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Solo, a un costado del grupo, et lobiz6n aullé miran- do hacia la luna que formaba parte de su maldicién. Ha- | bia matado a un hombre, y aunque su conciencia era ala vez animal y humana, no podfa dejar de sentirlo como un cambio fundamental en su vida, Nicanor, el lobizén, in- tufa que nada podria mantenerse igual después de haber tomado una vida. El perrito blanco, como en los tiempos ten que su amo y amigo le hablaba, se acercé y se eché a su lado, en total silencio. El perrazo negro entendié el men- saje, se ech6 a su vez y alli se quedé, todavia con la mirada perdida en las alturas. 60 3 En plena noche, ahora con la inesperacla ventaja del eaba Ilo, se dirigieron hacia un montecito de caldenes, el refugio {que Nicanor habia hallado antes de regresar ala carrera, la ‘mado por su instinto El perrito blanco iba acunado sobre la falda de la chica, que montaba con destreza. Habia recibido luna patada fero, pero sobrevivira, Maria desmont6, liberé al caballo de aperos y frenos, y lo até apenas de uno de los caldenes, con suficiente soga como para que el animal se pu- iera alimentar. Después volvié a compartir charque y galle- ta.con sus dos compafieros, improvisé un camasiro con los ‘ueros de la montura y se tendié a dormir, A unos cuantos ‘metros, con los ojos muy abiertos, Nicanor vigilaba. Al amanecer el lobizén no estaba. Marfa lo lamé a los gritos, pero no obtuvo respuesta. Tuvo mucho miedo de que su Nicanor no apareciera, de que todo el esfuer- 20, todo el sacrificio, hubieran sido iniitiles. Finalmente se dijo que Nicanor volveria, y siguié adelante. Ensillé el caballo, volvié a montar con el perrito en brazos y se rigié hacia el noroeste. Cada tanto detenia el paso del c ballo, se afirmaba en los estribos y se paraba, para mirar por los alrededores, para vocear el nombre de su amado. 61 El desierto la contemplaba mudo. Maria sentia un nudo en la garganta, aunque no lloraba. No se dejarfa ganar por la desesperacion. Todo el dia pasé sin noticias del lobo. Ya atardecta cuando llegaron al pie de la primera montafia que se les, cruzé en el camino. Maria dud6, :Desmontaria all, antes, de que llegara la noche, o seguiria un par de horas rumbo a la cima? Un sendero flaco, marcado entre las piedras, la invitaba a seguir, pero la chica no estaba segura de tomar lo. g¥ si ese camino la alejaba de Nicanor? Estaba a punto de bajar del caballo cuando la detuvo un aullido que ve de lo alto. Tenia que ser de él. Maria espoles al caballo y empez6 a subir la cuesta. Tres veces mas se oy6, nitido, el llamado del lobo. Maria subié y subid, en plena noche. Confiaba en que el caballo, al que le habia soltado las rien. dlas, pisarfa sobre seguro. Si ella intentaba conducielo, el riesgo de despeitarse serfa mucho mayor, La noche ya estaba cerca de su final cuando se oyé un Ailtimo aullido, y justo donde el camino giraba, al borde de tun risco, Maria se encontré con los ojos rojos de Nicanor. El caballo caracole6, pero Marfa supo controlarlo, Desmon, 6 con mucho cuidado y se acercé a Nicanor, que ahora | emitia un grufido bajo, como si quisiera hablarle, Cuando, la tuvo a un paso, el gran perro negro corrié unos metros hacia abajo, por el declive del risco, y volvi6 a subir. Dos ‘veces repitié el movimiento, hasta que Marfa comprendié que debia seguirlo. Bajaron por la pendiente unos cuantos ‘metros. Iban despacio, con mucho cuidado: aunque la Iuz de [a luna los ayudaba, el peligro de despefiarse era muy grande. Nicanor se detuvo y miré hacia abajo. Maria lo imit6, A unos cuantos metros, atrapado entre unas pie dras, habja un hombre