You are on page 1of 6

Comentario de Texto 2: El relojero ciego – Richard Dawkins

En el capítulo cuarto de su libro El relojero ciego, titulado “Trazar sendas a través del
espacio animal”, Richard Dwakins expone y defiende, con numerosos ejemplos
observables en el mundo animal, una concepción concreta de la teoría de la evolución y
de su principal mecanismo de actuación: la selección natural. Lo hace polemizando con
tres corrientes de pensamiento distintas. Algunas de ellas son declaradamente
anticientíficas, pero otra -la defendida por Stephen Jay Gould, con base en las ideas de
Richard Goldsmith- surge del campo mismo de la Biología y ha dado lugar, de hecho, a
uno de los más relevantes debates de la disciplina en las últimas décadas.

La concepción de Dwakins es, en resumen, sencilla y, de hecho, no es novedosa tal como


él la expone, pero su defensa muestra el amplio poder explicativo de la hipótesis para
numerosos fenómenos directamente observables en la naturaleza y da una convincente
respuesta a las críticas más usuales. En pocas palabras la hipótesis es la siguiente:
cualquier órgano, conducta, capacidad, etc. observable en una especie animal, por muy
complejo y sofisticado que sea, se ha formado a través de un proceso continuo y gradual
de cambio, mediante pequeños pasos, desde una primigenia estructura simple, por la
presión de la selección natural. El argumento, como vemos, es tremendamente similar al
expuesto por Charles Darwin en la formulación de su famosa teoría y el propio Dawkins
lo resalta con la siguiente cita de Darwin: “Si pudiese demostrarse que ha existido un
órgano que no hubiese podido formarse por una sucesión de ligeras modificaciones, mi
teoría se vendría abajo” [p.70]. Aunque Dawkins aporta, dada a distancia temporal entre
ambos, una serie de precisiones que le permiten afianzar la defensa de esta idea contra las
tres principales corrientes que se han opuesto a él. Estas tres corrientes son: 1) los
defensores de la Teología Natural, especialmente los que siguen las ideas de William
Paley y su teoría del relojero o del diseño inteligente; 2) los antievolucionistas; 3) los
defensores de una teoría evolucionista saltacionista, también llamada teoría del equilibrio
puntuado o interrumpido. Veamos brevemente qué argumentos proponen estas teorías y
de qué manera los contrarresta Dwakins en su texto.

La Teología Natural es una corriente teológica que, en contraposición a la Teología


Revelada, sostiene que es posible el conocimiento y el acceso a Dios, así como probar su
existencia, a través del uso de la razón y la observación racional del mundo, especialmente
del mundo natural, sin necesidad de recurrir a textos revelados. Uno de los argumentos
centrales fue defendido con gran fortuna por el clérigo William Paley y es conocido como
“argumento del relojero” o “teoría del diseño inteligente”. Este argumento básicamente
sostiene que ante la observación de la complejidad del mundo y, especialmente, de los
seres vivos es necesario admitir la existencia de un creador de inteligencia infinita que
haya producido dicha complejidad, pues la perfección del funcionamiento de la vida no
es posible que se haya producido de manera azarosa ni por una evolución ciega, sino que
necesariamente ha tenido que ser conducida según un plan previo de inextricable
complejidad. La naturaleza sería, pues, como un complejísimo mecanismo de relojería
que reclama necesariamente un gran relojero cósmico, i.e.: Dios. Este argumento ha
tenido un larguísimo recorrido en la historia de la filosofía y puede encontrarse en Tomás
de Aquino, por ejemplo, remontándose desde él, a través de Averroes o Avicena, hasta
Aristóteles. En sus diversas formulaciones, suele apoyarse, además, en otro argumento
que, como éste, pretende remontarse a Dios como causa de todo lo existente desde la
observación de sus supuestos efectos. Ese argumento consiste en defender que, si todo lo
existente tiene una causa y esta causa a su vez otra causa y así hasta le infinito, tiene que
haber una primera causa incausada, productora de todas esas cadenas interminables de
causalidad y previsora de ellas. Esta primera causa es Dios.

El argumento del diseño inteligente, central en la Teología Natural, fue sistematizado por
Kant en su Crítica de la Razón Pura y denominado “argumento teleológico”, pues se
centra precisamente en la idea de que tal complejidad tiene que haberse producido hacia
un fin y que un proceso teleológicamente orientado no puede existir sin una inteligencia
que prevea y busque ese fin. Los cambios azarosos como los que defiende la teoría de la
evolución por selección natural no tenderían hacia ningún fin específico. El argumento
ha sido propuesto repetidamente a lo largo de la historia e igualmente rebatido en
numerosas ocasiones. David Hume elaboró una serie de argumentos, además de su
demoledora crítica a la noción de causalidad, para invalidar este argumento del diseño.
Entre ellos, el de que incluso admitiendo una causa sobrenatural para la existencia del
mundo natural no hay razón para identificar ésta con un solo creador en vez de varios ni
que éste o éstos hayan de ser inteligentes, buenos o providentes. O el de que una realidad
física sometida a fuerzas que provoquen cambios aleatorios durante un tiempo infinito
acabaría, por pura probabilidad, produciendo todas las combinaciones posibles, incluso
las más complejas, sin necesidad de ninguna teleología. También arremetió contra la
analogía entre los procesos del mundo natural y el mecanismo de un reloj, por considerar
que eran incomparables.

La crítica de Dawkin se centra en este último aspecto. Los defensores de la Teología


Natural defienden que los mecanismos naturales son tan perfectos que si uno sólo de ellos
falla no es posible que funcione el órgano en cuestión, lo que muestra la inteligencia de
su diseño. Dawkin muestra en su artículo que esto no es cierto. A través de ejemplos como
el del funcionamiento del ojo o las alas, muestra que, de hecho, muchos animales tienen
órganos intermedios que son versiones imperfectas o menos evolucionadas de estos
órganos y que existe un espectro continuo entre las formas más simples, en organismos
unicelulares, de fotorrecepción y la complejidad de la visión humana, incluyendo
ejemplos como el del nautilus, cuyo ojo funcionaría de manera mucho más perfecta con
un cristalino del que, de hecho, carece. Incluso en especies con órganos de visión
complejísimos como los ojos de muchos mamíferos, existen condiciones como la miopía,
astigmatismo o daltonismo o condiciones ambientales como la oscuridad que hacen que
la visión se encuentre muy lejos de ser perfecta y, sin embargo, supone una gran ventaja
adaptativa. Éste es uno de los puntos centrales de la teoría de Dawkin: un 1% de visión,
un 5% de capacidad de vuelo, una mínima capacidad pulmonar, poder saltar desde unos
centímetros más alto sin matarse o un leve parecido en color, forma o textura con una
planta con la que mimetizarse, suponen ya una gran ventaja adaptativa respecto de la
ausencia de estas características y mejoran en gran medida las posibilidades de
supervivencia. La acumulación de estas pequeñísimas variaciones iría incrementando
esas posibilidades de supervivencia e impulsando la evolución y desarrollo de órganos
complejos a través de un espectro continuo de mínimas variaciones capaz de desarrollarse
a lo largo de amplísimos períodos de tiempo, como los de los ciclos geológicos. La
perfección a la que aluden los partidarios de la teoría del diseño y la Teología Natural no
sólo no es necesaria, sino que, de hecho, ni siquiera se da en la naturaleza

Por otro lado, Dawkins aporta ejemplos que contradicen que el “diseño” observable en la
naturaleza sea el diseño óptimo, como el caso de los peces planos que se apoyan en uno
de sus lados, deformando así su cráneo y situándose sus dos ojos en un mismo lado de la
cabeza, que los peces débilmente eléctricos deban tener un cuerpo rígido y una capacidad
natatoria disminuida para poder aprovechar la electrolocalización o que los nervios
ópticos estén situados en el lado orientado hacia la luz de las células fotosensibles,
disminuyendo la recepción lumínica. A estos ejemplos podría añadirse la existencia de
órganos vestigiales en algunas especies que no cumplen ya ninguna función. Esto muestra
que la evolución opera necesariamente sobre los estados precedentes a partir de una serie
de cambios intermedios que sean posibles en el corto plazo por asegurar la supervivencia
y la adaptación al entorno.

