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3 - Desarrollo y Medio Ambiente - Pablo Bifani
3 - Desarrollo y Medio Ambiente - Pablo Bifani
Pablo Bifani
Relación Hombre-Naturaleza
No hay duda que uno de los temas más importantes que en la actualidad se discuten es el del
medio ambiente. La inquietud por estos problemas conquistó su lugar en el debate público,
limitándose básicamente a los problemas de la contaminación. Con esta visión restringida de
la problemática ambiental se iniciaron las discusiones previas a la Conferencia de Estocolmo
sobre el Medio Ambiente Humano (1972), entre cuyas actividades preparatorias fue de
especial significado la reunión de Founex (Ginebra, 1971). Allí, por primera vez se intentó
establecer un vínculo entre medio ambiente y desarrollo. La pregunta que se planteaba en ese
momento fue: ¿son medio ambiente y desarrollo dos conceptos excluyentes?, ¿existe una
dicotomía entre ambos?, ¿tiene que considerarse el medio ambiente como parte integral del
desarrollo? De ser correctas las dos primeras, nos enfrentan a una disyuntiva: elegir entre los
objetivos del desarrollo o la meta de la protección y el mejoramiento del medio ambiente. En
cambio, la tercera asigna a la dimensión ambiental implicaciones socioeconómicas y políticas
que obligan a reexaminar los conceptos de desarrollo y medio ambiente y su interrelación
mutua. Así, la aceptación de esta última postura –el medio ambiente es parte integral del
desarrollo– plantea la necesidad de definir cómo y a través de qué elementos, estructuras,
acciones y fenómenos se hace manifiesta la relación medio ambiente-sociedad-desarrollo.
Uno de los logros más importantes de la Conferencia de Estocolmo fue demostrar que las
políticas aisladas o las medidas ad hoc, dirigidas a la solución parcial de los problemas
ambientales, estaban destinadas al fracaso a largo plazo. Ello es claro en algunas de las
llamadas crisis (p. ej, las de energía y alimentos) en que las interrelaciones entre componentes
ambientales y sociopolíticos se manifiestan concretamente. El enfoque iniciado en Founex y
Estocolmo, que se hizo explicito luego en la declaración de Cocoyoc (México, 1974) y que
culmina con el informe Brutland, fue clarificando cada vez más la relación orgánica existente
entre el medio ambiente físico y los aspectos económicos, sociales y políticos que definen un
determinado uso de la naturaleza y de los recursos naturales. Tal relación se manifiesta en
estructuras e instituciones, en objetivos y políticas, en planes y estrategias, tanto a nivel
nacional como internacional.
El desarrollo humano se caracterizó por un constante incremento de la capacidad
cognoscitiva del hombre y de su poder para actuar sobre la naturaleza. Pero, ese poder se vio
enfrentado a un encadenamiento dinámico de fenómenos y situaciones que lentamente se hizo
más evidente, planteándole nuevas exigencias respecto a sus acciones e instrumentos y a su
manera de concebir y conceptualizar la realidad. Preservar en un conocimiento “lineal”,
compuesto de innumerables disciplinas paralelas, no alcanza a cumplir ya sus objetivos
científicos ni prácticos. El indispensable proceso de desarrollo supone complementariedades
y transformaciones que se dan en universos interdependientes. Las políticas tendentes a
frenar la creciente acumulación de desechos de todo tipo, las aglomeraciones urbanas
irracionales o el agotamiento de recursos básicos, no pueden ir contra el proceso de
desarrollo, sino más bien orientarlo, armonizándolo y adecuándolo al medio ambiente, el cua
es el que determina las posibilidades del desarrollo social y expansión económica en el largo
plazo. La complejidad creciente de las interrelaciones entre fenómenos hizo que la relación
sociedad-medio ambiente se plantee como un problema mundial que, desbordando lo
puramente físico y natural, atañe por igual a todos los sistemas socioeconómicos y a todos los
grupos sociales; esta complejidad también preocupa a todas las ideologías. Es una relación
cuya comprensión sobrepasa el ámbito de las ciencias particulares, exigiendo un constante
esfuerzo de integración interdisciplinaria.
La relación hombre-medio ambiente natural es una relación unitaria, que implica una
interacción recíproca entre ambas entidades, que aisladas de su dialéctica carecen de sentido.
