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INDICE de CONTENIDOS:
1. ¿Qué es la Planificación?
Definición de trabajo: Proceso gradual de racionalidad en la adopción de decisiones políticas.
2. Condiciones para que se pueda planificar:
Que se pueda definir el ámbito o campo de la planificación.
Que exista una autoridad con poder suficiente.
Que existan soluciones alternativas.
Que se conozcan objetivamente las posibilidades y limitaciones de la acción.
Que exista voluntad de someterse a un proceso ordenado.
3. ¿Cuál es el ámbito del Planeamiento Regional?
Algunos conceptos:
Región Económica y Región Geográfica (polos de crecimiento y centros de desarrollo).
La Región Motriz y la Actividad Motriz.
La empresa (pública y privada) como agente del desarrollo.
Condiciones de generación y propagación del crecimiento polarizado.
Planes de desarrollo Regional o Estrategias de Desarrollo Regional. (Poder de negociación
más que poder directo.
4. En el caso de la Ciudad. ¿Cuál es el campo del Planeamiento Urbano?
Primero se requiere saber si se trata de estimular el desarrollo económico de la ciudad o
controlar su crecimiento. En el primer caso el planeamiento se confunde con el planeamiento regional;
en el segundo caso se trata básicamente de equipar a la ciudad con un mecanismo institucional y
financiero que le permita administrar en forma permanente sus problemas de desarrollo pues, los
problemas urbanos forman parte de la vida normal de una ciudad y no pueden resolverse de una vez
por todas por un plan o programa. El ámbito físico de la planificación es el territorio al cual llega la
autoridad local.
La capacidad de acción efectiva de la autoridad está definida por su poder real de decisión y la
suma de los recursos de los que dispone verdaderamente.
5. El Plan Regulador tradicional
Supuestos de su concepción:
La respuesta técnica es la mejor.
La situación es más o menos estática.
Existe financiamiento ilimitado.
Los estándares y las tecnologías son constantes.
Se puede anticipar el tamaño de la población.
6. El Programa de Inversiones a Mediano Plazo como alternativa
Inventario de Proyectos
Criterio de selección de Proyectos
Esquemas de financiamiento
7. Programa de Ejecución integrada
8. Desarrollo Institucional Urbano
Actualmente se enfrenta a:
Comunidades sin expresión política adecuada.
Bajo nivel de participación colectiva.
Ausencia de mecanismos de compatibilización de intereses.
Reducido poder político y económico de los gobiernos locales.
Para permitir el juego de los intereses nacionales y locales sería necesario:
Aumentar la capacidad de decisión autónoma de las comunidades urbanas.
Aumentar los ingresos locales y reducir las transferencias de recursos del gobierno central.
Crear mecanismos de financiamiento para los gobiernos locales.
INTRODUCCIÓN
Lo que se va a discutir ahora no tiene otra intención que dar un paso más hacia una visión más
realista de la actividad de los planificadores urbanos y regionales. Para ello se propone examinar lo que
se hace corrientemente en varios niveles, en varios lugares, en varias tareas, y hacer una evaluación de
esas actividades. Para ello será necesario preguntar honesta y objetivamente si se tienen en cuenta
valores reales o son valores ficticios, si se está trabajando con utopías o con realidades.
El Planeamiento frecuentemente se desvía hacia lo que se podría llamar “normativismo”, es
decir hacia una actitud patriarcal de los planificadores que creen saber lo que los demás deben hacer. En
virtud de esta actitud se establecen normas de conducta colectiva, en vez de ayudar a que cada país,
cada comunidad, pueda aproximarse a sus propios objetivos sociales dentro de las limitaciones de sus
recursos y sus posibilidades.
Antes de seguir, conviene saber: ¿Qué es la planificación? Como se hace frecuentemente en las
discusiones, se puede proponer una definición arbitraria o apriorística y simplista, sobre la cual centrar
el debate.
Esta definición de trabajo, que no tiene otro objetivo que ordenar la discusión, vería a la
planificación como un proceso de aumento gradual de nivel de racionalidad de las decisiones de política.
Al decir decisiones de política se quiere entender a la planificación esencialmente como una parte del
mecanismo de la toma de decisiones políticas. Es decir, que si no existe una intención política, la
planificación se convierte en un ejercicio académico, intelectualmente interesante, pero que no tiene
sentido práctico.
