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ALFAGUARA INFANTIL EI hijo del superhéroe Ricardo Marifio llustraciones de Lancman Ink AG © 2001, Ricarpo Marino © De la edicién: 2001, Ediciones Santillana S.A. © De la edicién: 2010, Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara S.A. © De esta edicién: 2014, Epiciones SANTILLANA S.A. ‘Av. Leandro N. Alem 720 (C1001AAP) Ciudad Auténoma de Buenos Aires, Argentina ISBN: 978-950-46-3485-0 Hecho el depésito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina. Printed in Argentina Coordinacién de Literatura Infantil y Juvenil: Maria FERNANDA MAQUIEIRA Disefio de la coleccién: Manu EstrapA Ilustraciones (originales a color): LaNcMaN INK Marifio, Ricardo El hijo del superhéroe / Ricardo Marifio ; ilustrado por Lancman Ink. - 1a ed, - Buenos Aires : Santillana, 2014. 104 p. : il. ; 12x20 em. - (Morada) ISBN 978-950-46-3485-0 1. Literatura Infantil y Juvenil Argentina. 2. Novela. I. Lancman Ink, ilus. II. Titulo CDD A863.928 2 Todos los derechos reservados. Esta publicacién no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de informacién, en ninguna forma hi por ningdn medio, sea mecénico, fotoquimico, clectronico, mag- nético, electroéptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial. © santana = PROLOGO a La vida del hijo de un famoso can- tante, del presidente de un pais o de un alto empresario debe de tener sus desgracias particulares. Me cuesta pensar que alguien tan importante, que pasa el dia viajando de un lado a otro y atendiendo asuntos en los que se ponen en juego grandes sumas de dinero, pueda tener tiempo para jugar un partidito de fatbol con el hijo en una plaza o partici- par de la reunién de padres del colegio. A alguien asi puedo imaginarlo com- prando una enorme casa con cancha de fatbol incluida, o anotando a su hijo en la escuela mas cara del pais, donde a los direc- tivos no se les ocurriria citar a padres que no dispusieran de una hora para algo asi. En eso pensaba cuando empecé a escribir esta 8 novela que trata sobre la vida del hijo de un superhéroe. EI chico se llama Franco, y el super- héroe es Crashman, alguien que defiende a la Tierra de los ataques mutantes extraterrestres. Franco vive rodeado de mufiecos “Crash- man”, figuritas “Crashman”, armas de jugue- te como las de Crashman y cémics, peliculas y programas que recrean las aventuras de su padre, quien, naturalmente, es una especie de idolo de los nifios. La historia que escribi arranca en el preciso momento en que Franco ya no puede divertirse con esos juguetes y la celebridad de su padre deja de importarle. La abundan- cia en que vive empieza a no significar nada en comparacién con otras riquezas que cree ver en la vida de otros chicos. Franco hace un ultimo esfuerzo por “recuperar” a su padre y, como fracasa, sim- plemente sale a la calle a vivir cualquier aventura que se le presente. éY Crashman? A Crashman lo ima- giné como a un soldado armado hasta los 9 dientes con el equipamiento mas sofistica- do. Est4 preparado para volar por el espacio y combatir ataques de fuerzas poderosas, pero al mismo tiempo es torpe, casi estupi- do, para desenvolverse en la vida cotidiana. Con su mente atenta a posibles alarmas o lla- mados de los Administradores de la Tierra, no puede llevar a cabo actos tan sencillos como tomar un café o escuchar lo que su hijo le reclama. El tiempo en que esta situada esta historia es un poco impreciso. Se parece mucho al presente, pero, a la vez, hay una sola administracién para todo el planeta y presencias fantdsticas como la de los mutan- tes o el mismo Crashman. Bueno, si mds o menos salié lo que yo queria, en el transcurso de esta novela de gaventuras?, tanto Franco como Crashman se dardn cuenta de un par de cosas de esas que sirven para vivir. Ojala les guste. Ricarpo Marino 1 Un chica triste Bisa no era como cualquier chico: era hijo del famoso superhéroe Crashman, quien defendia a la Tierra de los mutan- tes extraterrestres. A su papd lo veia muy poco, no tenia mama, y, como vivia bajo medidas de extrema seguridad, no salia a la calle si no era para ir a la escuela acom- pafiado por la sefiora que lo cuidaba y el chofer que el Gobierno le hab{a asignado a su padre. Ultimamente el humor de Franco era pésimo porque estaba cansado de que Crashman dedicara todo su tiempo a luchar contra sus enemigos y no pudiera jugar un rato a la pelota, llevarlo a un parque, o aun- que sea cenar 0 ver televisién con él. La compajfifa mds habitual del chi- co era Catalina, una mujer increiblemente 12 gorda que se ocupaba de la limpieza de la casa, de hacer la comida y de casi todo. Franco pasaba mucho tiempo junto a ella y muy poco con su padre. El dia en que finalmente las cosas iban a cambiar, el chico se levanté6 muy temprano para pedirle a Crashman que fueran juntos a la reunién de padres que se harfa esa tarde en el colegio. Eran las seis de la mafiana y el sol se vefa muy rojo saliendo entre los edificios mas altos de la ciudad. Franco fue hasta la habi- tacién de su padre y golpeé la puerta varias veces. Como no hubo