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EI Wigio Alguenecrte . Ruy ever Tamore. At @adecton 2008 HEeNrco - ace mucho tiempo, en una ciu- dad antigua y lejana, vivia un Viejo Alquimista. Era un hom- bre pequeno, flaco y encorvado, con la bar- ba y el poco pelo que le quedaba blancos, y siempre andaba vestido con la misma bata larga y el gorro puntiagudo que usan todos los sabios. Nadie sabia su edad y ya nadie se la preguntaba, desde una ocasién en que dos jévenes lo interrogaron sobre este pun- to y el Viejo Alquimista contest6, sonrien- dé: —Que gcudntos afios tengo?... La ver- dad, no lo sé exactamente, Apenas ayer, cuando era nifio, todavia existian dragones que guardaban celosamente la entrada de las torres donde bellas princesitas espera- ban impacientes ser liberadas por j6venes y apuestos caballeros. Pero yo dediqué todo ‘era un hombre pequefio, flaco y encorvade...” 7 mi tiempo a la bisqueda del P4jaro Azul, que vivia detrds del Arco Iris; no lo encon- tré, quiz porque estaba muy lejos, y en el camino fui perdiendo la Ingenuidad y las Tlusiones, que son indispensables para po- der verlo. .. Muchos afios después, cuando tuve la frescura y la fuerza de la juventud, los dragones habian desaparecido junto con las torres y las princesitas, por lo que me hice viajero y me fui a correr por todo el mundo. Des siglos ms tarde quise ser poderoso y acumulé riquezas... Incrédulos, los j6venes cambiaron una répida mirada y se alejaron moviendo la cabeza, entristecidos por la incoherencia HTL, Yh eee AIZINVIN ey del Viejo Alquimista, pero al mismo tiempo reafirmados en su superioridad, ya que ambos eran perfectamente capaces de re- cordar su edad con toda precisién, El Viejo Alquimista Henaba todos sus dias y parte de sus noches con tres ocupa- ciones: trabajaba en su laboratorio, dictaba una c&tedra en el Antiguo Colegio Real, y daba largos paseos solitarios en los bosques vecinos a la ciudad. Me hubiera gustado poder decir que nuestro personaje realizaba estas tres actividades con tal exactitud que la gente podia poner sus relojes al verlo Pasar, pero por desgracia el Viejo Alqui- mista no tenfa una conciencia clara de los Wl aN ere ++ -rodeada por un pequeio' jardin en donde siempre habia flores...” elevados valores de la disciplina y de la re- gularidad; ademés, creo que en aquel tiem- po no habia relojes. El Viejo Alquimista vivia en una casita cercana al Antiguo Colegio Real, rodeada por un pequefio jardin donde siempre ha- bfa flores. En aquél pais los inviernos eran muy frfos y cuando nevaba todas las plantas se helaban, pero en el jardin del Viejo Alquimista las flores segufan tan frescas y olorosas como en Ia primavera. Por eso la gente murmuraba que el sabio tenfa pode- res extrafios, y durante un tiempo corrié el rumor de que era amigo del Gigante Egoista. Pero como este personaje era de otro cuento, y como, ademés, el Viejo Al- quimista no le hacia dafio a nadie y siem- pre tenfa la bolsa y el corazén abiertos para todos, el rumor desaparecié sin dejar hue- Ua, En las noches, el Viejo Alquimista se sentaba frente a su chimenea prendida y lefa_gruesos volime- nes escritos en idio- mas extrafios, o sim- plemente miraba con )) ‘ojos entrecerrados la danza interminable de las lamas. Entonces se sentia un Feliz Vie- jo Alquimista. Laboratorio del Viejo Alquimista era un sitio misterioso. Estaba alo- jado en una antiquisima torre cubierta totalmente por enredaderas, con ventanas muy altas y estrechas, y con una sola puertecita que el sabio siempre dejaba abierta cuando estaba trabajando, quizh con la esperanza de que alguna vez alguien lo visitara. La torre formaba parte del An- tiguo Colegio Real, pero su origen era to- davia anterior al de tan augusta instituci6n educativa, En cierta ocasi6n, unos estudian- tes desocupados separaron la gruesa malla de enredadera que cubrfa la torre, raspa- ron el polvo hasta descubrir la pared, y se encontraron con un material blanco, liso y muy duro, Entonces corrieron Ia voz de que “,..un Feliz Viejo Alquimista...” Ia torre estaba hecha de marfil y pronto se conoci6 al laboratorio del Viejo Alquimis- ta como la Torre de Marfil. Sin embargo, el nombre no fue adoptado oficialmente por las Altas Autoridades del Antiguo Colegio Real, entre otras razones, porque la ciudad era pobre y todo el mundo sabe que los paises con pocos recursos nunca hacen in- versiones extravagantes, sobre todo cuando hay tantos otros problemas urgentes por resolver. La poca luz que entraba al interior de la torre dejaba ver alambiques, retortas, fue- Iles, crisoles y otros instrumentos, una ca- lavera humana y varios crdneos de vaca. Habla también muchos libros, entre ellos 8 LaTorre de Marfil el Speculum Secretorum Alchemiae, de Roger Bacon, el Semita Recta, de Albertus Magnus, y la Summa Perfectionis. Una gran chimenea, cuyo fuego nunca se apa- gaba, y donde una enorme vasija de cobre despedia humos azufrosos, ocupaba una esquina; encima de una pesada mesa se en- contraban una esfera ptolomeica y un as- trolabio. Colocada en un sitio donde Iega- ba la luz de una de las ventanas habia una silla rodeada de manuscritos y otros libros; ah{ se sentaba el Viejo Alquimista a esperar que se completara algiin experiment, 0 a leer y meditar sobre sus resultados y los de otros sabios. Ocasionalmente iba a su gran mesa y, con la ayuda de una vela y una Jente de aumento, escribfa con finisima le- tra el resumen de sus investigaciones. El Viejo Alquimista abrigaba la esperanza de que algén dia las Altas Autoridades del Antiguo Colegio Real le concedieran la gra- cia de su permiso y la generosidad de sus arcas para publicar un libro, la Summa Alchemiae, que pacientemente habia es- crito. ‘omo tantos otros sabios de su épo- ca, el Viejo Alquimista también se dedicaba a la bisqueda de la Piedra Filosafal. Segtin Amaldo de Villa- nova: “Existe en la Naturaleza una cierta materia pura que, al descubrirla y perfec~ cionarla por medio del arte, convierte a sf misma y en proporcién a todos los cuerpos imperfectos que toca”, Tan maravillosa sustancia era perseguida con paciencia en la mayorfa de los laboratorios de aquel tiempo, y de vez en cuando algin sabio anunciaba que sus experimentos habfan te- nido éxito. Sin embargo, siempre se trataba de noticias prematuras o simplemente fal- sas, por lo que, con toda justicia, las auto- ridades de la localidad ordenaban a su verdugo que cortara la cabeza al indiscreto que las habia puesto en ridiculo. En las ciudades ricas, los laboratorios de los alquimistas recibian grandes sumas de dinero y contaban con numerosos apren- dices y muchos aparatos; ademds, las au- toridades habfan comprendido que aumen- tando el nimero de sabios dedicados a la bésqueda de la Piedra Filosofal también multiplicaban las probabilidades de encon- trarla, por lo que invertfan una parte im- portante de su riqueza en establecer y pa- trocinar cada vez més laboratorios. Los sabios en esas ciudades poderosas gozaban de gran prestigio en Ia Corte; se hacfan ricos ¢ influyentes; sus palabras eran escu- chadas con respeto, y sus consejos seguidos al pie de la letra por las autoridades. Estos sabios viajaban a todas partes, recogiendo personalmente los adelantos alcanzados en otros laboratorios, y disertando con pom- posidad sobre sus propias investigaciones. Con frecuencia se sentaban en la Mesa Real, entre princesitas y Oidores vestidos de rojo, y comfan tanto que casi todos eran gordos. EI prestigio de los Alquimistas Gordos era muy grande, y siempre habia muchos aprendices j6venes que deseaban trabajar en sus laboratories, ya que de esa manera no s6lo conocian con rapidez, cosas maravi- Nosas, sino que también adquirian el aura de sabiduria y superioridad de sus mayores. Pasado el tiempo, los poderosos de otras ciudades invitaban a uno de los aprendices mis viejos a establecer su laboratorio y con- tinuar la bisqueda de la Piedra Filosofal, con la esperanza de que el Gran Trabajo se hiciera bajo su patrocinio y dentro de sus murallas. El aprendiz se transformaba en- tonces en Alquimista Gordo y se incorpo- ft raba a la comunidad que disfrutaba de tantos privilegios y de tantos bienes. Hacia mucho tiempo que los Reyes de Francia habfan establecido un premio para el Alquimista m4s distinguido de cada afio, galardén que se entregaba en una gran fies- ta en el Palacio Real. Obtener este premio era la méxima aspiracién de casi todos los alquimistas, sobre todo porque, una vez ob- tenido, el afortunado pasaba a formar parte del selecto grupo de los Infalibles. El pre- mio se conocia como el Premio LeBon y siempre lo ganaba un Alquimista Gordo. Los procedimientos para obtener la Pie- dra Filosofal eran de tres tipos: Primitivos, Aproximados y el Gran Trabajo