cai 62 Ayuda —pidié el hombre, a media vor—. No era di- {icil adivinar que no podia salir de donde estaba, Pero era imposible ayudarlo en la oscuridad. —Agua —pidié después el accidentado, y Maria volvi6 por su cantimplora, la at6 a una soga y la bajé con mucho ‘cuidado. El hombre bebié con desesperacién. Maria le gri- {6 que apenas amaneciera intentarfa sacarlo. Que tenfa wn caballo, le dijo, una soga, y que de alguna manera lo libe. rarian, El hombre intenté agradecer, y la voz se le quebré en un sollozo. Quedaba poca noche, pero las horas junto a la grieta se hicieron muy largas. Cada tanto se escuchaban las quejas del caido, que evidentemente sufria. Maria, el perrito y Nicanor estaban a merced del frio de la altura, No habia lugar para estirarse, ni refugio alguno. Marfa dormité sen- tada, con el perrito en la falda y Nicanor echado a sus pies. Apenas asomé el sol, la chica arrastré el caballo hacia el borde mismo de! isco, levindolo de la brida, El animal al principio se resisti6, pero al fin le obedecié. Até la soga en la montura y llamé al hombre, que se habia dormido, 0 desmayado, Maria no pociia saberlo, Desde arriba, a unos 63 seis o siete metros, se veia que el cafdo tenia una pierna lastimada, pero no parecia que estuviera atrapado. Quiza no pudiera caminar, pero s{ podria empujarse con los bra- 20s, para ayudar al esfuerzo que haria el caballo. Marfa lo Ilamé dos o tres veces, hasta que el hombre reaccion6, —Agarre fuerte la soga —| la pared, empuje con los brazos, 0 con la espalda. Tenga fe. El hombre hizo un ruido, como si sollozara, Maria no perdié mas tiempo. Comprobé que la soga estuviera bien atada y Ta lanz6 hacia abajo, Luego empezé a llevar al ca- ballo hacia atras y hacia arriba, El hombre, a pesar del dolor, comenz6 a subir. Dos veces grité que se detuvieran. Maria frend al caballo cada vez, y después de unos minu- tos, volvié a la tarea, En un momento el hombre trasta- bill6, pero Nicanor corrié hacia é1, con las patas traseras flexionadas para no despeiarse, y lo empujé desde la es- palda, con el pescuezo poderoso. El hombre se enderez6 y siguié escalando, agarrado de la soga y apoyado en un solo pie. Una hora, poco més o menos, duré el rescate. Pero al fin el caido llegé al sendero. Volvié a beber con avidez, se tir6 agua en la cabeza y se apreté la pierna, que habia de jado de sangrar. Ya més tranquilo, estiré una mano hacia ¢ dijo—. Haga fuerza contra Nicanor, que se dejé acariciar, extranamente décil —Muchas gracias —dijo, con voz emocionada—. Les debo la vida. —Yo soy Maria Lagares —dijo la chica—. Voy de viaje, con mis... amigos —dijo con un gesto amplio, que abareé alos dos perros y al caballo. —Yo soy minero —dijo el hombre—, voy de vuelta a ‘casa. Me llamo Daniel Madero. Maria abrié la boca, sorprendida, Nicanor lanzé un la- drido largo y movid la cola, como si en ver de ser un lobo 64 fuera un perrito faldero. Miré una ver mas hacia el cielo y aullé, pero esta vez el aullido soné extrafiamente festivo. #I pequefio perro blanco, al lado del otro, también movia la cola, Habja entendido, por supuesto, la alegria de Nica- nor. El camino Ie habia dado una oportunidad, que habia sabido aprovechar. Habia matado, pero también habia sal- vvado una vida, Nada menos que la vida de un hermano. 