Estos argumentos de Dawkins consiguen dos objetivos. Por un lado, invalidan la premisa
de el diseño de los seres vivos sea tan perfecto que no pueda concebirse mediante un
proceso azaroso de evolución continua y que necesite, por tanto, un diseñador inteligente.
Por otro, muestra que no existe ningún órgano o sistema, sea cual sea su complejidad, que
no haya podido formarse a través de una sucesión ininterrumpida de cambios
infinitesimalmente pequeños si se dispone de un tiempo lo suficientemente largo (de
miles de generaciones). De esta manera, Dawkins no sólo invalida los argumentos de los
defensores de la Teología Natural, sino de los antievolucionistas. La diferencia no es
baladí, pues, de hecho, los defensores del argumento del diseño no tienen por qué ser
antievolucionistas. Mientras que los creacionistas se oponen, apoyados en la complejidad
visible de los seres vivos y el mundo, a toda la teoría de la evolución y la idea de un
cambio temporal de las especies, los defensores del argumento del diseño pueden admitir
esta idea y a menudo lo hacen, utilizando conceptos científicos para sus argumentos
teológicos y anticientíficos. A lo que se oponen frontalmente es a la idea de que el
mecanismo que produce ese cambio gradual sea un mecanismo ciego como el de la
selección natural y las mutaciones azarosas, en lugar de la voluntad de un diseñador
inteligente.

En torno a esta idea de variación gradual y continua gira la otra controversia que aparece
en el artículo de Dawkins, la establecida con los defensores de una evolución saltacionista
o la también llamada “teoría del equilibrio punteado”. Esta teoría, propuesta en 1972 por
los paleontólogos Stephen J. Gould y Niles Eldredge, sostiene que en las especies se dan
largos períodos de estabilidad, sin cambios evolutivos apreciables, que son los que quedan
grabados en el registro fósil, y cortos períodos de cambio evolutivo rápido que dan lugar
a procesos de cladogénesis, de extinción de una especie por aparición de otras dos nuevas,
en lugar de una evolución gradual dentro de una misma especie. Esta teoría se basa en
parte en las ideas de Richard Goldsmith y Dawkins, para rebatirlas, se centra en el ejemplo
del mimetismo que propone el propio Goldsmith. Según éste, una base sobre la que fundar
la teoría de la evolución a saltos es la, en parte, coevolución entre depredadores,
potenciales presas y organismos con los que estas presas se mimetizan para sobrevivir.
Que una especie de insecto sea capaz de evolucionar para parecerse enormemente a una
hoja de tal manera que un pájaro lo confunda con ella y no se lo coma es un proceso de
adaptación biológica que ha debido de ser relativamente rápido, pues todas las formas de
insecto intermedias con parecido remoto con la hoja habrían sido detectadas y devoradas
por pájaros con buena visión.

Frente a ello, Dawkins reitera su argumento gradualista: un parecido remoto ya supone


