Al verla, Julia se
acercó a ella y la abrazó.
- El doctor insiste en que te quería ver una vez más. - le
susurró al oído
- Pero si ya me había despedido de él hace rato. -
respondió María José, un tanto intrigada.
- Si, pero dice que había algo que aún tenía que decirte.
Anda, dame a la niña. Acaba con esto de una buena vez.
María José hizo lo que Julia le indicó. Cuando se percató que
Andrea ya estaba en brazos de Julia, se acercó al doctor, que
la miraba con cierta fascinación.
- Doctor, creí que ya nos habíamos despedido antes.
- Si, lo sé. Pero no podía dejar que te fueras sin que
escuches lo que tengo que decirte. - María José lo miró
confundida. - Sé que no esperabas que te dijera esto, pero la
verdad es que te amo. Desde el primer día que te vi, sentí que
había algo que me ataba a ti. Y poco después supe que era
amor. Sé que es un mal momento para decírtelo. Pero no podía
dejar que te fueras sin que lo supieras. María José: te amo. No
espero que me digas lo mismo.
María José lo miró incrédula. Sabía que algún día tendría que
escuchar eso, pero no esperaba que fuera ese día cuando lo
tuviera que escuchar. De pronto, comenzó a jugar con sus
WĄŐŝŶĂ ϮϱϮ ĚĞ ϯϵϵ

manos. No sabía cómo debía responder. Todo parecía tan


absurdo.
- Doctor...no sé qué decir. Es muy gentil lo que acaba de
decir, pero lamento no poder corresponderle. Mi
esposo...yo...tenemos una familia. - el doctor se entristeció al
oír eso. - Lo lamento de verdad. No fue mi intención darle algún
tipo de esperanza de que entre nosotros pudiera pasar algo
más.
- Siempre dice lo mismo. No hay nada que se pueda hacer
al respecto. - dijo Lukas
- Pero, es que Maurice y yo llevamos muchos años con
esto. No puedo evitarlo.
- ¿Puedo abrazarte, aunque sea? - preguntó el doctor.
María José sonrió. Se acercó al doctor y lo abrazó. Él le
correspondió. ¡Cuántas veces soñó con ese momento en el
cuál pudiera tenerla entre sus brazos! Aunque la situación no
era favorable, el doctor se alegró de poder rebasar el límite de
lo profesional y poder dejar ver su lado humano, cosa que
nunca creyó que pasaría.
Al soltarla, el doctor se fue a su coche. Antes de arrancar, le
dedicó una última mirada a María José. Ella lo miraba con cierta
lástima. No soportó más esa situación. Se fue.

23
Una vez que se fue el doctor, esperaron recargados en el coche.
Diez, quince, veinte, cuarenta y cinco minutos. No salían.
Comenzaron a desesperarse.
WĄŐŝŶĂ Ϯϱϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Le llamaré a Donna. Ya tardaron mucho. - dijo María José


marcando el número de su suegra. Timbró varias veces.
Contestó. - ¿qué pasa?
- Ya casi salimos. Maurice está haciendo tiempo para que
a Regina se le olvide que acaban de marcharse. Espera...- hizo
una pausa - Maurice viene para acá. Ya vamos en camino. -
María José colgó.
- Tenemos que darnos prisa para no levantar sospechas
tan rápido. - dijo Arethusa, sujetando el brazo de María José.
Maurice sujetó a Donna y a Violeta. Los tres caminaron
rápidamente a la salida. Maurice sentía como la adrenalina
recorría cada parte de su cuerpo. ¿Si los descubrían? Ya no
podrían estar juntos. Se subieron al auto y Maurice manejó
hasta quedar a la altura del coche de Lukas, que estaba un par
de cuadras adelante.
Estacionaron el coche. Los tres se bajaron y Maurice abrazó a
María José.
- Vámonos a casa.
- Ya no quiero estar aquí. - Maurice le sonrió
- Escuchen, mi esposa y yo tenemos que ir juntos por lo de
nuestros anillos.
- Iré con ustedes. - dijo Violeta.
- Si Violeta se va con ustedes, los demás cabemos bien en
un coche.
- Lo que queda por ahora es que nos sigan.
WĄŐŝŶĂ Ϯϱϰ ĚĞ ϯϵϵ

María José sujetó a su hija. La abrazó y la besó con todas sus


fuerzas. Después, se la entregó a Arethusa.
- Cuiden a mi niña.
- Sabes que no puede estar en mejores manos. Anda, tu
esposo te espera.
María José abrazó a Arethusa y a Julia. Volteó a ver a Maurice.
Estaba parado, con la mano en la manija de la puerta,
esperando a que su amada esposa se acercara para abrirle la
puerta. Así como estaba en ese momento, estuvo la primera
vez que le dio un "si". Esperaba que ella le diera la pauta para
abrir directamente las puertas de su corazón, porque él ya tenía
su corazón de par en par. María José caminó hacia él tal
como lo hizo aquella vez. Maurice la abrazó.
- Quiero volver a entrar a tu corazón, como aquella primera
vez.
- Nunca saliste de él. - la besó tiernamente. Abrió la puerta
del coche y María José entró. Maurice corrió hacia el otro lado
y entró al carro.- dame mi anillo.
- Tienen que estar juntos para que Milenna nos de las
instrucciones para llegar. En cuanto estemos ahí, te lo
regresaré.
María José juntó los anillos y los colocó en el tablero del auto.
Un tenue rayo de luz salió de los anillos, mostrándoles una
línea recta.
WĄŐŝŶĂ Ϯϱϱ ĚĞ ϯϵϵ

24
Maurice manejó conforme la luz le guiaba. De rato en rato
miraba por el retrovisor para ver si los demás los seguían.
- Todo lo de hoy parecía sumamente falso. -opinó Violeta
- Estoy de acuerdo. Ya estaba sumamente impaciente para
que terminara - dijo Maurice con tono molesto.
- No parecía. - refutó María José, algo molesta también.
- ¿Por qué lo dices?
- Te veías sumamente feliz, tomándote fotos y abrazándola.
- De hecho, para tu información, ella me abrazaba. Yo no
lo hubiera hecho.
- Pues dudo bastante que no hayas tenido nada que ver en
eso.
- Aunque lo dudes, es la verdad.
María José calló por unos minutos.
- ¿Volvió a lastimarte?
Maurice no respondió. No quería decirle lo ocurrido en el coche.
Al sentir el silencio de Maurice, lo examinó de pies a cabeza.
No podía ver mucho porque la camisa de Maurice era de
manga larga. Pero hubo algo que si pudo ver: la mano de su
amado. Maurice no la apoyaba del todo en el volante. Y para
todo lo que hacía, Maurice apoyaba completamente ambas
manos.
- ¿Qué te pasó en tu mano?
- Nada. Estoy bien. - dijo Maurice. ¿Cómo lo había notado?
WĄŐŝŶĂ Ϯϱϲ ĚĞ ϯϵϵ

- Maurice, te conozco. Algo te pasó en la mano. Dime qué


es.
Maurice terminó por contarle todo lo que había pasado en el
auto. María José estaba aún más molesta. No sabía cómo
reaccionar ante aquella situación. Esa no era la primera
agresión que Regina le hacía a su marido. Había algo de ella
que le llamaba la atención. Tenía demasiada fuerza para hacer
ese tipo de cosas. Más que cualquier enfermo. Ella conocía la
mayor parte de las enfermedades gracias a su trabajo en el
hospital y no había visto a ningún enfermo con esa clase de
fuerza.
- ¿Quieres decir que esa mujer te lastimaba
constantemente? - preguntó Violeta, enojada.
- Si. No podía hacer, ni decir nada. Cualquier cosa podía
ser dicha en mi contra.
- ¿Desde cuándo te hacía esto?
- Desde la pedida de mano.
- ¡No es posible! - gritó Violeta, enojada.
- Aunque he de decirte, amor, que hay algo que no encaja
aquí. - le dijo María José. - Me parece que te han estado
mintiendo estos meses.
- ¿Por qué lo dices? - preguntó Maurice.
- Un enfermo no tiene la fuerza necesaria para dejar
semejantes marcas en la piel de una persona. Mucho menos
para romperle un hueso. Las enfermedades, más las que son
de gravedad, provocan debilidad en el cuerpo de la víctima. Y
WĄŐŝŶĂ Ϯϱϳ ĚĞ ϯϵϵ

aparentemente, Regina tenía bastante fuerza para estar


enferma.
Maurice se dedicó a meditar sobre lo que María José había
dicho. Tenía sentido. Realmente, él nunca había visto a Regina
demasiado enferma. Siempre permanecía en un buen estado.
Salvo una que otra ocasión, que si iba pálida o con ojeras en
el rostro. No quiso decir nada al respecto, pero lo que ella había
dicho tenía cierta coherencia.
Maurice siguió manejando en la dirección que mostraba la luz.
Pasaron varias horas. No veía el fin de ese trayecto. Estaba
oscureciendo. ¿Regina ya habría notado su ausencia? Pensó
en lo que le había dicho en el trayecto de la iglesia al salón. No
podría hacer nada malo. Sería una tragedia peor que la que
vivirá a partir de ese momento.
El celular de Maurice timbró varias veces. Era ella. María José
vio la pantalla del aparato. Sintió como su corazón palpitaba
más deprisa.
- Es Regina ¿verdad? - preguntó Violeta.
- Si, es ella.
- Deja que siga sonando. Pronto se desesperará y dejará
de llamar.
- No tienes prendido el localizador de tu celular, ¿verdad?
- No. Mi mamá tampoco. Los desactivé antes de salir de
casa.
- Bien hecho, hermanita.
WĄŐŝŶĂ Ϯϱϴ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Qué esperabas? Esa mujer no es tan tonta y eso hubiera


sido lo primero que hubiera hecho.
- Ella también piensa igual que yo. - le dijo María José a
Maurice.
- Por eso somos mejores amigas y cuñadas. No hubiera
dejado que otra mujer se apropiara de mi hermano.
- Sigue insistiendo. - dijo Maurice viendo su celular.
- Calma. Mientras no llame a mi cuñada está bien.
Pasó más tiempo y después de llamar a Violeta y a Donna sin
recibir respuesta, Regina acudió a llamar a María José. Seguro
ella sabría donde estaba. Ella, al sentir su celular vibrando
dentro de su bolsa, lo sacó y revisó la pantalla.
- ¿Qué hago? Me está llamando a mí.
- Contesta, cuñada. No despiertes la duda en ella.
- ¿Si? - dijo María José descolgando el teléfono y poniendo
el altavoz para que Maurice y Violeta escucharan.
- Disculpa ¿no sabes dónde está mi esposo? Salió hace
rato y no ha regresado.
- No, amiga. Llegué hace rato mi casa y desde que me fui,
no he sabido nada de él. Creí que estaba contigo.- mintió María
José
- Estoy preocupada. Ni Donna, ni Violeta me contestaron.
- ¿Ellas que tienen que ver en esto?
WĄŐŝŶĂ Ϯϱϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Ellas salieron con él. - hizo una pausa -Pensé que sabrías
de él. Son tan buenos amigos que quizá te lo habría dicho o
habría ido a buscarte. Perdón.
- Mantenme al pendiente si sabes algo de él.
- Si sabes algo de él, también avísame.
Ambas colgaron. María José miró a Maurice, pero él no le
correspondió. Siguió viendo fijamente la carretera.
- Quien a dos amos sirve...
- ...con uno queda mal - dijeron al mismo tiempo Violeta y
María José.
- No es necesario que me lo digan. Lo sé.
- No parecía que lo supieras hace unos meses.
- ¿Y dejar que les hicieran daño? No podía permitirlo
- Te dije que no lo hicieras. - dijo Violeta.
- Esta bien. Lo admito. Hice mal. ¿Contentas? - las dos
tardaron en responder. - vamos, no se pueden enojar conmigo
dos de mis amores mas grandes. - María José sonrió y puso
su mano sobre la de Maurice otra vez.
- Prométeme que pensarás en ir a pedirle perdón a Regina
- ¿Qué? Eso es absurdo
- Por favor...- rogó María José.
- Está bien. Aunque no estoy de acuerdo con eso.
WĄŐŝŶĂ ϮϲϬ ĚĞ ϯϵϵ

Vieron de pronto una bifurcación en el camino. La luz los guiaba


a la derecha. Maurice condujo el coche en esa dirección y
Donna hizo lo mismo.

25
La calle terminaba en lo que parecía una vieja cabaña.
Estacionaron los coches. Todos se bajaron de los autos. María
José fue por su hija a su coche.
Cuando estuvieron juntos, fueron hacia la entrada de la cabaña.
Encontraron una carta en la puerta.
- Ahí dentro hay habitaciones para hacer su estancia más
cómoda. Cada uno tiene su propia recámara, excepto Maurice
y María José que dormirán en la misma, con su hija. En cuanto
estén todos juntos, vuelvan a juntar los anillos para que les dé
instrucciones.
Miraron de nuevo la fachada de la cabaña.
- Vámonos. Nos equivocamos de lugar. - dijo Maurice
dirigiéndose a su auto.
- Espera... - dijo María José, sujetando el brazo de Maurice
- si esta la carta aquí es por algo.
- ¿Qué sugieres?
- Que entremos. Vamos. - dijo María José, abriendo la
puerta.
Los demás siguieron a María José. Entraron a la cabaña y de
pronto, se llenaron de una sorpresa inmensa.
WĄŐŝŶĂ Ϯϲϭ ĚĞ ϯϵϵ

(OUHWRUQR
WĄŐŝŶĂ ϮϲϮ ĚĞ ϯϵϵ

1
En cuanto estuvieron adentro, se sorprendieron al ver que era
mas grande y más luminosa de lo que aparentaba por fuera.
Por dentro era una gran mansión. En el centro, había unas
majestuosas escaleras que conducían a un nivel superior.
Todo el suelo estaba tapizado con una alfombra azul cielo y los
muebles estaban hechos de madera fina.
- Maravilloso. - dijo Violeta
- Vamos por las cosas para que podamos instalarnos. - dijo
Arethusa
Volvieron a salir. Sacaron las maletas de las cajuelas de los
autos. Cada uno entró de nuevo a la casa con su respectiva
valija. Maurice, al ver que María José estaba lidiando con todas
sus cosas, le ayudó a cargar algunas.
- Ya están distribuidas las habitaciones. - dijo Donna desde
la parte superior de casa.
- Pobre de aquel al que le toque dormir junto a ese par de
conejos. - dijo Violeta, sarcásticamente, viendo que le había
tocado entre Arethusa y su madre
- Ojalá que te toque a ti, hermanita.
- Te equivocas, hermano. Para mi fortuna, dormiré junto a
mi madre y a Arethusa - Maurice meneó la cabeza.
- Amor, espérame aquí. Subiré las cosas para que no
tengas que esforzarte. - le dijo a María José.
- Pero, amor, tu mano«
- Descuida, cielo. No te preocupes. Puedo arreglármelas.
WĄŐŝŶĂ Ϯϲϯ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice buscó habitación por habitación cual tenía inscrita en


la puerta su nombre. La encontró por fin. Estaba al final del
pasillo y había una cierta distancia con las demás habitaciones.
Milenna supo muy bien cual sería el problema con ellos y lo
solucionó bastante bien. Maurice dejó las cosas adentro de la
recamara.
Observó con cuidado los detalles que adornaban el cuarto. La
cama estaba en medio, y estaba rodeada de hojas de árboles.
Fuera de la cama, había un ropero y un pequeño baño para
que ambos lo usaran. Sin embargo, hubo algo que le llamó mas
la atención. Había una fotografía enmarcada y colgada en la
pared. Eran ellos, el día de su boda. Era la foto que les habían
tomado justo antes de que la ceremonia empezara. Los dos
sonreían, eran felices.
Después de unos minutos de ver la foto, la descolgó y bajó
rápidamente de la habitación. Encontró a los demás sentados
en la sala. Junto a María José había un espacio vacío. Maurice
lo ocupó sin pensarlo. Besó la mejilla de su esposa y la frente
de su hija.
- ¿Qué traes ahí? - preguntó María José
- Míralo tú misma - dijo Maurice, mostrando la foto. María
José la vio. Sonrió.
- Está bellísima. Al menos alguien nos retrató ese día y no
nos dejó sólo recuerdos.
El celular de Maurice, de Violeta y de Donna vibró una vez al
mismo tiempo. Los tres lo revisaron al mismo tiempo. Era un
mensaje de Regina. "¿Dónde están?"
WĄŐŝŶĂ Ϯϲϰ ĚĞ ϯϵϵ

- Creo que no se dará por vencida hasta tener noticias


tuyas. - le dijo Violeta a Maurice.
- Ya lo noté. Necesito su ayuda. - le dijo a María José y a
Violeta. - vengan conmigo.
Julia tomó a su nieta en brazos para que María José pudiera
subir con él.
María José y Violeta siguieron a Maurice. Se encerraron en la
habitación de Maurice y María José. Maurice se sentó en la
cama. Frotó varias veces sus manos contra su rostro, hasta
que se relajó.
- Hermanita, necesito que grabes el mensaje que voy a
mandar a Regina. Toma - le dio su celular.
- ¿Qué quieres que yo haga? - preguntó María José.
- Quédate ahí. Serás mi inspiración para el mensaje.
Avísame cuando esté listo - le dijo a Violeta. Ella le hizo una
señal.
³5HJLQD¢4XpWHSXHGRGHFLU"1RTXHUtDKDFHUWHHVWRSHUR
no tuve otra opción. Ya no aguantaba esta situación. Tienes
que saber la verdad. Mi corazón siempre perteneció a la misma
mujer. Ella fue mi amiga, mi consejera, mi confidente, pero
también fue mi ferviente enamorada, la única capaz de
encender mis labios y mi cuerpo y también la única capaz de
acelerar mi ritmo cardíaco con una sola mirada. En fin, ella es
la dueña de las llaves de mi corazón. Tenía que seguir
HQWUHJiQGRVHOR(VSHURTXHDOJ~QGtDSXHGDVSHUGRQDUPH´
Hizo una pausa y le indicó a su hermana que ya había
terminado. Violeta terminó de grabar y le entregó de nuevo el
WĄŐŝŶĂ Ϯϲϱ ĚĞ ϯϵϵ

celular. Maurice mandó el vídeo a Regina. Se quedó unos


minutos sentado en el borde de la cama. Violeta salió de la
habitación, dejándolos solos.
- ¿De verdad soy todo eso para ti? - preguntó María José.
Maurice sonrió y la atrajo hacia si.
- Eres eso y mas. Eres mi alter ego.
- Te amo.
- No mas de lo que yo te amo a ti. - la besó, mientras la
abrazaba con fuerza.
- Tengo que arreglar las cosas. - dijo María José, sacando
algunas cosas de la maleta - A pesar de que estaremos poco
tiempo aquí, todo tiene que estar en orden. ¿Me ayudas o
prefieres ir con los demás?
- Iré con los demás. - dijo Maurice, levantándose de la
cama.
- Te alcanzo en cuanto termine.
Maurice optó por sentarse en la cama para esperarla. Se quedó
mirándola un buen rato. Todavía seguía sintiendo las mismas
ganas de tenerla a su lado, como la primera vez. Quien los
mandó a esa desquiciada ciudad pensó que separándolos los
mataría, pero estaba totalmente equivocado: en realidad, los
unió mas.
María José terminó de acomodar todo. Vio a Maurice. Parecía
loco, con esa sonrisa de enamorado postrada en su rostro tan
hermoso. Por lo que veía, ya no estaba adolorido. Pero seguía
sin apoyar bien la mano. Al recordar lo que Maurice había dicho
sobre lo que había sucedido, volvió a molestarse.
WĄŐŝŶĂ Ϯϲϲ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Cómo te sientes? - preguntó María José, sujetando la


mano herida.
- Feliz de estar contigo sin tener que escondernos.
- Me refería a lo de tu mano. Pero concuerdo contigo. Yo
también lo estoy. Vamos abajo. Necesito conseguir un botiquín
para curarte.
Ambos bajaron las escaleras.

2
Al bajar, María José se percató de que Andrea estaba
sollozando. La buscó con la mirada. En la sala estaban
Arethusa y Julia tratando de calmar a la niña.
- Que bueno que llegas, hija. La niña ya está impaciente.
- Lo siento. - se disculpó María José
María José se sentó entre Arethusa y Julia. Cubrió ligeramente
su hombro y a su hija. Acercó a la niña a su pecho. La alimentó
hasta que quedó saciada. Poco después, quedó dormida en
sus brazos. María José le hizo un par de caricias en su rostro.
Tras un rato, acomodó los cojines de uno de los sillones, con
el fin de crear una barricada y poder acostar ahí a su hija. Al
ver que estaba lista, acostó a su pequeña.
Después se puso a buscar el botiquín con el que curaría a
Maurice. Lo encontró en la cocina de la casa. En cuánto
regresó a la sala, encontró a Maurice supervisando el sueño de
su hija. Acariciaba el rostro de la pequeña. Conforme iba
creciendo, Andrea se parecía más a él. Hubiera querido que se
WĄŐŝŶĂ Ϯϲϳ ĚĞ ϯϵϵ

pareciese más a su madre. Realmente esperaba que su


siguiente hijo tuviera mas rasgos de María José.
Volteó, al ver que María José también observaba a la niña. La
veía la con ternura semejante a la de alguien que ama a otro.
Maurice sujetó la mano de María José. Ella lo miró. Sonrieron
en cuanto sus miradas se encontraron.
- Ven, vamos a sentarnos para que pueda curarte. - le dijo
María José
Él obedeció. María José encontró dentro del botiquín un frasco
con un contenido bastante peculiar. El líquido era del mismo
color que aquel que había usado para curar a Maurice cuando
Bruno lo golpeó fuera del pantano. No dudó en usarlo. En
cuánto la mano quedó cubierta del líquido, la vendó. Maurice
sintió un cosquilleo en la mano. Arethusa y Julia anunciaron
que la cena ya estaba lista. Maurice se sentó junto a su esposa
y tomó su mano. Todos empezaron a comer.
- ¿No has sabido nada de Regina? - preguntó Violeta
- No. Me llamó cuando estaba con María José allá arriba,
pero no le contesté.
- Tu padre está desesperado. Nos ha estado llamando
también.
- ¿Le respondieron?
- No. Esperaremos a mañana para que esté más tranquilo.
- Dudo que se tranquilice.
Un mensaje llegó al celular de Maurice. Era de Regina. Una
mueca apareció en su rostro.
WĄŐŝŶĂ Ϯϲϴ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Qué sucede?
- Es Regina.
- ¿Qué quiere?
- "¿Volviste con María José?" - Maurice leyó el mensaje en
voz alta. - ¿le contesto con la verdad?
- La herirían bastante. - opinó Lukas
- Opino lo mismo. Y si pasa esto, la matarías al instante. -
dijo Donna
- Además podría afectar los planes. - dijo Arethusa
- ¿Entonces?
- No le contestes. - dijo Julia. Maurice apagó su celular y lo
dejó a un lado suyo.
- Esperemos que no insista - dijo María José.
- Lo hará. Estoy segura. - dijo Donna.
- Por el momento, tenemos que esperar a que lleguen los
demás.
De pronto, se escuchó que alguien tocó la puerta. Todos se
miraron entre si. Se suponía que la casa era invisible, salvo que
fuera alguien de los que faltaban. Maurice se levantó. Caminó
lentamente hasta la puerta. Cuando se encontró frente a ella,
dudó unos minutos si abrirla o no. Podía ser peligroso. Más si
era algún intruso. Miró a María José. Ella le dio el visto bueno
para que abriera. Miró la puerta una vez más. Finalmente,
decidió abrirla. Ahí se encontraba Christian, vestido de blanco
como siempre. A su lado estaba André, sonriente y bonachón.
Maurice sonrió al verlos frente a él.
WĄŐŝŶĂ Ϯϲϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Bienvenidos a casa.
- Todavía no llegamos a ella. - dijo Christian. Los tres
sonrieron.
- Bien, entonces adelante.
Maurice los dejó pasar. Ellos no dudaron mucho tiempo y
entraron a la cabaña. Como los demás, admiraron maravillados
la magnitud interna de la casa. Miraron después a los demás,
que seguían sentados en la mesa. Todos sonrieron.
- Hay un cuarto para cada quien. Si quieren, pueden ir a
dejar sus cosas, mientras preparamos mas cosas de cenar. -
les dijo Maurice
- ¡Gracias! No tardamos. - subieron las escaleras
rápidamente.
Maurice se dirigió a la cocina con el fin de preparar la cena a
sus amigos.
- Será mejor que vayas con él, cuñada. Nunca ha sido
bueno en la cocina. - le dijo Violeta a María José.
- Ojalá fuera bueno en todo lo que hace. - se levantó y fue
tras él.
Se detuvo en la puerta para inspeccionar lo que hacía Maurice.
Estaba buscando algo en el lugar donde se encontraban los
trastes. Cuando María José vio que sacó un sartén, puso agua
en el e intentó poner una tortilla en el líquido, fue tras él e
impidió que lo hiciera.
- Me encargo yo, cariño. - lo apartó de su camino y empezó
a cocinar.
WĄŐŝŶĂ ϮϳϬ ĚĞ ϯϵϵ

- No cabe duda que me conseguí un estuche de monerías.


Aparte de ser la mujer más hermosa del mundo, es una
persona noble, justa, excelente madre y cocinera, es una
esposa paciente y audaz, pero lo mejor de todo, es que me
ama por lo que soy y no por lo que tengo. - dijo Maurice,
abrazándola por detrás y acariciando lentamente su vientre
- Dices todo eso porque me amas.
- Es la verdad. Aparte de que daría la vida por ti.
- Sabes que haría eso y mas por ti.
- En cuanto acaben todos los problemas que nos rodean,
viviremos felices en nuestro hogar de Corelia.
- Eso espero, cariño.
María José terminó de cocinar. Puso la comida en un plato y
se giró hacia Maurice para verlo. Al tenerlo frente a ella, lo besó
con dulzura. Salieron de la cocina. Christian y André ya habían
bajado y se encontraban mimando a Andrea.
- Está preciosa la niña - dijo André al ver que Maurice y
María José los veían.
- Se parece mucho a ti, Maurice. - dijo Christian
- Es igual a él cuando tenía su edad - dijo Donna. María
José beso la mejilla de su amado.
- Entonces será la niña mas hermosa por el resto de su vida.
Aquí está su comida, amigos. - dijo, colocando los platos sobre
la mesa.
- Gracias, la verdad estamos hambrientos. Fue un largo
viaje hasta acá.
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϭ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Qué estuvieron haciendo estos meses?