respuesta pensé que su papa ya se habria ido o que tal vez esa noche no la habia pasado en casa, pero de todas for- mas entrd. Crashman estaba tendido sobre las mantas, profundamente dormido. Tenia puesto el uniforme con partes metalicas, armas en la cintura y antebrazos, y altas botas con luces parpadeantes. Su traje humea- ba un poco y tenia manchas negras de algo aceitoso. La expresién de Crashman era una 13 mezcla de cansancio y angustia, como si estu- viera sofiando con algo terrible. Franco marcé la combinacién en el teclado de la ventana para abrir una de sus hojas y ventilar un poco la habitacién. Des- pués trajo una toalla humedecida del bafio y con delicadeza limpié la cara de su papé. ‘Tuvo que hacer mucha fuerza para quitarle las botas y después, cuidadosamente, le sacé las armas (mds de quince) y las dejé al cos- tado de la cama. Su padre tenfa ahora una expresién un poco més distendida y el chico se acosté a su lado, abrazandolo. En cierto momento el padre murmu- ré “hijo”, aunque era evidente que seguia dormido. El nifio se acurrucé junto a él y de a poco se le fueron cerrando los ojos. De pronto sonaron varias alarmas y Crashman reaccioné como un resorte. En un instante estaba de pie y tenia un arma en cada mano, que automdticamente apunté a Franco. Crashman tardé un segundo mds en entender dénde se encontraba. Al fin eché una mirada a su alrededor y dejé las armas. 14 —Hijo... —Papd, vine a decirte que... Franco no terminé la frase porque el padre ya habia salido de la habitacién. En una sala lateral habia una especie de mapa planetario luminoso, incomprensible para el chico, al que Crashman solia mirar a cada rato, cuando se encontraba en casa. Mientras observaba esa pantalla, Crashman cambié pequefias baterias de su traje, reemplazé partes de las armas y verificé el funcionamiento de sus aparatos de comu- nicacién. Franco conocia la versién infantil de todo ese equipamiento, porque en las jugueterias vendfan trajes de Crashman com- pletos, que emitian curiosos sonidos y encen- dian cantidad de pequefias luces. —Necesito que vayas a una reunién de padres del colegio —dijo Franco, descontando que su padre no le prestaria atencién. —jMe encantard ir a esa reunidén, hijo! Franco sonrié satisfecho. Pero luego arriesg6 otra pregunta: 16 —;Hoy no habrd ataque de los mutantes? —;Eh? Si, claro que habr4. Sabemos que intentarén destruir nuestro sistema de satélites. —jEntonces no podras ir a la reunién! — Qué reunién? —jLa del colegio! —;Hay una reunién en el colegio? —jSi, citaron a los padres! —;Para qué citaron a los padres? —No sé, cada tanto hacen una reu- nién con los padres de los alumnos. Es obli- gatorio que vayas, papa. —Claro, voy a ir. —;Y si los mutantes intentan des- truir los satélites terrestres? —jImpediré que lo hagan, hijo! —Entonces no podras ir a la reunién de padres —No, claro que no, hijo. — Dios! Franco se senté en el piso y se quedd mirando a su padre, tratando de comprenderlo. lz Crashman terminé de colocarse todas sus armas y equipos, dedicé una amplia sonrisa a su hijo, le acaricié la cabeza y le dijo: —jA desayunar, compafierito! 2 2 Accidente —_ esperé a que Catalina termi- nara de servir el desayuno para repetirle a su papa lo de la reunién. Por alguna raz6n lo avergonzaba hacer ese pedido delante de ella. Pero, en lugar de irse a la cocina como hacia siempre, esta vez Catalina se sirvié un café y se senté a desayunar. Eso era una verdadera nove- dad. Una odiosa novedad, porque delante de Catalina a Franco le iba a costar mucho més exigirle a su padre que fuera a la reunién. —Sefior Crashman —hablé Catali- na—, esta tarde habr4 una reunién de padres en el colegio y usted tiene que asistir. Sf o si. —NMe encantaria, Catalina, pero no puedo. Hay versiones de que los mutantes tra- taran de dafiar radares vitales para las comuni- caciones terrestres. jE] planeta estd en peligro! 20 —Sefior Crashman —repitié Catalina espaciando las silabas, nerviosa—, no puede dejar de ir a esa reunidn sdlo porque el planeta esté en peligro. Creo. Catalina siempre agregaba “creo”, al final de sus frases. Ademads hablaba con un cantito, intercalaba algunas palabras de su idioma indigena y, cuando se ponia nervio- sa, refa sin motivo. Ahora mismo se estaba riendo. En ese momento se encendié la peque- fia pantalla de una especie de reloj que usa- ba Crashman, y se oyé una sefial de alarma. Esa sefial se escuchaba muy seguido cuando Crashman estaba en casa. —;Ven? No puedo —dijo Crashman—. jPero no fallaré en la préxima, querido! —agre- g6 gritando. Eso de gritar al decir cosas que no requerian elevar la voz era algo que a Franco no le gustaba y que los autores de un dibu- jito animado sobre Crashman habjian imita- do a la perfeccién. El personaje gritaba para decir cosas intrascendentes y luego, en plena 21 lucha contra los enemigos, hablaba como si fuera la situacié6n mds normal del mundo. —Algunos compafieros de colegio me dicen que no es cierto que mi papa sea Crashman —dijo Franco. —yjLos convencerdés con unas cuan- tas trompadas! —grité6 Crashman, que ahora parecia preocupado porque el café estaba tibio en lugar de muy caliente como le gustaba a él. —No, papa, zcé6mo voy a pegarles a mis amigos por esa tonteria? —Ah, claro. Es cierto, si. No hay que ser violento. —Dios, no haga eso! —grité de pron- to Catalina, al ver que Crashman accionaba un rayo que le salfa del brazo y lo apuntaba hacia la taza. Era un rayo muy potente con el que Crashman derretia puertas de acero 0 agu- jereaba naves extraterrestres. Un par de veces Franco lo habia visto calentar la comida con ese rayo, con apenas enfocarlo un milisegundo sobre el plato. —Pap, jquiero que esta vez vayas a la reunién! 