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EI Shds6in, en el monasterio. de Todai-ji de Nara, cerca de Kioto (Japén). Para acer las ofrendas que se enviaban del mando ‘entero al colesal Buda de bronce de Nara se constrayé wm alma cin Hamade Shéstin, que despuis ‘lela muerte del emperador Sbému (756), 10 vinda Io enrigueci con ‘odor Joe teorae que pertenectan a tue prinipe. Comprenie testime- ios inestimables de la antigua China de tos T'ang, ain mal omocide, ¢ incluso objets. envia- ‘dos del Oriente Medio. Desde 1873, se abre cada ato en no- viembre, Es el musta més. viejo ‘del mando. La construccién en ‘madera (que ha sido renovada) gurantiza la conservaciin de las objets al regularigar 1a bigrome- Capitulo 2 Intermedio El musco zozobra con las otras instituciones del mundo antiguo, Ese caricter gratuito de Ia obra de arte, que el museo supone, es incompatible con los tiempos nuevos, en los que todo debe orde- narse en la vida humana hacia una finalidad suprema, situada en el mas alla. Por otra parte, el hombre de la Edad Media tiene una nocién del tiempo comparable a la de las civilizaciones primitivas; vive privado de una de sus tres dimensiones: el pasado, La historia comienza en él mismo, es decit con la cra cristiana, y esta precedida de una prehistoria que es el mundo de la Biblia; todo lo que no queda dentro de este orden carece de realidad y es arrojado a las «tinieblas exteriores», especie de mundo al revés dominado por las potencias del mal. Sin embargo, hay testimonios de ese pasado cristiano que deben conservarse a todo precio: son las reliquias, restos de los instrumentos de la Pasién de Cristo, de la vida de la Virgen y de los apéstoles y de esos hombres que han recibido la iluminacién divina {que son los santos. Ya los primeros cristianos impregnaban lienzo o yeso con la sangre de los mirtires. En la Edad Media se disputaban dichos restos, y para asegurarse su posesidn no se detenian ante el robo o el homicidio. Constituian, aclemés, el mejor elemento de la terapéutica del tiempo, que prote- sla de las calamidades, aseguraba las buenas cosechas, curaba las enfermedades, las epidemias y los achaques. Nada era lo bastante rico para honrar esos vestigios insignes: oro, plata, piedras preciosas ‘que se empleaban en bruto (pues atin no se sabia tallaras), gemas, tejidos y todo lo que se importaba con grandes dispendios de lejanos paises. Tales objetos acumulados constituian los «tesoros», depé- sitos que venian a ser verdaderos museos en embrién, frecuentados por esos piadosos visitantes que cran los peregrinos. Todo lo que habia estado cerca de Cristo eta sagrado, incluso la tierra de los San- tos Lugares, de Ia cual se hacian una especie de tablillas, con imagenes piadosas estampadas en cllas, lamadas serrae sigillatae ; cl aceite de las limparas que ardiera cerca de Jos santuatios de Palestina era también santo y elo levaban en fraseos de plomo o de plata; la catedral de Monza en Italia nos ha conservado antiguos modelos en plata del siglo v1r, sobre los cuales se pueden ver escenas que recuer- iban las basilieas palestinas antes de su destruccién por 29 Encuadernacién en marfil de un evangeliario procedente de Ia abadia de Lorsch, en Alewania. Victoria and Albert Museum, Londres. Uno de los mas belles eemplares de esas magnifcas tablas de smarfil que servian de encnadernaciin al libro de tos Evangelos. Las des Iojas de la encuadernaciin de Lorsch estén boy en Roma y en Landres, Jos manusrites en Bucarest y en el Vaticano, sas tablas monumenta- 4s, ecntadas hacia el ake 810, constitayen Ja obra. mds importante ‘en murfil de las que bam Uegado basta nosotros, salidas de ta Escuela de a Corte de Carlomaguo, El estile se inspira en ta baja Antighedad. a Jos frabes, Los tejidos que envolvian las reliquias — los sudatios — gozaban de la misma eficacia que éstas y de tiempo en tiempo se distribuian los pedazos a los fieles, Esta