Sospecho que la casa de la abuela fue diseñada y construida por
ferrocarrileros. Con una gran sala al frente y cinco cuartos en fila como vagones, con puertas internas que los conectaban entre sí. Las recámaras también tenían puertas hacia un corredor lateral que las separaba del amplio patio.
Yo dormí con mi hermana en el penúltimo vagón. A mis primas le tocó
en el último vagón del tren, la distribución no les gustaba; pensaban que, si alguien les llevaba serenata, no la escucharían. La cercanía con el baño, situado al final del corredor, les daba cierto consuelo.
Eran vacaciones de fin de año, abundaban las fiestas en el pueblo. Con
mi primo el Güero, andábamos todo el tiempo de fiesta. Llegar de madrugada era nuestra costumbre. Al poner la cabeza en la almohada, el ferrocarril arrancaba, los ronquidos del Güero eran la máquina.
Una mañana, vi que mis primas cuchucheaban misteriosamente,
pregunté:
—¿Qué pasa, no pueden dormir con los ronquidos del Güero?
—Ayer vino de nuevo la llorona— me informaron muy asustadas.
Dijeron que de madrugada se escuchaba el llanto de una mujer, frente a
la recámara, lloraba un rato y sollozando se alejaba rumbo al baño.
—Puede ser la gata de la abuela—les expliqué— cuando andan en celo
parecen llorar. O tía Elba, que sufre por sus hemorroides.
Uno de mis primos también tenía una explicación:
—Es el vecino, se pelea con su mujer y luego llora. —¿Ella llora? —
pregunté. —No, a él le pegan.
Habíamos agotado las posibles opciones, preguntamos en otras casas
a vecinos sin recibir una explicación sensata. —La próxima vez que venga la llorona me despiertan —me ofrecí muy valiente—. No sean cobardes, ¿cómo le hacen para ir al baño?
—Usamos bacinica para no salir. Pasaron dos noches, en la madrugada
mi hermana me despertó:
—¡Ahí está la llorona!
Me senté en la cama. Una mujer lloraba amargamente en el corredor
frente a la puerta del cuarto. ¡Repámpanos! Eso no era la gata de la abuela, ni tía Elba, tampoco el vecino. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. Traté de despertar a mi primo el Güero, la maquina trabajando del tren me indicó que no despertaría, pensé: “si esta mujer grita ¡ay, mis hijos!, me meto bajo la cama”. Quise rezar, pero sólo me acordaba de la letanía para pedir posada “En el nombre del cielo, os pido …”.
Al día siguiente, me reclamaron:
—¿Qué pasó Xena Princesa Guerrera, no que muy valiente? ¿Qué
vamos a hacer? —preguntaron.
Les di la solución adecuada y práctica:
—Lo que yo voy a hacer, es conseguir una bacinica para mí también, si
la llorona regresa, la voy a necesitar.
El Güero abrió los ojos, con los dedos hizo la “v” de la victoria, le preguntaron: