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Ana Rossetti. Vol. 67. Colección versos

Book · October 2020

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Carmen Medina Puerta


Universitat de Lleida
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ANA ROSSETTI
PÓRTICO Y SELECCIÓN
CAR MEN MEDINA

J. ACEBRÓN & A. BARÓ, EDS.

Vicerectorat de Cultura i Extensió Universitària


Edicions de la Universitat de Lleida
Lleida, 2020

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AULA DE POESIA JORDI JOVÉ
Fundada per Pere Rovira
Direcció: Julián Acebrón
Coordinació: Amat Baró

El simposi La poesia i la ciutat (Lleida, del 9 a l’11 de novembre de 1994) inaugurà l’Aula
de Poesia de la UdL, d’ençà del 20 d’abril de 2004 anomenada Aula de Poesia Jordi
Jové en memòria del poeta i professor de la Universitat de Lleida (Lleida, 1954-2003).
La col·lecció Versos ha estat dirigida per Pere Rovira, escriptor i professor de literatura
espanyola moderna i contemporània al Departament de Filologia Clàssica, Francesa i
Hispànica de la UdL, des del seu inici, l’any 1995, fins a la publicació del número 52.

VERSOS
Col·lecció dirigida per Julián Acebrón

Edita: Aula de Poesia Jordi Jové


Vicerectorat de Cultura i Extensió Universitària de la Universitat de Lleida
© d’aquesta edició: Edicions de la Universitat de Lleida
© dels poemes: Ana Rossetti
© del pòrtic i de la selecció dels poemes: Carmen Medina
© de les il·lustracions: Lorena Rivega
© de la cura de l’edició: Julián Acebrón i Amat Baró
Disseny i maquetació: Edicions i Publicacions de la Universitat de Lleida
Impressió: Gráficas Rey
ISBN 978-84-9144-242-4
Dipòsit legal L 718-2020

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ANA ROSSETTI

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Pórtico
Carmen Medina

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Rezumaba Mayo agudas notas de celindas envueltas en
salitradas fragancias marinas y caía un sol vertical sobre el
blanco refulgente de las fachadas cuando en un pueblo anda-
luz abrió sus ojos por vez primera Ana Rossetti. Vino a nacer
en el ecuador del siglo veinte en un país nacional-católico de
retratos en sepia y cartillas de racionamiento. El primer indicio
que tuvo de la poesía lo halló en los misales, el devocionario
y las letanías marianas, cuando aún eran dictadas en latín. Su
infancia se desarrolló en un jardín cerrado, en el que alternó
solitarias tardes de lectura con fraternales juegos y travesuras.
Desde niña buscó el deleite a través de las palabras. Siempre a
la zaga del sobrecogimiento estético, ponía a trabajar la ima-
ginación mediante improvisadas representaciones y recitales
literarios que realizaba con sus hermanos y amigos. Ellos fue-
ron los destinatarios de sus primeros poemas, originalmente
misivas en las que cifraba anécdotas y secretos compartidos.
Con dieciocho años, permutó el litoral gaditano por la gran
ciudad. En Madrid, desde entonces su hábitat, no colgó las
máscaras con que jugaba con sus incondicionales compañe-
ros, sino que las subió a las tablas del teatro independiente. E
incluso cofundó su propia compañía, Metáfora. Inmersa en la
cultura underground de los años setenta, trabajó en cabarets y
convivió con la farándula; pero, nunca abandonó el solitario
vicio de escribir versos. Hasta que un día, por sorpresa, vino a
visitarla la veleidosa fama literaria. Todo podía pasar, eran los
años ochenta.

