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CLACSO

Chapter Title: MOVIMIENTOS DE MUJERES EN AMÉRICA LATINA


Chapter Author(s): Lynn Horton

Book Title: Movimientos sociales en America Latina


Book Subtitle: perspectivas, tendencias y casos
Book Author(s): Paul Almeida, Alexis Álvarez, María José Álvarez Rivadulla, Moisés Arce,
Giovanni Beluche V., Germán Bidegain Ponte, Ian Breckenridge-Jackson, Rafael Cartagena
Cruz, Christopher Chase-Dunn, Allen Cordero Ulate, David Dumoulin Kervran, Susan Eva
Eckstein, Sujatha Fernandes, Jean Foyer, Maria da Glória Gohn, Lynn Horton, María
Inclán, Hank Johnston, Robert Mackin, Salvador Martí i Puig, Maria de Jesus Mora,
Alessandro Morosin...
Book Editor(s): PAUL ALMEIDA, ALLEN CORDERO ULATE
Published by: CLACSO. (2017)
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/j.ctv253f5v7.8

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sociales en America Latina

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PARTE II:
TEMAS CRÍTICOS
DE LA MOVILIZACIÓN POPULAR
CONTEMPORÁNEA

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Lynn Horton*

MOVIMIENTOS DE MUJERES
EN AMÉRICA LATINA

INTRODUCCIÓN
La trayectoria de la movilización de las mujeres en América Latina
contemporánea incorpora avances importantes y desafíos en curso.
Con una ola de reformas legislativas y normativas en toda la región
las mujeres habían logrado, en gran parte, igualdad formal ante la
ley a ines de la década de 2000. Participan en trabajo remunerado
fuera del hogar, en un número considerable, y están avanzando rápi-
damente en logros educativos. Sin embargo, las mujeres en América
Latina todavía se enfrentan a una serie de desafíos vinculados a las
intersecciones de sus identidades de género, clase, raciales/étnicas.
En términos económicos, las mujeres se concentran en los empleos
precarios y mal pagados del sector informal. Ellas ganan en prome-
dio de 10% a 40% menos que los hombres y el 28% de los hogares
indigentes de la región están encabezados por mujeres (Banco Mun-
dial, 2012: 7, 23).
Los cupos de género, actualmente en vigor en una docena de paí-
ses de América Latina, han aumentado la representación política de
las mujeres, y sin embargo las mujeres siguen enfrentando barreras
de género para acceder y participar en las arenas políticas formales

* Chapman University, Orange, EEUU.

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(Jaquette, 2009). En el hogar, las mujeres deben lidiar a menudo con


relaciones de poder desiguales y el control de los recursos, así como
con violencia y sexismo. La integridad física y el bienestar de las mu-
jeres de América Latina también están en riesgo por las limitaciones
que enfrentan para tener el control de su sexualidad y obtener acceso
a servicios de salud reproductiva seguros y asequibles y a educación
sexual. Gran parte de esta persistente desigualdad se ve reforzada a
través de las ideologías de género que representan actividades, ras-
gos y valores masculinos que son identiicados como superiores. Las
contribuciones de las mujeres en el hogar, la comunidad y la nación
se devalúan y se vuelven casi invisibles, aún cuando las mujeres re-
ciben la responsabilidad primordial en el trabajo no remunerado de
labores domésticas y el cuidado de niños.
Las respuestas individuales y colectivas de las mujeres a estos
patrones de exclusión y desigualdad han sido diversas, formados por
distintas historias nacionales, culturas y procesos políticos. Asimis-
mo, sus experiencias como activistas están mediadas por el género,
la clase y por sus identidades raciales y étnicas. Para las mujeres
afrodescendientes, indígenas, de bajos ingresos y campesinas, en
particular, la desigualdad de género se agrava con la discriminación
por raza, clase y procedencia.
De este panorama diverso de feminismos en la región, en las
próximas secciones se identiican varias etapas extensas de movi-
lización de mujeres en América Latina contemporánea. Primero, el
capítulo explora la movilización de las mujeres en los 70 y 80 con-
tra los regímenes autoritarios y a favor de las causas nacionalistas
y de clase. Examina cómo, para las mujeres, las experiencias de las
estructuras de oportunidad política, incorporación al movimiento,
encuadre y agravios vinculados a la identidad se diferenciaron de
aquellos en los movimientos dominados por hombres.
Las secciones siguientes exploran los factores que impulsaron a
las mujeres a una segunda fase de mayor conciencia feminista en los
90, y cómo los movimientos de mujeres han luchado con autonomía
de los partidos políticos de izquierda y el Estado. Finalmente, en este
capítulo se identiican diversos aspectos importantes en ciernes para
los movimientos de mujeres, la implementación y la aplicación de
leyes y políticas de igualdad de género, la diversidad entre las muje-
res y las implicancias de género de las nuevas políticas sociales en la
región. Para ilustrar esas tendencias, este capítulo se basa en fuentes
secundarias, así como en 38 entrevistas realizadas por la autora con
mujeres activistas de base, de los niveles regional y nacional en Nica-
ragua y El Salvador.

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Lynn Horton

UNA MOVILIZACIÓN QUE NO SE BASA EN EL GÉNERO


Las mujeres en América Latina tienen una larga historia de moviliza-
ción en una variedad de temas sociales y políticos. La primera ola de
feministas a principios del siglo XX luchó para conseguir el sufragio,
reformas democráticas y códigos de familia equitativos. El resurgi-
miento de la movilización de mujeres en los 70 y 80, sin embargo,
tuvo varias características distintivas. Mientras que las mujeres en
la región siempre habían sido conscientes de las desigualdades y la
discriminación de género, las mujeres en los albores de esta segunda
ola no necesariamente colocaban la igualdad de género en el centro
de sus luchas (Craske, 1999). Antes bien, se movilizaron a favor de las
reformas democráticas, el nacionalismo y el socialismo, y en contra
de las políticas económicas neoliberales. Tres procesos nacionales
y mundiales facilitaron activismo colectivo de las mujeres: las ca-
racterísticas de género de la represión política desplegada por los
regímenes autoritarios de esta época; el surgimiento de movimientos
izquierdistas, nacionalistas; y los impactos de las reformas económi-
cas neoliberales en las mujeres.
Los académicos han enfatizado mucho en la importancia de las
estructuras de oportunidades políticas favorables para la aparición
y la eicacia de los movimientos sociales en América Latina. Tales
aperturas no son universales en su alcance, pues son interpretadas
y experimentadas de manera diferente por las mujeres (Franceschet,
2005). En particular, los períodos de transición nacional y realinea-
ción política que desarticulan y desbaratan espacios políticos, ins-
tituciones y prácticas tradicionales y dominadas por los hombres,
pueden crear nuevas aperturas favorables para los movimientos de
mujeres.
Esto ocurrió en países como Argentina y Chile, donde los regí-
menes autoritarios redujeron brutalmente los espacios formales de
participación política mediante el cierre de las asambleas naciona-
les, la ilegalización de los partidos políticos y al señalar a los acti-
vistas varones como blancos para la represión. La violencia estatal
intensiicó el sentido, la indignación y los reclamos de las mujeres,
especialmente cuando los compañeros y los miembros de sus fami-
lias se convirtieron en víctimas. En el contexto del colapso de los
espacios políticos formales de disidencia, las mujeres se movilizaron
en espacios informales para abogar por los derechos humanos. Fun-
daron organizaciones de derechos humanos como Madres de Plaza
de Mayo en Argentina, Familiares de Detenidos y Desaparecidos en
Chile y Madres de los Desaparecidos (CoMadres) en El Salvador. La
movilización de las mujeres en cuestiones de derechos humanos se

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vio favorecida por las normas tradicionales de género en América La-


tina que han representado a las mujeres como apolíticas, con una
moralidad superior, sacriicadas y sujetas a la protección masculina.
En algunos casos, estas normas de género paternalistas ofrecieron a
las mujeres activistas algún grado de protección contra la represión
del Estado (Jaquette, 2009).
Las mujeres también se integraron a movimientos revoluciona-
rios, nacionalistas y dominados por hombres. Los movimientos como
el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en El
Salvador y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en
Nicaragua adoptaron un discurso de igualdad de género y recluta-
ron activamente a mujeres en sus organizaciones guerrilleras. Este
reclutamiento de mujeres surgió de la necesidad de establecer ran-
gos, así como del reconocimiento de los líderes de las formas en que
las mujeres podían subvertir las normas tradicionales de género y
hacer contribuciones únicas (Viterna, 2013). Las mujeres combatien-
tes y colaboradoras, eventualmente, llegaron a ser casi un tercio de
la composición de estos movimientos revolucionarios (Kampwirth,
2004; Luciak, 2001).
Un tercer factor en los albores de la segunda ola de movilización
de las mujeres fue la implementación de las reformas económicas
neoliberales. Estas reformas en América Latina han incluido típica-
mente las políticas de libre comercio, las privatizaciones, la reduc-
ción de los servicios y los subsidios de los Estados y el debilitamiento
de las protecciones laborales. Los especialistas identiican un sesgo
masculino en la conceptualización e implementación de tales refor-
mas. En particular, la merma de los servicios estatales y una mayor
precarización de las condiciones de trabajo afectan desproporciona-
damente a las mujeres, en el cruce de los términos de género y clase
(Elson, 1992).
Las mujeres de bajos ingresos, en sus roles de madres responsa-
bles de la supervivencia familiar, han tenido que lidiar con la inten-
siicación de la inseguridad y el estrés, y el aumento de sus cargas
de trabajo doméstico y de cuidado que ya eran excesivas y sin re-
munerar. En países como Ecuador y Chile, las mujeres organizaron
comedores comunitarios y se movilizaron colectivamente para exigir
el acceso asequible a vivienda, alimentos, agua y transporte público
(Lind, 2005). De manera similar a las mujeres de los movimientos de
derechos humanos y revolucionarios, las mujeres urbanas de bajos
ingresos que se movilizaron contra el neoliberalismo no priorizaron
intereses de género. Antes bien, las preocupaciones de clase, la indig-
nación moral y el compromiso con el socialismo nacionalista fueron
factores clave de motivación