costumbre procedia de Roma, pues en Constantinopla no se obstaculizaba la desmembracién o la divisién de las reliquias corporales con el fin de satisfacer Ia demanda, mientras que en Roma, en los primeros tiempos del cristianismo, se con- servaba todavia vivo el respeto que el paganismo romano testimonié siempre a los cuerpos de los difuntos, aunque fuesen de los que suftieron suplicio; el cédigo teodosiano prohibia «turbar el reposo de un muerto, incluso modi- ficando un sarcéfago. Mas tarde, los tejidos que habian tocado los cuerpos santos se consideraron como reliquias, lo que explica la multiplicacién de éstas y el que no se hhonrasen menos de cincuenta y siete velos de la Virgen. Los cuerpos santos se conservaban en urnas de orfe- breria que al principio tomaron aspecto de tumba y des- pués de iglesia; cuando no se guardaba més que una parte del cuerpo, el relicatio tomaba su forma, brazo, pierna, mano, pie, cabeza o costlla. Los tesoros conservaban tam- bin las partes delanteras de altar en metal precioso, alta- res portitiles, piezas de orfebreria litirgica: cflices, pate- ‘nas, copones, palomas eucaristicas, muchas de las cuales se suponfa que habjan pertenecido a algin santo local, y manuscritos, principalmente evangeliatios; los espléndidos ‘evangeliarios carolingios se apreciaron mucho durante toda a Edad Media y a menudo fueron objeto de suntuosas en- ‘cuadernaciones de orfebreria, incluso en la época géticas Jas vestiduras litdrgicas consageadas por antiguos usos se guardaban también con cuidado; el tesoro encerraba ade- mis los juegos de tapices que servian para decorar las igle- sias en ciertas fiestas del aiio. En fin, ademés de todos esos objetos de fabricacién occidental, otros provenian de la Antigedad o de Oriente, que pata las gentes de la Edad Media representaba Ia fabulosa lejania perfilindose en el tiltimo plano de la imaginacién; algunos objetos creados por Ia civilizacidn antigua, o el Islam, o incluso el Extremo Oriente, que la Edad Media se sentia incapaz de reprodu- cir, eran considerados como infinitamente preciosos; adqui- ridos con grandes dispendios, quedaban incorpor vurnas 0 rel os; de esta forma se han conservado ‘gemas y camafeos antiguos, por los cuales la Edad Media tuvo una verdadera pasidn. Asimismo, ‘no se dudé en incorporar a las orfebrerias sagradas las figuras de César, de Germénico, de Jupiter 0 de otros dioses, que por otra parte resultaban ya desconocidos. La urna de los Reyes Magos, en Colonia, no leva menos de doscientas piedras antiguas engastadas en Ia orfebreria, Suger, abad de Saint-Denis, en Francia, fue a buscar hasta Sicilia camafeos y copas de sardénice. Para los sudarios, se hacian venir de Oriente tejidos de seda bordados en oro, fabricados por el Islam o en Bizancio; los hay incluso sasinidas. Gracias a los tesoros ha legado hasta nosotros la mayor parte de los objetos bizantinos que aiin poseemos y los tejidos més antiguos de Oriente. ‘Tales tesoros se conservaban en pequetias salas anejas a las iglesias catedrales 0 monisticas, siem- pre abovedadas para evitar los riesgos de incendio. La catedral de Bayeux muestra atin su sala del te- soro intacta, con sus armarios del siglo xr; a veces se contentaban con un armario en la iglesia (cate- dral de Noyon, abadia de Souvigny). Ocurria también que el tesoro precioso se encontraba empare- jado con otro tesoro en la sala de custodia o archivo foral donde se guardaban lo que se llamaba cl ‘xtesoto de titulos y privilegios»; alli conservaba la abadia sus titulos de propiedad y los documentos ue justificaban sus derechos feudales. En el palacio de Ia Cité, en Patis, san Luis habia hecho edificar ‘una pequefia construccién aneja en la que guardaba lo més precioso que tenfa: en la sala inferior, las veneradas reliquias de la Sainte Chapelle junto a las joyas de la Corona; en la sala superior, su con- siderable tesoro documental. La formacién de