- Trabajábamos en una carpintería.
- ¿Cómo supieron de nuestro paradero?
- Milenna se apareció encima de una mesa que estábamos
trabajando. Nos dio un mapa con las indicaciones de cómo
llegar. Nos pidió que nos apresuráramos.
- Nos alegra que estén aquí.
- ¿Qué se supone que debemos hacer ahora?
- En Corelia habrá guerra en cuanto lleguemos allá.
Tenemos que estar todos juntos para lograrlo.
- Esperemos que no sea tan dura la guerra. No deseamos
morir otra vez. - dijo Christian.
- Tenemos que armar un plan para que ganemos.
- Es una buena idea, pero debemos estar todos para
lograrlo - dijo Violeta.
De pronto, Violeta sintió una mirada clavada en ella. Era André.
Parecía embobado. Su mirada era tan fuerte, como la de
Maurice, cuando veía a María José. Violeta sonrió. Había
conquistado a alguien donde menos esperaba.
Maurice se percató de esto. Intentó captar la atención de André,
pero María José lo impidió.
- Déjalos ser.
- Pero es mi hermana. No quiero que le haga daño.
- ¿No crees que tenga derecho a ser feliz, como lo somos
nosotros?
WĄŐŝŶĂ ϮϳϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Si, pero...
- Entonces deja que intente ser feliz con él.
Repentinamente, Maurice subió a su habitación. María José lo
siguió con la mirada. Los demás se percataron de esto y
guardaron silencio. María José se sentó junto a Christian y
cargó a su hija.
- ¿Todo bien? - preguntó Arethusa.
- Si. Me encargaré de eso mas tarde.
Siguieron hablando un par de horas mas, hasta que el sueño
comenzó a vencerlos.

3
Maurice despertó al amanecer. Vio a María José. Dormía. Miró
después la cuna de su hija. Estaba en la misma posición que
su madre. Se quedó unos minutos admirándolas. Eran tan
bellas. Parecía que, en ciertas cosas, ambas eran idénticas. En
cuánto la niña sonreía, María José también lo hacía. Actuaban
a la par. Maurice se sentó al borde de la cama. Acarició la frente
de María José. Ella se movió lentamente. Pronto, despertó.
- Perdóname, cielo. No quería despertarte.
- No hay problema, cariño. Buenos días - lo besó.
- Con un comienzo así, será el mejor día de todos.
- Parece que te has vuelto mas cariñoso.
- Tengo que serlo. Fueron muchos meses separados. -
María José se levantó. - ¿a dónde vas, amor?
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Me ducharé rápido.
- ¿Necesitas ayuda?
- Sólo cuida a la niña. Si se despierta, trata de consolarla
mientras salgo.
- Como usted diga, mi capitán.
María José se acercó y lo besó. Entró rápido al baño. Mientras
esperaba a que saliera el agua caliente, escuchó que la niña
empezó a llorar desconsoladamente. Se había olvidado que
esa era su hora de comida. Se apresuró a ducharse. Desde
que Andrea nació, María José dependía absolutamente de ella.
Pero no le importaba. Valía la pena sacrificar unos minutos de
su tiempo para cuidar a su hija.
Terminó su ducha. Se secó rápidamente y colocó una bata
alrededor de su cuerpo. Salió del baño. Maurice cargaba a
Andrea e intentaba arrullarla, pero, con cada movimiento,
provocaba que llorara mas. María José lo detuvo. Le quitó a la
niña y después se sentó en la cama. Le dio de comer a Andrea.
- ¿Cómo supiste que eso era lo que quería? - le preguntó
Maurice, sentándose a su lado.
- Soy su madre. He aprendido a saber lo que quiere. La
llevé en mi vientre durante nueve meses. Creo que aprendimos
a conectarnos.
- Enséñame a entender sus gestos.
- Tienes que percibirlos, amor. - en cuanto terminó de
comer Andrea, volvió a llorar - por ejemplo, ahorita lo que
quiere es que el cambie el pañal. Se siente incomoda.
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϰ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Te ayudo?
- Pásame la pañalera.
Maurice se la dio. María José cambió cuidadosamente el
pañal sucio por uno limpio. Maurice simplemente no podía
dejar de mirarla maravillado. Entendía cada aspecto de su hija
y apenas habían pasado seis meses desde que estaban juntas.
- Listo.
- Eres un ángel, cielo.
- Gracias, amor. ¿Podrías ir a ver si ya despertó alguien
más? Si quieres llévate a la niña.
- Ahora vuelvo. No tardo. Extráñame mucho, hermosa.
- Lo haré. - dijo María José sonriendo.
Maurice salió y cerró la puerta. María José se apresuró a
arreglarse. Escogió cuidadosamente su ropa. Se puso los
pantalones de mezclilla y la blusa rosa claro que Maurice le
gustaba verle. Secó su cabello. Lo dejó libre sobre sus
hombros y se dedicó a su rostro. Fue al baño. Ahí, pintó un
poco sus pestañas y delineó sus ojos. Usó un labial claro para
sus labios. Se examinó una vez que ya estuvo lista.
- Amor ¿puedo entrar?
- Si, cariño. - Maurice entró. La miró y sonrió.
- Estás preciosa.
- Gracias. - vio que no tenía a su hija en brazos - ¿dónde
está Andrea? - Maurice tardó en responder y María José
comenzó a alterarse - ¿amor? ¿Dónde está mi hija?
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϱ ĚĞ ϯϵϵ

- Mi hermana la tiene. - María José se relajó - y creo que


no la soltará en un buen rato. La adora.
- Lo sé. Es una buena tía. Bien. Ayudaré a hacer el
desayuno. ¿Vienes? - María José se dirigió hacia la puerta de
la habitación.
- Me ducharé.
- Adelante, cielo. Si no me encuentras aquí, estaré abajo.
- Como digas, cielo.
María José lo besó muy cerca de los labios, provocando que
Maurice se quedara atónito unos minutos.

4
María José salió de la habitación y bajó a la cocina. Ahí estaban
Julia y Arethusa.
- Buenos días, hija. ¿Qué tal tu noche?
- Todo bien, gracias. ¿Han visto a mi cuñada?
- Esta afuera con tu hija.
- ¿No ha llegado alguien mas?
- Hasta ahora, no. - respondió Arethusa.
- ¡Cuñada! - entró gritando Violeta, un tanto asustada.
- ¿Qué sucede? - preguntó María José
- ¿Dónde está mi hermano?
- Se está duchando.
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϲ ĚĞ ϯϵϵ

- ¡Ay amiga! Tengo miedo. Estamos en problemas.


- ¿Me puedes decir qué está pasando? - preguntó María
José, sujetando los hombros de su cuñada.
- Regina está afuera.
- ¿Qué? - preguntó, consternada.
Maurice bajó corriendo las escaleras.
- Estamos en problemas
- ¿Por qué? ¿Qué pasó? - preguntó María José, aún más
inquieta
- El localizador de mi celular. Se quedó prendido. Cielos, el
señor Rochefeller va a matarnos.
- Regina está afuera.
- Iré a verla. Quédate aquí por favor.
- No te dejaré solo. Iré contigo.
- Entonces en cuanto te indique, te reunirás conmigo.
Maurice salió de la casa. María José y Violeta se quedaron en
la entrada de la cabaña. Regina se encontraba viendo el
horizonte. Donna estaba frente a ella, pero al parecer no la veía.
- ¿Qué sucede?
- No me ve.
Maurice recordó lo que la bruja había dicho. "La casa está en
una caja invisible".
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Eso es. Los que nos vamos a ir pudimos ver la casa por
el hechizo de la bruja pero los demás no pueden. Ella no nos
puede ver porque no marchará con nosotros.
- Aún así, creo que deberías tratar de hablar con ella.
- Creo lo mismo. Voy a salir.
- Espera. - dijo Violeta, alcanzándolo y sujetando su brazo
- Si sales así, podrías destruir el hechizo que puso la bruja.
Tienes que pensar en algo más.
- Tengo una idea. - le hizo una seña a María José. Ella se
acercó. - rodearemos el lugar y nos reuniremos con Regina -
María José le dio a la niña a Violeta. - no, cariño, llévatela.
María José volvió a cargar a Andrea. Maurice tomó su mano.
Caminaron juntos a través del bosque. En cuanto estuvieron
cerca del paradero de Regina, Maurice detuvo a María José.
- Espera aquí. Yo te indicaré cuando te acerques. - le dijo
Maurice, colocándola detrás de un árbol.
- ¿Estás seguro de lo que harás?
- No, pero es lo mejor para los dos. - Maurice la besó y se
alejó de ella. En cuanto estuvo cerca de Regina, respiró
hondamente. - ¿Regina? - ella volteó a verlo con lágrimas en
los ojos.
- Maurice...- se acercó lentamente a él- ¿por qué?
- Lo lamento tanto, pero no tuve otra salida. Ya no
aguantaba más vivir sin ella.
- ¡Pudiste haberlo dicho antes! No sabes con cuanto anhelo
esperé casarme con mi príncipe azul y ¿qué recibí a cambio?
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϴ ĚĞ ϯϵϵ

Que mi esposo se largara con quien sabe que mujer el día de


la boda.
- Por eso estoy aquí, pidiéndote una disculpa.
- Ninguna disculpa vale mas que el daño que me hiciste.
- Si hay algo que pudiera hacer para remediarlo, lo haría.
- No creo que puedas hacerlo. ¡Me hiciste quedar en
ridículo!
- Creí que tus reclamos eran porque me amabas.
- ¿Crees que me hubiera casado con cualquiera?
- No lo sé. Nunca estuve seguro.
- ¡Vaya! No me imaginé escuchar eso de ti. Entonces, si
vas a decir la verdad, dila completa ¿quién es esa mujer? -
Maurice vaciló. No sabía que responder - ¡respóndeme!
¿Quién es ella? ¿Es María José? - Maurice calló una vez mas.
- ¡responde! Es María José ¿verdad? - al oír su nombre, ella
supo que no podían seguir ocultando la verdad.
- Si, soy yo - respondió María José saliendo de su
escondite y colocándose junto a Maurice.
- ¿Cómo pudiste? Más bien ¿cómo pudieron mentirme?
Sabías cuanta ilusión sentía por todo esto.
- Lo lamento, pero fueron muchos meses en los que estuve
alejada del amor de mi vida.
- Además, no te mentimos del todo. Sabías que estábamos
casados.
- ¡Pero dijeron que se habían separado!
WĄŐŝŶĂ Ϯϳϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Separado si, más no nos habíamos divorciado. Ella y yo


seguimos estando casados. No podíamos dejarnos por esto.
Menos por toda la historia que tenemos juntos. Crecimos juntos,
vivimos juntos desde que nacimos. Nuestros padres eran
buenos amigos entre sí. Conforme pasaban los años, el cariño
de amistad se convirtió en amor. - mientras hablaba, Maurice
rodeó más y más con su brazo a María José, provocando que
ella lo imitara.
- Y fue casi desde aquel momento en el que yo empezaba
a corresponder sus sentimientos. Cada vez era más difícil estar
separados.
- En ese momento, el uno al otro le entregó las llaves de su
corazón. Y nos volvimos parte indispensable del otro. Hemos
estado separados mucho tiempo y ya no queremos que pase
esto. Menos ahora que tenemos a nuestra hija de por medio.
Regina se afligió. Ella no pudo darle un hijo a Maurice y por ello
María José le había ganado la batalla. Observó lentamente a
la niña. Tenía muchos rasgos de él. Realmente era una
combinación entre Maurice y María José. Si tan sólo ella le
hubiera podido dar un hijo...
- Pero su matrimonio no puede ser válido. No lo han...
- ¿Consumado? Temo decirte que le rogué a María José
para que pudiéramos validar nuestra unión. Y, al final de
cuentas, ella aceptó. Entenderás que, ahora menos que nunca,
no podemos estar separados. La niña nos necesita juntos.
- Y ¿qué pasará conmigo?
- Sé que encontraras a alguien que sepa valorarte. Eres un
gran ser humano. No quiero que te aferres a algo que no puede
WĄŐŝŶĂ ϮϴϬ ĚĞ ϯϵϵ

ser. Mi esposa fue, es y será mi razón de vivir. No podemos


seguir separados.
- ¿Volveremos a vernos otro día? - le preguntó a María
José.
- No lo sé. Pronto partiremos a nuestro hogar. Pero
podremos mantenernos en contacto.
Regina dio media vuelta, subió a su auto y se fue sin decir nada
mas. Maurice soltó a María José y frotó varias veces su rostro
para ver si era real. Violeta y Donna se acercaron a ellos.
Habían estado escuchando todo.
- ¡Al fin! - Maurice cargó a María José.
- Con cuidado, cariño. Recuerda que estoy cargando a la
niña también.
- Hiciste bien, hermano. Ahora podrán ser felices ustedes
dos.
- Esto tenía que pasar algún día. Y ese día llegó al fin.
Maurice besó una y otra vez a María José. Violeta sujetó a
Andrea, quitándola de los brazos de María José. Ella, al sentir
sus brazos libres, abrazó fuertemente a Maurice. Maurice
volvió a cargarla, pero ahora la llevó al interior de la casa.
Violeta y Donna los siguieron.
- ¡Somos libres! - gritó Maurice ya dentro de la casa, aun
con María José en brazos.
La bajó y volvió a abrazarla y besarla. Julia, que había
estado en su habitación, bajó las escaleras deprisa.
- ¿Qué pasó? ± preguntó Julia
WĄŐŝŶĂ Ϯϴϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Le dijo la verdad a Regina - dijo Donna.


- Ahora mi esposa y yo podremos retomar nuestro
matrimonio sin escondernos.
- ¡Qué felicidad! - exclamó Julia, abrazando a la feliz pareja.
- Hablando de buenas noticias, nosotros tenemos una
buena nueva para ustedes. - dijo Christian
- ¿Cuál es? - preguntó María José, sujetando la mano de
Maurice.
- Mientras hablaban con Regina, llegó alguien mas. - dijo
André.
- Hola amigos. - les dijo Anne, bajando las escaleras.
- ¡Amiga! ¡Qué gusto verte! - exclamó María José, mientras
corría a abrazar a Anne.
- Gracias por esperarme. Y, por cierto, felicidades por su
matrimonio. ± Maurice y María José agradecieron con un gesto.
- Bueno compañeros, ya está listo el desayuno.
- Y creo que somos varios que tenemos hambre.
Se sentaron a la mesa. Todos comieron rápidamente.

5
Pasaron varios días en la cabaña. Los que faltaban llegaron
poco a poco. Ya eran tantos en la casa que necesitaron alargar
la mesa y más personas tenían que estar cocinando al mismo
tiempo. Maurice hizo una lista de las personas que se habían
aventurado. Tan sólo faltaban Noah y Eduardo de llegar.
WĄŐŝŶĂ ϮϴϮ ĚĞ ϯϵϵ

En uno de esos días, Maurice, María José, Violeta, André y


Andrea estaban en el jardín. Le estaban enseñando a caminar
a la niña. Después de un rato, Violeta cargó a su sobrina y entre
André y ella la hacían reír. Maurice y María José se sentaron
en la escalinata de la casa.
- Violeta adora a la niña - comentó María José
- Y parece que a él también. - dijo Maurice, señalando a
André.
- ¿Estás celoso? - le preguntó María José, sujetando su
mano.
- No más de lo que te celo a ti... pero si, lo estoy. - la volteó
a ver y le sonrió - tu eres la única capaz de mover todas las
emociones en mí.
- Sabes que es recíproco ¿verdad?
- Lo sé. - hizo una pausa breve. - Ya faltan sólo dos
personas de llegar. - continuó.
- Ya falta poco para irnos. Ansío tanto volver a mi hogar.
- Yo no estoy tan ansioso. No quisiera que eso pasara.
- ¿Por qué, cielo?
- La sola idea de que pueda perderte me aniquila.
- Nada malo podrá pasarnos si estamos juntos.
- No te separes de mí nunca.
- No lo haré.
- ¡A cenar! - gritó Donna.
WĄŐŝŶĂ Ϯϴϯ ĚĞ ϯϵϵ

Los cuatro que estaban fuera se metieron rápidamente. Cada


uno ocupó su lugar correspondiente. Todos comieron
vorazmente pero María José se quedó mirando un arreglo floral.
- ¿Qué es eso? - preguntó María José, al descubrir un
pedazo de papel que estaba entre el arreglo y la pared, doblado
en cuatro partes.
Se levantó a recogerlo y lo extendió para leerlo en voz alta.
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0DUtD -RVp W~ WH TXHGDUiV HQ OD DQWLJXD FKR]D GRQGH LEDV D YLYLU FRQ
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Hubo un silencio abrumador en el comedor. Todos habían
bajado sus cubiertos. Maurice estaba a punto de estallar en
llanto. No podía permitirlo. No iba a poner a su esposa como
carnada.
María José estaba temblado de miedo. Sus recuerdos
comenzaron a palpitar en su memoria. Recordó aquella escena
con tal precisión, que incluso volvía a sentir esas caricias
desagradables rondando por cada parte de su cuerpo. La carta
cayó al suelo.
- No voy a permitirlo. - dijo Maurice, levantándose para
abrazarla. - no dejaré que te hagan daño de nuevo.
- Tenemos que hablar con la bruja. Esto es un problema
bastante serio. - dijo Donna
- ¡Que si no! Van a matar a mi hija - dijo Julia, atemorizada.
- Eso no pasará. No lo permitiré - dijo Maurice.
- No lo permitiremos - corrigió Lukas. - somos varios los
que le tenemos un cariño muy especial a María José.
- ¿Qué proponen entonces? - preguntó Lina.
- Que mi hija se quede conmigo y con mi nieta. - dijo Julia.
WĄŐŝŶĂ Ϯϴϱ ĚĞ ϯϵϵ

- Pero Tomasz irá a buscarla con ustedes y también


pondrían en peligro la vida de la niña. Tiene que haber otra
solución - dijo Anne.
- La única solución es aceptar lo que la bruja dice. - dijo
Ivanka
- Pero mi María José...- dijo Maurice, abrazándola con mas
fuerza.
- Tendrás que aprender a escabullirte, cuñada. - le dijo
Violeta
- ¿Cómo haré eso? - preguntó María José, separándose un
poco de Maurice.
- Si tratas de correr en todos los espacios de la casa, le
darás tiempo a mi hermano de llegar a rescatarte y también
evitarás que ese hombre te haga daño. Tendrás que aprender
a esquivar objetos. No te preocupes, te entrenaré para que lo
logres.
- Todos debemos entrenar para no morir en esto. - dijo
Lukas.
- Entonces, a partir de mañana, todos entrenaremos sin
parar. No descansaremos, más que para comer y dormir. -
indicó Maurice - vamos a descansar.
Todos acomodaron en silencio sus trastes sucios en la trastera.
María José cargó a la niña.
- Será mejor que la niña se quede conmigo esta noche. -
dijo Arethusa, quitándola de los brazos de María José - tu
esposo esta sumamente molesto. Esto no le vendrá bien a la
pequeña.
WĄŐŝŶĂ Ϯϴϲ ĚĞ ϯϵϵ

- Gracias, amiga.
Poco después, subieron a dormir.

*
Maurice dejó que María José entrara a la habitación. Después
azotó la puerta.
- ¡Me rehúso! ¡Me rehúso completamente! No dejaré que
ningún otro hombre te vuelva a tocar. ¡Eres mía! ¿Escuchaste?
¡Mía! - gritó furiosamente.
- Mi amor, ¿de qué hemos estado hablando? No te dejes
dominar por tus emociones.
- No me están dominando. Estoy bien, solamente me
rehúso a pensar que las manos de ese zángano te toquen una
vez mas.
- ¡Pero mírate como estas! Estás sumamente exaltado, tus
mejillas están más rojas que un tomate y te cuesta trabajo
respirar.
- Es que no te imaginas cuanto me duele pensar en que es
necesario que te vuelvan a dañar para salvar la aldea. Me
provoca, me incita, saca lo peor de mí.
- Ya oíste a tu hermana hace rato. Aprenderé a
escabullirme para que no me haga daño.
- Ya lo hizo una vez. Podrá hacerlo de nuevo.
- Pudo haber una segunda vez, pero lograste impedirlo.
- Pero ahora no estaré contigo.
WĄŐŝŶĂ Ϯϴϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Te daré tiempo para llegar. Para eso aprenderé a


escabullirme.
- Preferiría no arriesgarte.
- Estaré bien, mi amor.
- Pero te lastimará«
- No me dejaré lastimar. He aprendido a ser fuerte, a
defenderme. Para eso me sirvió estar en esta ciudad.
- No te creo.
- Si tan sólo supieras...
- ¿Qué debo saber?
María José se sentó en la cama. Maurice la imitó.

6
María José caminaba por las calles de un barrio peligroso de la
ciudad. Buscaba a Maurice o a alguien que le indicara su
paradero. Necesitaba que supiera de su embarazo. Llevaba
puesto unos shorts y una playera sin mangas pues era lo único
que había encontrado de ropa.
Estaba tan concentrada buscando a Maurice, que no percibió
que un hombre la seguía desde hace tiempo. Era alto,
musculoso y estaba bastante desaliñado y sucio. Su barba
canosa estaba sin afeitar y de él se desprendía un olor
desagradable. La mirada con la que veía a María José no era
muy amistosa. Parecía que la devoraría en cualquier instante.
WĄŐŝŶĂ Ϯϴϴ ĚĞ ϯϵϵ

María José entró a un callejón demasiado oscuro, pero, cuando


intentó salir, se dio cuenta que el hombre la tenía acorralada
contra la pared. Los recuerdos de lo que había pasado con
Tomasz comenzaron a atormentarla.
- Hace tiempo que te vi y me pregunté que hacía una mujer
tan hermosa por estos rumbos. - dijo, sujetándola mas y mas
fuerte.
- Suéltame, por favor.
- No lo creo. Me gustaste demasiado. No sé si te parezca
que pasemos un buen rato juntos.
- No quiero pasar buen tiempo. Estoy buscando a mi
marido.
- Lastima, quería que lo disfrutaras. No me queda de otra
que hacer las cosas por las malas.
- ¡Suéltame! Estoy embarazada.
- No le pasará nada al niño, te lo aseguro. Bien, ahora
¡a disfrutar!
El hombre levantó a María José, sin embargo, ella alcanzó a
patearlo varias veces, provocando que la soltara. En cuanto
estuvo libre, salió corriendo.
- ¡Regresa, maldita! - gritó el hombre, tratando de hacer
que regresara.
María José corrió aún más rápido.
WĄŐŝŶĂ Ϯϴϵ ĚĞ ϯϵϵ

7
- Y así fue como lo perdí de vista.
- Corazón, te arriesgaste demasiado y a mi niña también.
- Debía encontrarte, cariño. Pero bueno, ahora estamos
juntos y ese día no pasó nada malo.
- Pero ahora te enfrentarás a tu agresor principal. - Maurice
se puso de pie y caminó en círculos - ya te hizo daño una vez.
Podrá hacerlo de nuevo.
- No permitiré que vuelva a agredirme. Esa vez, no sabía
que me haría daño. Ahora, sé a lo que me arriesgo y tendré
más cuidado. -
Maurice la miró de reojo. Ese día lucía mas hermosa que de
costumbre. Tenía que hacer algo para ayudarla a que ese
hombre no le hiciera nada. Pero ¿cómo podría hacerlo? Dio
varias vueltas a la habitación. Él podría ayudarle a entrenar.
Volvió a mirarla. Lo veía confundida, como si quisiera hacer
miles de preguntas a la vez. En efecto, como lo había pensado
antes, se veía hermosa. El cuello en "V" de la blusa que traía
puesta dejaba a la vista un escote marcado, que ella trató de
disimular con una bufanda. Suspiró y una idea llegó a su mente.
- Empecemos tu entrenamiento, cariño.
Maurice se quitó la blusa y se lanzó encima de María José. La
besó una y otra vez. Con sus manos recorría el vientre de María
José, buscando el listón que sujetaba su blusa.
- Amor, no creo que esta sea la manera. - dijo María José,
sujetando con ambas manos el rostro de Maurice
WĄŐŝŶĂ ϮϵϬ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Por qué no? - preguntó Maurice, bajando otra vez para


besar sus mejillas
- Porque tú eres el único hombre al que le permito tocarme
de esta forma. Si sigues haciendo esto, no podré resistirme y
te seguiré el juego. - Maurice levantó parcialmente su cuerpo.
- ¿De verdad? - preguntó, anonadado.
- Por supuesto. Me siento incómoda si otro se me acerca
más de lo que debe. En cambio, contigo es diferente.
- Eso me gusta. Pero ¿entonces cómo entrenarás, si no es
conmigo?
- No lo sé. Eso lo decidiremos mañana. - dijo María José,
acariciando el rostro de su amado. - Basta de pláticas. Es hora
de dormir. Mañana será un día pesado.
Maurice se levantó. Le permitió a María José que se
acomodara bien y ambos quedaron profundamente dormidos.

