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URUBAMBA Final IMPRENTA
URUBAMBA Final IMPRENTA
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URUBAMBA
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URUBAMBA
(el oro bajo el río)
Antología Personal
Ana Guillot
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VII FESTIVAL INTERNACIONAL
DE POESÍA DE PERÚ
PRESIDENTE
DE LA ORGANIZACIÓN:
Harold Alva Viale
COORDINADORES:
Sixto Sarmiento, Omar Aramayo
CONSEJO EDITORIAL:
Omar Lara, Juan Cameron, Marco Martos,
Jotamario Arbeláez, Jorge Nájar, Leopoldo Castilla.
URUBAMBA
© Ana Guillot, 2019
© Inversiones Harold Alva EIRL, 2019
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Hecho el Depósito Legal N°: 2019-13088
En la Biblioteca Nacional del Perú
LA SÉPTIMA SERIE
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ordinario no encontrarían mercado. Esos libros vienen
con un valor agregado: el riesgo”. Finalicé.
El Festival Internacional Primavera Poética es
un riesgo que vale la pena asumir porque, durante los
cinco días de actividades, asistimos a un cónclave de
lo más exquisito de la literatura escrita en el idioma
del cisne. Escuchar a poetas que llegan de Argentina,
Ecuador, Francia, España, Bolivia, México, Colombia,
en la misma ciudad, en un mismo escenario y en el
mismo festival, es un privilegio que solo nos
permitimos una vez al año: setiembre.
Esta es la séptima serie de nuestra colección de
literatura iberoamericana, hemos llegado a los 51
títulos. Esto, en un país como Perú, nos llena de
satisfacción porque al margen de cómo se portan las
instituciones creadas con la finalidad de promover
recitales, conciertos y abrir bibliotecas, nuestro aporte
apunta hacia otra meta: rehumanizar el mundo. Por
eso continuamos de pie y firmes en nuestra utopía por
la democratización del libro y la lectura.
Esta colección nació como un homenaje a
poetas a quienes celebramos en vida, a quienes les
agradecemos leyéndolos en una fiesta que, durante
cinco días, nos permite el contacto con sus obras.
Publicar esta séptima serie, confirma que no hemos
traicionado el objetivo.
Harold Alva
Presidente del FIP Perú, 2019
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De:
Mientras duerme el inocente
(1999)
Yo los vi
abortando flores líquidas en las palmas
(si todos hijos de un mismo padre
si huérfanos)
los vi
reptando un grito vertical
en el borde ubicuo de la ciénaga
(si la madre viste de negro
si la han llamado Yocasta alguna vez)
los vi
profanándose las ingles
los vi arrancándose las crías
(si el padre ha girado la clepsidra
si el ojo ambiguo de la noche)
si ha jugado a los dados sin embargo
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Yo he visto también
la semilla del ala en sus omóplatos
la mansedumbre azul
entre la carne negra y sudorosa
y he visto (al mismo tiempo)
sus dientes afilados
tentando al paraíso
he visto sus caricias
(con manos extremadas
alcanzando los bordes
de las piernas)
Los he visto
hundiéndose estrellas en la nuca
(estrellas de infinitos vértices)
(estrellas de metal)
y he visto cruces en sus fauces
(como estacas)
y he visto también (al mismo tiempo)
un cielo ámbar
en las líneas redondas de sus hombros
(como una luz)
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A María Negroni
Todo lo he visto
las franjas
las turbias incontinencias
la deriva volcánica
del hueso
y he dolido inocente
la magnitud osada
del enigma
Me llevo ahora
(ante el desquicio)
el colosal derrumbe
de cada latitud
de mi inconsciencia
y llevo también
el inusual reverbero
del amor
(o una zona desatada de mi cuerpo)
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De:
Los posibles espacios
(2004)
envoltura extasiada
la piel
alentando la insistente feroz
depredación
adentro
órganos como racimos
filamentos vibrátiles
en dónde / luego
la tensión trinitaria
nos habita
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-¿el viaje es esto entonces
un peligro in situ
una estampida
el estertor en la garganta
y el aliento que
se detiene
algo
por descubrir
(esa cadencia
cierta luminosidad)
esta cárcel de huesos-digo?