No hay un medio ambiente natural independiente del hombre: la naturaleza sufre siempre su
acción transformadora y a su vez lo afecta y determina en un proceso dialéctico de acciones e
interacciones. La historia del hombre fue la búsqueda constante de instrumentos y formas de
establecer relaciones con la naturaleza y, a través de este proceso histórico, la fue utilizando y
adaptando a sus necesidades. Esta modificación permanente de la naturaleza afecta a la vez al
hombre, originando cambios en sus condiciones de vida y en las relaciones con sus
semejantes. Dentro de este proceso dialéctico de influencias recíprocas, la relación hombre-
naturaleza no se da en términos abstractos, sino del hombre en tanto grupo social, parte de un
determinado sistema social, en un medio ambiente específico. La relación del hombre con la
naturaleza y la transformación que deriva de esta relación es un fenómeno social. No existe
una escisión entre sociedad y naturaleza o, entre sistema social y sistema natural, debiendo
éstos ser concebidos como partes de un todo, como dos subsistemas interrelacionados,
integrados a un sistema mayor. El contexto general dentro del cual se mueve el hombre está
determinado por un lado, por aquellos fenómenos físicos, geofísicos, biológicos, químicos,
etc., que plasman una realidad ambiental y cuya dinámica es la de los fenómenos naturales, y
por otro lado, por la presencia de la actividad humana, que define la realidad social que –al
transcurrir en una dimensión histórica– transciende el medio natural. Aceptando esta
interdependencia hombre-sociedad-medio ambiente, surge la necesidad de enfrentar la
problemática ambiental dentro de sistemas analíticos comprensivos, que representen, en
forma adecuada, esa realidad que históricamente se fue integrando hasta alcanzar una
dimensión planetaria. A lo largo de la historia, la acción del hombre sobre los procesos
naturales fue materializando en lo que podría llamarse un medio ambiente construido, que se
superpone al medio ambiente natural: el proceso social-histórico se realiza en un lugar dado,
en un espacio que preexiste a la vida humana y a cualquier sociedad. Es el espacio físico,
natural o, en su acepción más común, del medio ambiente. Con el devenir histórico se va
creando otro espacio que está determinado por las relaciones humanas y por su modo de
organización social. Junto al espacio físico preexistente se construye un espacio social.
Ambos están estrechamente interrelacionados, a tal punto que no es posible distinguir el uno
del otro de no mediar un proceso analítico.
Estas consideraciones permiten concebir la relación medio ambiente-sociedad dentro de
una dimensión espacial, y a la vez hay es importante tener presente la dimensión temporal
subyacente a la interacción entre ambas entidades: la relación sociedad-naturaleza no tiene
sentido único; se trata de un proceso esencialmente recíproco y cambiante. La intervención
del hombre sobre el medio ambiente y las consecuencias que de ello se derivan, transcurren
dentro de un continuo temporal. Es preciso conocer las relaciones en sus movimientos, en su
dinamismo, teniendo en cuenta que la acción del sistema social está ligada a su historia y a
los tipos de organización que el grupo adopta en un momento específico. En la dimensión
temporal hay dos tipos de tiempos: el tiempo en que transcurre la sociedad humana y el de los
sistemas naturales. El primero corresponde a la realidad social, que va generando su propia
sucesión a través de un proceso dialéctico, originando nuevas relaciones entre los individuos
y nuevos mecanismos de regulación del proceso social y natural. Este recurso temporal está
organizado en secuencias, cuyo término está definido por el cambio cualitativo que resulta de
la interacción dialéctica producida en su seno. El proceso social se realiza dentro del ámbito
natural representado por el conjunto materia-energía, constituyentes de la biosfera. Este
conjunto tiene también su tempo determinado por la duración de los fenómenos biológicos,
físicos, geofísicos y químicos. Su realidad temporal es anterior a la de los fenómenos sociales
y su ritmo es diferente. Las manifestaciones naturales son de muy largo transcurso respecto al
cambio cualitativo, pero también pueden ser súbitas y violentas, alterando por completo un
proceso y afectando profundamente la base natural sobre la que se asienta la vida humana.
Por otro lado, la realidad social y la acción humana van modificando la naturaleza a un ritmo
determinado de gestación y maduración previa a su manifestación percibible. Se gestan así
cambios en el sistema natural acordes a una realidad temporal propia del sistema social. La
realidad social es regulada y modificada por el grupo de acuerdo con su forma de
organización, su sistema económico y su universo valórico. La realidad natural es regulada a
su vez por la dinámica de los fenómenos naturales. Entre los sistemas sociales y el medio
natural hay un mediador: la tecnología; cada vez en mayor medida el grupo social usa este
mediador para obtener los bienes que requiere la satisfacción de sus necesidades. Esas
necesidades cambian, dependiendo de las pautas culturales, de las estructuras económicas, de
las características políticas del sistema social en cada momento histórico y del proceso de
desarrollo. Se va produciendo una progresiva diversificación y una complejidad creciente en
las necesidades sociales, que requieren, para ser satisfechas, un proceso productivo más
sofisticado; con eso, la relación sociedad-medio ambiente se torna más intrincada e
interdependiente.