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BARRERAS A LA PARTICIPACIÓN EN EL MOVIMIENTO


Junto con las estructuras de oportunidades políticas de género, las
mujeres han enfrentado limitaciones sociales y materiales especíicas
de género para participar plenamente en los movimientos sociales.
Esta sección destaca las entrevistas realizadas por la autora a las di-
rigentes regionales, de base de los movimientos de mujeres en El Sal-
vador y Nicaragua. Muchas de las mujeres, que luego formaron parte
de los liderazgos centrales de los movimientos feministas contempo-
ráneos, comenzaron su activismo en movimientos revolucionarios de
izquierdas: el FMLN en El Salvador y el FSLN en Nicaragua.
En las entrevistas, las mujeres identiicaron los materiales espe-
cíicos de género y los factores socioculturales que han bosquejado su
capacidad y disposición para unirse a los movimientos sociales. En
primer lugar, las mujeres en general tienen acceso desigual a recur-
sos sociales y económicos, y enfrentan desigualdades culturales y de
poder que limitan, especialmente, a las mujeres de bajos ingresos. Por
ejemplo, las dirigentes de base en Nicaragua y El Salvador indicaron
que incluso pequeños gastos, como perder varias horas de trabajo o
pagar el pasaje de autobús para asistir a una reunión, son serios obs-
táculos para las mujeres pobres.
Las barreras económicas se ven agravadas por la división sexual
del trabajo que hace recaer en las mujeres la responsabilidad prima-
ria del trabajo doméstico y el cuidado de los niños. La doble carga de
trabajo de las mujeres limita la energía y el tiempo que tienen dispo-
nible para el activismo. Del mismo modo, las normas y los valores
tradicionales de género, la dicotomía público / privado, ubica a las
mujeres en la casa, mientras que las actividades de “la calle” como la
política y la acción colectiva se representan como el ámbito de com-
petencia de los hombres. En América Latina, el doble estándar sexual
desalienta a las mujeres de participar en acciones colectivas, ya que
las mujeres que se activan en los movimientos sociales son, a menudo,
criticadas por trasgredir las normas femeniles de pureza sexual. Las
redes sociales comunitarias en las zonas rurales más tradicionales,
en particular, pueden ser muy invectivas del activismo de las mujeres
mediante el infundio y la estigmatización de las activistas, por ejem-
plo, como promiscuas, malas madres y lesbianas.
Las líderes de base centroamericanas también advirtieron sobre
la presión generalizada e incluso violencia masculina de pareja con-
tra las mujeres que participan activamente en movimientos sociales.
Las parejas masculinas han reaccionado con celos e ira al percibir
que las mujeres desatendían las tareas domésticas socialmente asig-
nadas y las responsabilidades del cuidado infantil. Según las acti-
vistas entrevistadas, las presiones negativas de las parejas hicieron

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que muchas mujeres optaran por abandonar su participación en los


movimientos sociales.
Además de estos factores externos, las lideresas entrevistadas en
Nicaragua y El Salvador identiicaron cierta reticencia inicial a par-
ticipar en los movimientos sociales debido a las creencias y normas
patriarcales internalizadas. Ellas creían que la actividad política era
solo para los hombres y que las mujeres carecían de conocimientos
y habilidades para participar en los movimientos y, mucho menos,
para asumir posiciones de liderazgo. Varias dirigentes de base infor-
maron que, en sus inicios, los movimientos sociales eran un entorno
desconocido y aterrador. Muchas tuvieron que superar sus miedos de
hablar frente a grupos, unirse a una protesta y enfrentar a la policía
o las fuerzas militares, a través de procesos de empoderamiento de
mediano y largo plazo, que son cualitativamente diferentes de los ca-
minos de sus contrapartes masculinos del movimiento.

