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Homero - Heslono - Séroc.es - Oui y oTROs @aeras ae acceso gla mano de Dios? 1986. Campeonato Mundial de Fiitbol en México. El equipo ar tino avanza con éxito hacia la final: Diego Armando Maradona, €1 capicin del scleccionado, deja al mundo con la boca abierta ante la habilidad y ante la inteligencia de su juego. A medida que los ri- vales quedan en el camino, la fe de los “hinchas” crece, y la figura del jugador adquiere la dimensién de un héroe sagrado. De todos los partidos, el que se espera con més ansiedad es el que enfrenta a la ‘Argentina contra Gran Bretafla, que habla vencido a aquella hacia cuatro afios en la dolorosa Guerra de las Malvinas. El primer gol an- te el equipo inglés, Diego lo ejecura con la mano, “la mano de Dios”’, diré el futbolista irénicamente. Al decirlo, no imaginaba que, a los ojos de sus seguidores, no estaba Icjos de la verdad. “Rey del mundo, Diego inmortal”, rezaré el titular de un diario argentino des- pués de la victoria, Aun sus mismos rivales lo aceptan: “Vencidos por el hombre magico”, afirma la primera plana del Daily Mail. Después de la vietoria final contra los alemanes, el idolo vuelve a Népoles, donde lo espera la consagracién definitivas Cémo va a vivir como los demis Maradona en Ndpoes si para la gente stan patrono de la ciudad como San Genaro? ;Cémo si todo es devocién? [...] Muchos aficionados se ataron con eadenas a las verjas en plena calle ‘para que no los desalojaran del lugar donde pasarta Diego Maradona se habia convertido en un mito. ee * Chania, 26 de junio de 1986. © Grinicn, 2 de septiembre de 1986. Qvertas de acceso EI mito clasico En el relato anterior, hemos empleado términos como “fe”, “héroe sagrado”, “gloria”, “la mano de Dios’, “devocién’, que nos remiten al tunivetso de los mitos clisicos. En su definicién mis simple, el mito es un relato de cardeter sagra- do, que resulta siempre fruto de una creacién coleciva, Como en el caso de Maradona, hace falta el consenso de las multitudes para que una fi- gura, o un hecho, alcance la categoria de mito. “Todo mito encierra, tal como afirma Alonso Martin, “un niicleo de verdades naturales que se revisten, con la imaginaci6n y las diversas ex- periencias histéricas de los pueblos, de elementos y escenificaciones més o menos fantésticas”*, Tiene como fuente un hecho real (la vic- toria deportiva de un pais sobre su histérico rival) sobre el cual la fantasia popular urde el relato mitol6gico (la colaboracién de Dios con el equipo vencedor). Con la ayuda de los arquedlogos, los estudiosos se esfuerzan por comprender estos datos histéricos que generaron la explicacién miti- ca. Un caso curioso es cl de los ciclopes, gigantes con un solo ojo que estaban relacionados con el trabajo de los metales. Sobre ellos, afirma el mitdlogo Robert Graves: Los ciclopes parecen huber sido un gremio de los forjadores de bronce de la Hélade primitiva, Ciclope significa “los de ojo anular” y es pro- able que se tatuaran con anillos concéntricos en ta frente, en honor del Sol, la fuente del fuego de sus hornos [...]. Los efclopes tenian también un solo ojo en el sentido de que los herreros se cubren con frecuencia un ojo con un parche para evitar las chispas que vuelan'. * Gitado por Gomez Pérez, Rafael en Los nuevos doses, Espana, Rialp, 1986. « Graves, Robert Los mitasgrego. Buenos Aires, Alianza, 1993. 10 = Daertas ae acceso Si se considera, ademas, cudn primitivos debian ser los métodos para ttabajar los metales, es Idgico suponer que los herreros fueran hombres sumamente fuertes, que el lenguaje del mito transformé en gigantes. Mitos y leyendas Por lo general, las palabras mito y leyenda se utilizan de modo indistinto. Sin embargo, es posible establecer entre ambos algunas diferencias, aunque, en muchos casos, los limites entre una y otra sean imprecisos. El mito esté ditectamente relacionado con lo sagrado, por lo tanto, sus protagonistas son dioses y heroes ligados a esos dioses, que los pro- tegen o los ponen a prucba. Los hechos evocados transcurren en un tiempo impreciso, en el que las deidades tienen un trato directo y cer- cano al hombre, como Atenea, que ayuda a su héroe favorito, Aquiles, en la guerra de Troya. En las leyendas, no existe tal proximidad a los dioses y, aunque curren cosas maravillosas o aparecen seres sobrenaturales, estos he- chos no se consideran sagrados ‘Tomemos como ejemplo la leyenda del conde Drécula, inspirada en un personaje hist6rico: el sanguinario principe Vlad, que vivid durante el siglo Xvi" y luché contra los turcos. Aunque en su prota- gonista abundan los rasgos fantdsticos ~es un vampiro sobrenavural, tun muerto viviente que sale por las noches a alimentarse de sangre humana, y sdlo se puede acabar con él clavandole una estaca de madera en el corazén-, no se lo considera una divinidad: no tiene atributos sagrados ni se le rinde culto. Por estas causas, pertenece al dominio de la leyenda. En sintesis, el mito posee un caricter sagrado del que la leyenda carece. < Generalmente las leyendas pueden locaizarse en una epoca histdrica determinada u 2 Qrertas de acceso La religién griega Los griegos, como muchos pueblos de la Antigtiedad, eran poli- tefstas’. Crefan que el destino de los hombres era gobernado por una multitud de dioses que vivian en el monte Olimpo; por 50, se los lla- maba “los olimpicos”. Esta concepcién religiosa es el producto final de una larga evolucidn en el tiempo que comenz6 en la prehistoria. El hombre siempre se ha preguntado cémo surgié el universo, cul es el origen de los hombres, los animales, las plantas. Hoy busca la tes- puesta en la ciencia; los pucblos primitivos la encontraban en el mito. Segtin la cosmogonia” griega, en el principio de todas las cosas, la Madre Tierra, Gea, emergié del Caos inicial y de ella surgié Urano, el Cielo. De estos dos seres elementales, nacieron los gigantes de cien brazos, la raza de los poderosos titanes y los efclopes. Estos ileimos se rebelaron contra Urano y, por esta causa, fueron encerrados en el Tar- taro, el lugar més profundo de los Infiernos. Ofendida, Gea incité al més joven de los titanes cuyo nombre era Cronos, el’Tiempo, a destro- nar a su padre. Cronos se apoderé del universo y goberné junto a Rea, otra titan. De la sangre de Urano, el titén vencido que cayé al mar, nacié Afrodita, la diosa del Amor y de la Belleza. El culto a los animales Ademds de rendir culto a las potencias de la naturaleza, todos los pucblos primitives adoraron a los animales*, Resabios de este petiodo zoomértico? de la religién griega aparecen en los relatos de los héroes mas antiguos: Heracles (a quien los romanos llamaron Hércules) La palabra politeivac proviene dl griego: pol, “muchos y the, “dios” La palabra cesmagoniacambicn es de origen gricgo: casas, “mundo”, y goes, *nacimiento". “Los egipcios consideraban sagrados a ls gatos, exearabajos,balcones,serpientes hipopétamos, fueron los ercadores de fabulosas erates, productos dela combinacin de diferentes sees, co zo en el caso de la esinge, que tenia cuerpo de lebn y cabeza de mujer. * Zoomifice, de zoo, “animal”, y mors, “Forma” @aertas de acceso Perseo, pues ambos se enfrentaron con seres monstruosos que tenfan, al menos parcialmente, aspecto de animales. Fl infatigable Heracles ‘yencid, entre ottos, al enorme leén de Nemea, que tenia una piel que nil hierro, ni el bronce, ni la piedra podian herir y, asimismo, Hera cles destruyé a la Hidra de Lerma, con cuerpo de perro y nueve cabezas de serpiente. Por su parte, Persco, cuyo nombre significa “el Destruc- tor", se enfrenté a Medusa, que tenia serpientes en lugar de cabellos. En el afto 1400 a. C. se inicié la unificacién de los diversos pueblos que habiraban el territorio griego, y comenzé a gestarse la religién de Ios dioses olfmpicos. Poco a poco, estos dioses se impusieron a los ani- ‘ales deificados, aunque segufan asociados a ellos, porque cada deidad tenfa un animal, o varios, que le estaban consagrados. Los dioses olimpicos Cuando las fuerzas de la naturaleza adoradas en la religién primiti- va fueron desplazadas por los nuevos dioses, terminé de organizarse el cosmos", y triunfé la religién olimpica. Los mitos contintian, de esta manera, Ia historia de los titanes. Poco duré la tranquilidad del reinado de Cronos: el destronado Urano le profetizé que le estaba reservada Ia misma suerte que a él, pues uno de sus hijos le quitarfa el poder. En consccuencia, Cronos devoraba cada afo al hijo que tenia con Rea para impedir que se cum- pliera la prediccién. Rea, furiosa a causa de esta crueldad, escondié a Zeus, su sexto hijo, y engafié al titan ddndole una roca con forma de nifio. Zeus fac criado como pastor y, ya adulto, con la ayuda de su madre logré acer- carse a Cronos y lo convencié para que ingiriera una bebida a la cual Ie habia agregado una pécima que lo hizo vomitar a sus hermanos ‘vos: Hestia, Démetcr, Hera, Hades y Poseidén. Zeus, a menudo llamado “Padre de los dioses”, porque fe el salva~ dor de los Olimpicos, se repartié con sus hermanos el dominio del Cosmas, en griego, significa “orden 13 14 @ertas de acceso mundo. Guardé para sf el cielo, le dio a Poseidén las aguas y a Hades, el dominio de los muertos, que estaba debajo de la Tierra Otros dioses importantes de la mitologia griega eran Apolo, Arte- misa, Atenea, Ares y Hermes, pero la sociedad de los Olimpicos era muy amplia, y aqui s6lo se han mencionado algunas de las deidades principales. Cémo eran los dioses? Los dioses griegos tenfan forma humana (a esta caracteristica sc la llama “antropomorfismo”"), Su apariencia era semejante a la de los hombres, pero estaban constituides por una sustancia més noble, porque no comfan pan ni tomaban vino, y por sus venas no corria la sangre, sino un fluido eterno. Tenfan su. morada en el monte Olim- po, excepto Hades y Perséfone, su esposa, que habitaban bajo tierra, en el Reino de los Muertos, y las divinidades relacionadas con el agua, que se distribuian en fuentes, ros y mares. Se les atribuia Ia perfeccién de la belleza y de la inmortalidad. La inmortalidad de los dioses estaba asociada a la eterna juvencud porque, para los griegos, la vejez sdlo era fuente de calamidades y un estado despreciable para el hombre. Hasta tal punto apreciaban la juventud y la belleza que, para las estatuas de los dioses, tomaban como modelos alos acletas, y aun Ins ancianos eran representados en la plenitud de la fuerza, esbeltos y hermosos. a historia de Tetis y de Peleo, los padses del héroe Aquiles, luscra esta “divinizacién’ de la belleza y de la juventud. La diosa Tetis se ena- moré del joven Peleo, un humano, y solicité a Zeus que le otorgara el don de la inmortalidad, mas olvidé pedir para él la juventud eterna. Peleo no murié, pero se volvié viejo, y Tetis se separé de él. No parecen estos valores muy alejados de los actuales, si pensamos en tantos actores y modelos cuya tinica aspiracién es lograr la belleza "Del prego: enthrepen, “hombre”, y morpbes, “format. @restas de acceso perfecta y la eterna juventud. La mayor diferencia radica, quizds, en {que los griegos honraban a sus dioses, pero no trataban de parecerse a llos, Bien sabfan que el hombre esté hecho de una materia muy dife- rente de la de los seres inmortales y que tratar de imitarlos puede ser fuente de desdicha, como lo demuestra el caso de Peleo. Los atributos divinos Cada uno de los dioses regfa una esfera de la existencia humana: el Amor, la Guerra, etcétera. Los dominios de cada divinidad cran muy amplios. Apolo, por citar un caso, regia las artes, las profecias y Jos juramentos; el arco y la lira le pertenecfan, al igual que el laurels influia en el crecimiento del ganado; era protector de la juventud y de los ejercicios gimnésticos; lo invocaban los marineros, que lo ado- raban representado con la forma de un delfin. El resto de los dioses tenia una esfera de influencia igualmente amplia. Aunque, a veces, es- tas divinidades se peleaban, ripidamente se reconciliaban. No podia hhaber entre ellos enfrentamientos duraderos, ya que simbolizaban el orden del universo, el cosmos. Como veremos a continuacién, el comportamiento de los dioses ariegos carece de la dimensidn ética que tevisten las divinidades de otras religiones. Cierta vez, Atenea, venerada como inventora y como protectora de las artes textiles, se presenté a un concurso de tejido disfrazada de mu- jer mortal. Compitié con la princesa lidia Aracné, que habfa tejido un bellisimo pafio en el cual aparecfan representados los amores de los dioses del Olimpo. Atenea examiné atentamente la obra de su ope- nente, tratando de encontrarle algin defecto, pero no pudo hallar inguno. Entonces rompié el pafio encolerizada y, para vengarse, convirtié a la princesa Aracné en una atafia tra peculiaridad de estos dioses es su corporcidad: no se trata de seres espitituales ni de principios inmateriales, sino que pueden volver- 16 @eertas de acceso se visibles para los mortales y viven en un lugar geogréfico concreto, dentro del mundo que habican los humanos. Esto se comprende si se tiene en cuenta que, pata la religion grie- ga, todas las dimensiones de la existencia humana eran regidas por los dioses. EI mundo se consideraba como una unidad inseparable: L...] como un todo ordenado en una conexién viva, en la eual y por Ja cual cada cosa alcanzaba su posicién y su sentido, Es una concep- cidn orgdnica porque las partes son consideradas como miembros de un todo”. La fancién de los poetas Las religiones llamadas “orientales” (la hebrea, la mahometana, in- cluso, la budista y la persa) tienen profetas, hombres elegidos por la divinidad para guiar a sus ficles y revelarles sus designios. Son ellos quienes escriben las escrituras sagradas (Ia Biblia, el Corn) en las que se exponen los preceptos religiosos. En [a civilizacién helénica, en cambio, son los poetas los encarga- dos de divulgar los mitos de los dioses. La obra de Homero (quien se supone que vivié en el siglo 1X a. C.) es la fuente principal de los mi- tos helénicos. Las musas, divinidades protectoras de las artes, eran quienes inspiraban a los creadares sus producciones artisticas. La importante funcién de estas diosas es referida con claridad en el “Himno a Zeus’, de Pindaro (518-483 a. C.)