esos tesoros ha conocido muchas etapas en el curso de la Edad Media. Los pri- ‘meros fueron reunidos en los siglos vir y vitr; uno de los més antiguos es el de Ia catedral de Monza, cn Italia, fundado en el siglo vir por Ia piadosa reina Teodolinda, esposa catélica del rey de los lom- bardos Agilulfo, que era artiano. Pero los primeros grandes tesoros se constituyeron en la época carolingia. La gran devocién de Carlomagno habia dado un impulso nuevo a los monasterios y 2 las catedrales; sus relaciones personales con el basilea bizantino y con el califa Harun al-Raschid le permi- tieron adquirit por compra o donacién un gran nimero de reliquias y de objetos preciosos que se afiadieron al botin de guerra arrebatado a los hunos y a los érabes. A imitacién de lo que se acostum- braba en Bizancio y en el Islam, hizo labrar en sus talleres suntuosas piezas de orfebreria adornadas con sgemas, y dio a la escultura en marfil un impulso extraordinario. Los camafeos, las piedras duras gra- badas en hueco antiguas, los marfiles bizantinos o musulmanes, los tejidos de seda y de oro, las gemas yy las obras de orfebretia lenaban los cofres de Aquisgrén; tres afios antes de su muerte decidié re- partir estos tesotos; no guardé mis que un tercio para sus herederos, y distribuyé los otros dos ter- ios entre veintiuna grandes ciudades de su imperio; segdin una leyenda, habria enviado a cada una de las veinticuatro abadias mayores una letra distinta del alfabeto; los eruditos se preguotan si un relicario en forma de A (pig. 33) conservado en la abadia de Conques-en-Rouergue y que encierra «lementos contemporineos de Carlomagno, justifica la leyenda. Cosa extratia, es0s tesoros se han des- vvanecido; todo lo que se supone ser de Carlomagno, comprendida la famosa corona imperial de la Hofburg de Viena, se remonta a la época otoniana e incluso a los tiempos roménicos; la capa de piir- ura con las Aguilas de oro que el emperador habrfa donado a Ia catedral de Metz, y que ain se ‘guarda alli, es tal vez el tinico objeto contemporineo del gran emperador que se conserva, aparte los manuscritos y las placas de marfil. La époea postearolingia vio el entiquecimiento de numerosos teso- 105, siendo el de Ia abadia de Sainte-Foy-de-Conques uno de los mis ricos en objetos de esa época. 31 Reticario Hamado A de Car- omagno. ‘Tesoro de Ia aba- dia de Conques-en-Rower- rue (Francia). Para reer as siumertar relgias qe. a (quirin gracias ant reece: con Lr vaperadan bigentns, Car- lomagro mands hacer, on lo ta. Mores dl pal, magia pects dk orfebrerta on lat tales 0 e- ido se engastaron camufes fomas antiguas, Pero eis tetas Fo caparaide. Sip oma le yond abrladtribuido entre Ieitcnare. adler eros tontas Felcarion en forma de letra ded (Mfr Se ered ext Plaba la forma de Ade m0 ‘rcv dee budha de Conquer tn Rowergne, pera 1a estado de tallado de sta rerelade que te remonta. mis alle del aad Begon (1087-1106), aungue se le Iayon incorprade tementr ane- El tesoro del Sancta Sanctorum de Letrin se remonta al mismo periodo; a falta de objetos contempori- » de Aquisgrin conserva algunas bellas piezas de tiempos posteriores, 1a la epopeya carolingia fue venerado como reliquia al igual que las de los Saint-Seurin, Burdeos, se podia contemplar el euerno de Rolando, hendido por la po- neos de Carlomagno, el teso Todo lo que record santos. En tencia de su soplo en la batalla de Roncesvalles. Incluso Roncesvalles ofrecia a los peregrinos el tablero de Carlomagno y la piedra que Rolando partié con su espada, cuyo acero resistiera el choque; ésta se conservaba en la abadia de Rocamadour. La époea roméniea ha visto formarse los grancles tesoros de Reichenau, de los cuales la pieza mis preciosa era el vaso en el que el agua habia sido convertida en vino en las bodas de Can, los de Hil- desheim y de Quedlingburg, y en Francia el de Sens, uno de los mis ricos en tejidos antiguos. Suger, abad de Saint-Denis, en