22 — Cémo? —pregunté Crashman—. eA qué reunién? Esa pequefia distraccién hizo que el rayo evaporara el café, fundiera la taza, aguje- reara la mesa y quemara el piso. Catalina comenzé a protestar en su idioma indigena y Crashman se levanté, molesto consigo mismo, mirando con despre- cio a su emisor de rayos. —Me voy, Franco. No puedo permitir que dafien nuestras comunicaciones. j;Debo defender a nuestro planeta! —dijo a continua- cién, dandole un beso en la frente a su hijo. Con paso rapido se dirigiéd hacia el bal- cén, salté y salid volando. Vivian en el piso cuarenta y tres y siempre salfa por alli. Solo que en esta oportunidad Catalina habia cerrado los ventanales porque empezaba a hacer frio. El estallido de los vidrios asusté a Catalina y a Franco, aunque los dos sabian que eso no podia dafiar a Crashman. Casi nada podia dafiar a Crashman. Catalina tomé entre sus manos la masa sin forma y todavia humeante que 23 antes habfa sido taza, cuchara, café y plato, la llevé a la cocina y luego se puso a recoger los cristales rotos. En ese momento reaparecié Crashman y, desde afuera, mientras se mantenia flotan- do, grité: —jQue Franco no pase todo el dia mirando televisién, Catalina! ;Oiste, Franco? jDebes cuidar tu educacién! —Si, papa —le contesté Franco con desgano, mientras tomaba el control remoto del televisor. 3 Reunidh de padres Ls reunién de padres se hizo en el salén de actos de la escuela. Franco quiso sentarse en la ultima fila, pero Catalina dijo que desde alli no escucharian a los maestros. Fl insisti6 en permanecer sentado en ese lugar porque le daba vergiienza estar alli con Catalina, que era tan gorda y vieja. Pero ella, que tenia una fuerza increible, lo tomé de la mano y lo arrastré hacia el frente. El odioso Mariano Emiliano Soriano, sentado en la penultima fila, lanz6 una fuerte risotada y sefialé hacia el pasillo central para que todo el mundo se diera cuenta de que Franco estaba haciendo el ridiculo. Franco se puso colorado y traté de caminar a la par de Catalina, como si nada sucediera. 26 Mariano Emiliano Soriano no solo habia venido con su madre y su padre sino con el marido de su madre, la esposa del padre, su hermanito menor y la abuela. {Una fila para ellos solos! Para colmo de males Catalina quiso sentarse en la primera fila justo delante de Julieta Ubieta, la chica que le gustaba y ante la cual irremediablemente se ponia rojo de vergiienza y apenas podfa hablar. “Est4 bien”, pensé Franco cuando se acomodé en su asiento, “no tengo que pensar, ni respirar, ni mirar hacia atras. Y tampoco tengo que escuchar si Catalina le hace una de sus preguntas al director de la escuela. No importa qué pregunta ridicula haga porque yo soy ciego y sordo”. Sin embargo, un segundo después miré hacia atrds y vio al padre de Julieta Ubie- ta. ;Cémo podia ser tan viejo el sefior Ubieta? Era viejisimo, arrugado y calvo jy hacia un ruido muy desagradable con su dentadura postiza! —jHola, Franco! —le dijo Julieta. 27 —Ho... la —contesté Franco, mien- tras pensaba: “Pobre chica”. —Abuelo, él es Franco, el hijo de Crashman —grité Julieta. “Es el abuelo! ;Y sus padres? Tal vez no tiene padres o si los tiene, no la quieren”, pensé Franco entusiasmado. “Tal vez hayan muerto en un accidente. Ojald esté sola en el mundo y su abuelo sea un malvado. Pobre chica, seguro necesita un chico con quien hablar. El chico ideal para que ella pueda contar en confianza que sus padres murieron en un acciente sin duda soy yo”. —,No viene tu papd, Franco? —pre- gunt6 Julieta—. ;Me encantaria conocerlo! Antes de que a Franco se le ocurriera algo para contestar, Julieta agregé: —jAhi vienen los mios: ;Mamia! ;Papa! Franco los miré: era un par de padres espléndidos, sonrientes, bronceados, comple- tos. El padre hasta usaba maletin. {Qué bue- no tener un padre con maletin! jQué lindo revisarle el maletin y a escondidas usar todo lo que Ileve adentro! Debia de tener libretas, 28 minicomputadora, lapiceras, carpetas, cal- culadoras, agenda electrénica, de todo. iY Julieta también tenia madre! La madre de Julieta era muy bonita. Estaba vestida con ropa deportiva. Seguro que los sdbados esa mujer jugaba al tenis con su hija. ;Cémo le gustaria a él tener una madre! Pero su madre habfa muerto hacia mucho. Su madre habia muerto cuando él era recién nacido, asf que sélo la conocia por fotos. Y en las fotos su mama, que tenia nombre de nena —Yanina—, era muy bonita y se refa con una espléndida risa. A ese