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Gite Coat red (PASI) Deez) Clasicos / Biogratias Economia / Sociologia CAC s ee Coys Auocu) yee Ee Teoria femini Parse Gare eal 2 props dea econte CuRAa economia se practica con ores, es | decir, como vivenca objetiva, qedan sur principio y sus métodos fuera del alcance de los movimients politicos y Sociales? H género acta como punto de vista desde el que se peribe el mando y se evaia Ia petinencia de cada cues- tién, En una discipina donde todavia hoy predominan los hombres i sgue- 1 en aquellos casos donde se han anal ado fenémenos vincwados al mundo femenino como i era ola fia se ha Iegado a conciusiones que, para una nirada feminist, perezcan corrects 0 imparciales. Estos textos excritos por e= pevalistasen economia yclenclas soci les deseanenriquecer el andiisecond- rico y iberaro de a parcaidad que le immpone el predominio de intereses expe- cificaments mazealnos 15,00 Eu Marianne A. Julie A. Nel Sen, Amartya (1984), Resources, Values, and Devel bridge, Mass,, Harvard University pate ene Smarr, Adam rm, Adam (2003 [1776)), La riqueza de las naciones, Madi, Stern, Karl (1 Fl Kar (1965), The Flight from Woman, Nueva York, Noondey ‘Vartan, Hal R. (1984), Microect Raw Hal (1984), Microeconomic Analysis, Nueva York, WW Cariruto 2 El yo divisorio: prejuicios androcéntricos de las hipotesis neoclasicas PAULA ENGLAND La estructura teérica profunda de la economia neoclisica presenta varios prejuicios de caracter androcéntrico. Segin tres Ge sus hiptesis fundamentales, la utilidad mterpersonal no es susceptible de comparacion, los gustos son constantes y ex6ge- nos a los modelos econémicos, los actores del mercado actikan movids por el egoismo (es decir, su utilidad es independiente). ‘A mi parecer, todas estas premisas proceden del modelo de ‘onducta humana distanciada que el feminismo ha criticado en. distintas disciplinas. Con la expresién «yo divisorion quiero de- cirque, en ese modelo, los seres humanos son auténomos ¢ ina- Sequibles a las influencias sociales, carecen del vinculo emo- ional necesario para sentir empatia y presuntamente se com- portan asi en cla economia» y en el «mercado». ‘Una cuarta hipétesis, con frecuencia implicita, de la mayo- ria de los modelos clasicos sostiene que los individuos no re- producen e! modelo divisorio en la vida familiar, Dentro de la familia se les supone altruistas (especialmente a los hombres). ‘Asi pues, los mismos vineulos emocionales que se subrayan en 59 la vida familiar se niegan al anzalizar los mercados. Por mi par- {e, sostendré que tales hipdtesis exageran tanto la indole diviso- ria y atomizada de la conducta en el mercado como la empatia y el altruismo de la vida familiar. Podriamos calificar de «androcéntricas» todas estas hipéte~ sis, en parte porque si el actual sistema de relaciones de género no se considerara el tinico posible o el més deseable no se h bria Hegado nunca a tales conclusiones, muy especialmente 10 se habrian establecido los fuertes contrastes entre las hipdtesis que se juzgan apropiadas pata analizar la economia doméstica ¥ las que se utilizan para estudiar los mercados. Son también androcéntricas porque favorecen los intereses de los hombres, ‘ya que los analisis correspondientes contribuyen a ocultar la si tuacién de desventaja que la tradici6n ha perpetuado en la mu- Jer. tanto en la vida familiar como en el mercado de trabajo. ‘SEs perfectamente posible criticar las principales hipotesis de Ia teoria neocldsica sin hacer referencia al pensamiento f2- minista, Muchos economistas y cientificos sociales también las han criticado'. Aunque en este capitulo me serviré de muchas de sus ideas, mi intencién es subrayar algo que la mayoria de las criticas de la teoria econémica han pasado por alto: el hecko de que los modelos neoclasicos rechacen determinadas mani- festaciones de la experiencia humana tiene mucho que ver con la organizacién social del género”, La teoria oculta tanto la con- tribucién caracteristica de la mujer como las ventajas y el poder de que disfrutan los hombres. Es, pues, esa ocultacién de contribucién femenina y del poder masculino lo que constituye el micleo de lo que hemos llamado prejuicio «androcéntrico». * Para un anilisis crtco del interés personal, los gustos exdgenos y bt imposibilidad de establecer comparaciones de lautilidad interpersonal di tinto al de la teoria feminists, véanse Mansbridge (1990), Etzioni (1988, ‘Sen (1982, 1987), Piore (1974), Hahnel y Albert (1990), Pollak (1976. Frank (1988) y Granovetter (1985, 1988). Véase también un andlisis critica de Ia hipétesis de la racionalidad neoclsica (que aqui no examino) distint> al dela teria feminista en Hogarth y Reder (1987) y Elster (1979), ® Ora critcas de la teoria econdmica que relacionan las omisiones coa los prejuicios de género en Folbre y Hartmann (1988), Nelson (de proxima -aparicion) y los restates capiulos de esta obra. 60 Elector debe tener presente, sin embargo, que no todo el sexis- ‘mo de la literatura econémica se relaciona con el cuerpo teori- co fundamental, ya que en los andlisis de las hipétesis secunda- rias procedentes de sus aplicaciones concretas se manifiesta atin con mayor fuerza que en las ideas basicas que examinamos aqui. LAS CRITICAS FEMINISTAS A.LOS PREIUICIOS TEORICOS Antes de aplicar una critica feminista a la teorfa econémi- a, convendri establecer qué quiero decir con teoria feminista, Durante los iltimos aos, desde que las mujeres (muchas de ellas, feministas) se han incorporado al mundo académico, se han venido ayendo acusaciones de que el cuerpo te6rico de muchas disciplinas ha