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De:
La orilla familiar
/La riba familiar
(2009)
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como si fuera un plumerillo
la infancia
no se ha rasgado aún
pero asoma la hilacha
y es
una tentación
tirar de esa punta que
abisma
pespuntes en cadena
prolija
se ha de suponer entonces
que roto el andamiaje
queda
la médula
el hilo entre los dedos
y nada
por simular
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la muerte en off
es ese campo neutral
donde todo permanece
inalterable
la viuda corre el grito
sin garganta
-el grito que no cesa
el grito-
pasos y pueblos, kilómetros distantes
sólo para conseguir
cebollas en el vientre
algo de carne en los bolsillos
la muerte en off
es el aterrador silencio
que acota cada bombardeo
destrozarse las manos
sólo para arañar
la raíz
arrancarse las crías sólo para que prevalezca
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la propia
la muerte en off
es fraccionar luego en la casa
para que todos puedan
comer
de ese pan que no tiene religión
ahora
ser republicano es un pecado
el cielo bate nubes en su contra
y el fuego se lleva las casas
si el ángel negro es
el que delata
aún en su propia familia al traidor
retornar la memoria
sólo
para sorber la lágrima caliente
en manos de la abuela
la viuda (que ya fui)
y elegir su dolor para calmarla
-que duerma en paz- le digo
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-y el grito que no cesa-parece
que ya está
la muerte en on ahora
justifica mi canto
-que ya es suficiente
que te duermas en paz-le digo
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a César Vallejo
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al calor de ese día
azul y luminoso
-como del odio-dice
y abrevia la frase
y riega los terrones que cubren la semilla
hay el perro que husmea
y un viento clandestino
un animal que huele
a excrementos y sangre
aunque sea ahora la mañana
azul y luminosa
hay cierta similitud entre los hombres
hay cierta similitud en esparcir la semilla
y regar esperando
hay una hoz también adentro del granero
un animal untuoso, embravecido
que amenaza la zanja y la celebra
-hay golpes-dice
martillos, coces, bombas
el portazo del hombre sobre el hombre
y rastrilla la tierra y cubre la semilla
como una promesa
como un ataúd
la hoz en el granero
calla
el hombre de los ojos vacuos calla también
hay en ese silencio
una peste que hiende el paladar
en una arcada
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a Juan Rulfo
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y el cuervo repite-cuar cuar cuar-
va o viene el camino
y murmuran arriba
buscando al padrecito
para que él perdone la falta
-siempre se estuvo yendo-dice ella
vine a comala a buscar el páramo paterno
esta desolación reducida a escombros
diosito y el calor como infierno de arcilla
me come los bordes de la cara
siempre andamos buscando a ese padre
sin ver el cielo azul
en las arterias
(el camino va o viene
interminable)
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la acompaña)
mujer 1
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no como doris day
el pasito liviano
y ese final feliz y tan yanqui
era posible cantar
un bolero
como si entrecerrara los ojos para él
la nuca para él
los pechos como frutas abiertas
y ese olor a verano
y las enaguas flotando el precipicio
la clara manera de decir que sí
-¡ah!, ¿se podía reír y no planchar
el ceño almidonado para que no se enojaran en
casa?-
como si fuera la calle la apertura
la noche la apertura
un corredor erógeno
un relámpago en la columna vertebral
-¡ah!, ¿no estaba mal tentarse con la risa de otro
con el olor de otro
con la cintura de ese hombre perfumado
/que traía jazmines los
domingos?-
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nunca una manera de mirar diferente antes del
desayuno
¡ah!, el frío la acobarda
es hora de cerrar esa puerta que viene haciendo ruido
es hora de prender el farol
y apenas descansar
mujer 2
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de la cama
las enaguas que retienen la seda
no hay canto primoroso
no hay gemido grito rasguño gutural
espasmo
no hay nada
hay la pared y su humedad
como un augurio
el olor hueco de sus crines
sobre el desaguadero
ella tensa las manos
en el hierro
se sujeta de la cabecera
él empuja la queja más dolida
ella hace silencio
los corpiños al borde de la cama
una ladera montañosa
la roca de por medio
(haberse equivocado de hombre)
el hueco de las crines
no hay roce caricia extremaunción
no hay nada de nada
se encoge frugal ella
él avanza las crines y el quejido
taladra la madera del abdomen
los músculos más tiesos
se agigantan
las noches
pesadillas del aire la baba en los pezones
nada de nada
en el vejamen sólido
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en el entretejido de las mantas
ella reza para que pase pronto
él oscila las crines
las masa de su cuerpo
no hay más techo no hay sigilo
no hay ternura
no hay nada de nada
ni acaso rebelión
habría
él se come la zarza en ese grito
ella detiene el rezo
él bosteza
ella gira en la cama
el pueblo es un espectro
una calavera amenazante
mujer 3
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los pulmones de ellos
cómo no ser carnada en semen blanquecino
pegajoso
cómo aliviar la posesión
da miedo esta paz de ollitas impecables
y de guisos
dan miedo el almidón, las aspirinas
da miedo el tenedor hundiéndose en la carne
la escena en la que él grita
y ella llorando muy bajito
para que no se despierten los niños
el hambre
el deseo
de otro
o de abrirles el vientre con hebillas de nácar
destriparlos de espaldas a ese mar
da miedo el que mastica
los signos femeninos
el que se come la luna
como un chocolatín blanco
cotidiano
el corifeo
a Carina Paz
a Silvia Montenegro
a las otras
rigurosamente ahora
escuché los quejidos
cada fisura fragmento
de piedra porosa pálida sedienta
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me clava sus espinas
ellas respiran un cielo transpirado
chiquito
una dice -amor no me dejes ahora
(húmedos como presas
carnívoros)
amor no alcanza esta costumbre errática
este descaro transparente no alcanza
tu balcón
tu reiterada promesa no me alcanza
otra dice que hay noches en las que el alma es un
barco suicida
y está intacto el estrépito
la escalera que se fue devorando a la niñez
-acá estoy-en andas
la mano extranjera en la vagina
…...................................................................................