8
María José corría a través de los bosques de Corelia. El peligro
estaba a punto de acecharla. Ella no lo podía permitir. No podía
permitir que le hicieran daño una vez más. Tomasz la
perseguía a pocos metros de distancia. Su intención era clara:
venganza. El palpitar de su corazón era bastante rápido. Boom,
boom, boom. Su trote era cada vez mas lento. Sentía como la
sangre subía y bajaba de sus extremidades. Poco a poco,
algunas partes de su cuerpo se entumecieron, haciendo que
sus pasos se volvieran mas pesados.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϭ ĚĞ ϯϵϵ

No podía permitir que la alcanzara. Si lo hacía, todo se vendría


abajo. Ni siquiera podría mirar a Maurice a los ojos. Se sentiría
sumamente avergonzada. Además, Maurice prometió que
llegaría pronto. El terreno no le ayudaba a María José. Había
muchas rocas, raíces de árboles, ramas caídas e
imperfecciones en el suelo.
Después de mucho correr, no se fijó que había una gran rama
de árbol en el suelo. La pisó y cayó. Trató de levantarse pero
ya no tenía fuerzas. Tomasz no tardó en alcanzarla. Al verla,
se tiró al suelo, sobre ella, quedando a menos de un centímetro
de ella.
- ¿Creíste que te podías escapar de mí? - dijo, sujetando
fuertemente sus piernas.
- Suéltame, por favor.
- No... no lo haré. Esperé mucho tiempo para volver a
tenerte así. - bajó nuevamente.
La besó en cada parte de su cuerpo, sujetándole con fuerza los
brazos.
María José empezó a gritar fuertemente, clamando a Maurice.
Sus gritos eran cada vez más fuertes. No podía tener a Tomasz
tan cerca, rasgando sus ropas una vez mas y dejándole marcas
en su cuerpo como aquella ocasión. Empezó a sudar. Tenía
miedo. Mucho miedo.
Maurice despertó confundido, y, al verla tan agitada, la abrazó
fuertemente para lograr que se calmara. Sin embargo, ella
trataba de soltarse. Los brazos de Tomasz se habían vuelto
más suaves que la primera vez. ¿Qué estaba pasando? El
WĄŐŝŶĂ ϮϵϮ ĚĞ ϯϵϵ

terror se mezcló con la confusión de no saber porque ahora era


tan cariñoso con ella.
Maurice la agitó fuertemente para lograr que despertara. Aquel
momento se parecía al de la prueba del prado. Ella no podía
volver en sí. Estaba en un trance bastante fuerte.
- Mi amor, calma. Estamos bien. Despierta, por favor.
María José despertó lentamente. Examinó con la mirada su
alrededor, bastante asustada.
- ¿Dónde estamos? ¿Dónde está Tomasz?
- ¡Ay, cielo! - exclamó Maurice, al comprender de lo que se
trataba su sueño. - Tuviste una pesadilla. Seguimos aquí, en la
choza que nos preparó la bruja. Todavía no regresamos a casa.
- Menos mal que sólo fue un sueño. - dijo María José,
tranquilizando su respiración.
- Calma, cielo. Estoy aquí para protegerte.
- Gracias, corazón. - dijo María José, secándose el sudor
de la frente.
- Pero mira cómo estás. Este nuevo reto te está afectando
bastante.
- Trataré de que no me afecte más.
- No quieras parecer fuerte.
- Sé que no lo soy. Pero aprenderé a serlo.
María José se levantó y fue hacia la ventana.
- Mi niña, ¿qué sucede? - preguntó Julia, entrando de golpe
a la habitación.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Tus gritos se escucharon por toda la casa. - dijo Arethusa,


entrando tras Julia.
Ambas fueron con María José y la abrazaron. Los gritos de
María José las habían despertado, haciendo que se
preocuparan de sobre manera. La conocían muy bien y no le
había pasado nada similar en todas las noches en las que
habían dormido bajo el mismo techo.
- Fue un mal sueño. Es todo.
- ¿Mal sueño? Ninguna pesadilla te había hecho gritar de
esa manera. Debió ser una muy mala.
- Era sobre Tomasz. - dijo Maurice, acercándose a ellas.
- Mi niña...- dijo Julia, abrazándola más fuerte.
- No hay que permitir que le hagan daño, Maurice.
Tenemos que idear un plan más elaborado para que ella no
sufra las consecuencias. - comentó Arethusa.
- ¿Qué sugieres? - preguntó Maurice.
- No lo sé. No he podido dormir por pensar en una solución
factible.
- Lo que dijo Violeta es una buena solución -comentó María
José.
- Lo es, pero la cabaña donde vivirían no es muy grande y
tus esfuerzos por escabullirte serán inútiles en algún momento.
Tendremos que encontrar otra solución para que puedas estar
más segura.
- ¿Entonces ya no usaríamos la otra solución?
- Si. Usaremos dos al mismo tiempo.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϰ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Podrías encargarte de la segunda?


- Con gusto. Pronto se me ocurrirá una idea. Se los
aseguro.
- Creo que lo mejor será que traten de dormir. Mañana será
un día largo. - dijo Julia.
- Claro que si, mamá.
- ¿No quieres dormir conmigo esta noche? - le preguntó
Julia a María José.
- Estaré bien, mamá.
Julia besó la frente de su hija y se marchó a su habitación
rápidamente. Arethusa, en cambio, se quedó mirando un poco
la luna a través de la ventana. Sus pensamientos confusos
poco a poco se hicieron más claros. Las ideas y posibles
soluciones cobraban sentido en una sola.
- ¡Lo tengo!
- ¿Qué cosa? - preguntó María José.
- Mañana les digo. Mi idea es estupenda. - dijo, saliendo de
la habitación, mientras daba pequeños saltos.
- Creo que a muchos nos preocupas, cielo.
- Lo sé - María José suspiró.
- ¿Dormimos?
María José se acostó nuevamente. Con una seña, invitó a
Maurice a acostarse junto a ella. Él sonrió. Una vez en la cama,
colocó el brazo de María José alrededor de su pecho. Ella se
quedó dormida minutos después.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϱ ĚĞ ϯϵϵ

9
A la mañana siguiente, todos se reunieron para desayunar,
excepto Arethusa, que seguía en su alcoba.
- ¿Dónde está Arethusa? - preguntó María José a su madre,
mientras preparaban el desayuno.
- No ha bajado. - dijo Julia.
- ¡Qué extraño! Ella siempre es la primera en bajar.
- Dice que está preparando algo para ti.
- ¿Para mí?
- Dice que es para que ese hombre no te haga daño.
- Debe ser una muy buena idea.
Le ayudó a su madre a terminar de preparar el desayuno.
Todos comieron vorazmente. En cuanto acabaron, salieron al
jardín.
Se reunieron en círculo y Maurice tomó la palabra.
- Bien, vamos a empezar el entrenamiento. Cada quien
tiene que escoger una pareja del otro puesto para que lleve el
escudo. - una vez que todos estuvieron en parejas, Maurice
habló de nuevo. - por ahora, lucharemos con ramas de árboles.
Traten de hacer su mejor esfuerzo para que podamos
progresar.
María José se acercó a Maurice. Tomó su mano.
- Como Arethusa no está ahorita, me quedaré en su lugar
mientras sale.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϲ ĚĞ ϯϵϵ

María José se puso detrás de él. Cada uno tomó una rama de
árbol. Empezaron a practicar los enfrentamientos. Cada uno,
esquivaba lo mejor que podía los movimientos que les llegaban.
Aunque había veces en que resultaban heridos en sus brazos
o en la cara.
Maurice dejaba a María José de lado para evitar que la hirieran,
por lo que optó por dejarlo solo. Se sentó sobre la escalinata
de la entrada, con su madre y su hija. Allí se dedicó a mirar a
los demás. Parecían niños jugando con espadas de madera.
Se preguntaba si en unos días, cuando estuvieran en la aldea
peleando contra los opositores, se verían así, tan felices.
- Mi niña«- le dijo de pronto Julia - ¿todo bien?
- Si, mamá. Estoy bien. Aunque estoy preocupada por
Maurice, por ti, por mi hija y por los demás. No quiero
experimentar lo que vivimos aquella vez. También estoy
preocupada por papá.
- Yo también hija. No sé cómo esté. Anhelo tanto volver a
verlo.
La niña lloró. María José la cargó y empezó a arrullarla. Los
demás dejaron de practicar. Maurice se acercó a María José y
le dio un beso. Violeta los vio.
- Cuñada, es tu turno. - le gritó Violeta.
- ¿Qué vas a hacer con ella? - le preguntó Maurice,
poniéndose frente a ella.
- Cariño, es por mi bien. - le dijo María José, poniéndose
de pie.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Promete que no le harás nada malo - le dijo Maurice a


Violeta.
- Esta es sólo la prueba.
María José dejó a Andrea con Julia y se acercó a Violeta.
- Bien. Lukas, ven por favor. - Lukas se acercó. - imagínate
que él es Tomasz. Trata de moverte lo mas rápido posible para
evitar que te atrape.
Lukas se acercó a María José. Trató varias veces de agarrarla,
pero ella esquivó cada movimiento, agachándose o corriendo
de un lado a otro. Maurice la veía, boquiabierto. Se había vuelto
muy ágil, a pesar de que tenía poco tiempo de haber dado a
luz. Sí peleaba así con Tomasz, podría vencerlo con facilidad.
Aunque, lo que decía Arethusa era cierto: la cabaña donde
vivirían era demasiado pequeña, más pequeña que el espacio
donde María José se estaba moviendo en esos momentos,
pues sólo estaba planeada para ellos dos.

10
De pronto, Maurice sintió una mirada fija en él. Volteó
ligeramente. Ahí estaba Eduardo con el pequeño Noah tomado
de la mano.
- Chicos, dejemos el entrenamiento por unos minutos - les
dijo a María José y a Lukas. - creí que no vendrían nunca. - les
dijo a su padre y al pequeño.
- ¡Lukas! - le gritó el pequeño. Noah corrió hacia él,
abrazándolo con fuerza.
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϴ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Cómo está mi hermanito favorito, eh? Te extrañé mucho.


- Hijo, necesito hablar contigo. - dijo Eduardo.
Parecía demacrado. Estaba desaliñado, sucio, olía mal, su
barba estaba sin afeitar y parecía haber usado su traje varios
días seguidos.
- ¿Qué sucede?
- Regina murió hace rato. Te dejó esto. - dijo, dándole una
carta. - quisiera pedirte una disculpa por lo que ocasioné. No
sabía que habías encontrado a María José desde hace tiempo.
Me dejé cegar por las cosas que se vivían en este mundo. Lo
verdaderamente valioso no es visible para nuestros ojos. Tú
tienes un gran tesoro, que es tu esposa. María José,
perdóname también tú. Quise quitarte el amor, pero no me di
cuenta que, entre más trataba de separarlos, más los unía.
Amor, hija, perdonen ustedes también. Me alejé de todos por
una ambición.
- No tienes porque disculparte. Ya te habíamos perdonado
desde hace mucho tiempo - dijo Donna, acercándose a él. Lo
besó.
- ¿Qué le sucedió a Regina?
- Se quitó la vida. Aparentemente, ella y su abuelo
estuvieron fingiendo lo de la enfermedad para que te casaras
con ella. El señor Rochefeller no ha querido dar la cara al
respecto.
Maurice miró a María José. Una vez más había acertado. Ella
intentó esbozar una sonrisa para animarlo, pero no pudo. Esa
WĄŐŝŶĂ Ϯϵϵ ĚĞ ϯϵϵ

situación era bastante lamentable. Maurice vio que Eduardo


veía a la niña con cierta fascinación.
- Papá, quisiera que conocieras a alguien. - Maurice le hizo
una seña a María José para que llevara a su hija con él. Ella
tomó a la niña del regazo de Julia. Caminó lentamente hacia el
lugar donde estaba Maurice. - esta bebé, papá, es mi hija.
- ¿Tu hija? ¿Ya soy abuelo? - preguntó mirando fijamente
a la niña. Maurice asintió - ¿Puedo cargarla? - preguntó,
emocionado.
María José miró a Maurice para buscar su aprobación. Él le
asintió con la cabeza. Eduardo la cargó rápidamente. Era una
niña completamente parecida a su padre. Podría jurar que era
idéntica a Maurice a esa edad. Tocó las mejillas de la niña.
Estaba muy bien cuidada. ¡Cuánto tiempo esperó para tener a
una nieta entre sus brazos! Maurice se la había dado y él no se
había dado cuenta por su orgullo.
- Está preciosa mi niña. Es un pequeño regalo muy valioso.
¡Felicidades! Y gracias, hijo. Hay que cuidar de mi nieta de
ahora en adelante. ¿Y bien? ¿Qué hay que hacer? Vamos a
regresar a la aldea, ¿no?
- Si. Y vamos a pelear por nuestro hogar.
Maurice le explicó lo que decía en la carta. Eduardo frunció el
ceño. Parecía bastante complicado. Cuando Maurice terminó,
Eduardo caminó de un lado a otro. Tenía que haber una
solución para lograr la paz en la aldea sin tener que pelear.
Pero ¿cómo tendrían que hacerlo? Alguien les guardaba tal
grado de rencor que los había mandado ahí, lejos de todo, lejos
de su hogar.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϬ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿No hay otra alternativa? ¿Debemos pelear?


- Si. No creo que haya otra opción factible.
- Vaya. Entonces tenemos que entrenar.
- Eso estábamos haciendo justo antes de que llegaran.
- Bien, entonces no hay tiempo que perder.
Donna se acercó a Eduardo y lo abrazó. Poco después se
colocó detrás de él. Siguieron entrenando como lo habían
estado haciendo. María José ocupó el lugar de Arethusa de
nuevo. Una vez que estuvieron lo suficientemente hambrientos,
entraron a la cabaña.
- Iré a ducharme. Creo que mi aspecto actual no es el más
agradable de todos. - dijo Eduardo.
- Nuestra habitación está junto a la de Violeta. - dijo Donna.
Eduardo se apresuró a subir. Se duchó y aprovechó para
afeitarse aquella barba tan larga que tenía. Una vez que creyó
que estaba listo, bajó de nuevo. Cuando lo vieron, se sentaron
a la mesa.

11
María José subió a llevarle un plato de comida a Arethusa. Se
acercó a la puerta y escuchó ruidos extraños.
- Amiga ¿estás bien? - preguntó María José del otro lado,
temiendo que le estuviera pasando algo malo.
- Si, amiga. Pasa. - María José obedeció.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϭ ĚĞ ϯϵϵ

Vio ahí un maniquí con un catsuit. Era una pieza que consistía
en un pantalón y una blusa de corte en "v" de color negro. María
José lo miró con detenimiento. No tenía nada fuera de lo común.
Parecía lo suficientemente normal.
- ¿Para quién es?
- Es para ti.
- ¿Para mí? - preguntó María José, sorprendida.
- Si. Es un vestuario especial. Ven, necesito tomarte tus
medidas. - María José obedeció, una vez más.
- ¿Para qué sirve?
- Estoy trabajando eso. Cuando Tomasz intente tocarte,
este traje lanzará toques y transmisiones eléctricas, que, a la
larga, acabarán por matarlo. Creo que así podrás estar más
tranquila si Maurice llega a tardar.
- Amiga, no tengo como pagártelo...
- Por ahora, no te muevas - dijo la ninfa, sacando una cinta
métrica de un cajón.
Midió cada parte del cuerpo de María José y, cuando no
coincidían las medidas que había puesto en el traje, hacía una
seña y automáticamente el vestuario se hacía más grande o
más pequeño. Cuando terminó, examinó a María José y
después el traje.
- Listo. Nada más tendrías que probártelo cuando esté
terminado.
- Gracias. Te dejo la comida. Come. - dijo María José.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϮ ĚĞ ϯϵϵ

- Si, amiga. Entrenen. Que ya escuché que llegaron los que


faltaban. Necesitamos organizarnos para marchar lo más
pronto posible.
María José se sentó en el borde de la cama. Parecía que le
habían echado una cubeta de agua helada. Pensar en marchar
ahora ya le parecía sumamente inquietante. Creía que ya
estaba lista para cualquier peligro, pero, en realidad, no lo
estaba. Tenía miedo. A pesar de que ahora tendría el traje que
estaba diseñando la ninfa y que se había dado cuenta que era
más ágil de lo que creía, se sentía insegura de lo que fuese a
pasar con Tomasz.
- Aunque no lo creas, sé cómo te sientes. Sé lo que se
siente tener miedo, de no saber lo que pasará contigo o con la
gente que más amas. Lo sé muy bien. Al parecer por eso me
mandaron aquí, con ustedes. Hay algo en la aldea que yo temo
perder.
- ¿Qué cosa? - preguntó María José, viéndola sorprendida.
- Mis hermanas viven ahí. No sé sí ya las hayan capturado
o aniquilado.
- Creí que no había más como tú.
- Las hay. Cuando aquellas criaturas llegaron a mi territorio,
destruyeron todo lo que había allí. Todo. Pero mis tres
hermanas y yo logramos escapar. Ellas se refugiaron en una
aldea que habitaba sobre las copas de los treantes, pero yo, en
mi afán de querer rendir justicia a mi pueblo, fui a inspeccionar
la zona. Fue así como encontré a Fannert. Creo que el resto de
la historia ya lo sabes.
- Pero ¿qué pasó con tus hermanas?
WĄŐŝŶĂ ϯϬϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Poco después de haber regresado a la aldea, cuando


estábamos preparando tu boda con Maurice, llegaron. Durante
esos meses, la felicidad se apropió de mí. Hasta que nos
mandaron a todos aquí.
- ¿Crees que estén bien?
- Eso espero. No quisiera haber estado alejada de ella el
día de su muerte.
María José se quedó callada. Se levantó de la cama.
- Voy con los demás. ¿Vienes?
- Adelántate. Los alcanzaré al rato.
María José salió de la habitación.

12
Maurice la esperaba al pie de la escalera, con su hija en brazos.
La niña lloraba desconsoladamente. María José se apresuró a
bajar las escaleras.
- Nuestra hija tiene hambre, amor.
- Préstamela. Le daré de comer.
Maurice se la dio. María José se fue a sentar a la sala. Maurice
la siguió y la miró durante unos minutos.
- ¿Qué tienes, amor? - le preguntó, hincándose frente a ella.
- Nada, mi vida. Estoy fatigada.
- ¿Quieres que te traiga algo de comer? No has comido aún.
- Ahorita voy por algo, amor. No tengo mucha hambre.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϰ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Y eso, cariño?
- No lo sé.
- Eso no está bien. Tendremos que revisarte. ¡Julia! - María
José puso su mano sobre la boca de Maurice.
- Lo veremos luego ¿si? Por favor.
- ¿Estás segura?
- Completamente, cielo. Estoy bien.
Maurice le robó un beso. Ella sonrió después de que la soltó.
- ¿Qué decía la carta de Regina? - le preguntó María José.
- Traía unas fotos. La cámara de seguridad de la empresa
captó un momento en el que te di un beso. Otra, de la
despedida de soltero que nos tomaron cuando nos besamos.
En fin.
- ¿Nada más traía fotos?
- No. Decía que ella estaba ciega al no querer ver la verdad.
Que se moría feliz de haberme dejado con el verdadero amor
de mi vida. Lástima, se lo explicamos, pero creo que no lo
entendió muy bien.
María José se dio cuenta que la niña ya se había dormido. Se
levantó con su hija en brazos y subió a su habitación. Maurice,
sigilosamente, la siguió.
Cuando vio que ya había acostado a la niña en su cuna, abrazó
por detrás a María José.
- ¿Sabes que eres lo más importante para mí? - María José
sonrió.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϱ ĚĞ ϯϵϵ

- Lo he sabido siempre.
- Y ¿por qué no me dejas demostrártelo como se debe? -
María José dio media vuelta.
- Amor, ya hemos hablado de esto.
- Lo sé, pero no hemos tenido encuentros desde aquella
vez del globo y del bar. Ya es tiempo.
- Tal vez podríamos hacerlo después, cuando lleguemos a
la aldea.
- Ahí podría ser demasiado tarde.
- ¿Por qué?
- Porque quizá después dejes de amarme como lo haces
ahora.
- Pero si sabes que eso no pasará nunca. Si no te amara
como lo hago hoy, sería porque te amo aun más.
- Creo que tienes miedo.
- ¿Y por qué tendría que tenerlo?
- No lo sé. No me gustaría saberlo en estos momentos.
Sólo quiero demostrarte que te amo. - dijo, besando su mejilla
suavemente. Sólo quiero estar contigo. Cariño, quiero que
Tomasz sepa quien manda.
- Hablas como si fuera un trofeo. - dijo María José,
apartándose de él, molesta.
- Vamos, amor, no te enojes. Sabes que lo que hago es
para protegerte. Me preocupas demasiado y tengo miedo de
que algo malo pueda llegar a pasarte.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϲ ĚĞ ϯϵϵ

- Arethusa ya está trabajando en eso. No tienes porque


preocuparte.
- ¿Estás segura? - María José asintió - Está bien. Confío
en ti. Vamos con los demás.
- Te alcanzo ahorita, cielo.
- ¿Estás segura?
- Quisiera quedarme un rato con la niña.
Maurice se acercó a ella. Acarició sus mejillas y la besó. Salió
de la habitación. Bajó las escaleras. De pronto, sintió culpa por
no haberle preguntado a María José que era lo que le sucedía.
Parecía ausente. Rara vez optaba por quedarse sola, como en
esos momentos. Antes de salir de la casa, se quedó de pie,
mirando las escaleras. ¿Debía subir para ver que le pasaba a
su esposa? ¿Y si en realidad necesitaba estar a solas? Quizá
lo mejor en esos momentos era estar listo para la batalla para
poder protegerla después. Salió de la casa y se unió a los
demás en el entrenamiento.
María José se dedicó a mirar a su hija. Era un pequeño sueño
hecho realidad. No podía imaginarse lo que sería de esa
pequeña criatura sin el calor de su madre. Sabía que Tomasz
le haría daño y que aquella situación acabaría en desgracia.
Tenía miedo. Por todo. Quizá porque esta aventura sería más
riesgosa. Quizá porque el dolor volvería a hacerse presente en
su vida. No era un dolor como el que tuvo cuando nació su
pequeña Andrea. Sabía que ese dolor terminaría en algún
momento y que daría fruto a algo mejor. Sin embargo, el otro
sufrimiento, el que estaba por vivir, no sabía si perduraría por
WĄŐŝŶĂ ϯϬϳ ĚĞ ϯϵϵ

el resto de sus días. Ahora, no sólo temía por su vida y por la


de Maurice, sino por la de todos los demás.
Se levantó y vio a través de la ventana. Ahí seguían todos,
peleando con ramas de árboles como si fueran juguetes.
Deseaba tanto que todo fuese una broma, un mal néctar del
cual no tuvieran que beber nunca.

13
Cargó a su hija, aún dormida. Bajó las escaleras y salió de la
casa. Para su sorpresa, Arethusa ya estaba con ellos, pero no
la había alcanzado a ver porque se encontraba de pie, junto a
Julia, en la escalinata de la entrada.
- Creí que nunca bajarías. Necesito hablar contigo. Pero
después lo haremos. - le dijo Arethusa.
- ¿Ya está listo?
- Ya. Sólo necesito las huellas de Maurice para evitar
cualquier incidente con él, cuando llegue a rescatarte.
- Bien. ¿Cómo va el entrenamiento?
- Parece que bien. Aunque deberían de tomarlo con más
seriedad. En la aldea, no creo que sea tan gracioso ver cómo
matan a toda la gente frente a sus narices.
- ¿Y Maurice...?
- Por él no te preocupes. Tengo la táctica perfecta para
protegerlo. Llegará intacto a tu lado.
- Pero la táctica no te afectará ¿verdad?
WĄŐŝŶĂ ϯϬϴ ĚĞ ϯϵϵ

- Lo dudo. Peores cosas han tratado de matarme. Estaré


bien, créeme.
Maurice vio que María José ya había bajado. Dejó su rama en
el suelo y corrió a abrazarla.
- ¿Todo bien, mi cielo? - se separó un poco de ella para
poderla mirar.
- Todo bien, amor - le respondió María José, acariciando
sus mejillas.
- Ya me dijo Arethusa lo de tu atuendo.
- ¿Y qué te parece?
- Que te verás hermosa, como siempre. - María José sonrió.
- Hablo en serio, cariño.
- Y yo también hablaba en serio. - al ver que María José
esperaba otra respuesta, sonrió - es una idea grandiosa. De
hecho, Arethusa va a tomar mis huellas dactilares para que,
cuando termine la aventura, pueda seguir abrazándote, aun
con el traje puesto. - besó sus labios delicadamente.
- Gracias, cielo - le dijo María José, acariciando su rostro.
Miró a Arethusa. - ¿Cómo ves el entrenamiento?
- Parece que todavía les falta bastante.
- ¿Crees que puedas ayudarlos?
- Por supuesto. Ocuparemos los días que sean necesarios
para entrenar como se debe.
WĄŐŝŶĂ ϯϬϵ ĚĞ ϯϵϵ

- Entonces no hay tiempo que perder. Te escuchamos - dijo


Maurice, haciendo que los demás se detuvieran y pusieran
atención a Arethusa.
- Bien. Creo que lo que han estado haciendo no es la mejor
forma de entrenar. Aunque, me agrada su idea de pelear todos
juntos. Pero lo que debemos hacer es aplicar combates
individuales.
- ¿Para qué servirá esto? - la interrumpió Eduardo.
- Para que cada quien pueda salvar su vida. - respondió,
un tanto irritada. Al ver que no la volverían a interrumpir,
continuó hablando - necesito que formen parejas.
Lukas se puso frente a Maurice; Christian, frente a André;
Francesco, frente a Bruno y Romeo, frente a Eduardo.
- Lukas y Maurice, ustedes serán los primeros.
Los dos se apartaron de los demás. Ambos tomaron de nuevo
su rama. "Adelante" les dijo Arethusa. Lukas fue el primero en
atacar. Apuntó su rama directamente al estómago de Maurice,
pero él alcanzó a esquivar. Pelearon con bastante fuerza.
Parecía que Lukas quería vengarse de algo.
- ¿Qué te sucede? - preguntó Maurice, saltando
rápidamente.
- Nada fuera de lo común. ¿Por qué? - preguntó Lukas,
golpeando a Maurice en el pecho.
- Estás peleando sumamente bien. Mejor que hace rato.
- Tenemos que pelear como si estuviéramos en la batalla
final ¿no?
WĄŐŝŶĂ ϯϭϬ ĚĞ ϯϵϵ

- Si, pero tú estás peleando excesivamente bien. Creo que


pretendes vengarte por algo que yo no sepa. - Maurice lo atacó
en el brazo.
- ¿Lo crees?
- Estoy casi convencido.
- ¿Según tú, por qué es?
- Porque yo tengo a María José. Y ella me ama más que a
nadie en el mundo.
- Te equivocas. Hay alguien a quien ama más que a ti.
- ¿Quién es, según tú?
- Tu hija. - Maurice se distrajo, al ver a María José con la
pequeña Andrea en brazos.
Lukas tenía razón. Desde que esa pequeña llegó a sus vidas,
María José era distinta. La mayor parte de los mimos que hacía
eran para su hija. Muy pocos eran para él.
Lukas lo atacó en el pecho, provocando que cayera al suelo.
Arethusa se acercó a él y le ayudó a levantarse.
- Procura estar más concentrado la próxima vez. Si te
distraes como lo haces ahora, no podré ayudarte.
- Lo siento.
María José dejó a la niña en brazos de su madre. Se acercó
rápidamente a Maurice. Lo inspeccionó lentamente.
- Amor, ¿estás bien? - le preguntó, acariciando su rostro. -
¿no te hizo daño?
- No, cariño. Estoy bien.
WĄŐŝŶĂ ϯϭϭ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Qué pasó? ¿Por qué te distrajiste de esa forma?