adquirida un prejuicio de género. A lo largo del tiempo, sin embargo, el pensamiento feminista se ha diversificado, de modo que hoy presenta una saludable contro- versia®. No obstante, casi todas las ideas feministas coinciden cen denunciar la subordinacidn de la mujer al hombre en wn gra~ do innecesario y moralmente censurable. Mas alla de esto, las, ideas difieien cn cuanto al origen de la desigualdad y en cuan toa la solucién mas viable. En el pensamiento feminista cabe distinguir dos corrientes fundamentales, aunque no mutuamente excluyentes. Un cuer- po de ideas subraya la exclusién de la mujer de aquellas activi- dades e instituciones tradicionalmente reservadas a los hom- bres. Por ejemplo, el derecho, los valores de la cultura y otras prcticas discriminatorias las han excluido de la politica, del i- derazgo religioso, de los cargos militares y de las profesiones y 10s oficios remunerados de tradicién masculina Tales exclsio-| nes son trascendentales para las mujeres, ya que todas las acti- vidades tradicionalmente relacionadas con el hombre se aso- | cian a una mayor gratificacién en dinero, honor y poder. Los, > Véase una excelente revision de las posiciones feministas en Jaggar (1983). 61 mecanismos de exclusin son tan eficaces que muchas veces Jas mujeres han preferido no entrar en los ambientes «masculi- ‘nos, aunque nunca ha faltado una minoria que lo intentara. En ee medida eorretiva que proponen las feminists es ipacién de la mujer en i 4s partcipecin dela mujer en esos ambiente, en pie de igual a segundo cuerpo de ideas feministas subraya la devalue- cidn y Ta escasa recompensa material que reciben las caracteris- ticas y las actividades que la tradicion asigna a las mujeres, Aqui cl sexismo consiste en no haber sabido ver lo mucho qu: japortan a la vida econémica, social y politica; en haber ignora. do Ja contribucion «a la riqueza de las naciones» de actividades como la crianza de los nifios, el trabajo doméstico y el trabajo voluntario. Tampoco se ha valorado hasta qué punto contribu- yen a aumentar los beneficios de las empresas, lo que nos obli- £2. plantearnos, por ejemplo, el problema de la «comparacién del valom» en la fijacién de salarios (England 1992). Para las fe- ministas que hacen hincapié en esta forma de sexismo, la solu- cién estaria en cambiar los valores que han denigrado las acti- Vidades tradicionalmente femeninas y en remunerarias mejor" ‘A veces se ha querido ver un coniflicto entre estas dos posi- ciones feministas. La primera pretenderia Ia entrada de la mu- * Nelson (1962 encuentra apetospositvosynepatvo en sesque aan abe alosomis yh ree gee ue mesa cultura tendo aver el ad posto e as eslidats Sopot tent rascals y vieversa.Tomemos, por ejemplo los tines edo Y eblandon, que sacken secre de un ma metavico al hombeey 4a ‘uj, respectvamente. Enel mundo del ineetoy de lo nego fe terns posta, la bland, nana, Nelson iecooee canbe posto Sela pero sss nua nec ardor ye, jue reconoce que la debilidad es negativa, subraya el aspect itive de la flexiiiad hecho do qu la distincién sd lands te eseiders sou valeate a fers conta deity y ncaa lente conta righdo» cose ‘na manfestacin mds dl precio andoceorico Elance Nels tues que el segundo és feminist que aula a! oo mas fhe ando plana a valoracién de los aspects pasties de as carters Yas actividades adicinalmentefemeninasy cuando suerte lo sal fesandrocttos sedge los apes nears das eee as actividades tadionalmentemasealinas, 62 {jer en las actividades histéricamente reservadas a los hombres, ‘mientras que la segunda abogaria por que se mantuviera fiel a sus actividades tradicionales. No obstante, la segunda posicién 1 es incoherente con la idea de abrir todas las actividades bien valoradas tanto a los hombres como a las mujeres en igualdad de condiciones; reconocer el valor de las actividades tradicio- nalmente femeninas y remunerarlas en consecuencia no equi- vale a defender que jas mujeres continien ejerciéndolas en la exagerada proporcién que hemos conocido hasta ahora. En efecto, una cultura que realmente las valorara no dudaria en es timular su aprendizaje tanto entre las mujeres como entre Jos hombres. En este sentido, las dos posiciones feministas serian compatibles y podrian abogar porque los dos géncros compar- ticran las actividades asignadas por la tradicién a cada uno de ellos y porque todas ellas se valoraran y se remuneraran mejor. ‘Sin embargo, la segunda posicién si se contradice con aquel pensamiento feminista que propone un hombre y una mujer modelados sobre el yo desconectado y no empatico que el libe- ralismo clasico reserva s6lo a los hombres. Para la segunda po- sicién, valorar de este modo al hombre y a la mujer constituye un error. Partiré aqui de esta segunda open para distinguir el yo ««divisorion del yo emocional que se vincula a los demas. Pues- to que los vincilos emocionales, asi como el trabajo y los co- nocimientos que suponen las relaciones basadas en la estima, forman el grueso de las actividades reservadas a la mujer por la tradicién, me ocuparé aqui de las consecuencias teéricas que ha tenido el menosprecio de todas esas funciones. La critica fei- nista en este caso se dirige tanto a la exaltacién del yo divisorio como a su vinculacién con el género. La critica feminista del modelo del yo distanciado se apli- ca también a otras disciplinas distintas a la economia. Seyla Benhabib (1987) rastrea las huellas del ideal de autonomia in- troducido por el liberalismo en la filosofia politica, una tradi cién (en cualquiera de sus versiones, Hobbes, Locke, Rous- seat, Kant o Rawles) que ha estudiado el paso del «estado de