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rigurosamente digo
me devoro, hermanitas, sus heces
sus vestidos
el velo enajenado
el grito que escuché sin querer
me devoro, me sorbo la latencia
puedo decir que estoy ahí ahí ahí
en el oráculo que dice lo que estamos esperando
escuchar
rigurosamente acá, hermanas
hermanitas
cuidándonos los nidos
esta pesadilla diurna depredadora lisa
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cada ciclo sangrante
cada parto
cada vacilación
intactas, impecables
en la miga pequeña
donde el pan se comulga entre todas
el muerto dice
-no me sale la crema chantilly
la raya al medio
en la cabeza
la mancha de sangre
la de mi compañero
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en el ombligo
como un falso nacimiento
no me sale
el abrazo en la cajita de madera
no puedo sobornar a las semillas
para volver
a cantar
no es posible dice el muerto
estoy quieto y jodido
en este cofrecito
pulverizado de noche y de hambre
no me sale
el sexo por la boca
no me puedo lavar
no hay duchas ni bautismos
ni lagrimales prontos para enjuagar
nada de nada
no puedo no me sale
nada de nada
ahora
no es posible que yo escriba el relato
(cada fusilamiento es una guerra)
no puedo amarte
no puedo tener hijos para sanar el duelo
de la patria-
(¿cuál es la patria, helena?)
(¿cuál de las dos?)
dice el muerto
-no puedo cruzar esta distancia
este nido mortuorio
este olor agusanado pútrido
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y el alma (si la hay)
llora a mi cuerpo desde afuera
desde arriba
¿desde dónde el alma pretende alejarse de mi pena?
si no puedo cruzar esta distancia
del otro lado del auricular
de la historia
de la tumba-
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un pespunte
el renglón del cuaderno
una plaza
temblando la oquedad
muerta de sol de hambre de aspereza
la corona de espinas desarmando
los vestidos de ellas
(las del coro)
que están precipitándose los cuerpos
eludiendo las aristas porosas
toda vicisitud tomando
el toro por las astas
abriendo las solapas del velo
el perfume viril
la primavera
cierro la constelación sin darme tregua
una estrella por cada cementerio
una constelación de voces
que han podido
alimentarse de lluvia en sus planicies
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De:
Chacana
(fragmentos)
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“El mundo es amplio, pero en nosotros
es tan profundo como el mar”.
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vestido leve y floreado de ella, por el sombrero de
fieltro de él. Había ligereza en la ropa, parece; ganas
de juntar los músculos, la altura de la voz. Si hicieran
memoria, si quisieran, recordarían que poco después
estaban celebrando la fiesta del Santo Patrono. La
procesión no miente, no mintió. Las tardes de
peregrinación son contundentes (no mintió el ñuqchu
tampoco). Señor de los Temblores, Padrecito, que nos
hiciste el milagro y todavía.
El paisaje condiciona, ayuda a silenciar. Dicen
lo del calor y la luna. Que estaba menguante desde
varios días atrás. Que achicaba su ojo en la ferocidad
de un cielo minucioso. Un dibujo pequeño, mezquino;
la cabeza y la cola de un dragón. –Luna de presagios –
dijo Ofelia–. Atascada, además, entre dos cerros,
como hoy.
–Algo va a ocurrir –decían–. Algo, algo, algo.
Por detrás de la bruma aparecen (se cruzan, se
saludan), avanzan bailando. Ella, con el leve solero
entre las piernas; él, sin su sombrero (que había
colgado en la rama más baja de un árbol). Y porque la
luna estaba menguante fue que la música los dibujó en
una sola figura. Algo detrás de la bruma vuelve a
aparecer: ese único cuerpo, adamascado. Las flores del
vestido estallan en las piernas de él, que pone las
manos en cruz bajo la breve cintura. Y también por la
mengua, por el ojo (dibujo errático, milimétrico), las
bocas insisten en lo que nadie quiere mirar. El calor
debía de ser cerrado, como un puño; como los
hombros de ella, pegados a los de él.
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–Algo va a ocurrir –dijo el eco, lo suscribió en
el monte; se fue agotando sobre el pajonal.
–Algo, algo, algo –repitieron los bordes del río.
Por detrás de la bruma, ellos caminan. No se
sabe cuándo dejaron de bailar, ni siquiera en qué
momento se fueron de la Plaza. Siempre es preferible
suponer, el ritmo que siguió a los besos o el ondular
de sus espaldas. La mano que toca la rama es ajena (a
la situación y a los dos bailarines). ¿Cuándo encontró
el sombrero?, ¿qué pensó, qué anduvo pensando?,
¿supo? Es frágil la memoria cuando extrema su cuerda
la agitación. Pero hacía calor, seguro. Por el vestido
leve. Y porque un año más tarde la danza estará lejos
(muy lejos) para el amador.