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Un imprevisto la llevó a presentarse al premio Gules de
Poesía, que ganó con Los devaneos de Erato. A partir de ese
momento, su inmersión en el panorama literario fue total. En
1982 publicó la plaquette Dioscuros, en 1985 el poemario Indi-
cios vehementes y en 1986 se alzó ganadora de la III edición del
Premio Rey Juan Carlos de Poesía con Devocionario. A partir
de 1988 diversificó su producción literaria, publicó su primera
novela, Plumas de España, además de su poemario Yesterday. Y
en 1991 obtuvo el prestigioso premio de narrativa La Sonrisa
Vertical por su volumen de cuentos Alevosías. Aunque nunca
se apartó completamente del teatro. Entre las diversas drama-
turgias que ha realizado, cuenta la adaptación de su propio De-
vocionario. Además, tiene en su haber un cuantioso volumen
de cuentos y relatos para niños y adolescentes, siendo el más
destacado Una mano de santos (1997). Es una escritora audaz
que no ha dejado de enfrentarse a desafíos. En su último po-
emario, Deudas contraídas (2016), se ha atrevido a abordar un
estilo hasta el momento novedoso para ella: la poesía social.
Quizás lo que más la define es que es a un tiempo esteta
y cronista. La belleza es su principal guía para retratar con
pulso, emoción y técnica su intrahistoria. Los motivos de su
poesía reposan en las azucenas, los lirios y la liturgia católica;
pero también, en los cuerpos tumefactos de aquellos que el
sida o la melancolía segó prematuramente. La lírica es el ins-
trumento que ha empleado para cincelar el éxtasis carnal, el
arrobamiento espiritual y las revelaciones metafísicas. Aunque

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tampoco ha olvidado saldar sus deudas con nuestra memoria
más reciente: las migraciones, los desahucios, los conflictos
bélicos en oriente medio y la anomia de los feminicidios. Por
estar a la altura de las circunstancias y, sobre todo, hacerlo con
magisterio, su voz es, sin duda, indispensable.

***

El florilegio que tenéis en vuestras manos es el resultado


de mi más o menos atinada elección. Mi labor como antólo-
ga responde, principalmente, a la voluntad de la propia Ana
Rossetti. Cuando le ofrecí hacer una antología de su obra para
el Aula de Poesía Jordi Jové de la Universitat de Lleida, la escri-
tora se mostró entusiasmada, pero me indicó que prefería que
se encargara de la criba la persona que había tomado la inicia-
tiva de antologar su poesía. Además, me confesó que tiene la
irresistible manía de modificar sus poemas cada vez que los lee
y que, por ello, prefiere no caer en la tentación de someter su
obra a un proceso de autocorrección que alcance dimensio-
nes juanramonianas. Asimismo, le disgusta que los antólogos
deleguen en los autores un trabajo que les corresponde a ellos.
Es decir, organizar y seleccionar los textos con base en un cri-
terio preestablecido.
De modo que, con la total y absoluta libertad que me
otorgó la autora, me autoimpuse una serie de límites que me
permitieran cohesionar el material recopilado. Desde el ini-

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cio, tomé la decisión de hacer una antología que tuviera una
perspectiva panorámica. Ana Rossetti cuenta con una vasta
producción poética, además de narrativa y dramática, que ha
compuesto durante más de cuatro décadas. A lo largo de tan
dilatada trayectoria, tanto los temas como el tono han ido va-
riando. Por este motivo, mi propósito fue organizar una mues-
tra variada que permitiera al lector observar las diferentes mo-
dulaciones que experimenta la voz lírica rossettiana, así como
el modo en que se van alternando sus sucesivas preocupacio-
nes estéticas. De manera que, a partir de la presente selección,
se puede observar cómo su lírica va abandonando progresiva-
mente la métrica, especialmente cuidada en poemarios como
Los devaneos de Erato (1980) y Devocionario (1986), donde en-
contramos una destacada predilección por el soneto moder-
nista y la silva, así como por los versos alejandrinos y endeca-
sílabos, para ir aligerando sus poemas de volutas, retoricismos
y transmutar el verso por la prosa. Tendencia que se evidencia
en Punto umbrío (1995) y que ha mantenido en su último libro
Deudas contraídas (2016). A su vez, esta variación estilística
va en sintonía con los temas que va alternando a lo largo de
su producción: desde asuntos juveniles como son la pérdida
de la inocencia infantil y las primeras experiencias eróticas; la
reconstrucción de la educación sentimental; la búsqueda del
sentido de la vida y la importancia del amor; la reflexión sobre
el oficio de escribir; hasta la crónica y la crítica social del pre-
sente más inmediato.