!. Cuando Zeus hubo or- denado el mundo, los dioses se asombraron de su magnificencia. El padre de los dioses les pregunté si les parecia que carecfa de algo. Ellos le respondieron que faltaba una voz para alabar la creacién con pala- bras y con muisica. Entonces, Zeus creé a las musas, "Jaeger Werner. Paideia. México, Fondo de Cultura Econémica, 1978, © El himno se a perdido, pero, gricias algunos comencaristas, se conoce parte de su contenido. Quertas de nce0s0 La vida después de la muerte Muchas religiones actuales consideran que el hombre puede acce~ der, después de la muerte, a un premio 0 a un castigo eternos, segdn su comportamiento en la vida terrenal sta idea hubiera sonado muy extrafa a los ofdos de los griegos pues, para ellos, sélo la vida tenfa valor. Cuando el hombre morfa, se fransformaba en una sombra que debia vagar eternamente por el rei- no de Hades. Salvo unas pocas excepciones, no recibfa el hombre un premio o un castigo. Por eso, la religién olimpica no exigia que se conservasen los cadé- eres por medios artificiales, como hacfan los egipcios a través de la momificacidn. Los griegos cremaban a los difuntos, porque el muerto pertenecta a otro reino, y su alma deseaba romper los lazos que lo tunjan al mundo de los vivos. La cremacién apresuraba esta ruptura y Io liberaba. Ni siquiera los dioses, salvo los subterréneos, tenfan poder sobre los muertos. El culto a los dioses Los dioses helénicos no le pedfan al hombre que cumpliera con de- terminados preceptos morales, pero exigian respeto y honores. Los mortales, ademds, debian honrarlos a todos por igual: aquel que des- reciaba a un dios en favor de otro, generalmente, suftia un castigo. Hipdlito, el hijo de Teseo, veneraba a Artemisa, patrona de la caza, pero despreciaba a Afrodita, diosa de la belleza y del amor, ya que no queria tener relacién con mujer alguna. Esto fue considerado una ofensa por Afrodita, que acabé con la vida del joven. Algo semejante le ocurrié a Paris, principe de’Troya. Cuando debié juzgar Ia belleza de tres diosas y favorecer solamente a una con su fallo, atrajo sobre sf la ira de las dos que se sintieron despreciadas. 18 Deerias de acresa Los héroes ‘Al unirse los dioses con diversos mortales, originaron a los héroes, también llamados “semidioses”. El caudal més importante de los re- latos miticos de la civilizacién griega gira en torno a estos hombres excepcionales. Cada grupo social tiene sus propios héroes, que van cambiando de acuerdo con los diferentes ideales que ese pueblo persigue en su pro- ceso histérico. Por eso, no existe un tinico tipo de héroe. jCémo idencificarlos? A pesar de su diversidad, los héroes tienen rasgos que permiten diferenciarlos. En primer lugar, su figura se des- taca porque tiene una marca, al igual que sucede con los supethéroes actuales, como Superman, Batman o el Hombre Arafia. En algunos casos, la marca es un rasgo fisico: el guerrero Aquiles sobresalfa por la velocidad y por la fuerza, y Edipo tenia los tobillos marcados La scfal distintiva puede ser también un objeto que se relacione con el hétoe: Heracles cargaba sobre sus espaldas la piel del ledn de Nemea, que ninguna arma podfa atravesar. En otros casos, la individualizacién esté dada por un rasgo interno, como en el caso de Odiseo (a quien los romanos llamaron Ulises), que sobresalfa por su astucia. ‘Ademds, el héroe debe encarnar los ideales morales de su época. Si comparamos, por ejemplo, a los protagonistas de las epopeyas atribui- das a Homero, La Miada y La Odisea, notamos que, mientras que en ‘Aquiles se valoran las cualidades del guerrero ~como la fuerza y la des- treza en el campo de batalla, en Odiseo, se destaca la inteligencia por encima de la fuerza fisica. Esto se comprende porque Aquiles repre- senta el ideal de una Grecia que se consolida como nacién; en tanto que La Odisea, obta posterior, retrata una sociedad ya afianzada, que valora en mayor medida lo intelectual. ura caracteristica de los héroes griegos es que se hallan ligados a una determinada regién geogréfica, y sus lazos familiares aparecen con todo detalle en los mitos. Esto se debe a que los habitantes de cada ciu- Qustas & acesn dad se enorgullecian de los héroes que le habfan dado prestigio y se fanaban de ser sus descendientes, 0 pretendian estar relacionados con los. Los héroes establecian un importante lazo entre la comunidad y Ios dioses, porque eran figuras emparentadas tanto con una como con Jos otros. Los ordculos Las moiras etan las encargadas de ejecutar el destino que los dioses determinaban para cada ser humano. Por eso, los griegos le oorgaban especial importancia a la prediccién del futuro y desarrollaron diversos meétodos para conocer la voluntad de los dioses. Uno de ellos era recurrir a los adivinos; pero el método més popu- lar para conocer las decisiones de los dioses consistia en consultar los oréculos, templos en los cuales sacerdotes o sacerdotisas, consagrados a.un dios, comunicaban a los fieles los designios de la divinidad. El més importante de los ordculos fue el de Delfos, dedicado al dios Apolo. Las consultas se efectuaban en fechas fija, segiin el calendario seligioso del dios, y a quienes acudian se les cobraba un impuesto acor- de con el tipo de asunto que querfan consultar. Después de un sacri- ficio ritual, los fieles eran admitidos en el templo, y los sacerdotes conducian a la Pitia -como Ilamaban a la sacerdorisa— hasta una ha- bitacién en la que sélo ella podia ingresar. Desde alli, ransmitia los ordculos que Apolo le inspiraba. Cémo procedia la sacerdotisa para dar sus ordculos es atin un mis- terio, Algunos afirman que entraba en un trance hipnético provocado por los vapores de ciertas hicrbas que se quemaban en la habitacién; otros sostienen que masticaba hojas de laurel, que tenfan un efecto t6- xico...; pero nada de esto ha podido scr comprobado. ‘A menudo, los oréculos estaban formulados en forma de acertijos que era necesario descifrar, Estas historias con juegos de ingenio eran ‘muy apreciadas por los griegos, quienes muchas veces las coleccionaban. 20 Drertas ac aceso Tanta autoridad tenian los ordculos para los griegos, y también pa- ra los pueblos vecinos, que desde las cuestiones particulares hasta los asuntos de Estado se decidan segiin las profecias de los oréculos. A modo de conclusién Los mitos griegos han sido estudiados por la Filologia, ya que dieron origen a muchas palabras. Se los ha investigado también desde el punto de vista de la Historia, la Psicologia y la Literatura. Pero, sin excluir el valor de las conclusiones de estas disciplinas, en general, se ha dejado de Jado un aspecto esencial: su relacién con lo sagrado dentro del contexto de la civilizacién griega. Este trabajo ha tratado, sumariamente, de reva- lotizar Ia mitologia como parte de la religién de ese magnifico pueblo que fre la cuna de la civilizacién occidental: los griegos. y otros Miros CLASIFICADOS I [Nota de a editor: se consignan, en a bibiografa, las fuentes de los mitosseleccionados, En Cuarto de herramientas, se inclaye un breve diccionario mitolégico en el que figuran los doses mencionades en los relatos, de modo de eviear que excesivas notas al pie de pagina centorpeacan la lectura. Ena misma seccién, ofrecemos un mapa arquedldgico de Grecia, LOS HOMBRES Y LOS DIOSES OrFEO Y EURIDICE Orfeo canta. Canta recorriendo las praderas y los bosques de su pais, ‘Tracia, Acompaiia su canto con una lira, instrumento que él perfeccioné agregindole dos cuerdas... Hoy la lira posee nue- Ve cuerdas. jNueve cuerdas.., en homenaje a las nueve musas! El canto de Orfeo es tan bello, que las piedras del camino se apartan para no lastimarlo, las ramas de los drboles se inclinan hacia él, y las flores se apuran a abrir sus capullos para escucharlo mejor. ‘De tepente, Orfeo se detiene: frente a él, hay una muchacha de gran belleza. Sentada en la ribera del rio Peneo, esté peinan- do su larga cabellera. Peto se detiene con la legada del viajero. Ella viste sélo una ttinica ligera, al igual que las ndyades que ha- bitan las fuentes. Orfeo y la ninfa se encuentran cara a cara un instante, sorprendidos y encandilados uno por el otro. ~:Quién eres, hermosa desconocida? -le pregunta al fin Orfeo, acercéndose a ella. Soy Euridice, una hamadriade. Por el extrafo y delicioso dolor que le atraviesa el corazén, Orfeo comprende que el amor que siente por esta bella ninfa es inmenso y definitivo. -2Y ti? -pregunta, por fin, Eurfdice-. Cul es cu nombre? —Me llamo Orfeo. Mi madre es la musa Caliope y mi padre, ‘Apolo, jel dios de la Musica! Soy miisico y poeta. 24 (Unreo vy Eueioice Haciendo sonar algunos acordes en su instrumento ~cuerdas tendidas en un magnifico caparazén de tortuga-, agrega: = Ves esta lira? La inventé yo y la he llamado citara. —Lo sé. :Quién no ha ofdo hablar de ti, Orfeo? Orfeo se hincha de orgullo. La modestia no es su fuerte. Le encanta que la ninfa conozca su fama. ~Euridice -murmura inclindndose ante ella-, creo que Eros me ha lanzado una de sus flechas. Eros es el dios del Amor. Halagada y encantada, Eur(dice estalla en una carcajada. —Soy sincero —insiste Orfeo-. Eurfdice, quiero casarme contigo! Pero escondido entre los juncos de la ribera, hay alguien que no se ha perdido nada de la escena. Es otro hijo de Apolo: Atisteo, que ¢s apicultor y pastor. El también ama a Euridice, aunque la bella ninfa siempre lo rechazé. Se muerde el pufio para no gritar de celos. ¥ jura vengarse... {Hoy se casan Orfeo y Euridice! La fiesta est4 en su apogeo a orillas del rio Peneo. La joven novia ha invitado a todas las hamadriades, que estin bailando al son de la cftara de Orfeo. De golpe, para hacer una broma a su flamante esposo, exclama: ~;Podrés atraparme? Riendo, se echa a correr entre los juncos. Abandonando su cftara, Orfeo se lanza en su persecuci6n, Pero la hierba esté alta, y Euridice es rapida. Una vez. que su enamorado queda fuera de su vista, se precipita en un bosquecillo para esconderse. Alf, la apresan dos brazos vigorosos. Ella grita de sorpresa y de miedo. —No temas —murmura una voz ronca~. Soy yo: Aristeo. ~,Qué quieres de mf, maldito pastor? ;Regresa con tus ovejas, tus abejas y tus colmenas! ~;Por qué me rechazas, Eurfdice? —jSuéltame! ;Te desprecio! ;Orfeo! ;Orfeo! —Un beso... Dame un solo beso, y te dejaré ir Los womenes ¥ 108 b1uses Con un ademén brusco, Eurfdice se desprende del abrazo de “Aristeo y regresa corriendo a la ribera del Peneo. Pero el pastor no se da por vencido y la persigue de cerca. En su huida, Eurfdice pisa una serpiente. La vibora hunde sus colmillos en la pantorrilla de la muchacha. Orfeo! -grita haciendo muecas de dolor. Su novio acude. Entonces, Aristeo cree mas prudente alejarse. —Burfdice! Qué ha ocurrido? Creo... que me mordié una serpiente. Orfeo abraza a su novia, cuya mirada se nubla, Pronto acuden de todas partes las hamadriades y los invitados. —Euridice... te suplico, jno me dejes! Orfeo, te amo, no quiero perderte... Son las tiltimas palabras de Euridice. Jadea, se ahoga. Es el fin, el veneno ha hecho su trabajo. Euridice ha muerto. Alrededor de la joven muerta, resuenan ahora lamentos, gritos y gemidos. Orfeo quiere expresar su dolor: toma su lira e improvisa un canto finebre que las hamadriades repiten en coro. Es una queja tan conmovedora que las bestias salen de sus escondites, se acercan hasta la hermosa difunta y unen sus quejas a las de Jos humanos. Es un canto tan triste y tan desgarrador que, del suelo, surgen aqui y allé miles de fuentes de lagrimas. —jEs culpa de Aristeo! ~acusa de golpe una de las hamadrfades. ~Es verdad, jHe visto cémo la perseguia! —Malvado Aristeo.... ;Destruyamos sus colmenas! Si. Matemos todas sus abejas. ;Venguemos a nuestra amiga Euridice! Orfeo no tiene consuelo. Asiste a la ceremonia fiinebre sollo- zando. Las hamadriades, emocionadas, le murmuran: —Vamos, Orfeo, ya no puedes hacer nada. Ahora, Eurfdice se encuentra a orillas del rfo de los infiernos, donde se retinen las sombras. 