Los bailarines no saben de la mano. La bruma
desdibuja el aluvión que baja desde el cerro, y en la
boca del dragón cabe. Un incendio.
(capítulo introductorio)
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venden cilantro y ají. La feria multitudinaria reitera los
sonidos del cerro. Colores y sonidos, quenas y
cacharpayas. Vidalita del alma no me dejes, que el
aúllo me crece, me crecerá. En la laguna se enterró la
vara, en la laguna se fundó la estirpe, vidalita que
añoro los pulsos de la Pacha, los pormenores de su
grito cuando el extranjero llegaba, fue llegando, a
querer cambiarnos el rostro, las creencias. A
enseñarnos a nombrar como ellos querían (y como yo
ahora puedo también nombrar).
Las lenguas se mixturan, pero los ojos
aindiados y la piel amamantan, lácteos, el color de la
tierra, vidalita. El Sol y la Luna guardan en el Altar
Mayor los hilos devocionales de este canto. En la
bóveda lateral el Cristo mestizo acontece. Y entre
ángeles y serpientes, el cóndor recupera lo que aún
perdura en la montaña. Chaca, chaca, chacana. La cruz
en blanco y negro: escalones o puentes que alimentan
la sabiduría del hombre natural, la estirpe del que
conoce los ritmos del paisaje, del que repite su
coloratura, su tez. Y otra vez los ruidos de la calle.
Vidalita tu quena es transparente, migratoria. Silba
imparable en la calidez tempranera de esa Plaza, en las
cuatro esquinas en las que alguien compra, va
comprando; en las que alguien recuerda o calla. Son
de acuarela sus ropas, matices que aceleran el andar.
Unas cuadras más allá la escuela de señoritas
educa familias completas. La escuela de señoritas sólo
tiene espacios vacíos si alguien muere. Nadie habla de
sirenas allí. Las monjas omiten, disimulan. La mayoría
de las niñas se burla, descree. Únicamente durante los
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primeros años del ciclo primario algunas aceptaron la
historia; y aún más, la fueron repitiendo con ojos
enormes y hasta con cierta envidia: los cabellos de
coral, las escamas, todo cuanto hubieran deseado
tener. Pero ahora, en las casas de las señoritas, los
padres descreen.
-Pobre don Cosme- dicen. -Pobres chicas
cuando sepan.
Aunque nadie dice qué. La calle es angosta,
fácil para saltarla desde el colegio, las dos hermanas,
riendo, con los dientes blanquísimos, tironeándose de
las trenzas, del abrigo, empujándose el amor y la
orfandad.
-Que nunca hablaban entre ellas de la ausente.
-Que lo hacían en secreto.
-Que no.
Entraban luego en la casa, saludaban al padre
con un abrazo íntimo, completo; y se internaban en
sus ojos de laguna mansa, que han estado tristes hoy
también, papá. Y volvían a besarlo tanto, todo el
rostro. Los unían por las noches el fuego encendido, el
guiso de lentejas, el pescado crudo con mucha cebolla,
tomate, ají. La olla de cobre, las palabras a media voz.
-¿Qué hicieron en la escuela?- Y ellas, listas para
buscar el portafolios, los cuadernos, la letra que se
aprende despacito, los dibujos en donde nunca aparece
mamá. Un universo pequeño y seguro en el que ni
siquiera estaba la sirena, nunca la pudieron dibujar: es
difícil el trazo, el quiebre en la cintura, esa cola de
pez. Los unían la cena y, a veces, la pregunta; y él,
que volvía a contar. -Eran nueve...-. Magdalena
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trepada a sus rodillas, deslumbrada, buscando. Y el
silencio de Ada, porque es la mayor. Después, la
noche, la verdadera noche, cuando sola en la cama la
veía venir. Y la llamaba madre, madreperla, cerca,
acá, a mi lado por fin. Nunca le vio los brazos, sólo los
muslos de nácar brillando en la pared. -Dame la mano,
Ada, que no puedo dormir-. Y más tarde todavía, entre
sueños, una niña con trenzas y un gigantesco mar,
deglutiendo.
Las mañanas le devolvían la tranquilidad, la
leche, el pan con queso y mantequilla; y otra vez al
colegio, debajo de San Blas, por 7 Culebras (hasta
Pumacurco). Carcajada bienhechora y la maestra, a
quien se ama, pero que nunca podrá reemplazar (lo
que los genes llevan, lo que auguran).
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el mismo lugar, para que el espíritu de las cosechas
sepa hacia dónde debe ir. Que para no confundirse ni
olvidarse clave una estaca-. Eso, justamente, una
estaca en mitad del pecho solitario. Un sembradío en
el alma.