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Asimismo, he tratado de amalgamar el conjunto de los
poemas elegidos. Aunque no he querido prescindir de com-
posiciones que son especialmente representativas del estilo
de cada libro, tanto temática como estilísticamente, como
los emblemáticos «Cibeles ante la ofrenda anual de tulipa-
nes», «Chico Wrangler» o «Calvin Klein, underdrawers»,
he tratado de cohesionar la presente recopilación partiendo
de una elección personal y subjetiva: que la mayoría de las
composiciones escogidas tuvieran como temática principal la
propia literatura. A mi juicio, una buena parte de su obra es una
declaración de intenciones o, en otras palabras, una extensa
poética en la que desvela los mecanismos de su quehacer
literario, revela cuáles son sus fuentes de inspiración y señala
los asuntos que motivan su escritura. Por ello, muchos de los
textos incluidos o bien son un ejercicio metapoético, como
veremos en «De repente, descubro el retrato de Javier Marí-
as», «Aún la escritura deja atrás», «Poesía» o «Efectos muy
personales», o bien tienen como eje central algún aspecto
relativo a la literatura; ya sea un homenaje a la lectura, como
ejemplifican «Dulce venganza», «Festividad del dulcísimo
nombre», «Mayo» o «Martyrum Omnium», o una
dedicatoria a alguna figura literaria relevante, como la prolífica
poeta Emily Dickinson. En este sentido, esta antología es una
sincera muestra de nuestra admiración por Ana Rossetti, al
mismo tiempo que es un homenaje a la poesía. En palabras
de Rossetti: «Porque desbrozas tu belleza incesante / y la po-

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nes al alcance de los labios. / Porque asigna un nombre a cada
sentimiento, / para que actúe su furia, su arrebato o su delica-
deza. / Porque quitas las cortezas al dolor / y nos instruyes con
sus entrañas conmovedoras. / Porque nos haces vibrar como
la noche rebosando de insectos / o nos sosiegas como el día
en las horas doradas de la siesta». Antes de dar por concluida
mi justificación, espero que la batería de textos seleccionados
sea de vuestro agrado y, sobre todo, que podáis comprobar
la variedad de registros que tan magistralmente maneja Ana
Rossetti.

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De repente, descubro el retrato de Javier Marías

Tal vez sea una mujer un tanto


coqueta, no lo sé. Pero con naturalidad
y sin artificio.
Diderot

Cuando yo era de raso y de camelia,


Duplessi jadeante, boca llena de rojo
tras los pálidos labios, como pálidas cintas,
mis dedos insistían en los Nocturnos.

Cuando apartaba el rostro del manchado pañuelo


mis pómulos copiaban los búcaros más blancos,
porcelana rarísima de los raros países,
y atado a mi garganta había un guardapelo.

Minúsculo sepulcro, amuleto dorado


de la adorada imagen desprovisto:
tú no existías.

Tú no existías, no, mas no por ello


eras menos hermoso, ni por mis predicciones
más amado.

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Mi muy querido rostro de pronto revelado, instante seductor,
poema inevitable, pues en mi medallón ya hay un tesoro.

(Los devaneos de Erato, 1980)

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Con motivo de un cojín a petite point

A Germán Sánchez Espeso

Florecían narcisos en el cuadrado bastidor.


Prolífera la aguja, aprendido el pretexto
para de ti poder celar los ojos
espantando el acceso de ascuas a mis mejillas.

Pero si tu atención de mi dedal se desviaba,


suspendida la aguja, detenía la flor,
la mirada en tu rostro se abalanza,
para luego, retráctil, gustar el latrocinio.

Cual narciso bebías de ti mismo


en el espejo, ignorante tú de todo
lo que tú no fueras, los labios pegabas
a tus labios.
Y me he prendido a ti más que tú mismo
Violentamente te amo más que tú te amas.