triste pensamiento él podia dete- nerlo. Eso se lo habia ensefiado Catalina: un pensamiento muy triste podfa ser detenido haciendo fuerza con la mandibula. Eso le habfa ensefiado Catalina. Pero si se trataba de un pensamiento muy muy triste, mucho mis triste que los pensamientos tristes comu- nes, era mejor dejarlo pasar. En ese caso lo mejor era entristecerse del todo y llorar como loco. Catalina sabia cosas increibles y él queria mucho a Catalina porque al fin 29 y al cabo era como una enorme, gordisima, segunda madre, y por el tamajfio hasta podia ser considerada como dos madres en una. Por suerte, este pensamiento sobre su madre muerta solo era muy triste, no muy muy triste, y eso tal vez se debfa a que él no dejaba de mirar a Julieta y también pensaba en lo linda que era ella. En ese momento aparecié el maestro y comenzé la reunién. Hablé diez minutos y después fue el turno de los padres: todos opinaban que habia que duplicar las tareas de los nifios, de modo que en la casa no les quedaran muchas horas para mirar televi- sién. Ademds pedian mas horas de inglés y de computacién para prepararlos para ser adultos importantes. Todos opinaban més o menos lo mismo pero sus voces se superpo- nian porque estaban muy ansiosos. Pero de pronto una voz muy firme, dijo: —Ahora voy a hablar yo —era Catali- na. Franco se quedé paralizado de vergiienza y todos los padres hicieron silencio—. Digo yo: por qué no les ensefian un poco de edu- 30 cacién a estos nifios, ah? Para que Franco se lave los dientes hay que pedirle por favor, a veces pretende engafiarme diciéndome que se bafié, pero yo sé que puede estar cinco dias sin bafarse... Franco estuvo a punto de desmayarse mientras las carcajadas de sus compafieros, en especial las de Mariano Emiliano Soriano, le taladraban el cerebro. Hasta Julieta Ubie- ta, sentada delante, se habja vuelto hacia él y parecia desarmarse de la risa. Y Catalina seguia: —Tampoco saluda a los vecinos en el ascensor, a veces hace chistes groseros por teléfono y cuando come frutas juega a embocar semillas en mi vaso de soda. —Bueno, bueno, gracias —dijo el maestro—. Muchas gracias por su aporte. Ya veremos cémo podemos corregir esas cosas. 4 Frafeo se eScapa A la vuelta de la reunién Franco comié un octavo de milanesa y tres papas fritas y media, y después fue a su habitacién y se asom6 por la ventana. Los del Depar- tamento de Seguridad del Gobierno habjan dispuesto que la combinacién para abrir las ventanas fuera secreta y solo la supicra Catalina, pero a la mujer le era imposible manejar esos tecladitos. Ella misma le habia pedido a Franco que aprendiera a abrir las ventanas y a la vez le habia prohibido ter- minantemente abrirlas si ella no se lo pedia. Franco las abria a cada rato y por esa raz6n él y Catalina solfan discutir. Mientras miraba alla abajo la inter- minable fila de coches que esperaba la aper- tura de un seméforo, se le ocurrié algo... 32 Tomé un Crahsman de plastico y lo lanzé al aire. Se quedé mirando cémo caia sobre el parque que estaba al otro lado de la calle. Segundos después arrojé otro Crashman con moto espacial. Y después un Crashman dentro de una nave y un Crashman luchando contra dos mutantes... A los diez minutos ya habia tirado unos seiscientos mufiecos Crashman, cin- cuenta libros e historietas, muchisimos juegos electrénicos, videos y una gran cantidad de trajes Crashman para chicos. Entre esas idas y vueltas de los placares a Ja ventana reparé en unos chicos que abajo se arriesgaban entre los autos para recoger los juguetes que él tiraba. Eran dos chicos que limpiaban para- brisas de coches a cambio de monedas. Los habia visto algunas veces cuando el chofer y Catalina lo Ievaban a la escuela. Pare- cian divertirse con lo que hacian, y debia de ser asf porque pasaban mucho tiempo en Ia calle. Tal vez fueran delincuentes, pero como quiera que fuese parecfan llevar una vida mds divertida que la suya. 33. Los chicos habian formado dos montafitas de Crashman y ahora miraban hacia arriba esperando que cayera alguno mas. Franco se volvié hacia un mueble biblioteca y calculé que todavia le queda- ban algunos cientos mds. Pero ya no tuvo ganas de seguir tirandolos y, en cambio, pensé que le gustaria conocer a esos chicos. Total, si eran delincuentes siempre tendria la posibilidad de salir corriendo y meterse en su edificio, donde habia cuatro guar- dias en la puerta. Ademds, él era el hijo de Crashman y cualquier cosa que le ocurriera su padre podria defenderlo. Alguna ventaja tenia que darle ser el hijo de Crashman. Claro que para conocer a esos chi- cos tendria que escapar sin que Catalina lo notara. Franco entré en la cocina, donde Catalina estaba lavando los platos, se sir- vid un vaso de jugo y con disimulo tomé un manojo de lIlaves. Al salir del ascensor al hall del edificio se colé entre tres sefioras gordas y asi logré pasar sin que los guardias 34 lo vieran. Al salir a la vereda respiré hon- do y sintié que estaba iniciando una gran aventura. En la esquina se quedé unos minu- tos mirando a un lado y a otro, y no encon- tré a los chicos. Contra un 4rbol estaban el balde y los secadores que usaban, pero a ellos no se los veia por ningtin lado. Final- mente los vio parados ante un kiosco, a una cuadra, metiendo en dos grandes bolsas de residuos el montén de Crashman que cada uno habia recogido. Minutos después regresaron a la esqui- na. No estaban tan sucios como Franco ima- ginaba. Dejaron las bolsas junto al arbol y el mas grande volvié a limpiar parabrisas mien- tras el mas chico se quedé custodiando el botin. Franco se acercé y los chicos | miraron con desconfianza, como tratand de entender qué podia estar buscando. —Quieren que los ayude? —pr gunté él al ver que dentro del balde queda: ba un juego de esponja y secador. 