25 26 Onreo ¥ Buxtoice ‘Aloft estas palabras, Orfeo se sobresalta y exclama: —Tienen raz6n, Est alli. ;Debo ir a buscarla! ‘A su alrededor, se escuchan algunas protestas asombradas. 3El dolor habfa hecho a Orfeo perder Ja raz6n? (El reino de las sombras es un lugar del que nadie vuelve! Su soberano, Hades, y el horrible monstruo Cerbero, su perro de tres cabezas, velan por que los muertos no abandonen el reino de las tinieblas. —Iré -insiste Orfeo-. Ir¢ y la arrancaré de la muerte. El dios de los infiernos consentiré en devolvérmela. (Si, lo convenceré con el canto de mi lira y con la fuerza de mi amor! La entrada en los infiernos es una gruta que se abre sobre el cabo Ténaro. ;Pero aventurarse alli serfa una locura! Orfeo se ha atrevido a apartar la enorme roca que tapa el orifi- cio de la caverna; se ha lanzado sin temor en la oscutidad. ;Desde hace cudnto tiempo que camina por este estrecho sendeto? Ense- guida, gemidos Iejanos lo hacen temblar. Luego, aparece un rfo subterrénco: el Aqueronte, famoso rio de los dolores... Orfeo sabe que esa corriente de agua desemboca en la laguna Estigia, cuyas orillas estén pobladas por las sombras de los difun- tos. Entonces, para darse dénimo, entona un canto con su lira. jY sobreviene el milagro: las almas de los muertos dejan de gemir, los espectros acuden en muchedumbre para oft a este audaz. via~ jero que viene del mundo de los vivos! De repente, Orfeo ve a un anciano encaramado sobre una embarcacién. Interrumpe su canto para llamarlo: =3Eres tt, Caronte? jLlévame hasta Hades! Subyugado tanto por los cantos de Orfeo como por su valentfa, el barquero encargado de conducit las almas al soberano del reino subterraneo hace subir al viajero en su barca. Poco después, lo de- ja en hi otra orilla, frente a dos puertas de bronce monumentales. {Alli estén, cada uno en su trono, el remible dios de los infiernos y su esposa Perséfone! A su lado, el repulsivo can Cerbero abre las fauces de sus tres cabezas; sus ladridos Henan la caverna. 28 (Onse0 Evetpice Hades mira despectivo al intruso: “Quién eres ti para atreverte a desafiar al dios de los infiernos? Entonces, Orfeo canta. Acompafiando el canto con su lira, alza una stiplica en cono desgarrador: “Noble Hades, jmi valentia nace solamente de la fuerza de mi amor! De mi amor hacia la bella Euridice, que me ha sido arre- batada el dia mismo de mi boda, Ahora, ella est en tu reino. Y vvengo, poderoso dios, a implorar tu clemencia. ;Si, devuélveme a mi Euridice! Déjame regresar con ella al mundo de los vivos. Hades yacila antes de echar a este atrevido. Vacila, pues incluso el terrible Cerbero parece conmovido por ese ruego: ¢l monstruo ha dejado de ladrat. Se arrastra por el suelo, gimiendo! —;Sabes, joven imprudente —declara Hades seftalando las puertas~ que nadie sale de los infiernos? jNo deberia dejarte ir! ;Lo sé! -respondid Orfeo-. {No temo a la muerte! Puesto que he perdido a mi Euridice, perdi toda razén de vivir. jY si te niegas a dejarme partir con ella, permaneceré entonces aqui, a su lado, en tus infiernos! Perséfone se inclina hacia su esposo para murmurarle algunas palabras al ofdo. Hades agacha la cabeza, indeciso. Por fin, tras una larga reflexién, le dice a Orfeo: ~Y bien, joven temerario, tu valor y tu pena me han conmovi- do. Que ast sea: acepto que partas con tu Euridice. Pero quiero poner tu amor a prueba... Una oleada de alegrfa y de gratitud invade a Orfeo. —jAh, poderoso Hades! jLa més terrible de las condiciones sera més dulce que la crueldad de nuestra separacién! Qué de- bo hacer? No darte vuelta para mirar a tu amada hasta tanto no ha- yan abandonado mis dominios. Pues serds t mismo quien la conduzca fuera de aqui. Me has comprendido bien? jNo debes mirarla ni hablarle! Si desobedeces, Orfeo, jperderds a Euridice para siempre! Loco de alegria, el poeta se inclina ante los dioses. Los nomanes ¥ 105 Dioses -Ahora vete, Orfeo. Peto no olvides lo que he decretado. Orfeo ve que las dos hojas de la pesada puerta de bronce se entreabren chisriando. —;Camina delante de ella! jNo tienes derecho a verla! Répidamente, Orfeo toma su lira y se dirige hacia la barca de Caronte. Lo hace lentamente, para que Euridice pueda seguir. Pero, cémo estar seguro? La angustia, la incertidumbre le arran- fan lagrimas de los ojos. Esté a punto de exclamar: “Buridice!”, pero recuerda a tiempo la recomendacién del dios y se cuida de ho abrir la boca. Apenas sube a la barca de Caronte, siente que la embarcacién se bambolea por segunda ver. ;Euridice, pues, se ha unido a él! Refunfuriando por el sobrepeso, el viejo barquero em- ende el camino contra la corriente. Finalmente, Orfeo desciende en tierra y se lanza hacia el ca- mino que conduce al mundo de los vivos... Pronto, se detiene para oft. A pesar de las corrientes de aire que soplan en la caver- ha, adivina el roce de un vestido y el ruido de pasos de mujer que siguen por el mismo sendero. {Eurfdice! ;Eurfdice! Escala las rocas de prisa para reunirse con ella lo antes posible. Pero, zy si se estd adelantando demasiado? ;Y si ella se extravia? Dominando su impaciencia, disminuye la velocidad de su andar, atento a los ruidos que, a sus espaldas, indican que Euri- dice lo estd siguiendo. Pero cuando visumbra la entrada de la caverna a lo lejos, una espantosa duda lo asalta: zy si no fuera Euridice? zY si Hades lo ha engafiado? Orfeo conoce la crueldad de la que son capaces los dioses, ;sabe cdmo estos pueden bur- arse de los desdichados humanos! Para darse 4nimo, murmuta: —Vamos, sélo faltan algunos pasos... Con el corazén palpitante, Orfeo da esos pasos. ;Y de un salto, Iega al aire libre, a la gran luz del dia! —Euridice... ;por fin! No aguanta més y se da vuelta. Y ve, en efecto, a su amada. En la penumbra. 30 (Oneeo Eunioice Pues, a pesar de que sigue sus pasos, ella atin no ha franqueado los limites del tenebroso reino. Y Orfeo comprende siibitamente su imprudencia y su desgracia. ~Buridice... jno! Es demasiado tarde: la silueta de Euridice ya se desdibuja, se diluye para siempre en la oscuridad. Un eco de su vor lo aleanza: Orfeo... jadiés, mi tierno amado! El enorme bloque se cierra sobre la entrada de Ja caverna. Orfeo sabe que es inttil desandar el camino de los infiernos. —Buridice... ;Por mi culpa te pierdo una segunda vez! Orfeo esté de vuelta en su pats, Tracia. Ha contado sus desdi- chas a todos aquellos que cruzé en su camino. La conciencia de su culpabilidad hace que su desesperacién sea ahora mas intensa que antes. Orfeo le dicen las hamadrfades-, piensa en el porvenit, no mires hacia atrés... Tienes que aprender a olvidar. Olvidar? ;Cémo olvidar a Euridice? No es mi atrevimiento lo que los dioses han querido castigar, sino mi excesiva seguridad, La desaparicién de Euridice no ha privado a Orfeo de su ne- cesidad de cantar: diay noche quiere comunicar a todos su dolor infinito... ¥ los habitantes de Tracia no tardan en quejarse de ese duelo molesto y constante. ~De acuedo! ~declara Orfeo-. Voy a huir del mundo. Voy « retirarme lejos del sol y de las bondades de Grecia. ;Asf, ya nadie me oird cantar ni gemir! Siete meses mas tarde, Orfeo llega al monte Pangeo. Alli, alegres clamores indican que una fiesta esté en su plenitud, Bajo inmensas tiendas de tela, beben numerosos convidados. Algunos, ebrios, cor tejan de cerca a mujeres que han bebido mucho también. Cuando Orfeo esté dispuesto a seguir su camino, unas muchachas lo llaman: ;Ven a unite a nosotros, bello viajero! ‘Qué magnifica lira zAs{ que eres miisico? ;Canta para nosotros! ‘Los wowass ¥ 108 D10ses Si, Ven a beber y a bailar en honor de Baco, nuestro amo! Orfeo reconoce a esas mujeres: son las bacantes; sus banque- tes terminan, a menudo, en bailes desenfrenados. Y Orfeo no tiene dnimo para bailar ni para reir. —No. Estoy de duelo. He perdido a mi novia. —{Una perdida, diez encontradas! -exclamé en una carcajada una de las bacantes, sefialando a su grupo de amigas-, {Toma a tuna de nosotras por compafiera! —Imposible, Nunca podria amar a otra. ~ Quieres decir que no nos crees lo suficientemente hermosas? Crees que ninguna de nosotras es digna de ti Orfeo no responde, desvia la mirada y hace ademan de partir. Pero las bacantes no estan dispuestas a permitirselo. -Quién es este insolente que nos desprecia? ‘Hermanas, debemos castigar este desdén! Antes de que Orfeo pueda reaccionat; las bacantes se lanzan sobre él. Orfeo no tiene ni energia ni deseos de defenderse. Des- de que ha perdido a Euridice, el infierno no lo atemoriza, y la yida lo atrae menos que la muerte. Alertados por el alboroto, los convidados acuden y dan fin al infortunado viajero que se atrevié a rechazar a las bacantes. En su ensafiamiento, las mujeres furiosas desgarran el cuerpo del desdi- chado poeta. Una de ellas lo decapita y se apodera de su cabeza, Ia toma por el cabello y la arroja al rfo mds cercano. tra recoge su lira y también la tira al agua. La noticia de la muerte de Orfeo se extiende por toda Grecia. Cuando las musas se enteran, acuden al monte Pangeo, que las bacantes ya habjan abandonado. Piadosamente, las musas re- cogen los restos del miisico. Vamos a enterrarlo al pie del monte Olimpo! ~deciden-. Le edificaremos a Orfeo un templo digno de su memoria. Pero, y su cabeza? zY su lira? Ay, no las hemos encontrado. Onseo ¥ Eveives Nadie volvié a ver jamds la cabeza de Orfeo ni su lira, Pero durante la noche, cuando uno pasea por las orillas del rio, a veces, sube un canto de asombrosa belleza. Parece una voz acompafiada por una lira. Aguzando el ofdo, se distingue una triste queja. Es Orfeo llamando a Euridice. La dolorosa historia de Orfeo y de Eurédice es mencionada por los trdgicos griegos, entre ellos Euripides (siglo V a. C.) en su obra Las bacantes. Mds adelante, esa historia fue tema de muchas épe- ras, como las de Claudio Monteverdi (siglo xv1) y las de Christoph Gluck (siglo xvul). 32 = FILEMON Y Baucis 'A Zeus, el mas poderoso de los dioses, le gustaba bajar a la Tierra. Disfrazado de simple viajero, se mezclaba entonces entre Jos humanos para observarlos, ponerlos a prueba o seducitlos... ‘Aquel dia, acompafiado de su hijo Hermes, que también era su cémplice, caminaba por las rutas de Frigia. Como cafa la no- che, las dos divinidades entraron en un pueblo de casas de rica apariencia. Ya era hora! ~exclamé Hermes sefialando el cielo, donde se acumulaban las nubes. Zeus se encogié de hombros. La lluvia no le preocupaba, y la tormenta atin menos: ;acaso él no comandaba el rayo? ;Bueno! —exclamé-, he aqui un pueblo que me parece préspero, Veamos si sus habitantes nos ofrecen un techo... Justamente, el duefio de una lujosa mansién estaba por entrar en su morada. Zeus se dirigié a él: -Noble sefior, jaceptarias brindar hospitalidad a estos dos viajeros rendidos? El hombre apenas mird a los desconocidos. Se apresuré a en- trar en su casa y cetré la puerta, cuyo pestillo de madera cayé pesadamente. Ante el rostro desconcertado de su padre, Hermes estalld en una carcajada, Sefialé sus vestimentas y dijo: —jHay que decir que con estas ropas ridfculas no inspiramos demasiado respeto! ;Quién creerfa que son dioses los que se es- conden detrés de estos harapos? Llamaron a la puerta de la segunda casa, cuya fachada era tan 33 = Fusmon ¥ Baves opulenta como la de la primera. Transcurrié un largo rato hasta que aparecié, en el hueco de la puerta, el rostro de un hombre maduro. Bordados de plata adornaban su tinica. ~:Qué pasa? ~grufié mirdndolos de arriba abajo desconfiado—, {Quiénes son ustedes? —Extranjeros que pedimos... ~;Extranjeros? ;Sigan de largo! Con estas cilidas palabras, el duefio de casa les cerré la puerta en la cara. Ya comenzaban a caer las gotas de lluvia. “Padre —dijo Hermes-, zno ctees que deberiamos regresar al Olimpo? Mis sandalias aladas... —Llama a esta otra puerta. Suspirando, Hermes obedecié. Esta vez, les abrié un joven esclavo'; su expresién era temerosa y, sobre sus hombros, se adi- vinaban marcas de latigazos. Ah, joven! -exclamé Zeus. Mi hijo y yo estamos extenuados. {Tia amo nos concederia su hospitalidad? Los dioses vieron en la sala principal una enorme mesa bien provista alrededor de la cual numerosos comensales celebraban tun festin. Se ofan cantos y risas. El joven esclavo les susurré: Ay, las consignas son estrictas! Sélo debo dejar entrar a los invitados. Mi amo odia a los intrusos. -No se enterard de nada —dijo Hermes, sacando una moneda de su bolsillo-. Seremos discrctos. jY un lugar en el establo nos bastard! —Imposible... Oh, creo que ahf viene. ;Algjense antes de que los eche con sus perros! La lluvia, ahora, era intensa. —Padre ~protesté Hermes-, gpor qué obstinarnos? jVistamos, al menos, nuestros mejores trajes! Ya que no logramos despertar compasién, inspiremos confianza. "ov elves cans generalist, pifoneor de gueray maya menado les amos Tor mala bun abusando de su poder. 