Cuando se conocieron, por obra y gracia de los
yuyos de don Cosme, Magdalena Altaide tenía apenas
dieciséis años. En cambio Joaquín Zevallos era ya don
Joaquín, aunque se le adivinara una expresión joven
debajo del bigote. A partir de ese momento fueron
amantes. O tal vez no en seguida. Es posible que ella
hubiera vuelto a El Abanico con alguna excusa o con
algún otro preparado, o que él la hubiera mandado
llamar. El hecho es que poco tiempo después (o al otro
día), ella se desnudó en el cuarto de los grandes
ventanales y le dijo, entre lágrimas, que era la primera
vez. Y lo amó desde el mismo momento en que él
destejió, punto por punto, la mínima trama de su
virginidad. Y lo siguió amando durante muchos años.
Y más.
La noche precipita las voluntades, hilvana en
su telar lo que habrá de descoserse ahora. Y ella lo
deja hacer, permite que él desteja cada pequeño hilo,
con las piernas aún tensas, todavía entre lágrimas.
Hasta que sus caricias, hasta que los pezones rojo
ciclamen, hasta que la vulva estallando líquida su
nacimiento. Ceden las rodillas cuando se avanza en la
espesura. Se desmayan, se apoyan en la espalda del
hombre, lo contienen. Es leve la insistencia, leve en
este principio cuidadoso (él que hasta ahora como un
animal con las otras). Y es leve ahora otra vez, leve y
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de nuevo (porque empezó amando lentamente), con
las manos detrás y él apretando los dedos, las
nervaduras flacas de los dedos, las uñitas al ras como
una niña casi, sosteniendo. Así y otra vez, desde la
penumbra, que no sea tan leve ahora le grita/le
susurra, que este dolor bendito, que quiero más fuerte
aún (como la coz), bien fuerte, que me sangra parece,
que me duele y me sangra y no me importa. Y te
busco yo entonces y grito la posesión, casi con rabia
grito. Y él, que penetra, acomoda, hiende, exhala
también esta batalla.
Creyó que era para siempre, como en los
cuentos. Y en la pura planicie se extendió. Y dispuso
la lengua, rodeando con la boca el miembro erecto y
no dejó que él la tocara; esa lengua insistente que
exacerba la punta, el glande como un corazón, y
ninguna vergüenza. Los pudores no han venido esta
noche (ni nunca). Lo sintió bufar y sujetó sus
muñecas, hasta escuchar de nuevo este grito lechoso,
amargo, que llega hasta las comisuras y sigue.
Por eso desde esa noche se dejó amar más allá
de las versiones de su infancia. Con la certidumbre de
estar entramando, por fin, una historia propia y
verdadera; punto por punto en un dibujo sustancial.
-Dicen que prefirieron mantener el secreto
porque ella era muy joven.
-Que fue simplemente porque él no le daba
explicaciones a nadie.
Magdalena Altaide quedó atada a ese hombre
creyendo que ya no podría respirar sin él, pero era
Joaquín quien se había verdaderamente encadenado.
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-Que la manda a llamar continuamente.
-Que ella sale de inmediato.
-Que el padre se preocupa.
-Que Ada se lamenta.
-Que ambos saben cuál será el final.
Será por eso que don Cosme procuraba
retenerla con diferentes encargos, con excusas. Nada
era suficiente para ella, que cumplía con todo –y más–
antes de ponerse la chalina de flecos larguísimos sobre
los hombros y salir.
–Porque Remigio la espera a pocas cuadras
para llevarla al campo.
–Porque tienen un código, horas claves.
–Porque es la primera vez.
Llegaba a El Abanico y esperaba su brazo para
bajar del auto. Entonces, Joaquín la calzaba sobre el
hombro y ante la protesta de ella, como si no quisiese
–y sí–. La chalina, flecos larguísimos en la galería,
desmembramiento del tejido que rueda. Desabotonado
el vestido, con su mano libre aflojaba el cinturón. Y él,
rozando la entrepierna; tejido que se hace líquido y
late. Entraban en el cuarto de los grandes ventanales
casi desnudos. Y pasaban así noches enteras –eran
noches de luna llena aquellas–. Después se quedaba
varios días con él, o volvía a su casa antes de que el
sol la delatara. Entraba de puntillas, creyendo que
nadie sabía desde dónde llegaba su cintura. Y
escuchaba a don Cosme, llorando. Y se dolía, pero
hacía como si no (¿como si él no llorara, o como si
ella no terminara de escuchar el rezongo pequeño de
su padre?).
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–Porque él sabe.
–Porque teme por su hija tan amada.
–Porque conoce de engaños y abandonos.
Cerraba la puerta sintiendo que era para
siempre. No fluctúa el corazón cuando la pertenencia
manda, cuando el cuerpo se esmera. ¿Cómo saber
entonces, cómo intuir que habrá un dragón que aún no
ha llegado; que ha de aparecer luego, más tarde,
bajando por San Blas, silbando, mirada de reojo,
revoleando un maletín?