naturaleza» al metaférico «contrato» que sostiene el Estado, A los hombres se les supone distanciados y auténomos tanto 63 antes como después del contrato, lo tinico que cambia es el gra do de civilizacisn o de justicia que disfrutan como individuos separados. Los creadorés de tales ideas, que se desarrollan des- de el siglo xvm al xrx, suponen también que el papel de la mu- Jer es criar a los hijos, realizar el trabajo casero y prover al hombre de bienestar emocional y satisfaccién sexual. Nunca se toman en serio la posibilidad de que el hombre asuma ese tipo de tareas. Tampoco quieren reconocer que los hombres no son. completamente aut6nomos y que jamas habrian alcanzado la edad adulta sin el trabajo altruista de una mujer, del cual, por otra parte, continian beneficidndose a lo largo de toda su vida. E] trabajo femenino se daba por descontado, no merecia la pena analizarlo, se exciuia de la teoria politica; para la mentali- dad metafisica y degradante del mundo natural que profesaban tales autores, la mujer y su actividad «formaban parte de la na- turaleza». Por otra parte, las actividades femeninas quedaban al margen de la «moral», un concepto reservado al ejercicio de la «autonomia» en el ambito ptiblico. Asi pues, valoracién del yo divisorio y menosprecio o condena al olvido del yo relaciona- do y sustentador. La psicologia del desarrollo concede la misma importancia al concepto de separacién (Keller 1986; Chodorow 1978; Gilli- gan 1982). Carol Gilligan afirma que para Freud, Jung, Crik- son, Piaget y Kohlberg, pese a sus diferencias, el proceso de in- dividuacién es sindnimo de madurez, mientras que el vinculo con los otros se considera regresivo. En su profundo sexismo, 0s autores asumen que la mujer se encarga de criar a los hi- jos y de prover de bienestar emocional al hombre, pero nunca incluyen la eapacidad para la intimidad y el euidado de los de- mas en el proceso de maduracién. Presentan sus ideas como teorfas genéricas del proceso humano de desarrollo, no como teo- rias del desarrollo del hombre en el contexto de determinadas condiciones sociales. La filosofia de la ciencia exalta también al yo divisorio. Evelyn Fox Keller (1983, 1985) argumenta que la objetividad se define como separacién del sujeto (el cientifico) de su obje- to de estudio. Segin esta autora, el hecho de que la metodolo- gia de la ciencia que han desarrollado los hombres se base en la autonomia distanciada y «masculina no es una coincideneia, ‘Aunque, desde esa perspectiva, los vinculos emocionales con Ia materia de estudio se consideran una contaminacién del pen- samiento, Keller est convencida de que pueden producir ha- llazgos muy ities. Algunas de nuestras ideas més profundas proceden de la capacidad para empatizar con aquellos sujetos ‘uy comportamiento estudiamos. Las normas cientificas per- miten la empatia en el «contexto del descubrimienton, no en el de la qjustificacién»; sin embargo, los articulos cientificos es- tan escritos en el lenguaje del contexto de la justificacién, lo que a fin de cuentas oculta el contexto del descubrimiento, como ocurre con la erianza 0 el trabajo doméstico. El resulta- do es que la ciencia no deja testimonio escrito del proceso de empatia que produce ideas, y continuamos sin conocer como contribuye el yo conectado, durante la fase de la investiga- cidn, al logro de las metas cientificas reconocidas. En defini- tiva, los textos cientificos desdefian la parte conectiva de la empresa. LA APLICACION DE LA CRITICA FEMINISTA DE LOS MODELOS DEL YO DIVISORIO, ALA ECONOMIA NEOCLASICA. \ {Cémo se aplica la critica feminista del modelo del yo di- visorio a la teoria econémica neoclisica? Se trata de criticar las siguientes hip6tesis: 1) es imposible establecer comparaciones de la utilidad interpersonal; 2) los gustos son exégenos y cons tantes; y 3) los actores son egofstas. Las tres hipdtesis se apli- can a la conducta humana en las transacciones mercantiles, que cconstituyen el niicleo de la economia. Pero cuando el objeto de ) andlisis es la familia surge una cuarta hipétesis que, dando un giro espectacular, afirma que la relacién de sus componentes se rige por el alt >. Las tres primeras hipotesis encarnan, ami ‘mod de ver una concepcion divisor del yo y por tanto vul- nerable a la critica feminista que acabamos de ver. La cuarta no suele analizarse en los libros de texto, pero aparece explicita- mente en la rama de la economia que se ocupa del estudio de la 65 vida familiar, la «nueva economia doméstica» (Becker 1981; Pollak 1985). El contraste entre las ideas sobre la familia y las ideas sobre el mercado revela su profuunda relacin con los r= les de género. Comparaciones de la utilidad interpersonal Los economistas neoclasicos afirman la imposibilidad de comparar la utilidad interpersonal. La utilidad se define des- de los afios 30 como satisfaccién de los deseos del sujeto indi- vidual, sin relacién con algin tipo de bienestar objetivo y men- surable que pueda fundamentar la comparacién interpersonal (Cooter y Rappoport 1984). En consecuencia, la teoria neoclé sica afirma la imposibilidad de conocer quién sale beneficiado de un intercambio entre dos personas, puesto que la «moneda» con la que se mide la ganancia o la ventaja es la utilidad y ésta se considera radicalmente subjetiva. La hipotesis se considera tan elemental que generalmente viene expuesta en los libros de texto de microeconomia para no graduados (por ejemplo, Hirsh- leifer 1984, 476). De esa hipétesis se deriva el empleo del «éptimo» de Pare- to para medir la eficiencia. Pareto opina que un cambio distri bucional es superior cuando por lo