RECURSOS DEL MOVIMIENTO CON PERSPECTIVA DE GÉNERO


Si bien las mujeres latinoamericanas han tenido que lidiar con obstá-
culos de género en su activismo, los movimientos de mujeres contem-
poráneos también han tenido acceso a recursos clave: redes trans-
nacionales de defensa de género y marcos de maternidad. Las redes
transnacionales de género en América Latina se remontan a la Con-
ferencia de las Mujeres de la ONU, celebrada en la ciudad de México
en 1975. En los 80, las mujeres latinoamericanas llevaron a cabo una
serie de encuentros regionales para desarrollar estrategias y agendas
de política regional (Chinchilla y Hass 2007; Alvarez et al., 2002). Es-
tos vínculos les han brindado a los movimientos de mujeres acceso a
recursos internacionales, pericia y nuevos espacios de participación
(Craske y Molyneux, 2002). Asimismo, han impulsado el desarrollo
de una mayor capacidad organizativa y han ayudado a los movimien-
tos de mujeres para lograr que los gobiernos nacionales asuman sus
responsabilidades.
A nivel ideológico, las activistas de América Latina han apropia-
do, adaptado y transformado los discursos feministas transnaciona-
les. Empero, aún en los años 2000, el término feminista todavía es
resistido en la región. Algunas activistas de base en El Salvador, por
ejemplo, eran reacias a adoptar un término que asociaban a ideas
radicales y extranjeras. Los vínculos transnacionales también pueden
reproducir relaciones de poder desiguales entre las activistas feminis-
tas del Norte, más acomodadas, y las feministas de América Latina
que ellas respaldan (Thayer, 2010).
Los marcos son otro recurso moral y simbólico crítico para los
movimientos sociales, y el repertorio de marcos disponibles para los

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movimientos de mujeres ha sido distinto del utilizado por los movi-


mientos dominados por hombres. Ante todo, el marco de maternidad
ha estado en el centro de la movilización de mujeres en América La-
tina como una herramienta que delinea la forma en que las activistas
interpretan su propia acción colectiva y, al mismo tiempo, la percep-
ción del público externo.
Los marcos son empleados por los movimientos sociales para re-
clutar nuevos miembros y obtener apoyo externo para la causa (Snow
y Benford, 1992). Son particularmente eicaces cuando resuenan con
el eco de los valores, creencias, normas y símbolos. En América Lati-
na, el marco de maternidad ha servido como marco maestro que in-
corpora las construcciones generalizadas y culturalmente arraigadas
de los roles de la mujer en la sociedad. Sin embargo, los marcos de
maternidad han sido complejos y adaptativos. Estos han reproducido,
tanto como impugnado, las relaciones de género tradicionales (Ba-
yard de Volo, 2001).
El marco de maternidad ha sido una herramienta importante
para acceder a espacios políticos formales e informales. Las mujeres
han participado en la acción colectiva y en política representándose
como madres abnegadas, apolíticas; un marco que desvía la crítica
potencial de sus transgresiones en los espacios de actividades políti-
cas tradicionalmente masculinos. El marco de maternidad también
es eicaz porque se nutre de los valores y creencias de género, compar-
tidas por todo el abanico de líneas políticas de izquierda a derecha:
que las madres ejercen desde una autoridad moral superior. Para los
grupos de derechos humanos como las Madres de Plaza de Mayo,
que se movilizaron durante la guerra sucia en Argentina, este marco
proporcionó cierto grado de protección contra la represión, la tortura
y el encarcelamiento perpetrados por el Estado.
Es importante tener en cuenta que las mujeres utilizan los mar-
cos maternales como un tipo de esencialismo estratégico al enfatizar
en sus discursos y acciones, dirigidos hacia el público externo, las
representaciones idealizadas y simpliicadas de madres. Un posible
motivo de preocupación es que la fuerte dependencia de los marcos
de maternidad puede socavar otros intereses e identidades de las mu-
jeres. Aunque son eicaces en determinados temas, como las cuestio-
nes de derechos humanos, pueden limitar el alcance y las formas del
activismo de las mujeres en la región (Jaquette, 2009).
Pero las activistas hicieron mucho más que reproducir mera-
mente imágenes de género tradicionales. También ejercieron la ma-
ternidad militante o politizada como sujetas políticas asertivas y
proactivas. Las mujeres de bajos ingresos de los movimientos de base
urbanos, por ejemplo, se movilizaron como madres para abogar por