35 —jNo! —le dijo el mas chico, con enojo. Al més grande parecié causarle gra- cia el pedido y le dijo a Franco que si queria ayudar lo hiciera, solo que tenfa que darle a él las monedas que ganara. Franco tomé el limpiador, lo mojé dentro del balde y esperé a que el sema- foro detuviera a los coches. Cuando esto ocurrié caminé hacia el primer auto, un estupendo Alfa Romeo gris oscuro. —jMe salpicds el auto y te mato! —le dijo un hombre con cara de toro. A Franco le parecié que ya conocia esa cara desagradable... jEra el sefior de la Secreta- rfa de Medio Ambiente! jEl sefor Dante Marino! Meses atrds ese hombre habia reci- bido una condecoracién durante una fiesta en la que también Crashman habia sido premiado. Franco lo recordaba muy bien porque Catalina lo habia obligado a mirar ese programa para que viera un poco a su pap4. Cuando aparecié en la pantalla ese 36 hombre con cara de elefante marino, Franco y Catalina se habian refdo muchisimo de que justamente le dieran un premio por defender a los pingiiinos empetrolados, las ballenas y los elefantes marinos. Mientras recordaba todo eso Franco se quedé mirando a Elefante Marino, que apenas se veia detrds del vidrio oscuro de su hermoso coche. —jHacete a un lado, salame! —le grité Elefante Marino asomando su cabe- zota, porque Franco estaba parado delante del coche y no lo dejaba salir. —iCorrete, tarado! —le grité el chi- co mas grande. Asi pasé el primer verde del semafo- ro sin que Franco lograra hacer nada. En el segundo, Franco se dirigié a una camioneta pero le fue imposible alcan- zar el parabrisas porque era muy alto. Uno de los hombres que iban en ella le grité al que Franco no entendié y estallé en carcaj das. Enseguida el seméforo se puso en ve: y salieron disparados todos los autos. 38 —Estd gastando detergente de gus- to —dijo el chico menor, molesto. En la siguiente oportunidad, Franco no logré que ningtin automovilista acep- tara, salvo un taxista que luego se fue sin dejar una moneda, molesto por lo mal que habfa quedado su parabrisas. Recién a la quinta apertura del semé- foro, Franco se dio cuenta de que el chico mas grande iba directamente a los coches manejados por mujeres. Durante el descanso, Franco pre- gunté si las nicas que dejaban monedas eran las mujeres. —tLas mujeres te dejan monedas porque les da ldstima ver a los chicos tra- bajando —dijo el menor. —No, es porque nos tienen miedo —dijo el mds grande—. Piensan que pode- mos robarles. —Es porque son mas buenas. —Es porque son més idiotas. Franco obtuvo su primera moneda cuando ya hacia media hora que estaba 39 alli. Se la dio un hombre con anteojos muy gruesos cuyo auto merecia el Premio Nobel al coche mas sucio del mundo. —wNo tengo plata, querido —le dijo el hombre antes de que Franco empezara a lavarle el parabrisas. —Se lo lavo gratis —le dijo Fran- co—. Usted ve menos que un gato de yeso y su parabrisas esta recontrasucio. —jAcd4 encontré una! —avis6 el hom- bre mostrando una moneda para Franco. El se quedé mirando la moneda y pensando en la frase “ve menos que un gato de yeso”, que se la habia escuchado a Catalina. En ese momento el chico grande se acercé a la carrera y de un manotazo le quité la moneda. Al rato, los dos chicos fueron a com- prar pan, fiambre y una gaseosa grande. Se sentaron en una plaza, bajo el enorme caballo del monumento de Simén Bolivar, y empezaron a comer, haciendo bromas sobre la posibilidad de que el animal tuvie- ra ganas de hacer pis. 40 Abrieron por la mitad los dos enor- mes panes y pusieron el fiambre en el medio, controlando minuciosamente que hubiera la misma cantidad para cada uno. Mientras los chicos devoraban los sd4ndwiches con increibles ganas, a Franco se le retorcié el estémago de hambre. Cuando ya estaba ter- minando, el chico grande arrancé un trozo de sandwich y se lo ofreciéd. —No, no, gracias —dijo Franco, pero ante la insistencia del otro terminé aceptando. Comié con tantas ganas que ellos rieron. —Es un muerto de hambre —rio el mas chico. —jQué va a ser un muerto de ham- bre! ;No ves las zapatillas que tiene? —dijo el mas grande, sefialando los pies de Fran- co—. Valen ochenta ddlares. —;Ochenta? ;jCien! —exclamé el menor, escandalizado. Y, dirigiéndose a Franco, le pregunt6—: ;Cudnto valen? Franco no tenia idea de cuanto podian costar. Es mds, le resultaba curioso que esos chicos supieran sobre precios de cosas que 41 