- Porque te estaba viendo. - María José sonrió.
- Creo que la próxima vez me quedaré dentro de casa.
- Prefiero que te quedes afuera.
- Les recomiendo que hablen en otro lugar. Están
obstruyendo el campo de entrenamiento. - les dijo Arethusa,
incitándolos a moverse.
Ambos caminaron hacia donde estaba Julia. Maurice abrazó a
María José por detrás, pero ella ya se encontraba cargando a
la niña. Por más que trataba de no pensar en las palabras de
Lukas, la simple idea de que su esposa pudiera querer a
alguien más que a él, causaba estragos en su mente. ¿Qué
debía hacer sí esa teoría era cierta? ¿Marcharse? ¿O
simplemente quedarse, como idiota, viendo cómo se queda sin
el amor de su vida?
Estaba claro, él quería tener un hijo. Pero no sabía que eso le
quitaría el amor de la mujer a la que había amado toda su vida.
"No, no debo ser idiota" pensó "ella me enamoró con esa
sonrisa. Tiene que haber algo con lo que recupere su amor por
mí".
De pronto, hizo que se girara. Acarició lentamente sus labios.
Ella esbozó una sonrisa, algo que él amaba ver. Llevó su
cuerpo contra el suyo. ¡Tantas veces la había tenido así! Pero
los motivos para abrazarla nunca eran los mismos. Besó su
mejilla.
Se sentaron juntos en la escalinata. Ahí, Maurice tomó su mano
como era su costumbre. Vieron como peleaban Romeo y
WĄŐŝŶĂ ϯϭϮ ĚĞ ϯϵϵ

Eduardo. A pesar de su edad, Maurice vio que su padre poseía


una destreza poco común, lo cual le llamó bastante la atención.
Sin embargo, una vez más, por una distracción, Romeo venció
a Eduardo, dejándolo en el suelo.
Arethusa hizo una mueca de disgusto. Se cruzó de brazos.
Donna se acercó y le ayudó a levantarse.
- ¡Los que siguen! - gritó Arethusa.
Maurice recargó su cabeza en el hombro de María José. Al
parecer, no estaba funcionando el entrenamiento. Vio a
Arethusa. Sus gestos demostraban cierta molestia. Maurice
suspiró. El ambiente se estaba poniendo tenso. No recordaba
lo que se sentía estar así.
Christian volteó hacia atrás y de pronto, se fue de lado.
- ¡No! ¡No! Recuerden: tienen que estar concentrados. Así
no podrán ganarle a nadie, ¿Acaso quieren morir? - gritó
Arethusa, furiosa.
- Por supuesto que no...- respondió André, levantándose
del suelo.
- Entonces manténganse concentrados en su objetivo. - los
reprendió Arethusa - ¡los que siguen!
Arethusa colocó sus manos en su sien. Masajeó varias veces,
mientras intentaba calmarse. Una vez que estuvo mas tranquila,
cruzó sus brazos y se dedicó a ver como peleaba la siguiente
pareja.
Maurice miró fastidiado. Parecía inútil. Sintió que no valía la
pena todo el esfuerzo que hacían.
WĄŐŝŶĂ ϯϭϯ ĚĞ ϯϵϵ

María José colocó su brazo alrededor de los hombros de


Maurice. Se veía cansado y aburrido. Por un momento, se
compadecía de él. Estaba haciendo eso de la aventura porque
ella se lo había pedido. Hasta aquel momento, no creía que
estuviera completamente seguro de querer marcharse. Incluso
ella, ahora que sabía los riesgos que debía tomar para regresar,
comenzaba a dudar sobre si lo que hacía era correcto o no.
De pronto, su mente se transportó años atrás.

14
María José y Maurice se encontraban jugando en un riachuelo.
Él le lanzaba agua, mientras María José trataba de cubrirse con
ambas manos.
- ¡Eres una gallina! - le dijo Maurice, divertido, mientras
trataba de abrazarla.
- ¡Claro que no! - refutó María José, alejándose de él.
- Entonces deja de huir y dame un abrazo. - dijo, estirando
los brazos.
- No me harás nada ¿verdad?
- Claro que no. Sólo quiero un abrazo tuyo.
María José se acercó a él. Sujetó sus manos. Lo miró a los ojos
durante unos segundos. Había una chispa en su mirada, como
si alguien hubiese puesto dinamita ahí dentro y la hubiese
hecho estallar. Esa luz no era de malicia. Ella conocía muy bien
cuando quería hacer algo maliciosamente. Sonrió y lo abrazó.
- ¿Me quieres? - le susurró Maurice al oído.
WĄŐŝŶĂ ϯϭϰ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Qué si te quiero? ¿Qué pregunta es esa? ¡Por supuesto


que sí! Eres una de las personas más especiales que hay en
mi vida. - dijo María José, alejándose un poco de él, sin quitar
sus brazos de su torso.
- Entonces podrías hacerme un favor especial.
- ¿Cuál es?
- ¿Quisieras...? - hizo una pausa. Sintió, súbitamente, que
el gallina era él.
- ¿Qué cosa?
- ...¿s-s-ser....? - tartamudeó. Maurice parecía sumamente
nervioso. De pronto, comenzó a sudar a chorros.
- Maurice, creo que en el tiempo que tenemos de
conocernos, nunca te habías puesto así. Anda, no te pongas
nervioso, no va a pasar nada malo. Dime ¿qué quieres que sea?
- Es que tengo miedo de que te enojes y me dejes de
querer.
- Por más grave que sea, nunca me enojaría contigo y
mucho menos te dejaría de querer. Eres el hombre más
especial de mi vida, claro, después de mi padre. Vamos, ¿qué
quieres que sea? - callaron unos minutos.
Maurice respiró hondamente para tranquilizarse. Tenía que
hacerlo de una buena vez.
- ¿Q-qui-quisieras ser mi novia? - habló por fin.
María José se quedó boquiabierta. Simplemente no esperaba
una propuesta similar en un buen tiempo. Maurice era muy
tímido. No tenía muchos amigos. Sólo tenía otro amigo tan
WĄŐŝŶĂ ϯϭϱ ĚĞ ϯϵϵ

cercano como lo era ella, pero la mayoría de las veces prefería


estar a solas con ella. Casi siempre, con ella era bastante
desenvuelto. Podían hablar de cualquier cosa que se pudieran
imaginar. Incluso, su forma de pasar el tiempo era un tanto
diferente a lo que la mayor parte de la gente se podía imaginar.
Si no se encontraban trepados en algún árbol, estaban
sentados admirando algún paisaje, o simplemente se
quedaban viendo al cielo, acostados sobre la hierba.
Tenían muchos años de conocerse. Pero en los últimos
meses, María José empezó a sentir algo más por Maurice. No
sabía que era exactamente, pero con el paso del tiempo, se
volvía más difícil estar sin él. Era como si alguien le hubiera
puesto un imán que la mantuviera cerca de él.
Ahora lo tenía frente a ella, impaciente, temeroso, nervioso,
esperando una respuesta. La que fuera.
- ¿Y-y bi-bi-bien? - tartamudeó Maurice.
- Deseaba tanto que este momento que llegara. ¿Qué te
puedo decir? ¡Qué alegría! Por supuesto que sí. Si quiero ser
tu novia. - Maurice suspiró, aliviado.
- ¡Por fin! ¿Puedo? - preguntó, acariciando sus labios.
María José sonrió.
- Cuando quieras hacerlo, no me pidas permiso. Sólo hazlo.
- Aunque quiero advertirte que no soy muy bueno. Contigo,
sería mi primer beso.
- Igual para mí sería el primero. Tú mejor que nadie sabe
que no ha habido alguien más. Bueno ¿qué esperas?
WĄŐŝŶĂ ϯϭϲ ĚĞ ϯϵϵ

Maurice sonrió. Se acercó a ella. Sintió su respiración tan cerca.


Empezaron a agitarse. Juntaron sus labios. Los movieron al
compás del viento que rozaba sus cuerpos. María José se
sujetaba fuertemente a él, un tanto insegura. Al ser la primera
vez que hacía algo similar, no sabía que proseguía. Ahora,
aquellos brazos debían convertirse en su fortaleza y esos
labios, su hogar.
Al soltarla, ambos sonrieron.
- ¿Sabes algo? - preguntó Maurice.
- ¿Qué cosa?
- Creo que con el tiempo todo el cariño que sentía por ti se
convirtió en amor. Por eso no quiero que te separes nunca de
mí. Contigo me siento pleno, me siento en paz.
- Nunca nos vamos a separar. Lo prometo.
- ¿Qué te parece si festejamos con nuestros papás?
Seguramente les dará mucho gusto escuchar ésta noticia.
María José sonrió. Sujetó su mano. Maurice vaciló. Le parecía
extraño tener que caminar así con ella. Tendría que pasar
bastante tiempo para que se acostumbrara a verla como novia.
Pero sabía que ya era tiempo de romper la barrera entre el
amor y la amistad.
Al llegar de nuevo a la aldea, fueron directamente a casa de
María José. Allí estaban Julia y Antonio, sentados en el sofá.
Julia tejía un suéter y Antonio leía periódico.
- Mamá, papá, ya regresamos. - dijo María José, soltando
a Maurice.
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- ¿Cómo les fue? - preguntó Julia, levantando la vista para


verlos.
- Mejor que nunca. ¿Les dices tú o les digo yo? - le
preguntó María José a Maurice.
- No lo sé. Como tú prefieras.
- ¿Decirnos qué? - preguntó Antonio, dejando el periódico
a un lado.
- Maurice me pidió que fuera su novia.
- ¿Y? - preguntó Julia, ansiosamente
- Y le dije que sí. - Antonio se levantó, molesto.
- ¿Qué cosa? - preguntó, acercándose a ellos. - nada mas
déjame decirte una cosa, muchacho. Si mi hija derrama una
sola lágrima por tu culpa, te las verás conmigo.
- Ya basta, Antonio. Nuestra hija ya no es una niña - lo
reprendió - Mis niños ¡qué alegría! Es una muy buena noticia. -
abrazó a Maurice y a María José - ¿Tus papás ya lo saben?
- Aún no.
- Bien, pues ¿qué esperas para decirles? Ve rápido. Aquí
te esperamos. - María José iba a ir con él pero Julia la detuvo.
- tú te quedas. Necesitamos hablar contigo.
Maurice miró a María José con una expresión de disgusto. Ella
lo alentó a irse. En cuanto estuvo fuera de la casa, sonrió.
Corrió efusivamente hacia su hogar.
Al entrar, vio a Violeta dibujando en un cuaderno.
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- ¡Hermana! ¡hermana! ¡Lo hice! - gritó, saltando frente a


ella.
- ¿Qué hiciste? - preguntó, sin prestar mucha atención a su
hermano.
- Le pedí a María José que fuera mi novia. - Violeta dejó lo
que estaba haciendo y lo miró sorprendida.
- ¿De verdad?
- Si, hermana. ¡Lo hice!
- ¿Qué hiciste que? - preguntaron Donna y Eduardo,
mientras salían a toda prisa de la casa.
- Le pedí a María José que fuera mi novia ¡y aceptó!
- ¡Qué buena noticia! - exclamó Donna. - tenemos que
festejarlo.
- No se diga más. Vamos con mi nuera. - dijo Eduardo,
incitándolos a ir hacia la casa de María José.

15
- ¿Amor? - preguntó Maurice, poniendo su mano frente a la
mirada perdida de María José - ¿estás bien?
María José volvió a su realidad y vio que Maurice la observaba
con cierta fascinación.
- Sí, mi vida. Gracias.
- Estabas muy pensativa...
- Estaba recordando viejos tiempos.
WĄŐŝŶĂ ϯϭϵ ĚĞ ϯϵϵ

- ¿Ah, si? ¿Cuáles?


- Cuando nos hicimos novios. ¿Recuerdas? - Maurice
sonrió.
- Por supuesto. No podría olvidarlo. Vaya que me pusiste
nervioso ese día.
- Lo recuerdo. Fue la primera vez que te vi sudar y temblar
de miedo. - ambos rieron.
- ¿Qué esperabas? No quería perderte.
- Aunque te hubiera dicho que no, no me hubieses perdido.
- Pero me iba a sentir incómodo contigo.
- ¿Incómodo?
- Si, cariño. Temía que no fueras a tenerme la misma
confianza que antes. Y quizá no hubiera podido resistir a darte
un beso.
Maurice sujetó la barbilla de María José, acercando el rostro de
la dama al suyo. La besó suavemente.
- Creo que te tomaste muy en serio aquella vez de no
pedirme permiso.
- Lo sé. Es que me encantas.
- Y tú a mí. Nunca lo dudes. Eres el hombre más especial
de todos. Nada, ni nadie cambiará lo que siento por ti.
Maurice sujetó la mano de María José, provocando que ella
sonriera. En efecto, esas últimas palabras de María José
desvanecieron en él todas las dudas. No fueron las palabras
que usó, ni el tono en que las dijo, sino aquella sinceridad que
WĄŐŝŶĂ ϯϮϬ ĚĞ ϯϵϵ

las acompañaba. Lukas quería que la cizaña se apoderara de


él. Pero no sería posible sin que aquella sinceridad de María
José siguiera presente.
- Bien, creo que lo mejor es que descansen un poco. En un
rato seguirán practicando. - dijo Arethusa, masajeándose
nuevamente la sien. - ustedes dos, vengan conmigo - les dijo a
Maurice y a María José.
Los dos la siguieron al interior de la cabaña. Subieron las
escaleras y entraron al cuarto de la ninfa. Maurice vio el
atuendo que usaría María José. En efecto, era bastante
elegante y provocativo.
- ¿Estás segura que va a funcionar? - preguntó Maurice,
desconfiado.
- ¿No me crees? Compruébalo tú mismo antes de que
tome tus huellas. - lo retó Arethusa.
Maurice tocó el traje, pero no tardó mas que una fracción de
segundo en retirar su mano porque los choques eléctricos eran
muy fuertes.
- No tenían que ser tan fuertes. - dijo, masajeando la mano
afectada.
- Es necesario que lo sean. Al final de cuentas, no sabemos
qué tan resistente sea su adversario.
- ¿A qué te refieres? - preguntó María José
- Parece ser que los que revivieron tienen más fuerza de lo
normal. Por eso, hice que los choques fueran tan fuertes.
- ¿A ti no te hacen nada?
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- No. - Arethusa sonrió. - como fui yo quien elaboró el traje,


mis huellas ya están marcadas en él. Ahora, préstame tus
manos. - Maurice las extendió.
Arethusa hizo aparecer una especie de molde con un líquido
viscoso dentro. Puso las dos manos de Maurice en la cera. Las
huellas aparecieron en diferentes partes del vestuario y
desaparecían segundos después.
Cuando terminó de marcar las huellas en el vestuario, hizo
desaparecer el molde.
- Ahora, pruébatelo. - le dijo a María José, dándole el traje.
- Amor, ¿podrías esperar afuera? - le preguntó a Maurice
- Pero cariño...
- Por favor. Sólo será un momento.
Maurice salió de la habitación. María José se apresuró a quitar
su ropa y a probarse el traje. Se quedó unos minutos mirando
su imagen en el espejo que tenía Arethusa en su habitación.
Lucía fenomenal. Arethusa era magnífica haciendo ese tipo de
cosas. Era un vestuario bastante llamativo. Se fijaba tan bien
en su cuerpo, que parecía ya estar adherido a él.
Mientras seguía mirándose, Maurice volvió a entrar a la
habitación y se quedó observando a María José, boquiabierto.
Estaba divina.
- Muchas gracias, amiga. Está increíble. - dijo María José,
con una sonrisa en el rostro.
Vio a Maurice y su sonrisa se pronunció aún más. Estaba
satisfecha con el trabajo de la ninfa. Con ese traje, Tomasz no
WĄŐŝŶĂ ϯϮϮ ĚĞ ϯϵϵ

podría herirla más. Maurice se aceró a ella y tomó su rostro


entre sus manos. La examinó una vez más de arriba abajo.
Sonrió. Besó la frente de su esposa y ella tomó sus manos.
- Intenta abrazarla. - le dijo Arethusa.
Él siguió la indicación de la ninfa. Rodeó la cintura de María
José con ambos brazos, un tanto temeroso de que algo malo
le fuese a suceder. Pero no hubo nada. No sintió toques o algún
tipo de corriente eléctrica queriendo atacarlo. Sólo sintió las
mismas ganas de tener su cuerpo cerca del suyo. Palpó cada
parte que estaba cubierta por el traje. Pero siguió sin sentir
nada.
- ¡Grandioso! - exclamó Maurice.
- Bien. Ahora sólo queda esperar a que los demás estén
listos para que podamos marchar.
- Creo que deberías bajar a entrenar, cielo.
- ¿Y qué harás tú?
- Me cambiaré y después bajaré con ustedes. Vamos.
Necesitas entrenar.
Maurice volvió a besar su frente. Se marchó, volteando de vez
en cuando para ver a María José.
- Creo que se volverá loco en cuanto termine todo esto y
estén solos. - dijo Arethusa.
- Lo sé. Eso me preocupa.
- ¿Por qué razón?
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- Ya debía haber tenido mi periodo en estos días, pero no.


Y nunca me había retrasado, salvo la vez en que me embaracé
de mi hija.
- ¿Temes estar embarazada de nuevo?
- Así es. Si estoy esperando otro hijo, ya no estaría
arriesgando mi vida únicamente, sino la de otra criatura que no
tiene la culpa.
- Es muy pronto saber si estás embarazada. Sólo han
pasado un par de semanas desde que tuvieron intimidad. No
dejes que Maurice se entere de tus sospechas. Siento que
duda de irnos. Sí se entera, se rehusará a que nos marchemos.
- Bien. No le diré nada. Tú tampoco le digas.
- Cuenta con ello. Vamos, cámbiate. Te espero abajo.
La ninfa salió de la habitación. María José se levantó y se vio
de perfil. En efecto, no podía afirmar que estaba embarazada.
Su vientre seguía estando sumamente plano. Cuando se
embarazó de Andrea le pasó lo mismo. En realidad, notó que
estaba embarazada por los síntomas. Tendría que esperar a
que pasara el tiempo para percibir los síntomas.
Se cambió. Volvió a poner el traje en el maniquí en el que había
estado trabajando Arethusa. Lo examinó desde otro ángulo. No
se imaginaba que pudiera pasar. Simplemente no podía
hacerlo.
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16
Fue a su recámara para inspeccionarse. Sus mejillas estaban
bastante coloradas. Había algo diferente en su mirada. Algo
que tenía cuando estaba embarazada de Andrea. Era un brillo
destellante. ¿Sería cierta su teoría y dentro de su vientre
cargaba una nueva vida? La idea la llenaba de ilusión. Pensar
que le daría un hermano a su pequeña hija le daba más
razones porque vivir. Presionó fuertemente su vientre. "Sí es
que estás viviendo en mí, te prometo que no te dejaré sola.
Nunca." Se cambió rápidamente de ropa. Volvió a revisar su
vientre. Normal. No había cambios.
Pasó una semana desde aquel día. Maurice peleaba con Lukas.
María José se quedaba dentro de la cabaña para no distraer a
Maurice. Sin embargo, ese día optó por salir para tomar un
poco de aire fresco. En cuanto él la vio, sonrió y dejó que Lukas
lo derribara una vez más.
- ¡Maurice! - gritó Arethusa, fastidiada
- Lo siento. Pero ver a esta hermosura me distrajo por
completo.
- Mas vale que en la aldea te concentres bien si quieres
llegar a rescatarla de tu enemigo. - le dijo Arethusa, lo que
provocó que un escalofrío recorriera el cuerpo de Maurice.
Se acercó a María José y la abrazó. "Llegaré a rescatarte,
como un caballero a su princesa en peligro" le susurró al oído,
a lo que ella se limitó a sonreír. La soltó. La miró fijamente.
Seguía sonriendo. Pero era una sonrisa inusual. ¿A qué se
debía?
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- Bien, vamos a cenar. Parece que el hambre no les viene


bien. - dijo Julia. - ¿me acompañas, hija?
María José asintió y la siguió hasta la cocina. Julia preparó
unas hamburguesas para los demás. Pronto, María José
percibió que algo se revolvía en su estómago con fuerza. Había
una guerra en su interior, provocando que las náuseas se
hicieran más y más fuertes. ¿Qué estaba pasando? No se
había sentido así desde...
Por un momento, evitó pensar en el tema. No podía dejar que
el temor y la angustia se apoderaran de ella. En un día, estaría
de regreso en casa y así podría cuidar a su hija y, si existía, al
ser que llevaba en su interior.
"No debiste tener relaciones con Maurice, sabiendo el riesgo
que tenías" susurró una voz en su interior. Pero ¿qué más
podía hacer? No podía dejar a un lado su matrimonio por
cuidarse. Además, él comenzaba a sentirse desplazado por su
pequeña hija. Parecía que estaba en líos.
Julia vio que María José estaba sumamente pálida y que
parecía tener náuseas.
- Hija, no te ves muy bien. ¿Pasa algo?
- Todo está bien, mamá.
- ¿Estás segura?
De pronto, las náuseas se hicieron presentes con más
intensidad que antes. Tan grande fue su malestar, que tan
pronto como pudo, subió corriendo las escaleras, entró a su
habitación, cerró la puerta del baño y vomitó cuanta comida
había en su vientre. Julia, preocupada, la siguió y, al ver que
WĄŐŝŶĂ ϯϮϲ ĚĞ ϯϵϵ

estaba hincada frente al retrete, vaciándose por completo, se


hincó con ella y le ayudó a levantarse.
- No estás bien. Dime ¿qué sucede contigo?
- Nada.
- Nunca habías vomitado, siempre fuiste una joven muy
sana. Sólo vomitabas cuando... - Julia hizo una pausa.
- ¿Cuándo me embaracé? - completó María José
- Pero...- respondió Julia, sentándose en la cama, un tanto
consternada - ¿cómo? Tu hija tiene pocos meses de haber
nacido. ¿Cuántos...?
- Tiene dos meses. - se apresuró a responder María José,
intuyendo lo que su madre quería preguntar. - pero no es un
hecho que esté embarazada de nuevo. Sólo son suposiciones
nuestras. - se sentó a su lado.
- Tendrían que revisarte entonces. No podremos marchar
si es que estás esperando a un nuevo hijo.
- No debemos alterar los planes. Será mejor dejarlo para
después de la batalla.
- Pero ¿y si te llega a pasar algo? Arriesgarías también a
esa criaturita.
- No creo que me pase nada malo. Estaré bien. Lo prometo.
- ¿Estás segura? - María José se levantó
- Lo estoy.
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- Bien. Entonces recuéstate un rato. Más vale que reposes


estos días mientras nos vamos. Iré con los demás. - la tomó
del brazo y la obligó a recostarse en la cama.
- ¿Mamá?
- ¿Si?
- Maurice no debe enterarse de esto. Todo se vendría
abajo.
- Está bien. Quédate ahí y no te muevas.
- No lo haré.
Julia salió de la habitación. María José se levantó parcialmente
y tomó la fotografía del día de su boda. Observó su rostro y el
de Maurice. Aunque parecían estar nerviosos, se les veía
alegres. Esto no era por las sonrisas que tenían en sus rostros,
sino por el brillo de su mirada. Ese brillo era el mismo que ella
vio en el rostro de Maurice el día en que aceptó ser su novia,
en el día en que se reencontraron, en el día en que se
comprometieron, en el día en que se casaron y en el día en que
le anunció la llegada de su pequeña hija.
Y, por coincidencia quizá, ella había visto reflejado el brillo de
su propia mirada en los ojos de Maurice. Quizá, ella se haya
visto en muchos espejos a lo largo de su vida, pero una cosa
le era clara: el espejo en el que más le gustaba verse eran los
ojos de Maurice.
María José se sentía sumamente afortunada porque desde
muy temprana edad supo lo que era el verdadero amor, aunque
al principio lo haya considerado como amistad. Y su fortuna era
mayor, porque Maurice, su Maurice, la había elegido a ella,
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sólo a ella. No había otra mujer para él. Desde un principio,


fueron el uno para el otro. Incluso ambos trataron de buscar
otros amores, pero al final del camino, se habían dado cuenta
que era indispensable que ambos estuvieran juntos, que su
necesidad del otro era más grande que cualquier otra cosa.
Ahora que podían ver su amor reflejado en una pequeña
criatura, tan inocente y tan tierna, ambos sabían que no podría
haber algo mejor. Y aunque ella suponía que estaba esperando
un nuevo hijo y que estaba a punto de cometer la locura de
enfrentarse a un acosador demente, no podía negar que se
sentía sumamente plena de tener a sus dos, posiblemente tres,
amores en su vida.
No se dio cuenta que ya había caído en un profundo sueño.