propi: mente dicho. Cuando la purificacién se i ciaba con oro, era necesario fundirlo con antimonio, “hasta que todo se haga liquido, no hagas ninguna operacién”; el oro puri ficado se disolvia en aqua regia y la plata purificada en aqua fortis, Las sales obteni- das por cristalizaci6n y evaporacién se cal- cinaban y, después de otros pasos secretos que debian realizarse con juicio y pruden- cia, las sales s6ficas sublimadas se encerra- ban en el Vaso de Hermes o Huevo Filo- sofal y estaban listas para el Gran Trabajo. Los Doce Procesos del Gran Trabajo eran: Calcinaci6n, Congelacién, cién, Digestién, Destilacién, Sublimacién, Separaci6n, Ceraci6n, Fermentacién, Mul- tiplicacién y Proyeccién, En cualquier mo- mento, por el descuido més insignificante la desviacién més minima de los procedi- mientos, el experimento fracasaba; de he- cho, nunca pudo completarse de manera perfecta, y por eso no se obtuvo la Piedra Filosofal. En la actualidad, cuando todo podria hacerse electronicamente y por me- dio de computadoras de gran eficiencia, el interés por la Piedra Filosofal ha decafdo, y ya nadie se ocupa de ella... ® Para nuestra historia, lo importante es que los Alquimistas Gordos de las ciudades poderosas eran los que dictaban los proce- dimientos del Gran Trabajo; ninguno de los sabios que trabajaban en ciudades més pobres se hubiera atrevido a introducir modificaciones, a inventar nuevos pasos 0 a cambiar el orden o los tiempos. Lo menos que le hubiera pasado es que los otros al- quimistas se hubieran reido de él y lo ha- brian despreciado; también habia el riesgo de que perdiera su laboratorio y fuera a dar a una mazmorra por el resto de sus dias, si los Oidores vestidos de rojo se hu- bieran enterado de que no seguia al pie de Ia letra las prescripciones de los Alquimistas Gordos de las ciudades ricas, No es que a los Principes y a los Oidores vestids de ro- jo les interesara lo que hacian sus sabios; el motivo por el que sostenian sus Iaboratorios y les permitfan trabajar era més bien de- corativo, Después de todo, ningiin Principe, por més pobre que fuera, podia aspirar a ser tomado en cuenta en los Concilios y Alianzas con otras ciudades si no tenia Oi- dores vestidos de rojo, un caballo blanco, un mago, un enano y un alquimista. é¥ nuestro Viejo Alquimista? La ciudad donde vivia era pobre y su laboratorio, co- mo ya he descrito, estaba destartalado y oscuro; los uniformes de los Oidores vesti- dos de rojo estaban Ilenos de remiendos y agujeros; el caballo blanco del Principe era un jamelgo triste y rengo; el mago tenfa ocos poderes, y su enano era tuerto. Entre los habitantes de la ciudad habia mucha pobreza y en invierno el Hambre caminaba por las calles, seguida de cerca por la som- bra alargada de la Muerte. Hacfa muchi- simo tiempo (ya he dicho que no se sabe cuanto), el Viejo Alquimista habia sido aprendiz en el laboratorio de un Alquimista Gordo en una ciudad de las més ricas. Al "era un sitio misterioso...” regresar a su ciudad natal, el abuelo del Principe (go fue el bisabuelo?) le habia ordenado continuar la béisqueda de la Pie- dra Filosofal en su torre y desde entonces estaba ahi, Cuando el Viejo Alquimista viajaba a otra ciudad, casi siempre a visitar un laboratorio y conversar con su alqui- mista, se echaba un saco al hombro con algo de ropa y comida, tomaba su mismo bast6n torcido y se iba caminando por los bosques y caminos, durmiendo bajo los 4r- boles y hablando con las ardillas y los pAja- ros. Casi nunca molestaba al Principe con peticiones y, aunque no era muy famoso, los, sabios que lo conocfan, lo respetaban. Hacfa algin tiempo el Viejo Alquimista habia tenido un aprendiz trabajando con 41y lo haba querido como a un hijo, pero el Principe de Tusionburg, otra ciudad cer cana cuyo sabio habla muerto repentina- mente, se lo habia cambiado a su Principe por dos hermosas ciervas blancas, Ahora su antiguo aprendiz era un sabio completo, conocido como e! Alquimista Joven. r na mafiana de primavera, el Viejo Alquimista se desperté oyendo las desafinadas trompe- tas que anunciaban una proclama del Prin- cipe. Se levant6 de un salto, se vistié répi- damente, salié corriendo de su casita y no paré hasta legar a la esquina donde tres soldados segufan tocando aquella fanfarria antimozartiana. Desde su caballo, un Oidor vestido de rojo, estirado y rimbombante, le- y6 de un pergamino desenrollado las si- guientes palabras: —Yo, Principe de esta ciudad por la Gracia de Dios, cuidadoso de su pres- tigio, atento a su riqueza, defensor de su fé y amoroso con sus ciudadanos, He dispuesto que durante la préxima luna Uena se celebren en el Salén de los Caballeros de mi augusto Castillo, con toda la Pompa y Majestad que mi Graciosa Presencia requieren, las Disputaciones Sobre Arte Alquimico, Ta Sagrada Cébala y la Tercera Cien- cia, que habrén de iluminar con su brillantez una vez mds nuestra ciudad, que se honra con mi Serena y Gene- rosa Largueza. —iTenemos hambre! —grité un cha- maco, escondido entre la gente, revelando tuna vez més la falta de respeto y la escasa gratitud del pueblo, y especialmente de los j6venes, frente a los gestos de verdadera apertura generosa de las altas autoridades. Un soldado lo buscé con Ia espada desen- vainada, empujando a los vecinos, pero como alguien le quité el sombrero emplu- mado-de un golpe y Ia gente empezb a reirse, el soldado regresé con sus compa- fieros maldiciendo entre dientes, El Viejo Alquimista volvié a su casa, se 4 quité la bata (que con las prisas se habia puesto al revés), se hizo una taza de café amargo y se dispuso a salir hacia su labo- ratorio, mientras pensaba: “Esto significa que vendrén los Alquimistas Gordos... Si no fuera porque el Principe quiere que yo defienda las Tesis y afirme las Contrarias, inventarfa que debo visitar alguna otra cin “...un Oidor vestido de rojo, estirado y rimbom- ante...” dad durante la luna lena: Pero vendré mi antiguo Maestro, que ha sido distinguido con el Premio LeBon, y debo ofrecerle mis respetos y congratulaciones. . .” Salié de su casa, respiré el aire suave de la mafiana, saludé con una reverencia amorosa a las flores de su pequefio jardin e inicié la cami- nata hacia la Torre de Marfil con una dul- ce sonrisa, mientras pensaba: “También vendr& el Alquimista Joven...” Lacercarse la fecha de las Dis- putaciones sobre Arte Alquimi- co, la Sagrada Cabala y la Ter- cera Ciencia, la ciudad se vistié de lujo: desde lejos se via la muralla adornada con banderitas de colores y los estandartes del Principe; Hegaban peregrinos de todas par- tes; el mercado estaba repleto de personas y los comerciantes aprovecharon para subir escandalosamente los precios de sus mer- cancias. El pueblo se quej6 ante los Oidores vestidos de rojo y éstos acudieron a corregir el arbitrario aumento, haciéndolo con tal eficiencia, que sélo los comerciantes que eran socios 0 parientes de los Oidores vesti- dos de rojo pudieron mantener Ja elevacién de los precios. Las calles empedradas resonaban con el paso de los carruajes y el caracolear de los caballos de los visitantes de otras ciudades; grupos de Cruzados escandalizaban en las tabernas; habia juglares, saltimbanquis y marionetas en cada esquina; de las casas colgaban los pendones de terciopelo azul y oro con las armas del amado Principe. Se proclamaban bandos con frecuencia, anunciando nuevos impuestos en distintas Tamas y por diversos conceptos, indispen- sables para obtener fondos y sufragar las fiestas de las Disputaciones. Los ciudadanos aceptaban resignados cada nuevo recargo fiscal, conscientes de que el Principe y los Oidores vestidos de rojo sablan mejor lo que convenia a la ciudad; unos estudiantes perversos, que se atrevieron a decir en pi- blico que el dinero para las celebraciones deberfa descontarse de los enormes sueldos que tenfan los soldados mercenarios, fueron encerrados en un calabozo durante un mes. Conforme Ia fecha de Ja luna Mena se acercaba, la expectacién crecia en la ciudad. Los viajeros ya no encontraban alojamiento y dormfan en las calles, amon- tonados entre sus caballos; a pesar de la probibicién proclamada por les Oidores vestidos de rojo, las mujeres lavaban su ro- a y bafiaban a sus hijos en las fuentes de agua potable de la ciudad; la miisica de laGdes, pifanos y tambores se escuchaba toda la noche y no dejaba dormir a los Vecinos; étos salfan enojados a protestar, Pero pronto se contagiaban de la alegria general y se iban bailando con los mtisicos. Un dia antes de las Disputaciones la gente empez6 a ganar lugar en las almenas de la muralla cercana al castillo, en las copas de los Arboles o en las caballerizas reales; los mis atrevidos se instalaron en las escaleras mismas, deseosos de ver pasar de cerca a los