compran los padres. ;Quién le compraria a él las zapatillas? Catalina. Pero no, no podfa ser. Si Catalina fuera la encargada de comprarlas seguramente él estaria usando las zapatillas mds horribles que hubiera. Qué raro. ;Quién le compraria a él ropa, zapatillas, abrigos, todo eso? — Y? ;Cudnto valen tus zapatillas? —se impacienté el mas chico. —Cien —respondié él, para favore- cer precisamente al mas chico, porque a ese le tenia un poco de miedo. —jQué dije yo! —dijo este—. ¢Cudntos afios tenés? —Nueve. —,;Nueve? —pregunté el mds gran- de, riéndose—. Mira, es mas alto que yo. Se midieron los tres. Franco era mas alto que el més grande y casi el doble que el mas chico. —Yo tengo diez —dijo el mds chi- co—. Y él casi doce. “Si supieran que solo tengo ocho y medio...”, pensé Franco. 42 —Vamos hasta all4 —ordené el mas grande, tomando el balde y sefalando la esquina opuesta de la plaza. Franco jamds habia cruzado una calle solo pero le daba vergiienza agarrarse de la mano del chico mds grande, como hacia siempre con Catalina. Ellos cruzaron con toda naturalidad, pero él se fijé tanto hacia un lado y al otro, y después corrié tan fuerte para Iegar al otro lado, que los dos chicos se rieron a carcajadas. —iEs tonto o qué le pasa? —pre- guntd el mas chico. —No sé —le contesté el otro. —7Ya sé! —exclamé Franco de pronto. —~Ya sabés qué? —pregunté el mds chico con fastidio. —No, nada —respondié Franco. Lo que acababa de “saber”, mejor dicho de dedu- cir, era quién le compraba a él a ropa. Era, seguro, una chica que todos los meses pasaba por la casa y le tomaba las medidas con un centimetro. El nunca le habia preguntado para qué lo hacia porque eso habia ocurri- do desde siempre. Una semana después de 43 la visita de la chica Ilegaban a su casa un montén de cajas con ropas y zapatillas. En la esquina, los chicos se detuvie- ron ante una jugueteria. —jTenemos todos los Crashman que hay ahi! jSomos ricos! —grité el mds chico. —Yo también tengo... como cien —dijo Franco. —jMentira! —dijo el mas chico. —vVerdad —se defendié Franco—. Vamos a casa que se los muestro, zustedes no van a la escuela? —Vamos de mafiana. —Ahora es la mafiana. —Hoy es sdbado, ;no te enteraste? 5 Los huevos amigas asa se llaman ustedes? —pre- gunté Franco mientras subian. —A él, le dicen Fideo —dijo el menor. —A él, Enano —contesté el otro. Para entrar en el departamento tuvie- ron que tomar tantas precauciones como para entrar en el edificio. Primero entré Franco para ver en qué parte de la casa estaba Catalina, y recién cuando comprobé que seguia en la cocina les hizo una sefia a los chicos para que pasaran. Era increible que nunca antes se le hubiera ocurrido escapar, pensaba Franco. —Juguemos con eso! —grité Enano, sefialando la estacién de juegos de Franco y la pila de CDs, no bien entré en la habitacién. En eso si Franco era un verdadero superhéroe 46 y no habia en su curso un chico que pudiera ganarle. Pasaba fines de semana enteros jugan- do y en los dias de semana, cuando Catalina se iba a dormir, se quedaba jugando hasta las dos o tres de la mafiana. Fideo se quedé mirando la habitacién, como si le costara aceptar que exis- tiese un lugar tan grande y lindo y con cosas tan interesantes: un televisor gigante, filma- doras, equipo de musica, revistas, juegos elec- trénicos, montones de juguetes, dos bicicletas, una pista de autos a control remoto que tenia como diez metros... de todo. De pronto se abrié la Puerta e irrum- pid Catalina: —Te hice un postre de dulce de leche, Franco. Por lo menos comeme una Porcioncita —dijo Catalina, dejando un plato sobre el escritorio del chico. Increiblemente Fideo qued6é oculto por la puerta y Enano se agaché detras de un gran oso de pajfio. —iNo, no quiero! —grité Franco y al instante se corrigi6—: Si que quiero. Quiero otra porcién mis. 47 Catalina sonriéd y salié disparada hacia la cocina. Regresé con una gran fuente de postre y dijo, con una gran sonrisa: —Comé todo lo que quieras, querido. Fideo y Enano, terminaron con el pos- tre en segundos. Fideo us6é una cuchara y Enano tuvo que arreglarselas con un sefialador. — Ustedes dénde viven? —pregun- t6 Franco. Enano conté que vivian lejos y que al lado de la casa tenfan un terreno muy bue- no para jugar al fatbol y un drbol muy alto para trepar. — Y por qué se vienen hasta acd a limpiar parabrisas? —Porque mi mama trabaja en un supermercado a cinco cuadras de acd. Sola- mente venimos los sibados. Viajamos con ella a la ida y a la vuelta nos vamos solos —explicé Fideo. — ;Querés conocer nuestra casa? —pregunté Enano. — Estas loco? —le dijo Fideo, dan- dole un golpe en la cabeza que derribé al 48 ms chico sobre la cama. El pobre estaba tan acostumbrado a los golpes de su hermano que ni siquicra se quej6—. ;No ves cémo vive él? ;Cémo va a ir a casa? —Me gustaria conocer la casa de ustedes. No importa si es pobre. Si yo antes fui pobre. Mi papd era mendigo hasta que gano la loteria —dijo Franco, y se quedé tan satisfecho con su mentira que se le dibu- jo en la cara una gran sonrisa. Los chicos lo miraron extrafados. —iGan6 la loteria? jQué