Solo, a un costado del grupo, et lobiz6n aullé miran-
do hacia la luna que formaba parte de su maldicién. Ha- |
bia matado a un hombre, y aunque su conciencia era ala
vez animal y humana, no podfa dejar de sentirlo como un
cambio fundamental en su vida, Nicanor, el lobizén, in-
tufa que nada podria mantenerse igual después de haber
tomado una vida. El perrito blanco, como en los tiempos
ten que su amo y amigo le hablaba, se acercé y se eché a su
lado, en total silencio. El perrazo negro entendié el men-
saje, se ech6 a su vez y alli se quedé, todavia con la mirada
perdida en las alturas.
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3
En plena noche, ahora con la inesperacla ventaja del eaba
Ilo, se dirigieron hacia un montecito de caldenes, el refugio
{que Nicanor habia hallado antes de regresar ala carrera, la
‘mado por su instinto El perrito blanco iba acunado sobre la
falda de la chica, que montaba con destreza. Habia recibido
luna patada fero, pero sobrevivira, Maria desmont6, liberé
al caballo de aperos y frenos, y lo até apenas de uno de los
caldenes, con suficiente soga como para que el animal se pu-
iera alimentar. Después volvié a compartir charque y galle-
ta.con sus dos compafieros, improvisé un camasiro con los
‘ueros de la montura y se tendié a dormir, A unos cuantos
‘metros, con los ojos muy abiertos, Nicanor vigilaba.
Al amanecer el lobizén no estaba. Marfa lo lamé a
los gritos, pero no obtuvo respuesta. Tuvo mucho miedo
de que su Nicanor no apareciera, de que todo el esfuer-
20, todo el sacrificio, hubieran sido iniitiles. Finalmente
se dijo que Nicanor volveria, y siguié adelante. Ensillé el
caballo, volvié a montar con el perrito en brazos y se
rigié hacia el noroeste. Cada tanto detenia el paso del c
ballo, se afirmaba en los estribos y se paraba, para mirar
por los alrededores, para vocear el nombre de su amado.
61El desierto la contemplaba mudo. Maria sentia un nudo en
la garganta, aunque no lloraba. No se dejarfa ganar por la
desesperacion.
Todo el dia pasé sin noticias del lobo. Ya atardecta
cuando llegaron al pie de la primera montafia que se les,
cruzé en el camino. Maria dud6, :Desmontaria all, antes,
de que llegara la noche, o seguiria un par de horas rumbo
a la cima? Un sendero flaco, marcado entre las piedras, la
invitaba a seguir, pero la chica no estaba segura de tomar
lo. g¥ si ese camino la alejaba de Nicanor? Estaba a punto
de bajar del caballo cuando la detuvo un aullido que ve
de lo alto. Tenia que ser de él. Maria espoles al caballo y
empez6 a subir la cuesta. Tres veces mas se oy6, nitido,
el llamado del lobo. Maria subié y subid, en plena noche.
Confiaba en que el caballo, al que le habia soltado las rien.
dlas, pisarfa sobre seguro. Si ella intentaba conducielo, el
riesgo de despeitarse serfa mucho mayor,
La noche ya estaba cerca de su final cuando se oyé un
Ailtimo aullido, y justo donde el camino giraba, al borde de
tun risco, Maria se encontré con los ojos rojos de Nicanor.
El caballo caracole6, pero Marfa supo controlarlo, Desmon,
6 con mucho cuidado y se acercé a Nicanor, que ahora |
emitia un grufido bajo, como si quisiera hablarle, Cuando,
la tuvo a un paso, el gran perro negro corrié unos metros
hacia abajo, por el declive del risco, y volvi6 a subir. Dos
‘veces repitié el movimiento, hasta que Marfa comprendié
que debia seguirlo. Bajaron por la pendiente unos cuantos
‘metros. Iban despacio, con mucho cuidado: aunque la Iuz
de [a luna los ayudaba, el peligro de despefiarse era muy
grande. Nicanor se detuvo y miré hacia abajo. Maria lo
imit6, A unos cuantos metros, atrapado entre unas pie
dras, habja un hombre cai
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Ayuda —pidié el hombre, a media vor—. No era di-
{icil adivinar que no podia salir de donde estaba, Pero era
imposible ayudarlo en la oscuridad.