legendarios principes de otras ciudades y a sus comitivas, Y, por fin, lleg6 el dfa de la luna lena; iel dia de Ia celebracién de las Disputa- ciones! as escaleras del castillo estaban Lle- nas de gente, que apenas dejaba espacio para que los Alquimistas Gordos, precedidos por los Oidores vestidos de rojo, acompaiiades por sus aprendices y seguidos por otros sabios menos importan- tes (y también menos bien comidos), su- bieran lentamente, con los ojos entrecerra- dos y la cara levantada, como corresponde a personas tan distinguidas y de tan clevada Posicién. Los Principes de las ciudades ricas, vestidos y enjoyados cada quien de acuerdo a su opulencia, habian Hegado antes y los esperaban en la terraza repleta de cortesa- nos y doncellas, El Principe de Samarkanda habfa entrado en una carroza arrastrada por dos Unicornios irisados; el Sultén de Ultratierra traia un cortejo de 400 gigantes negros, y la bellisima Reina de Ashamuran 6 caminaba sobre una alfombra de gimientes orquideas vivas; también habfa venido el Emperador de los Trajes Nuevos y Trans- parentes, luciendo el més nuevo y el més transparente de todos sus trajes. El Viej Alquimista reconocié a su Principe, ago- biado por la mal disimulada envidia, junto a sus dos esbeltas ciervas blancas. Se habia puesto su hermoso collar de esmeraldas per- sas (jel més bello de toda la comarca!), pero su esplendente belleza palidecia al lado de las joyas increfbles que los otros Principes ostentaban con crueldad displi- cente. —He visto al Doctor Fausto —dijo en vor baja un caballero de amplia capa a una hermosa cortesana. —gC6mo Io habeis reconocido? —pre- gunt6 ella, con un mohin curioso. —Porque os ha mirado como si fueseis Margarita... —contest6 el galante caba- Ilero, haciendo una caravana, mientras la dama sonrefa pensando: “;Quiénes serén ese Fausto y esa Margarita?” Cuando los Altos Dignatarios ya ocupa- ban sus sillones aterciopelados en el Salén de los Caballeros, y los Alquimistas Gordos sonrefan levemente, pensando en el tremen- do banquete que seguiria a las Disputacio- nes, corrié el rumor de que una joven del pueblo habfa reconocido al Judfo Errante entre la multitud. También se dijo que Pa- racelso habfa estado en el mercado, ven- diendo su Elixir de la Vida junto a su libro Opus Paramirum, pero cuando los Oidores vestidos de rojo fueron a buscarlo ya habia desaparecido, El ambiente era tenso y.de gran expectativa; sentado en una pequefia silla de madera, detrés de los aprendi de los Alquimistas Gordos, el Viejo Alqui- mista recorria con mirada inquieta a los asistentes, buscando con impaciencia al Alquimista Joven, a quien no habia visto. % EI pueblo se habfa concentrado en el cas- tillo, atrafdo mAs por la promesa de que al terminar las Disputaciones se quemaria vi- va a una bruja, que por las largas y tediosas controversias de los sabios, que siempre ha- blaban de asuntos remotos ¢ incomprensi- bles. Ademés, el Principe habfa hecho cir- cular el rumor de que al final del banquete con que iba a festejar a sus distinguidisimos visitantes, los restos de la comida se arroja- rian por las escaleras del castillo. Esto sirvié para reunir a una verdadera mu- chedumbre en la residencia real y, ast, impresionar a los Principes visitantes con el interés de los vecinos en asuntos tan ele- vados como las Disputaciones. El Viejo Alquimista, al igual que mu- cchos de los Alquimistas Gordos, habia par- ticipado antes en ceremonias similares a la que ahora se iniciaba, Siempre habfa tenido graves dudas sobre su utilidad, y conocia de memoria los procedimientos: sentados en primer plano estaban los Principes, es- clavos supremos del poder y de la gloria, entrelazados en su interminable lucha por Ia superioridad de sus respectivas riquezas materiales, sus joyas y sus ejércitos; habia después un Magnffico y Excelentisimo Su- perPresidente, que como regla era un sabio gordo, hueco e inflado como una piel de batracio putrefacto; también se nombraban varios Magnificos y Excelentisimos Vice- Presidentes, todos envidiosos aspirantes al Jujoso sill6n del SuperPresidente, que detras de obsequiosas sonrisas apenas escondian la daga de su ambici6n impaciente. Un mun- do de Honorables Secretarios corrfa de un lado para otro, compitiendo por el favor de Oidores vestidos de rojo, cortesanas, ca- balleros y otros personajes menores, Final- mente, estaban las comparsas de toda esta comedia: los sabios que iban a tomar parte en las Disputaciones. El Alguimista Gordo Mayor or cortesfa con los visitantes, ha- blé primero el Alquimista Gordo Mayor. Después de resoplar invo- caciones al Altisimo y a Todos los Santos, dijo destilando autoridad por toda su enor- me superficie: —E] Arte Alquimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia sirven para descubrir ‘con certeza y sin ninguna duda la gloriosa mano del Sefior en la Naturaleza, su Di- vino Propésito al crear aire, tierra, mar, animales y plantas para que su Hijo Bien- amado pudiera disfrutarlas, y su Terrible Ira cuando sus leyes son transgredidas. No- sotros los sabios trabajamos humildemente sin la menor humildad—, para mos- trar a los hombres lo que Dios, en su In- finita Sabidurla, ha creado para nuestro ? beneficio. Cuando hayamos terminado nuestra ardua labor, las Tres Ciencias se~ rn un espléndido catélogo de todos los hechos conocidos y por conocer en el Mun- do, porque ese es nuestro propésito y esa es nuestra Gnica meta: describir toda la realidad, catalogar todas las cosas, hacer el resumen de la obra perfecta de Dios. Para legar a tan ansiado fin —continuéd el Alquimista Gordo Mayor—, las Tres El Sabio Gordisimo 1 Ciencias prescriben un Método Infalible y muy Bueno que todos los sabios inteligentes como yo seguimos al pie de la letra: por medio de un gran libro y de todos los apren- dices que puedan conseguirse (y que noso- tros tenemos, gracias a la generosidad de mi amado Principe) —dijo, inclinandose hacia el Principe de Samarkanda, que en se momento concertaba con el Sultén de Ultratierra una Alianza para atacar al Rey de Nkgrtshwpv— anétense en invierno los nombres, tamafios, pesos, olores, sabores, durezas, aristas, orificios, apéfisis, insercio- nes, surcos y espacias de todo Io que en el Mundo existe, cuidando de hacerlo tam- bién en otofio, verano y primavera. Nuestro entendimiento debe ser como una hoja limpia de pergamino donde la Naturaleza escriba sus hechos con su 4gil pluma de pavo real; el Ms Grande y Mejor Sabio —dijo sefialndose discretamente a él mis- mo— es aquel que més fielmente registra y anota todos los hechos, de acuerdo con los Preceptos de Hermes, al mismo tiempo que aborrece Ia Invencién, los Suefios y otras creaciones del entendimiento. El Alquimista Gordo Mayor hizo una reverencia hacia los Principes y volvié a su lugar, confiado en que su discurso lo acercaba mucho al ansiado Premio LeBon, Ahora tocaba su tumo al Sabio Gordisimo, quien como no po- dia pararse debido a su increible abdomen, dijo lo siguiente desde su adomado sillén: —Con todo el debido respeto a mi distinguido colega, el Alquimista Gordo Mayor —ambos se incli- naron suavemente el uno hacia el otro—, cuyas inspiradas pa- labras hemos escuchado con embeleso considero mi obliga- ci6n sefialar’a nuestros amados Princi- pes y al piblico en general ...jque esti completamente equivocado! La gente se ri6 y aplaudi6, disfrutando el ataque y viendo la expresi6n de sorpresa y furia que deformaba la cara del Alqui- mista Gordo Mayor. Por su parte, con una sonrisa de inocencia angelical, el Sabio Gordisimo esperé a que terminara el fes- tejo y continué diciendo: —El interminable catdlogo que propone mi estimadisimo amigo seria inétil. La meta del Arte Alquimico, la Sagrada Cbala y la Tercera Ciencia, no es hacer una lista de todas las cosas del Mundo; Dios ya la ha hecho, al crearlo en su Infinita Bondad y Sabidurfa. El tinico y verdadero propésito de nuestros trabajos es revelar las Leyes de Dios, que El ha escondido detrés de las co- sas y de los hechos. Las Reglas Inmutables y Etemnas, que se aplican igual a los anima- Ies, a las plantas y a los minerales, deben ser nuestra sola preocupacién. Confieso que el Método que propongo no es muy diferen- te, en principio, del sugerido por nuestro gran Alquimista Gordo Mayor: recoger con nuestros sentidos y nuestros aprendices un néimero amplio de datos, pero no al azar sino dentro de un solo campo. En su Infinita Sabidurfa, Dios nos permitira ver las Leyes que regulan y gobierian a esa pequefia parte de su Magnifica Obra. En- tonces pasamos al siguiente campo, y asi sucesivamente, Al final de nuestro Gran Trabajo, en lugar de una biblioteca mayor que la de Babilonia, tendremos en unos cuantos libros todas las Leyes y Reglas ne- cesarias