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la supervivencia de sus familias. Y al hacerlo, en países como Ecua-


dor y Chile, tomaron los problemas “familiares” privados y los saca-
ron a la palestra como asuntos políticos, vinculados a las políticas
estatales y sujetos a la acción colectiva (Cosgrove, 2010; Chinchilla y
Hass, 2007; Lind, 2005).
Las mujeres salvadoreñas y nicaragüenses que se unieron a los
movimientos guerrilleros izquierdistas también participaron en ac-
tividades que ampliicaron sus identidades individuales más allá del
rol de madre y expandieron los límites de los roles de género tradi-
cionales. Mientras que el FMLN y el FSLN adoptaron políticas explí-
citas de igualdad de género en los 80, en los hechos persistieron las
creencias y prácticas machistas. Las diicultades y exigencias de las
condiciones de la guerra en ambos países, sin embargo, ofrecieron
nuevas oportunidades a las mujeres. Junto a las actividades más tra-
dicionales de cuidado y apoyo, como cocineras, operadoras de radio,
maestras y delegadas políticas, las mujeres activistas salvadoreñas re-
cordaron con orgullo las duras condiciones que soportaron y sus ro-
les de combate en las zonas de guerra. En Nicaragua en la década del
80, con la escasez de mano de obra masculina, las mujeres realizaron
trabajos agrícolas no tradicionales y sirvieron en las fuerzas armadas
y las milicias. Estas actividades transgresoras de los roles de género
les permitieron a las mujeres ganar conianza en sí mismas, desarro-
llar nuevas capacidades, ampliar sus redes sociales y confrontar el
sexismo. Asimismo, las mujeres llamaron la atención directamente
respecto de estas capacidades y empoderamiento en sus años poste-
riores, a medida que adoptaron roles de liderazgo en los movimientos
feministas con objetivos cardinales explícitos de transformación de
género e igualdad.

MARGINACIÓN POSTRANSICIÓN
La movilización de las mujeres por los derechos humanos, la supervi-
vencia familiar y el nacionalismo clasista sugieren que las demandas
que movilizan a las mujeres hacia la acción colectiva no pueden dar-
se por sentadas. Antes bien, son complejas y experimentan múltiples
fases en las que las demandas de género se vuelven más o menos re-
levantes. Molyneux (1985) sugirió que las mujeres de bajos ingresos
tienden a dar prioridad a los intereses de género prácticos, a las ne-
cesidades de supervivencia del día a día, que no son necesariamen-
te analizados desde una perspectiva de género. Por el contrario, los
intereses estratégicos de género se centran en la igualdad de género
a largo plazo y la transformación de roles y normas de género. In-
vestigaciones recientes sugieren que esto es más complejo que una
simple dicotomía y que, durante los años 90 y 2000, se registró un

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crecimiento en los movimientos de mujeres en América Latina que


emergió sobre todo de los movimientos de reforma democráticos, de
base clasista y que se centra directamente en las cuestiones de género
(Stephen, 1997). Cabe señalar que en este período, por lo general, las
mujeres en los movimientos populares, de base no siempre se iden-
tiican como “feministas”, un término que aún suele ser identiicado
como “extranjero” y “radical”, inapropiado en América Latina.
Esta transformación tuvo lugar en el contexto de la emergencia y
la consolidación de regímenes democráticos en gran parte de Améri-
ca Latina y la irma de los Acuerdos de Paz en América Central. Sobre
todo, la democratización ha tenido un impacto complejo en la fuerza
del movimiento social y los niveles de movilización y, en algunos paí-
ses, la reapertura de la política formal y el aumento de la fuerza de los
partidos políticos ha generado un proceso de desmovilización de los
movimientos sociales. Como con el cambio anterior en las estructu-
ras de oportunidades políticas, estos procesos han sido interpretados
y vividos de diferentes maneras por las mujeres que enfrentan nuevas
barreras de género y nuevas oportunidades en la democracia formal
y los Acuerdos de Paz (Waylen, 2007; Friedman, 2000).
Las experiencias de las mujeres en El Salvador y Nicaragua du-
rante la posguerra proporcionan indicios sobre los factores que facili-
taron la transiguración de las demandas y la conciencia de las muje-
res hacia formas feministas de activismo. Durante los años de guerra
en Centroamérica, muchas activistas de izquierdas desplegaron una
doble militancia ya que participaban, simultáneamente, en organiza-
ciones feministas y revolucionarias de izquierda (Shayne, 2003). Sin
embargo, en la época posterior a la transición, algunas lograron una
mayor autonomía de los partidos políticos de izquierda. Durante la
guerra civil y la crisis económica de los 80 en Nicaragua, el FSLN
subsumió las problemáticas de las mujeres a objetivos más amplios
de unidad nacional. Después de la derrota electoral del FSLN en 1990,
los movimientos de mujeres moderaron sus lazos con el partido y
consiguieron mayor autonomía.
Del mismo modo, en El Salvador, con los Acuerdos de Paz de
1992 y la democracia renovada los partidos políticos recién revitaliza-
dos, dominados por hombres, se resistieron a la incorporación plena
de las mujeres. En toda la región, las prácticas y creencias sexistas
han persistido aún en partidos de izquierda con un discurso formal
de igualdad de género y, con frecuencia, los hombres han sido rea-
cios a compartir el poder con las mujeres (Kampwirth, 2004; Luciak,
2001). Las activistas a menudo realizan un trabajo vital, entre bam-
balinas, en la formación y mantenimiento de las redes sociales, que
es menos prominente y menos valorado que los roles de los hombres