Para mejor entender esta definición sería bueno establecer ciertas condiciones para que pueda
planificarse. En primer lugar habría que definir el ámbito o el campo sobre lo que se planifica. Por
ejemplo ¿Cuál es el campo o el ámbito sobre el que opera la planificación regional? Hablamos de región,
pero ¿qué es una Región? Aquí aparecen respuestas de diferentes tipos. Un geógrafo dirá que es una
cierta porción del territorio en el cual existen condiciones geográficas que dan una cierta homogeneidad
al conjunto . Un economista dirá que se trata de un espacio económico (definiendo a este último de tres
o cuatro maneras diferentes).
En realidad ambas definiciones son correctas. Pero solo para analizar la situación regional. Para
planificar la acción, la región es el espacio dentro del cual tiene jurisdicción la autoridad –o las
autoridades- políticas correspondientes. El espacio de la planificación tiene que ser siempre un espacio
político.
Una condición indispensable para la planificación, y esta es una consecuencia del supuesto de
que la planificación es una pieza del mecanismo político, es que exista una autoridad que sea capaz de
adoptar decisiones y que tenga el poder suficiente para transformar esas decisiones en una serie de
acciones ejecutivas concretas. Si vamos a planificar el desarrollo de una región o de una ciudad, la
primera pregunta lógica es, cuál es el centro de decisión o cuál es la autoridad que decide lo que pasa en
la región o ciudad.
Si tenemos una región vacía donde no existen sino recursos naturales y queremos planificar su
desarrollo, caben dos alternativas: o se crea una autoridad con capacidad, jurisdicción y responsabilidad
suficiente sobre esa área geográfica o se desarrolla la región como dependiente de otra región cuya
autoridad, y por lo tanto sus intereses, asumen el control del proceso. No puede haber planificación sin
un centro de decisiones y sin un mecanismo político correspondiente.
Otra condición indispensable para la planificación es que existan soluciones alternativas. La
planificación, como todas las actividades que tienen que ver con las ciencias sociales, se refiere a un
campo de acción eminentemente probabilístico. Si hubiera certeza, como la hay en las leyes naturales,
la planificación sería innecesaria porque el comportamiento de la sociedad podría ser predecible con
toda precisión de antemano. Como no es ese el caso la alternatividad de soluciones y la selección de
posibles líneas de acción en este ejercicio de anticipación que se ha dado en llamar planificación.
Por otra parte, es importante se puedan estimar los costos y beneficios que se esperan obtener
de cualquier acción sujeta a un ejercicio de planificación. Toda acción, todo movimiento tiene un costo y
un beneficio esperado. Se tiene que saber qué es lo que se quiere alcanzar y qué es lo que se está
dispuesto a pagar por ello. Esto se llama en lenguaje técnico, restricciones.
Por último, tiene que existir, necesariamente, una voluntad de planificar y una voluntad de
someter a la acción pública o privada a una cierta disciplina. La planificación puede ser parte de un
decorado democrático o intelectual, pero en este caso solo sirve para justificar la voluntad de un
individuo o de un grupo y se reduce a un juego intrascendente y frecuentemente peligroso.
El siguiente punto que se puede discutir es si es más adecuado o más realista pensar en términos de
planes de desarrollo o de estrategias de desarrollo. La diferencia no es semántica. El plan puede
definirse como un conjunto de metas o instrumentos combinados entre si para alcanzar ciertos
objetivos; es decir, como un programa de acción coherente, en el cual se supone que los objetivos A, B
Y C podrán ser logrados mediante los instrumentos X, Y , Z.
Esta definición presupone una total concentración de poder y que un solo centro de decisión disponga
de los instrumentos X, Y, Z. En realidad esto no sucede en una región. Una región no es por definición,
un centro autónomo de poder sino que forma parte de una organización política nacional, dentro de la
cual existen instituciones centralizadas, políticas definidas y, en las economías capitalistas, un sector
privado totalmente independiente.
En términos de planeamiento regional parece lógico hablar de estrategia. Estrategia se define aquí como
un conjunto flexible de caminos alternativos para alcanzar objetivos propuestos de antemano. Lo que
conviene subrayar en el caso de la región son las limitaciones reales de la autoridad que la convierten,
de hecho, y en gran medida en un agente promotor que actúa principalmente en base a su capacidad de
negociación.
se podría argumentar que, si cada región tiene su propia estrategia, estas estrategias pueden resultar
incompatibles dentro del conjunto nacional. Aquí hay una sola respuesta: la necesidad de planificación
nacional del desarrollo regional. Si no hay una política nacional del desarrollo regional, como sucede
generalmente, el teórico argumentará sobre la necesidad de crearla. Pero, en la práctica no se puede
esperar que se creen los mecanismos nacionales que permitirían combinar los planes de desarrollo
regional y adecuarlos a los objetivos nacionales de desarrollo. Mientras esto sucede, será necesario
aceptar que las iniciativas regionales constituirán, por mucho tiempo todavía, el motor del desarrollo
regional. Y la negociación será, en consecuencia, el principal instrumento de la acción para lograr
decisiones favorables a los intereses de la región.