para entender a la-Naturaleza, la Obra Perfecta de Dios. ntre los sabios reunidos en las Disputaciones habla uno muy fa- Jmoso por su habilidad con las palabras; ademds, como era ciego, todos lo respetaban y lo ofan con mucha atencién. EI Sabio Ciego trabajaba en la Corte del Emperador de los Trajes Nuevos y Trans- parentes y era, gracias a este sabio, que su monarca habfa alcanzado tan gran fama de elegancia y originalidad. Entonces hablé el Sabio Ciego: —En verdad os digo, queridos y respeta- dos colegas mios, que los dos teneis algo de raz6n, pero tan escasa cada uno, que si las sumamos todavia no alcanza para definir al Arte Alquimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia. Como ustedes tienen el maravilloso don de la vista, que yo no po- seo, no se han dado cuenta de que el sabio contribuye con sus sentidos a crear la Na- turaleza que estudia. En un mundo de cie- g0s, cexistirian los colores? Decidme, mi admirado Alquimista Gordo Mayor: gten- dria tu inmenso catélogo de las cosas de este Mundo una columna para anotar los colores? Y td, mi sapientisimo colega Sabio Gordisimo, zcudles serfan las Leyes Eter- nas de los colores, si no conocieras de su existencia? No, mis envidiables sabios y amigos, lo que nosotros percibimos de la Naturaleza Perfecta, creada por Dios To- dopoderoso, es lo que nos permiten las ven- tanas de nuestros sentidos: color, olor, sa- bor, dureza. Los sentidos del sabio también forman parte del Misterio de la Creacién y gracias a ellos podemos apreciarla, pero s6lo en una parte Infinitesimal. La verda- dera Esencia de las cosas se nos escapa por completo, Imaginemos una silla, la Silla de los Fil6sofos; los que pueden verla per- ciben su forma y sus colores, si la palpamos sentiremos su dureza, si la olemos percibire- mos su olor, y asi sucesivamente, Pero éstas 8 20 El Sabio Ciego son las propiedades de Ia silla, no son la Silla misma; esta dltima sélo podemos con- cebirla en nuestra mente. Al reunir los da- tos que hemos recogido con nuestros senti- dos, al integrarlos en nuestra inteligencia, estamos creando nosotros a Ia Silla. Esto es lo que representan el Arte Alquimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia: la creacién de la Naturaleza en nuestro pen- samiento. Como los Principes no entendieron las palabras del Sabio Ciego, pensaron que eran profundas y seguramente ciertas, El Alquimista Gordo Mayor miraba atemo- rizado a su Principe de Samarkanda; el Sabio Gordisimo se habia dormido en su amplio sill6n y roncaba fuertemente. Pero entonces tocaba el tumo al sabio de la Corte de la Reina de Ashamu- ran, un hombre pélido y calvo, de procedencia desconocida, que usa- ba gruesos anteojos y hablaba el Latin con un fuerte acento, a quien se conocia como el Al- quimista Extranjero, Dijo lenta- mente: —Mis amados Prrincipes y Prrin- cesas, mis rrespetados sabios colegas, sefiorras y sefiorres: El Arte Alquimico, Ia Sagrada Cabala y la Tercerra Ciencia no son ni un catélogo indiscrriminado de las cosas del Mundo, ni una coleccién de Leyes y Rreglas Eternas, ni una crreacién de nues- tros sentidos. Todos ustedes estn equivoca- dos, perro yo no —y miré a la Reina de As- hamuran, que le obsequié con una discreta sonrisa triunfal. Con mayor 4nimo, él Al- quimista Extranjero siguié diciendo—: Ustedes erreen que nuestrro trrabajo puede hacerse en forrma contemplativa y que basta con obserrvarr, anotarr y pensarr. Perro se han olvidado de lo més import- tante, que yo dirré en una sola palabrra: jexperrimentarr! Pondrré un ejemplo, que vi hace poco en una ciudad con una torre inclinada. Siemprre que se ha erreido que una piedrra de diez arrobas de pe- so cae més aprrisa que una piedrra que pese nada més una arroba, gverrdad? Pues un sabio amigo mio busc6 las dos piedrras de di- ferrente peso, subié a la torre inclinada y las dejé caerr al mis- mo tiempo. Porr casualidad, en ese momento pasaban cerrca de la torre otrros sabios, que ense- fiaban en sus cdtedrras que la pie- drra pesada cae més aprrisa que la liviana, {Cul no serrfa su sorrprre- sa cuando vierron que las dos piedrras egarron al suelo al mismo tiempo! Los sabios gordos y sus aprendices se miraron con inquietud, mientras el piblico contemplaba fascinado al Alquimista Ex- tranjero; los Principes empezaron a imagi- nar esquemas para atraerlo a sus respecti- vas ciudades y la Reina de Ashamuran continuaba sonriendo con aire de triunfo. Después de una pausa, el Alquimista Ex- tranjero siguié diciendo: —Parra conocerr los prrofundos miste- rrios de la Naturraleza debemos interro- garrla; en las Trres Ciencias, las prreguntas se llaman experrimentos. Un experrimento es una manipulacién inteligente que obli- gaa la Naturraleza a rrevelar un secrreto. La Naturraleza es femenina y porr eso nos engafia y nos oculta su verrdaderro ser —aqui la Reina de Ashamuran dejé de sonreir— perro con experrimentos noso- trros podemos descubrrir la verrdad que se esconde detrrds de las aparriencias. El Alguimista Extranjero 2t locaba su turno al Sabio Negro, que habia Iegado en la comitiva del Sultin de Ultratierra. El Sabio Negro era un hombre inmenso, del color del carbén, que refa continuamente mos- trando sus enormes y blanquisimos dientes; antes que Sabio habfa sido esclavo, pero cuando el Sultén de Ultratierra supo de sus profundos conocimientos de Magia Negra, Verde y Amarilla, mand6 que le cortaran las cadenas y lo nombré su sabio. Por eso siempre estaba de buen humor y le encan- taba jugar bromas a todo mundo. Nadie sabla dénde habia aprendido el Arte Al- quimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia, y los sabios envidiosos de otras ciu- dades decfan que era lugarteniente del Dia- blo en el Infierno y que el calor de las lamas etemas lo habfa vuelto del color del carbén. Pero el Sabio Negro se refa de las consejas, cerrando los ojos y revelando su espejeante dentadura, Como en Ultra- tierras todos eran igualmente negros, nadie crefa los rumores y, en cambio, todos ad- miraban la felicidad y la alegria del Sabio ‘Negro. En esta ocasién, camin6 lentamente hasta el centro de la Sala de los Caballeros, hizo una elegante reverencia y dijo: —Mi eminente colega, el Alquimista Ex- tranjero, nos recuerda la importancia de los “experrimentos” —Ia imitacién del acento desperté la risa de todos, menos del Alqui- mista Extranjero; pero el Sabio Negro también se rié y continué diciendo—: Pero yo pregunto, gcémo se escoge el experi- mento que debemos hacer? A continuacién, yo mismo me contesto: el experimento debe resolver un problema, Inmediatamente, me pregunto otra vez: 2dénde se encuentran los problemas? Y con la misma rapidez contesto: en la Naturaleza. Tenemos en- tonces que el Arte Alquimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia proceden con 2e cl siguiente orden —y contaba con los gran- des dedos de su negra mano—: Primero, encontrar el problema; segundo, hacer una Invencién sobre la respuesta; tercero, pro- bar la Invencién con un “experrimento” —otra vez risas de todos, incluyendo al Sa- bio Negro—, y si el Método no concuerda con la Invencién —y levantaba sus dos brazos al cielo— pues entonces, ;hacer otra Invenci6n! Ja, ja, ja ja...! —y se refa lle- no de felicidad y contento, coreado por los Principes, los Oidores vestidos de rojo, los caballeros, las damas y todos los demés asistentes. Los tinicos que no se refan eran los Alquimistas Gordos, que con gran serie- dad movian la cabeza indicando su desa- probacién. También el Viejo Alquimista se refa, tratando de esconderse para que los otros sabios no lo vieran disfrutando del buen humor del Sabio Negro. Al terminar las risas, el Sabio Negro siguié diciendo: —Lo que propongo es algo semejante a lo que dijo mi admirado amigo ¢l Sabio Giego, y es que los mismos sabios formamos parte del Arte Alquimico, la Sagrada Cé- bala y la Tercera Ciencia; digo que for- mamos parte, porque nosotros hacemos las Invenciones con nuestro entendimiento, aunque no sea tan grande como nuestro es- témago ...Ja, ja, ja, ja... Y si ahora re- cordamos lo que dijo el Sabio Extranjero sobre los “experrimentos” ... ja, ja, ja, ja... ya tenemos el Método completo. Nuestro Gran Trabajo terminado ser una serie de Problemas, Invenciones, Experi- mentos y Soluciones o nuevas Invenciones, ids Experimentos, mAs Soluciones o mejo- res Invenciones... Ja, ja, ja, jal... uando el Sabio Negro volvié a su sillén, s6lo faltaba por hablar el Viejo Alquimista, pero como es- taba sentado detras de los otros sabios y de sus aprendices, la gente pens6 que las Disputaciones habfan terminado y se dis- puso a abandonar la Sala de los Caballeros; ademés, los Alquimistas Gordos ya tenfan hambre y lo que seguia era el banquete. Pero el Viejo Alquimista corrié