La mayor complejidad de las relaciones medio ambiente-sociedad se manifiesta
históricamente en distintas formas de producción y en una red cada vez más estrecha de
relaciones entre ellas. La creciente integración del sistema mundial introduce en este proceso
dinámico un nuevo elemento: las acciones del hombre sobre un determinado ecosistema
natural, en un espacio geográfico definido, afectan otros sistemas naturales, a veces muy
distantes. Así, el proceso decisional en el mundo de hoy se realiza en espacios sociales,
económicos y naturales, diferentes y geográficamente distantes de aquellos en los que
prácticamente se ejecutará. Se conforman sistemas más globales de relaciones en los que la
dinámica entre medio ambiente y sociedad deja de ser inmediata para verse afectada, influida
o determinada por las acciones de otros grupos sociales distantes espacial y temporalmente.
Se deduce que medio ambiente y sociedad no sólo se deben analizar en su dimensión
espacial, sino también en función de los periodos históricos por los que atraviesan y por las
formas de organización social que se adoptan en cada uno de ellos. Espacio y tiempo son las
dimensiones en que coexisten el sistema social y el sistema natural, no como categorías
abstractas, sino como entidades reales de un proceso concreto. En este contexto, periodos
históricos y sistemas espaciales de relaciones generan sus propias estructuras conceptuales
que, en el marco de formas de producción específicas, dictan estrategias de desarrollo y
procesos de gestión del medio ambiente. No hay una ciencia que sea independiente de un
determinado contexto ideológico, sino una relación funcional entre ciencia e ideología. Así,
en el estudio de esa relación, hay que explicar cuáles son los objetivos subyacentes de la
forma de conceptualización utilizada para definir la relación sociedad-medio ambiente. Las
ciencias económicas no se ocupan en forma explícita de dicha relación, y esta subyace, en la
interpretación o en el análisis del fenómeno económico y en los supuestos que en él se
adoptan. Por otra parte, el concepto de desarrollo es un tópico relativamente reciente, no
definido por los clásicos, ignorado por los neoclásicos y asimilado al crecimiento económico
por los Keynesianos.
En general, las ciencias económicas reflejan una determinada ideología y responde a la
interpretación que, en función de esa ideología, se hace de una específica situación histórica
cada doctrina económica estuvo condicionada por la circunstancia de su tiempo. La relación
entre la realidad y el pensamiento económico es un proceso dialéctico, que hace que el
contenido doctrinal de la ciencia económica vaya cambiando a medida que cambia la
sociedad. Si la realidad está constituida por lo natural y lo social en su interrelación mutua, a
relación medio ambiente-desarrollo es ineludible, íntimo e inseparable. Esto implica que no
es posible interpretar el fenómeno del desarrollo prescindiendo de la dimensión ambiental y
que tampoco es posible alcanzar objetivos y metas del desarrollo sin explicar la dimensión
ambiental. Toda concepción de desarrollo que proponga y oriente la actividad económica y
social hacia determinados objetivos, ignorando el contexto ambiental del sistema social,
llevará a un proceso de deterioro del medio natural que, en el largo plazo, frustra el logro de
los objetivos socioeconómicos. Así, en el largo plazo, las consideraciones de orden ambiental
no pueden ser ignoradas so peligro de que el proceso de desarrollo se vea comprometido. Una
concepción estrictamente ecologista o ambientalista, que haga abstracción del sistema social,
sus conflictos en términos de poder, sus desigualdades y sus desequilibrios, ocasionará un
deterioro del medio ambiente, al no considerar los factores causales de orden social y
económico que dan origen a este deterioro y al aplicar criterios de racionalidad ecológica
ajenos a los objetivos sociales. Así, la sociedad opulenta explotará al máximo el medio
ambiente para satisfacer necesidades suntuarias o superfluas, mientras que los más
necesitados lo deteriorarán en su afán de proveerse con el mínimo requerido para subsistir.
Los objetivos de desarrollo económico y social deben sustentarse en un manejo adecuado del
medio. El medio ambiente es el conjunto de recursos que pueden ser explotados con
racionalidad económico-social y ambiental, para el logro de objetivos de desarrollo válidos a
largo plazo. Este enfoque llega a un concepto de desarrollo que implica la necesidad de un
proceso armonioso con el medio ambiente que a la vez o sacrifica sus objetivos sociales
fundamentales. Esta concepción de desarrollo exige una revisión del concepto mismo para
considerar la dimensión ambiental y del alcance de otros conceptos que fueron asimilados al
de desarrollo, para manifestar la ideología implícita en cada uno de ellos y los modos de
gestión y acción consiguientes. En ellos se subrayó uno o más aspectos del problema, pero
nunca su totalidad. Hay que destacar que cada interpretación del término conlleva una
política definida; la aceptación de un determinado concepto presupone una orientación en la
acción futura. De ahí la necesidad de precisar la concepción de desarrollo frente a otros
conceptos que pertenecen a cuerpos teóricos diversos. Así, desarrollo y riqueza son conceptos
similares para algunos. Para otros, desarrollo equivale a riqueza e industrialización. Otros
identifican desarrollo con riqueza y tienden a definir una política que maximice la riqueza,
mientras que los que asocian el desarrollo con la industrialización propiciarán la creación de
industrias, y quienes identifican desarrollo y crecimiento promoverán un proceso de
expansión económica. Cada uno de estos conceptos tiene sus raíces en interpretaciones
económicas elaboradas en determinados momentos históricos.
