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Comentario de Texto 2 - Dawkins
Comentario de Texto 2 - Dawkins
En el capítulo cuarto de su libro El relojero ciego, titulado “Trazar sendas a través del
espacio animal”, Richard Dwakins expone y defiende, con numerosos ejemplos
observables en el mundo animal, una concepción concreta de la teoría de la evolución y
de su principal mecanismo de actuación: la selección natural. Lo hace polemizando con
tres corrientes de pensamiento distintas. Algunas de ellas son declaradamente
anticientíficas, pero otra -la defendida por Stephen Jay Gould, con base en las ideas de
Richard Goldsmith- surge del campo mismo de la Biología y ha dado lugar, de hecho, a
uno de los más relevantes debates de la disciplina en las últimas décadas.
El argumento del diseño inteligente, central en la Teología Natural, fue sistematizado por
Kant en su Crítica de la Razón Pura y denominado “argumento teleológico”, pues se
centra precisamente en la idea de que tal complejidad tiene que haberse producido hacia
un fin y que un proceso teleológicamente orientado no puede existir sin una inteligencia
que prevea y busque ese fin. Los cambios azarosos como los que defiende la teoría de la
evolución por selección natural no tenderían hacia ningún fin específico. El argumento
ha sido propuesto repetidamente a lo largo de la historia e igualmente rebatido en
numerosas ocasiones. David Hume elaboró una serie de argumentos, además de su
demoledora crítica a la noción de causalidad, para invalidar este argumento del diseño.
Entre ellos, el de que incluso admitiendo una causa sobrenatural para la existencia del
mundo natural no hay razón para identificar ésta con un solo creador en vez de varios ni
que éste o éstos hayan de ser inteligentes, buenos o providentes. O el de que una realidad
física sometida a fuerzas que provoquen cambios aleatorios durante un tiempo infinito
acabaría, por pura probabilidad, produciendo todas las combinaciones posibles, incluso
las más complejas, sin necesidad de ninguna teleología. También arremetió contra la
analogía entre los procesos del mundo natural y el mecanismo de un reloj, por considerar
que eran incomparables.
Por otro lado, Dawkins aporta ejemplos que contradicen que el “diseño” observable en la
naturaleza sea el diseño óptimo, como el caso de los peces planos que se apoyan en uno
de sus lados, deformando así su cráneo y situándose sus dos ojos en un mismo lado de la
cabeza, que los peces débilmente eléctricos deban tener un cuerpo rígido y una capacidad
natatoria disminuida para poder aprovechar la electrolocalización o que los nervios
ópticos estén situados en el lado orientado hacia la luz de las células fotosensibles,
disminuyendo la recepción lumínica. A estos ejemplos podría añadirse la existencia de
órganos vestigiales en algunas especies que no cumplen ya ninguna función. Esto muestra
que la evolución opera necesariamente sobre los estados precedentes a partir de una serie
de cambios intermedios que sean posibles en el corto plazo por asegurar la supervivencia
y la adaptación al entorno.
Estos argumentos de Dawkins consiguen dos objetivos. Por un lado, invalidan la premisa
de el diseño de los seres vivos sea tan perfecto que no pueda concebirse mediante un
proceso azaroso de evolución continua y que necesite, por tanto, un diseñador inteligente.
Por otro, muestra que no existe ningún órgano o sistema, sea cual sea su complejidad, que
no haya podido formarse a través de una sucesión ininterrumpida de cambios
infinitesimalmente pequeños si se dispone de un tiempo lo suficientemente largo (de
miles de generaciones). De esta manera, Dawkins no sólo invalida los argumentos de los
defensores de la Teología Natural, sino de los antievolucionistas. La diferencia no es
baladí, pues, de hecho, los defensores del argumento del diseño no tienen por qué ser
antievolucionistas. Mientras que los creacionistas se oponen, apoyados en la complejidad
visible de los seres vivos y el mundo, a toda la teoría de la evolución y la idea de un
cambio temporal de las especies, los defensores del argumento del diseño pueden admitir
esta idea y a menudo lo hacen, utilizando conceptos científicos para sus argumentos
teológicos y anticientíficos. A lo que se oponen frontalmente es a la idea de que el
mecanismo que produce ese cambio gradual sea un mecanismo ciego como el de la
selección natural y las mutaciones azarosas, en lugar de la voluntad de un diseñador
inteligente.
En torno a esta idea de variación gradual y continua gira la otra controversia que aparece
en el artículo de Dawkins, la establecida con los defensores de una evolución saltacionista
o la también llamada “teoría del equilibrio punteado”. Esta teoría, propuesta en 1972 por
los paleontólogos Stephen J. Gould y Niles Eldredge, sostiene que en las especies se dan
largos períodos de estabilidad, sin cambios evolutivos apreciables, que son los que quedan
grabados en el registro fósil, y cortos períodos de cambio evolutivo rápido que dan lugar
a procesos de cladogénesis, de extinción de una especie por aparición de otras dos nuevas,
en lugar de una evolución gradual dentro de una misma especie. Esta teoría se basa en
parte en las ideas de Richard Goldsmith y Dawkins, para rebatirlas, se centra en el ejemplo
del mimetismo que propone el propio Goldsmith. Según éste, una base sobre la que fundar
la teoría de la evolución a saltos es la, en parte, coevolución entre depredadores,
potenciales presas y organismos con los que estas presas se mimetizan para sobrevivir.
Que una especie de insecto sea capaz de evolucionar para parecerse enormemente a una
hoja de tal manera que un pájaro lo confunda con ella y no se lo coma es un proceso de
adaptación biológica que ha debido de ser relativamente rápido, pues todas las formas de
insecto intermedias con parecido remoto con la hoja habrían sido detectadas y devoradas
por pájaros con buena visión.