—Agua —pidié después el accidentado, y Maria volvi6
por su cantimplora, la at6 a una soga y la bajé con mucho
‘cuidado. El hombre bebié con desesperacién. Maria le gri-
{6 que apenas amaneciera intentarfa sacarlo. Que tenfa wn
caballo, le dijo, una soga, y que de alguna manera lo libe.
rarian, El hombre intenté agradecer, y la voz se le quebré
en un sollozo.
Quedaba poca noche, pero las horas junto a la grieta se
hicieron muy largas. Cada tanto se escuchaban las quejas
del caido, que evidentemente sufria. Maria, el perrito y
Nicanor estaban a merced del frio de la altura, No habia
lugar para estirarse, ni refugio alguno. Marfa dormité sen-
tada, con el perrito en la falda y Nicanor echado a sus pies.
Apenas asomé el sol, la chica arrastré el caballo hacia
el borde mismo de! isco, levindolo de la brida, El animal
al principio se resisti6, pero al fin le obedecié. Até la soga
en la montura y llamé al hombre, que se habia dormido, 0
desmayado, Maria no pociia saberlo, Desde arriba, a unos
63seis o siete metros, se veia que el cafdo tenia una pierna
lastimada, pero no parecia que estuviera atrapado. Quiza
no pudiera caminar, pero s{ podria empujarse con los bra-
20s, para ayudar al esfuerzo que haria el caballo. Marfa lo
Ilamé dos o tres veces, hasta que el hombre reaccion6,
—Agarre fuerte la soga —|
la pared, empuje con los brazos, 0 con la espalda. Tenga fe.
El hombre hizo un ruido, como si sollozara, Maria no
perdié mas tiempo. Comprobé que la soga estuviera bien
atada y Ta lanz6 hacia abajo, Luego empezé a llevar al ca-
ballo hacia atras y hacia arriba, El hombre, a pesar del
dolor, comenz6 a subir. Dos veces grité que se detuvieran.
Maria frend al caballo cada vez, y después de unos minu-
tos, volvié a la tarea, En un momento el hombre trasta-
bill6, pero Nicanor corrié hacia é1, con las patas traseras
flexionadas para no despeiarse, y lo empujé desde la es-
palda, con el pescuezo poderoso. El hombre se enderez6 y
siguié escalando, agarrado de la soga y apoyado en un solo
pie. Una hora, poco més o menos, duré el rescate. Pero al
fin el caido llegé al sendero. Volvié a beber con avidez, se
tir6 agua en la cabeza y se apreté la pierna, que habia de
jado de sangrar. Ya més tranquilo, estiré una mano hacia
¢ dijo—. Haga fuerza contra
Nicanor, que se dejé acariciar, extranamente décil
—Muchas gracias —dijo, con voz emocionada—. Les
debo la vida.
—Yo soy Maria Lagares —dijo la chica—. Voy de viaje,
con mis... amigos —dijo con un gesto amplio, que abareé
alos dos perros y al caballo.
—Yo soy minero —dijo el hombre—, voy de vuelta a
‘casa. Me llamo Daniel Madero.
Maria abrié la boca, sorprendida, Nicanor lanzé un la-
drido largo y movid la cola, como si en ver de ser un lobo
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fuera un perrito faldero. Miré una ver mas hacia el cielo y
aullé, pero esta vez el aullido soné extrafiamente festivo.
#I pequefio perro blanco, al lado del otro, también movia
la cola, Habja entendido, por supuesto, la alegria de Nica-
nor. El camino Ie habia dado una oportunidad, que habia
sabido aprovechar. Habia matado, pero también habia sal-
vvado una vida, Nada menos que la vida de un hermano.