EL CASO DE LA CIUDAD
Cuando se enfrentan los problemas de desarrollo urbano, habría que preguntar si lo que se quiere es el
desarrollo económico de la ciudad o solamente el control de su crecimiento físico.
Si lo que se busca es el desarrollo económico de la ciudad, el caso puede homologarse al de las regiones.
La ciudad es el centro de un conjunto económicamente definido que genera sus propias fuerzas
“regionales” y por l tanto cabe aplicar el mismo concepto de estrategia.
Si se trata del control del crecimiento urbano la situación es completamente diferente. La hipótesis y el
punto de discusión que se propone en este caso es que, lo que hay que desarrollar es
fundamentalmente el aparato institucional.
Los problemas urbanos no se resuelven con un plan o con un programa, sino que son parte permanente
de la vida de una ciudad, como los problemas humanos forman parte permanente de la vida de una
persona. Ellos no se solucionarán si no hay una estructura institucional, administrativa y financiera
adecuada para poder plantearse, analizar y resolver permanentemente los problemas urbanos.
En América Latina deben existir más de 200 planes reguladores delos cuales muy pocos han alcanzado
algún nivel d realización. La mayoría ha terminado por convertirse en una decoración de oficinas o
documentos de biblioteca.
Esto significa simple y objetivamente que hay algo equivocado en los procedimientos, porque los planes
reguladores no se hacen para decorar oficinas; son o deberían ser medios de conducir a un programa
real y concreto de ejecuciones. Cuando esto no sucede hay que asumir que existe una desproporción
entre el método usado y la realización de los objetivos. Lo cual permite asegurar que el Plan Regulador
tal como se lo conoce, es un instrumento bastante inadecuado para la organización del desarrollo
urbano.
Hay, por lo menos, cinco supuestos sobre los cuales se basa, de hecho la teoría y la práctica del Plan
Regulador.
En primer lugar, el plan regulador presupone que la respuesta técnica a un problema es la única
respuesta y esto no es cierto. Puede ser por ejemplo, que se proponga un sistema que sea muy eficiente
desde el punto de vista de la técnica del transporte urbano. Pero en la realidad es posible que no pueda
ser financiado con los recursos disponibles por la comunidad. O que sea incompatible con los usos y
costumbres de la población que no quiere o no puede. Y todavía podrían mencionarse los problemas
prácticos que se enfrentan, por ejemplo, para cambiar una forma poco racional de transporte, como el
uso ilimitado del vehículo privado, por formas más lógicas del transporte colectivo.
La respuesta tecnológica no es suficiente. El Plan Regulador es, por lo general, concebido y ejecutado
por un grupo de técnicos que analizan y deciden, en nombre de la ciudad, con muy poca intervención
del poder político. Es posible que dicho grupo de técnicos posea clarividencia política y social y que
pueda estar en lo cierto al afirmar que determinados objetivos de tipo técnico son los mejores para la
ciudad, pero corresponde a la autoridad política – y al consenso público- decidir lo que la ciudad
necesita y cuál es la manera de resolver sus problemas.
En segundo lugar, la práctica del Plan Regulador en su forma tradicional supone, de hecho, que la
situación es más o menos estática: es decir que los flujos de tráfico son más o menos permanente, que
la situación de la vivienda es más o menos la misma, que no cambian las preferencias del público por
determinados tipos de servicios. Todo lo que equivale a suponer que el futuro es proyección del pasado.
Sin embargo nada hay más variable que los factores de la demanda. La demanda no es solamente una
función económica, es una función psicológica en gran medida; estas variables no pueden considerarse
como estáticas. Son esencialmente dinámicas.