34 Los momanes ¥ Los proses De ninguna manera. Quiero saber hasta dénde llegan el egotsmo y la arrogancia de la gente de este pueblo ‘Al cabo de una hora, ya sabian a qué atenerse: ninguno de los hhabitantes del pueblo los habia invitado a entrar. A veces, se habjan Jimitado a gritarles, desde detrés de la puerta cerrada, que busca- ran hospitalidad en otto sitio; otras veces, a pesar de que luces y yoces indicaban que la vivienda se hallaba habitada, no habjan obtenido respuesta a sus llamados y a sus repetidos golpes. Zeus se sentia herido. Como castigar a estos groseros? —Nos estamos empapando. ;Regresemos al Olimpo! ~Espera. Todavia, queda una tiltima casa. ~jEsa choza miserable, a un lado del camino? —Mira: se filera una palida luz por la ventana. Se acercaron y Ilamaron a la puerta. Les abrié una pareja de ancianos. A juzgar por su delgadez, no debian saciar su hambre todos los dias. Pero su rostro expresaba dulzura y calma. La mu- jet preocupada, les dijo enseguida: —iDesdichados, afuera bajo la Iluvia, a esta hora! Entren répido a secarse. Los dioses disfrazados se instalaron frente a la chimenea. El duefio de casa tomé el tiltimo lefio de una magra pila de madera 2 arrojarlo al hogar y reavivar el fuego. Zeus hizo notar a su hi- jo el altar doméstico donde habfan depositado algunas ofrendas, prucba de que esos htimanos honraban, a menudo, a los dioses. =Cuando hayan entrado en calor dijo su anfitrién mostran- do la mesa, compartirén nuestra comida, Desgraciadamente, se- rd modesta: no tenemos mas que un poco de sopa y pan para oftecerles. Baucis, puedes agregar dos cuencos? La anciana obedecié mientras su marido partfa el pan en cuatro, reservando las partes més grandes para sus invitados. ~;Filemén? —exclamé de golpe la mujer-. Estoy pensand nuestro ganso... Fusmon y Baws —Tienes razén, Baucis —respondié el anciano sonriendo-. No nos atreviamos a matarlo, jpero esta es una buena ocasién! Conmovidos por la amabilidad de su anfitrién, los dioses quisieron impedirselo, pero este ya habfa salido en su busca. Al volver, sostenia por las patas a un ganso tan delgado como sus _ duefios. El animal, que debia comprender lo que le esperaba, Ny WX chillaba con desesperacién. ec AS WS Hasta entonces, Zeus y Hermes no habjan reaccionado. De LSS comtin acuerdo, decidieron revelar su identidad. Cambiaron de repente sus harapos empapados por trajes secos y dignos de su condicién. Sus anfitriones, todavia, no haban visto nada de ese prodigio: jestaban demasiado ocupados corriendo detrés de su ganso! En efecto, el ave se les acababa de escapar y cortia revo- Toteando por la habitacidn. ;Y tenia mas energia que los dos ancianos que se habjan lanzado tras él! Finalmente, terminé por refugiarse entte las piernas de los dioses, sentados cerca del hogar. Fue recién en ese instante cuando Filemén y Baucis notax rot Los lujosos ropajes de sus visitantes y la nobleza de su porte, Estupefactos, comprendieron que no habjan albergado a dos viajetos comunes y se prosternaron a sus pies. Con voz temblo- rosa, Filemén balbuced: Nobles sefiores, sé que esta pobre cena es indigna de ustedes! Si me ayudaran a recuperar el ganso... —Generoso Filemén —dijo Zeus levantdndose-, me niego a que sactifiques a este animal. Y a i, Baucis, te agtadezco esta comida que querias compartir con nosotros. ;Que esté a la al- tura de su acogida! En un segundo, la mesa se cubrié de carnes jugosas, de aves asadas y de vajilla de plata que desbordaba de delicados manja- res, Los dos ancianos, que jamés habfan visto nada parecido, abrieron desmesuradamente los ojos. —Sepan, Filemén y Baucis, que se encuentran ante Zeus y Hermes. Esta noche, compartirén la cena habitual de los dioses... Los ancianos asistieron, sin duda, al festin mas grande de sus Pusan ¥ Bavers vidas. Pero si Zeus y Hermes habfan querido recompensar la hospitalidad de la pareja, también buscaban castigar la ingrati- tud de aquellos que se In habfan negado. Una ver. terminada la comida, condujeron en la oscuridad a Filemén y a Baucis fuera de la cabafia. Déciles y temblorosos, unieron sus manos como si temieran perderse. La Iluvia habfa cesado. Aunque, en realidad, sdlo habia dejado de caer sobre sus cabezas y, en cambio, parecia haberse redoblado en la Illanura que acababan de abandonar. Con su indice que se- falaba las nubes, Zeus hizo resurgir los rayos; troné el cielo; y un verdadero diluvio se abatié sobre el pueblo. Abrazados uno a otro, Filemén y Baucis se preguntaban acerca del destino que los dio- ses les reservaban. Cuando llegé el alba, ya no quedaba nada del pueblo. Y una vex que las aguas se rtirafon, slo emergié el techo de una choza. —jNuestra cabafia! ~exclamaron Filemén y Baucis. “iQue, de ahora en més, sea un templo! ~decrets Zeus. De inmediato, delante de los ojos pasmados de los ancianos, la pobre casucha se transformé en un magnifico monumento de columnas de mérmol. “Ahora —les dijo Zeus-, quiero demostrarles mi agradeci- miento. ;Expresen sus deseos, y se cumplirdn! Sorprendidos, Filemén y Baucis se consultaron con la mirada. —Dios poderoso —respondis, al fin, Filemén-, déjanos conver- tirnos en los guardianes de este templo, asi podremos honrarte durante mucho tiempo. Hermes no pudo evitar una broma: —;Maucho tiempo? ;Pero cudntos afios més esperas vivir? -Y bien, gran Zeus —agregé entonces la anciana Baucis-, permiteme sumar un deseo al de mi esposo: me gustaria vivir todavia la mayor cantidad de tiempo posible junto a él. Zeus reflexion6. Buscaba la manera de complacer el extrafio pedido de aquellos ancianos. Sélo los dioses ~y, en muy rara oca- sién, los héroes~ podfan aspirar a la inmortalidad. 38 aa Los nomanes ¥ 10s proses —{Cémo? se asombré Hermes-. ;No estén cansados el uno del otro? -No —respondié Baucis sonriendo-, Cuando nos conocimos y nos enamoramos, no éramos mas que nifios. Desde entonces, jamds nos hemos separado. , -Y durante todos estos afios ~pregunté Zeus-, no sintieron ganas de separarse después de una pelea.2 -No -confesé Filemén—. La Discordia, esa divinidad malhe- chora, nos ha evitado siempre. De repente, Zeus comprendié por qué esa pareja enternece- dora los habia albergado tan esponténeamente: los ancianos se amaban. Quizd, residfa allf el secreto de su hospitalidad. Quien no puede brindar amor a quien esté a su lado, ge6mo podria brindarlo a desconocidos? Al unisono, los ancianos concluyeron: Nuestro deseo mds entrafiable es morir al mismo tiempo! Hermes dirigié a su padre una mirada divertida, Por una ver, simples humanos daban a los dioses una leccién de humildad. Zeus, en efecto, se peleaba a menudo con Hera, su esposa... = Que asf sea! —decretd Zeus, tan conmovido como impresio- nado-. Me comprometo, Filemén y Baucis, a cumplir sus deseos. Entonces, atravesé el cielo un tayo enceguecedor. Cuando, por fin, los dos ancianos pudieron abrir los ojos, estaban solos en la colina. , Ain turbados por los recientes acontecimientos, dudaron lar- go tiempo antes de retornar a la llanura donde se erigla el templo que serfa su nueva morada. ¥ al llegar, cwvieron la sorpresa de ser recibidos por un ave que avanzaba hacia ellos contonedndose con satisfaccién. En su generosidad, Zeus habfa salvado al ganso. Pasaron los afios. Tan fieles a su palabra como a su amor, Filemén y Baucis fueron hasta el fin los guardianes del templo de Zeus. Los pe- regrinos que volvian afio tras afio comprobaban, asombrados, Finsseow ¥ Bavcrs que el paso del tiempo no tenfa poder alguno sobre esos ancia- nos acogedores y generosos. ‘Pero como Filemén y Baucis eran simples mortales, fue nece- sario que Zeus pusiera término a sus vidas. Un dfa que estaban tomados de la mano cerca del templo, constataron que sus cuer- pos se iban endureciendo como si fueran de piedra. Al poco tiempo, eran incapaces de moverse. Este hecho no alteré la sere- nidad de ambos. Creo que es el fin dijo Filemén-. Baucis, te amo. —Es el fin —respondié Baucis-. Te he amado siempre. Fueron las tiltimas palabras que pronunciaron. Poco a poco, sus cuerpos se cubrieron de corteza. Sus rostros se transformaron en follaje. Sus manos se convirtieron en ramas y sus dedos, en otras ramas, pero mds pequefias. Y, puesto que se encontraban muy cerca uno del otro, sus follajes se enlazaron en el mismo tierno verdor. Se volvieron tan altos y tan bellos que, enseguida, sus sombras confundidas recubrieron el templo. {Cudntos siglos vivieron asi, uno junto a otro? Nadie lo sabe. Con el tiempo, el templo todo terminé por convertirse en ruinas. Pero atin hoy, donde se encontraba Frigia, dicen que se puede ver un vigjo tilo junto a un roble milenario. Viajero, si un dfa pasas por allf, y ves un tilo y un roble cerca de algunas antiguas piedras, piensa que la vegeracién es como la hospitalidad: se cultiva y se renueva. Y recuerda la historia de Fi- lemén y de Baucis. La historia de Filemén y de Baucis la relata el poeta latino Ovidio (siglo 1) en sus Metamorfosis. 40 —_ LOS HECHOS DE LOS HEROES TESEO Y ARIADNA Aquella noche, Egeo, el anciano rey de Atenas, parecia tan triste y tan preocupado que su hijo Teseo le pregun Qué cata tienes, padre...! :Acaso te aflige algiin problema? —jAy! Mafiana es el maldito dfa en que debo, como cada afio, enviar siete doncellas y siete muchachos de nuestra ciudad al rey Minos, de Creta. Esos desdichados estén condenados... —;Condenados? ;Para expiar qué crimen deben, pues, morit? —;Morir? Es bastante peor: jserin devorados por el Minorauro! ‘Teseo reprimié un escalofrio. Tras haberse ausentado durante largo tiempo de Grecia, acababa de llegar a su patria; sin embargo, habia ofdo hablar del Minotauro, Ese monstruo, decfan, posefa el cuerpo de un hombre y la cabeza de un toro; jse alimentaba de car- ne humana! Padre, impide esa infamia! Por qué dejas perpetuar esa odiosa costumbre? —Debo hacerlo —suspiré Egeo-. Mira, hijo mio, he perdido tiempo atrds la guerra contra el rey de Creta. Y, desde entonces, le debo un tributo: cada afio, catorce jévenes atenienses sirven de alimento a su monstruo... Con el ardor de la juventud, Teseo exclamé: En tal caso, jdgjame partir a esa isla! Acompafiaré a las fu- turas victimas. Enfrentaré al Minotauro, padre. Lo venceré. ;Y quedards libre de esa horrible deuda! Con estas palabras, el viejo Egeo tembl6 y abraz6 a su hijo. —jNunca! Tendrfa demasiado miedo de perderte. 