suerte! —dijo Fideo. —Si, dos veces seguidas —agregd Franco. —jiIncreible! —jIncreible! & Camina de avenhturas E. viaje fue interminable. Prime- ro en subte, después en colectivo y al final como quince cuadras a pie. Pero lo mejor fue que los chicos sabian viajar gratis. En el subte pasaron por debajo del molinete, sin poner ficha. Franco casi se desmaya al hacerlo, porque pensé que la policia comenzaria a perseguirlo. Al tren subieron gratis, dando todo un rodeo para llegar al andén por un terreno al que daban las vias. En el colectivo, donde era imposible burlar al conductor porque miraba a todos los que subjian, los chicos podian viajar gratis porque eran amigos de los choferes. —Esta aventura es mejor que las de Crashman —dijo Franco, cuando se habian 50 acomodado los tres en el iltimo asiento. Era la primera vez que andaba por alli, la prime- ra vez que usaba transportes publicos, la pri- mera vez que no lo acompafiaba un adulto. —;Cémo se llaman ustedes? —pre- gunté—. Los nombres, quiero decir, no los sobrenombres. —Emanuel —dijo el més chico, que nunca abandonaba su expresién de enojado. —Diego —dijo Fideo. Cuando se bajaron, Diego y Emanuel limpiaron gratis el parabrisas del 6mnibus. —Para que otra vez vuelva a Ilevar- nos —explicaron. A continuacién caminaron quince cuadras. Franco las hizo bastante temeroso. Eran caminos de tierra muy angostos que pasaban entre casas bajas donde, al parecer, vivia un montén de gente. En algunos tramos el camino pare- cia meterse adentro de las casas o las casas estar construidas casi en medio del camino. Y continuamente salfan a husmear perros de todos los tamafios que asustaban a Franco, 51 casi arrepentido ya de la “aventura” en que se habia metido. En cierto momento, los chicos deja- ron el camino y pasaron por adentro de una casa, diciendo “hola, abuela”. Franco se detu- vo a mirar: en un rincén habia una sefora muy mayor, rodeada de gatos. De ahi los tres pasaron a un terreno lleno de basura. —j Es la abuela de ustedes? —pre- gunté Franco. Los chicos rieron. —No —dijo Emanuel—. Le deci- mos “abuela” pero no es nuestra abuela. Es una vieja ciega que siempre esta sentada alli. Pasamos por ahi para no pasar por la esquina, porque hay una barra de pibes que siempre nos agarra a piedrazos. Luego pasaron por un basural, don- de habia un olor horrible, humo y varias personas recogiendo cosas y levandolas a unos carros tirados por caballos que espera- ban en la calle. Diego y Emanuel caminaron atentos, mirando al suelo por si habia alguna cosa 52 que valiera la pena. Sin embargo, fue Franco el que encontré algo bueno: un volante de auto oxidado. —jEst4 buenisimo! —dijo Ema- nuel—. ;Le sacamos el manubrio a la bici y le ponemos ese volante! —Si, est4 bueno —dijo Diego. Emanuel tomé el volante con las dos manos, lo puso a la altura de su cara, hizo ruido de motor con la boca y jugé a que iba en auto y manejaba. De pronto, cambié la expresién de Diego. —jEl Colorado! —dijo temeroso. Franco giré su cabeza y vio que a diez metros se acercaba un tipo cuyo aspecto resultaba temible. El Colorado debja de tener unos veinte afios y parecia muy fuerte, pese a su delgadez. Una gran cicatriz le cruzaba la mejilla izquierda, desde la oreja hasta la boca, dibujandole una desagradable sonrisa. Cuando Franco se volvié hacia Diego para preguntarle quién era ese, los dos her- manos iban corriendo a toda velocidad, sos- teniendo las bolsas con los Crashman. 53 —jCorré, dale! —le gritaron. Franco corrié tras ellos. —jEspérenme! Como en las pesadillas, sintié que las piernas no corrian tanto como él crefa que podian hacerlo. El Colorado tardé segundos en alcan- zarlo. 1 El roba E. Colorado sélo tuvo que dar unos pocos pasos a la carrera para alcanzar a Franco y trabarlo con un pie. Franco cayé rodando entre la basura y se detuvo al chocar contra un enorme perro muerto. Se apartd, asqueado, pero el Colorado lo tomé por el cuello y lo hizo sentar. — Basta de llorar, idiota! —le dijo, sonriendo. Franco no podia hablar. Queria pro- testar o pedir socorro, pero no le salian las palabras y temblaba espantado. Su papa..., cémo necesitaba en ese momento a su papa. Crashman estaba luchando contra los mutantes y él no tenia la fuerza ni la decisién de un superhéroe para enfrentarse a ese tipo. 56 —A ver, “Dientes de alambre’”... —le dijo el Colorado, riéndose de los apa- ratos fijos que usaba Franco—, Quiero ese reloj, la campera, las zapatillas. EI nerviosismo trababa los movi- mientos de Franco, y eso alteré un poco, mas al otro, quien finalmente le arrancé de un tirén el reloj y le sacé la campera bru- talmente. —Ese pantalén es de marca —agre- g6, sorprendido, mientras le indicaba con una sefia que se lo quitara. Franco negé con la cabeza. No queria quedarse sin pantalén en ese lugar y no entendfa cémo alguien podia interesarse en robar algo asi. En las series de televisisn los malhechores no roban pantalones. El Colorado sonrié con desprecio. Parecia que acompafiaba cual- quier emocién con su insoportable sonrisa y con las curvas que adoptaba la profunda huella que le cruzaba la cara. —Qué, no te gusta mi cicatriz? Dale, “Diente”, sacate el pantalédn antes de que se me acabe la paciencia. 