hasta el centro de la Sala de los Caballeros, mos- trando con su sonrisa que todavia disfruta- ba de la felicidad del Sabio Negro, y aplau- dié fuertemente para lamar la atencién mientras gritaba: —iNo se vayan todavia, mis amigos! Aéin falta el final. Como yo soy el sabio residente de esta ciudad, me corresponde terminar las Disputaciones. Les prometo ser breve y no retrasar el banquete —Los Principes volvieron a sentarse, més que na- da por no ofender al Principe anfitrién, aunque algunos mostraron cara de impa- ciencia, Cuando se hizo el silencio, el Viejo Alquimista miré lentamente a su alrededor y dijo: —Durante muchos afios yo pensé igual que mi admirado amigo, el Sabio Negro. Estuve convencido de que el Arte Alquimi co, la Sagrada C4bala y la Tercera Ciencia seguian el Método de los Cuatro Pasos Fun- damentales, que son, en primer lugar: la identificacin de una incégnita en la Obra Perfecta de Dios, por medio de nuestros sentidos; en segundo lugar: la Invencién de la respuesta a la incégnita, por medio de una Teorfa o Hipétesis que suefia nuestro entendimiento; en tercer lugar: una ope- racién o Experimento, realizado de tal ma- nera que nos permita determinar si nuestra Invencién es correcta; si el Experimento se contrapone a nuestra Invencién, debe- mos abandonarla ¢ imaginar otra, por 24 medio del estudio y la meditacién. Segiin este Método, dos de los Cuatro Pasos, el primero y el tercero, son de la Naturaleza; los otros dos, el segundo y el cuarto, son del Entendimiento. Pero en mi tiltimo viaje a una ciudad lejana tuve oportunidad de admirar la obra pict6rica de un Maestro Divino en una Capilla de nombre Scroveg- ni, asf Iamada en recuerdo del Reginaldo del mismo nombre, que el Dante condené al Séptimo Circulo de su Infierno por usu- ero, Este Maestro, Abrogio da Colle (sus amigos le laman Giotto), ha cubierto por completo las paredes de la capilla con pin- turas al fresco que representan El Juicio Final, Escenas de la Vida de Cristo, e His- torias de Joaquin y de la Virgen, Los fres- cos son un milagro de composicién y color; el aire es tan ligero que los Angeles flotan en el cielo y el asno de Ia Hufda a Fgipto parece salirse de la pared, Con justisima raz6n se preguntardn ustedes qué relacién tiene el Giotto con nuestro tema, y, como he prometido ser breve y no cansarlos, me apresuro a aclarar mi Tesis. Y es que el Giotto no ha reproducido sus divinos cua- dros copiando a la Naturaleza; ni siquiera en Ia Toscana ¢s el aire tan transparente © el cielo tan luminoso, A pesar de mere- cerlo, creo que el Giotto no ha tenido de- ante de sus ojos las Santisimas Imagenes que ha pintado; y si no las ha visto, enton- ces las ha creado dentro de él, antes de plasmarlas para gloria de Nuestro Sefior por todos los tiempos venideros. Los frescos del Giotto en la Capilla Scrovegni son una creacién artistica, En estas Grandes Obras Jo que se admira es la proyeccién del en- tendimiento y de la imaginacién del artista, no la concordancia de los hechos represen- tados en Ia realidad. Meditando sobre Ia inmensa belleza que habia disfrutado, empecé a pensar que el Método de los Artistas y el Método del Arte Alquimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia son muy parecidos. Por fa- vor, no piensen que aspiro a compararme con Giotto, Palesrina o el Dante; s6lo hablo del Método, guardando las proporciones que a mi conciernen, aunque en el caso de mis distinguidos colegas sabios —y se incli- nb hacia los impacientes y hambrientos Alquimistas Gordos— no dudo que la com- paracién seria justisima, o hasta honraria a algunos artistas. Pero volviendo a la se- mejanza de los dos Métodos, consideren por un momento el primero de los Cuatro Pasos Fundamentales que he mencionado: percibir un problema en la Obra Maravi- llosa de Nuestro Sefior, en la Naturaleza, por medio de nuestros sentidos. La realidad esté frente a nosotros, inmensa y variadisi ma, més compleja que los movimientos ci culares perfectos de los astros; més rica que los legendarios Astrolabios de Esmeral- da Tallada del Sultin Harum-al-Raschid; y sin embargo, nosotros separamos de esa marafia incomprensible de cosas y de he- chos unos cuantos que identificamos como un problema. ¢Perciben ustedes la parado- ja? Para aislar de la Naturaleza los escasos componentes de una incégnita, necesitamos enfrentarnos a ella con un mecanismo de seleccién previamente establecido, como cuando en el Mar de la India los pescado- res arrojan sus redes tejidas en mallas am- plias, de modo que los peces chicos no sean capturados y s6lo saquen peces grandes. El primer paso en el Método del Arte Alqui- mico, la Sagrada Cébala y la Tercera Cien- cia ¢s arrojar a la Naturaleza que nos rodea la red de nuestro entendimiento, tejida con los hilos de nuestros sentidos; sin embargo, cada uno de nosotros ha separado la malla de esa red de acuerdo con sus propios sue- fios. Lo mismo que el artista, el sabio ha cteado dentro de si mismo su imagen de una parte del Universo: el Giotto pinta la serenidad, que él Ileva dentro, en el rostro de Joaquin, y mi amigo el Sabio Negro es- coge de la Naturaleza el problema que él mismo ha creado dentro de su admirable cabeza... Si ustedes han aceptado hasta aqui mis torpes ideas, prosigan conmigo un poco mis lejos. De los Cuatro Pasos Fundamen- tales del Método de las Tres Ciencias, ya tres son producto del Entendimiento: s6lo depende de la Naturaleza el Experimento, que realizamos para probar la bondad de nuestra Invencién. Sin embargo, una parte de este Experimento es también hija de la inteligencia, porque lo pensamos y Io pla- neamos hasta que estamos seguros de que va a servir su propésito. Si nuestra Inven- cién dice que una arroba de plumas pesa ‘menos que una arroba de plomo, el experi- mento no podré consistir en arrojar las plumas y el plomo al agua para ver cudl flota; el Experimento tendrd que incluir una arroba de plumas, una arroba de plo- mo y una balanza para pesarlas, Y final- mente, de todo lo que ocurre en la Natu- raleza durante nuestro Experimento, s6lo recogemos lo que nos sirve. En nuestro ejemplo anterior, no anotamos que la arro- ba de plumas es un saco grande mientras que la arroba de plomo es una bolsa pe- quefia de municiones; tampoco nos importa que las plumas huelen a avestruz y las mu- niciones a pélvora; y asi sucesivamente. Mi Tesis es que el Experimento no depende nada més de la Naturaleza, sino que la inteligencia también lo conforma, lo filtra y lo interpreta. Por lo tanto, los Cuatro Pasos Fundamentales del Método del Arte Alquimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia son obra del Entendimiento, Qué distingue entonces el artista del sabio? Mi 28 Tesis es que las tinicas diferencias son dos: mientras el artista persigue la expresién de una emocién estética, el sabio intenta co- nocer la Verdad de las cosas; ademés, el juicio sobre la creacién artistica lo hace el corazén de los hombres, mientras el jui- cio sobre la Verdad seré el grado de con- cordancia de nuestras Invenciones con los resultados de nuestros Experimentos. entado en el centro de la Gran Mesa Real, el Principe Anfitrién presidia el banquete que celebraba el feliz término de Jas Disputaciones. A ambos la- dos se encontraban los otros Principes Visi- tantes (la Reina de Ashamuran se habia indignado cuando el Gran Visir le sefialé con toda delicadeza que el balc6n de las damas estaba en el segundo piso de la Sala de Banquetes, pero en honor a la costum- bre subié y se instalé con su séquito frente al baloén de los nifios), y en dos mesas laterales estaban los Oidores vestidos de rojo y el Alquimista Gordo Mayor, el Sabio Gordisimo, el Sabio Ciego, el Alquimista Extranjero y el Sabio Negro. El Viejo Al- quimista habia pedido permiso a su Prin- cipe para retirarse temprano pues se sentfa muy cansado, lo que el Principe le concedié en forma distante, pero muy afectuosa. El banquete proseguia y los platillos segufan legando en hilera casi interminable, con la satisfaccién de los Alquimistas Gordos que, con las amplias mangas de las batas remangadas, comian vorazmente grandes bocados de todo lo que les presentaban. En el centro de la Sala de Banquetes unos sal- timbanquis ejecutaban dificiles saltos y suertes que los Principes miraban con aire Iejano, mientras bebian de copas enjoyadas el vino amargo de Ia cosecha especial del castillo, 26 Mirando un juglar mover habilidosa- mente un aro, el Principe de Samarkanda pensaba: “Qué habra querido decir el Alquimista Viejo? :Serén tan semejantes las Bellas Artes y las Tres Ciencias. ..?” Pero pronto descart6 esta preocupacién, al observar que el Emperador de los Trajes ‘Nuevos y Transparentes cuchicheaba con el Sultén de Ultratierra y sospech6 de