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MOVIMIENTOS SOCIALES EN AMÉRICA LATINA

en los movimientos sociales. Esta invisibilidad relativa de las contri-


buciones de las mujeres durante los años de guerra en El Salvador
socavó los reclamos por la igualdad de oportunidades e inclusión de
las mujeres en el período de posguerra. Las lideresas del FMLN, por
ejemplo, fueron presionadas para que retomaran a roles domésticos
más limitados cuando terminó la guerra.
Las activistas salvadoreñas entrevistadas sugirieron que en lugar
de llamar la atención sobre el marco de maternidad para confrontar
la restauración de las normas y roles tradicionales de género, opta-
ron por destacar sus contribuciones no tradicionales durante los años
de guerra. Destacaron su coraje, sacriicios y resistencia física para
fortalecer sus solicitudes de recursos materiales de posguerra y de
acceso a posiciones de liderazgo. Una segunda estrategia importante
de los movimientos de mujeres vis a vis partidos políticos de izquierda
ha sido crear movimientos de mujeres más autónomos que ubican al
frente las cuestiones de género.
El resurgimiento de los partidos políticos también ha sacado al
ruedo divisiones partidistas y diferencias políticas entre mujeres. Ta-
les divisiones, por supuesto, siempre han existido en América Latina,
ya que las mujeres se han movilizado tanto en el ámbito político de la
izquierda como en el de la derecha (González y Kampwirth, 2001). En
Nicaragua, por ejemplo, las mujeres en las zonas de guerra rurales en
los años 90 se polarizaron profundamente en campamentos revolu-
cionarios y contrarrevolucionarios. Así como las mujeres de izquier-
das han utilizado un marco de maternidad militante para legitimar
su activismo político, las mujeres conservadoras han enmarcado su
movilización como una defensa contra la desintegración de la familia
tradicional. Una de las estrategias de postransición que los movimien-
tos de mujeres han empleado para superar esas diferencias partida-
rias ha sido identiicar temas especíicos, con los cuales las mujeres
pueden formar coaliciones transversales a las líneas del partido,
como las campañas contra la violencia familiar y la agresión sexual.

LOS ESTADOS Y LA AUTONOMÍA DEL MOVIMIENTO


Los problemas de autonomía también han caracterizado las relacio-
nes postransición de los movimientos de mujeres con el Estado. En
toda la región en la etapa postransición, los gobiernos crearon nuevos
ministerios y oicinas de la mujer, y los movimientos respondieron
de distintas maneras a esta tendencia popular e institucionalización
de las cuestiones de género. Por un lado, los movimientos conocidos
como Las Autónomas intentaron mantener los movimientos de muje-
res independientes del Estado. Estos movimientos tienden a ser aten-
didos por voluntarios y a operar con fondos limitados (Alvarez, 2009).

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Su enfoque se alinea con un patrón más amplio, el de los movimien-


tos sociales basados en la identidad, cuyos objetivos centran menos
en los procesos políticos formales y en el cambio de leyes y políticas
(Alvarez et al., 1998). Antes bien, trabajan en las arenas de la cultura
y la vida cotidiana para confrontar prácticas y creencias patriarcales.
Los movimientos feministas autónomos han trabajado para transfor-
mar las relaciones de poder en cuanto a género y reinventar valores,
creencias y roles de género. Desafían la división sexual del trabajo, el
doble estándar sexual y promueven el acceso de las mujeres a servi-
cios reproductivos asequibles y seguros.
En cambio, las activistas conocidas como “las institucionalistas”
han ingresado en los nuevos espacios institucionales que se abrie-
ron en el período postransición con la creación de los ministerios y
oicinas de la mujer del nuevo gobierno, para promover la igualdad
de género y la formación e implementación de políticas públicas con
perspectiva de género. En paralelo a estas oicinas estatales, en Amé-
rica Latina durante los 90, hubo un fuerte incremento de organiza-
ciones no gubernamentales (ONG) que se centraron en la realización
de proyectos de desarrollo vinculados al género y la prestación de ser-
vicios sociales. Un caso muy estudiado de tal institucionalización es
el Servicio Nacional de la Mujer y la Equidad de Género (SERNAM)
de Chile. Muchas de las mujeres que se unieron al SERNAM eran de
clase media y alta, siguiendo la tendencia más amplia de la profe-
sionalización, tecniicación y “oenegeización” de la promoción de los
asuntos de las mujeres (Franceschet, 2005).
En esta tendencia se observan varias implicaciones negativas po-
sibles. En primer lugar, como con los otros movimientos sociales, las
feministas que interactúan estrechamente con el Estado se arriesgan
a despolitizar las desigualdades de género, oscurecer los conlictos y
morigerar tanto el análisis subyacente como las soluciones propues-
tas a las desigualdades de género. Las agencias de mujeres pueden
terminar reforzando roles tradicionales de género, o correr el riesgo
de ser desinanciadas y/o cerradas por gobiernos conservadores. Las
mujeres con perspectivas más críticas, si son francas, se arriesgan a
perder su empleo, y los proyectos y procesos feministas más transfor-
madores tienen menos posibilidades de recibir inanciación. Las lide-
resas activistas que ocupan cargos en las oicinas de gobierno tam-
bién pueden ser cooptadas, pues sus salarios más favorables, mejores
condiciones de trabajo y inanciamiento las distancian de las bases.
SERNAM, por ejemplo, no apoya las campañas feministas chi-
lenas para legalizar el divorcio o el aborto terapéutico (Chinchilla y
Haas, 2007). Asimismo, en Chile postransición se ha abierto una grie-
ta entre las mujeres de clase media y alta que trabajan para el Estado