El concepto de riqueza es uno de los términos más socorridos cuando se comparan diversas
situaciones socioeconómicas. Se habla de país rico y de país en vías de desarrollo o país
pobre. Se tiende a calificar situaciones específicas de un momento dado, como si fueran
inherentes a ciertas condiciones naturales que hacen que un país sea rico o pobre. Tales
interpretaciones propenden a ignorar la dinámica del desarrollo, asentándolo sobre una
concepción estática y dada de potenciales naturales, independientes de la acción humana. El
concepto de riqueza está presente en las teorías económicas mercantilistas, fisiocráticas y en
todo el pensamiento de la escuela clásica; también es un elemento importante en la
interpretación del proceso de crecimiento económico, con frecuentes referencias a la
naturaleza. por un lado, la riqueza es vista fundamentalmente como un producto de la
naturaleza y, por otro, las leyes de los fenómenos naturales tienden a ser asimiladas o
impuestas a la dinámica social. La naturaleza es vista como infinita e ilimitada, lo que supone
que el proceso de apropiación de sus productos tampoco tiene límites. Tal concepción está
vigente en todos los enfoques que tienden a ver en la naturaleza algo dado y a considerar su
contribución al proceso productivo, sólo, en términos de “externalidades” en el cálculo de
costes y beneficios. Los fisiócratas (rechazando el concepto mercantilista de riqueza, en el
sentido de acumulación de metales preciosos fácilmente convertibles en armas y en poder
militar) subrayaron la dependencia del hombre con respecto a la naturaleza. En esta
afirmación se manifiesta el dogma que influiría profundamente en Adam Smith y n las
doctrinas económicas clásicas y que aún es válido para algunos pensadores y políticos de
nuestros días: el del orden natural como el más ventajoso para el género humano. El orden
natural es entronizado como elemento dinamizador del orden social. El devenir y el acaecer
natural suplantan la intencionalidad del universo construido, favoreciendo la inercia del
sistema y así, el mantenimiento de un statu quo. La teoría del valor tradicionalmente se
preocupa de la determinación de los precios de mercado y de la forma en que afectan el
proceso de asignación de recursos. En la medida que la teoría supone que el interés privado
del consumidor o sus deseos se manifiestan en el mercado y en el proceso de toma de
decisiones de los individuos, determinando así los precios, resulta que dichos precios, además
de representar el valor de mercado de los bienes y servicios, representan también su utilidad,
es decir, su valor de uso y valor económico, al mismo tiempo que preferencias estéticas y
valorativas. Esta confusión fue observada Smith, cuando señaló que la palabra valor tiene dos
significados: unas veces expresa la utilidad de un objeto particular, y otras la facultad de
adquirir otros bienes que confiere la posesión de aquel objeto. El primero de estos
significados corresponde al valor de uso y el segundo al valor de cambio.
Smith y sus seguidores se alejan del pensamiento fisiócrata ya que ven en el trabajo
fuente fundamental de riqueza. En el incremento de esta riqueza veía Smith el proceso de
crecimiento y desarrollo de la sociedad, el cual era posible merced a la división del trabajo,
misma que se originaba, según él, en la destreza perfeccionada, el ahorro del tiempo y la
aplicación de maquinaria. Las perspectivas económicas que se planteaban en ese momento
con la revolución industrial y la incorporación al mundo de las colonias americanas explican
la confianza de Smith en un crecimiento prácticamente sin límites, aun cuando reconocía que
un proceso de expansión puede llevar a una disminución de los beneficios y a dificultades
crecientes para asignar estos beneficios en forma productiva. Pero, esa posibilidad le parecía
demasiado remota. Por consiguiente, el “estado estacionario”. Smith, en cierta medida, aceptó
la inevitabilidad del estado estacionario al afirmar que el incremento del capital, en cualquier
país, va provocando una reducción de las ganancias y se hace cada vez más difícil encontrar
un empleo para dicho capital, llegando así un momento en que la expansión se detiene y la
acumulación de capital queda limitada a la sustitución de equipos. Parece claro que tal estado
estacionario no está determinado por un límite físico natural, sino por una tendencia inherente
a la expansión económica del sistema capitalista. La incorporación del factor poblacional por
Malthus y la teoría de los rendimientos decrecientes de Ricardo permitirían a John Stuart Mill
la primera sistematización clara del concepto de estado estacionario. La discusión sobre valor
de cambio y valor de uso, descubre elementos que clarifican la concepción del medio
ambiente y, en general, de la naturaleza en el pensamiento económico: si el valor de cambio
se explica por la abundancia o escasez relativa de los bienes, el medio ambiente, al ser
abundante e ilimitado, no tiene un valor de cambio; es decir, no tiene un precio, aun cuando
se le reconoce su utilidad en la satisfacción de las necesidades humanas. Un segundo
elemento importante que Ricardo incorpora deriva de su preocupación fundamental: la
distribución (“problema principal de la economía”) que tiene relación con la propiedad
privada de los recursos naturales. Los conceptos de propiedad y escasez son examinados por
Ricardo, que rechaza el argumento que ambos conceptos son sinónimos y demuestra cómo la
escasez relativa de un bien puede dar a una persona mayor riqueza en la medida que dicha
persona es poseedora de un recurso escaso. El mayor valor que éste tiene, debido a su
escasez, le permite disponer de más bienes y de más satisfacciones. Pero a la vez esta mayor
riqueza individual no se traduce en una mayor riqueza para la sociedad, y sí, en cambio,
puede traducirse en un empobrecimiento de esa sociedad como en todo.