65 Haber encontrado y rescatado a Daniel Madero, uno de los seis hermanos de Nicanor, solo podia ser una buen se- ‘ial. En eso pensaba Marfa, mientras cabalgaba con Daniel sentado a la grupa del caballo. Iban tumbo a Los Cerrillos, 1 pueblo minero donde vivia el que quizés algin dia se convertiria en su cufiado, Nicanor caminaba pegado al caballo, que ya habia dejado de temerle. Escuchaba la charla de Daniel y de Maria como si lo entendiera todo. EI minero conté que estaba casado, que tenia dos hijos chicos y que vivia en Los Cerrillos, donde también vivian, y trabajaban en la misma mina, tres de sus hermanos: Juan, Martin y Pe dro. El segundo de los hermanos, Andrés, habfa muerto hacia mucho tiempo, accidentado en un socavén, Julian, el padre, y Pablo, el tinico de los hermanos que atin era soltero, andaban de campamento en campamento, como némades. No seria fécil hallarlos, pero los encontrarfan, Daniel estaba seguro. Lo importante en ese momento era llegar al pueblo, a su casa. Debian reponerse y luego salir a buscar. El hermano de Nicanor habia aceptado la historia del lobizén, que después de todo era parte de su propia 7 historia, la historia que habia ofdo y repetido una y otra vez en su infancia, en charlas a media vor, a escondidas de su padre, con sus hermanos mayores, Le habfa bastado ver cémo Nicanor lo ayudaba en la grieta de la montana para darse cuenta de que ese perro, 0 ese lobo, no era un. animal cualquiera, Cuatro dias duré la marcha a través de la estepa desier- ta, Al atardecer del quinto dia distinguieron las primeras casas de madera de Los Cerrillos. Entraron por la calle principal del pueblo ya de noche. Daniel los guio por un | estrecho callején que Hevaba hasta su casa. Sin desmon- tar, grté los nombres de su mujer y de sus dos hijos, que salieron corriendo a recibirlo. Juana, la esposa, miré con Cierto receto a la chica rubia que cabalgaba con su marido, pero apenas se enteré de quién era, y de cémo lo habfa sal- vado, la abraz6 como a una hermana, y le dio la primera | de las muchas bienvenidas que la familia iba a brindar- Te en es0s das, Los chicos jugaban con el perrito blanco pero no se animaban a acercarse al gran perro lobo, que se mantenfa alejado, Daniel no quiso asustarlos: eran dema- siado chicos para entender, sin miedo, que detras de los ‘ojos rojos del animal estaba la mirada de su tio Nicanor. Al otro dfa se repitieron los encuentros, los abrazos de bienvenida, las explicaciones. Segtin les habia dicho la lechiguana, Juan, el mayor de los hermanos, tendria que oficiar de padrino de Nicanor, por siete veces, en siete iglesias distintas. Esa era la primera prueba: siete bautis, ‘mos. Sin embargo, para que el bautismo tuviera validez y comenzara a exorcizar la maldicién, el que tenfa que pedirlo era el padre, Julidn Madero. El hermano mayor seria el padrino, pero era el padre quien debfa llevar a hijo ante la pila bautismal. Por eso, habsa que salir a 68 buscarlo por las montaias. Daniel no estaba en condicio res de viajar, pero Juan y Pedro acompafiarian a Maria Solo se tomarian un dia de descanso: Marfa, que al fin habia podido darse el largo bano que anhelaba, cambiarse de ropa y desenredarse la larga cabellera, queria seguir de inmediato con la biisqueda. 69, Muy temprano en la mafana, en'un carro y con el caba- Ilo que ya formaba parte del grupo atado detras, partieron en busca de Julian Madero. Sentados en el pescante iban Marfa y Juan, que levaba las riendas. Atrés, acomodado entre las provisiones, iba Pedro con los dos perros, el blan= coy el negro. Martin, cuya mujer tenfa un embarazo avat zado, y Daniel, que debia curarse la fea lastimadura de la pierna, los despidieron en Los Cerrillos. Juan sabfa que el campamento minero, del que su pa dre y su hermano Pablo formaban parte, solia durar poco tiempo en cada sitio. Por las iltimas noticias que tenfan, era probable que los encontraran rumbo a la frontera, ya en plena cordillera. Hacia alse dirigieron, siempre al este Anduvieron