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y las ONG profesionales y las organizaciones de base en los barrios


de la clase trabajadora, debilitando la representación y la responsabi-
lidad dentro y entre los movimientos de mujeres.
Por otro lado, el compromiso de los movimientos de mujeres con
el Estado ha avanzado en la igualdad de género ya que los ministerios
y las oicinas de la mujer del gobierno han iniciado y propiciado las
transformaciones en la legislación y las políticas en temas como la
discriminación de género en el lugar de trabajo, violencia domésti-
ca, agresión sexual, leyes de matrimonio y derechos de familia y re-
productivos (Cosgrove, 2010). Estas oicinas de la mujer también han
supervisado las políticas estatales e impulsaron la implementación
de proyectos y servicios con perspectiva de género. La investigación
sugiere, además, que los movimientos pueden ser más eicaces en pe-
riodos de realineamiento cuando los partidos políticos se esfuerzan
activamente para construir una base de apoyo apelando a los movi-
mientos de mujeres (Waylen, 2007).

LOS RESULTADOS DEL MOVIMIENTO Y LOS DESAFÍOS FUTUROS


Para el año 2010, la lista de logros de los movimientos de mujeres
en América Latina en política formal y en el ámbito legislativo fue
sustancial. En una cascada normativa, los gobiernos de la región han
aprobado leyes que promueven la igualdad formal de género. Los có-
digos familiares y laborales ya no discriminan a las mujeres y las cuo-
tas o cupos de género promocionan la participación de las mujeres en
política en una docena de países. Los avances en materia de derechos
reproductivos y en temas como el matrimonio entre personas del mis-
mo sexo han sido más lentos, en parte debido a la continua inluencia
social y política de la Iglesia Católica.
Los movimientos de mujeres han logrado otros avances impor-
tantes, aunque son más difíciles de medir. A través de su participa-
ción en los movimientos, las activistas han experimentado el empode-
ramiento individual y colectivo, una transformación de la conciencia.
Ellas han logrado una voz más potente, han construido lazos de apo-
yo mutuo y han superado los temores de participar en actividades
políticas tradicionalmente masculinas. Los movimientos de mujeres
han confrontado las estrechas concepciones de ciudadanía y demo-
cracia, argumentando que la democracia debe transcurrir tanto en la
nación como en el hogar. Han tenido un éxito limitado en el desafío
a los valores, normas y prácticas sexistas a nivel comunitario y fami-
liar. Aunque ha habido unidad en las campañas sobre temas como
violencia doméstica o agresión sexual, otras cuestiones como el abor-
to, la reconiguración de la división sexual del trabajo y los roles de
género siguen siendo controvertidas y todavía dividen a las mujeres.

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Mientras que las mujeres de América Latina en gran medida han