in- mediato que algo tramaban contra él. Dos horas més tarde, cuando el banquete lega- ba a su fin y los Sabios Gordos se habian dormido sobre la mesa, resoplando como fuelles y acordeones, el Principe de Samar- Kanda estaba satisfecho: en ese tiempo no s6lo habia disuelto una peligrosa Alianza contra él, que habian concertado el Princi- pe Anfitrién y el Sultén de Ultratierra, sino que habfa establecido una Alianza con el Em Nuevos y Transparentes contra la Reina de Ashamu- ran, y en el mismo tiempo habfa logrado que el Principe Anfitrién le diera permiso al Alquimista Viejo para visitar Samar- kanda y quedarse unos dias con el Alqui- mista Gordo Mayor. El Principe de Samar- kanda pens6 en retirarse, porque el dia habfa sido largo y se sentfa cansado, pero no lo hizo por temor a que los demés Prin- cipes aprovecharan su ausencia para disol- ver sus Alianzas y reagruparse una vez més en su contra, Entonces reté a un juego de ajedrez al Sultin de Ultratierra y se con- centré lo ms que pudo en los movimientos de las piezas, mientras los trovadores toca- ban el laid y Ia flauta y cantaban melodio- samente debajo del baicén de las damas. n ese mismo momento el Viejo Alquimista estaba frente a la chi- menea de su casita, sentado en su cémoda silla y fumando su larga y antigua pipa, repasando los episodios del dia y pre- guntandose una vez més, casi entre suefios, por qué no habia legado el Alquimista Joven. Tan concentrado estaba en sus pen- samientos, que no se dié cuenta cuando una sombra alargada pas6 dos veces por fuera de sus ventanas, ni tampoco que dos ojos amarillos y brillantes lo estuvieron mi- rando durante un rato a través de la cerra- dura de su puerta, De pronto, el Viejo Alquimista se so- bresalt6 al darse cuenta de que frente a él estaba parado un personaje, a quien no habia ofdo entrar, pero que lo habfa sacado de su adormecimiento al cubrir con su cuer- po el fuego de la chimenea, Cuando el sabio se iba a incorporar de su sill el visi- tante le puso una mano firme, pero amable, en el hombro, y le dijo con voz seca y metéllica: —iPor favor, mi querido amigo, no se levante usted! Le ruego me perdone venir a esta hora y sin anunciarme, pero estoy de paso por la ciudad y casi por accidente pude escucharlo a usted en las Disputacio- nes, Su inmensa sabidurfa me produjo des- de el primer momento una gran admiracién y Pregunté en la ciudad c6mo podria en- contrarlo, Su gran fama le ha hecho cono- cido de todos y fue fAcil dar con su casita. Cuando legué estaba usted tan ensimisma- do en pensamientos, seguramente tan im- portantes y profundos, que esperé un rato para ver si salfa usted de ellos sin que le interrumpiera... —Creo que estaba dormido. .. —dijo el Alquimista Viejo con sencillez. —Ah!, tal como me lo imaginaba, tam- bién posee usted la modestia en grado su- mo, como todos los grandes hombres, como... —El desconocido se interrumpié momenténeamente, buscando un nombre, Jo que aprovech6 el Alquimista Viejo para decirle: —Pero, por favor, sefior, siéntese usted y permitame que le ofrezca una taza de té. 2O quiz4 preferiria algo un poco més fuer- te’ —Muchas gracias, prefiero el té —dijo secamente el desconocido y mirando a su alrededor encontré un banco, lo empujé con su bastén hasta ponerlo enfrente del sabio y se sent6 con un rapido y clegante movimiento. Ahora el Viejo Alquimista podia mirar directamente la cara del desconocido y se dié cuenta de que nunca lo habia visto, aunque sus facciones tenian un dejo fami- liar. La cabeza era grande, con frente ancha y noble, la nariz generosa y algo ganchuda, los labios apenas dos lineas ho- rizontales que dejaban ver los dientes fi- nos, firmes y completos, Pero lo més extra- ordinario eran los ojos, de color amarillo claro y casi transparentes, con una viveza extrema y al mismo tiempo el aspecto de las cosas muy antiguas, Miraba fijamente al Viejo Alquimista mientras le hablaba, torciendo apenas la boca en una mueca de forzada cortesta; estaba vestido ricamente, pero sin estridencias, y los colores de su traje y capa sugerfan medio luto, porque eran grises y negros. —Permftame que me presente —dijo el desconocido, una vez que el sabio le habia pasado una taza de té y se habia sentado frente a él, moviendo lentamente el azticar de la suya—. Soy... —El Judio Errante —murmuré el Viejo —jMagnifico! Veo que voy a pasar una velada encantadora —dijo su interlocu- tor—. Pero, si usted no tiene inconveniente, preferiria que me lamara por mi nombre de pila, que aunque menos conocido tam- 2? bién es menos desagradable. Me amo Ahashuerus. —Encantado —dijo el Viejo Alquimis- ta—. Y yo soy el Viejo Alquimista, para servir a usted. —Bien, Dejemos las formalidades, mi querido amigo —dijo Ahashuerus, con aire determinado—; yo he venido a verle por- que después del concierto de rebuznos que nos regalaron los seudosabios que le prece- dieron en las Disputaciones de esta mafiana, sus palabras fueron tan luminosas como un amanecer en los Alpes, tan claras co- mo un diamante pulido de las minas de Oriente, tan refrescantes como un arroyito de agua cristalina, Ademés, revel6 usted ser un hombre cultivado, despierto a las Bellas Artes como la pintura, la misica y Ia poe- sia... —Y ademis, estar ya un poco viejo. —suspiré el Viejo Alquimista en tono apo- logético. —Pero no hablemos de edades, mi que- rido amigo! —replicé Ahashuerus, con un guifio que quiso ser simpatico—. Por razo- nes que no vienen al caso, ese tema me resulta un poco incémodo. Prefiero que conversemos sobre sus sabias Tesis en las Disputaciones de hoy... —Ya dije todo lo que sé al respecto... —dijo el Viejo Alquimista con voz can- sada. “...e1e hombre es uno de los més apasionados e incansables estudiosot de la Naturaleza...” —Entonces, le ruego me escuche un momento, con paciencia —Ahashuerus se ech6'hacia adelante en su banco y hablé en tono agitado, mirando a su interlocu- tor—, Acabo de visitar una lejana ciudad donde tuve el gusto de conocer a un horn- bre que trabaja para cl Gran Duque Ludovico Sforza, también llamado el Moro. A usted le gustarfa conocerlo porque no s6lo es matematico, astrénomo, ingeniero, constructor, inventor y experto en las artes de la guerra, sino que ademés es uno de los mis grandes pintores que existen. Ha su perado ya a Andrea del Verrocchio, su famosfsimo maestro. Pero si esto fuera todo, no le estaria hablando ahora a usted de él, mi admirado amigo. Si lo menciono es porque ese hombre es uno de los més apa- sionados e incansables estudiosos de la Na- turaleza; trabaja dia y noche en el anfi- teatro de disecciones, dibujando los detalles més intrincados del cuerpo humano con trazo seguro y elegante; ilusionado con la posibilidad de aprender a volar, observa durante horas la mecénica y los movimien- tos de los pAjaros, y hasta ha construido ya una méquina para volar; preocupado por la hidrdulica, ha disefiado diversas bombas para pozos, compuertas para canales y otras, maravillas. Ademds, est proyectando la estatua ecuestre mas maravillosa que co- noceré el mundo, Sin embargo, a pesar de su increfble versatilidad, hay una sola cosa que este hombre no hace... ¢quiere usted saber qué es?... —Ahashuerus detuvo su largo discurso, seguro de haber despertado Ia curiosidad del Viejo Alquimista; pero como éste siguié mirdndolo con ojos en- trecerrados mientras chupaba su pipa, pro- siguié—: Este sabio, este genio a que me refiero... jno busca la Piedra Filosofal! EI Viejo Alquimista se movié ligeramen- te en su silla, fumé dos o tres veces mis, se-sac6 la pipa de la boca como para decir algo, después se incliné hacia adelante y se quedé viendo el fuego de su chimenea. Ahashuerus volvié a la carga diciendo en- ffticamente: —iQué léstima que ese hombre tan in- teligente no quiera unir sus esfuerzos a los de tantos otros magos, sabios y alquimis tas!... Pero simplemente se rebusa a in- teresarse en un trabajo tan elevado y de tanta importancia para todos... Cuando Ie escribié a Ludovico el Moro su carta de presentacién, le sefialé con detalle todo lo que podia hacer, como construir diversas clases de puentes para usar en batallas 0 en sitios de ciudades, destruir murallas que resisten a los cafiones, fabricar barcos que nunca se hunden, pero jamés le men- cioné siquiera que podia realizar el Gran Trabajo y encontrar la Piedra Filosofal.. —Quizé porque no puede... —murmu- 16 el Viejo Alquimista. —jOh quizA porque no quiere! —dijo n triunfo Ahashuerus, satisfecho de haber roto el silencio de su anfitrién. Se paré de un salto y apunténdolo con la mano, siguié diciendo con intensidad—: zY por qué no quiere? ‘Es posible que nunca haya sido educado en el Arte Alquimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia, ya que desde los 12 affos de