Se van sentando así elementos básicos de todo el pensamiento económico que son los
pilares del sistema capitalista contemporáneo: los conceptos de escasez, valor de cambio y
propiedad privada de los recursos productivos. En la medida que tales conceptos sean
relevantes al medio ambiente, éste será considerado explícitamente en el análisis; es decir, en
la medida que los bienes naturales sean escasos, tengan un valor de cambio (expresión de
mercado) y sean susceptibles de apropiación por los particulares, serán considerados por el
análisis económico. David Ricardo basó su concepción del crecimiento en lo que John Stuart
Mill consideró como la proposición más importante de la economía política, que es la ley de
los rendimientos decrecientes. La causa de éstos radica en el hecho de que, con el aumento de
la población, se incorporan a la producción tierras y recursos de calidad inferior, localizados
desfavorablemente o, en general, cuya explotación sólo es factible a costes mayores. Este
paulatino proceso de incorporación de recursos de menor calidad implica que llega un
momento en el cual la explotación se hace a costes tan altos que son socialmente
inaceptables. El planteamiento no implica sólo una concepción de cantidad finita de recursos,
sino que los problemas de calidad se incorporan para definir el recurso. Así, resulta que el
coste de los productos alimenticios sube constantemente, lo cual obliga a incrementar los
niveles de salarios para mantenerlos a niveles de subsistencia. El alza de los salarios
repercute en la distribución de la renta del país, mediante la reducción de la tasa de beneficio,
lo cual implica que el proceso de acumulación tiende a decrecer, llegando un momento en
que la acumulación termina y con ella el crecimiento, encontrándonos así en el estado
estacionario. Ricardo acepta el planteamiento de Malthus sobre el crecimiento de la
población y lo combina con su teoría de los rendimientos decrecientes para explicar un
proceso de cambio económico de largo plazo que conducía a una situación estacionaria.
Malthus planteó el problema del crecimiento demográfico en relación con la disponibilidad
de recursos y en especial con los alimenticios. En circunstancias que la población crece en
progresión geométrica (exponencial), la producción de los alimentos lo hace en progresión
aritmética (lineal), con lo cual, siendo finitos los recursos naturales, es inevitable el
advenimiento de una situación de crisis en que los recursos alimenticios son insuficientes,
siendo el único remedio posible una reducción de la población.