logrado igualdad formal ante la ley sigue habiendo importantes desa-
fíos, en particular, la aplicación y el cumplimiento de la legislación y
las políticas de género existentes; las tensiones de la diversidad en los
movimientos de mujeres; y las respuestas feministas a las reformas de
las políticas sociales de la segunda etapa.
En primer lugar, la falta de recursos para su cumplimiento, la
resistencia por parte de las instituciones dominadas por hombres
para llevar a la práctica a una mayor equidad de género, y el conjunto
de creencias y valores sexistas desplegado en los espacios de la vida
cotidiana han contribuido a una implementación y cumplimiento in-
adecuados de las políticas y legislación de igualdad de género, per-
petuando así los resultados desiguales. Del mismo modo, mientras
que han aumentado las cuotas de género en la representación de las
mujeres en las legislaturas de América Latina, persisten las preocupa-
ciones sobre el contenido sustantivo de la participación de las mujeres
en la política formal. Las mujeres pueden participar en política en
mayor número, pero no necesariamente utilizan ese acceso reciente
para avanzar en la igualdad de género.
Las activistas sugieren que la presencia de mujeres en posiciones
de poder no debe ser meramente simbólica. Antes bien, las mujeres
necesitan llevar la conciencia de género a los espacios políticos forma-
les; centrándose no solo en cuestiones tradicionalmente femeninas,
sino también aplicar la perspectiva de género a cuestiones sociopolíti-
cas más amplias. También destacan la necesidad de un enfoque mul-
tifacético hacia la promoción de género que opera en varios niveles.
Las reformas legislativas y políticas son necesarias, pero no suicien-
tes. Las feministas continúan trabajando para socavar las creencias,
valores y prácticas patriarcales, a nivel comunitario y doméstico, así
como en espacios institucionales nacionales y transnacionales.
Un segundo desafío para los movimientos de mujeres es el de la
diversidad entre mujeres. Los investigadores señalan que no se debe
suponer que los movimientos de mujeres son intrínsecamente demo-
cráticos o inclusivos. Los movimientos de mujeres en América Latina,
por lo general, no han logrado representar plenamente las perspec-
tivas y necesidades de las mujeres pobres y trabajadoras, lesbianas,
indígenas y afrodescendientes. Las mujeres enfrentan desigualdad y
exclusión no solo vinculada a la identidad de género, sino también de
clase, orientación sexual, raza/etnia, capacidad física, etcétera.
Un caso particularmente relevante es el de las mujeres indígenas.
Los movimientos indígenas durante el siglo XXI se han movilizado
mucho y han logrado avances importantes respecto al reconocimien-
to de los derechos a la tierra, los derechos culturales y las reformas

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constitucionales. Empero, las identidades de las mujeres indígenas


son multifacéticas y luidas, y enfrentan exclusión y marginación en
múltiples dimensiones, cuestiones que no se abordan adecuadamente
en los movimientos feministas regionales, en gran parte dirigidos por
mujeres de clase media que no son indígenas (Speed et al., 2006; Ri-
chards, 2004). En respuesta, las mujeres han negociado un “feminis-
mo indígena” que confronta el sexismo en las organizaciones indíge-
nas y la exclusión racial en las organizaciones feministas (Hernández
Castillo, 2010). Las mujeres indígenas y las afrodescendientes siguen
reclamándoles a los movimientos feministas: más voz, visibilidad, re-
conocimiento y respeto de las diferencias culturales.
Un tercer tema para los movimientos de mujeres es el cambio
reciente en las políticas sociales gubernamentales. A diferencia de las
reformas neoliberales anteriores, más descarnadas, que privatizaron
y redujeron los servicios y subsidios estatales, las reformas de la se-
gunda etapa buscan una asistencia focalizada, dirigida a empoderar
a las mujeres y construir su capital humano. Las feministas han ex-
presado su preocupación, sin embargo, pues tales programas sociales
focalizan a las mujeres y aianzan aún más los estereotipos de género
en los cuales la principal función y responsabilidad de las mujeres es
ser madre: la cuidadora abnegada y sacriicada de la familia, la co-
munidad y la nación. Como tal, las nuevas políticas sociales pueden
signiicar una carga adicional para las mujeres de bajos ingresos, ya
agobiadas con el estrés y la responsabilidad de la supervivencia fami-
liar. Los investigadores y los activistas sostienen que la atención debe
centrarse en las relaciones de poder desiguales en cuanto a género y
en las desigualdades estructurales, así como en las transformacio-
nes de las masculinidades en la región, tradicionalmente vinculadas
a múltiples parejas sexuales y desinteresadas del bienestar económico
y emocional de los niños y del trabajo doméstico.
Por último, los recorridos de los movimientos de mujeres en Amé-
rica Latina siempre pueden enriquecer e in-formar la teoría de los
movimientos sociales en la región, en términos más generales. Sugie-
ren que en lugar de considerar como universales las experiencias de
los movimientos sociales, en su mayoría dominados por hombres, es
necesario examinar la forma en que las oportunidades políticas y las
demandas de los movimientos, los procesos de incorporación al mo-
vimiento y los marcos referenciales están, asimismo, mediados y for-
mados por identidades de género, entre otras no menos importantes.

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CÓMO CITAR ESTA PUBLICACIÓN:


Horton, Lynn. 2017. “Movimientos de mujeres en América Latina” Pp. 145-160 en
Paul Almeida y Allen Cordero Ulate, Eds., Movimientos Sociales en América Latina:
Perspectivas, Tendencias y Casos. Buenos Aires: CLACSO.

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