edad ingres6 como aprendiz de Verrocchio. Pero un genio como él no requiere instruccién; si tuviera interés, re- cogeria en corto tiempo todos los textos secretos de las Tres Ciencias y aprenderfa, mejorando de paso, todo lo que hay qué aprender... {No, él no quiere, no quie- re!... —y Ahashuerus seguia apuntando al Viejo Alquimista con su largo y puntia- gudo dedo— ;Y en cambio usted, mi esti- mado amigo, usted se ha pasado toda su vida buscando la Piedra Filosofal y no sabe nada de geologia aplicada, de hidréulica, 28 de mecénica, de las artes de la guerra y de tantas otras cosas utiles y prdcticas —Vaya, por fin me doy cuenta de a dénde quiere usted legar, Ahashuerus —ijo el Viejo Alquimista—. Lo que le Preocupa es por qué los alquimistas hace- mos algo que parece indtil, mientras este genio que tanto le ha impresionado rechaza nuestro trabajo y en cambio practica artes de valor inmediato, cuyos resultados tienen aplicacién directa a problemas importan- tes, que interesan a los Principes y que sur- gen todos los dias. .. —jExactamente! Tiene usted una capa- cidad admirable para resumir mis torpes palabras con gran claridad y sencillez —di- jo Ahashuerus en tono adulatorio, y des- pués de una pausa agreg6, ahora con un dejo nostélgico—: Como usted sabe, llevo ya algunos afios de rodar por e! Mundo, seguiré mientras El no me perdone... pero ese no es el asunto. Como le digo, en toda mi larga vida he encontrado que los sabios que practican las distintas ciencias caen en uno de dos grupos: los que trabajan en problemas prdcticos, de interés para sus Principes y que benefician a sus ciudades, y los que se dedican a trabajos tan esoté- ricos como la Piedra Filosofal, el Misterio de Ia Vida, o la captura del Pajaro Azul. EI Viejo Alquimista sonrié melancblica- mente y siguié furnando su pipa, esperando que Ahashuerus terminara. —Y hoy en la majiana, después de oirlo defender su Tesis en las Disputaciones con tanta elocuencia y con tanta pasién, me convenci de qué ¢s usted, mi sapientisimo amigo, la tinica persona que puede aclarar- me mis dudas, que puede revelarme por qué se gasta toda una vida en algo inttil (iperdén, no quiero ofenderlo!) cuando hay tantas otras cosas importantes y practi- cas que pueden hacerse y cuando ademés se 30 tiene el tiempo limitado... y pronto todos serdn recibidos en la Paz Etema del Reino de Nuestro Sefior... con una sola excep- cién. .. —Ahashuerus termin6 esta iltima frase en un hilito de voz, baj6 la cabeza y se senté en su banco, sin mirar al Viejo Alquimista. Este guardé silencio un minuto més y apoyando su mano suavemente en el antebrazo de Ahashuerus, le dijo: —Y¥o también he pensado en ese pro- blema, Ahashuerus, y me ha parecido que es complejo; por lo tanto, mi respuesta ten- dr& que ser igualmente compleja y dudo que le satisfaga. Pero de todos modos voy a dérsela, ya que me ha hecho el honor de pedirmela, —El Viejo Alquimista se echd para atrds en su silla y continué hablando, como si no hubiera nadie més en la habi- tacién—: Cuando nos preguntamos por qué trabaja un hombre en algo, debemos distinguir entre la motivacién para el tra- bajo y'el contenido de este trabajo. La motivacién puede tener varios disfraces: Tiqueza, poder, fama, honores, sabiduria, santidad, vida eterna... —Ahashuerus no se movié pero respiré hondo— y tantas otras cosas que componen Ia ambicién hu- mana. Pero detrés de la mAscara esté siem- pre la misma cara: Ja satisfacci6n de un deseo personal y egofsta. Nuestro deseo es como la Materia Prima ¢ Indivisible de que estin hechas todas las cosas: aunque su forma cambie su esencia sigue siendo la misma. En un medio eclesidstico, la moti- vacién aparente del trabajo ser la santi- dad; en un ambiente guerrero, el poder y la gloria; entre comerciantes, la riqueza y los honores, Pero la fuerza que empuja a emprender las Grandes Obras no tiene, en los humanos, més que una proyeccién in- tema; en el fondo todos somos egoistas y lo que queremos es satisfacer nuestros de- seos, Con esto, Ahashuerus, creo que puedo adelantarle la primera parte de mi respues- ta: ese personaje genial que me ha descrito, que estudia el vuelo de los péjaros, y este Viejo Alquimista que ahora le habla, que busca la Piedra Filosofal, ambos trabaja- mos por la misma raz6n. Los dos tenemos el mismo deseo, los dos perseguimas la sa- tisfaccién de la misma angustia: los dos queremos saber. Los dos queremos encon- trar algo nuevo, los dos esperamos que la Naturaleza nos revele un secreto oculto al resto del Mundo. Y si la sabidurfa le parece demasiado pedante como deseo, estoy dis- puesto a aceptar, para mi humilde caso, la satisfaccién de la simple curiosidad. .. Ahashuerus levant6 la cara y miré al Viejo Alquimista, que estaba hablando con los ojos cerrados y una expresién de gran tranquilidad; la luz rojiza y cambiante del fuego en la chimenea lo iluminaba en for- ma caprichosa, dando Ia impresién de que se movia y al mismo tiempo estaba quicto. La mirada amarilla y transparente de Ahashuerus parecfa atravesar al Viejo Al- quimista, al sill6n, a la pared de la casita y seguir indefinidamente, sin que nada la detuviera. De pronto, el Viejo Alquimista continué —Pero vamos al contenido de nuestro trabajo. Aqui la palabra clave parece ser “nGtil”, Usted me ha dicho, Ahashuerus, que la bisqueda de la Piedra Filosofal no tiene resultados précticos. En esto, creo que se equivoca: el que la encuentre tiene ase- gurada no sélo riqueza y salud, sino una muy larga vida, ya que con la Piedra viene el Elixir de la Vida o Gran Elixir. Com- prendo que este aspecto del éxito no le parezca a usted muy atractivo —el Viejo Alquimista hizo una pausa, abrié los ojos para mirar a Ahashuerus, pero lo encontré tan distante, tan envuelto en si mismo, que volvié a cerrarlos y continué—; pero este mismo Elixir de la Vida sirve para curar todos los males y todas las enfermedades, es la Panacea Universal. Y si fuera poco, la Piedra Filosofal también puede transfor- ‘mar las piedras m&s comunes.y vulgares en preciosas, y ademds reblandecer toda clase de vidrios y cristales, También sirve para descubrir a cualquier persona, donde quiera que esté escondida, y para entender el len- guaje de todas las criaturas como ardillas ¥ PAjaros, etc. Claro, usted esté pensando ahora que todo esto estarfa muy bien si la Piedra Filosofal existiera, pero como esth convencido de que es un mito y que nunca vamos a encontrar nada, nuestro trabajo le parece inétil, zno es asi?... —As{ es —dijo desde muy lejos Ahas- huerus. —Pero supony por un momento, que la Piedra Filosofal sf existe y que el dia de mafiana el Sabio Negro (porque yo creo que si alguien va a encontrarla, seré él), logra realizar el Gran Trabajo Perfecto y entrega al Sultén de Ultratierra el Supre- mo Magisterio del Elixir de la Vida, la Panacea Universal y la Fuente de la Ju- ventud Eterna... —dijo el Viejo Alqui- mista. —Serfa... como una maldicién divi- « —susurré Ahashuerus, —De modo que si la Piedra Filosofal no existe, nuestro trabajo es indtil, pero si es real y un dia la encontramos, en lugar de haberle hecho un gran servicio a la Hu- manidad, lo que le hemos trafdo es una gran desgracia... —el Viejo Alquimista se Tevant6 de su sillén y atiz6 los Iefios de Ia chimenea, avivando el fuego que se habia puesto un poco triste, volvié a sentarse, encendié su pipa y continué—: Permita- me que le sorprenda, Ahashuerus, dicién- dole que yo no sé si la Piedra Filosofal real- mente existe, Mi postura es distinta a la de st los Alquimistas Gordos, que persiguen a Ia Piedra Filosofal con la conviccién ciega de que es una realidad y posee todas las ma ravillosas propiedades que le atribuyen; pero mi postura también es diferente de la del extraordinario personaje que tanto le ha impresionado (y que usted acepta), que en principio niega la existencia de la Pie- dra Filosofal. Yo, simplemente, no sé, Para resolver mi duda puedo hacer una de dos cosas: o adoptar arbitrariamente una po- sicién, o ir todos Jos dias a mi laboratorio a tratar de aprender la verdad... —Sin embargo —dijo Ahashuerus—, usted mismo, mi estimado amigo, dice que no sabe si al final sus arduos trabajos ten- drin un resultado positive, Es muy posible que pudiera estar desperdiciando muchos afios, o toda la vida, buscando algo que no existe, mientras que si aplica todo su es- fuerzo y sus grandes conocimientos a otra rea, quiz4 menos elevada, pero en si més prictica, sus probabilidades de éxito estén aseguradas. —Con lo que usted ha dicho ahora, Ahashuerus —dijo el Viejo Alquimista—, ha dado en la clave de mi respuesta. Para un Viejo Alquimista como yo, el éxito no consiste en encontrar la Piedra Filosofal, sino en hallar la Verdad: lo que yo quiero saber es si la