65Haber encontrado y rescatado a Daniel Madero, uno de
los seis hermanos de Nicanor, solo podia ser una buen se-
‘ial. En eso pensaba Marfa, mientras cabalgaba con Daniel
sentado a la grupa del caballo. Iban tumbo a Los Cerrillos,
1 pueblo minero donde vivia el que quizés algin dia se
convertiria en su cufiado,
Nicanor caminaba pegado al caballo, que ya habia
dejado de temerle. Escuchaba la charla de Daniel y de
Maria como si lo entendiera todo. EI minero conté que
estaba casado, que tenia dos hijos chicos y que vivia en
Los Cerrillos, donde también vivian, y trabajaban en la
misma mina, tres de sus hermanos: Juan, Martin y Pe
dro. El segundo de los hermanos, Andrés, habfa muerto
hacia mucho tiempo, accidentado en un socavén, Julian,
el padre, y Pablo, el tinico de los hermanos que atin era
soltero, andaban de campamento en campamento, como
némades. No seria fécil hallarlos, pero los encontrarfan,
Daniel estaba seguro. Lo importante en ese momento era
llegar al pueblo, a su casa. Debian reponerse y luego salir a
buscar. El hermano de Nicanor habia aceptado la historia
del lobizén, que después de todo era parte de su propia
7historia, la historia que habia ofdo y repetido una y otra
vez en su infancia, en charlas a media vor, a escondidas
de su padre, con sus hermanos mayores, Le habfa bastado
ver cémo Nicanor lo ayudaba en la grieta de la montana
para darse cuenta de que ese perro, 0 ese lobo, no era un.
animal cualquiera,
Cuatro dias duré la marcha a través de la estepa desier-
ta, Al atardecer del quinto dia distinguieron las primeras
casas de madera de Los Cerrillos. Entraron por la calle
principal del pueblo ya de noche. Daniel los guio por un |
estrecho callején que Hevaba hasta su casa. Sin desmon-
tar, grté los nombres de su mujer y de sus dos hijos, que
salieron corriendo a recibirlo. Juana, la esposa, miré con
Cierto receto a la chica rubia que cabalgaba con su marido,
pero apenas se enteré de quién era, y de cémo lo habfa sal-
vado, la abraz6 como a una hermana, y le dio la primera |
de las muchas bienvenidas que la familia iba a brindar-
Te en es0s das, Los chicos jugaban con el perrito blanco
pero no se animaban a acercarse al gran perro lobo, que se
mantenfa alejado, Daniel no quiso asustarlos: eran dema-
siado chicos para entender, sin miedo, que detras de los
‘ojos rojos del animal estaba la mirada de su tio Nicanor.
Al otro dfa se repitieron los encuentros, los abrazos de
bienvenida, las explicaciones. Segtin les habia dicho la
lechiguana, Juan, el mayor de los hermanos, tendria que
oficiar de padrino de Nicanor, por siete veces, en siete
iglesias distintas. Esa era la primera prueba: siete bautis,
‘mos. Sin embargo, para que el bautismo tuviera validez
y comenzara a exorcizar la maldicién, el que tenfa que
pedirlo era el padre, Julidn Madero. El hermano mayor
seria el padrino, pero era el padre quien debfa llevar a
hijo ante la pila bautismal. Por eso, habsa que salir a
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buscarlo por las montaias. Daniel no estaba en condicio
res de viajar, pero Juan y Pedro acompafiarian a Maria
Solo se tomarian un dia de descanso: Marfa, que al fin
habia podido darse el largo bano que anhelaba, cambiarse
de ropa y desenredarse la larga cabellera, queria seguir de
inmediato con la biisqueda.
69,Muy temprano en la mafana, en'un carro y con el caba-
Ilo que ya formaba parte del grupo atado detras, partieron
en busca de Julian Madero. Sentados en el pescante iban
Marfa y Juan, que levaba las riendas. Atrés, acomodado
entre las provisiones, iba Pedro con los dos perros, el blan=
coy el negro. Martin, cuya mujer tenfa un embarazo avat
zado, y Daniel, que debia curarse la fea lastimadura de la
pierna, los despidieron en Los Cerrillos.