Las condiciones de sistemas cerrados, que se mueven gobernados por principios mecánicos,
se reforzarían con la utilización acabada del instrumental matemático disponible que
permitiría, finalmente, la concepción del equilibrio general, y darían lugar al desarrollo de
una metodología específica: el análisis marginal y la microeconomía. La teoría subjetiva del
valor proporciona la visión atomista de una sociedad donde la suma de individuos da también
una visión de la realidad. Al aceptar este principio, la economía puede reducirse al estudio de
algunas de sus partes susceptibles de cuantificación, con ayuda de construcciones analíticas
abstractas, en las que cada variable del sistema se analiza individualmente, desligada del
sistema de que es parte integral. Leon Walras fue uno de los economistas que diera más
impulso al uso de la matemática en economía, combinando la teoría de la utilidad marginal
con la del equilibrio general, teoría que lograría su mayor refinamiento con Wilfrido Pareto,
sucesor suyo en la cátedra de economía de Laussanne. Pareto se dedicó a la economía
después de veinte años de profesión de matemático e ingeniero. El cálculo diferencial se
transforma en una de las herramientas predilectas de los economistas, siendo un ejemplo su
aplicación al análisis marginal. Alfred Marshall llega al campo de la teoría económica
poniendo especial acento en el uso del cálculo diferencial: “nuestras observaciones de la
naturaleza, se refieren no tanto a cantidades totales, sino a incrementos de cantidades”. Con
esta premisa elaboró y desarrolló el análisis marginal y sus teorías sobre el equilibrio parcial
y total. Este enfoque matemático refuerza la argumentación ideológica de concentrar y
restringir el objeto de la ciencia económica a lo cuantitativo, relegando o ignorando lo
cualitativo. Tal dimensión cuantitativa se circunscribe más con Pigou, quien señala la
necesidad de limitar el objetivo exclusivamente a lo mesurable en términos monetarios. La
utilización del instrumental matemático facilita el análisis marginal y microeconómico, es
decir, un análisis basado en el comportamiento de la unidad económica y de ciertos supuestos
concernientes a éste. A partir de ese análisis de la unidad económica se infiere un
comportamiento que se considera válido para el sistema como un todo. Así, el análisis del
comportamiento del consumidor individual sustancia la teoría de la demanda, al paso que el
análisis del comportamiento de la firma es la base para la teoría de la oferta. Ambas teorías e
basan siempre en la acción de las unidades económicas y de su comportamiento. En este
análisis, el comportamiento racional tendente a la maximización del beneficio o a la
minimización de los costes es la base de todo tipo de decisión. La maximización del bienestar
supone la posibilidad del individuo de jerarquizar sus posibles objetivos en un orden de
preferencias que define una función de bienestar individual, cuya suma permite obtener la
función de bienestar total de la sociedad o función social de bienestar.
El planteamiento neoclásico establece que la acción racional de las diferentes unidades
del sistema económico, orientadas al logro de su bienestar individual, lleva al sistema de una
situación “óptima de equilibrio” definida en términos paretianos. El óptimo de Pareto se logra
en el mercado cuando, después de algún cambio, el resultado de la suma algebraica entre
«ganadores» y «perdedores» revela que los «ganadores» compensan con creces a los
«perdedores». Pareto definía como una posición óptima aquella en la cual no se puede
mejorar la situación de dos partes al mismo tiempo. Este límite, más allá del cual no se puede
proceder a intercambios que beneficien a los protagonistas, halla su traducción formal en la
condición según la cual las relaciones de unidades marginales de los bienes objeto de
intercambios deben ser iguales a la relación de sus precios. La teoría del óptimo de Pareto es
el desarrollo de la teoría del equilibrio general de Leon Walras; según éste, dadas dos
mercancías en un mercado de competencia perfecta, la satisfacción máxima de las
necesidades y el máximo de utilidad efectiva se lograrán cuando la relación de intensidad de
los últimos deseos satisfechos, o la relación de su escasez, sea igual al precio. Se acepta un
cambio en una variable del sistema en situación de ceteris paribus, es decir, manteniendo
constante el resto del sistema pero como el sistema es un todo interrelacionado, las decisiones
y los cambios que se tomen o se realicen en cualquiera de sus partes, afectan al sistema en su
totalidad. Así, si se considera el resto de los elementos estructurales del sistema, el análisis
marginal falla; y sí además del sistema económico, se consideran los efectos sobre el sistema
natural y social, las deficiencias del análisis adquieren connotaciones graves. La teoría del
equilibrio general de Walras define qué precios prevalecerán para alcanzar una situación de
equilibrio en los mercados, dada una serie de supuestos; pero es incapaz de explicar cuáles
son los movimientos de los precios que llevan a esa situación de equilibrio, que luego Pareto
definiría en términos de óptimo. La explicación de la dinámica del proceso es así ignorada.
La teoría del equilibrio, ya sea en su forma parcial o en su enunciado general, es una teoría
estática. Los supuestos básicos del análisis son competencia perfecta en el mercado y
divisibilidad total de recursos y productos. Tales supuestos ponen de manifiesto el aspecto
más importante de la teoría, la capacidad del mercado para conducir a un óptimo económico
en el sentido de Pareto, en condiciones tales que toda la influencia económica de la conducta
de una persona sobre el bienestar de otra persona se transmite a través de su impacto sobre
los precios del mercado; es decir, el equilibrio en una economía perfectamente competitiva
tiende hacia una situación de óptimo, excepto cuando las interdependencias entre los factores
de la economía no se operan a través del mecanismo del mercado. Estas interdependencias
que no se manifiestan a través del mecanismo del mercado son denominadas generalmente
«externalidades» y pueden ser positivas: economías externas, o negativas: deseconomías
externas.