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propia y a la familia cerca. Si hasta hacía traer una
maestra para los más pequeños. Luego los hijos
podían irse a estudiar (porque él quería técnicos entre
sus hombres); o simplemente se quedaban ahí (lo cual
no estaba nada mal). Sólo unos pocos habían
desertado. Algún hijo de algún peón, pero él no se
había enojado. Sabía que la mayoría de las veces
volvían, porque su oferta era la mejor o porque la vida
es así (hecha de despedidas y reencuentros).
Sus abuelos habían muerto cuando era muy
niño. Luego su madre, debilitada por una enfermedad
que la había secado hasta convertirla en un esqueleto
resignado. Dos años después su padre, Saturnino
Zevallos, se marchó. Detrás de una mujer que nunca
aceptó ni las tierras ni a ese hijo; y que vivía lejos,
más al norte aún de esas montañas, lindando con la
frontera casi. Y ya no había vuelto. Don Saturnino se
había excusado, porque no puedo sin ella había dicho,
es mi última oportunidad pero voy a volver te lo
prometo, voy a convencerla estoy seguro, mientras
podemos escribirnos, no dejaré de ayudarte con el
campo ni de mandarte algún dinero. Pero no. Así que
desde los veinte años fue el patrón. Con él se había
quedado Remigio, el capataz; y algunos jornaleros que
vieron con muy buenos ojos la posibilidad de
contribuir en el cuidado del ganado y la tierra a
cambio de construirse un rancho y asentarse. El
tiempo demostró que no sólo iba a poder con su
propio destino, sino que llegaría a ser el hombre fuerte
de la comarca. Aquél a quien no se le discutían las
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decisiones, a quien se le cedía el paso. El solitario a
quien en tantos años no se le conocía mujer.
-Usted debe de ser Remigio.
-Así es, doctor, adelante. Adentro lo espera don
Joaquín.
Fue así como se conocieron quienes después
serían los dos rivales.
En el cuarto principal el sol gotea sobre los
vidrios. -Creo que se infectó- le dijo, abriendo la
manta. -Y tengo fiebre. No me estoy sintiendo nada
bien.
En la pierna izquierda, una herida mal curada
incrustaba una línea de pus y costras pegoteadas.
Otaegui asintió, lo revisó, recetó lo necesario, y ya se
iba cuando pensó que sería preferible improvisar una
curación.
-¿Tiene vendas?
-¿No se arregla con unos pañuelos? Búsquelos
usted mismo en el primer cajón de la cómoda. Está sin
llave.
Cuando el mundo se invierte bajo los pies, tajea
el fondo de las cosas. Porque sobre la cómoda de
roble, en un portarretratos de plata está ella (había dos,
pero ése fue el que Juan vio, el que siguió mirando).
Sonrisa sepia y núbil, sin lengua abierta ahí, en la foto
oval. Trenza mimetizada con la curva de sus pechos,
apenas cubiertos por una camisa de lino. Sobre el lado
izquierdo, el monograma con las iniciales no deja
lugar a dudas acerca del dueño de la camisa y de la
mujer. Juan respiró hondo, turbado. Tan turbado, tan
luna que altera tan no sé cuidarme más tan por qué no
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me lo habrás dicho, Magdalena. Por qué, pensó,
mientras curaba al patrón de la trenza; por qué
mientras le daba alivio al amo de una lengua compacta
entre los dientes. Pensó y pensó y no dejó de pensar
hasta que esa noche se durmió, acalorado entre las
sábanas. Es que, entre la niebla sonámbula, no pudo
dejar de verlos. No pudo dejar de mirar a Magdalena,
como un alga marina, suelta en su propio/ajeno ritmo;
ni los muslos de Joaquín, duros y contracturados sobre
la medusa blanca. Tentáculos hiriendo una gelatina
blanca y acuosa. Y amada.
De:
El licor inicial
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(inédito)1
(“Chacana”)
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Casandra ve y huele, se agiganta su aire tumultuoso.
La bruma no la deja y los troyanos no creen. Es dulce
la sensación de no saber. Un refugio, una planicie.
Entonces se deja llevar, por el ritmo del agua, por la
incontinencia líquida del cosmos. Hay mar de sobra, y
en él están los griegos. Las naves se sumergen como
ojos hambrientos, como lobos que alimentan las
pezuñas y el gris.
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interior. Pero ella no sabe todavía. -Es la serpiente-
repite repite repite el dios, bello en su deseo por la
niña. Íntimo en su búsqueda. -Es la serpiente- repetirá
todas las noches de ese tiempo intermedio mientras
ella se entregue al sueño del mortal y no sepa. -
Casandra- la llama. -Casandra, pequeña, discípula.
Ella no sabe. Que él la esperará en el borde del
templo. -Es la serpiente- le dirá. Y ella cerrará los
ojos. El don y su distancia. La dulce responsabilidad
de conocer. Los ritmos del paisaje y lo que va detrás.
El don y su distancia. Él soplará su boca cuando ella
lo niegue, se rehúse.
77
habrá, entonces, un látigo de plata en el entrecejo
adolescente de la virgen.