57 Como Franco se resistiéd a hacerlo, el Colorado le dio un fuerte cachetazo que volteé al chico hacia el costado. Franco se incorporé de un salto e intenté correr pero el Colorado lo detuvo. —j Vamos, tarado, quiero ese panta- lén! Va justo para mi hijo. Sufriendo por el dolor en la cara y la humillacién, Franco se quité el pantalén y lo dejé en el suelo. El Colorado rio mientras junta- ba todo y luego se alejé silbando. Franco se qued6 sentado, abrazando sus rodillas, muerto de miedo. Después miré hacia la direccién por donde se habjan ido sus ami- gos y se desesperé al no verlos. Un enorme perro se acercé a la carrera. Franco les temia a los perros y en esta situacién descontaba que este animal venia a atacarlo. Pero no tenia fuerzas para escapar. Mas bien estaba paralizado. Sin embargo el perro lo olfateé detenida- mente, casi tocandole los pies, y después se alejs. 58 :Qué iba a hacer ahora? Ni siquiera sabia dénde estaba. ;Cémo haria para vol- ver a su casa? Gritas | caminé en cualquier direc- cién, como para salir de alli, tratando de no pasar por donde habia gente revolvien- do basura. Pero enseguida escuché unos gritos: eran Diego y Emanuel que lo Ilama- ban, mientras salian del pozo en donde se habian escondido. Se acercaron a la carrera y cuando estuvieron junto a Franco, este se eché a llorar abrazado a Diego. —Nosotros te vamos a conseguir ropa —le dijo Diego, y pegdndole un golpe a su hermano le ordené—: jDale tu pantalén! Emanuel dijo que no y se alejé unos veinte metros. Diego parecié analizar la situacién durante un segundo y luego se puso a reco- rrer el basural, tirando de restos de telas 60 que habfa entre los monticulos de basura. Franco lo siguié casi pegado a él, sintién- dose muy desgraciado. Al fin fue Emanuel quien encontré algo que podia servir: un enorme pantalén roto y embarrado color amarillo con gran- des flores negras. Lo sacudié y logré sacarle los restos de barro. —jNi loco me pongo eso! —protes- té Franco. —Ningtin problema. Andards en calzoncillos —le dijo Diego. Franco se puso el espantoso panta: lén y se lo cifié a la cintura con un hilo. —Vamos —dijo Diego. —Quiero volver a mi casa. Llévenme. —No podemos. —jSi que pueden! Yo no sé vo solo. —Es que pronto se va a hacer noche y es peligroso. Mi mam no nos dej andar solos de noche. Si te llevamos aho se nos va a hacer tarde para volver. 9 Dtra familia E.. la casa de Emanuel y de Diego vivian el abuelo, la madre de los chicos y tres perros. El abuelo estaba sentado en una silla, haciendo un sillé6n de mimbre, rodea- do de varillas, con una radio encendida y una pava humeante con la que estaba tomando mate. Los perros olieron a Franco, que soporté eso tratando de no poner cara de terror. —Es un amigo —explicé Diego—. El papd le dio permiso para que se quede a dormir en casa —-el abuelo miré a Franco con cierta desconfianza. Franco pensé que era la casa mas fea que hubiera visto en su vida, si no fuera porque habia visto otras mucho peores en el camino que acababan de hacer. Los chicos 62 estuvieron discutiendo un rato a qué iban a jugar y ya lo tenfan decidido, cuando llegé la madre. Era muy joven y linda pero venia con cara de enojada. —Quién es este chico? —Es un amigo. Su pap le dio permi- so para venir —volvié a explicar Diego. —Denme las monedas —dijo la madre, y los chicos le dieron un pufiado cada uno. —A ver el bolsillo izquierdo... —le dijo la madre a Diego. El chico se mostré molesto pero sacé otras tres monedas de ese bolsillo. La madre sonrié y dijo: —Y también de los bolsillos de atras. Diego sacé mas monedas de alli. Mientras lavaban parabrisas, Franco habfa observado que Diego guardaba mone- das de un peso dentro de las zapatillas. “Qué inteligente es”, pensd. —Estds seguro de que el padre le di permiso? ;Dénde vive este chico? —jSi, el padre le dio permiso, no se: pesada! 10 El abuelu Plyucados por el abuelo, al que Ila- maban “Pereyra”, Emanuel y Diego ataron con alambre el volante de auto al manubrio de una bicicleta alta y viejisima. Diego deter- miné que el primero en probarla serfa Franco porque era el invitado y después él, porque era el mayor. Cuando le tocé a Emanuel, Diego le dio un golpe en la cabeza y le dijo: —j Ahora vos, tarado! Mas tarde jugaron al fiitbol en la canchita con otros chicos vecinos. Franco noté que todos eran muy buenos jugando, que el mejor de todos era Emanuel y que, comparando, él era un desastre. Era una vergiienza jugar tan mal. Fingiéd entonces que le dolfa una pierna y después anun- cié que harfa de arquero. Pero como arquero 64 €ra peor que como jugador: pelota que iba al arco, entraba. Entonces, dijo que ya estaba aburrido de jugar y que iba a tomar agua. Le dijo al abuelo Pereyra que tenia sed y el abuelo salié caminando y le pidié que lo siguiera. Caminaron una cuadra y media. — Vamos a una confiterfa a tomar una gaseosa? —pregunté Franco. El abuelo tio a carcajadas. —

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