17
- ¿Maurice? ¿Dónde estás? - preguntaba María José,
mientras buscaba a través del laberinto de rosas.
El evento de la aldea estaba bastante aburrido. Y María José
sabía que Maurice ya estaba desesperado porque había
dejado de tomar su mano y se frotaba constantemente el rostro.
De pronto, lo vio levantarse e irse hacia el jardín. Lo vio alejarse
hacia dentro de una especie de laberinto de rosas, por lo que
se levantó de su asiento y lo siguió.
Siguió llamándolo sin recibir respuesta. Le parecía extraño que
no le respondiera y que mucho menos dijera alguna palabra.
¿Estaría bien? ¿Le habría pasado algo? El corazón comenzó
a palpitarle tan rápido como el aleteo de una mariposa.
"¡Maurice! ¡Responde algo, por lo que más quieras!" gritó
WĄŐŝŶĂ ϯϮϵ ĚĞ ϯϵϵ

desesperada, pero sólo recibió su propio eco como respuesta.


Comenzó a correr a lo largo del laberinto. La angustia se
convirtió lentamente en adrenalina. De pronto, sintió que una
mano se posó sobre su hombro, provocando que ella se
detuviera por completo.
- ¿Amor? - le preguntó Maurice, preocupado.
Sin embargo, cuando se volteó, vio que realmente estaba
Tomasz frente a ella, con una sonrisa malévola y una mirada
perversa fijas en ella.
Intentó correr hacia la salida del laberinto pero sus pasos se
volvían cada vez más pesados. "¡Maurice!" gritó, pero no salía
voz de sus entrañas. Sólo le quedaba seguir corriendo, pues
Maurice la había abandonado. Otra vez.
Se sintió sofocada. Había mucho humo a su alrededor. Sintió
que se asfixiaba: lenta y suavemente. Ya no tenía aire a su
alrededor. Todo se convertía en belleza, en color y en sueño.
Al encontrar la salida del laberinto, vio que el camino se
terminaba allí. Frente a ella, no había nada más que fuego.
Tomasz volvió a tomarla del brazo. La aventó al suelo,
provocando que se raspara los brazos y las piernas.
En un intento desesperado, María José se arrastró y se lanzó
al fuego. Allí dentro, se sintió libre de todo peligro, de todo
sufrimiento; se sintió en paz.

18
En cuanto Maurice escuchó los gritos desde su habitación,
subió corriendo. Sin embargo, parecía que alguien había
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atracado la puerta. Cuando logró abrirla, vio a María José


tendida en el suelo, con sangre brotando de sus fosas nasales
y con las rodillas y codos raspados. La cargó y la recostó en su
cama. Intentó hacerla despertar, pero ella no respondía, seguía
inconsciente. Maurice comenzó a angustiarse. La movió
bruscamente, pero ella aún no despertaba. Otra vez se
encontraba en un trance bastante fuerte, como si estuviera
poseída.
- ¡Despierta, cariño! ¡Por favor! - gritaba Maurice, agitando
violentamente a María José.
- ¿Qué sucede? - preguntó Arethusa, entrando de pronto.
- ¡Mírala! No sé que le sucedió. Hace rato no tenía nada.
Se encontraba bien. Y ahora ... ahora, no despierta.
- Quítate de mi camino. - le dijo, moviéndolo a un lado de
la cama.
Arethusa se hincó a un lado de la cama. Tomó la mano
izquierda de María José. Masajeó lentamente su muñeca.
Pocos segundos después, María José despertó, sobresaltada.
Tardó un par de minutos en reaccionar. Miraba fijamente al
horizonte, confundida. ¿Dónde estaba todo el fuego? ¿Y
Tomasz?
Maurice se abalanzó sobre ella, llenándola de mimos por
creerla muerta.
- ¡Mi amor! Ya me habías preocupado. - dijo Maurice,
besando las manos de María José.
- Maurice, ¿podrías traer algo para que pueda curarla?
- Pero...
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- Por favor. Necesito preguntarle unas cosas para saber


qué fue lo que sucedió aquí. - Maurice vaciló, después salió
rápidamente de la habitación en busca del botiquín. - ahora
bien. Dime ¿qué fue lo que pasó?
- Me quedé dormida y de pronto, ya no podía despertar. Ya
no podía regresar en mí misma.
- ¿Soñaste con algo? - María José asintió con la cabeza -
¿qué fue lo que soñaste?
María José le contó con detalle la persecución por el laberinto,
la cara de Tomasz, la huida y por último, el fuego. Arethusa se
quedó unos minutos pensativa. Se sentó en el borde de la
cama, al lado de María José. Maurice entró a la habitación y le
dio el botiquín a Arethusa. Ella la curó despacio, concentrada
en sus pensamientos más que en lo que estaba haciendo.
- Me preocupaste bastante, cariño. Creí que te había
pasado algo grave.
Pero María José no le respondió. Su sueño pareció tan real. Es
más, creía que estaba recordando su primera vez con él. Pero
¿por qué había resultado herida si fue un sueño?
- ¿Qué fue lo que pasó? - preguntó Maurice.
- Un sueño. - dijo Arethusa, sin dejar de curar a María José.
- Sí fue un sueño, ¿por qué está así?
- Aún no lo sé. Estoy tratando de averiguarlo. - dijo
Arethusa, levantándose de la cama.
- No te preocupes, no creo que vuelva a pasar. - dijo María
José, incorporándose un poco.
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- No te levantes, cielo. Más vale que reposes un poco.


- Ya estoy mejor, gracias. No es necesario que me quede
aquí. ¿Dónde está mi hija?
- La tiene mi hermana. ¿Estás segura que quieres bajar?
- Si, estoy segura.
Sin embargo, al ponerse de pie, se mareó y volvió a caerse en
la cama. Aún seguía teniendo la sensación de caer al fuego.
Maurice sujetó su cintura para mantenerla erguida en la cama.
- No estás bien, amor. Vamos, quédate acostada.
- Pero quiero ver a mi hija...
- Ahorita voy por ella y la traigo para que la veas. Arethusa
¿podrías quedarte con ella unos minutos?
En cuanto Maurice salió de la habitación, Arethusa empezó a
caminar en círculos. Parecía confuso. Por unos instantes,
habían sacado de María José de sí y la habían llevado a la
aldea. Había alguien que quería provocarle miedo. Sin
embargo, no creía que María José sucumbiera tan fácilmente
y menos si se tratase de un sueño.
- ¿Qué me está pasando? - le preguntó María José.
- A ti nada. Simplemente te están usando para retrasar esto.
- ¿Quiénes?
- Los invasores de la aldea.
- ¿Y por qué a mí?
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- Porque tú mueves todo el ambiente. Y tú tienes el poder


en tus manos para dar un no. Si logran convencerte a ti, podrán
seguir destruyendo todo.
- Entonces ¿qué debo hacer?
- Resiste. No hay nada mejor que hacer. Aunque debo
advertirte que las amenazas serán cada vez más fuertes. -
María José suspiró.
- Está bien. Lo haré. ¿Cuándo nos iremos?
- Mañana mismo. No puedo permitir que sigas
exponiéndote a este peligro.
- ¿Estás segura?
- Completamente. Así que, es mejor que tú también te
prepares.
- Listo, cielo. Aquí está nuestra hija. - dijo Maurice,
entrando de golpe, con la niña entre sus brazos - y creo que
necesita cambio de pañales.
- Iré con los demás. Sí te sientes mal, avísame y subiré de
nuevo.
- Muchas gracias, amiga.
Arethusa esbozó una ligera sonrisa, no precisamente de
alegría, sino de nervios. Más tarde salió. Maurice colocó a la
niña sobre la cama. María José tomó fuerzas para levantarse.
Realmente se sentía sumamente débil, pero debía mostrarse
fuerte para no alarmar a Maurice. Se levantó de la cama y le
ayudó a su esposo a cambiar el pañal de la niña.
WĄŐŝŶĂ ϯϯϰ ĚĞ ϯϵϵ

En cuanto acabaron, María José la tomó entre sus brazos y la


arrulló para que pudiera dormirse. Maurice hizo caricias en el
rostro de su esposa. Algo andaba mal con ella, pero no querían
decírselo. Debía averiguarlo lo antes posible.
- ¿Qué pasa contigo, preciosa?
- Nada fuera de lo común.
- Primero pierdes el apetito, te quedas dormida de la nada
y en cuanto despiertas de tu siesta apareces con moretones y
sangre en la nariz. Eso no es normal en ti.
- Es simplemente cansancio.
- No te creo.
- Prometiste que me tendrías confianza ante todo y ahorita
estás dudando de mí.
- No es que dude de ti, amor. Pero me preocupas. No
quiero que te pase nada malo.
- Tú también me preocupas. Pero estoy segura que
estaremos bien y podremos vivir siempre juntos, como lo
hemos soñado por todos estos años.
- ¿Me prometes que estás bien?
- Te lo prometo, cariño.
Maurice besó su mejilla. Ella lo abrazó con las pocas fuerzas
que le quedaban. Él lo percibió y la cargó.
- ¿Qué haces?
- No has comido nada en todo el día. Necesitas comer. No
me gusta verte así. Estás tan pálida que pareces un fantasma.
WĄŐŝŶĂ ϯϯϱ ĚĞ ϯϵϵ

- Está bien. Pero agárrame fuerte. Tengo a nuestra hija en


brazos.
- No tiene porque preocuparse, dulce damisela. La tengo
perfectamente agarrada.
Maurice bajó con ella las escaleras y los encontró a todos
sentados en la sala. Prestaban atención a Arethusa, que se
encontraba de pie en medio de todos.
- ¡Vaya! No pensé que fueran a bajar. - dijo Arethusa, al
notar que Maurice los veía de pie con María José en brazos.
- ¿Pasa algo? - preguntó Maurice
- Nos decía Arethusa que mañana nos vamos a la aldea.
- ¿Qué cosa? - preguntó Maurice, a punto de tirar a María
José. Ella se aferró a él para evitar caer al suelo.
- Creo que ya están listos para irnos.
- Pero... - se acercó a Arethusa - ...mi esposa no está bien.
- Tal vez lo que necesite es regresar a casa. Han sido
muchos meses lejos de su verdadero hogar.
- ¿Crees que sea lo mejor?
- Absolutamente. Es necesario para todos. Incluso para ti.
- Bien. ¿Podrías cuidar de que mi esposa coma mientras
escucho a Arethusa? - le dijo a Julia.
- Ven, mi niña. No puedes escuchar esto.
Maurice la bajó cuidadosamente. Violeta quitó a la niña de
entre sus brazos. Julia la jaló hacia la cocina. María José volteó
a ver a todos. Estaban bastante concentrados escuchando a la
WĄŐŝŶĂ ϯϯϲ ĚĞ ϯϵϵ

ninfa. Ella quería escuchar también los planes. Se quedó


mirando un rato enfrente de la puerta de la cocina. Sin embargo,
su madre, que no quería angustiarla más, la llevó hacia dentro.
Se quedó un rato de pie, recargada contra la pared. Seguía
sintiéndose débil.
- ¿Me vas a decir que fue lo que pasó? - le preguntó Julia,
colocándose frente a ella.
María José se quedó pensando en su sueño. La miró a los ojos.
Esperaban una respuesta, como un gendarme espera a su
pelotón al salir a la guerra. Se mostraban inquisidores,
implacables, pero al mismo tiempo francos y tiernos.
- Me quedé dormida y tuve una pesadilla.
- No creo que haya sido una simple pesadilla. Maurice dijo
que te encontró tirada con sangre en la nariz.
- No lo sé. Pero, sea lo que sea, quiero que termine pronto.
Mi vida se está convirtiendo en un infierno. - Julia se acercó a
ella y rodeó sus hombros.
- No me gusta oírte hablar así. Ya mañana acabará todo.
Vamos, siéntate y come algo. Necesitarás fuerzas.
María José se sentó. Su madre colocó un plato de comida
frente a ella y no dudó en devorar cada bocado. A pesar de que
ya tenía varios días en los que no apetecía nada e incluso
llegaba a vomitar lo poco que comía en el día, en esos
momentos sentía un hambre feroz.
Julia la observaba sorprendida. No podía creer que su hija
estuviese tan hambrienta si antes la había visto vomitar de
asco. Había algo mal en ella. No lo dudaba. Pero ¿qué podría
WĄŐŝŶĂ ϯϯϳ ĚĞ ϯϵϵ

ser? De los pocos padecimientos que tuvo a lo largo de su vida,


nunca vio alguno con el que ella tuviera síntomas similares.
Alguien la había poseído. O más bien, algo se había metido en
ella. Tenía que ayudar a sacárselo, a quitárselo de encima para
que pudiera vivir tranquila.
María José terminó de comer, dejó su plato sucio en el
fregadero y salió de la cocina. Julia la siguió, quedamente.
- ¿De qué hablan? - preguntó María José, sentándose junto
a su esposo.
- Estábamos haciendo los planes para mañana. - le
respondió Violeta
- ¿Y bien? ¿Qué hay que hacer? - preguntó, ansiosa.
- En cuanto lleguemos, tú viajarás con Maurice y lo
cuidarás durante unos minutos, mientras yo me encargo de
dejar las cosas de su casa lo más dispersas posibles para que
puedas moverte con facilidad. En cuanto les dé una señal, se
irán a la vivienda. Ahí harás lo tuyo.
- ¿No hay posibilidad que me quede con ella? - preguntó
Maurice, acariciando la mano de su amada.
- Ya habíamos hablado de eso. Te necesitan afuera.
Además, entre más rápido termines con la batalla, más pronto
podrás ir con ella.
- Pero estaré preocupado por ella. ¿No ves cómo está?
- Arethusa tiene razón, cariño. Ya habíamos hablado de
esto. Estaré bien. Además, con el traje que confeccionó todo
saldrá bien.
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- Pero...
- Hagamos una cosa. Habrá dos personas que se
quedarán cerca de tu casa por cualquier inconveniente que
llegue a pasar. - dijo Lukas
- Ahora bien, ¿quién se encargará de eso? - preguntó
Donna
- Si quieren, me puedo quedar yo - dijo Christian
- Y yo - dijo Anne.
- Bien. Ustedes se encargarán de supervisar la casa desde
un punto en el que no puedan verlos. - dijo Arethusa
- Y si hay algún peligro ¿cómo se comunicarán con
nosotros? - preguntó Maurice
- Con esto - dijo la ninfa, mostrando dos pares de
auriculares que apenas podían percibirse por su poco color. -
cada uno tendrá unos de estos, que estarán conectados
conmigo. Si llegasen a ver algo fuera de lo común, avísenme y
Maurice y yo llegaremos en seguida. - les dio sus auriculares
correspondientes.
- ¿Cómo nos iremos a la aldea? - preguntó Eduardo
- Apareció esto hace rato - dijo Julia, dándole a la ninfa un
viejo caldero de metal.
- ¿No tenía una nota? - preguntó Arethusa, inspeccionando
el objeto.
- Está adentro.
Arethusa sacó un trozo de papel arrugado. Lo desdobló y leyó
su contenido.
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- Vaya medio de transporte. - dijo Ivanka inspeccionando
de reojo el caldero
- No creo que sea muy cómodo - dijo André
- Además se ve sucio - dijo Lina, asqueada
- Vamos chicos, serán sólo unos minutos - los reprendió
Maurice
- Y ¿cómo vamos a caber todos ahí? - preguntó Anne
- No lo sé. Es sumamente extraño. - dijo Arethusa. Tras una
pausa siguió hablando - Entonces, mañana a mediodía nos
reuniremos todos juntos afuera. ¿Entendido? - preguntó.
Todos asintieron - vamos a dormir para recargar fuerzas.
Todos subieron las escaleras. Maurice tomó la mano de María
José. Estaba fría. Rara vez pasaba esto. Percibía algo en ella
que no estaba bien. La querían quitar de su lado. Se la estaban
llevando. Tenía que detenerlos. Fuese quien fuese.

19
Al entrar a la habitación, María José acostó a su hija en su cuna.
Se quedó unos minutos mirando como dormía. Su respiración
era acompasada, como si pareciese que no se inmutaba ante
nada, ante ningún peligro, ante ninguna adversidad. Había sido
WĄŐŝŶĂ ϯϰϬ ĚĞ ϯϵϵ

cuidada a medida de que ningún peligro pudiese pasarle. Ante


esa atmósfera de miedo y de tensión, la pequeña niña había
permanecido apacible, inmutable, serena. ¡Cuánto deseaba
María José estar en el lugar de su hija!
Maurice se acercó a ella. Colocó sus manos sobre los hombros
de su querida María José. De pronto, sintió compasión por ella.
Quería ser fuerte, pero parecía que se debilitaba lentamente.
Eso era lo que la enfermaba. Tenía que lograr que se sintiera
segura.
- He estado pensando muchas cosas, cariño. - dijo Maurice,
rompiendo el silencio que había entre los dos
- ¿Qué cosas? - preguntó María José, sin prestar mucha
atención. Maurice hizo que quedara de frente a él.
- Que tú y yo necesitamos un buen descanso. De todo.
- Lo sé, cielo. Ya mañana acabaremos con todo esto y
podremos vivir en paz.
- Te noto afligida. Cuéntame, ¿qué está pasando? - la jaló
para que se sentara junto a él en la cama.
- No es nada, cariño - dijo, sentándose a su lado,
acomodando una y otra vez su cabello, un tanto inquieta.
- Deja de fingir. Te conozco. Algo te pasa y eso me
preocupa.
- Es sólo que...
De pronto, algo hizo que se detuviese. Sí le decía lo que estaba
ocurriendo, se pondría frenético y se rehusaría a marchar.
- ¿Qué cosa? - preguntó Maurice ansioso
WĄŐŝŶĂ ϯϰϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Que tengo miedo de perderte. Pensar en ello, me


angustia y me desgarra por dentro. - reveló María José.
Aunque no era todo lo que le preocupaba, así podría evadir la
pregunta de Maurice.
- Mi vida... - la abrazó. - no me pasará nada. Debo estar
bien para poder rescatarte. Viviremos los tres juntos en paz. Y
¿sabes que es lo mejor?
- ¿Qué cosa?
- Que, a partir de mañana, empezaremos a planear la
llegada de un hermanito para nuestra pequeña.
María José sonrió y lo abrazó más fuertemente. "¡Si tan sólo
supieras mi presentimiento!" pensó repentinamente. Pero no
podía saberlo. Ahora menos que nunca. Besó la mejilla de
Maurice y se levantó para ir al baño a cambiarse.
Él la observó alejarse. Pensar que toda esa angustia que ella
sentía era por él lo tranquilizaba un poco. Pero no le gustaba
que se angustiara a tal grado de enfermarse y tener
alucinaciones con esto.
Se puso la pijama, como era su costumbre. Observó aquella
habitación. Esa sería la última noche que dormirían ahí. Esa
recámara había presenciado sus primeras noches como
"recién casados". Se acercó al tocador y vio la foto de su boda.
Sus sonrisas eran pronunciadas y estaban llenas de emoción.
Él sujetaba la cintura de la dama, mostrándole a todos que la
quería tener a su lado por siempre. En cambio, ella lo abrazaba,
queriendo mostrar que no lo soltaría nunca más.
WĄŐŝŶĂ ϯϰϮ ĚĞ ϯϵϵ

María José salió del baño y al verlo de pie, con la foto entre las
manos y con una sonrisa de melancolía en el rostro, caminó
hacia él y besó su mejilla. Maurice dejó la fotografía en su lugar
y la abrazó.
- No me abandones nunca, cariño - le susurró al oído.
- Sabes que eso no pasará. Sí entré en tu vida, fue para
permanecer en ella para siempre - le dijo María José,
separándose de él para poder mirarlo a los ojos.
- No dejes que te hagan daño mañana.
- Todo saldrá bien. Lo prometo.
Maurice permaneció unos minutos admirando su rostro. Ella
tomó sus manos con fuerza, como si fuera la última vez que lo
hiciera.
Se besaron durante un largo rato. Tras un rato, Maurice le
indicó que ya era hora de dormir. Desacomodó las cobijas y la
llevó a acostarse. La arropó, como si fuera una niña pequeña,
y después, se acostó junto a ella. Durmieron tomados de la
mano, acción que tenían bastante tiempo sin hacer.

20
El sol empezó su trayecto cuesta arriba. Maurice se despertó
repentinamente al escuchar que alguien tocaba la puerta de su
habitación. Para su sorpresa, María José no estaba a su lado.
"¿Amor?" la llamó.
- Cielo, estoy afuera. ¿Ya estás listo? - preguntó María
José, del otro lado de la puerta
WĄŐŝŶĂ ϯϰϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Acabo de despertar.
María José entró en la habitación para comprobar que no
mentía. Lo vio allí, parcialmente recostado. Hizo una mueca de
disgusto. Maurice la inspeccionó de pies a cabeza. Ya traía
puesto el traje que le había confeccionado Arethusa.
- Bueno, amor. Apúrate. Te estamos esperando. - se
dispuso a salir cuando Maurice se paró rápidamente de la
cama
- Espera, cielo. - se acercó a ella.
- ¿Qué pasa?
- ¿Y mi beso de buenos días?
María José sonrió y lo besó. Posteriormente, salió del cuarto.
Maurice se duchó rápidamente y se vistió. En cuanto estuvo
listo, salió de la habitación y se incorporó al grupo, que estaba
en el jardín de la casa. Se colocó al lado de María José y vio
que su traje tenía un cinturón negro. Entre el cinturón y el traje
estaba su foto de casados.
Ella al verlo, sonrió.
- ¿Dónde está nuestra pequeña? - preguntó Maurice,
viendo que su amada no la tenía en brazos.
- Está con mi madre. Recuerda que ella la protegerá
mientras nosotros peleamos.
Maurice se estremeció. Vio a Julia. En efecto, tenía a la niña
en brazos, la cual, no dejaba de mirarlos. Maurice rodeó la
cintura de María José con un brazo. La hora de la batalla final
había llegado sin que apenas pudieran percibirlo. La hora en
WĄŐŝŶĂ ϯϰϰ ĚĞ ϯϵϵ

que debía poner lo mejor de sí mismo para salvar a su aldea y


al amor de su vida estaba a punto de pasar.
Arethusa se colocó al centro.
- Bien. Formen un círculo y tómense de las manos.
Maurice y María José se acercaron a los demás. Lukas tomó la
mano de María José que quedaba libre. Así, Noah tomó la otra
mano de Lukas; Ivanka, la de Noah; Christian, la de Ivanka;
Lina, la de Christian y así sucesivamente, hasta que Donna
tomó la mano de su hijo. Arethusa puso el viejo caldero en el
centro y después se colocó entre María José y Lukas.
- A la cuenta de tres, gritaremos lo que la bruja dijo.
¿Entendido? ¿Están listos? - todos asintieron con la cabeza -
uno...dos... y...
- ¡Escarabajos chillones y morados! - gritaron todos al
unísono.
De pronto, sintieron como los árboles y el pasto se hicieron más
grandes. Al ver que habían quedado del tamaño del caldero,
se juntaron aún más y una fuerza los jaló hacia dentro del
artefacto. Uno por uno, fueron metidos al caldero y al estar
dentro, el utensilio empezó a volar a una velocidad demasiado
rápida.
Maurice vio que a su espalda había un pequeño hoyo. A través
de él, vio que aquella ciudad en la que vivieron ese año apenas
y parecía un gran punto negro. Pronto, sintió nostalgia de lo
que dejó en aquel lugar. Allí, podría darle una vida estable a su
pequeña hija y a su amada sin tener que preocuparse. Incluso
ahí no tendría que ponerla en riesgo, como lo haría en unos
WĄŐŝŶĂ ϯϰϱ ĚĞ ϯϵϵ

minutos. Por unos instantes, quiso parar el caldero, pero sabía


que lo hecho, hecho estaba.
María José recargó su cabeza en el hombro de Maurice. La
verdadera angustia se apoderó de ella. Esta angustia es
aquella capaz de aniquilar a una persona de un solo golpe,
dándole un knock-out instantáneo, fumigante, letal. "Por Dios,
ahora no" pensó. Un ataque de taquicardia la atacó
súbitamente. Escuchaba todos los sonidos que había a su
alrededor, desde el murmullo rápido del viento, hasta las
conversaciones de los demás. Todo parecía junto y revuelto.
Arethusa tomó su mano y empezó a masajear nuevamente su
muñeca, al ver que comenzaba a palidecer. Pronto, se reanimó.
Le sonrió a la ninfa en señal de agradecimiento. Sin embargo,
la angustia seguía: persistía incesante.
Vio a Julia. La niña comenzaba a llorar. Julia intentaba calmarla,
pero a cada movimiento, la niña lloraba más y más. María José
deseaba consolarla entre sus brazos, pero quizá en esos
momentos, ella necesitaba más que la consolaran. Además,
con su traje podría causarle un daño a su pequeña.
Pronto, el caldero cayó al suelo. Rodó varias veces, hasta
haberlos expulsado a todos de su interior. Una vez afuera,
volvieron a su tamaño normal. Examinaron la zona. Estaban
afuera de la choza de la bruja. Arethusa tocó la puerta. La bruja
les abrió rápidamente.
- Me alegra bastante que ya hayan llegado. Pasen, pasen.
No hay tiempo que perder.
Todos entraron al pequeño hogar. Los que no habían entrado
antes se horrorizaron al ver el lúgubre aspecto.
WĄŐŝŶĂ ϯϰϲ ĚĞ ϯϵϵ