tres dias sin cruzarse con nadie, sin detener- se més que para dormir, Al cuarto dia se encontraron con ‘un hombre montado en una mula, que llevaba otra de tro, Era un comerciante, un turco que recorria los pueblos de la montaiia vendiendo de todo un poco. En su espaitol defec- ‘tuoso pero simpatico, el turco les conté que habia pasado por un campamento, cerca de Tres Picos, Pedro le agradecié yyantes de despedirse le compré un peine, para Maria, p Maria recibi6 el regalo con una sonrisa y de inmediato se estiré la larga cabellera rubia. Nicanor la miraba atento, desde la parte trasera del carro. los dos dias legaron a Tres Picos, un caserio al pie de la cordillera. Alli les indicaron por dénde llegar al campa. mento minero. El camino no admitia el paso del carro, ast {que lo dejaron en el pueblo, y cada uno monté un caballo. Si se apuraban podrian llegar antes de que los sorprendie- rala noche. Una vez alli, sobre el filo del anochecer, preguntaron por los Madero, padre e hijo. Un minero les seital6 una es; pecie de choza, hacia el final dela tinica calle que formaba el precario campamento, En la puerta de su casilla, frente a un fuego en el que se tiznaba una pava, dos hombres tomaban mate, El viejo Madero cebaba en silencio, Era un hombre triste. El paso del tiempo y trabajo en las minas lo habian encorvado, Y el peso de sus malos recuerdos le habia borrado la sonrisa, Cuando vio que dos de sus hijos egaban a visitarlo se sorprendié, por supuesto, pero no demostré ninguna alegria. A diferencia de Pablo, que salté de donde estaba a recibir a sus hermanos, el viejo apenas si se movi6 de su puesto frente al fuego. Juan desmonts y Ie dijo que tenian que hablar. E] viejo se paré y lo siguis ‘unos pasos, con el gesto siempre hosco. Desde el caballo, Marfa vefa cémo el padre de Nicanor escuchaba las pala- bras de su hijo y movia levemente la cabeza, como si no quisiera escuchar. fan, sin embargo, insistia, Mucho rato duré la charla, Cada tanto Juan sefialaba hacia la chica y el perro grande que esperaba a su lado. De pronto, el viejo se tapé la cara, a punto de llorar. Nicanor, como si el gesto hubiera sido una sefal, avanzé hacia él. Juan se corrié de al lado de su padre. Julién Madero clavé la vista en p el perro que lo miraba, con los ojos tristes. Entonces se ‘quebr6, Cay6 de rodillas y su hijo, el lobizén, corrié ha- cia él y le pasé la lengua por la cara llorosa. Nicanor y su padre, el hombre que lo habia abandonado, se habjan reencontrado al fin El gran perro negro sabia perfectamente que ese hom: bre que ahora le acariciaba la cabeza con ternura era el ristno que un dfa lo habfa depositado en los brazos de Ja lechiguana y le habfa dado la espalda Sin embargo, en el coraz6n del hombre lobo no habia lugar para resent mientos. Su padre estaba alli, con él: eso bastaba. Tal vez habia hecho falta que Julién Madero lo viera en su forma de perro para que finalmente lo aceptara. E50 Nicanor no podia saberlo, ni tampoco le importaba. Solo importaba el reencuentto. B ‘Al dia siguiente dejaron el campamento bien tempra- no, dispuestos a comenzar el ciclo de bautismos en el pt ‘mer pueblo que tenian en el camino, Tres Picos. All encontraron con un inconveniente: el cura se negé de pla- po- bre y chica, pero acd no bautizamos animales. Eso es una herejfa’, les dijo el religioso, antes de cerrarles la puerta en la cara, Recién llegado de la lejana ciudad, el cura era hombre poco dispuesto a aceptar supersticiones. Pero los hermanos Madero, luego de deliberar un rato, decidie. ron que si estaban cometiendo una herejfa, bien podian cometer dos. Pedro y Pablo volvieron a la capilla, entraron