Francia, y ministro del rey Luis VII, cuando reconstruyé su iglesia puso el mayor cuidado en enriquecer todo lo concerniente a la liturgia y al culto creando un tesoro, hoy repar- tido entre la Biblioteca Nacional y el Louvre, donde se juntaron objetos antiguos y exéticos, tales ‘como un vaso de sardénice montado en aguamanil, otro de pérfido montado en forma de éguila, un aguamanil arabe en cristal de roca y sobre todo la copa de cristal de roca del rey sasénida Costoes 1 que se suponia era el «plato de Saloméno. El enriquecimiento debido a las crazadas abrié Ia segunda fase de formacién de tesoros en Occi- dente, Las riquezas fabulosas que los emperadores acumulaban en Bizancio desde Ia Antigtiedad cexcitaban Ia codicia de los crazados. Cuando los venecianos desviaron las fuerzas de Ia cuatta cruzada sobre Constantinopla, una vez tomada Ia plaza, el rey Balduino I, maravillado por tanta magnifi- cencia, pudo decir que la latinidad entera no posefa tanto. Fl saqueo de la ciudad duré desde el 14 hasta el 16 de abril de 1204, Hubo que hacer devolver las mayor parte de las piezas a los que se habian apropiado de ellas, para asegurar una distribucién més justa; una mitad fue adjudicada a los venecia- ‘nos, la otra a los eruzados. Las nueve décimas partes del tesoro de San Marcos, Venecia, provienen de ese botin; menos beacios que los cruzados, los venecianos desearon los caballos de Ia cudriga de bronce que figuraba en el hipédromo de Bizancio, originales griegos del siglo rv, que antes de estar en Constantinopla habian sido arrebatados por Roma a Grecia; Occidente, al no ser ya capaz de producir tales estatuas de bronce, se las llevaba y paraddjicamente acabaron por colocar ésta en lo alto de la fachada de San Marcos, como un trofeo. Otro tesoro constituido por las reliquias traidas de Oriente con ocasién de las cruzadas se encontraba en la Sainte Chapelle, palacio de los reyes de Francia en la Cité de Paris. Esta capilla que hizo edificar san Luis, no era en si misma mas que una inmensa urna de piedra y de vidrio coloreado, destinada a guardar las numerosas reliquias de la Pasién que Balduino VI envié al rey santo en prenda del préstamo que recibiera, y del que éste se guardé mucho de reclamar el reembolso, considerando la prenda como mucho més preciosa que el crédito. Para recibir esas reliquias y para servir a la liturgia de la Sainte Chapelle, el rey santo mandé hacer magnificas obras de orfebreria; de todas esas riquezas no subsisten ya hoy mis que dos admirables piezas antiguas, que habian sido incorporadas al tesoro: el gran camafeo de Germénico, transportado 1 Constantinopla por el emper dor Constantino, y el eetro consular de sardénice que servia en Cons- inopla como emblema distintivo a un dignatario de la corte el basil; la primera gema se veneraba in del triunfo de José en la corte del Faradn, el segundo servia de bastén cantonal Un gran tesoro ligado a la historia de Francia es el de la catedral de Reims. Se remonta al origen de esta historia, puesto que conservaba el famoso vaso de Soissons, que Clovis habia donado a la ca- tedral; una de las piezas mas bellas es el ciliz que se crefa haber pertenecido a san Remigio, pero que no éata de més allé del siglo x11. Robado por los normandos en el aito 822, por ladrones en el 941, por principes carolingios en el 991, fue reformado bajo los Capetos y los Valois; alli se conservan las regalla que servian para consagrar a los reyes de Francia, Esos tesoros encerraban demasiadas riquezas para no tentar a los poderes piblicos. En Francia, particularmente, fueron dilapidados en el curso de las edades tomando parte de ellos en muchas oca- sion:s. En tiempos de guerra, los reyes requisaban de oficio los metales preciosos. Cuando las inva- sion:s normandas, Carlos el Craso llevé ya a cabo requisas, especialmente en Reims; durante la guerra de los Cien Aaos, los reyes de Francia Carlos V, Carlos