menos una de las partes ob- tiene alguna utilidad y nadie pierde ninguna. Por ejemplo, el in- tercambio voluntario entre individuos que persiguen su propic interés produce una distribucién superior. Cada una de las par- tes debe pensar que sale més beneficiada de realizar el inter- ‘cambio que de rechazarlo o de no haberlo hecho, Cuando ya no cabe la posibilidad de Hevar a cabo mds intercambios de resul- tado superior, se dice que la distribucién es, segiin Pareto, opti- ma, Por tanto, la redistribucién que requiere que un cierto mero de ricos pierdan utilidades en favor de los pobres no res- ponde, por definicién, al «superior» de Pareto. {Qué dicen los andlisis criticos feministas de la divi- sién/vinculacién a propésito de las comparaciones entre utili- dades interpersonales? La imposibilidad de la comparacién sélo puede afirmarse desde la mentalidad del yo desvinculado. 66 ara comprobar hasta qué punto es esto cierto, basta con situar- se en la perspectiva de la vinculacién emocional que produce la ‘empatia. El sentimiento empitico facilitard la comparacién de Ja utilidad interpersonal, pues desde el momento en que pode- ‘mos imaginar lo que siente el otro en determinada situacion ‘cabe también Ta posibilidad de traducir nuestra medida de la utilidad a la suya. Asumir la imposibilidad de comparar Ia uti lidad interpersonal es lo mismo que asumir el yo divisorio y ne- gar la posibilidad de un yo empiitico con vinculos emocionales. Por el contrario, si aceptamos que los individuos pueden esta- blecer comparaciones de la utilidad interpersonal, lo mismo valdré para nosotros, Ios que nos dedicamos a este tipo de estu- dios. Tales comparaciones nos proporcionarin informacién so- bre las ventajas y desventajas relativas de los individuos estu- diados, de modo que dejaremos de considerarlas imposibles en principio para tratarlas como problemas practicos de medicién (andlogos al cdlculo de los «precios sombra»). Si aceptamos la imposibilidad de comparar la utilidad en- tre individuos, lo mismo podra decirse de Ia comparacién entre ‘grupos. Para dar respuesta a las cuestiones relativas a los gru- 1pos no s6lo se necesita mensurar la utiidad, sino también pro- rratear las utilidades entre personas. Annque los profesionales de la economia aplicada suelen estudiar las desigualdades de los grupos en materia de ingresos o de riqueza y debatir sobre sus descubrimientos en un lenguaje que, segiin parece, quiere decir algo sobre la desigual utilidad intergrupal, tales interpre- taciones entran en conflicto con el nicleo teorético de la econo- mia neoclasica. De ahi que ciertas generalizaciones, como las ‘que afirman que las mujeres en una sociedad concreta se hallan en desventaja en comparacién con los hombres 0 que a los po- bres les ocurre lo mismo en relacién con los ricos, se manten- gan al margen de la investigacién més seria y més debatida. Asi se explica también por qué las teorias positivas neoclé- sicas armonizan tan bien con las posiciones normativas conser- vadoras cuando se trata de abordar problemas de distribucién, EI paradigma niega la posibilidad de establecer que quienes ‘ocupan la base de la escala jerdrquica alcancen un promedio de utilidad menor, aunque 1a idea nos brindarfa una base para 67 cuestionar la justicia de la desigualdad inicial en la distribuciéa de los atributos y sus consecuencias, Pricticamente, el paradig- ma implica también que ninguna redistribucion colectiva res- ponde al concepto de «éptimo» de Pareto. En resumen, no per- mite las estimaciones de la utilidad desigual que servirian de plataforma para reivindicar una distribucién igualitaria, y em plea la excusa de la eficiencia para criticar ese tipo de redistr- bucién. Valga un solo ejemplo: la hipétesis nos Hevaria con toda seguridad a dudar de que merezca la pena prestar asisten- ccia a un gran niimero de mujeres cabezas de familia que viven en la pobreza. En términos generales, niega las bases teéricas necesarias para afirmar que los acuerdos sociales actuales be- nefician mis a los hombres que a las mujeres. Los gustos: exégenos y constantes Desconocemos Jo que haré el maximizador de utilidad de 1a teoria econémica a no ser que conozeamos los gustos de los + individuos. Los gustos (también Hamados preferencias ‘minan el grado de utilidad que proporcionan las dis binaciones de bienes, servicios, ocio, condiciones laborales, hi- jos, etc. Para los modelos econdmices, se trata de un dato. Pero os economistas no explican el origen de tales gustos. En un ya {famoso articulo, George Stigler y Gary Becker (1977) sostie- ‘nen que la variacién de las gustos es minima de un individuo a ‘oto, por eso casi todas las conductas se explican por los pre- ios 0 las desigualdades entre los individuos. Otros economis- tas, en desacuerdo con los anteriores, aceptan que ciertas disci plinas como la sociologfa o la psicologia podrian explicar las variaciones del gusto (Hirshleifer 1984). Pero tanto si lo creen como si no, todos sostiene el cardcter exégeno del gusto res- pecto a los modelos que ellos defienden’. Tampoco se acepte = Enel ilo trabajo de Becker sobre la adiccién se ha quero ver ur reconocimiento del caricterendégeno de los gustos (Becker y Mur ‘iy 1988). A mi parecer, se trata de una itepretacion desacertaa En el mo elo de Becker lamado de la wadicién racial, se supone que el actor 68 que el gusto cambie durante la interactuacién de los individuos en los mercados 0 después de ella, como resultado de la expe- riencia. Recientemente, los economistas se han trasladado al terre- no de otras ciencias sociales dotadas de modelos que permiten explicar ciertas