41 —— Testo ¥ Anion Una ver, el rey habfa estado a punto de envenenar a Teseo sin saberlo; se trataba de una trampa de Medea, su segunda esposa, que odiaba a su hijastro. “No. jNo te dejaré partir! Ademds, el Minotauro tiene fama de invencible, Se esconde en el centro de un extrafio palacio: jel Laberinto! Sus pasillos son tan numerosos y estan tan sabiamente entrelazados que aquellos que se arriesgan no descubren nunca la salida. Terminan dando con el monstruo... que los devora. “Tesco era tan obstinado como inerépido. Insisti6, se enojé, y luego, gracias a sus demostraciones de carifio y a su persuasién, logré que el viejo rey Egeo, muerco de pena, terminara cediendo, "A la mafiana, Teseo se dirigié con su padre al Pireo, el puerto de Atenas, Estaban acompajiados por jévenes para quienes serfa cl dltimo viaje. Los habitantes miraban pasar el cortejo; algunos gemian, otros mostraban el pusio a los emisarios del rey Minos que encabezaban la siniestra fila. Pronto, la tropa llegé a los muelles donde habfa una galera de velas negras atracada. “Llevan el duelo —explicé el rey-. Ab... hijo mio... si regresas vencedor, no olvides cambiarlas por velas blancas. ;As{ sabré que estés vivo antes de que atraques! “Teseo se lo prometié; luego, abrazé a su padre y se unié a los atenienses en la nave. Una noche, durante el viaje, Poseidén, el dios de los mares, se aparecié en suefios a Teseo. Sontefa. ~ Valiente Teseo! -le dijo-. Ta valor es el de un dios. Es normal: eres mi hijo con el mismo titulo que eres el de Egeo'... "Teseo oyé por primera vez el relato de su fabuloso nacimiento. ‘Al despertar, sumérgete en el mar! —le recomendé Posei- dén-. Encontrards alli un anillo de oro que el rey Minos ha perdido antafio. “La madee de Tesco habla sido tomada ala fuera por Posen la noche desu boda, Los mecnos 0& Los méxoes “Teseo emergié del suefio. Ya era de dia. A lo lejos ya se divisaban las riberas de Creta. Entonces, ante sus compajieros estupefactos, Teseo se arrojé al agua. Cuando tocé el fondo, vio una joya que brillaba entre Jos caracoles. Se apoderé de ella, con el corazén palpitante. De modo que todo lo que le habfa revelado Poseidén en suefios era verdad: j¢l era un semidids! Este descubrimiento excité su coraje y reforzé su voluntad. Cuando el navio tocé el puerto de Cnosos, Teseo divisé entre la multitud al soberano, rodeado de su corte. Fue a presentarse: ~Te saludo, oh poderoso Minos. Soy Tesco, hijo de Egeo. Espero que no hayas recorrido todo este camino para implo- rar mi clemencia —dijo el rey mientras contaba con cuidado a los catorce atenienses. —No. Sélo tengo un anhelo: no abandonar a mis compafieros. Un murmullo recortié el entorno del rey. Desconfiado, este examiné al recién Ilegado. Reconociendo el anillo de oro que Te- seo Ilevaba en el dedo, se preguntd, estupefacto, gracias a qué prodigio el hijo de Egeo habfa podido encontrar esa joya. Des- confiado, refunfurié: —{Te gustaria enfrentar al Minotauro? En tal caso, deberds hacerlo con las manos vacfas: deja tus armas. Entre quienes acompafiaban al rey se encontraba Ariadna, una de sus hijas. Imptesionada por la temeridad del principe, pensé con espanto que pronto iba a pagarla con su vida. Teseo habfa observado durante un largo tiempo a Ariadna. Ciertamen- te, era sensible a su belleza. Pero se sintié intrigado sobre todo por el trabajo de punto que levaba en la mano. —Extrafio lugar para tejer -se dijo. Si, Ariadna tejfa a menudo, cosa que le permitfa reflexionar. Y sin sacatle los ojos de encima a Teseo, una loca idea germinaba en ella... =Vengan a comer y a descansar —decreté el rey Minos-. Majfiana seran conducidos al laberinto. 43 46 Testo ¥ Anuuna Teseo se desperté de un sobresalto: jalguien habia entrado en la habitacién donde estaba durmiendo! Escruté en la oscuridad y Jamenté que le hubieran quitado su espada. Una silueta blanca se destacé en la sombra. Un ruido familiar de agujas le indicé la identidad del visitante: =No temas nada. Soy yo: Ariadna. La hija del rey fue hasta la cama, donde se senté, Tomé la mano del muchacho. —jAh, Teseo —le implor6-, no te unas a tus compafieros! Si en- tras en el Laberinto, jamés saldrds de él. Y no quiero que mueras... Por los temblores de Ariadna, Teseo adiviné qué sentimientos la hhabjan empujado a llegar hasta él esa noche. Perturbado, murmuré: Sin embargo, Ariadna, ¢s necesario, Debo vencer al Minorauto. —Es un monstruo. Lo detesto. Y, sin embargo, es mi hermano... ~{Cdmo? ;Qué dices? ~Ah, Teseo, déjame contarte una historia muy singular... La muchacha se acercé al héroe para confiarle: Mucho antes de mi nacimiento, mi padre, el rey Minos, cometié la imprudencia de engafiar a Poseidén: le sacrificed un miserable toro flaco y enfermo en vez de inmolarle el magnifi- co animal que el dios le habia enviado. Poco después, mi padre se cas6 con la bella Pasifae, mi madre. Pero Poseidén rumiaba su venganza. En recuerdo de la antigua afrenta que se habia co- metido contra él, le hizo perder la cabeza a Pasifae y la indujo a enamorarse... ;de un toro! jLa desdichada Ilegé, incluso, a mandar construir una carcasa de vaca con la cual se disfrazaba, para unirse al animal que amaba! ~,Qué horrible estratagema! —La continuacién, Tesco, la adivinas ~concluyé Ariadna tem- blando-. Mi madre dio nacimiento al Minorauro. Mi padre no podia decidirse a matar a ese monstruos pero quiso esconderlo para siempre de la vista de todos. Convocé al ms habil de los ar- quitectos, Dédalo, que concibié el famoso laberinto... Impresionado por este relato, Teseo no sabfa qué decir. _No creas ~agregé Ariadna— que quiero salvar al Minorauro. {Bsc devorador de hombres merece mil veces la muerte! —Entonces, lo mataré. Si llegaras a hacerlo, nunca encontrarias la salida del laberinto. Un largo silencio se produjo en la noche. De repente, la muchacha se acercé atin més al joven y le dijo: — Tesco? ;Si te facilitara el medio de encontrar Ja salida del Jaberinto, me Hlevarfas de regreso contigo? El héroe no respondié. Por cierto, Ariadna era seductora, y la hija de un rey. Pero él habfa ido hasta esa isla no para encontrar alli una esposa, sino pata liberar a su pais de una terrible carga. —Conozco los habitos del Minotauro —insistié-. Sé cudles son sus debilidades y cémo podrias acabar con él. Pero esa victoria tiene un precio: {me sacas de aqui y me desposas! —De acuerdo. Acepto. Ariadna se sorprendié de que Teseo aceptara tan répidamente. {Estaba enamorado de ella? O se sometia a una simple transac- cidn? {Qué importabal Le confié mil secretos que le permitirfan vencer a su hermano al dia siguiente, Y el ruido de su voz. se mezclaba con el obstina- do choque de sus agujas: Ariadna no habia dejado de tejer Frente a la entrada del laberinto, Minos ordené a los atenienses: =Entren! Es la hora... Mientras los catorce jévenes atertorizados penetraban uno tras otro en el extrafio edificio, Ariadna murmuré a su protegido: ~{Tesco, toma este hilo y, sobre todo, no lo sueltes! Asi, que- daremos ligados uno con el otro. Tenia en la mano el ovillo de la labor que no la abandonaba jamds. El héroe toms lo que ella le extendia: un hilo tenue, casi invisible. Si bien el rey Minos no adiviné su maniobra, compren- did que a ese muchacho y a su hija les costaba mucho separarse. ~2Y bien, Teseo —se burlé-, acaso tienes miedo? Sin responder, el héroe entré a su vez en el corredor. Muy 45 = ————_——S—:—:—“‘ ;$PFB!!|!h!t”t”*~<‘s~™~™ Testo ¥ Anapna répidamente, se unié a sus compafieros que vacilaban ante una bifurcacién. Qué importa! -les dijo. Tomen a la derecha. Desembocaron en un corredor sin salida, volvieron sobre sus pasos, tomaron el otro camino que los condujo a una nueva rac mificacién de varios pasillos. —Vayamos por el del centro. Y no nos separemos. Pronto emergieron al aire libre; a los muros del laberinto habfan seguido infranqueables bosquecillos. —;Quign sabe? -murmuré uno de los atenienses~. ZY si el des- tino nos ofteciera la posibilidad de no llegar al Minotauro... sino ala salida? Ay, Teseo sabfa que no seria asf: ;Dédalo habia concebido el edificio de modo tal que se terminaba llegando siempre al centro! Fue exactamente lo que se produjo. Hacia la noche, cuando sus compafieros se quejaban de la fatiga y del suefio, Teseo les or- dené de pronto: —{Detengimonos! Escuchen. Y ademds... sno oyen nada? Los muros les devolvian el eco de gruftidos impacientes. Y en elaite flotaba un fuerte olor a carrofia. —Llegamos -murmuré Tesco-. jE] antro del monstruo esté cercal Espérenme y, sobre todo, jno se muevan de aqui! Partié solo, con el hilo de Ariadna siempre en la mano. De repente, salié a una explanada circular parecida a una arena. All habfa un monstruo atin més espantoso que todo lo que se habfa imaginado: un gigante con cabeza de toro, cuyos brazos y piernas posefan miisculos nudosos como troncos de roble. Al ver entrar a Teseo, mugié un espantoso grito de satisfaccién voraz. Bajo las narinas, su boca abierta babeaba. Debajo de su cabeza bovina y peluda, apuntaban unos cuernos afilados hacia la presa. Lucgo, se lanzé hacia su futura victima golpeando la arena con sus peztifias. EI suelo estaba cubjerto de osamentas. Teseo recogié la més grande y la blandié, En el momento en que el monstruo iba a en- sartarlo, se aparté para asestarle en el morro un golpe suficiente 46 —— Los uecnos Dé bos wéRoEs 4a Testo ¥ ARIADNA para liquidar a un bucy... pero no lo bastante violento para matar a un Minotauro! El monstruo aulld de dolor. Sin dejarle tiempo de recuperar- se, Teseo se aferré a los dos cuernos para saltar mejor encima de los hombros peludos. Asi montado, apreté las piernas alrededor del cuello de su enemigo y, con toda su fuerza, jlas estrechd! Pri- vado de respiracién, el monstruo, furioso, se debatid. Ya no podia clavar los cuernos en ese adversario que hacia uno con él! Pataled, cayé y rodé por el suelo. A pesar de la arena que se fil- taba en sus orejas y en sus ojos, Tesco no soltaba prenda, tal como Ariadna se lo habfa recomendado. Poco a poco, las fuerzas del Minotauro declinaron. Pronto, lan- 26 un espantoso mugido de rabia, tuvo un sobresalto... jy exhalé el tiltimo suspiro! Entonces, Tesco se aparté de la enorme cosa iner- te. Su primer reflejo fue ir a recuperar el hilo de Ariadna. El silencio insdlito y prolongado habia atraido a sus compafieros. -Increfble... ;Has vencido al Minotauro! jEstamos a salvo! “Teseo reclamé su ayuda para arrancar los cuernos del monstruo. Asi -explicé-, Minos sabré que ya no queda tributo por reclamar. —sDe qué serviria? Por cierto, nos hemos salvado. Pero nos espera una muerte lenta: no encontraremos jamés la salida. —Si -afirmé Teseo mostrdndoles el hilo-. ;Miren! Febriles, se pusieron en marcha. Gracias al hilo, valvian a desandar el largo y tortuoso trayecto que los habia conducido hasta el Minotauro. A Teseo le costaba calmar su impaciencia. Se preguntaba qué dios benévolo le habfa dado esa idea genial a Ariadna. Pronto, el hilo se tensé: del otro lado, alguien tiraba con tanta prisa como él. Finalmente, luego de muchas horas, emergieron al aire libre. El héroe, extenuado, tiré los cuernos sanguinolentos del Mino- tauro al suelo, cerca de la entrada. —[Teseo... por fin! jLo has logrado! Loca de amor y de alegrfa, Ariadna se precipité hacia él. Se Los HecHOs DE 10s HEROES abrazaron. La hija de Minos eché una mirada enternecida al enor- ime ovillo desordenado que Tesco, todavia, tenia entre las manos. =A pesar de todo —le reproché sonriendo-, hubieras podido enrollarlo mejor El alba se acercaba. Acompafiados por Ariadna, Teseo y sus compafieros se escurrieron entre las calles de Cnosos y llegaron al puerto. —pPerforen el casco de todos los navios cretenses! -ordens. —;Por qué? -se interpuso Ariadna, asombrada. — {Crees que tu padre no va a reaccionar? Que va a dejar escapar con su hija al que maté al hijo de su esposa? “Es verdad -admitié ella. Y me pregunto qué castigo va a infligir a Dédalo, ya que su laberinto no protegié al Minotauro como lo esperaba mi padre’. Cuando el sol se levanté, Teseo tuvo un suefio extrafio: esta vex, fue otro dios, Baco, el que se le aparecié. “Es necesario ~ordené—, que abandones a Ariadna en una is- la, No se convertiré en tu esposa. Tengo para ella otros proyectos mds gloriosos. —Sin embargo —balbuced Teseo-, le he prometido... —Lo sé. Pero debes obedecer. O temer la cdlera de los dioses. Cuando Tesco se despert6, atin vacilaba, Pero al dia siguiente, la galera debié enfrentar una tormenta tan violenta que el héroe vio en ella un evidente signo divino. Grité al vigfa: Debemos detenernos lo antes posible! No ves tierra’a lo lejos? ;Si! Una isla a la vista... Debe ser Naxos. ‘Atracaron alli y esperaron que los elementos se calmaran. La tormenta se apacigué durante la noche. A la madrugada, mientras Ariadna seguia durmiendo sobre la arena, Teseo reunié: a sus hombres. Ordené partir lo antes posible. Sin la muchacha. 4 Diao yu ij Kero a quedar pines ene fas Terie Minos conde Testo y Anapns —(Asf es! —dijo al ver la cara llena de reproches de sus compafieros, Los dioses no actuan sin motivo. Y Baco tenfa buenas razones para que Tesco abandonara a Ariadna: seducido por su belleza, jquerfa convertirla en su esposa! Si, habfa decidido que tendria con ella cuatro hijos y que, pronto, se instalarfa con él en el Olimpo. Como sefial de alianza divina se habia prometido, in- cluso, regalarle un diamante que darfa nacimiento a una de las constelaciones mis bellas... Claro que Teseo ignoraba las intenciones de ese dios ena- morado y celoso. Singlando de nuevo hacia Atenas, se acusaba de ingratitad. Preocupado, olvidé la recomendacién que su padre le habia hecho... ‘Apostado a lo alto del faro que se erigia en la entrada del reo, el guardia grit6, con la mano como visera encima de los ojos: "Una nave a la vista! Si... es la galera que vuelve de Creta. jRépido, vamos a advertir al rey! ‘Menos de tres kilémetros separan a Atenas de su puerto. Loco de esperanza y de inquietud, el viejo rey Egeo acudié a los muelles. —zLas velas? —pregunté alzando la cabeza hacia el guardia—. Puedes ver las velas y decirme cual es su color? ; —Ay, gran fey, son negras. El viejo Egeo no quiso saber més. Loco de dolor, se arrojé al mar y se ahogé. Cuando la galera atracé, acababan de conducir el cuerpo del viejo Egeo a la orilla. Teseo se precipité hacia él. Adivind ensegui- da lo que habia ocutrido y se maldijo por su negligencia. —jPadre mio! jNo... estoy vivo! ;Vuelve en ti, por piedad! Pero era demasiado tarde: Egeo estaba muerto. La tristeza que invadié a Teseo le hizo olvidar de golpe su reciente victoria sobre el monstruo. Con amargura, el héroe pens6 que acababa de per- der a una esposa y a un padre. —iA partir de ahora, Tesco, eres rey! ~dijeron los atenienses, inclindndose. 