una ventaja adaptativa frente a no parecerse nada; un parecido sólo en el color ya supone
una ventaja frente a ciertos depredadores, igual que un parecido sólo en la forma frente a
otros, incluso para animales de visión aguda si las condiciones atmosféricas son
desfavorables o la distancia es grande; la acumulación progresiva, continua y gradual de
estos mimetismos parciales puede conducir a la perfección de los mimetismos actuales
sin necesidad de postular grandes saltos evolutivos. Además, Dawkins refuerza su
argumentación con una consideración que pertenece más al campo de la embriología que
de la evolución. Siendo aceptado tanto por los evolucionistas gradualistas como por los
saltacionistas que la causa de la evolución son una serie de mutaciones genéticas
aleatorias que condicionan el desarrollo embriológico de los sujetos (una cuestión
ontogénica, no filogenética), es preciso asumir que la probabilidad de que se produzcan
estas mutaciones es mucho más probable si los cambios son muy pequeños que si son
muy grandes. En términos de probabilidad, cuanto más cercanos sean en el hipersepacio
genético el rasgo X y su antecesor X’ más fácil es que se produzca esa variación. Tal vez
una variación grande en un momento puntual sería, aunque poco probable, posible, pero
para que la teoría de Gould fuese factible sería necesaria una acumulación de muchos
grandes cambios, en distintos períodos de tiempo y como mecanismo general del proceso
evolutivo. Sumar las bajas probabilidades de cada uno de esos cambios grandes genéticos
da como resultado una probabilidad ínfima de que todos ellos puedan ocurrir y
concatenarse, lo que hace más probable y plausible la hipótesis de una sucesión continua
y gradual de cambios diminutos que propone Dawkins siguiendo a Darwin.

Esta propuesta teórica de Dawkins le permite explicar no sólo el origen de numerosos y


complejos órganos, aparentes “fallos” en el diseño evolutivo o cuestiones como las de la
evolución convergente de distintas características en especies distintas y aisladas entre sí.
También le permite explicar la aparición de numerosas conductas de diferentes especies,
en ocasiones coincidentes, como ocurre con las termitas y las hormigas en distintos
continentes. Esto acerca a Dawkins a los presupuestos de la sociobiología y, de hecho, al
final de su artículo, cita al padre de esta disciplina, Edward O. Wilson, en relación con el
comportamiento social de las hormigas africanas. Según esta corriente, los
comportamientos sociales de los animales pueden explicarse por la historia evolutiva de
las especies, como mecanismos de adaptación al medio que aumentan sus posibilidades
de supervivencia. Esto incluye también al ser humano y permite explicar rasgos de su
sociabilidad como el altruismo, por lo que la causa última de los comportamientos
observables en la sociedad sería el mecanismo ciego de la selección natural. La
sociobiología es diferente de la etología, en tanto que ésta es el estudio de la conducta
animal individual en base no sólo al desarrollo evolutivo sino también a factores como el
contexto ecológico y aquella pretende descubrir la base biológica, de origen genético, de
los comportamientos sociales de las especies.

La sociobiología se ha presentado como una nueva síntesis biológica al pretenderse capaz


de reducir todos los fenómenos de la sociología a la genética evolutiva y creerse capaz de
explicar desde esta base una amplísima cantidad de fenómenos que van desde el egoísmo
y altruismo a las tendencias hacia la monogamia o poligamia, la cooperación social o la
guerra. Si, como pretenden muchos autores (como señalan los textos de Sober o Ayala),
la biología fuese en último término reducible a la física, entonces sería posible en teoría
reducir todo el espectro de la sociología o la cultura a una explicación de fenómenos
físicos, lo que introduciría un fuerte determinismo en las relaciones sociales y los sistemas
simbólicos y culturales humanos, eliminando aspectos como la innovación, la plasticidad
o la libertad en las relaciones humanas. Los planteamientos de la sociobiología y su
vocación de síntesis científica pueden llegar a ser, como vemos, férreos y han contado
con numerosos opositores, dando lugar a un encendido debate. Algunos autores como
Tooby y Cosmides han presentado teorías menos controvertidas como la psicología
evolutiva que, compartiendo algunos presupuestos de la sociobiología, postulan una base
evolutiva de la arquitectura neural en base a la cual se pueden desarrollar una cantidad
enorme de patrones de comportamiento, manteniendo la plasticidad y la innovación
dentro de un rango ciertamente amplio, aunque con ciertas restricciones. Sea como sea,
lo cierto es que tanto la sociobiología como la psicología evolutiva encontrarían acomodo
en la tesis evolucionista gradualista de Dawkins, en tanto que los comportamientos
genéticamente determinados como la arquitectura neural básica pueden formarse por una
sucesión acumulativa de diminutos cambios a lo largo de un amplio período de tiempo,
de manera que cada estadio mejore las posibilidades de supervivencia de la especie.

You might also like