sin gol pear y unos minutos después Pedro se asomé para avisar- Te al resto de la familia que el cura habia aceptado razones y que haria el bautismo, —Muchas gracias, de corazén —le dijo Maria al parro- co, muy emocionada, cuando acomodé al enorme perro lobo frente al piilpito, El cura la miré serio, y se mantuvo callado. A la escasa lu de la parroquia, que apenas tenia tuna ventana, a Maria le parecié que el hombre estaba muy se no a oficiar semejante ceremonia, “Esta es una igles 5 pilido. Jultén Madero se paré a la derecha de Nicanor y Juan a la izquierda, como padre y padrino, respectiva- ‘mente. Estaban preocupados por la posible reaccién del animal cuando le cayera el agua bendita sobre la cabeza. Sin embargo, cuando el cura dijo las frases rituales y lo bautiz6 con el nombre de Nicanor Madero, el perro lobo se mantuvo muy quieto. Pedro y Pablo, que seguian la ce- remonia parados detrds del cura, sonrieron aliviados. Por primera vez en mucho tiempo, Julién Madero se permitia, también, una minima sonrisa. ‘Cumplida la ceremonia, dejaron la capilla, Pablo, el ti: timo en salir, le pidié sinceramente al cura que perdonara sus pecados y se guardé en el saco el trabuco con el que amenazado. El arma estaba descargada, pero el religioso no tenfa por qué saberlo. Realizado el primero de los siete bautismos, el segundo se haria en Los Cerrillos. Esperaban no tener problemas con el cura de su pueblo, que los conocia desde hacia mu- cho, y era hombre de mentalidad amplia. Tras otros cuatro dias de viaje, estuvieron de regreso en Los Cerrillos. Tal como esperaban, el bautismo se realizé sin dificultades, aunque la iglesia se llen6 de gente, como nunca antes. Todos los Madero, con sus esposas e hijos, concurrieron a la ceremonia, y el movimiento atrajo a mu- lo hal cchos de los vecinos, que se acercaron a curiosear. El cura bromed desde el piilpito con que era la primera vez. que tenia tanto éxito entre los mineros, y que si eso le garanti zaba la concurtencia de los fieles, no dudaria en bautizar caballos, mulas y burros. Pero no habia tiempo para risas ni para fiestas. Hubo apenas un répido brindis en la casa de Martin, y al poco rato partié el carro, que esta vez conducfa Julin Madero. 76 Con él viajaban tres de sus hijos: Juan, el mayor, desti- nado a ser padrino cinco veces més; el soltero Pablo, y el ahora aceptado séptimo hijo: Nicanor, el lobiz6n, Marfa, por supuesto, también era parte del grupo, con el perrito blanco siempre a su lado, 7 EI pueblo al que llegaron, casi una sernana después, se llamaba Las Vides. Era un caserfo tranquilo, de vinateros ‘ypastores. Buscaron la capilla y la encontraron enseguida, pero estaba cerrada, Una vecina les dijo que el cura habia partido hacia algunos das, y no habfa otro disponible. Un chico de unos doce afios, que jugaba en la calle, se les acer- 6. Se llamaba Andrés, era huérfano y cada tanto oficiaba de monaguillo, Yo me sé todo lo que el padre Antonio dice, $i les sirve, yo lo bautizo —les ofrecié—. A la capilla se puede entrar por la puerta de atrés, la traba se abre empujando tun poco, Juan se lo qued6 mirando. No sabfa si un bautismo sin cura serviria o no. El viejo Julidn zanjé el conflicto —El chico se Hama Andrés, como tu hermano que ya no esta, Tiene que ser buena sefial. Que sea. Entraron todos por la puerta trasera, tal como habia propuesto el chico, Andrés, encantado con su papel pro tagénico, se puso la estola del cura y con bastante pompa procedié a bautizar al perro lobo. En la capilla vacla, a ascuras, un chico que bautizaba a un animal, rodeado por 79

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