zonas ajenas al mercado como, por ejemplo, el delito (Becker 1968; Witte 1980) o la conducta familiar (Bee- ker 1981; Pollak 1985). Sin embargo, al ampliar el marco de sus teorias y pretender aplicar sus paradigmas no ya a la con- ducta en el mercado sino a todo el comportamiento human, la hipdtesis del gusto exégeno resulta alin mas extrema. Por ejem- plo, para aplicarla a la «nueva economia doméstica» hay que sostener que el gusto es ex6geno incluso a las interactuaciones {que se procucen en la propia familia de origen. {De dénde pro- cede al menos una parte de ese gusto si no se ha fraguado en la familia que nos ha educado? ;Qué es lo que se afirma: que los gustos se eligen libremente o que estén biolégicamente deter- minados? Como explicacién total, ambos principios resultan muy discutibles. ‘No cabe duda de que negar el cardcter cambiante y endége- no de las preferencias y afirmar su indole exégena y fija simpli- fica enormemente los modelos neaclisicos. Pero nos parece razonable esta hipotesis? Las siguientes cuestiones hos conven= cern de que no es asi. {Son los individuos tan impermeables a su entorno que pueden mantenerse en un puesto de trabajo du- rante afios y afios sin que la rutina que se les impone afecte a sus preferencias? ;Tampoco se ven influidos por la relacién con los Compaiieros? Porque si no es asi, el resultado de los aconteci- mientos que ocurran en un mercado de trabajo serdn gustos in- fluidos. La interaccién con los vecinos no altera jams los gus- calcula el valor actual de la utilidad futura dl uso de la droga y el inconve- niente futuro que le supondr la adiceién. Toma entonces la decision de co- ‘menzar 0 no @ utilizar una droga adictiva basindose en sus gustos actuals. (Creo que el trabajo de Becker constiuye sobre todo un intento de demostrar {ue un modelo que parte de la racionalidad y de los gustos ex6genas sirve para analizar incluso aquellos fentmenos no econdmicas que nos parecen ‘ms evidentement iracionalesy relacionados con los cambios del gust. 69 tos del consumidor? De no ser asi, los hechos relacionados ecn el mercado inmobiliario (que determina la identidad de nuestros vecinos) son gustos influidos. Es imprescindible asumir un gra- do engatioso de atomismo y distanciamiento emocional para ne- ‘gat la posibilidad de que los intercambios de mercado afecten'a Jos gustos. Un modelo que no permite elucidar cémo cambian les { Bustos a su paso por todas estas interactuaciones deja fuera de su ‘campo de estudio una parte inmensa de la experiencia humana. ‘Cuanto mis amplian los economistas sus objetivos, mds se pone en evidencia la imposibilidad de la hipétesis. ;Se puede creer | que la eleceién de una esposa en el «mercado del matrimonio» | no surta el menor efecto en los gustos posteriores? El hecho de negar la indole endégena de los gustos plantea ademas otro problema, porque oculta algunos de los procesos ‘que contribuyen a perpetuar las desigualdades de género, cuyas consecuencias econdinicas afectan a los gustos. Por ejemplc, segiin un psicdlogo de la escuela cognitiva del desarrollo como Lawrence Kohlberg (1966), la socializacién en la infancia de- pende en gran parte del ejemplo que ofrecen los adultos del mismo sexo, de modo que nuestros Valores y nuestros gustos se forman segiin lo que vemos. Asi pues, en el plano social la dis- criminacién afectara a los gustos de la generacién signiente Por tomar el ejemplo de un momento posterior del ciclo de la vida, sila escuela y el empresariado discriminan a la mujer que aspira a entrar en un campo «masculino», ésta no tendré més remedio que ajustar sus gustos a las posibilidades que le que- den, En tal sentido, tanto si los resultados que se producen en el mercado dependen de la discriminacién previa al mercade como si dependen de la discriminacién posterior, lo cierto es que se forman gustos relacionados con el género que perpetian los bajos ingresos de las mujeres*. © En un sentido, sin embargo, la idea de los gustos endgenos entra en eonflicto con el reconocimiento de las desigualdades de género en materia de wilidades. En titimea instancia, si yo ereo que los seres humanos desean todo aquello que se les restringe, nila dseriminacin ni ninguna otra forma {de opresién consttuirin un inconvenient, Esta vision radical distorsione lt realidad tanto como la que sostiene que los gustos no cambian nunca a cau sa de las restriceiones que encantramos. 70 Elegoismo en los mercados La teoria neoclisica parte del interés personal de los acto- res, Puesto que no establece de un modo explicito qué es lo que proporciona utilidad a los seres humanios, no seri contradicto- rio que algunos individuos obtengan satisfaccién del comporta- miento altruista (Friedman y Diem 1990). Es decir, el interés personal no tiene por qué traducirse en egoismo, en el sentido de no ocuparse de los demés. Sin embargo, en la practica, la mayorfa de los economistas dan por supuesta la existencia del egoismo en el mercado, como ha sefialado Robert Frank (1988). Alounas hipétesis auxiliares excluyen el altruismo; por ejemplo, el hecho de que las utilidades sean independientes (Folbre 1993). Aunque los economistas suelen definir el al- truismo de A hacia B como aquel caso en el que todo Io que proporciona utilidad a B contribuye a la utilidad de A, se des- carta la acttud altruista porque las utilidades de los actores son independientes entre s’. 