- Ya casi está todo listo. Los esperaba unas horas más


tarde. Aún así, es bueno que hayan llegado a esta hora. Así
podremos hablar de su plan de ataque, porque tienen uno ¿no
es así?
Arethusa le contó los detalles del entrenamiento y cual era su
estrategia para vencer. La bruja asintió al ver que le habían
hecho caso con respecto a María José y observó el traje
minuciosamente.
- ¿Y si funciona? - preguntó la bruja, un tanto desconfiada
- Pruébalo tú misma, si quieres. - la retó Arethusa
La bruja se acercó a María José y por un momento dudó de
hacerlo. Sin embargo, segundos después, le tocó el brazo.
Todos se quedaron a la expectativa, esperando la reacción de
la bruja. Lentamente, la cara de Milenna pasó de la indiferencia
al sufrimiento y a la agonía. Cuando sintió que ya no podía
seguir resistiendo, quitó su mano y la puso sobre algo que
parecía ser una bolsa con hielo.
- ¿Qué le hiciste a ese maldito traje? - le preguntó Milenna
a Arethusa, molesta por la reacción que le había causado
- Le puse electricidad para que sea más fácil que mate a
su oponente.
- Vaya potente hechizo que usaste. Bien. Habrá un grupo
de personas que van a ayudarles. Me parece que no tardan en
llegar. Les pedí que vinieran antes.
Alguien tocó la puerta con fuerza. Todos se asustaron, por
creer que se tratara de algún intruso. Milenna lanzó una
expresión inentendible y les ordenó que se quedaran quietos
WĄŐŝŶĂ ϯϰϳ ĚĞ ϯϵϵ

en una esquina. El suspenso se hizo más fuerte. Todos sentían


como sus corazones latían al ritmo de los tambores en una
banda. Pum, pum. Los golpes eran más frecuentes. Milenna se
acercó a la puerta y se detuvo ahí, con una escopeta en la
mano.
- ¿Quién está ahí? - preguntó la bruja, con voz ronca.
- Somos nosotros. - dijo la voz de una niña, que, de pronto,
Lukas reconoció. Era su hermana, la pequeña Emily.
Todos respiraron tranquilos. Milenna abrió la puerta y un buen
número de personas entraron a la choza. Milenna volvió a
lanzar el hechizo inentendible sobre los recién llegados y les
pidió que se acercaran. Julia alcanzó a ver a Antonio entre la
muchedumbre que acababa de entrar y se abrió paso entre la
gente para poder estar cerca de él. En cuanto él la vio, también
hizo lo mismo. Se abrazaron. Lukas también corrió a abrazar a
su hermana menor.
Fue uno de los reencuentros más emotivos de la historia. Las
lágrimas entre los que se volvían a encontrar no se hicieron
esperar. Ese el ciclo: todo vuelve a su cauce, a su inicio, a su
punto de partida. El mito del eterno retorno se había vuelto
realidad. Una vez más. Aunque los que volvían a verse no eran
los mismos. Habían cambiado. Traían consigo algo diferente.
A pesar de que su diferencia con el pasado era mínima, existía
en ellos. Y es que cada día, cada año, cada segundo es vital
para la supervivencia. Ya decía Heráclito que nadie puede
bañarse en el mismo río dos veces porque las aguas nunca
serán las mismas. Ya ninguno de ellos podía ser el mismo. No
debía ser el mismo. Nadie se los hubiese perdonado.
WĄŐŝŶĂ ϯϰϴ ĚĞ ϯϵϵ

Antonio se acercó a María José con afán de abrazarla, pero


ella tomó sus manos para evitarlo.
- ¿Qué sucede? ¿No te alegra verme?
- Demasiado, papá. Pero no es recomendable que me
abraces.
- ¿Por qué no?
- Porque mi traje produce ciertos estragos fatales. Es para
vencer a nuestros enemigos. - Antonio hizo una mueca de
disgusto.
- ¿Y esa niña tan hermosa? - le preguntó a Julia, en cuanto
vio a Andrea.
- Es tu nieta. - le respondió Maurice, tomando la mano de
María José.
- ¿Mi nieta? ¿Su hija?
- Así es. Es hermosa, ¿no lo crees?
- Déjame cargarla. - le dijo a Julia.
Parecía que estaba al borde del llanto. Le habían dado una
noticia maravillosa en un momento un tanto inoportuno. Al
tener a la niña en brazos, sintió una oleada de sentimientos
encontrados. En esa pequeña criatura se reflejó la imagen de
María José recién nacida. El tiempo había pasado demasiado
rápido y los cambios fueron aún más imperceptibles al paso de
los años.
- Bien, basta de pláticas. No nos queda mucho tiempo.
¿Están listos? - preguntó Milenna. Todos asintieron - bien. Lo
que queda es ponernos de acuerdo. Los que se quedaron aquí
WĄŐŝŶĂ ϯϰϵ ĚĞ ϯϵϵ

defenderán por el frente norte y los que se fueron, por el sur.


Lukas, tú serás el encargado de ir a recuperar la alcaldía.
Maurice y María José, ustedes se encargarán del mayor rufián.
Tanto en la alcaldía como en su antigua choza, habrá gente
que los estará esperando para ayudarles a luchar.
- También habrá dos personas custodiando la choza
mientras Maurice llega a rescatar a María José. - intervino
Arethusa.
- Bien pensado. ¿Tienes alguna herramienta con la que se
puedan comunicar, por si llega a haber algún inconveniente?
- Ya está solucionada esa parte. Cada uno de ellos ya tiene
sus herramientas para comunicarse conmigo.
- Has hecho un buen trabajo. Te felicito. - le dijo la bruja,
dándole una palmada en la espalda. - Me temo que es hora de
irse. Ya no tardan en comenzar su festejo de cada viernes. Esta
es su oportunidad para atacar. Si no lo hacen ahora, después
será demasiado tarde.
- Pero ¿y nuestras armas? - preguntó Maurice.
- Lo lamento. Casi lo olvidaba.
Milenna buscó en un ropero viejo y polvoriento las armas. Sin
embargo, tardó varios minutos en encontrarlas. Tenía muchas
cosas guardadas en ese viejo armario, que sintió que nunca
encontraría lo que buscaba y que los había hecho regresar en
balde. El pánico se apoderó de ella al sentir que todo su plan
había fallado por culpa de su descuido. Pronto, vio que algo
resplandecía en un rincón. El alivio volvió a ella, al ver el brillo
de una de las espadas.
WĄŐŝŶĂ ϯϱϬ ĚĞ ϯϵϵ

Las sacó y las entregó a cada uno de los que iban a pelear. En
cuanto todos tuvieron la suya, empezaron a salir.
María José se acercó a Julia.
- Ustedes se quedarán aquí ¿verdad?
- Al parecer sí. - respondió Julia.
María José acarició las mejillas de su pequeña. Unas lágrimas
brotaron de sus ojos. Debía dejarle algún recuerdo de ella, por
cualquier cosa que llegase a suceder aquel día. Se miró.
Llevaba la medalla que Julia le había dado colgando en su
cuello. Se la quitó y la puso en las manos de su hija. Cuando
Julia vio esto, lanzó un quejido de dolor.
- ¿Qué haces? - preguntó Julia, tomando la mano de su
hija.
- Si algo me llegase a pasar, quiero que mi niña tenga un
recuerdo de su madre.
- La niña te necesita. No puede vivir sin ti.
- Para eso estás tú. Te harás cargo de mi hija por mí.
- Pero... quiero volver a verte. - dijo Julia, con la voz casi
quebrantada.
- Cuídate mucho, mamá. Y cuida a mi hija. Las amo a las
dos con todo mí ser. No lo olvides y no hagas que mi niña lo
olvide.
María José besó las manos de Julia y la frente de su pequeña.
Se volteó rápidamente para no verla a los ojos.
- ¿Hija? - intentó retenerla.
WĄŐŝŶĂ ϯϱϭ ĚĞ ϯϵϵ

Sin embargo, no volteó, sino que se alejó tan rápido como pudo.
Las lágrimas brotaban de aquellas tres generaciones. Julia
lloraba por el porvenir de su hija, de su pequeño retoño. María
José, por aquella insólita despedida. Andrea, por un súbito
cólico que comenzó a aturdirla. Las tres tenían dos
sensaciones mezcladas: temor y dolor.
Milenna tomó del brazo a Julia y la llevó a una especie de ático.
- En cuanto acabe todo esto, vendré por ustedes - le dijo la
bruja.
- ¿Y si viene alguien?
La bruja lanzó sobre ellas el mismo hechizo que les había
lanzado a todos, momento atrás.
- Así nadie podrá verlas.
- ¿Estás segura?
La bruja asintió y salió de la habitación. Julia se acomodó en
un viejo sillón amarillo. Acarició el rostro de su nieta,
provocando que minutos después se quedara dormida. Viendo
esto, la recostó en su pecho para que estuviera más cómoda.
La observó, mientras los recuerdos volvían a su mente.
El tiempo había pasado de manera casi imperceptible. Su
María José había crecido. Siempre había sido una niña
bastante fácil de cuidar. Cuando estaba en casa, leía algún
libro u observaba alguna planta. Y cuando estaba fuera, estaba
con Maurice en algún lugar cercano. Su fortuna fue verla crecer
en una inmutable felicidad. Creía tenerla a su lado por muchos
años, hasta que partió con Maurice a esa extraña aventura. Ahí
realmente sintió su supuesta pérdida, tal como lo sintió minutos
WĄŐŝŶĂ ϯϱϮ ĚĞ ϯϵϵ

atrás. ¿Volvería a verla después, cuando todo aquello hubiera


terminado?

21
Maurice tomó la mano de María José al ver que salía de la
choza de Milenna. Con la otra mano, le secó las lágrimas que
bajaban por sus mejillas. Después de esto, corrieron tras los
demás. Al llegar al centro, se escondieron detrás de un arbusto.
Arethusa, atenta a la situación, les dijo en voz baja:
- En cuanto yo les diga, empezará el ataque. ¿Están de
acuerdo? - todos asintieron
Observaron con calma la situación. Había miles de hombres
bebiendo, dándose fuertes palmadas entre sí, bailando unos
con otros, entre otras cosas. Todo esto les parecía grotesco.
María José se sentía indignada al ver como estaban tratando
su hogar. Lo habían vuelto un bote gigantesco de basura. Las
casas y las tiendas habían perdido sus colores. Ahora eran
grises completamente. Ya casi no había plantas y árboles y las
pocas que había estaban secas. ¡Y pensar en cuanto tiempo
les había costado cuidar cada rincón de su hogar! Ahora lo
habían estropeado.
De pronto, alguien habló más fuerte. Era Tomasz. María José
reconocía su voz con facilidad. Nadie puede olvidar la voz de
quien alguna vez lo dañó.
- Hoy se conmemora un gran día ¿no es así? - preguntó,
entre tragos y risas
- ¿Por qué? - le gritó un hombre desde el otro lado
WĄŐŝŶĂ ϯϱϯ ĚĞ ϯϵϵ

- Porque hoy se cumplen un año y medio en que esos


miserables nos dejaron el control de la aldea. Es una noticia
maravillosa que merece que sigamos festejando.
- ¡Ahora! - les indicó Arethusa.
- Eso ya lo veremos - dijo Maurice, saliendo de su
escondite.
Tomasz palideció al verlo. No esperaba que regresaran. El
hechizo que el camaleón había hecho parecía ser muy potente.
- ¿Qué haces aquí? - preguntó, un tanto confuso
- Vine a recuperar lo que es nuestro.
- No hay nada suyo aquí - lo retó - ¡Ataquen! - les gritó
Tomasz a sus amigos
Pero todos sus amigos ya estaban demasiado borrachos para
mantenerse en pie. Entonces, los recién llegados supieron que
ya había llegado la hora de atacar. Sacaron sus espadas y
empezaron a degollar gente. Tomasz, al ver lo que estaba
pasando, huyó.
Maurice corría de un lado a otro con María José a su lado.
Nunca habían pasado por algo similar. Ambos sentían
demasiada adrenalina en su interior, pues sabían que quizá
nunca volverían a vivir algo igual. Ni siquiera cuando se
embarcaron a la aventura de las sirenas se habían sentido así.
Pero ¿qué diferencia había entre las dos aventuras, si parecían
tener el mismo objetivo? Quizá, era el hecho de que en esa
nueva misión, sus contrincantes eran de la misma condición
que ellos, lo que parecía ser más fácil a grandes rasgos. Ahora,
dependía de su fuerza corporal completamente. Ya no
WĄŐŝŶĂ ϯϱϰ ĚĞ ϯϵϵ

dependía únicamente de su fuerza de voluntad, sino de lo que


habían podido entrenar. Aunque le estaban causando la
muerte a otros individuos, sentían cierta paz al creer que lo
estaban haciendo por defender un ideal.
Sin embargo, esta fascinación les duró poco rato, ya que
Arethusa llamó a María José. La hora de enfrentarse a su
mortal enemigo había llegado. Su corazón latía fuertemente.
Ese momento debía ser clave para que entregasen la aldea lo
más pronto posible. No podía fallar. Aunque sentía como el
miedo se apoderaba de cada milímetro de su piel, tenía que
armarse de valor. Al final de cuentas, sabía que no todo podía
ser miel sobre hojuelas. Debía haber algo que arruinara la paz
en su vida. Le indicó a Maurice que ya era hora. Él también se
estremeció. Maurice le rodeó la cintura con la mano izquierda,
mientras que con la derecha seguía matando gente.
Llegaron hasta el lugar donde estaba Arethusa. Juntos,
corrieron hasta la choza que Maurice había construido. Pum,
pum, pum. Sus corazones latían como estruendos en medio
del mar. Pronto, María José sería acorralada como un ratón por
su presa. A pesar de que ya sabía cuál sería su misión especial,
no se sentía preparada aún. Nadie podría sentirse preparado
para un momento en el que quizá la muerte arrebate el aliento
de la vida y lo lleve consigo. Y es que son pocos los que, por
voluntad propia se presentan ante la Parca y le piden que los
lleve a cambio de que más personas puedan seguir sus
caminos de vida.
María José vio la choza a lo lejos. Realmente, pocas veces la
había visto a la luz del día. Maurice siempre la llevaba a verla
cuando era de noche. ¡Era divina! Pero un pensamiento fugaz
WĄŐŝŶĂ ϯϱϱ ĚĞ ϯϵϵ

pasó por su mente: en esos momentos ya debía estarla


habitando. Los tres deberían estar viviendo ahí, sin que
hubiese amenaza alguna. Una ola melancolía la recorrió de
pies a cabeza. Sin embargo, no podía darle el privilegio de
sentirse mal a quien los estuviera controlando. Si había
aceptado esa cláusula, la acataría tranquila y serena, con la
firma convicción de que no se saldrían con la suya. Resistiría a
ello. Y volvería a ser feliz como antes.
Llegaron a la puerta de la cabaña. María José respiró
hondamente. Maurice la sujetó fuertemente.
- Escúchame bien: tienes que resistir a esto. Volveré por ti.
Lo prometo. Mientras tanto, quédate tranquila. Nada malo va a
sucederte. En cuestión de un abrir y cerrar de ojos, volveré a
estar contigo.
- Está bien, cariño. Te lo prometo. Cuídate mucho también
tú. No quiero perderte. Te amo, cielo.
- No más de lo que yo a ti.
Maurice la estrechó fuertemente contra sí, como nunca lo había
hecho y quizá como nunca lo volvería a hacer. Ella acarició la
espalda de su amado. Él quizá estaría más nervioso que ella,
o incluso más presionado. Pero ¿cómo podía hacer para
tranquilizarlo, si ella estaba igual?
En cuanto se soltaron, Maurice tomó su rostro entre sus manos
y, a comparación de otras veces, sólo se dedicó a acariciarlo y
a observarlo lentamente. Pocas veces había dedicado unos
minutos a grabar aquel rostro en lo más profundo de su ser.
¿Por qué? Porque estaba tan acostumbrado a verla diario, que
no lo creía necesario. Sin embargo, ahora que no sabía que
WĄŐŝŶĂ ϯϱϲ ĚĞ ϯϵϵ

pasaría con ambos, creía que era el mejor momento para


hacerlo.
Ella se acercó a él. Lo besó tiernamente. Quizá fue un
momento demasiado efímero a comparación de los otros roces
que sus labios habían tenido. Pero fue el que más grabado se
quedaría en su memoria, más que el rostro, más que el abrazo
o más que haberla tocado.
Al soltarse, María José dirigió una leve sonrisa a Maurice y se
alejó de él, instalándose en el porche de la cabaña. Maurice
dejó su brazo estirado unos minutos, esperando a que ella
regresara, pero no lo hizo. María José seguía firme en su
objetivo.
Arethusa, que se había quedado cerca de ellos, se acercó a
María José. Le tomó las manos de forma nerviosa.
- Ten mucho cuidado, amiga. No queremos que te hagan
daño.
- Lo tendré. No te preocupes. Cuida a mi marido, te lo
suplico.
Arethusa la abrazó con fuerza. En esa joven había encontrado
algo que quizá no hubiese encontrado en un humano
cualquiera: una amistad sincera. Debía hacer lo imposible para
llegar a tiempo, justo a tiempo. Incluso un segundo de demora
podría arruinarlo todo.
- Vámonos, Maurice. Ya no hay tiempo que perder.
- Te quiero mucho, amiga. - le dijo María José, tomando su
mano.
- Yo también, amiga. Ten mucho cuidado.
WĄŐŝŶĂ ϯϱϳ ĚĞ ϯϵϵ

Ambas se soltaron. María José se quedó mirando como se


alejaban hacia el centro de la aldea. Suspiró. Al menos tenía el
buen presentimiento que llegarían antes de que cualquier
tragedia llegase a pasar. Tomó una bocanada de aire y la soltó
casi de inmediato. Suspiró otra vez.

22
Entró a la choza. Vio que los muebles estaban llenos de polvo.
Observó las paredes. Los finos detalles de flores estaban
trazados delicadamente con pincel. En las escaleras, había
relieves de ondas y de hojas. Maurice se había esforzado
bastante en construir y arreglar su casa. Era divina. Recordó
cuantas veces, mientras a ella le medían el vestido, o la
llevaban a que supervisara las cosas de la boda, Maurice se
quedaba en ese lugar a construir y adornar su nuevo hogar.
Era lo que tantas veces habían soñado. Pero como siempre,
les habían estropeado sus planes.
Conforme iba caminando alrededor de la casa, se percataba
de que alguien había estado entrando en ella. Había alrededor
de cien botellas de cerveza tiradas en el piso, más otros
envases de bebidas alcohólicas en los muebles de la cocina.
Parecía que alguien visitaba aquel lugar con frecuencia. Pero
¿con qué motivo? Ellos no eran personas conflictivas que se
entrometieran en la vida de los demás. O al menos eso creía.
Por estar observando las cosas que había en la casa, no se
percató que ahí estaba Tomasz, siguiéndola sigilosamente. La
veía con la misma mirada depravada de siempre. ¡Cómo no
podía hacerlo! Si aquella vestimenta la hacía lucir fenomenal.
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Cada día, cada mes, cada año se volvía más atractiva.


¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que la tuvo
tan cerca? ¿Dos años? Era ya bastante tiempo. En realidad, de
todas mujeres a las que les había hecho lo mismo, María José
era la que le seguía causando las mismas emociones.
Normalmente, con las otras mujeres, se le pasaba después de
consumar el acto. Pero con María José había pasado lo
contrario. Con ella había aumentado el deseo. No sabía, a
ciencia cierta, que tenía ella que lo había vuelto loco, pero de
que había algo que la ataba a ella, lo había. Ahora, sólo tenía
una obligación: gozar aquel momento.
En cuanto ella se detuvo a contemplar una fotografía, Tomasz
la jaló del brazo y la puso frente a él.
- Por fin, amor mío. ¿Me extrañaste?
- ¿Qué-qué ha-haces aquí? - preguntó María José
titubeando, al ver que la tenía tomada del brazo y no le pasaba
nada.
- Esperar a que este maravilloso reencuentro pasara. ¿No
estás feliz?
- ¡Suéltame! - gritó, soltando su brazo de un golpe.
- ¡Jamás! Han pasado dos años desde la única y última vez
que nos divertimos. ¿Acaso crees que te dejaría ir tan
fácilmente?
Sin embargo, al volverla a agarrar, comenzó a retorcerse de
dolor. ¿Qué estaba pasando? Nunca había sentido un dolor
similar. Ni siquiera el día que las rocas del río destrozaron cada
miembro de su cuerpo. La soltó por un instante para tratar de
aliviar su sufrimiento. Ella aprovechó para escapar. Corrió de
WĄŐŝŶĂ ϯϱϵ ĚĞ ϯϵϵ

un lado a otro, mientras Tomasz intentaba atraparla. Parecía


ser bastante ágil. Eso le costaría bastante trabajo. Debía
conseguir la forma de mantenerla tranquila, mientras él hacía
lo suyo. ¿Cómo lo lograría? La última vez la tenía sometida
contra un árbol, pero ahora, ella no se dejaba someter. Se
había vuelto más fuerte.
María José estaba aterrada. Las imágenes del primer ataque
pasaban por su mente, como si las estuviera viviendo de nuevo,
aunque no estaba cerca de él. Ahora, ella parecía tener cierta
ventaja en aquella temible escena. Sin embargo, parecía que
estaba reviviendo las caricias sucias y que aquellos labios
estaban rosando de nuevo por su piel. No podía dejar que ese
momento volviese a suceder. No debía permitir que Tomasz
volviera a abusar de ella, como lo había hecho aquella vez.
Intentó salir de la cabaña, pero Tomasz volvió a tomarla del
brazo y la llevó hacia sí. La acorraló y la recostó sobre la mesa.
- No te escaparás de mí. No voy a dejarte ir hasta calmar éste
deseo que me está matando.
Dicho esto, la besó, mordiendo fuertemente los labios de María
José. Ahora, era ella quien sangraba. María José tenía que
hacer algo para librarse de él. Así que terminó por patearlo en
la entrepierna, en sus partes íntimas. Tomasz lanzó un alarido
y la dejó libre.
- Eso es lo que tú crees.
Se bajó de la mesa. Subió corriendo al siguiente piso. Tenía
que encontrar un buen escondite para librarse de él. Encontró,
de pronto, un pequeño hueco en el armario. No sabía si cabría
ahí dentro. Pero debía intentarlo, si no quería caer presa en los
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brazos de aquel hombre. Se metió. Allí esperó la siguiente


jugada, mientras trataba de limpiar la sangre que se vertía de
su labio.

23
Maurice y Arethusa corrían rápidamente a través del bosque.
Sentían que el tiempo se les iba y que su misión no se iba a
completar. La adrenalina subía a cada parte del cuerpo,
obligándolos a no detenerse. Cualquier segundo valía oro.
Arethusa sintió que algo le brotaba en la espalda. Le dolía.
Pero eso no le impedía seguir corriendo, al contrario, la hizo
apresurar el paso.
Al no sentir más dolor, volteó a ver su espalda y vio que tenía
de nuevo sus grandes y majestuosas alas.
- Maurice, detente. - le ordenó.
- ¿Qué sucede? - al ver las alas, sonrió - ¡genial!
- Dame la mano.
Se la dio. Lo jaló rápidamente. Emprendió el vuelo hacia arriba.
Maurice estaba impresionado por la fuerza tan repentina que
había adquirido la ninfa. Vio hacia abajo. En todas partes había
manchas rojas y cadáveres degollados o mutilados. Habían
estado haciendo un buen trabajo. Sin embargo, aún les faltaba
mucho por hacer. No podían darse por vencidos tan rápido. No
sabían en qué momento los demás comenzarían a contra
atacar. Por ahora, ellos tenían ventaja. Pero aún no podían
cantar victoria.
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Aterrizaron en el centro de la aldea. Maurice se apresuró a


desenvainar su espada al ver que un grupo de hombres se
acercaba a ellos. Peleó con uno, con otro y con otro más. En
cuanto acabó con ese grupo de hombres, peleó contra otro
más. No sabía de donde habían surgido tantos hombres. Hasta
donde recordaba, no habían llegado tantos pobladores a
Corelia, en cuanto ellos regresaron. Eran mucho menos de los
que continuamente aparecían. Parecía que se habían
multiplicado.
A lo lejos, alcanzó a ver a Lukas, peleando furiosamente contra
una multitud. Volteó a otro lugar y vio a André. Así, lentamente
pasó lista de cada uno de sus hombres. No había muerto nadie
de los suyos. Eso le tranquilizaba un poco. Pero ¿qué no había
varios de ellos que tenían que quedarse en la alcaldía luchando?
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué se encontraban ahí? No
podría averiguarlo en ese momento. Debía seguir peleando
contra sus enemigos.
Siguió peleando lentamente. Esa batalla parecía no tener fin. A
cada rato aparecían más y más hombres, lo que le impedía
alzar la mirada. Sin embargo, en cuanto miró de reojo hacia un
extremo del prado, vio algo raro en un árbol. Había un relieve
poco común en el tronco. No es que conociera todos los
árboles que había en la aldea, pero la mayoría de ellos tenían
la misma forma en sus troncos. Sin embargo, en ese tronco,
había algo que sobresalía prominentemente. Un mal
presentimiento lo invadió.
- Arethusa, hay algo en aquel árbol.
Ella lo vio. En efecto, ningún otro árbol tenía un relieve similar.
Lo observó detalladamente hasta que vio que era el viejo
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camaleón traidor. Le resultó bastante extraño que estuviera ahí.