Piedra existe o no existe. De manera que si no la encuentro, y ademas estoy razonablemente seguro de haber he- cho todos los esfuerzos de que soy capaz (por eso trabajo desde la mafiana hasta la noche), también he tenido éxito, porque he alcanzado ‘lo que buscaba, que era.el Conocimiento —y el Viejo Alquimista vol- vi6 a echarse.para atris en su silla, cerr6 los ojos y continué con voz cansada—: Como hombre de mundo, Ahashuerus, usted co- mete el mismo tragico error de confundir lo préctico con lo titi, Sin embargo, un 82 momento de reflexién deberia convencerle de que mientras todo lo practico es titil, lo contrario no es necesariamente cierto. No todo lo titil es préctico, en el sentido de que contribuya a corto plazo a resolver algin problema especifico o a hacer nuestra vida material més c6moda. La utilidad del co- nocimiento obtenido por las Tres Ciencias debe medirse en otras unidades, menos rela- cionadas con nuestras necesidades momen- ‘tdneas, generalmente incidentales a la épo- ca hist6rica en que estamos viviendo. La razbn de esto es que, ademés de enfrentarse a problemas inmediatos, el hombre tam- bién necesita atender otras demandas deri- vadas de su propia estructura, que lo pre- sionan con igual o mayor urgencia que las exteriores, Me refiero a su curiosidad, a su hambre de conocimiento, a su incapacidad de vivir en Ja incertidumbre. Frente a los misterios de la Naturaleza, nosotros hemos inventado una serie de explicaciones, en Parte por ignorancia y en parte porque nuestro entendimiento no tolera una pre- gunta sin respuesta. Pero a través de los afios también hemos disefiado un Método Para asomamos poco a poco a nuestras explicaciones ¢ irlas sustituyendo por otras que tengan mayores probabilidades de co- responder a la realidad. El camino es largo y esth Ileno de dificultades y decepciones. Aristételes dijo: “La basqueda de la Ver- dad es de cierta manera dificil y de otra manera facil. Porque es evidente que nadie puede dominarla por completo o ignorarla en su totalidad. Pero cada quien agrega un poco a nuestro conocimiento de la Natura- leza y de todos los hechos reunidos surge cierta grandeza...” Esta es la utilidad més clevada y més genuinamente humana de las Tres Ciencias, Pero su admirado amigo, que construye mAquinas de guerra y com: puertas para canales de irrigacién, nos revela con su trabajo otro aspecto de la utilidad del Método, ya que sin él los prin- cipios generales en que se basan sus obras no se hubieran establecido y no podrian levarse a cabo, Sin mateméticas o geome- tria sus enormes ballestas nunca darian en el blanco, sus catapultas se desintegrarian contra los muros de las ciudades sitiadas y, aunque observara el vuelo de los pAjaros por cien afios, jamfs lo comprenderia. No, Ahashuerus, no podemos clasificar al cono- cimiento obtenido por el Método de las Tres Ciencias en ttil e inétil, usando para ello Jos intereses mezquinos y transitorios del momento en que vivimos. .. —Mi pro- fesi6n es explorar Io desconocido, exami- nar Jos misterios de Ja Naturaleza para comprenderla; la bésqueda de la Piedra Filosofal ¢s una actividad noble, porque representa la aspiracién del Hombre, im- perfecto como es, de alcanzar la Perfeccién Absoluta. En cambio, el oficio de su ilustre admirado es otro: él quiere construir un dique, hacer una méquina que vuele, des- cribir nuestra anatomia hasta el iltimo de- talle, Yo quiero saber la Verdad; él quiere resolver problemas... Los dos tenemos si- tio en este Mundo, los dos cumplimos fun- ciones importantes para el Hombre, quien, ademés de necesitar pan y justicia, también tiene suefios de amor y felicidad, ambicio- nes de poder y riqueza, y descos de satis- facer su curiosidad y su sed de conocimien- tos; y a veces, aunque s6lo sea muy de vez en cuando, también tiene la inclinacién y la capacidad divinas para disfrutar la pro- funda belleza filos6fica del Dante, o la plasticidad transparente del Giotto. Cuando el Viejo Alquimista abrié los ojos, se encontré solo en su cuarto. Se que- dé un largo rato sentado frente al fuego de su chimenea, tratando de decidir si Ahas- huerus realmente habfa estado ahf, en su cuarto, o si s6lo habfa sido un suefio. Pero después pensé que era lo mismo, “por- que, después de todo, El Judio Errante no es mAs que el personaje de una leyenda...” ‘otas de una Cétedra dictada por dl Viejo Alquimista a sus alum- nos en el Aula Magna del Antiguo Colegio Real; algunas hojas del principio desaparecieron, seguramente comidas por los innumerables ratones que habfa en la Torre de Marfil, que gustaban mucho del pergamino, = «por destilacién en el agua, que desti- lando por las cenizas. Sabemos que esto es ast porque si destilamos Aceite de colores en cenizas logramos separarlo puro y en sus partes elementales: el Aceite Rojo, como la sangre del Toro Celeste; el Accite Blan- co, mds cristalino y sereno que el agua; y el Aceite Verde, que conviene @ todas las plantas y sus semejantes. Hasta aqut la cdtedra sobre destilacién, tomada del Summa Perfectionis, que uste- des deben repasar tres veces, cuando la luna suba en el cielo. Quiero terminar mi lec- cién de hoy hablando sobre otro tema, que considero de interés para todos, pero espe- cialmente para aquellos de ustedes que tar- de 0 temprano serén Cardenales, Grandes Capitanes, Oidores vestidos de rojo, 0 Prin- cipes, y, por lo tanto, tendrén el poder de las decisiones en sus manos. Me refiero a los usos de la Alquimia en los asuntos de los hombres y las ciudades. He sabido que algunos estudiantes de este Antiguo Colegio Real han formado una Liga Contra el Arte Alquimico, la Sagrada Cdbala y la Tercera Ciencia, alegando que estdn inspiradas por el Maligno; que los Alquimistas somos alia- dos de Satands porque nuestros trabajos son 38 utilizados para envenenar a los que estor- ban, para enloquecer a los campesinos y robarles su tierra y sus animales, y que si no hubiera Algquimia los hombres serian bue- nos porque no tendrian los medios para ser malos. La misma Liga Contra las Tres Ciencias proclama que los ingenieros co truyen méquinas de guerra, los matemdt cos calculan la velocidad y direccién de las balas para matar mds gente, y los arquitec- tos disefan castillos con cdmaras de tortura. La Liga Contra las Tres Ciencias pide que desaparezcan todas las Ciencias, que son inventos del Demonio para perder al Hom- bre en la Tierra y cerrarle las puertas del Cielo. Yo quiero decirles que, en el ardor de su Santa Fé y deseosa de realizar Buenas Obras, la Liga Contra las Tres Ciencias confunde ta sombra con el carro. Et Ma- ligno no estd en las Ciencias sino en el corazén de los hombres. Cain no utilizé un veneno preparado por un Alguimista para matar a Abel, aunque siguiendo el razona- miento de la Liga Contra las Tres Ciencias, Satands creé al burro con una quijada del tamaiio y peso convenientes para que sir- viera a tan abominable crimen. Y si pensa- mos de esa manera, ¢qué podemos decir al recordar al Buen Asno que llevé a la Dul- ctsima Virgen en su Huida a Egipto? Es cierto que algunos malos Alquimistas (yo mds bien los Uamarta Magos), aprovechan partes del Método para preparar venenos, pero los mismos procedimientos sirven para hacer los bdlsamos que alivian nuestros 34 cuerpos enfermos. Ciertos arquitectos cons- truyen cdmaras de tortura, pero otros levan- tan catedrales majestuosas, que recuerdan la Infinita Bondad del Seftor. Las Ciencias son el medio, descubren la Verdad e inven- tan los procedimientos, pero son incapaces de decidir los usos a que se aplican. Tal decisién depende exclusivamente de los hombres, que si han pactado con el Demo- nio usardn la Verdad y los procedimientos para hacer daiio, para matar y robar, per- siguiendo solamente sus infernales ambicio- nes. Asi como hay hombres buenos y malos, Principes Buenos y Malos, estudiantes bue- nos y malos, también hay Alquimistas buenos y malos; pero su aficién por el ma- ligno no depende de su condicién de Algui- mistas sino de su calidad humana. Los invito, seflores estudiantes, a que formemos una Liga, pero no Contra ei Arie Alquimico, la Sagrada Cébala y la Tercera Ciencia, sino contra los Hombres Males; si nuestra Liga cuenta con la bendicién del Altisimo y tenemos suerte y fuerza, veremos alejarse de nosotros a Satands y sus tenta~ ciones, y podremos aprovechar todo lo itil y constructivo que se deriva de las Tres Ciencias. Pero si caemos en el error de ir contra las Obras de Dios y olvidamos que el Demonio no se esconde en ellas sino en el corazén de los hombres, estaremos haciendo un grave perjuicio e impidiendo que la Sabidurla Infinita del Seftor prevalezca sobre la Tierra, En el nombre de Dios, He dicho.

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