7 No es lo mismo decir que la utilidad del actor individual es indepen- iente de las wilidades de otros actores que afirmar la imposibilidad de es- tablecer comparaciones de la uilidad interpersonal. En el primer caso se tra- ta de sla utlidad de A afecta a B; en el segundo, se trata de si los actores y los cientifieas pueden calcular en qué cuantia aumentan ls utilidades a raiz de un cambio distibutivo. S6lo el primer caso implica ¢ Se puede {defender un modelo en el que los seres humanos sean capaces de esiablecer ccomparaciones de la utilidad interpersonal sin dejar de ser egoistas (por tfemplo,tenendouilidades independiente). Aan 3, las dos ideas tienen algo en comiin.Parece dificil imaginar un modelo de seres humanos altrus- tas (por ejemplo, en el que las utilidades no sean independlientes) que no es- tablezca la existencia de actores capaces de comparar la tilidad interperso- nal. Consideremos el siguiente ejemplo: ,o6mo afectaria a mi utilidad gastar veinte euros en hacerle un regalo a mi marido, es decir en ser altruista con 41? Cuando le hago un regalo a él, me niego la uilidad que habria obtenido de gastar el dinero en mi, pero obtengo Ia utilidad que se desprende de au- a utlidad de mi marido con el regalo, Una funcién de uilidad abso- te especfica, como la que segin los economistas es capav. de deter- ‘minar cual es la gananeia mayor, requere cierta medicign comiin. En resu- 7 El egoismo de los individuos es inherente al modelo sepa- rativo del yo. La vinculacién emocional produce empatia, al- ‘ruismo y sentido subjetivo de la solidaridad social. Por ejem- plo, experiencias como cuidar de un niffo o ejercer de tutor con un estudiante nos mueven a preocuparnos por el bienestar aje- no. (Nétese que se trata también de un ejemplo de gustos cam- biantes.) Los yoes separados carecen de base para desarrollarla empatia necesaria para practicar el altruismo* En la economia laboral abundan los profesionales que as- men el egoismo como un dato de la conducta de los empresa- rios en su relacién con los empleados y viceversa. Si los empr2- sarios actuaran movidos por el altruismo hacia todos o algunos de sus empleados, los remunerarian por encima del salario de ‘mercado y renunciarian a una parte del beneficio. Naturalmen- te, un salario estratégico como el que se practica dentro de los nuevos modelos (shirking) de salarios de eficiencia (Katz 1985; Bulow y Summers 1986) no vulnera la hipotesis del egoismo. En tales modelos, los empresarios, buscando el beneficio mi- ximo, pagan salarios superiores s6lo para aumentar la produc- tividad de sus trabajadores y por tanto para aumentar los ingre- sos de un modo que compensa de sobra los costes que origina la subida del salario?. El hecho de asumir que el mercado se rige por el egoisma configura un modelo «masculino» del yo que no sélo se adap- ta mal al caso de las mujeres, sino que ademas no sabe explicar men, asumir que las utilidades son interdependientes supondia admitir 2 ‘posibilidad de compara la utlidad interpersonal, pero admitir la posibilided de tal comparacién no implica necesariamente creer en la interdependencia de Tas utilidades. * Naturalmente, la empatia puede emplearse también de un modo egoli- ‘a. Como atestiguan las personas que han pasado por un divorcio penoso, suele ocurrir que aquellos que mejor conocen sus funciones de utilidad son los que més dafto causan cuando se acaba el altruismo (Friedman y Diem 1950). ° Por el contrario, el modelo de salarios de eficienciao wintercarnbio de segalos» de Akerloff (1982, 1984) implica una suerte de altruismo por part: de los empresarios. En ese sentido, se trata de una desviacién radical de bt hipétesis neoelisica tradicional del egoismo en los mereados. 7 ciertas actitudes altruistas de los hombres en el mercado de tra- bajo que también podrian perjudicar los intereses femeninos. Siempre que se produce la participacién en un acto colectivo, descubrimos una especie de altruismo selective, al menos en sus estados iniciales (Elster 1979; Sen 1987). Por ejemplo, cuando los ‘empleados de sexo masculino coinciden en el intento de mantener alas mujeres alejadas de «sus» trabajos, no hacen sino manifestar una forma de altruismo dentro del mismo sexo", Entre los empresarios y los empleados hallamos también ejemplos de altruismo deniro de! mismo sexo cuando los pri- ‘eros estén dispuestos a pagar a los segundos por encima de la contribucién del trabajador marginal al conjunto de los ingre- 808. Podriamos calificarlo de discriminacién altruista promas- culina, en oposicién a la forma mas comtin que es la discrimi naci6n antifemenina, por la cual se paga a las mujeres menos de lo que marca el mercado (con criterios exclusivamente eco- némicos) para los dos sexos. Matthew Goldberg (1982) ha de- mostrado que esta discriminacién intermasculina no erosiona necesariamente los mercados competitivos, como presumible- ‘mente ocurre en el caso de la discriminacién femenina'". Lo ® Reskin y Roos (1990) decamentan este compartamienta, "Para una elaboracién no técnica del argumenta de Goldberg y una ex- Plicacién de por qué los economistas creen que gran parte de la discrimine ‘ign podra desaparecer de los mereados competitivos, vease England (1992, ‘cap. 2). Me he tomado ciertas libertades al traducir a palabras el arguments técnico de Goldberg. Por ejemplo, él se ocupa mis de la discriminacién de la za que de la diseriminacién del sexo, y no emplea el termino «altruismo», sino el de «nepotismo». No obstante, en una comunicacién personal afirma {que mi elaboracién le parece coherente con Ia intencién de su trabajo. Con- Viene hacer una salvedad: he calificado la diseriminacién favorable al hom bre de altuismo porque implica la voluntad de pagarle ms que el conjunto de ingresos marginal, Podria considerarse igualmentealtrista por la volun- tad de pagar alos hombres