50 = Los mecnos é 108 néroes El nuevo soberano se recogié sobre los restos de Egeo. Solem- nemente, decreté: ~;Que este mar, a partir de ahora, Ileve el nombre de mi padre adorado! Y a partir de ese dia funesto, en que el vencedor del Minotaur regres6 de Creta, el mar que bai las costas de Grecia lleva el nom- bre de Egeo. Mientras tanto, Ariadna se habfa despertado en la isla desier- ta. En el dia naciente, vio a lo lejos las velas oscuras de la galera que se alejaba. Incrédula, balbuceé: —{Teseo! ;Es posible que me abandones? Siguié el navio con los ojos hasta que se lo tragé el horizonte. Comprendié, entonces, que nunca volveria a ver a’Teseo. Sola en Ja playa de Naxos, dio libre curso a su pena; gimié largamente so- bre la ingratitud de los hombres. Luego, Ariadna reencontté sobre la arena su labor abandonada. Retomé las agujas. Y en espera de que se realizara el prodigioso destino que ella ignoraba, puso nuevamente manos a la obra. ‘Tejfa a la vez que lloraba. El poeta latino Catulo (siglo 1) y, mds tarde, Ovidio en sus Metamorfosis relatan este mito. DANAE Y PERSEO El rey de Argos, Actisio, que tenia una hija tinica, Danae, em- prendié el largo viaje hacia Delfos para interrogar 2 la pitonisa. Fsta vieja mujer, con la ayuda de los dioses, podia, a veces, leer el futuro. El rey le hizo la tinica pregunta que le interesaba: —jTendré algdin dia un hijo varn? La respuesta de la pitonisa fue terrible ¢ inesperada: No, Actisio, nunca, En cambio, tu nieto te matard... jy te reemplazard en el trono de Argos! Como! {Qué dices? Pero la pitonisa no repetfa nunca sus profecias. El rey de ‘Argos estaba consternado. Regresé a su patria repitiendo: “Danae... jes necesario que Danae no tenga hijos! Ella lo recibié cuando volvié al palacio. Pregunté enseguida: -Y bien, padre? Qué ha dicho el oréculo? El rey sintié que su corazén daba un vuelco, ;Cémo evitar la profecia de los dioses sin matar a Dénae? —Guardias -ordené-, que encierren a mi hija en una prisin sin puerta ni ventanas. ;De ahora en més, nadie podré aceredisele! DAnae no comprendié por qué la Hlevaban a un amplio cala- bozo forrado de bronce. El pesado techo que cerraron encima de clla no tenfa més que algunas ranuras angostas a través de las cua- les, cada dia, le bajaban la comida con una cuerda. Privada de aire puro, de luz y de compafta, Dénae creyé que no tardarfa en morir de pena. Pero en el Olimpo, Zeus se apiadé de la prisionera. Conmovido Danas ¥ Poxseo por su tristeza y, también, seducido por su belleza, resolvié acudi en su ayuda, Una noche, a Danae la desperté una violenta tormenta que tro- naba encima de su cabeza. Extrafias gotas de fuego cafan sobre ella, =Parece increfble, pero... jes oro! —exclamé levantandose. Enseguida, la lluvia luminosa cobré forma. Danae estuvo a punto de desfallecer al ver que se corporeizaba ante ella un hom- bre bello como un dios. —{No temas, Danae! ~dijo-. Te oftezco la manera de hui... Esta promesa era algo inesperado, y Danae sucumbié répida- mente al encanto de Zeus. Cuando el alba la desperté, Dinae creyé que habia sofiado. ;Pe- ro pronto comprendié que estaba embarazada! Y tiempo después, dio a luz.a un bebé de una belleza y de una fuerza excepcionales, ~{Lo llamaré Perseo! ~decidid. Un dia, al atravesar las cérceles del palacio, Actisio creyé oft los gritos de un nifio de pecho. Ordené que se abrieran las puer- tas de las prisiones. ;Grande fue su estupefaccién al descubrit a su hija con un magnifico recién nacido en brazos! =Padce, jsdlvanos! -suplicé Dénae. El rey realiz6 una investigaci6n ¢ interrogé a los guardias. Finalmente, debié rendirse a la evidencia: ;s6lo un dios habia podido entrar en ese calabozo! Si climinaba a su hija y al nifto, Acrisio cometerfa un crimen imperdonable. Entonces, el rey vio un gran batil de madera en la sala del trono. —jDénae, entra en ese cofre con tu hijo! ‘Temblando de miedo, la joven obedeci6. Acrisio hizo cerrar la caja y sellarla. Luego, llamé al capitén de su galera personal. —Carga este cofte en tu navio. jY cuando estés lejos de toda tierra habitada, ordena a tus hombres que lo arrojen al mar! El capitan partid; después de tres dias de navegacién, el cofre fue lanzado por la borda 54 ma Los mectos DE Los MEROES De nuevo prisionera, Danae intentaba calmar los gritos del uefio Perseo. Durante mucho tiempo, el cofre de madera flo- Fe en el mar, a merced de las olas... Una mafiana, mientras acercaba su embarcacién a la arena, un escador sintié intriga por esa enorme caja que la marea habfa Percado a la playa. Abrié el candado esperando encontrar en ella tun esoro. No podia creer lo que vefa cuando, en su interior, ha- [Ig inconscientes a una mujer y a un nifio. _Son bellos como dioses... {Los desdichados parecen estar al limi- tede sus fuerzas! Desde hace cudnto tiempo andardn a la deriva? El pescador, Dictis, era un hombre muy bueno. Condujo a Dénae y a Perseo a su cabafia y los cuidé lo mejor que pudo. —gDénde estamos? —pregunté Danae cuando se desperts. En una de las islas de las Cicladas: Sérifos. La gobierna mi hermano, el tirano Polidectes. Pero no temas, estards segura en mi casa. Pasaron los meses y los afios. Persco se volvié un muchacho robusto y valiente. Todos los dias, acompafiaba a Dictis a pescar. En cuanto a Dénae, se ocupaba de la casa y de la cocina, bendi- ciendo cada dia la bondad de su salvador. ‘Una mafiana, una soberbia comitiva se detuvo ante la cabafia de Dictis. Era el rey Polidectes que venfa a visitar a su hermano, Al ver a Danae ante la puerta, le impresioné la belleza y la nobleza de es- ta desconocida. En cuanto aparecié Dictis, el rey dijo, intrigado: —Dime, hermano, ;se trata de tu esposa o de una princesa? Oh, ni una cosa ni la otra, Polidectes. Es, simplemente, una ndufraga que he rescatado. {Tienes suerte de haber pescado una perla tan bella! Esta joya es demasiado preciosa para un pobre pescador. Ven, dime tu nombre. —Dinae, sefior, para servirlo ~dijo la muchacha haciendo una reverencia. —Servirme? De acuerdo. Bien, te conduzco a mi palacio. ;Des- pués de todo, lo que llega a las orillas de mi isla es de mi propiedad! 55 foo) 56 Los uectos ne vos eKoss Dinar vy Penseo Muda de espanto, Danae se dio vuelta hacia Dictis: no querf cambiar su cabafia por un palacio ni a su bienhechor por un rey, —Ay -le murmuré Dictis-, me temo que debes obedecer. ~jAh, sefior! -suplicé Dénae-. Tengo un hijo. Al menos, permite que me acompafie y no nos separes. —iDe acuerdo! dijo Polidectes-. Ve a buscar a tu hijo. Pero cuando el rey vio a Persco, se reproché su bondad. Ese muchacho semejante a un principe podfa convertirse en su rival.. ‘5c ignoraba dénde vivian esas tres hermanas monstruosas,;pero Je sabfa que su cabellera estaba hecha de serpientes venenosas obre todo, que si mirada petrificaba en el instante a todo aquel aque se atreviera a mirarlas! “A propésito —dijo Polidectes-, ti, Perseo, zqué regalo nos ‘has hecho? EL muchacho bajé la cabeza refunfufiando: zqué habria podido traer a su anfitrién? iY bien, te tomo la palabra! —decreté Polidectes~. Te ordeno que me traigas la cabeza de Medusa. No regreses al palaco sin ella, ‘A la noche, Dénae, desesperada, le suplicé que no la dejara. Pero no conté con el orgullo de Perseo, que exclamé: —No. Polidectes me lanzé un desafio. Y le debo lo que reclama acambio de su hospitalidad. En cuanto Dénae Ilegé al palacio, Polidectes le destiné las més bellas habitaciones. Enamorado de la hija de Actisio, la cortejaba asiduamente. En cambio, odiaba a Perseo, peto, para congraciarse con Dnae, convocé a los mejores preceptores, quienes le ensefiaron al muchacho todas las artes. Danae no de- jaba de agradecer al rey por sus buenas acciones y, cada dia, le costaba mds rechazar sus propuestas. —Mafiana -le anuncié un dia con tristeza a su hijo-, Polidectes organiza un gran banquete para anunciar nuestro compromiso. “,Cémo? ~pregunté Perseo con violencia. ;Te vas a casat con el rey? —Ya no puedo oponerme por mucho més tiempo. Te lo suplico, Perseo, intenta comportarte correctamente durante la ceremonia. La fiesta fue suntuosa: Polidectes habia hecho preparar las comidas més exquisitas. Cada invitado haba traido un regalo al amo de los dominios, tal como lo exigia la costumbre. -Y bien, Persco ~pregunté de golpe Polidectes-, :qué piensas de todos estos regalos? ;Te parecen dignos de nosotros? ~Sefior -respondié Perseo con una mueca de despecho- sélo veo alli cosas muy ordinarias: copas de oro, caballos, arneses. —(Pretencioso! Qué cosa tan original, pues, querias que me trajeran? —No sé... jla cabeza de Medusa, por ejemplo! Un murmullo de temor circulé entre los invitados: Medusa era, de las tres gorgonas, la de mayor tamafio y la mds peligrosa. [Al dfa siguiente, Perseo erré a lo largo de la costa de Sérifos buscando alguna idea: abandonarfa la isla, de acuerdo. :Pero adénde ir? Fue entonces cuando aterrizé delante de él Hermes, el de pies alados. Ante su estupefaccidn, el dios de los viajes estallé en una carcajada: ~{Te veo en problemas, joven audaz! Ipnoro dénde se esconden Jas gorgonas, pero sus otras tres hermanas, las grayas, lo saben. ‘Ademés, poseen tres objetos sin los cuales no podrés realizar tu misién. zcémo hallaré a las tres grayas? pregunté Perseo. Eso no es problema. Sube a mis espaldas, ;te llevo! Perseo trepé sobre los hombros de Hermes, que se eché en- seguida a volar. El dios volé durante mucho tiempo hacia el poniente antes de detenerse en una regidn drida y sombrfa. Le murmur a Perseo: Ten cuidado. {Estas viejas brujas no te dardn esos datos y esos objetos por propia voluntad! ;Deberés hacerles trampa! ‘Al acercarse a las tres hermanas, Perseo hizo un movimiento de 58 rechazo; eran de una fealdad repugnante. Sus bocas no tenfan diene tes, las Srbitas de sus ojos estaban vacfas. Parecfan agitadas y estar en medio de una gran conversacién, Una y otra vez, se pasaban entre si... jun ojo y un diente! Perseo reprimié una exclamacién. si! -explicé Hermes. No tienen més que un ojo y un diente para las tres. Deben, por tanto, prestérselos sin parar! Enseguida, Persco tuvo una idea. Se acercé a las tres grayas, en el momento en que la primera tendia el ojo y el diente a la segunda, jse apoderd de ellos! Las viejas aullaron a ciegas: —={Quién eres? {Qué quieres? ;Devuélvenos nuestro ojo y nuestro diente! Con dos condiciones: ;que me indiquen dénde encontraré a sus hermanas gorgonas y que me den los tres objetos que me per- mitiran enfrentarlas! Enloquecidas por tanta audacia, las tres grayas se pelearon y se Jamentaron un momento. ;Pero ni siquiera tenfan ya su tinico ojo para llorar! Por iiltimo, una de ellas suspiré: Bien. Encontrarés a Esteno, Eurfale y Medusa en los confines del mundo, en una caverna, mds allé del territorio del gigante Atlante. ~Aqu( estén las sandalias aladas que te permitirén Iegar, una alforja magica y el casco de Hades. EI casco de Hades! ;Para qué me servird? Aquel que lo lleva se vuelve invisible. ;Ahora, devuélvenos nuestro bien! Perseo les entregé cl ojo y el diente. Luego fue a reunirse con Hermes. le dijo alegremente-. ;Poseo unas sandalias parecidas a las tuyas! {Me acompafiards? De ninguna manera -contesté Hermes. Tengo mucho que hacer. De ahora en més, puedes arreglarte solo. Pero cuidate de no mirar nunca a Medusa ni a sus hermanas: ;te convertirias en piedra! Ah, toma, te confio mi hoz de oro, te ser atl. Persco se deshizo en agradecimientos. Se puso las sandalias y Los HeCHOS DE LOS HEROES eché a volar con una torpeza que hizo sonreit a Hermes. El dios de los voladores le hizo una sefia: “No sacudas los pies tan répidamente... el vuelo es una cuestién de entrenamiento... ;Aprenderds enseguidal Perseo, lleno de alegrfa, se dirigié hacia el poniente: ;gracias a los dioses que velaban por él, ya no dudaba de que vencerfa a Medusa! ‘Atravesando bosques y tfos, se encontré con las ninfas, jéve- nes divinidades de las forestas y de las aguas. Encantadas por el coraje y por el andar de ese joven héroe, le indicaron la guarida de las gorgonas. Cuando Persco llegé al medio de un desierto y descubrié la entrada de la caverna, temblé de terror: alrededor, no habia més que escatuas de piedra. Allf estaban todos lo que habfan enfien- tado a las gorgonas y que habian sido petrificados por su mirada. Hasta aqui, Perseo no habfa medido la dificultad de su tarea: c6- mo decapitar a Medusa sin dirigir su mirada hacia ella? ‘Sin embargo, se arriesg6 