c) El concepto de externalidades
Los problemas de orden social y los que tienen relación con la naturaleza –que escapan al
mecanismo del mercado– no tienen una expresión monetaria y pasan a ser absorbidos por el
concepto de externalidades. La consideración de múltiples fenómenos sociales y los del
deterioro ambiental, nos enfrentan con una serie de interdependencias que no se manifiestan
en el mercado y que tienen un carácter acumulativo que tiende a alejar el sistema de cualquier
tipo de óptimo, en especial si esas interrelaciones se traducen en efectos negativos. Esas
interrelaciones se realizan al margen del mercado y, por lo tanto, no son susceptibles de
medición en términos monetarios. Estos efectos externos, o externalidades, aparecieron en
1925 en la literatura económica con los Principios de Marshall y en relación con los
movimientos hacia abajo de la curva de oferta de la industria competitiva. La preocupación
de Marshall derivaba de su concepto de la firma representativa y la noción de costes
constantes. Marshall observó reducción en los costes que no eran resultado de las decisiones
de la firma, sino que se originaban fuera de ella o se derivaban de la expansión de los
mercados, acceso a la mano de obra, mejores niveles de salud, educación y cultura provistos
por otras firmas o por la industria como un todo. Como consecuencia, el alcance primitivo del
concepto se refiere a efectos que son externos a la empresa, pero muchas veces internos de la
industria. El concepto de externalidades fue desarrollado por diversos autores, Schitovski cita
cuatro tipos diferentes de interdependencia directa, uno de los cuales define como
externalidades. A su vez, Meade desarrolla el concepto de Schitovski, al que califica como
externalidad de tipo tecnológico. Siguiendo a Mishan, el concepto de externalidades se define
en términos de la respuesta de la producción de una empresa, el beneficio (pérdida), o la
utilidad (desutilidad) de una persona frente a la actividad de las otras; es decir, el hecho de
que exista un efecto externo quiere decir simplemente que la actividad de una unidad
económica repercute sobre la actividad de otras, modificando consecuentemente la actitud
que estas últimas adoptan. Esta interacción no se produce necesariamente a través del
mercado, sino que reconoce un fenómeno de interdependencia directa. El carácter
fundamental de esta “interdependencia” directa es su “no intencionalidad”: el efecto no se
produce en forma deliberada, sino que “resulta” como consecuencia de acciones orientadas a
otros objetivos. Esta supuesta “no intencionalidad” se traduce en la forma de enfrentar el
problema y en las medidas de política económica. Las interdependencias pueden tener efectos
positivos o negativos, que definen a su vez externalidades positivas o negativas y –lo que es
importante, desde el punto de vista del medio ambiente –, reversibles o irreversibles.
La incapacidad del análisis económico para visualizar el problema de las externalidades
en términos de efectos sobre el medio ambiente y el sistema social, fuera del mecanismo de
mercado, es el hecho de que se enfoca el problema sólo desde el restringido punto de vista del
análisis tradicional de los precios de equilibrio explica las fallas de la política económica
convencional para enfrentarse a estos problemas. La economía tradicional falla por no tomar
en cuenta la evidencia empírica y no considerar la naturaleza de las relaciones de causalidad
que permiten la comprensión de los problemas ambientales, el despilfarro y los costes
sociales. El análisis sigue concentrado en las relaciones recíprocas, voluntarias y mecánicas
de las unidades microeconómicas. La teoría económica se preocupa por los problemas de la
asignación de recursos, la producción, el intercambio y la distribución, ignorando que no
ocurren en un sistema económico cerrado con sólo efectos menores, despreciables en el
medio ambiente humano y natural. El análisis se concentra en las relaciones reciprocas,
voluntarias, de las unidades microeconómicas. La concepción del sistema económico como
cerrado es una ficción que se contradice el hecho concreto de que la elección, la decisión y la
conducta no son autónomas, sino que están moldeadas por sectores dominantes que
responden a intereses que orientan tales elecciones y decisiones. No son despreciables ni
mínimos los efectos que la producción y la distribución tienen sobre el medio ambiente y la
sociedad. Hoy es claro que tales efectos son consecuencia del proceso de crecimiento y que el
sistema analítico, al ignorar esos efectos indirectos, genera decisiones que fallan en la
asignación de recursos y que, por lo tanto, no mueven el sistema hacia un óptimo en términos
de bienestar social. La solución simplista a este problema consiste en internalizar las
externalidades mediante la asignación de precios a los daños (o beneficios) que surgen de las
interdependencias indirectas del sistema. El argumento usado es que el mercado funciona de
manera adecuada y que lo único que falta es dar una expresión monetaria a lo que cada
individuo esté dispuesto a sacrificar para conservar las ventajas obtenidas, o para obtenerlas.
Los medios para lograrlo consisten en fijar ciertas normas que traducen un estado del medio
ambiente que es considerado como aceptable, en términos de calidad, para los consumidores.