mas de lo que se necesitaria para emplear otra ‘mano de obra no menos productiva. No obstante,segin este iim eritrio, la discriminacién conira las mujeres (cuando se les paga menos que el pro dducto del ingreso marginal) también podria considerarse altrusta con los "hombres, ya quo se les paga por encima del salario que deberian recibir unas 'mujetes no menos productivas que ellos. Asi pues, so he caificado de al- ‘tulsa la discriminacién cusndo ésta implica la voluntad de pagar por enci- ma del producto del ingreso marginal, esencial en su argumentacién es que un no discriminador no puede adquirir el negocio de un discriminador altruista por un precio adecuado al valor actual del negocio para el no discrimi- nador. Y esto es asi porque la utilidad no monetaria que recibe el discriminador promasculino al ejercer su tendencia al altruis- ‘mo que favorece el trabajo de los hombres hace el negocio mas vvalioso para él que para e! no discriminador. Por el contrario, la oferta de adquisicién que hace un no discriminador a un discri- ‘minador antifemenino (que contrata a los hombres a precios superiores) resultaria atractiva, porque el no discriminador pue- de ganar mis dinero que el discriminador sin sacrificar la tii- dad no monetaria. Si damos por supuesta la falta de altruismo en los mercados, no podemos admitir la posibilidad de que ese altruismo selectivo constituya una fuente de discriminacion se- xual susceptible de durar en los mercados competitivos. Asi pues, el reconocimiento del altruismo selectivo deberia obliger- nos a revisar la hipétesis convencional de los economistas ne>- clisicos segtin la cual la discriminacién no puede prolongarse en un mercado competitivo. El altruismo en casa -__Altratar el caso de la familia, los economistas suelen refe- Jrirse a una funcién de utilidad de una unidad familiar, cuyo | «cabeza» es un altruista. Asf es, sin duda, en la «nueva econo- | mia doméstica», que resulta de la aplicacién del modelo neo- clisico a la casa, un esfuerzo que hizo famoso a Gary Becker (1981). Desde una perspectiva feminista, el reconocimiento de la importaneia que tiene para la economia el trabajo doméstico ‘merece un aplauso, pero las ideas de Becker sobre el altruismo me- recen también una critica. (La misma que puede aplicarse a | version posterior a 1981 del Treatise on the Family (1988), del (mismo autor.) El conocido teorema del «nifio malcriado» de Becker plan- tea la existencia de un cabeza de familia altruista que toma las funciones de utilidad de los miembros de su familia como ar gumentos de «su propia» funcién de utilidad. Segiin Becker, la 74 ‘més mimada de las esposas y el mas mimado de los hijos pue- den ser inducidos a «portarse bien» por el sistema de premios y castigos que establece el altruista. Este teorema implica que €l miembro de la familia altruista controla también los recursos que se distribuyen (Ben-Porath 1982; Pollak 1985). Para Bec- ker, el «cabeza» altruista es un hombre, y sus beneficiarios son la mujer y los hijos, aunque declara que emplea los dos pro- nombres en inglés, el masculino y el femenino, s6lo para dis- tinguir al altruista del beneficiario (Becker 1981, 173). Dado que el autor no ignora que los hombres tienen mayor acceso al dinero, es dificil creer que la eleccién del pronombre masculi- no para el elemento altruista sea arbitraria, Pero Becker nunca analiza los efectos de la diferencia de poder en la land y Farkas 1986, cap. 3), aunque si visién del trabajo en la que los principales ingresos procede del hombre (Becker T981, cap. 2). A: Slisis n Tas ventajas, pero nada dice de las desventajas que tiene para la mujer la divisién tradicional det trabajo por sexos. Becker pasa por alto el poder de los hombres y sus efectos potencialmente negativos para la mujer, al tiempo que exagera el altruismo masculino. Resulta especialmente paradéjica la asignacién del altcuisiny al hombre cuando a todas luces la mujer es mucho més experta en ese terreno (England y Farkas 1986, caps. 3 y 4; England 1989), or mi parte, no niego la existencia del altruismo dentro de la familia, ni siquiera que en términos generales los seres hu- ‘manos se muestren més altruistas con los componentes de su familia que con otros, sino la extrema bifurcacién de las ideas sobre las dos esferas, la publica y la privada'?. Si el hombre ‘econémico o la mujer econdmica Son capaces de manifestar al- ‘ruismo en la familia, gcabria la posibilidad de manifestar una conducta semejante en el mercado? {No implica el altruismo tuna capacidad de empatizar con otros que nos permitiria esta- blecer cuando menos comparaciones aproximadas de la utili- dad interpersonal? No demuestra la sensibilidad del altruista ™ Polbre y Hartmann (1988) hacen la misma puntualizacién 15 para dejarse influir por le alegria o la pena de un semejante Ens gustos podrian verse modificados durante el proceso de wn. teraccién? Silas respuestas a estas preguntas fueran afirmati- vas, y bien podria ser el caso, el altruista que vemos en familia entraria en contradiecién con el yo separado que actia en el mercado,|No parece verosimil que ese altuista,capaz de vin- Cularse emocionalmente cuando esti en familia, sea el egoista que manifiesta en el mercado unos gustos extremadamente gidos y no muestra la menor capacidad de empatizar con nadie. La segunda critica al supuesto altuismo extremo del mun- fo Farallon GS que: ae los efectos nocivos del egoismo mas- sulino cuando se combina con el enorme ler que ¢jerce el sombre dentro dela familia Segin una dees tadciones as de la sociologia mas coherentes con el modelo econsmi- 0 neoclisico, a llamada