en el antro oscuro, revoloteando. Penetrd en el corazén de la caverna donde resonaban ronqui- dos. Luego, vio un nudo de serpientes que se contorsionaban Jevantando hacia él sus cabezas que silbaban. Enseguida, desvié la mirada y murmuré, con el corazén palpitante: “Las gorgonas estin adormecidas... jLos reptiles que tienen por cabellera van a revelarles mi presencia! No puedo de ningin modo matar a Medusa con los ojos cerrados. ;Ah!, Atenea —sus- pir6-, diosa de la inteligencia, ven en mi ayuda, jinspiramet Una luz iluminé la gruta..., y aparecié Atenea, vestida con su coraza, y armada. Su mirada era de bondad. Estoy conmovida por tu valor, Perseo. Toma, te confio mi escudo. ;Enfrenta a Medusa sirviéndote de su reflejo! Perseo se dio vuelta y comprendié de inmediato. Ahora, po- dia avanzar hacia los tres monstruos: extendfa delante de sus ojos el escudo de la diosa, ;tan liso y pulido como un espejo! Las tres gorgonas ya se agitaban en su suefio. Con su cuerpo recubierto de escamas y con sus largos colmillos puntiagudos 39 = ee Danae» Foxes Los npcnos Dé Los méxoEs que crizaban sus fauces, eran en verdad horribles. Perseo ubieg répidamente a Medusa, en el centro; era la mas joven y la mas venenosa de las tres. Retrocediendo siempre y guidndose por el reflejo del escudo, llegé hasta la gorgona en el momento en que esta se despertaba. ;Entonces, dando media vuelta, blandié la hoz que le habia prestado Hermes y la decapit6! La enorme ca- beza comenzé a moverse y a saltar por el suelo. Durante un instante, Perseo no supo qué hacer. Luego, tomé la alforja que le habfan dado las grayas. Ay, jes demasiado pequefial No importa, probemos... Conteniendo su repugnancia, recogié Ia cabeza. Milagrosa mente, la bolsa se agrandé lo suficiente como para que Perseo pudiera guardar en ella su botin. Después de lo cual, la alforja recobré su tamafio. EI héroe no tuvo tiempo de saborear su victoria: un ruido ine sédlito lo alert, Vio la sangre que brotaba a grandes chorros del cuerpo decapitado de Medusa. De aquella efervescencia rojiza surgieron dos seres fabulosos. Primero, aparecié un gigante con una espada dorada en la mano. Como Perseo retrocedia, el otro lo tranquiliz6: Gracias por haberme hecho nacer, Perseo. {Mi nombre es Crisaor! § De la sangre de Medusa se desprendia, poco a poco, otra ctia- tura, atin mds extraordinaria: un caballo alado, de una blancura resplandeciente... ~Y he aqui Pegaso -le dijo Crisaor-. Ah... ten cuidado! jLas hermanas de Medusa se han despertado! jEstén bloqueando el paso! jNo... sobre todo, no te des vuelta! Répidamente, Perseo se colocé el casco de Hades. Se volvié invisible de inmediato, Desconcertadas, las gorgonas se pusieron a buscar a su adversario, Y Perseo, con los ojos protegidos detrés del escudo de Atenea, pudo entonces escurrirse hasta la salida. Danae y Pensto En cuanto se quité el casco, las hermanas de Medusa compren- dieron que habian sido engafiadas. Salieron de la caverna y se lan. zaron en su biisqueda, Perseo estaba listo para echar vuelo con sus sandalias cuando Pegaso, a su vez, salié de la gruta relinchando, De un salto, el héroe subié al caballo alado que volé por los aires, Con el rostro azotado por el viento, Perseo estaba radiante de felicidad, ;habfa vencido a Medusa y estaba montando el mas fabuloso de los caballos! De Ja bolsa que Llevaba en la mano, se escapaban numerosas gotas de sangre. Cada una de ellas, al caer al suelo, se transformaba en serpiente, Esta es la razén por la cual hoy hay tantas en el desierto. A la noche siguiente, Hermes se le aparecié a Perseo. El héroe agradecié al dios por sus consejos y por su ayuda; le devolvié la hoz y le pidié que restituyera a las tres grayas el casco de Hades y las sandalias aladas; pero, desde luego, se guardé la bolsa con lo que contenia, Una noche, en el camino de regreso y mientras atravesaba una regién drida y escarpada, Persco decidié hacer un alto. Poco des- puss, lleg6 un gigante. Esta ver, se trataba de un coloso tan grande como un volcin, y mantenfa curiosamente los dos brazos alzados. Qué haces aqui, extranjero? —gruié-. ;Sabes que estés muy cerca del jardin de las hespérides? ;Rapido, vete! —jEstoy agotado! —explicé Perseo-. Déjame dormir aqui esta noche. —De ninguna manera. jMi trabajo no soporta la presencia de nadie! Perseo no comprendia, Quiso defenderse. —{Cémo, te atreves a insistir? —refunfufé el gigante adelan- tando un pie amenazador-, ;Pequefia larva, haré de ti un bocado! Entonces, el héroc sacé de la bolsa la cabeza de la gorgona cu- yo poder, lo sabia, seguia intacto. ;Se la extendid al gigante que queds... pasmado! En un segundo, su cuerpo se habia transfor- mado en una montafia de piedra, Perseo exclamé: Los necnos Dé 10s seeoes Bra Atlante! jHe petrificado al que cargaba el cielo sobre sus hombros! Desde ese dia, el gigante se vio liberado de su carga. Y el peso del ciclo es soportado por la montafia que lleva su nombre. Cuando Perseo Ilegé a la isla de Sérifos, corrié hasta el palacio "a presentarse ante el rey Polidectes. Al no ver a su madre, se preo- cup6. El soberano, furioso, le lanzé: . ; {Danae se escapé! Se niega a casarse conmigo. Se ha refugia- doen un templo con mi hermano Dictis, el pescador. Esperan la proteccién de los dioses. Estoy sitiando su guarida, no aguanta- ran mucho tiempo mids. ¥ ti, ge dénde vienes? ~Sefior ~respondié Perseo—, he cumplido con lo que usted me pidié: le traigo la cabeza de Medusa. Incrédulo, Polidectes estallé en malvadas carcajadas. Como! zY entra en esa pequefia bolsa? ;Pretendes haber matado a la gorgona? ;Cémo te atreves a burlarte asi de mi? Esta bolsa es magica ~dijo Perseo, que disimulaba mal su eélera-. Crece y se achica en funcién de lo que se mete adentro. —dLa cabeza de Medusa allf adentro? -se burlé el rey-. [Me gustaria ver eso! ~A sus drdenes, sefior: hela aqui. El héroe tomé la cabeza de Medusa y la blandié frente a Poli- dectes. El rey no tuvo tiempo de responder ni de asombrarse: se transformé en piedra en su trono. Y cuando los soldados y los cortesanos reunidos iban a arrojarse sobre él, Perseo les extendié la cabeza de la gorgona, jal punto, quedaron todos petrificados, en ese mismo instante! Perseo corrié a liberar a su madre y a Dictis, su fiel protector. Salvados del tirano, los habitantes de la isla de Sérifos quisieron que Perseo reinara en su lugar. —No -les respondié-. El tinico trono legitimo que tengo el derecho de reivindicar es el de Argos, mi patria. All{ regresaré. 64 Danae ¥ Pesto El rumor de las hazafias del hijo de Dénae habfa llegado has- ta Acrisio: jentonces su hija y su nieto habfan sobrevivido! Para escapar de la profecta, Actisio huy6 y se exilié en la ciudad de La- risa; le importaba menos su trono que su vida. Fue entonces cuando Perseo llegé a Argos y, en ausencia de su abuelo, reiné. Una noche, se le aparecié Atenea. El héroe se incliné ante la diosa, le devolvié su escudo y la bolsa. —Contiene la cabeza de Medusa. ¢Quién mejor que ti podria uusarla, ya que eres a la ver la diosa de la guerra y de la sabiduria? —Acepto tu regalo, Perseo, y te lo agradezco. ‘Atenea tomé la cabellera de serpientes y Ia aplicé sobre el escudo que habfa permitido engafiar a la gorgona. Desde entonces, la cabeza de Medusa adorna el escudo de Atenea. Mientras tanto, en Larisa, el rey de la ciudad acababa de or- ganizar juegos. Aun en cl exilio, Acrisio, el padre de Dénac, concurrié a las arenas para asistir a ellos. Se sent en la prime- ra fila. Enseguida se sintié intrigado por un joven atleta que, antes de lanzar un disco, querfa a toda costa retroceder hasta el fondo del estadio. Qué teme? ~pregunté Actisio encogiéndose de hombros. —Teme lanzar el disco demasiado lejos —le explicé su vecino-, y lastimar asf a algiin espectador. Acrisio sonrié ante la pretensién del atleta, —Quién es para creerse tan fuerte? -Bs el nieto del antiguo rey de Argos. Su nombre es Perseo. Con sorpresa y espanto, Acrisio se levanté de su grada. Pero alld, en el otro extremo del estadio, el atleta acababa de lanzar el disco... El proyectil volé hasta las primeras filas; se abatié sobre la cabeza de Actisio, que cayé muerto instanténeamente. ‘Asi el héroe Perseo maté a su abuelo, por accidente. Sin consuelo por su acto, fue reconfortado por Danae. Los HeCHOS DE 108 HEROES Hijo mio -afirmé-, tt no eres responsable. Nadie escapa a su destino. El tuyo es glorioso. :¥ quién sabe si tus hijos no rea- fizardn hazafias atin més espectaculares que las tuyas? ‘Dinae no se equivocaba: con la bella Andrémeda, su esposa, erseo habrfa de tener una numerosa descendencia. Una de sus nietas, Alcmena, serfa incluso, como Danae, amante de Zeus. ¥ de esa unién de una mortal y de un dios habria de nacer enton- ces el mayor y més célebre de los héroes: Hércules'. Elmito de Détnae lo relata el escritor griego Hestodo (siglo vata. C:) Las ragedias que tenian como tema las hazafias de Persco se han perdi do Su historia legd hasta nosotros gracias al poeta griego Péndaro (siglo va. C) ya Ovidio, "Hives enone no de Hels, Lo empleo ans porge es mds popula, 65 EL ORACULO DE DELFOS Epiro Escucha... Escucha la terrible historia de aquel que los dioses, antes de su nacimiento, jhabian condenado a matar a su padre y a casar- se con su madre! ‘Asi es: todo comenzé en Tebas, la ciudad que gobernaba el rey Layo. Un dia, Yocasta, su joven esposa, le comunica que es- pera un hijo. Entonces, Layo se dirige al santuario de Delfos. {Conoces el santuario de Delfos? Imagina un templo rodeado de extrafias furnarolas... Alli, una vieja mujer sirve de intermediaria entre los dioses y los hombres. ;Es la pitonisal Si, la pitonisa res- ponde a quienes la interrogan, les revela a veces su origen y més a menudo su futuro, Quiero saber -le pregunta entonces Layo-, qué glorioso destino serd el de nuestro hijo. La pitonisa levanta al cielo una mirada alucinada. Masculla: (Te naceré un hijo que mataré a su padre y que se casaré con su madre! Layo, espantado, cree haber ofdo mal. Quisiera gritar: No, es imposible, te equivocas! Pero la pitonisa no puede mentir. 2Y qué humano, asf se tra- te del rey de Tebas, puede oponerse a la voluntad de los dioses? Desesperado, el rey regresa a Tebas, La verdad es demasiado horrible para que pueda darla a conocer ¢ incluso revelérsela a su 68. Eira esposa {En secreto, se jura a s{ mismo hacer todo lo posible que esa prediccién no se realice! Poco después, la reina Yocasta da a luz a su hijo. Es un lin bebé, alegre y lleno de vida. =Cémo lo Ilamaremos? ~pregunta a su esposo. Sin responder, el rey se aleja con el recién nacido. {Qué sen. tido tiene darle un nombre, si no debe vivir! Layo hace venir al) capitén de su guardia, Le ordena: —Toma a este bebé. Llévalo lejos de aqui. Métalo. Luego, dej que los animales devoren su cadaver. ;Obedece sin hacer preguntas! El capitén se inclina; con el bebé en brazos, deja el palacio. Es un soldado rudo. Matar? Es su oficio. Pero resulta que mientras sy caballo recorre la llanura al galope, el nifio se pone a gemir y a llo- rar, {Tiene hambre? {Tiene frio? :Adivina el destino que le espera? Entonces, el capitén siente que su corazén se debilita, acelera la marcha y se ditige hacia el monte Citerén, al que sube. Llegado a la cima, se detiene. Alli, un viento frfo sopla sobre la vegetacién érida, El capitén desenvaina su espada, los llantos del bebé recrudecen, Ese soldado intrépido no retrocederia, estando solo, ante un arma enemiga. Aqui se niega a realizar ese asesinato cobarde, Suspia: —No. Decididamente, no puedo... ;Dejemos pues a las bestias ocuparse de esta desagradable tarea! Nadie se enterard. ‘Agujerea los pies del bebé, arranca un junco, lo pasa a través de los agujeros que sangran y le ata asf los tobillos. Cuelga al ni- fio de una rama cabeza abajo. Luego, monta su caballo y regresa a Tebas sin darse vuelta, ‘Aquel dia, el pastor Forbante y sus compafieros hacen pastar a sus rebafios en las laderas del monte Citerén... Forbante esté lejos de su patria, Corinto. Si ha hecho un camino tan largo, es para encontrar, més alld del istmo, una hierba mas densa y mis verde, Por supuesto, su atencién es atrafda répidamente por extrafios va- gidos y por los ladridos furiosos de sus perros. Acude y descubre, estupefacto, al bebé asi atado y colgado. —Pobre criatura! ;Quién te ha abandonado a tan triste destino? “Erpastor va a ordeftar una de sus ovejas para darle leche al bebé ~ hambriento. £1 onactto ve Dinsos Invadido por la piedad, Forbante libera al nifio cuyos pies, forados, estin muy hinchados. Y como sus gritos recrudecen, De quién puede ser? ~pregunta a sus compafieros. Qué crees, Forbante? —exclaman los demds-. jEs un nifio abandonado! Sus padres han querido deshacerse de él. (He aqui a Forbante a cargo de un huérfano! ;Qué