En cuarto lugar, se supone que la tecnología es constante, o sea que la forma de resolver los problemas
urbanos, los tipos de infraestructura y de servicios son siempre los mismos. Sin embargo la técnica
aplicada a prácticamente todos los elementos urbanos está en continuo proceso de cambio. Por
ejemplo, no hay ningún plan regulador que haya anticipado cambios en la tecnología del transporte. Se
piensa siempre en que el “metro” es la solución más avanzada para el transporte colectivo, sin hacer
esfuerzos por investigar la aplicabilidad de otros sistemas que pueden resultar menos costosos, pero
que tal vez resultarían más adecuados. Por lo general se insiste, posiblemente bajo el efecto de
demostración, en soluciones de alto costo sin hacer demasiados esfuerzos por analizar la posibilidad,
por ejemplo, de detener el crecimiento del número de vehículos privados que se incorporan a las
ciudades. Lo mismo sucede en otros sectores, como el aseo urbano. Efectivamente, aún en los planes
reguladores más avanzados no se ha considerado tipo alguno de innovación tecnológica en relación a las
formas y tratamiento de residuos. Lo mismo puede decirse en general de prácticamente todas las
formas de infraestructura y servicios urbanos.
En quinto lugar, y quizá lo más importante, se supone que siempre es posible anticipara el tamaño de la
población; es decir que, usando estadísticas históricas y proyectándolas al futuro se puede saber de
antemano, cuál será la población de una determinada ciudad en “x” años. La experiencia ha demostrado
palmariamente, sin embargo, que todas las proyecciones hechas de este modo han resultado siempre
muy alejadas de la realidad. Sucede simplemente, que el crecimiento de las ciudades no sigue un
crecimiento histórico –por lo menos en América Latina- sino que se basa principalmente en un
crecimiento de tipo migratorio. Esta forma de crecimiento no se puede predecir mediante la proyección
de datos históricos porque depende de la creación de nuevos elementos económicos, de la localización
de actividades económicas y del nivel de información general de la población.
Cuando se piensa que aún con un control completo del aparato de producción –como es el caso
soviético- no ha sido posible controlar el tamaño de las ciudades, surge la pregunta de si acaso es
posible predecir la población futura de un conglomerado urbano. Más aún, puede dudarse de la
necesidad de anticipar el tamaño de dicha población. Tal vez sería más realista trabajar sobre períodos
más cortos y adoptar sistemas de gran flexibilidad que pudieran adaptarse a condiciones más o menos
imprevistas sin una pérdida demasiado grande de sus características. Sería inútil insistir sobre la
ineficiencia del plan regulador y no presentar alternativas. La capacidad de creación aplicada a otros
campos de las actividad humana ha sido siempre fecunda para que se pueda justificar el desaliento.
Pero haya que proponer y ensayar otras soluciones.
Tal vez debería empezarse por situar el problema dentro de una dimensión más modesta y pensar, por
ejemplo, en planes de inversión urbana de plazo medio
Por qué plazo medio? ¨Porque el tipo de inversión urbana normal es de una magnitud económica tan
grande que no puede hacerse de un año para otro. Se tienen que tomar períodos más largos;
probablemente 5 o 6 años puede ser un buen horizonte para programar inversiones urbanas regulares.
Cómo se podría hacer este plan de inversiones urbanas a plazo medio? En primer lugar, se haría un
inventario de proyectos. Toda ciudad y toda comunidad, todo grupo más o menos organizado, tiene
ciertos propósitos, ciertas ideas. Estas ideas han avanzado muchas veces hasta convertirse en proyectos.
Algunas veces solo les falta financiamiento. Oreas veces falta someterlas al rigor del análisis de
factibilidad.
En segundo lugar, habría que someter al conjunto de ideas y proyectos a una selección basada en ciertos
criterios de evaluación previamente determinados. Estos criterios, para ser realistas, tienen que ser
criterios políticos, económicos y operacionales. Hay que reconocer que para que las autoridades locales
o nacionales tiene que existir algún tipo de beneficio político, además de los beneficios que
naturalmente tienen que esperarse en los niveles social y económico. Finalmente, puede haber un
proyecto excelente desde un punto de vista político, económico y social, pero que no sea realizable
porque no hay quien lo haga ni quien pueda administrarlo.
Estos criterios deben combinarse de manera especial en cada lugar y en cada circunstancia específica.
Una vez definido el juego de criterios, se puede analizar el inventario de proyectos y obtener una lista de
prioridades que tendría que ser integrada dentro de un esquema global de financiamiento en el cual se
combinaran todos los requerimientos financieros dentro de un calendario de solicitaciones. Como
última etapa, habría que programar la ejecución de los proyectos y armonizar los programas de trabajo
de cada uno de los proyectos aprobados.