VI y Carlos VII fueron a buscar allfel sostén de la guerra; los monjes del Mont Saint-Michel no dudaron entonces en empefiar en Saint Malo una parte del tesoro de la abadia pata pagar los gastos de la lucha contra los ingleses. En el siglo xv Carlos IX obtevo del papa el derecho de imponer tributos a las iglesias de Francia, que fundieron las piezas de su tesoro para alimentar la guerra contra los hugonotes. Sin embargo, los tesoros de las iglesias fran- cesas eran atin lo bastante ricos bajo Luis XIV para despertar la codicia de éste. El acto final de des- truczién fue el famoso edicto de 1759, promulgado por Luis XV, prescribiendo enviar a la fundicién todas las obras de orfebreria civiles y religiosas, con el fin de enfrentarse con el déficit que padecia entonces el Tesoro. 1a Revolucin arrchaté los vestigios. Asi se expica que Francia sea tan pobre en obras de orfe- bretia de metales preciosos, en las que Alemania, Italia y Espaiia son atin muy ricas. Una gran expo- sicién de tesoros eclesidsticos que se llevé a cabo en Paris en 1965 mostré que, salvo excepciones, las iglesias de Francia no conservan ya més que piezas de interés secundario, y a menudo incluso de fac- tua popular. El vandalismo, debido al menosprecio de la Edad Media, ayudé a ese martitologio. Al suptimirse la Orden de Grandmont en 1707, el obispo de Limoges dispersé el famoso tesoro de la iglesia, y considerando el altar mayor como un estorbo lo hizo destrozar a martllazos para enviar a la fundicién esa pieza célebre de la orfebreria lemosina, El tesoro acumulado cerca de un santuario no es una institucién propia del cristianismo; ha existido en la Antigiiedad, se le encuentra en el Islam, en China y en Japén. En el Iran actual, tres mu- se0s son antiguos tesoros. El més importante esta en Meched (centro del distrito de Korasén) en el noreste de Irin, cerca del santuario que conserva el cuerpo de Imén-Reza, octavo iman chifta, que en cl siglo vir fue envenenado por el califa Mamun. Su tumba es un centro de peregrinaje para todo el Oriente; las multitudes de Inin, de! Pakistén, de la India, de Irak y de Turquia van alli para honrar al santo; en el curso de los siglos, los donadores principescos acumularon en él los objetos preciosos, {que los peregrinos iban a venerar como cosas sagradas. Hace una veintena de aos, ese tesoro se instalé en forma de museo en un edifcio especial construido junto a la tumba. A doce kilémetros de ‘Teherin, el museo de Chah Abdol Azim esti formado por donaciones hechas a la tumba de ese mértir del siglo 1x, descendiente del Profeta; a ciento ochenta kil6metros al sur de Teherén, junto a la tumba de Massuma-Ghom, hermana de Imén-Reza, hay un museo histérico, rico en objetos de época safi- vida, Irak posee una ciudad religiosa, Nadjah, en Ia que fue enterrado el gran Ali, primo y yerno del Profeta, primer iman chiita; el tesoro es asimismo museo. 4 En el Japén, los templos fueron los primeros depositos de obras de arte rofano. Los nipones santificaban a los grandes hombres, emperadores, poetas y artistas y les levanta- ‘an santuarios en los cuales conservaban los objetos que les habian pertenecido o que habian sido crea- os por ellos. En las altas épocas, el museo cristaliza, pues, alrededor del templo. El Japén conserva tun tesoro de esta especie, fundado en el siglo xvny, el Shésoin, situado en el monasterio de Tédai-ji en Nara, cerca de Kioto. Conserva todavia los objetos preciosos 0 de uso que pertenecieron al empe- nidot Shému (que reiné de 724 2 756). Su viuda Komio hizo Ia donacién al monasterio de Tédai-ji, a escritura de donacién especifica que la emperatriz, tras reunir todos los tesoros nacionales dejados For su augusto marido, los oftece en su totalidad al Buda Vairasona, del que el emperador, algunos atios antes, habia hecho fundir la colosal efigie de bronce. La donacién comprende armas, armaduras, vestiduras de monje, espejos, biombos, instrumentos