Estaba tramando algo contra ellos. Debía detenerlo cuanto
antes. Pensó en varios hechizos, pero ninguno le resultaba lo
suficientemente potente para poder acabar con él de una vez
por todas. "Has cualquier hechizo que te salga realmente del
corazón" le susurró una voz en su interior. Era Milenna.
Entonces, el hechizo nació en lo más profundo de su ser.
- ¡Destructo! - gritó lanzando una roca hacia el árbol
La roca atravesó aquel prado donde se encontraban, dejando
en el trayecto a muchos hombres de los opresores muertos.
Golpeó el árbol donde se encontraba el camaleón y se escuchó
un alarido de dolor. El camaleón volvió a su color natural y
percibieron que se encontraba partido a la mitad.
Al ver que el animal se encontraba ya muerto, a los que habían
invadido la aldea se les abrieron los ojos, puesto que el reptil
los tenía bajo un hechizo hipnótico que les impedía distinguir
entre lo bueno y lo malo. Viendo todo el daño que habían
causado, imploraron su perdón.
Maurice y su grupo se detuvieron ante los clamores.
- ¿Cómo sabremos que no es una trampa? - preguntó
Maurice, aun con un hombre sujeto de los brazos.
- El reptil ese se encargó de atraernos a todos hacia sí, con
una extraña poción. Así quedamos hipnotizados.
Maurice se quedó interrogándolos. Tenía que encontrar el
fundamento de todo aquello que había causado tanto mal.
Mientras Maurice preguntaba, Arethusa recibía un mensaje en
su oído.
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- Arethusa, soy Anne. Se ve que está pasando algo extraño


en la cabaña. María José no ha dejado de gritar en un buen
tiempo. Dense prisa antes de que algo malo pase.
- Entendido, vamos para allá. Maurice - le dijo, jalándolo del
brazo - vámonos, tu esposa está en peligro.
- Lukas, encárgate de cuidar de que no hagan nada malo.
Voy a rescatar a mi damisela.
Sujetó la mano de Arethusa. La ninfa abrió sus alas y
emprendió el vuelo cuesta arriba.

24
Milenna, junto con Lukas y otros hombres se dirigieron a la
alcaldía. A Lukas le extrañaba mucho que se dirigieran hacia
allá. Por el poco tiempo que llevaba viviendo allí, se dio cuenta
que aquel lugar a donde se dirigían era el más pacífico de toda
la aldea. Realmente, ahí no hacían absolutamente nada por
alterar el orden de la aldea. Pocas veces vio a más de diez
hombres ahí dentro.
- ¿Por qué nos dirigimos hacia allá? - le preguntó a la bruja
- Porque tomaron las instalaciones de la aldea y tienen
como rehén a Erline. No quiero imaginar todo lo que le han
hecho al pobre hombre.
En cuanto estuvieron frente al edificio, observaron a través de
la ventana de aquella choza. Ahí, vieron a un buen grupo de
hombres con Erline en el centro. El camaleón traidor se
encontraba sobre uno de los hombres más altos, contemplando
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el espectáculo. Sujetaban a Erline del poco pelo que le


quedaba y le metían la cabeza en un balde con agua hirviendo.
- ¿Quién es tu rey? - le preguntaban burlándose.
- Yo tengo cuatro reyes que regresarán por mí y por mi
aldea.
- ¡Ellos se largaron y los dejaron aquí!
- Pero van a volver. Estoy seguro que no tardan en llegar y
los van a echar a todos ustedes de aquí.
- ¿Por qué no admites de una buena vez que nosotros nos
hemos convertido en tus superiores?
- ¡Porque jamás lo serán! Mis reyes vendrán y acabarán
con ustedes.
- Llevas casi dos años diciendo lo mismo y no han
regresado tus reyes.
- Y no regresarán nunca porque los mandé muy lejos, a un
lugar de muerte y perdición. Más te vale que no los esperes de
pie, te vas a cansar. - dijo el camaleón.
Todos rieron a carcajadas. Cuando estaban a punto de meter
la cabeza de Erline a la cubeta, Lukas desenvainó la espada y
dio un paso al frente.
- Temo decirles, señores, que se equivocan. Hemos
regresado para recuperar lo que nos han arrebatado. Así que
más les vale rendirse ahora por las buenas.
- Ustedes no nos van a mandar. ¡Aquí mandamos nosotros!
- Bien, pues, ya que no nos dejan más remedio, ¡al ataque!
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Empujó a Erline hacia otro lugar y empezó a aniquilar hombres.


Los que venían con Lukas lo imitaron. El camaleón, al ver que
su plan resultó fallido, intentó huir, sin embargo, Milenna lo
detuvo con un hechizo.
- ¿Con que querías huir?
- Tú no podrás detenerme, vieja bruja.
Mientras los otros se dedicaban a luchar con espadas y palos,
el camaleón y Milenna se dedicaron a pelear por medio de
hechizos.
El reptil poco a poco fue debilitándose, mientras que Milenna
ganaba más fuerza cada vez. El camaleón no lograba
explicarse como era que lo estaban derrotando si últimamente
había estado practicando el mayor tiempo posible. Pasaba días
y noches revisando hechizos nuevos y ensayando los que aún
le fallaban. Sin embargo, ahora, una vieja le estaba ganando la
batalla. No podía permitirlo. Debía lograr vencerla. Pero ¿cómo?
Si estaba gastando todos los recursos que le quedaban.
Repasó rápidamente todos los hechizos que sabía, hasta que
pronto encontró el ideal.
- ¡Desíntrega!
Milenna, que se encontraba distraída, no percibió el hechizo
que había recibido, hasta que sus manos y pies se empezaron
a convertir en cenizas. Poco a poco, todo su cuerpo se volvió
polvo. Pero aún quedaba su espíritu rondando en aquel lugar.
- ¡No! - gritó Lukas al ver que sólo quedaba la vestimenta
de la bruja en el piso
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- Sigue luchando. Aquí estoy, dentro de ti - dijo la bruja en


el interior de Lukas.
El camaleón, débil aún, hizo uso de su camuflaje para moverse
hasta el punto donde se encontraban los demás peleando.
Lukas, al ver que ya habían acabado con los hombres que
había en la alcaldía, liberó a Erline. Ambos improvisaron una
espada para el pequeño hombre.
Así, todos juntos se dirigieron al campo donde estaban
peleando todos.
El camaleón se posó en un árbol. Allí se dedicó a contemplar
la batalla. Estaba perdiendo. Eso le llenó de furia. No podía
dejar que los derrotaran. Al menos no tan rápido. Esos
hombres eran unos idiotas. Les había advertido una y otra vez
que no debían ponerse semejantes borracheras, porque no
sabían si en algún momento necesitaban luchar. Pero nunca le
hacían caso. Tomasz confiaba plenamente en él. Le había
hablado maravillas de los conjuros que había aprendido. Y
Tomasz se dejaba sorprender con facilidad. Tremendo idiota.
Por ello, todos sus hombres estaban siendo aniquilados.
Tenían como líder al más cretino y estúpido de todos. Tenía
que pensar en algo para poderle dar un giro a la batalla y que
sus hombres pudieran tomar ventaja.
El espíritu de Milenna vio que el camaleón estaba entre los
árboles y percibió que planeaba atacarlos a todos. Entonces
rápidamente se salió del cuerpo de Lukas y fue hacia el cuerpo
de Arethusa. Ahí le dio la orden y se puso feliz al ver como
había funcionado tan bien su consejo.
WĄŐŝŶĂ ϯϲϳ ĚĞ ϯϵϵ

Sin embargo, ahora le quedaba proteger a María José. Fue


hasta su choza por Julia y Andrea. Le pareció maravilloso ser
un espíritu. Ahora podía moverse con más agilidad que antes.
Entró a la choza. Fue al ático. Las encontró dormidas. Despertó
a Julia con sigilo.
- ¿Qué sucede? - preguntó Julia, consternada, buscando a
Milenna con la mirada. Sin embargo, no vio a nadie.
- No hay tiempo que perder.
- No te veo. ¿Dónde estás?
- Deshicieron mi cuerpo y ahora sólo soy un espíritu. Por
eso puedes oírme pero no puedes verme. Apresúrate, que
tenemos que ir por tu hija.
Julia se levantó rápidamente al oír esto. Sujetó bien a su nieta.
- Ahora necesito que sigas mi voz. Iremos a la choza de tu
hija pero tomaremos unos atajos.
Julia asintió. La bruja iba diciéndole hacia donde girar. En el
camino, se encontraron con Arethusa y con Maurice, que iban
volando sobre los árboles.
- ¡Maurice! - le gritó Julia, al verlo.
- ¿Qué hacen aquí? - le preguntó Maurice
- Fue Milenna por nosotras. ¿Qué está pasando?
- No lo sabemos, pero tu hija está en peligro. Ahorita vamos
a salvarla.
WĄŐŝŶĂ ϯϲϴ ĚĞ ϯϵϵ

25
María José estaba acurrucada en el hueco que había
encontrado en el armario. Su respiración era cada vez más
acelerada. Eso no estaba funcionado. Debía actuar cuanto
antes. Pero ¿qué debía hacer? Cualquier cosa podría resultarle
contraproducente. Escuchó los pasos de Tomasz en la
escalera. ¿Qué haría ahora?
- No te escondas. Sé que estás ahí. Si no sales ahora
mismo, te irá mucho peor. Te lo aseguro.
María José aguantó la respiración para evitar darle una pista
de su paradero. Las pisadas se acercaron aún mas. Su
corazón latía tan rápidamente que sentía que la delataría en
cualquier momento.
Tomasz movió las cosas del armario, hasta que por fin la
encontró. Lucía tan hermosa cuando estaba asustada, que
apenas y le dio tiempo de compadecerse de ella. Vio sus
grandes ojos llenos de miedo y angustia mirándolo fijamente.
Esperaban que él se apiadara de ella. Pero, por desgracia no
podría hacerlo. Aún le dolía el golpe que le había dado.
Deseaba que eso no fuera a afectarle al momento de tomarla
nuevamente.
María José lo miró furtivamente. Ahora si, todo había fallado.
Lo único que le quedaba por hacer era esperar a que Maurice
llegara rápido. Pero ¿cómo podría pedírselo, si ni siquiera tenía
los medios?
- Fue una mala idea que hayas intentado esconderte,
preciosa. Ahora, temo decirte que toda la compasión que pude
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haber sentido por ti, se ha esfumado. -la sacó del armario


jalándola fuertemente del brazo.
- No, Tomasz por favor, no lo hagas...
- Me engañaste y me cambiaste por otro. - la abrazó
colocándola fuertemente contra su pecho.
- Pero bien sabías que siempre amé a Maurice. Nuca te
engañé.
- Eso no cambiaba mi esperanza porque alguna vez me
amaras. Pero no pasó. Te largaste con ese animal. Lo
preferiste a él. - rodeó cuidadosamente el cuello de la dama
con ambas manos
- No podía evitarlo. Mi amor por él siempre ha sido infinito
e inagotable. No podía evitar seguir queriéndolo. Así como
tampoco puedo hacerlo ahora. Él es mi todo. Lamento tanto
haberte dado esperanzas de que alguna vez pudiera amarte a
ti. Amo a Maurice como jamás podría amar a alguien más.
- No puedo aceptar eso. Debes amarme a mí. ¿Me
entiendes? ¡Sólo a mí! - la besó, mientras apretaba con más
fuerza el cuello de la joven.
Ella comenzó a sentir como la respiración le faltaba. Así que
mordió a Tomasz para que soltara sus labios. Era lo único que
le quedaba por hacer en esos momentos, si deseaba seguir
con vida. Él la soltó completamente. Ella comenzó a gritar al
recordar que Anne y Christian estarían cerca y que le avisarían
a Arethusa cualquier peligro. Tomasz sintió de pronto, como
todas sus fuerzas se habían agotado. "Ese camaleón inútil no
pudo hacer nada bien" pensó, al recordar como el reptil le había
prometido que sería el más fuerte de todos. Sus labios
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sangraban. Los gritos de María José comenzaban a aturdirle.


Debía pararlos. A toda costa.
- ¡Cállate ahora! - le gritó estrellándola contra un espejo de
cuerpo completo.
María José sintió como de su cabeza escurrían chorros de
sangre. Eso le había dolido bastante. "Maurice ¿dónde estás
cuando te necesito?" pensó. ¿Por qué tardaba tanto en llegar?
Ese hombre estaba a punto de matarla.
A pesar de que estaba un poco mareada, corrió al otro lado de
la habitación. Tomasz la alcanzó y sujetó su cintura. Pero los
toques eléctricos de su traje se volvieron más fuertes y él no
podía resistirlos. Entonces regresó al espejo y tomo un gran
trozo de vidrio que se había desprendido. Lentamente, se
acercó a María José, amenazándola. Llegó un punto en el que
no podía escapar. Se encontraba acorralada entre un mueble
y la pared. La cabeza le sangraba. Se sentía muy mal. Sentía
como pronto se desvanecería y ese hombre haría con ella lo
que quisiera. Estaba completamente loco. Incluso más loco
que antes. Había enfermado por su culpa y ya no podía
remediarlo. Lo vio a los ojos. Estaban girando en diferentes
órbitas. En cuanto menos lo imaginó, él se aventó hacia su
cuerpo.
María José no alcanzó a percibir más. Tomasz volvía a
acariciarla como lo había hecho aquella vez. Sus movimientos
eran más violentos. En cuanto vio que Tomasz había terminado,
sólo sintió como Tomasz incrustó fuertemente el vidrio en su
vientre. Tomasz lo había logrado. Había acabado con ella. Sus
ojos se dirigieron a la puerta, de dónde vio entrar a Maurice, a
Arethusa y a Julia, con su hija.
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- ¡Alto! - gritó Tomasz al verlos.


Tenía a María José sujeta del vientre herido y con la otra mano
se encontraba sujetando el vidrio contra el pecho de la joven.
Los toques eléctricos lo estaban matando. Pero no debía dejar
que se notara. Así acabarían con él en un abrir y cerrar de ojos.
Maurice vio la herida de María José y como ella tenía la mirada
agonizante, en busca de auxilio. Tenía que quitársela
rápidamente, antes de que aquel hombre acabara con ella.
- ¡Suéltala!
- No lo haré. Ella es mía.
- No resistirás mucho tiempo. Suéltala.
En efecto, la potencia de los toques era cada vez más fuerte.
Ya no sabía que hacer. Sentía su espíritu salir de nuevo de su
cuerpo. Y eso no era lo que deseaba. Realmente, no lo
deseaba así. Pero no le quedaba de otra. Era algo inevitable.
Lo único que lo consolaba era que ahora ella se iría con él.
- Con que la quieres ¿eh?
- Dame a mi esposa en este instante.
- Ahí tienes a tu esposa.
Tomasz le incrustó el vidrio en el pecho, justo a la altura del
corazón. María José soltó un alarido de dolor. Tomasz la dejó
caer y después trató de huir. Sin embargo, Maurice se
abalanzó contra él, realmente furioso. Le había querido quitar
a su esposa. Pero no lo lograría. Tomó otro trozo de vidrio y lo
apuñaló varias veces con él. Arethusa se acercó a María José
antes de que cayera al suelo y sujetó su cuerpo con fuerza. La
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sangre le chorreaba por todos lados. Estaba sumamente herida.


Tenía que actuar cuanto antes, pues se encontraba
agonizando. La inspeccionó para ver por donde comenzaría a
curar. Sin embargo, pudo notar que las heridas eran muy
graves. No tardaría ni un minuto en morir.
- Vamos, amiga, resiste.
- Ya no puedo más... Estoy destruida« Cuida a mi hija. Te
lo suplico« Por piedad« No quiero que se quede sin una
figura materna«
- ¿Y qué pasará con los demás?
- Cuídalos a todos.
- Hija, hija mía. Por favor. No te rindas, princesa.
- Mamá... mi hija... no quiero que me vea morir. Llévala a
otra parte. Sé una buena abuela con ella. Críala como me
criaste a mí. Enséñale el valor de la amistad y del amor. Confío
en ustedes. Sé que harán un buen trabajo con mi pequeña.
Ámenla y no dejen que se olvide de mí ni de cuanto la ame.
- Cuenta con ello, pequeña. Pero trata de resistir un poco
más. - le dijo Arethusa.
- Maurice, Maurice. - le llamó al verlo furioso arrematar
contra el cuerpo de Tomasz.
Él, quien acababa de apuñalar a Tomasz al menos unas veinte
veces, se acercó rápidamente. Sujetó sus manos. Había
llegado demasiado tarde. Y no podría remediarlo.
- Amor, amor mío. No me dejes solo. ¡Me prometiste que
estarías a mi lado por siempre!
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- Y lo estaré. Ahora te cuidaré desde una dimensión


celestial. Cuida a nuestra hija, cielo. Te necesita a ti mas que a
nadie. Quiérela como me quisiste a mí. Prométeme que la vas
a cuidar, que no permitirás que le pase nada malo.
- No puedo hacerlo, mi cielo. Te necesita tanto como te
necesito yo. Por favor, quédate conmigo. No puedo quedarme
sin ti un momento.
- Pronto encontrarás a alguien quien te ame tanto como yo
lo hice.
- Pero como tú no hubo, ni habrá ninguna mujer.
- Lo harás. Sé que serás un buen padre para nuestra
pequeña. Por favor, prométeme que vas a cuidarla y que no
vas a hacer nada malo. Por favor... Te lo suplico«
- Te lo prometo...
- Eso es lo que quería escuchar antes de irme. Te amo, mi
amor. Recuerda que en mi corazón viviste siempre y en él te
quedaste hasta este momento en que dejará de latir.
Dicho esto, expiró. Maurice, en un ataque de histeria, lanzó un
grito de horror.
- ¡No! - gritó fuertemente. - ¡Otra vez no! Arethusa,
Arethusa, sé que tu podrás ayudarla. Lo hiciste la vez pasada.
Haz que reviva. Por favor. Te lo suplico.
Pero la ninfa no reaccionaba. Tenía en sus manos el pedazo
de espejo con el que Tomasz le había quitado la vida a María
José y veía fijamente el espejo del que habían quitado el vidrio.
- ¿De dónde sacaste ese espejo? - le preguntó a Maurice.
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- ¿Qué? Vamos, ahora no es tiempo para responder.


¡Revive a mi esposa!
- ¡Necesito saber de donde sacaste ese maldito espejo!
- No lo sé. Me lo regalaron, quizá.
- ¿Quién fue? - preguntó la ninfa, un tanto alterada
- ¡No lo sé! - Maurice caminó en círculos a través de la
habitación. - me lo enviaron envuelto y me pareció correcto
ponerlo aquí. Ahora salva a mi esposa.
- ¿Qué no ves? Este espejo es el que estaba en el castillo
de la prueba final de la aventura con las sirenas.
- ¿Y eso que tiene que ver?
La ninfa volteó el espejo y le mostró una inscripción en la parte
inferior del marco. "Quien a causa de este espejo muera, su
alma no debe ser retornada al cuerpo".
Maurice cayó de rodillas en el suelo. Se cubría la cabeza con
ambas manos, queriendo forzar al dolor a no salir. Lloró, quizá
por no haber llegado a tiempo y por haber dejado que ese
asqueroso gusano acabara con su amada. Volteó a ver el
cadáver de su amada. Había golpes en su rostro. Había sufrido
bastante antes de morir. Arethusa se hincó junto a Julia y el
cadáver de María José. Sujetó una de las manos de la muerta.
Por primera vez en muchos años pudo llorar por lo que estaba
viviendo. Julia presionó a la pequeña Andrea, queriendo
arrullar a su hija.
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ANAj¡J@
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1
La escena de dolor que se veía en ese momento era
conmovedora. El espíritu de María José salió del cuerpo, como
lo había hecho en la prueba final de las sirenas y se puso detrás
de Maurice. Lo abrazó. Pero él no podía sentirla. Estaba
ensimismado en su dolor. La había perdido para siempre. Todo
había sido culpa, por no insistir en quedarse con ella todo ese
tiempo. Se acercó al cadáver. Lo cargó y lo colocó sobre la
cama. Acarició sus labios, sus mejillas, su sien ensangrentada.
Siguió haciendo caricias por todo su cuerpo, hasta llegar a su
pecho, donde estaba la herida que le había dado muerte. Era
justo en el corazón, porque a ella, con su noble carácter, no
podrían herirla tan profundamente, sin que se le olvidara horas
más tarde.
Se acostó sobre el cadáver herido. Arethusa y Julia se sentaron
al borde de la cama, llorando silenciosamente. Se escucharon
pisadas en las escaleras. Lukas y el resto de los vencedores
estaban en la puerta, confundidos al verlos así.
- ¿Qué pasó aquí? - preguntó Lukas al ver el cadáver de
Tomasz en el suelo. - Si ya mataron a ese rufián, ¿por qué
están así?
- No creo que quieras saber.- musitó Maurice, con la voz
quebrantada.
- ¿Por qué no? ¿Qué hizo? ¿Por qué María José está así?
- ¡La mató! ¡La mató! - gritó Julia. - Mató a mi hija.
Antonio se abrió paso entre los que estaban en la puerta. Vio
la sangre y la cabeza ensangrentada del cadáver de María
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José. Se sentó junto a Julia, abrazándola. Lloró en silencio con


ella.
Lukas se dejó caer de rodillas al suelo. La noticia le había
impactado profundamente. María José, la mujer a la que había
considerado el amor de su vida, o mejor dicho su amor
imposible, estaba tendida en la cama, inconsciente e incolora.
No tenía ya sueños, ilusiones o razones para sonreír. No tenía
ya sentimientos, emociones o pasiones. Era un cuerpo inerte y
ensangrentado, que alguna vez tuvo el espíritu de la mujer más
dulce del mundo entero. No era más que espíritu. Había dejado
la pesadez y visibilidad de un cuerpo por convertirse en un
espíritu liviano e invisible
- ¿Por qué nos hiciste esto? ¿Por qué? - preguntó Lukas,
al acercarse al cadáver.
Dicho esto, se sumó al llanto de los demás, sujetando una de
las manos del cadáver vacío.

2
El espíritu de María José, que seguía ahí, observando la
escena, intentó responderle a Lukas, pero de su boca no salían
palabras. No podía pronunciarlas. Se sintió mal, de pronto.
- No te sientas mal. Esto debía pasar algún día - le dijo una
voz al espíritu de María José. Volteó la mirada para ver quien
le estaba hablando, y, al darse cuenta que se trataba de
Milenna, se sorprendió.
- Milenna ¿cómo tu si puedes escucharme?
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- A mí me pasó lo mismo que a ti. A mí también me mataron.


No hay de que preocuparse. Maurice aprenderá a vivir sin ti.
- ¿Cómo lo sabes?
- Estuve analizando todas las posibilidades para que
pudieran despojar la aldea de esos canallas. Entonces, me di
cuenta que alguno de los dos tenía que morir para que resultara
el plan. Los dos eran bastante fuertes. Tenía que recurrir a las
cartas para desarrollar entonces un plan. Y ¿sabes que fue lo
que pasó?
- ¿Qué cosa?
- Tanto la bola de cristal como las cartas me presagiaban
este momento. Aunque poco tiempo después, la bola me
mostraba a tu hija, ya mayor, y a Maurice felices caminando
por las praderas.
- ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que Maurice me
olvide?
- Nunca te olvidará. Pero te llevará dentro de sí. El amor
verdadero puede empezar, pero nunca verá su fin. Quien ama
de verdad, aprenderá a mantener viva la llama del recuerdo de
su verdadero amor. Y de eso, tendrás que encargarte tú, ahora
en tu nueva vida. Es hora de irnos.
- ¿A dónde vamos?
- ¿No quieres volar con esas alas tan bonitas que te han
regalado?
María José volteó ligeramente para ver su espalda. De ella,
brotaban unas grandes y majestuosas alas de ángel. Por un
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momento, se dispuso a arrancar el vuelo, pero volteó a ver a


los demás.
- ¿Qué pasará con ellos? - le preguntó a Milenna
- Déjalos sanar su dolor. Ya se acostumbrarán a vivir sin ti.
Pero para eso, necesitan tiempo.
María José los miró con melancolía. Pero Milenna tenía razón.
Abrió las alas y salió volando con la bruja al lado.

3
El silencio se volvió áspero, pesado y abrumador en aquella
habitación. Nadie se atrevía a decir una palabra. Las horas
pasaron lentamente en aquel umbral de dolor. El crepúsculo
alumbraba pesadamente la habitación. Una ligera lluvia cayó
sobre los prados y valles de Corelia, llevándose toda la sangre
que había sido derramada. Maurice seguía con el mismo dolor
atormentando su corazón. Había tomado la fotografía de su
boda y la apretaba contra su pecho con fuerza.
Los hombres que habían entrado en la choza, salieron
lentamente con el paso de las horas, dejando únicamente a
Maurice, a Julia y a Arethusa acompañando el cadáver de
María José. Violeta se acercó a Maurice con la niña en brazos.
- Nos llevaremos a la niña a la casa mientras vemos que
haremos con el cuerpo de María José
Pero Maurice no dijo una sola palabra. Seguía estupefacto
viendo el cadáver de su esposa. Donna jaló a Violeta del brazo.
Ambas se fueron.
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Julia y Arethusa limpiaron la sangre del cuerpo de María José.