(Los devaneos de Erato, 1980)

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El gladiolo de mi primera comunión se vuelve púrpura

Nunca más, oh no, nunca más


me prenderá la primavera con sus claras argucias.
Desconfío del tumescente
gladiolo blando, satinadas pastas
de misales antiguos.
Parece una mortaja de niño,
su apariencia es tan pura
que, sin malicia, lo exponemos
a la vista de muchachas seráficas.
Y sin embargo, qué hermoso señuelo,
jamás halló Himeneo instructor más propicio.
Ya visita, de noche, silente las alcobas,
se introduce en los sueños
y despierta a las vírgenes con dura sacudida.
Nunca más, oh no, nunca más
me prenderá la primavera con tan claras argucias.

(Los devaneos de Erato, 1980)

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Cibeles ante la ofrenda anual de tulipanes

¡Que mi corazón estalle!


Que el amor, a su antojo
acabe con mi cuerpo.
Amaru

Desprendida de su funda, el capullo,


tulipán sonrosado, apretado turbante,
enfureció mi sangre con brusca primavera.
Inoculado el sensual delirio,
lubrica mi saliva tu pedúnculo;
el tersísimo tallo que mi mano entroniza.
Alta flor tuya erguida en los oscuros parques;
oh, lacérame tú, vulnerada derríbame
con la boca repleta de tu húmeda seda.
Como anillo se cierran en tu redor mis pechos,
los junto, te me incrustas, mis labios se entreabren
y una gota aparece en tu cúspide malva.

(Los devaneos de Erato, 1980)

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Anónimos que no tuve más remedio
que olvidar en la furgoneta de un pianista

Y él se sentó. Resbalaba la seda morada


por la blanca y redonda cadera del piano.
Absortos al teclado, ya próximo el sonido,
sus alevosos dedos se detienen;
y al instante penetran, introducen,
arrojan sus ardientes propósitos de música,
invisible sedal, frenéticos anzuelos,
y apoderado de todos los tímpanos,
con dulce aguijón, los atraviesa.
Cautivados, los ángeles del desconchado cielo,
han dejado caer sus saetas unánimes.
Todo fuera de él se me desvanecía.
Sus múltiples mensajes por mi piel
persistiendo, ciegos los poros
en su insistencia, ahogados,
sacudido mi cuerpo vibrando de deseo.

II

Tarea extenuante. Tus dedos precipitan


en el declive oscuro de mi oreja

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los pulidos marfiles del piano
Nula elección, tal la abundancia
de los sonoros pomos de tu música
que, apenas una nota es por mí percibida,
otra, aún más preciosa, le disputa mi arrobo.
Si pudiera apresar una tan sólo
y extraer del jugoso corazón,
escindida la nota, lumbre que aplacará
tanta codicia,
–libación turbadora, solicito de ti
abrevadero– la uniría en mi oreja
engarzada y mojados mis labios brillarían.

III

Lengua rosada,
entre venas azules sujetada a la boca,
crepúsculo redondo, quieto estero agostado,
aprisionado por las azules vetas.
Beso y sal de tu música.
Me araño de nostalgia.
Almenas de mi casa aparecidas
entre el fleco enredado de pestañas mojadas.
Tu música, un mantel de incansables gaviotas.
Borbotones de cal, hirientes claridades
y el quitón de Perséfone, de pronto almidonado,
anunciando el Levante en las salinas.

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Picoteada música por tus voraces manos,
me sube a los pretiles, frente a extintos paisajes
y ansiosa se apresura ante un botín de lágrimas.

IV

Esteros diminutos. Pañales de la sal


hundidos en tus manos. Removidos
en la delgada entraña, golpeados
por los ágiles ángeles de tus dedos.
Tus dedos que arrebatan ebrios tonos de azul,
con fuego flagelando al nevado poso,
despojándole de su breve humedad,
la gota más minúscula. Insistiendo.
Luz tras beso la sal se purifica
con tu acoso y alzándose se ofrece.
Gloria que se decide en tu canto continuo.
Y del teclado emergen los sonidos del cuarzo,
viento sediento que en Medina habitas,
y hace aún más blanca su larga bata blanca.

Brincó, pura, la sal del rojo estero.