de musica, muebles diversos y medicamentos, de todo lo cual se hace un detallado inventario, A partir de ese momento, se construyé en el recinto el monasterio un edificio en madera para acoger esa coleccién; aunque renovado muchas veces, ‘como ocurre con las construcciones de madera del Japén, existe todavia; es el musco més antiguo del ‘mundo. Conserva en sus salas objetos ofrecidos a Buda, venidos de tan lejos como Persia, y piezas chinas T’ang tinicas; en sus reservas se han catalogado sesenta y seis mil piezas de tejido. A partir del siglo xrv, la fuerza ya no es el tinico atributo del poder; los burgueses, creadores de queza, la exhiben con agrado; los poderosos no pueden dejarse superar y rivalizan en fasto. De todo ello resulta un prodigioso desarrollo de las artes suntuatias y principalmente de la orfebreria, de la que sélo subsisten algunos restos. Los inventarios del rey de Francia, Carlos V, hechos en sus diferentes hoteles y castillos, pueden darnos alguna idea. No se encuentran alli menos de cuarenta y siete coronas reales y siete adornos de cabeza (para las princess), cinturones de orfebreria, siete doce- nas de platos de oro, diecinueve candelabros de oro, cofrecillos de joyas, sellos, objetos milagrosos, centre ellos «la piedra santa que ayuda a las mujeres a tener nifios» y «la piedra que cura la gota». Un ‘gran nimero de objetos de gliptica representan ala Antigiedad; esas piedras duras grabadas en hueco, a’gunas de las cuales se usaban como sellos, eran tan buscadas que se creé una activa industria de pie- das falsas; se estima que tnicamente la cuarta parte de las que nos han legado de la Edad Media son auténticas; otros objetos son los llamados «a la usanza de ultramar» o incluso «sarracenos», es decir bizantinos, islémicos y hasta chinos. Junto a esos tesoros de caricter sagrado, porque estaban ‘en contacto con la persona real, habia otras tantas joyas y obras de orfebrerfa de iglesia: veintisiete ccuces de oro, diecinueve estatuillas de oro de la Virgen y santos, veintinueve relicarios decorados con pedrerias, un gran ciliz rodeado de zafitos y rubies, veintisiete cruces de plata, setenta y dos esta- tuillas o grupos del mismo metal, sesenta y tres «capillas» enteras de diferentes colores para las fiestas del aflo; cada una de estas «capillas» comprendia todas las vestiduras litirgicas y vasos necesarios para el culto, Es0s tesoros servian como fondos de reserva; se enviaban a la fundicién en caso de necesidad ye daban las joyas en prenda, Incluso el propio rey de Francia Carlos V tuvo que recurrir a este pro- cedimiento, Nuestra época beocia conserva estiipidamente lingotes de oro en los cofres de los bancos nicionales; mas tefinados, los principes de otros tiempos los hacian trabajar por artistas y se procura- ban asi goces artisticos, sin dudar en sacrificatlos cuando Ia politica lo exigia. Esta forma de obrar daré hasta Luis XIV; este monarca mand6 labrar para la Galeria de los Espejos y las grandes estancias 35 La Hamada Copa de los reyes dle Francia y de Inglaterra, Hiritch Museum, Londres, Au (que despojada de lgunas de sus yah, tia copa de ore macizo, shcorads con exmaes trams ‘1 sme de los tstinonior mis priviovs de los tesoros principes- u del sigh XIV. Debid de ge- ewtarse en Paris en 1380 y foe domada por el rey de Francia Carlos VI a sm to ef dague de Hurry on 1391. EL dugue de Bel- ford ls Mes consiga a Inglaterra in 1434; posi a sn sobrina ol joven rey Enrique Vy figura en “ inventario de Ieabel I. Pero Wegs 4 ser Propiedad del condes- able de Castilla, a quien la dont ato 1604 el rey Jacobo Ten 1610, of condestable la ofrecé. al omoente de Santa Clara, en Me- dina de Pomar, cerca de Bargos. Yin 1803 éste le vendid al barén Pichon; sin embargo, no perma cid mucho tiempo en Francia. y en 1891 el British Maron Ta ‘udysiris por 8000 libras. de Versalles, un admirable mobiliario de plata, realizado