Juan sabfa que el campamento minero, del que su pa
dre y su hermano Pablo formaban parte, solia durar poco
tiempo en cada sitio. Por las iltimas noticias que tenfan,
era probable que los encontraran rumbo a la frontera, ya en
plena cordillera. Hacia alse dirigieron, siempre al este
Anduvieron tres dias sin cruzarse con nadie, sin detener-
se més que para dormir, Al cuarto dia se encontraron con
‘un hombre montado en una mula, que llevaba otra de tro,
Era un comerciante, un turco que recorria los pueblos de la
montaiia vendiendo de todo un poco. En su espaitol defec-
‘tuoso pero simpatico, el turco les conté que habia pasado
por un campamento, cerca de Tres Picos, Pedro le agradecié
yyantes de despedirse le compré un peine, para Maria,
pMaria recibi6 el regalo con una sonrisa y de inmediato
se estiré la larga cabellera rubia. Nicanor la miraba atento,
desde la parte trasera del carro.
los dos dias legaron a Tres Picos, un caserio al pie de
la cordillera. Alli les indicaron por dénde llegar al campa.
mento minero. El camino no admitia el paso del carro, ast
{que lo dejaron en el pueblo, y cada uno monté un caballo.
Si se apuraban podrian llegar antes de que los sorprendie-
rala noche.
Una vez alli, sobre el filo del anochecer, preguntaron
por los Madero, padre e hijo. Un minero les seital6 una es;
pecie de choza, hacia el final dela tinica calle que formaba
el precario campamento, En la puerta de su casilla, frente
a un fuego en el que se tiznaba una pava, dos hombres
tomaban mate, El viejo Madero cebaba en silencio, Era un
hombre triste. El paso del tiempo y trabajo en las minas
lo habian encorvado, Y el peso de sus malos recuerdos le
habia borrado la sonrisa, Cuando vio que dos de sus hijos
egaban a visitarlo se sorprendié, por supuesto, pero no
demostré ninguna alegria. A diferencia de Pablo, que salté
de donde estaba a recibir a sus hermanos, el viejo apenas
si se movi6 de su puesto frente al fuego. Juan desmonts y
Ie dijo que tenian que hablar. E] viejo se paré y lo siguis
‘unos pasos, con el gesto siempre hosco. Desde el caballo,
Marfa vefa cémo el padre de Nicanor escuchaba las pala-
bras de su hijo y movia levemente la cabeza, como si no
quisiera escuchar. fan, sin embargo, insistia, Mucho rato
duré la charla, Cada tanto Juan sefialaba hacia la chica y
el perro grande que esperaba a su lado. De pronto, el viejo
se tapé la cara, a punto de llorar. Nicanor, como si el gesto
hubiera sido una sefal, avanzé hacia él. Juan se corrié
de al lado de su padre. Julién Madero clavé la vista en
p
el perro que lo miraba, con los ojos tristes. Entonces se
‘quebr6, Cay6 de rodillas y su hijo, el lobizén, corrié ha-
cia él y le pasé la lengua por la cara llorosa. Nicanor y su
padre, el hombre que lo habia abandonado, se habjan
reencontrado al fin
El gran perro negro sabia perfectamente que ese hom:
bre que ahora le acariciaba la cabeza con ternura era el
ristno que un dfa lo habfa depositado en los brazos de
Ja lechiguana y le habfa dado la espalda Sin embargo, en
el coraz6n del hombre lobo no habia lugar para resent
mientos. Su padre estaba alli, con él: eso bastaba. Tal vez
habia hecho falta que Julién Madero lo viera en su forma
de perro para que finalmente lo aceptara. E50 Nicanor no
podia saberlo, ni tampoco le importaba. Solo importaba el
reencuentto.
B‘Al dia siguiente dejaron el campamento bien tempra-
no, dispuestos a comenzar el ciclo de bautismos en el pt
‘mer pueblo que tenian en el camino, Tres Picos. All
encontraron con un inconveniente: el cura se negé de pla-
po-
bre y chica, pero acd no bautizamos animales. Eso es una
herejfa’, les dijo el religioso, antes de cerrarles la puerta
en la cara, Recién llegado de la lejana ciudad, el cura era
hombre poco dispuesto a aceptar supersticiones. Pero los
hermanos Madero, luego de deliberar un rato, decidie.
ron que si estaban cometiendo una herejfa, bien podian
cometer dos.