La blanca Anadiomena de septiembre,
desnuda de sus túnicas rosadas,

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crepita, luminosa, bajo el sol.
Desechadas cortezas numerosas,
por tus dóciles manos desprovista
de cotidianos velos, rotas máscaras,
me entrego a los furores de mi sangre.
Inasible vehemencia,
pues sólo las veloces tempestades del piano
contigo se desposan.
Vértebras, uñas, dientes despreciados.
Un rígido bordado cruje secretamente,
penetrada la enagua, entre mis piernas.

(Los devaneos de Erato, 1980)

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Triunfo de Ártemis sobre Volupta

Ah!, si…
Marie Doval

Edad inimitable, a tu espejo interrogo


en cuál de mis innumerables
alacenas está la máscara de diosa
que de oscuro los mármoles cubría.
Vuestro fervor, tan obsesivo éxtasis,
la hizo hermosa y distante y proclamó única.
Sin embargo, ¡tantas veces os maltrató!
Su lengua cruel como un látigo era.
Tras de los balcones atisbaba ansiosa
y a los suplicantes ojos se negaba
si de vuestros deseos tenía certidumbre.
No os consintió ni una sola hebra de su túnica,
ni tan siquiera que hurgárais entre sus collares.
Ni pudisteis, a través de una cerradura,
mirar cómo parsimoniosamente
se desvestía haciendo crecer
su desnudo desde la bañera.
Vaho de enredadera gris. La mano recurriendo
a la esponja. Y la fragante espuma, reptando
por su cuerpo, en él se introduce

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instalando su invisible dominio.
No bebisteis tampoco en las sabrosas fuentes
que anegaban los turbios laberintos
que una maligna virginidad clausuró.
Ni las sombrías axilas, ni la frondosa concha
de la pelvis, ni la entrelazada cabellera
supieron del amable tacto de esos dedos
que conozco tan bien. ¡Pero cuánto la amabais!
No la oísteis gritar cuando el estrépito
del placer os sobrevino y tumultuosamente
desbordó la hendida cúpula.
Mas el recuerdo de ella, precipitándose,
os asalta y en mí la buscáis. Qué terrible
e inimitable edad. Siempre a tu espejo interrogando.
Intento renacer, antigua identidad
que os fascinaba, aquel cuerpo tan desconocido,
si es que es posible tal metamorfosis.
Sabéis ya en qué precisos
lugares de mi piel Eros se asienta;
los secretos, derramados por la colcha,
por vuestras hábiles bocas sorprendidos.
Rendida, mis piernas fuertemente a vuestras piernas
enlazarán para que la total arremetida
a mi vientre penetre y arda en él.
Ahora soy costumbre,
invadida patria de rutinarias delicias.

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Al poseerme perdisteis mi belleza anterior
y se os han desvanecido los deseos.
Mas si me ayudáis a buscar
en los armarios las túnicas olvidadas
y a rescatar la máscara propicia,
si me vuelvo arrogante, ¿os podré convencer?
Tan sagaz es la experiencia
y tan indestructible su mandato
que os sobrepasé largamente.
Incluso os instruiría. Y me lo reprocháis.
Edad inimitable,
donde los dioses habitaban y era
la admiración el tributo único
que a mis pies esparcíais.
No me pidáis que vuelva,
pues la inocencia es irrecuperable.

(Los devaneos de Erato, 1980)

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Dulce venganza

Cerrándoseme el libro, navío el pensamiento


te hostiga y te persigue, y me devuelve al mar.
Al mar que era Virgilio, celeste y esmeralda,
–tan extenso el infierno– que Virgilio era Haendel,
Virgilio el deseo era que me llevaba a ti;
de la noche, desvelo era Virgilio,
el errar de los astros, la vigilante esfera del reloj;
y el sueño conseguido tan sólo un cruel consuelo.
Pero ahora puedo hacer como que tú me amabas,
que Orión, elevándose, a ti me conducía
–curva de la mañana transparente–
y el beso era posible como el tierno cimbreo
de rojas buganvillas, húmedas todavía por la niebla.
Y ahora puedo hacer como que te encontraba.
Que en el pálido moaré de las arenas,
nupcial te conocía. Que en cárdeno alhelí
mudábanse las algas, o eran acaso lenguas
o caricias, o llameante pelo,
o el apretado glande de una rosa.
Grial sería mi mano, ave depredadora,
relicario de pétalos, pétalos que hoy descubro
y a sus lívidos labios les hago hablar de ti
a mi manera.