a partir de 1660 y que tuvo que hacer fundir en 1689 para hacer frente al déficit del tesoro, provocado por Ia guerra de la liga de Augsburgo. ‘Tal era al menos la eostumbre en la corte de Francia; las cortes extranjeras consetvaron mejor sus tesoros; asi, de Ia admirable orfebreris francesa de In Edad Media ya no quedan més que algunas pie- 2s preservadas precisamente por su paso al extranjero: como la copa de oto esmaltada, llamada de los reyes de Francia y de Inglaterra en el British Museum de Londres y el exvoto de la Virgen en oro ‘esmaltado, donado por la reina Isabel al rey de Francia Carlos VI con motivo de su matrimonio el 1.° de enero de 1404 y que, desde el aio siguiente, fue dejado en prenda por el rey a su cuflado Luis de Baviera, con el que habia contraido una deuda. Este lo doné a la iglesia de Altotting, en Baviera, donde todavia esti. En cuanto al Renacimiento, Ia tinica pieza de orfebreria francesa llegada hasta nosotros es la copa de oro de san Miguel, donada por Carlos IX a su cufiado Fernando del Tirol con ocasién de su matrimonio en 1570. Esos objetos preciosos se conservaban en el «guardarropa»; este término no quedaba restringido, ‘como ocurre desde los tiempos modeznos, a las salas donde se guardan los vestidos, sino que se apli- caba a toda suerte de objetos en el sentido que tiene aiin hoy la palabra italiana roba. El fasto principesco se desarrolla en esta civilizacién cosmopolita llamada de 1400, de Ia que Pisa- ‘ello nos ha dejado una brillante imagen. Los poderosos de esa época estimaban el valor artistico de sus objetos tanto como su precio o su rareza. El hombre que ha encarnado todo el refinamiento de esa época es el duque de Berry, hermano de Carlos V (1340-1416). El guardarropa de Carloses el de un rey, mientras que el del duque es la coleccién de un amateur; su gusto se orienta ya hacia el espf- ritu del Renacimiento; sus colecciones estaban dispersas en los numerosos castillos de sus inmensos feudos, de los cuales los hermanos Limbourg reprodujeron la imagen en la célebre obra calificada cen los inventarios bajo el nombre de Muy ricas boras de Monseior, que iluminaron para el duque. La biblioteca de Carlos V estaba dedicada al estudio; la libreria del duque era la de un biblidfilo, pues ‘eneargaba libros ensiquecidos con soberbias iluminaciones y miniaturas; pedia libros prestados, pero no los devolvia de buen grado, como lo atestiguan los altereados que tuvo a propésito de las Gran- des erinicas de Francia que habia pedido prestadas a la abadia de Saint-Denis; hizo falta nada menos que Ia intervencién de su confesor para hacérselas devolver; su hermano Carlos prestaba de buen grado, pero llevaba un registro de préstamos (que se ha conservado) y vigilaba la restitucién de las obras de su biblioteca. El duque recibié como regalo un nimero considerable de objetos (trescientos procedian de todas partes: de los duques de Borgoia, de su hermano Carlos V, de su sobrino Carlos VI, de los papas, de los prelados, del conde de Tripoli, de la reina de Inglaterra o simplemente de los oficiales de su casa y también de los comerciantes genoveses, venecianos y floren- tinos, que para conseguir los favores de sus clientes les hacian obsequios. ‘Tenia, naturalmente, mu- chas joyas, el «rubi de Alejandro», el adiamante de san Luis», y reliquias muy originales, como la alianza de matrimonio de san José, una profusién de anillos, de bordados de Florencia y de Inglaterra, estofas de Chipre, de Venecia 0 de Oriente, hechas al «estilo de Grecia», tapices, recuerdos de fami- lia, colecciones de juegos diversos, vajillas de oro, caloriferos, redomas de perfume, trescientos ma- rnuscritos, algunos de los cuales estaban ejecutados segin «el estilo de Lombardia, de Roma o de Bolonia», esmaltes, objetos menudos, a veces insignificantes, que prucban Ia curiosidad insaciable del duque, pues ya los principes se interesan por esas cosas