Será de noche, piensa. Los hombres descenderán con
las ingentes lanzas para partir el templo, vuelve y
vuelve a pensar. Será así, repite. Será de noche, repite,
vuelve a repetir. Poseer el don es su castigo, piensa.
Por no haber amado al dios.
En el alma de la rosa cae, en la desprotección total.
Pobrecita, Casandra, pobrecita. El don que te corona te
hace virgen, esclava, hechicera. Mentirosa pensarán
los demás. Pobrecita Casandra que huele el enjambre
de avispas como si un ejército fuera, como una
invasión. Huye desesperada. Pero es cruda la visión,
igual que la ignorancia. ¿Y entonces? Pobrecita
Casandra, no es posible que escape. Un tibio latido,
una inmersión de espinas invade su coronilla. Como la
adormidera o la ilusión.
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Entraba por allí. Lluvia de flores sobre su vestido,
caminando hacia el templo como una poseída. Sabe
que reconocerá el perfume y la desolación, y que al
final del viaje intentará reconquistar al esposo sólo
para no morir. La noche y la floración serán para el
que sea capaz de mirarla sin pudor, ni regocijo ni
timidez. Ni honra.
Lo ilícito es parte del paisaje cuando no es posible
comprender la versatilidad de la belleza. Imposible
traspasar ese misterio. No quiere declinar, no querrá.
Pero la vida es así y, si ha de ser anciana, antes va a
desear. Hamacarse como una copa abierta en la
postura erecta del amado.
Niña aún, lo sabe. Lluvia de flores sobre la escalinata
del templo. Antes las llevaba en la falda, con el
vestido plegado y las piernas al aire, confundidas,
blancas. Riendo en la fluidez de su pelo larguísimo.
Antes, cuando se dejó ir por la boca y el pétalo.
Después subió los escalones y fue soltando el ramo.
Riendo en la tarde traslúcida y soleada. Una lluvia de
flores que la nombra.
Los dioses no acorralan a la bella. Descansan en sus
certidumbres. El marido no es el adecuado (no lo
será). El marido viaja y lucha y come groseramente y
habla poco con ella, la abandona. El marido busca los
ruidos de la guerra, se deshace en esas veleidades.
Entonces llega el huésped. Y Helena camina la casa
sin sosiego y con hambre.
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ella movía su pendiente con la mano derecha y él
soplaba las mariposas que, en el pecho de ella, tendían
a quedarse demoradas. Copa y rocío. Hidromiel o
elixir, el huésped la mira (no deja de mirarla). No hay
pudor en esos ojos, ni timidez. Más bien diremos que
están regocijados en las alas de las mariposas al borde
de su escote, ahí donde él también va a perecer. Dos
náufragos serán en esa cama. La honra no estuvo
tampoco en los otros. Diremos entonces que no hay ni
que opinar. Cuando avance la noche el perfume de
nardos herirá el sexo de Helena. Como un recuerdo o
un magma. O como una intuición. La luna acrecienta
la hora del naufragio. Menguante y extremada, Helena
se duerme aferrada a la respiración de Paris.
77
que entre todos contarán. Ella está por llorar. Es
otoño.
77
Yo simplemente miro. Helena es una niña que vuelve
sobre su desazón y ríe. Y Paris es la causa. El hombre
que le robó el corazón sabe cómo morderlo para que
no le sangre. Suave y sensual mordió. Suave y parejo.
Es dulce esa huida. Es frágil el amanecer cuando
despliegan las velas y se besan.
77
hacia la cuna laberíntica del desierto. Mentiras que se
inventan mientras yo me sostengo en este don que no
me da alivio sino miedo. He ido empujando las hojas
de los días del cauce de la noche de mi noche como
una pordiosera. Mendigo un lugar para mi nombre.
Me curo la nostalgia. Después río, desaforada, loca.
No sé cuál de las dos, dónde cernir la incandescencia,
el fuego de mi canto, la lumbre.
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El tiempo detenido, y ella allí, jadeando el horizonte.
La hora de la siesta. Ese sol
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apócrifa. Ni Helena, ni Paris, ni Taltibio. El tema es el
tesoro, el hambre por el tesoro. Los buitres se los
quedan finalmente. Carne de la carne de la carne. Y es
la plebe la que escurre sus plegarias al dios para que
todo pase lo más pronto posible. Para volver a casa, a
los hilos nocturnos de la amada, al licor inicial. Al
hijito que extraña, que se extraña. Se regocijan las
fauces de los buitres. El tesoro va pasando de manos y
en el medio, los hombres. Un banquete a deglutir. La
casa está lejos para los que conduce Agamenón. Los
troyanos defienden sus murallas. Antes de que la
noche caiga.
Epílogo: (fragmentos)
77
El agua va y va en mi interior y ellas la resucitan, la
contienen o dispersan. Es cristalina esa manera de
abordarnos. Mujeres en su núcleo. Mujeres y el verde
de las hojas y el azul prepotente del mar.