La propuesta de pensar en planes de inversión de plazo medio en vez de planes reguladores e basa en
que el proyecto de inversión urbana es lo único real y tangible con lo que se cuenta. Se construyen
constantemente calles, viaductos, sistemas de agua potable y alcantarillado, instalaciones eléctricas,
edificaciones y estructuras de todo tipo; pero estos proyectos generalmente no se coordinan entre sí, ni
mucho menos se estudian los efectos que pueden tener cada uno de estos proyectos sobre el conjunto
de la economía urbana. Es posible que atacando los problemas desde el nivel de proyectos se pueda
ejercer una presión sobre el sistema institucional, lo que permitiría aproximarse al desarrollo urbano de
una manera más racional que tratando de operar desde arriba, con una visión demasiado ambiciosa y
frecuentemente poco realista.
El énfasis principal de este procedimiento alternativo está en los aspectos institucionales del desarrollo
urbano. Las ciudades contemporáneas no son, en realidad, organizaciones políticas. Se trata de
comunidades, de grupos de personas, de instituciones que no están organizadas políticamente. Ni
siquiera existe un sistema que permita enfrentar y armonizar los intereses divergentes de los diferentes
grupos urbanos; muchas veces algunos de estos grupos no tienen siquiera medios de expresión propios.
Lo mínimo que tendría que buscarse es un mecanismo por el cual estos intereses fueran compatibles y
esto no existe en la comunidad urbana, por lo menos en América Latina.
En las ciudades de todo el mundo, no solamente en América Latina, existe un bajo nivel de participación
colectiva. La gente no sabe –o muchas veces no le importa- lo que está pasando en su ciudad. El
desarrollo urbano no puede ser privativo de una oficina encerrada en cuatro paredes que nadie sabe lo
que está haciendo ni lo que persigue. Por otra parte, tampoco todo el mundo puede participar en la
formulación de las directrices que deben orientar el desarrollo urbano. tiene que buscarse alguna
solución en la cual sea posible la mayor participación colectiva con la menor obstrucción operacional. Es
decir, como toda la población urbana no puede participar en la formulación de las diversas opciones de
desarrollo, tiene que haber algún sistema de delegación de autoridad que proporcione mecanismos
alternativos de participación en el juego dialéctico que significa la preparación de propuestas y su
aprobación por la comunidad y el gobierno local.
Dentro de este proceso, parece natural referirse a la administración municipal. Las Municipalidades en
América latina constituyen adaptaciones de estructuras administrativas tradicionales que no han podido
alcanzar niveles reales de eficiencia, a pesar de notables excepciones, como la que puede encontrarse
en Medellín que parece indicar enormes posibilidades de mejoramiento. En general las municipalidades
están legalmente capacitadas para cambiar el uso de la tierra, intervenir en el mercado de valores
urbanos, reglamentar la construcción y supervigilar los servicios públicos. En términos reales, la
situación es diferente. Las municipalidades no tienen poder real para controlar el costo de la tierra, que
es uno de los determinantes básicos del desarrollo urbano. En consecuencia tampoco pueden
reglamentar el uso del suelo. Los intereses creados son tan fuertes y poderosos, que hacen
prácticamente imposible que la municipalidad pueda cambiar el estado de las cosas con imposiciones de
tipo administrativo.
Tampoco tiene el municipio poder económico suficiente, pues las municipalidades operan con un
sistema de impuestos locales, pero que, salvo una pequeña fracción, se transfieren al gobierno nacional.
El gobierno central devuelve, después, parte de estos recursos en forma de inversiones con cargo del
Presupuesto Nacional, pero sin participación ejecutiva de la municipalidad o el gobierno local.
es claro que dentro de este sistema, la administración local no puede conducir exitosamente planes o
programas de desarrollo urbano. lo cual explica suficientemente las dificultades de realización de los
planes reguladores teóricamente en vigencia. Para poder planificar el desarrollo urbano es
absolutamente necesario introducir cambios sustanciales en dicho sistema. Puede ser difícil, y no hay
dudas de que lo será, pero no es imposible buscar nuevas formas de relación entre el gobierno central y
los gobiernos locales.
Puede ensayarse por ejemplo, un procedimiento que reduzca la parte de los impuestos locales que se
transfieren al tesoro público central y que, al mismo tipo, conduzca a una reducción de las
transferencias presupuestarias para la construcción de obras públicas locales, dejando en el poder de la
municipalidad la capacidad de definir qué tipo de obras pueden hacerse y cómo se financian. Para lo que
sería indispensable crear un sistema de financiamiento del sector público a los gobiernos locales con
eficiencia y capacidad de acción. Felizmente han empezado a crearse mecanismos financieros de este
tipo en América Latina. En México existe desde hace muchos años el Banco Nacional de Obras y
Servicios Públicos que financia obras municipales. En Honduras existe el Banco Autónomo Municipal. En
Guatemala el Instituto de Fomento Municipal, etc.