Un sistema de multas e impuestos, o derechos de contaminación, primas y subsidios por
reducción de la contaminación, da indirectamente un valor a esa calidad ambiental. Esta
“solución” mecánica no responde a la naturaleza del problema y refleja el fracaso del
mecanismo del mercado y la incapacidad de la teoría convencional para explicar ciertos
fenómenos y recomendar la política de acción. Frente a la situación actual, ni los supuestos ni
los conceptos ni las conclusiones del análisis neoclásico tienen las virtudes de que hacen
alarde. Estos supuestos, conceptos y conclusiones no son neutrales ni objetivos y sí son
desorientados y apologéticos. Desconocen hechos reales y tienden a distraer la atención de lo
que es importante considerar o investigar. Así, impiden la interpretación y formulación de los
problemas en forma adecuada y el desarrollo de criterios realistas de acción. Estos problemas
no se solucionan dentro de un análisis que insiste en ignorar las características del sistema
real, examinando sus fenómenos en términos estáticos o como una simple relación mecánica.
Problemas similares a los mencionados surgen de las interpretaciones del desarrollo a que la
teoría da origen. La concepción del desarrollo que se deriva del pensamiento de Marshall es
la resultante del esfuerzo de combinar un enfoque naturalista de devenir de la sociedad con
un enfoque conceptual y metodológico fundamentalmente mecanicista. Marshall reconocía la
existencia de un proceso de cambio evolutivo en la sociedad humana conforme a las
características de los sistemas naturales, es decir, un cambio cualitativo lento gradual. Este
postulado básico asume un principio de continuidad que facilita la utilización del
instrumental matemático y tiende a justificar un enfoque ideológico de tipo determinista, en
tanto niega las posibilidades de intervención y legaliza el statu quo. Es una concepción
organicista de extraordinario optimismo que no contempla la posibilidad de un estado
estacionario. Su concepción del desarrollo es recogida luego por Mesarovic y Pestel en el
segundo informe preparado para el Club de Roma. Según estos, la humanidad se ha
caracterizado por un crecimiento inorgánico, encontrándose en este momento en una
encrucijada, en la que tiene que elegir entre un crecimiento indiferenciado o inorgánico “de
carácter canceroso”, o enfrentar el camino del crecimiento orgánico. Así, una concepción
evolucionista implica un movimiento continuo, espontáneo y endógeno, susceptible de ser
examinado con el instrumental matemática, dentro de un sistema cerrado que facilita la
aplicación de los principios de la mecánica clásica. Desde la premisa de que natural non facit
saltus, todo proceso puede ser examinado en términos de variaciones muy pequeñas en partes
aisladas del sistema, justificando así la metodología del análisis marginal y los supuestos de
ceteris paribus, en que todos los elementos del sistema se mantienen constantes cuando una
de las variables cambia. Esto se debe a que la concepción de cambio infinitesimal no se
presenta sólo en términos de cambio de la variable manejada, sino que también se refiere a
una unidad infinitesimal de tiempo. Desde este predicamento, las consideraciones de corto
plazo priman en el análisis económico. Los supuestos de ceteris paribus, como pieza
fundamental del análisis, facilitarían y promoverían la elaboración de modelos estáticos. Con
los neoclásicos desaparece el análisis de la sociedad como un proceso dinámico. Pero,
históricamente, el desarrollo se manifiesta a través de cambios bruscos, de situaciones críticas
que distan de ser armónicas. A eso se suma el hecho de que el desarrollo incluye
implícitamente la necesidad de una apertura del sistema, en la que su devenir se ve alterado
positiva o negativamente por influencias externas al mismo. El desarrollo y los cambios y
transformaciones que se producen en los sistemas sociales y naturales se propagan por el
espacio, afectando grupos sociales, mediante flujos de información, materia y energía que
circulan entre los diferentes subsistemas. Así, sistemas caducos pueden ser reemplazados por
otros diferentes a los que tenderían a existir a través de meros procesos evolutivos, graduales
y naturales. El concepto de sistema abierto tiene dos dimensiones, una se refiere a la apertura
hacia el exterior, es decir, a la posibilidad de influencia o presiones de otros sistemas. La otra
se refiere a una disposición interna favorable a la acción deliberada, e intencional, que
incluye la posibilidad explícita de la acción colectiva y, rechazando el determinismo de los
procesos naturales, es capaz de producir desequilibrios y cambios estructurales en la
dinámica del sistema. Así el cambio se debe, sea a una acción interna o a la influencia de
sistemas externos, a la combinación de ambas acciones. El determinismo implícito en la
concepción evolutiva reduce al mínimo las posibilidades de elección y la elección de metas,
que es la que confiere orientación y direccionalidad al sistema. El desarrollo es en sí un
proceso que niega el determinismo, exigiendo la elección de metas, objetivos y la definición
de estrategias para su logro; la elección no es ilusión, sino una posibilidad real que se da
dentro de un sistema abierto y susceptible de control.