Maurice sólo las observaba. En esos momentos, reafirmó la
idea que le había surgido cuando la vio muerta a las afueras
del castillo: aun muerta se veía hermosa. Varias veces le había
dicho que parecía un ángel, pero nunca se imaginó que se iba
a convertir en uno tan rápido. Deseaba tanto tenerla a su lado
una vez más para poder sentir su abrazo. Ya no lloraba. Pero
la pena seguía invadiéndolo. ¿Por qué había tenido que morir
ella y no él? ¿Por qué debía quedarse en aquel mundo cruel y
vacío? Si no tuviese a su pequeña hija de por medio, ya se
hubiese dado un tiro. Pero ahí estaba la pequeña. Y le prometió
a su María José que la cuidaría. Ahora ella debía ser su vida.
- ¿Qué haremos con ella, Maurice? - preguntó Julia.
- Debemos enterrarla. El cuerpo comenzará a
descomponerse en poco tiempo. - opinó Arethusa.
- Está bien. La enterraremos. Pero será mañana. Quiero
tenerla a mi lado una noche más.
- ¿Estás seguro?
- Completamente. Quiero sentirla junto a mí una noche más,
mientras asimilo su pérdida.
- ¿Te molestaría si nos vamos a nuestras casas? -
preguntó Julia.
- Al contrario. Creo que será mejor que ustedes también
asimilen la muerte de mi esposa.
- No harás nada malo ¿verdad? - le preguntó Arethusa.
WĄŐŝŶĂ ϯϴϭ ĚĞ ϯϵϵ

- Tengo a mi pequeña. Y le prometí a mi María José que


cuidaría de ella. Debo cumplirle mi promesa. Aunque eso no
quita mi deseo de volver a verla despierta.
- Ella está en una dimensión distinta a la nuestra. Apuesto
lo que sea a que está mejor que nosotros ahorita.
Maurice derramó más lágrimas. ¿Por qué? ¿Por qué ella? No
podía dejar de pensar en ello. Arethusa se acercó a él. Lo
abrazó dulcemente. Él se aferró a ella con fuerza. Era verdad
pues, que necesitaba uno de esos. Su María José era la
encargada de dárselos, pero, al no estar viva, no le importaba
quien le abrazara. Julia se acercó a ellos y tomó una de las
manos de Maurice.
- Ella te amaba. ¿Lo sabías? - Maurice asintió - y nunca
dejó de hacerlo. Aunque últimamente no lo demostrara mucho,
eras su adoración. No te dejes vencer por la tristeza.
Maurice sólo se limitó a sonreír. No podía hacer más en aquel
momento. Su herida estaba más abierta que nunca. Y no sabía
cuanto tiempo tardaría en sanar.

4
Lo dejaron solo, en la penumbra de la noche. Ahí la tenía, a su
lado. Ya no tenía sangre, ni dolor. Pero tampoco tenía vida. Se
había esfumado. Se acercó al cuerpo vacío. Volvió a hacer
caricias alrededor de aquel cadáver a quien tantas veces amó
en el pasado. Intentó besar sus labios, pero ya no le respondían:
permanecían inmóviles. Los tocó. Estaban fríos. Miró la
fotografía de su boda que había dejado en una silla. Vio la
sonrisa alegre de María José en aquella foto. Volvió a mirar el
WĄŐŝŶĂ ϯϴϮ ĚĞ ϯϵϵ

cadáver. Los labios seguían intactos. Volvió a acercársele. Los


ojos estaban cerrados, resguardados por el peso de los
párpados. Pero no era porque estuvieran soñando con nuevas
aventuras o con planes a futuro, sino porque no se abrirían más.
Observó cada parte del cuerpo. Había moretones en él. Ese
rufián había logrado conseguir su objetivo. Ofendido, trató de
cubrirlos, sin mucho éxito. Se acostó a su lado. Sujetó con
fuerza sus manos. Estaban frías, igual que sus labios.
- Esto sólo tú me lo podrás responder. ¿Por qué, amor mío?
¿Por qué tuviste que ser tú, pudiendo ser alguien más? - no
recibió respuesta - no sé cuidar tan bien a nuestra pequeña
como lo hacías tú. ¿Qué pasará si fallo y le hago algo malo?
¿Me lo perdonarías? - siguió sin respuesta - vamos, amor. Me
haces sentir solo. Pero ¿es que ahora en realidad estoy solo?
Como vio que no recibiría respuesta, sollozó ante el vientre de
su amada. Pasaron las horas y se quedó profundamente
dormido sujetando la mano de María José, como ella lo había
hecho en alguna ocasión.

5
La noche había sido larga para todos. Arethusa pasó toda la
noche en vela. No podía soportar que su hechizo hubiese
salido mal. Eso la atormentaba por completo. Sin embargo, al
pasar las horas, la duda sobre que era lo que había pasado
realmente en aquellos momentos surgió súbitamente. Invocó
un hechizo nuevo, que le permitió reconstruir los hechos de
aquellas horas. Efectivamente, su hechizo sobre el traje había
salido bien. Pero ¿por qué no había acabado con él? Hizo
WĄŐŝŶĂ ϯϴϯ ĚĞ ϯϵϵ

muchas deducciones, entre ellas, que María José tuviese


miedo en aquellos momentos y Tomasz no flanqueara en
ningún momento.
Al distraerse, volteó hacia un viejo candelabro de plata. Ahí
estaba María José, sentada con las piernas cruzadas. Le
sonrió al ver que la miraba.
- ¡Amiga! ¡Qué gusto! - le exclamó, con una sonrisa en el
rostro.
María José bajó del candelabro para estar a su altura. No
había perdido su buen porte.
- Me da mucho gusto verte. ¿Ya estás mejor? - le preguntó
a la ninfa, después de abrazarla.
- Ahora lo estoy. A mí también me da mucho gusto verte.
Tus alas están maravillosas. ¿Funcionan bien?
- De maravilla. Me alegra que ahora si puedas verme. Llevo
aquí un buen rato. Vine para acá tras dejar a Maurice bien
dormido en casa.
- Creo que le haces falta. - María José hizo una mueca de
melancolía.
- Lo sé. Pero esto no puede remediarse. ¿Verdad?
- Parece que no.
- Entonces lo único que quedará es que te hagas cargo de
él.
- Es consciente que tu hija necesita de él. Por eso no ha
hecho nada malo.
WĄŐŝŶĂ ϯϴϰ ĚĞ ϯϵϵ

- Lo sé. Lo repitió varias veces anoche. También me


cercioré que ella estuviera bien. Los he cuidado a todos desde
las alturas.
- Eso es muy noble de tu parte.
- Milenna también ha hecho rondas, pero se cansa muy
rápido. Su edad no le ayuda.
- ¿Milenna murió?
- Si. Ese camaleón maldito la hizo trizas. Todavía está
buscando partes de su cuerpo que le hacen falta.
Arethusa hizo una mueca de disgusto. Esa noticia no la
esperaba en lo absoluto. Ahora sabía la razón por la que la
había escuchado en su interior cuando mató al camaleón.
María José se dio cuenta de que era lo que estaba pensando.
La abrazó de nueva cuenta.
- ¿Sientes mis abrazos? - le preguntó a la ninfa
- Los siento. Creo que ahora lo hago porque tengo la mente
más despejada. Deberíamos intentar con tu madre, para ver si
ella también puede verte.
- Me parece una buena idea ¿vamos?
Ambas desplegaron sus alas. Salieron volando de la cabaña,
con dirección a la de Julia. Aquello parecía ser una
competencia, ya que, cuando María José aceleraba el paso,
Arethusa se apresuraba para alcanzarla y viceversa.
Al llegar, vieron a Julia en el pórtico, con una fotografía entre
sus manos. La sujetaba con fuerza, como si quisiera que no se
escapara de sus brazos. Ambas aterrizaron frente a ella. Julia
WĄŐŝŶĂ ϯϴϱ ĚĞ ϯϵϵ

las vio, sorprendida de ver a su hija frente a ella con esas


grandes alas.
- ¡Hija! ¡Hija! - Se abrazaron. - ¿cómo puede ser esto
posible? ¡Te vimos morir ayer!
- Estoy muerta, mamá, si eso es lo que preguntas. - una
lágrima rodó por la mejilla de Julia. - pero eso no significa que
no me quedaré con ustedes. Los cuidaré ahora más que nunca.
- Pero prométeme que estarás bien
- Lo estaré, mamá. No hay problema. Soy un ángel ahora.
Julia volvió a abrazarla para sentir su calidez.
- Tenemos que ir con Maurice. No he ido a ver si está bien.
- dijo María José, preocupada.
Arethusa y María José se dispusieron a arrancar el vuelo pero
entonces Julia les señaló que ella no tenía alas para volar como
ellas. Entonces ambas caminaron junto a Julia.

6
Llegaron de pronto a la cabaña de Maurice. Él estaba asomado
a través de la ventana. Al verlas venir, se sintió tranquilo al no
quedarse solo mas tiempo con el cadáver. Pero vio algo inusual
en ellas. Eran tres mujeres. Pero la tercera mujer no era
parecida a ninguna mujer de las que habían sobrevivido, sino
a...
Vio el cadáver una vez más. Seguía intacto. Entonces no podía
ser María José ¿o si? Observó lentamente a aquella mujer que
venía con ellas. Era igual de hermosa que su esposa y traía
WĄŐŝŶĂ ϯϴϲ ĚĞ ϯϵϵ

unas alas de ángel. Vio como caminaba con elegancia y un


porte magnífico. Tan sólo al ver eso, quedó fascinado. Era un
ángel. No podía esperar otra cosa.
Vio como entró con las demás en la cabaña. Se quitó de la
ventana y corrió a la puerta para verla. Se quedó estupefacto
al ver que se trataba de su esposa, vestida completamente de
blanco y con esas grandes y majestuosas alas detrás. Sonrió
de emoción. Las lágrimas corrían por sus mejillas como un río
en su caudal.
- Amor mío...gracias, gracias. Gracias por no dejarme solo.
- Amor, espera. - le dijo María José, deteniéndolo antes de
que la besara.
- ¿Qué pasa?
- Amor, sigo estando muerta.
- Pero te estoy viendo y te puedo tocar.
María José señaló el cadáver. Maurice volteó a verlo. Estaba
sumamente confundido con eso que estaba pasando. La mujer
que tenía enfrente se veía sumamente real, pero el cadáver
también lo parecía.
- Entonces ¿qué está pasando?
- Soy un ángel, amor. Y seré la encargada de cuidarte de
aquí a la hora en que me tengas que acompañar a esta
dimensión en la que estoy ahora.
- Entonces llévame. Llévame de una buena vez contigo.
- Eso no será posible, amor. Tienes una misión todavía.
- ¿Cuál es?
WĄŐŝŶĂ ϯϴϳ ĚĞ ϯϵϵ

- Nuestra hija te necesita. No debes dejarla sola.


- Pero ¿y tú?
- Yo estaré junto a ustedes. Cada vez que me necesiten,
vendré a verlos. Ahora, comienza a desempeñar tu papel de
padre y ve por tu hija.
- ¿Puedo pedirte un favor?
- Dime.
- Quiero besarte una vez más. No me impedirás ¿verdad?
Ella se acercó a él, con una sonrisa en el rostro. Acarició sus
mejillas con tanta suavidad, que apenas pudo percibirlo. Lo
besó con dulzura. Él la mantuvo unos minutos contra sí.
Acaricio sus mejillas, sus brazos, su espalda.
- ¿Qué debo hacer ahora?
- Has lo que te indique tu corazón. Debo irme. Cuida a
nuestra niña.
María José se esfumó rápidamente. Se escucharon unos
golpes en la puerta. Era Violeta. Traía a la niña en brazos.
Maurice la cargo, abrazándola. Era tan parecida a su madre.
- Tenemos que darle sepultura a mi amada.
- Me encargaré de eso. No te preocupes.
- Procura que todo salga a la perfección
Maurice subió las escaleras. Ahí seguían Julia y Arethusa.
Observaban el cadáver inerte. Julia sujetaba la mano del
cuerpo. Arethusa, en cambio, no quería acercarse a la cama.
WĄŐŝŶĂ ϯϴϴ ĚĞ ϯϵϵ

Le resultaba difícil tener contacto con ese pedazo de lo que


algún día fue María José.
- Necesito su ayuda. - dijo Maurice
- ¿Qué sucede? - preguntó Arethusa
- Mi niña necesita un cambio de pañal y pues yo...no
aprendí a hacerlo.
Julia lo miró compasivamente. Soltó el cuerpo. Tomó a la niña
entre sus brazos y la dejó en la cama. Realizó el cambio de
pañal tan rápido que Maurice quedó sorprendido. María José
aún no era tan ágil. Julia cargó a la niña y la meció por unos
minutos. Era tan dulce como su hija cuando tenía su edad.
- Tendrás que construirle su cuna- opinó Julia - no creo que
esté cómoda en tu cama
- Y después tendrás que construirle una habitación para
que tenga su propio espacio.
Maurice sólo asintió. Eran bastantes cosas las que tenía que
hacer. Al menos ahora podría estar ocupado en algo. Horas
más tarde, llegaron Donna y Violeta, vestidas de negro.
- ¿Ya está todo listo? - preguntó Maurice, al verlas en el
umbral de la puerta
- Sólo falta arreglarla.
- Bien, hagan lo que sea necesario. Es toda suya. - les dijo.
Posteriormente, salió de la habitación con la niña en brazos.
Entre las cuatro mujeres se dedicaron a transformar la imagen
del cadáver. Arethusa quitó el traje con cuidado, pues todavía
estaba hechizado y las demás podrían resultar afectadas. En
WĄŐŝŶĂ ϯϴϵ ĚĞ ϯϵϵ

cuanto el traje estuvo fuera, Violeta colocó un vestido de seda.


Entre Julia y Donna maquillaban el rostro de la difunta para
resaltar sus facciones, mientras que Arethusa destruía el traje
que había confeccionado.

7
Al ver que ya estaba lista, llamaron a Maurice para que les
ayudase a cargarla. Él, al recibir la orden, vaciló. Ahí estaba
ella, con su belleza en todo su esplendor. Debía cargarla, pero
no encontraba las fuerzas para hacerlo. Le resultaba
inaceptable tener que deshacerse de aquel cuerpo que le había
regalado los mejores momentos de su vida. Deseaba quedarse
con ella sin tener que pensar en que estuviera muerta. Pero no
sería posible. Se acercó a la cama. Por un momento, pensó en
decirles que no lo haría. Sin embargo, sabía que debía hacerlo,
pues no tendría otra oportunidad para tenerla entre sus brazos
otra vez. Sujetó la espalda de su amada, al igual que sus
piernas. La levantó con delicadeza. Ya no pesaba lo mismo.
¡Cuántas veces la había tenido así! Ninguno de los dos parecía
inmutarse por el daño que podía causarle al otro, pues eran
momentos que durarían sólo un instante. Ahora, en ese
momento, Maurice deseaba con todo su corazón que todo lo
que estaba sucediendo en esos momentos formara parte de la
peor pesadilla de su vida. Deseaba tanto que la mano de María
José que colgaba al lado suyo estuviera, en realidad, sujeta a
su cuello o a sus hombros, como lo hacía otras veces. Pero no
sucedió. Aquella mano estaba caída. Y lo seguiría estando.
- ¿A dónde la tengo que llevar? - preguntó Maurice con la
voz ahogada entre las lágrimas que corrían por sus mejillas
WĄŐŝŶĂ ϯϵϬ ĚĞ ϯϵϵ

Violeta lo abrazó. Debía sentirse realmente terrible. Lo guió


hasta afuera de la choza, donde ya habían puesto el ataúd.
Maurice se estremeció al ver aquella caja frente a él. Pensó por
unos minutos en que él debía de ser colocado ahí en lugar de
su esposa. Pero los papeles no podían ser invertidos. Ya no
había vuelta atrás.

8
Lukas, que se encontraba a un lado del ataúd, abrió la caja
para que Maurice pudiese colocar el cadáver dentro. Maurice
miró de nuevo el cuerpo. Besó la mano que portaba el anillo de
compromiso. Quitó el anillo del dedo y lo guardó en su pantalón.
Al menos podría tener un recuerdo material de ella. Dejó el
cuerpo dentro del ataúd. Lukas lo cerró.
Ambos cargaron la caja hasta donde Violeta les indicó. Poco a
poco, un buen número de personas se les sumaron detrás.
Todos caminaban con la mano en el corazón, pues en las
cosas que se hacen con el corazón nadie puede regir tiempos
o espacios, simplemente, todo pasa por un bien mayor.
Entraron al cementerio de la aldea. En el centro, había un gran
hoyo que varios hombres se dedicaron a cavar. Los que traían
el ataúd lo dejaron en el agujero. Maurice se quedó unos
minutos abrazado a la caja. Se rehusaba a perder a su amada.
No quería que se pudriera aquel cuerpo tan perfecto que tantas
veces se dedicó a amar por segundos y horas. Se rehusaba a
perderá la mujer que tantos "te amo" le dijo.
WĄŐŝŶĂ ϯϵϭ ĚĞ ϯϵϵ

Pronto, sintió un abrazo por detrás. Ninguna persona de las


que se encontraba ahí sabía lo mucho que amaba que hicieran
eso más que...
Volteó. Ahí estaba su María José, vestida de ángel. Maurice
soltó el ataúd y la abrazó con tal fuerza que la tiró al piso.
- No me creías que estaría cuidándote y vigilándote,
¿verdad? - preguntó María José, acariciando el rostro de
Maurice.
- Simplemente, me parecía imposible.
- Debes aprender a confiar en mí. Ahora más que nunca.
- Lo haré. Te lo juro.
La besó una y otra vez. De pronto, ella lo apartó un poco.
- ¿Amor?
- ¿Qué pasa preciosa?
- ¿Me permites levantarme? - le preguntó.
Maurice se levantó y la ayudó a ponerse de pie. Juntos, vieron
cómo el ataúd con el cuerpo inerte iba bajando lentamente en
el hoyo. Entre varios hombres se dedicaron regresar la tierra a
su lugar. Maurice en ningún momento soltó a María José, por
temor a que se marchara.
Julia se acercó a ellos con la pequeña Andrea en brazos. La
niña lloraba. Al parecer, parecía ser una reacción por el
ambiente fúnebre que se vivía en ese momento. María José la
tomó entre sus brazos. Buscó algún lugar donde pudiera
sentarse. Encontró un tronco caído. Se sentó y comenzó a
arrullarla con una melodía suave. Maurice la seguía. Pero, al
WĄŐŝŶĂ ϯϵϮ ĚĞ ϯϵϵ

ver que se sentaba en el tronco, se quedó a unos metros de


distancia. En cuánto la niña se quedó dormida, regresó con
Maurice. Él la esperaba, un tanto impaciente.
- Cárgala. - le dijo María José
- Pero ¿no le pasará nada? - preguntó, un tanto indeciso.
María José le sonrió, con compasión. Aquella situación lo tenía
bastante perturbado, tanto, que ya había olvidado cuantas
veces había cargado a Andrea y que esta parecía feliz.
- Por supuesto que no. Ya lo has hecho antes. ¿Lo
olvidabas? Vamos. Hazlo
Maurice hizo una cuenca con sus brazos y María José la colocó
ahí. Entre los dos, admiraron a la niña por unos minutos.
Maurice la mecía con cierta torpeza y María José le ayudaba a
hacer sus movimientos más ligeros.
- Te quedarás más tiempo con nosotros, ¿verdad? - le
preguntó Maurice.
- Lo mejor será que los deje un tiempo a solas. - Maurice
agachó la mirada para evitar que María José lo viera triste. Ella
sonrió. - Prometo regresar a verlos en la noche - le dijo María
José alzando la mirada de Maurice.
- ¿De verdad lo prometes?
María José asintió. Maurice acomodó a la niña en un solo brazo
y con el otro llevó hacia sí a María José. La abrazó con fuerza.
Al soltarla, ella besó su mejilla y emprendió el vuelo cuesta
arriba.
WĄŐŝŶĂ ϯϵϯ ĚĞ ϯϵϵ

9
Pasaron unos meses desde la muerte de María José. Ella, con
el tiempo, se fue alejando poco a poco para que Maurice
pudiera superar su duelo. Pero, cada vez que llegaba a ver
cómo estaban, Maurice se ponía peor cuando se despedían.
Esa situación le afectaba demasiado. Había noches en las que
María José tenía que quedarse hasta en la madrugada
esperando a que Maurice se durmiera. Entonces, ella podía
marcharse a ver cómo estaban los demás. Una vez intentó
ausentarse por un mes. Cuando volvió a verlo, Maurice se
abalanzó sobre ella y no pudo dormir durante una semana,
temiendo que se volviera a ausentar por grandes cantidades
de tiempo.
Con el tiempo, lograron reconstruir la aldea, pues Tomasz y sus
secuaces la habían destruido por completo. Cada quien
ayudaba a poner todo en el lugar que estaba antes. Cuando
terminaron, regresaron a su rutina de antes. Maurice había
conseguido un empleo que le agradaba más que el que tenía
en la empresa del señor Rochefeller. Esto, le ayudaba para
mantenerse distraído por un cierto tiempo. Mientras tanto, Julia
y Donna cuidaban de la pequeña Andrea, quien aprendió a
caminar y a hablar rápidamente. Cuando esto pasó, María José
estaba ahí, para compartir esos momentos con ellos.
Un día, María José se dirigió a la cabaña para estar un rato con
Maurice y con la niña. Pero, para su sorpresa, no estaban ahí.
En el pórtico, estaba Erline.
- Que bueno que llegas. Te estaba esperando
- ¿Pasa algo? ¿Dónde están Maurice y mi hija?
WĄŐŝŶĂ ϯϵϰ ĚĞ ϯϵϵ

- La niña está con Donna.


- ¿Y Maurice?
- Me pidió que te diera esto. - dijo Erline, entregándole un
sobre.
María José lo recibió, un tanto sorprendida. Llevaba
observando a Maurice varios días y nunca lo había visto hacer
algo similar. Abrió el sobre. Dentro, contenía una hoja, doblada
a la mitad. Era una carta que Maurice le había escrito. Erline
se fue y María José se dedicó a leer la carta:

0LFLHORVDEHVTXHWHDPRFRQWRGDPLDOPD(QFXiQWROHDVHVWDFDUWDTXLHURTXHYD\DV
YRODQGRWDQUiSLGRFRPRSXHGDVKDFLDODFROLQDTXHHVWiFHUFDGHOOXJDUGRQGHWHSHGtTXH
IXHUDVPLQRYLD(VPX\LPSRUWDQWHTXHYD\DV6pTXHTXL]iWHHVWDUiVSUHJXQWDQGRGH
TXpWUDWDWRGRHVWR/R~QLFRTXHSXHGRGHFLUWHDOUHVSHFWRHVTXHVHWUDWDGHXQDVRUSUHVD
7HHQFDQWDUi(VWR\VHJXUR$KRUDYXHOD\D4XHWHHVSHURDQVLRVR

María José se extrañó de que Maurice le hubiera escrito eso.


Por un momento, el temor de qué Maurice fuese a hacer algo
malo se apoderó de ella. Por ello, hizo lo que Maurice le indicó
en la carta y voló tan rápido como pudo.
Al llegar a la colina, se percató que todos los habitantes de la
aldea se encontraban ahí. No faltaba nadie. Incluso, Erline, con
quien había estado minutos atrás, ya estaba ahí. Todos iban
vestidos de fiesta. Estaban sentados en unas sillas que
estaban divididas en dos columnas. De frente a las columnas
de sillas estaba un altar cubierto por un mantel blanco. Parecía
WĄŐŝŶĂ ϯϵϱ ĚĞ ϯϵϵ

que iba a haber una celebración. Al pie de estas columnas,


estaba Maurice, vestido de traje. Al verla llegar, sonrió.
- Cielo ¿qué está pasando aquí? - preguntó María José
confundida.
- ¿Recuerdas que fue lo que te pedí el día que volamos en
globo?
María José se quedó callada unos minutos tratando de
recordar. Recordaba bien que estuvieron en el bar, que
después se fueron al hotel viejo y descuidado de la carretera y
que tras eso, volaron en el globo. Pero no recordaba que le
había dicho. Maurice, al ver que ella se esforzaba en vano,
sonrió.
- Te pedí que si podíamos renovar nuestro matrimonio. ¿Lo
olvidabas?
María José lo recordó y se sintió tranquila por unos minutos,
aunque no sabía a ciencia cierta si eso sería posible, ahora que
ella era un ángel.
- Por supuesto que no, cariño. Pero el matrimonio es entre
personas que siguen vivas. Dudo mucho que siga siendo válido
ahora que...
- Bueno, yo sigo vivo. - interrumpió Maurice. - y prometí que
te amaría hasta que mi corazón dejara de latir. Hasta cierto
punto, sigue siendo válida esa parte. Me parecía buena idea
que hiciéramos esto, más que nada para renovar la promesa
de amarnos por siempre. Nada más que ahora no sería hasta
que nuestros corazones dejen de latir, sino que se volvería un
"amarnos toda la eternidad". Mi princesa, quiero amarte por
siempre, no sólo en un momento tan pasajero como es la
WĄŐŝŶĂ ϯϵϲ ĚĞ ϯϵϵ

misma vida. Quiero amarte siempre. Quiero seguir amándote


más allá de la muerte. ¿Aceptas que haga esto por ti?
María José se encontraba realmente conmovida ante esto. Que
Maurice haya querido prometer eso, resultaba realmente
increíble. No sólo quería seguir amándola en esa vida, sino que,
cuando muriera y se convirtiera en un ángel como ella, la
seguiría amando. Muchas veces, creía que su amor se
acabaría en algún momento, pero no. Ahora trascendería más
allá de la frontera de la muerte y de cualquier abismo. María
José acarició el rostro de su amado. Besó los labios de Maurice.
- ¿Eso se toma como un sí? - preguntó Maurice
- Por supuesto. ¿Sabes que mi promesa será el amarte y
protegerte siempre? Hasta que tengas tus propias alas.
Maurice sonrió. La abrazó con fuerza. Ella le correspondió,
aunque su abrazo fue más delicado. Caminaron por el pasillo
que se formaba entre las dos columnas hasta que llegaron al
altar. Julia dejó que Andrea fuera con María José. Al ver que
su hija se dirigía a ella, María José la recibió con los brazos
abiertos.
Empezó la celebración. Maurice abrazó a María José y ella
recargó su cabeza en el hombro de Maurice. En cuánto terminó,
Maurice la besó. Ella, en cambio, lo cargó y lo llevó volando
hasta la nube más alta. Lo recostó en la superficie de la nube
y se colocó sobre él.
- Te amo - le dijo Maurice
- No más de lo que yo a ti. De aquí a la eternidad.
WĄŐŝŶĂ ϯϵϳ ĚĞ ϯϵϵ

Tras esto, Maurice la besó. Y vivieron juntos, amándose y


siendo felices por toda Z=¶JmJi\RH=Hš¶ ¶
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