Se ve entonces lo que quedó: hoja sobre hoja sobre
hoja y Troya, la perdida, en nuestro corazón. Intenso
como un útero, como una premonición. Troya, la
amada, la patria tierra. Y es entonces, también, cuando
ellas, las otras, las que desde Grecia esperaban a sus
hombres, nos abrazan.
Mujeres que emparejan los huecos de la guerra.
Deslumbrante ese abrazo. Como decir para qué todo
eso, qué necesidad; como decir cielo que has de venir
para arder ahora en mi memoria. Como fantasmas se
acercan y rodean la tarde solidaria con sus cantos.
Ahora ellas y yo estamos en el ápice de la historia,
recreando la anécdota, cambiando el desenlace, como
una epifanía de hembras.
De:
Taco de reina
(inédito)2
/será necesario postergar esa luz/
y abrigarse en la negrura/ como
un pasatiempo/
2
Algunos de estos poemas están incluidos en “Liquid/ambar”
(2016) y “Polvo que late” (2017)
77
a Marcos Silber
77
de su espacio
se expande madre madre la tan madre
hasta que no se puede casi respirar
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la pezuña en el barro en el cuello en el rostro del
animal
z de zorro
la pezuña la zanja
zapatera prodigiosa raspa con la pezuña la zanja
del estómago
no hay
zapato de cristal
hablan las tripas
77
baila la nervadura de carne
tiembla a cada paso la hoja
ancestro o luz o mar que también tiembla
miedo entre la luz
o puro verde
salvajemente dulce y despojado
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y sin que pese
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desde mi arena natural decaigo
como ausente del nido o del verde
pájara o paisaje o artilugio
para devenir
polvo que late
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y va
el corazón ahí
ella arroja la flecha
dispone la plena aceptación
(del núcleo
y del verde del núcleo)
y la flecha va y va
(en el verde soy yo
la que unta su carne
con el cielo)
77
y respirar
los brillos de la casa
(un orden musical de proporción feliz)
77
ninguna sombra hay
más que la de ella
y el desierto es inmenso como una lucidez
77
-quedéme y olvidéme3-
en los lirios del campo
reina de la noche
pequeña y redundante
rosa que atesora sus pezuñas
la joya adamascada
en el tálamo profundo de su boca
(un carnal alambique
en medio de su llama)
solve et coagula
la leve fragancia de la piel
3
San Juan de la Cruz. “La noche oscura del alma”.
77
a mi hija
Guadalupe
77
a mi hija Flor, a mis nietos Isabella y Dante
a Pier Francesco
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del agua de la hija
que se deja tomar
y espera
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a mi nieta Juana
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en la mollera
de pura luz o brillo
y la abuela
tejerse quisiera en ese hilo
para reinventarse
como si el jardín
volviera en la canción
y ella estuviera
por detrás del tilo esperando
sucesos y reencuentros
hay
en la habitación
un río que las mece
que se las va llevando
en lenta placidez
se amamantan las dos
vínculo o laboriosidad o herencia
de la herencia
apenas ese espacio
sencillo y tenaz
donde el nombre se amplía y persevera
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la rama (o su reflejo)
el hombre (o su reflejo)
los cuerpos triangulados
la copa (o su reflejo)
¿la barca o el naufragio?
el oro bajo el agua
en pleno río
77
brazada a brazada ella mastica
una almendra brillante
vacilación o lirio
enjambre o estertor
mientras busca lo eterno
en la ecuación abierta
de las cosas
/hay un acontecer
hay una música
hay siempre hambre
y alude a la intemperie
como si de una bendición se hablara/
77
A Héctor Miguel Ángeli
in memoriam
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a Miguel Molfino
a Mempo Giardinelli, Natalia y Celeste
el resto de la tarde
suave paso de gato
culebra o colibrí
al sol
4
Resistencia: capital de la provincia de Chaco (Argentina).
Resistencia: del verbo “resistir”.
77
como emergente
del color verdadero
y de su forma
hay en la galería
una niña que dice que ella sabe volar
pájara o mansedumbre o liviana
sed de la muchachita
hay en la mesa pan
hay vino y mandarinas
y es feliz el verano
sobre la casa abierta
el hombre que no sabe
lo que lleva sembrado
ríe
y es feliz él también
en la cuerda del cielo
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en el azul frontal
de su discurso
que fluye como el río
riego o manto o virtud
del color verdadero
en el tan humedecido corazón
PRESENTACIÓN / 7
Harold Alva
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-el camino va o viene según parezca-dice / 22
entonces cae la torre / 23
mujer 1 / 24
mujer 2 / 26
mujer 3 / 28
el corifeo / 29
el muerto dice / 31
he dicho las cosas familiares / 33
77
el hilo la sostiene y ella celebra / 74
¿diré entonces que no / 75
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URUBAMBA
el oro bajo el río
de Ana Guillot,
se terminó de imprimir en los talleres gráficos de SUMMA
por encargo de Inversiones Harold Alva EIRL.
Lima, septiembre de 2019.
Perú.
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