teoria del intercambio (Cook 1987), jos actores del modelo familiar son egoistas o, cuando menos, {no completamente altruistas.ILa investigacién empirica corres. ‘pondiente a esa Tadicidn ha examinado como afectan a las de- cisiones maritales las ganancias relativas de los maridos y las mujeres. Segiin la teoria del intercambio, con su légica de la teoria de los juegos, puesto que los ingresos son recursos que puede rear quien ls rece a su mujer o au maridoeuando ape ae pel que tales recursos influiran en Cuando se somete a estudio a un grupo de individuos y se les pide que sefialen cuales son los motives de desacuerdo con sus esposas y quién suele imponer sus deseos, vemos que los del hombre precominan con mayor frecuencia, aunque la dis. paridad es menor cuando ella trabaja y menor atin cuando su sued es alto en comparacion con el del mario, (Véase un revision de estos estudios y una interpretaciGn teri . gland y Kilbourne 1990e) [El estudio demuestra que Ios hoe | "No todos los ericos de intercambio asumen que cada parte busa el aumento mim de su beneici. Algunes syponen qu es scores igen tabs roma dea pe se ue cn tp, oS mented a equidad real desis oigines, "ta Iepeiente 76 bres no emplean el poder derivado de sus ingresos de un modo | enteramente altruista, como da por supuesto el modelo de Bec- ker (1981), y tambien que la division del trabajo por sexos, t pica del mundo doméstico, representa una desventaja para la mujer cuando ésta tiene que negociar dentro del matrimonio, porque al ser sus ingresos menores (a veces inexistentes) nad: puede llevar consigo en caso de que la relacién termine". La nueva economia doméstica pasa por alto el problema del poder cuando analiza las consecuencias de la divisiOn tradi- ional del trabajo y 1a consiguiente falta de equidad, y subraya sblo la eficiencia que se desprende de la especializacion, de acuerdo con la ventaja comparativa (England y Farkas 1986, cap. 4). Oculta tambien e] hecho de que la discriminacién con- tra la mujer en el mercado reduce su capacidad de negociacién ‘en cl seno de la familia. ConcLusion He criticado las hipdtesis de los economistas que, al anali- zar la conducta en los mereados, afirman la imposibilidad de establecer comparaciones de la utilidad interpersonal, el ca~ ricter exdgeno e intutable de los gustos y Ia indole egoista de Jos individuos (por ejemplo, afirmando que las utilidades son independientes) combinada con el altruismo que rige en la fa- milia, Las tres primeras hipdtesis de la teoria neoclisica mani- fiestan el prejuicio del «yo separativoy que las teorias feminis- tas han rastreado en numerosas disciplinas. Juntas, sirven para ‘exaltar la autonomia del hombre fuera de la familia, al tiempo que le conceden el crédito del altruismo dentro de ella. He subra~ yado dos aspectos concretos del prejuicio de género: las hipste- Sis actiticas sobre los roles de género conducen a una separacién radical de la casa y el mercado, cuyo resultado es la imposibili- Vase en England y Kilbourne (1990c) un andlisis de por qué el tra bajo doméstico de la mujer, que también se retira en el momento de la rup- tra del matrimonio, no wcenta» en el itercambio con el mismo peso ue os ingresos. 7 dad de percibir que las telaciones sancionadas por la tradiciéa perpetiian la subordinacién sistematica de la mujer al hombre. En cambio, no he puesto en tela de juicio la racionalidac, hipétesis «sagrada» del ideario neoclésico. No cabe duda de gue el término pose numerosos significados. Algunas femi- nistas del campo de la filosofia han sostenido que el concepto de racionalidad que caracteriza al pensamiento de Occidente es incompatible con todo lo que se asocia a las actividades y las ccaracteristicas supuestamente «femeninas» —naturaleza, cuer- Po, pasién, emocién, cambio—, lo cual ha contribuido a distor- sionarlo (Schott 1988; Bordo 1986; Lloyd 1984). Dentro de le teorfa neoclisica, el concepto de racionalidad tiene un signifi. cado muy limitado. Las preferencias del actor racional son al mismo tiempo transitivas (si prefiero A a B y B a C, preferiré A.aC) y completas (se puede comparar cualquier A con cual- guier B); por otra parte, el sujeto actiia basdndose en célculos correctos de lo que, dadas tales preferencias, puede proporcio- narle una utilidad méxima (Varian 1984; Sen 1987). Puede que este concepto neoclisico de racionalidad esté relativamente li- bre de prejuicios de género (entre ellos, la hipdtesis de que la Tacionalidad supone un yo separado) y puede que no!*. La re- solucién den problema como éste escapa a nuestro cometido. Sin embargo, aun aceptando la hipdtesis de la racionalidad, el modelo neoclasico necesita cambios sustanciales en la diree- coin que he indicado mis arriba. Si relajéramos las tres hipdte- sis que hemos considerado afirmaciones problematicas del yo separativo reduciriamos gravemente la capacidad predictiva de la hipdtesis de la racionalidad, aunque no rechazéramos esta il- tima. Por ejemplo, cuando se trata de la discriminacién y el sa- lario es mas dificil predecir la actuacién de un empresatio ra- cional y selectivamente altruista que la de un empresario racio- nal y maximizador del beneficio, De igual modo, resulta mas "© He sostenido en otro lugar (England 1989; England y Kilboumne 19902, 19906) que la hipStesis dela racionalidad,sumada ala de los gustos ‘exdgenos, implica un prejuicio androcéntrico que separa la razin de la emo- cin, como si fueran fendmenos radicalmente distintos, yse identifica con la diferenciacion de los géneros que establece el pensamiento occidental 8

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