Pedro y Pablo volvieron a la capilla, entraron sin gol
pear y unos minutos después Pedro se asomé para avisar-
Te al resto de la familia que el cura habia aceptado razones
y que haria el bautismo,
—Muchas gracias, de corazén —le dijo Maria al parro-
co, muy emocionada, cuando acomodé al enorme perro
lobo frente al piilpito, El cura la miré serio, y se mantuvo
callado. A la escasa lu de la parroquia, que apenas tenia
tuna ventana, a Maria le parecié que el hombre estaba muy
se
no a oficiar semejante ceremonia, “Esta es una igles
5pilido. Jultén Madero se paré a la derecha de Nicanor y
Juan a la izquierda, como padre y padrino, respectiva-
‘mente. Estaban preocupados por la posible reaccién del
animal cuando le cayera el agua bendita sobre la cabeza.
Sin embargo, cuando el cura dijo las frases rituales y lo
bautiz6 con el nombre de Nicanor Madero, el perro lobo
se mantuvo muy quieto. Pedro y Pablo, que seguian la ce-
remonia parados detrds del cura, sonrieron aliviados. Por
primera vez en mucho tiempo, Julién Madero se permitia,
también, una minima sonrisa.
‘Cumplida la ceremonia, dejaron la capilla, Pablo, el ti:
timo en salir, le pidié sinceramente al cura que perdonara
sus pecados y se guardé en el saco el trabuco con el que
amenazado. El arma estaba descargada, pero el
religioso no tenfa por qué saberlo.
Realizado el primero de los siete bautismos, el segundo
se haria en Los Cerrillos. Esperaban no tener problemas
con el cura de su pueblo, que los conocia desde hacia mu-
cho, y era hombre de mentalidad amplia.
Tras otros cuatro dias de viaje, estuvieron de regreso en
Los Cerrillos. Tal como esperaban, el bautismo se realizé
sin dificultades, aunque la iglesia se llen6 de gente, como
nunca antes. Todos los Madero, con sus esposas e hijos,
concurrieron a la ceremonia, y el movimiento atrajo a mu-
lo hal
cchos de los vecinos, que se acercaron a curiosear. El cura
bromed desde el piilpito con que era la primera vez. que
tenia tanto éxito entre los mineros, y que si eso le garanti
zaba la concurtencia de los fieles, no dudaria en bautizar
caballos, mulas y burros.
Pero no habia tiempo para risas ni para fiestas. Hubo
apenas un répido brindis en la casa de Martin, y al poco
rato partié el carro, que esta vez conducfa Julin Madero.
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Con él viajaban tres de sus hijos: Juan, el mayor, desti-
nado a ser padrino cinco veces més; el soltero Pablo, y el
ahora aceptado séptimo hijo: Nicanor, el lobiz6n, Marfa,
por supuesto, también era parte del grupo, con el perrito
blanco siempre a su lado,
7EI pueblo al que llegaron, casi una sernana después, se
llamaba Las Vides. Era un caserfo tranquilo, de vinateros
‘ypastores. Buscaron la capilla y la encontraron enseguida,
pero estaba cerrada, Una vecina les dijo que el cura habia
partido hacia algunos das, y no habfa otro disponible. Un
chico de unos doce afios, que jugaba en la calle, se les acer-
6. Se llamaba Andrés, era huérfano y cada tanto oficiaba
de monaguillo,
Yo me sé todo lo que el padre Antonio dice, $i les
sirve, yo lo bautizo —les ofrecié—. A la capilla se puede
entrar por la puerta de atrés, la traba se abre empujando
tun poco,
Juan se lo qued6 mirando. No sabfa si un bautismo sin
cura serviria o no. El viejo Julidn zanjé el conflicto
—El chico se Hama Andrés, como tu hermano que ya
no esta, Tiene que ser buena sefial. Que sea.
Entraron todos por la puerta trasera, tal como habia
propuesto el chico, Andrés, encantado con su papel pro
tagénico, se puso la estola del cura y con bastante pompa
procedié a bautizar al perro lobo. En la capilla vacla, a
ascuras, un chico que bautizaba a un animal, rodeado por
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