hacer con é? Un mes mds tarde, cuando los pastores regresan a su patria, Forbante se lleva al bebé. Satisfecho con la leche de oveja, balbu- ea y sonrie. ‘Al acercarse a Corinto, Forbante se cruza con su reina en per- sona, Ella se sorprende de ver a ese pastor con un recién nacido. mis perros no lo hubieran descubierto, habrfa muerto -explica Forbante-. Pero no sé qué hacer con él... i La reina de Corinto nunca pudo tener hijos, es estéril. Si convence a sus stibditos de que ese bebé es suyo, jel trono ten- dra un sucesor! -Y bien, yo lo educaré le dijo la reina en voz muy baja. jToma, Forbante, aqui tienes con qué indemnizar tu esfuerzo y pagar tu silencio! De regteso al palacio, le entrega el bebé a su marido, Pélibo. -jLos dioses nos envfan este bebé! -exclama el soberano, en- cantado-. Has hecho bien en comprarsela a Forhante. Haremos de él un principe. —;Cémo vamos a llamarlo? —Bdipo -respondié Pélibo, ya que ese nombre significa “pies hinchados”. En el palacio de Corinto, Edipo crecia en el bien y en la be- lleza, A los dieciocho afios, se convierte en un muchacho que posee todas las cualidades, aunque a veces es impulsivo y sober- bio, como suelen ser a menudo los principes. Sus padres estén muy orgullosos de él. 69 Bow. Pero un malvado rumor circula por la ciudad: jel futuro rey Corinto no serfa el verdadero hijo de sus soberanos! Al principio, Edipo no presta atencidn a esos cuentos. A la larga, fastidiado por su insistencia, interroga al viejo Pélibo. =jVeamos, Edipo, claro que eres nuestro hijo, tinico y queridol Pero la duda anida desde entonces en el alma de Edipo, como tun gusano que toe lentamente un fruto. Un dfa, el joven declara: =WVoy a interrogar a los éraculos! Quiero saber la verdad... Delfos queda tan sélo a una semana de marcha y la distancia es rapidamente salvada. Admitido en el santuario, Edipo se encuentra frente a la pitonisa, Pero sin iluminar a Edipo acerca de su pasado, los dioses, por boca de la vieja mujer; le revelan su futuro: -Estds destinado a un porvenir del que no puedes escapar: terminarés matando a tu padre y casindote con tu madre... {Edipo est4 espantado! ;Cémo impedir que horrores tales tengan lugar? =iNo regresaré nunca a Corinto! ~decide-. No volveré a ver a mis padres. ;Pondré entre ellos y yo tal distancia que esas predic- ciones jamas podrin realizarse! Esa misma noche, Edipo se pone en marcha. Pero creyendo alejarse del ugar de su nacimiento, no hace més que acercarse a él. Y al huir de sus padres adoptivos, va al en- cuentro de sus progenitores... ‘Al dfa siguiente, mientras cntra cn Beocia, Edipo penetra en el estrecho desfiladero que conduce a la ciudad de Daulide. De repente, ve ante s{ una comitiva: se trata de un carro rodeado por una escolta de soldados. ~jA un Jado! —le ordenan. Pero resulta que Edipo es hijo de un rey. Y, por instinto, un principe no obedece. —Con calma —dice, sin apartarse-. Usted no sabe quién soy. Irritado por ese contratiempo, el anciano que esté sentado en el carro se levanta. Increpa al desconocido que se niega a cederle correr @ su amo, otros para lanzarse a perseguir al agresor. ;Pero Edipo ya esté lejos! Aprovechando la confusion, se escurrié por las laderas del desfiladero. Ya est, ha desaparecid —jLa desgracia se ha abatido sobre nosotros! ~exclama uno de fos soldados—. jNuestro rey ha muerto! El anciano, en efecto, no volverd a levantarse: Edipo lo ha matado. Ignora que ese hombre se llama Layo, que se trata del rey de ‘Tebas y que acaba de asesinar a su padre. ‘Transcurren los dfas y las semanas. Edipo se acerca a Tebas. En el camino, no se cruza més que con viajeros enloquecidos. Detie- nea uno de ellos que le explica: Ah, joven extranjero, jno vayas més lejos! ‘Tebas est inacce- sible: un monstruo llegado del monte Citerén monta guardia a las puertas de la ciudad. Impide a cualquiera s man la Esfinge. — {Tan temible es esa Esfinge? St: detiene a los viajeros y les propone un enigma. ;Si no saben responder, Jos mata y los devora sin piedad! iro entrar. Lo lla- 4 ontcrua be Davros el paso. Ofendido por esa falta de educacidn, Edipo responde con un insulto. _{Te atreves a oponerte a mf? ~dice el anciano, desenvainando su espada—. No —agrega dirigiéndose a los soldados que quieren interponerse-, hagan avanzar el carro. ;Y déjenme darle una lec- cidn a este mequetrefe! El convoy se pone en movimiento; y antes de que Edipo pueda hacerse a un lado, una rueda le pasa por encima del pie. ‘Ahora bien, los pies de Edipo son frégiles. —iViejo maldito! -grita, esquivando el golpe que le estaba destinado. Con el canto de la mano, golpea la nuca de su atacante, que se derrumba en el suelo. Los soldados dan un salto, unos para so- . . nm 70 = owe —2¥ cémo recompensa a quienes resuelven sus enigmas? —jAy!, hasta ahora, ;nadic consiguié hacerlo! Creonte, el nue- vo rey de Tebas, ha prometido la mano de su hermana Yocasta al que libre a Tebas de semejante flagelo. —;Creonte? Crefa que Tebas estaba gobernada por Layo. —Nuestro rey acaba de ser asesinado. El hermano de la reina ‘Yocasta gobierna provisoriamente. Esté esperando que la sobera- na vuelva a casarse para ceder el trono a su nuevo esposo. En un reldmpago, Edipo vislumbra un porvenir inesperado: el pobre viajero que es puede convertirse en rey mafiana mismo, —Enfrentaré a la Esfinge —dijo a su interlocutor. Entraré en, ‘Tebas vencedor. O moriré... squé importa? Morir, piensa, jseria una buena manera de engafiar a los dioses! He aqui que Edipo se acerca a las puertas de la ciudad. No ve a ningtin monstruo. ¢La Esfinge quiere acaso salvarlo? —Detente, joven imprudente! La voz es imperativa, extrafia y ronca. Edipo levanta la cabe- za. jAllli, ttepado sobre una roca, se alza un animal fabuloso! Es una fiera provista de alas. Posee el busto, la cabeza y el rostro de una mujer. Una mujer de belleza ponzofiosa. Los brazos y las piernas tienen garras. Su cola es la de un dragén. —algnoras que, para pasar, debes resolver un enigma? —Lo sé. Estoy listo. Te escucho. Edipo observa que la Esfinge hace equilibrio al borde de un barranco. ;Quién sabe si, precipitindose hacia ella, no podria hacerla caer? —Esta es mi pregunta —dice el monstruo mirando de arriba abajo al extranjero con una burla altanera-. Cudl es el animal {que camina en cuatro patas a la mafana, en dos patas al medio- dia y en tres a la noche? Edipo reflexiona. Adivina que las palabras de este enigma tie nen un sentido oculto: se trata de una metéfora. Dirige a los dioses un ruego mudo y exclama de repente: {Ese animal es el hombre! El hombre que, en la infancia, an- da en cuatro patas; el hombre que, adulto, camina sobre sus dos piernas, y el hombre que, ya viejo, se ayuda con un bastén, El rostro de la Esfinge expresa el asombro més profundo. De pronto, el monstruo cae al vacto, y su interminable cada va acompafiada de un rayo de fuego. De lo alto de los muros de Tebas, los habitantes no se han per- dido nada de este especticulo, Increjble: ;un desconocido resolvié el enigma de la Esfinge y liberé a la ciudad de ese fagelo! ‘Una inmensa ovacién sube de la ciudad. Abren las puertas y conducen triunfalmente al vencedor de la Esfinge al palacio. ‘Asi es como Edipo se convierte en rey. La boda de Edipo y de Yocasta es celebrada con grandes festi- vidades. La reina le parece a Edipo muy seductora y bella. Por cierto, ella es mayor que él, pero es todavia lo bastante joven co- mo para darle cuatro hijos: dos mujeres, Antigona ¢ Ismene, y dos varones, Eteocles y Polinices. Durante més de diez afios, el reino de los soberanos transcurre sin nubes. Una mafiana, el adi- vino Tiresias pide una audiencia en el palacio. =Mi rey —le dice a Edipo- jse ha declarado la peste en Tebast Los presagios son funestos... Temo el porvenit. sias es un sabio. Como la pitonisa, sabe leer el futuro. =(Callate, pdjaro de mal agtiero! le responde Yocasta. Pero Tiresias ha dicho la verdad: pasan los meses, los afios y la peste causa estragos. En los campos ya no crece cereal alguno. La hambruna se instala. El pueblo gime su infortunio y les pide a los, soberanos que actiien. La edlera de los dioses se cierne sobre nosotros! —declara un dia Tiresias. ~;De veras? -responde Edipo al adivino-. iY bien, ve a Delfos a interrogar los ordculos! ¥ regresa lo antes posible. En cuanto regresa, el adivino, muy pélido, anuncia: 74 Ex onscuto ve Detox He aqui, segiin la pitonisa, la causa de nuestros males: el gsesino de Layo jamés ha sido encontrado. jHay que identificar- lo y castigarlo! ” Que asi sea. Hagamos lo necesario para encontrar al culpa- ble. ;Su castigo ser4 tertible! Quiero que se presenten aqui los testigos de aquel drama. Convocados, los soldados no reconocen a Edipo. Han pasado demasiados aftos. A sus ojos, el asesino de Layo era un simple ex- tranjero que venia de Corinto. ;Muy répidamente, la fecha y el lugar del crimen hacen comprender a Edipo que podria ser él mismo ese asesino! Aterrorizado, recuerda entonces el ordculo: “Matards a tu padre...”. ;Pero Layo no era su padre! “Te casards con tu madre...” Pero Yocasta no puede... De golpe, los rumores que corrian en Corinto sobre el origen de su nacimiento le yuelven a la memoria. Es imposible, pero quiere cerciorarse. Y si Yocasta fuera su madre, habrfa tenido un hijo veinte afios an- tes. La interroga. -jNo! -responde tan espantada como él-. No, jamés tuve otros hijos que los que hemos concebido, salvo... Edipo contiene la respiracién, Es necesario que Yocasta diga la verdad. Salvo un bebé que Layo mandé degollar al nacer. jNo podia- mos dejarlo vivir! Un oréculo habia predicho... —Quién lo degoll6? {Lo maté realmente? {Quiero saber! Yocasta convoca al capitén a quien el rey Layo habia encargado Ia siniestra tarea. El viejo soldado baja los ojos y confiesa: =No pude matar al bebé, Le perforé los pies, lo colgué de un drbol y lo abandoné en el monte Citerén... —jNo! ~grita Edipo-. jNo! Edipo quiere reconstruir toda la verdad, sea cual fuere. El mismo dia, convoca a Tiresias y le ordena: =Ve a Corinto. Pide una audiencia con mi padre Pélibo... ~Pélibo —responde el adivino- no es tu padre. Ya lo has comprendido. Sin embargo, Tiresias obedece. De regreso, confirma: i -No eres el hijo natural de los soberanos de Corinto, sino nifio encontrado en el Citerén por un tal Forbante... El viejo pastor atin vive y es convocado al palacio. Sil -confiesa-. Yo encontré un bebé que la reina adopt... . Alli, en un rincén de la sala del trono, Tiresias agacha la cabeza, Edipo lo acusa con voz aterrotizada: -Tii sabfas... Tu, el adivino, lo sabfas todo y no me haby dicho nada! Qué sentido tiene revelar lo que no se quiere ofr? Era ne- cesario, Edipo, que tii desearas la verdad. Y que la descubrieras i mismo. Yocasta se levanta. Mira a Edipo, espantada. —As{ que has matado a tu padre, Y yo, tu mujer, soy tu madre,. | Deja el palacio gritando a la vex su vergiienza y su dolor. ~Si-murmura Edipo aterrado-. Soy dos veces culpable. Pobre Edipo! Se acusa de asesinato y de incesto. ;Pero cémo habria podido escapar al designio que fos dioses le tenfan reser- vado? ;Es responsable de esos crimenes inscriptos en su destino? Poco después, una joven envuelta en Ilantos entra en la sala del trono, Es Antigona. Antigona: jsu hija... y su hermana! Mur- mura, sollozando: ~Yocasta acaba de ahorcarse, esté muerta. Lleva en la mano el cinturén que debié haber utilizado la rei- na, Entonces, Edipo agarra la hebilla y, con la punta, traspasa sus ojos y se los arranca. —jPadre! —grita Antigona. ;Qué has hecho? jAhora estds ciego! Por qué? ~jEstaba ciego cuando ten{a dos ojos, Antigona! ;Qué me im- porta ver ahora? Cuando creemos que decidimos nuestros pasos, son siempre los dioses los que nos estan guiando... -Y bien, desde ahora -murmura-, soy yo quien te guiard. Con los ojos ensangrentados, Edipo se aferra al brazo de An- tigona, quien jura que ya no lo abandonaré. Y mientras se alejan 76 = BL once vs Dewsus palacio, los habitantes de Tebas se retinen en las calles para ver asar a su soberano destituido. Allf estén Polinices, Eteocles, Is- foene. Y el hermano de la reina muerta. “-Creonte —murmura Edipo-. Te confio el trono y a mis tres hi jos. —;Adénde irés, adénde irdn? —pregunta Creonte. ~A Colono... si su rey tiene a bien recibirnos. Adiés. (Que mi alejamiento disipe las desgracias de Tebas! 'Y bien, no: el anhelo de Edipo no sera realizado. No tardarén en llegar nuevos dramas que enlutardn a Tebas: los dos hijos de Edipo se matardn entre si por el poder, y Antigona tendré un fin tro... ‘Ya conoces la trégica historia de Edipo! Aungue la figura de Edipo es mencionada por primera vez en La Odisea, de Homero, llega a su celebridad con las tragedias del dramaturgo Séfecles (siglo V a. C.). 7

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