raras y esas extravagancias de la natura cincuenta y sé rv 38 ns Holbein el Joven, Re- teato det duque de Berry se- {gun su mausoleo en la cate- tinal de Bourges. (rani). Gabinete de Estampas, Maseo de Moles. Fite dbo not conerea er del aque Berry, pesto ques estatna orante de lo edral de Bourges fue deapi- fue dante a Revolcin (lace Iecu ‘ha shdo rebecha de. acuerdo fo ete dibujo). -Ardiowte afc wale al arte, th due de Berry, jue bubis remido sme fobaoua When de objeor de arte y Iibras precise, ex el primer me ‘onar tel Renacimiento. Su cole- Cin, de da que tenemos el inser ‘rio tetalade, forma la trani- iin etre ol terre de ta Edad Media ye dels tempos modern. tener en el siglo xvt; ¢ cllas habia contravenenos, como cuernos de Jeza, que tanto éxito il unicornio (que eran dientes de narval), lenguas de serpiente y esos abezoares» de que hablaremos 1 duque tenia cuatro, uno de los cuales se lo habia donado el papa Juan XXII. Cuernos de ciervo-volante montados en plata dorada, un cuchillo «que cortaba el hierro». Los parques de los castillos tenian una coleccién zoolégica. EI duque buscaba jarros bizantinos, objetos orientales y pe- qu 108 objetos antiguos, piedras duras grabadas en hueco, camafeos y medallas; estaba orgulloso de tener una gran medalla de oro de Constantino y Heraclio que inspiré a sus miniaturistas, pero era fal, como lo probaron ya Scaliger y Del Cange: se la habia vendido el 2 de noviembre de 1402 el anticua italiano Antonio Mancini y sin duda habia sido labrada pocos afios antes por algiin orfebre neerlan- dés, borgonén o francés. Juan de Berry sentia también curiosidad por la historia; en su castillo de de retratos en la que se encontraban representados junto pode- 0308 de su tiempo, laicos y eclesisticos, los principes de Francia y los emperadores de los dos impe- tios de Oriente y de Occidente. Esa coleccién iconogrifica adornaba la galeria del castillo pero duré poco, pues éste se incendié en 1411. Dicha galeria esta inspirada por la idea de Ia gloria que es pro- pia del Renacimiento, El duque de Berry es ya un mecenas a la italiana; con él se opera la transforma- ida del tesoro en museo. Sin embargo, en cl siglo xv, la aficién al coleccionismo estaba ya tan extendida que llegaba a los burgueses. Tomemos como ejemplo la relacién que nos hace Guillebert de Metz, amanuense y librero del duque de Borgofia, del hotel de Jacques Duchié, en su Descripcién de Parts, escrita hacia 1430. En 1 patio tenia un parque zoolégico formado por pavos reales y péjaros canoros. La primera sala estaba «adornada con cuadros y escrituras de ensefianzas colgados en las paredesy; las salas adornadas con divisas, que tendrin tanto éxito a finales del siglo xvr y en el xvtt, existian, pues, desde hacia ya mucho tiempo. Otra sala aparecia lena de toda clase de instrumentos de miisica, arpas, drganos, salterios, gaitas y otros que su duefto sabia tocar. Después habia una sala en donde se velan toda clase de jue- 08. La capilla mostraba hermosos facistoles; en un «estudio», las paredes estaban cubiertas de pie~ dras preciosas y ade especias de suave olor»; en una habitacién se guardaban las piles més raras, en otra los tejidos, tapices y objetos de orfebreria. En fin, no deja de sorprender que ese comerciante al que se creeria interesado en las obras de paz, se apasionara por las armas; tenia toda una habitacion lena de ellas: ballestas, estandartes, banderas, pendones, arcos de mano, picas, hachas, alabardas, mallas de hierro y plomo, paveses, tarjas, escudos, cafiones y otros ingenios y «toda clase de aparatos de guerra», Entre todo esto, habia pocas obras de arte propiamente dichas: era una coleccién hecha ‘con lo que més tarde se lamarin «curiosidades», adquiridas sin duda sin gasto excesivo, pero lo bas- tante notables para merecer In mencién de un cronista. Bicétre habia reunido una colecci

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