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Tu memoria es tan frágil, tan dúctil lo pasado,
tan reales parecen las hermosas mentiras…
Y lo cierto es que tú no has de contradecirme.

(Indicios vehementes, 1985)

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La virtuosa Julieta Recamière divisa al poeta

Y yo, que en pequeñas partículas


dormitaba en el fondo de mis ojos,
al momento afloré.
Y creo que él me vio.
Antes de volver a sedimentarse en lo profundo me vio.
Aparecí como un círculo de danza,
como franja de vasija,
y en cada figura me mostraba diversa.
Aparecí como un cortejo de mujeres distintas,
y el rostro de cada una era el genuino.
Aparecí, y al instante, me desvanecí como un trasgo.
Pero creo que él me vio.
Y aun así quise regresar, asomarme,
contemplarlo con las múltiples imágenes, todas verdaderas,
con el recitado de mis muchos nombres;
consentirle de nuevo sorprenderme,
revelarme bajo mi única
apacible
e invariable máscara.
Sí, eso quise.

(Indicios vehementes, 1985)

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Isolda

Si alguien sabe de un filtro que excuse mi extravío


que explique el desvarío de mi sangre,
le suplico:
antes de que se muera el jazmín de mi vientre
y se cumplan mis lunas puntuales y enteras
y mis venas se agoten de tantas madrugadas
en las que un muslo roza al muslo compañero
y lo sabe marfil pero lo piensa lumbre;
antes de que la edad extenúe en mi carne
la vehemencia, que por favor lo diga.

Contemplo ante el espejo, hospedado en mis sábanas,


las señales febriles de la noche inclemente
en donde el terso lino aulaga se vertiera
y duro pedernal y cuerpo de muchacho.

Ciño mi cinturón y el azoge me escruta,


fresas bajo mi blusa ansiosas se endurecen
y al resbalar la tela por mi inclinada espalda
parece una caricia; y la boca me arde.

Si alguien sabe de un filtro que excuse mi locura


y me entregue al furor que la pasión exige,

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se lo ruego, antes de que me ahogue
en mi propia fragancia, por favor,
por favor se lo ruego:
que lo beba conmigo.

(Indicios vehementes, 1985)

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Natura ordenatus ad imperandum

Si al apagar las luces te invadía el terror


de que mientras durmieras la belleza
pudiera acometerte.
Si infatigablemente inaugurabas nombres
y a todo sortilegio prestabas tus oídos.
Si te cuidabas tanto en elegir los dedos
que tallo o mariposa tocarían
como si algún acorde de ello dependiera.
Si a escondidas, leyendo, con pervertidos príncipes,
apasionados mártires y almas de atormentados
el pacto establecías de una rara alianza.
Si acechabas collares de continuo
pues gustabas probar el sabor de las gemas,
biselados confites convertidos en ascuas
por tu boca.
Si te fingías enfermo
para, en vez de jugar, a tus desmesurados
dominios acudir y disponer cortejos
o banquetes, o asaltos, y perpetrar delito
y hermosura en baúles y árboles.
Si entregado a ti mismo decías ser feliz
aun cuando, suntuosa, la tristeza vagaba
por tus ojos, desconocido mío,

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afortunado fue que no te presintiera.
Pues de la soledad era yo soberana,
tenía todo un atlas pintado en el jardín
y el atrevido espejo que igualarme pudiera,
que pudiera doblar, extender los confines
de mi íntimo reino, me hubiera, irremediable,
aniquilado.
Incapaz de adorar lo que a mí se asemeja,
despiadada y tenaz te hubiera combatido.
Pero si derrotada
me fuera insoportable someterme,
vencedora, perdiéndote, no lo resistiría:
son débiles corazas el amor y el orgullo.
Desconocido mío, afortunado es
que todavía te sueñe.

(Indicios vehementes, 1985)

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Chico Wrangler

Dulce corazón mío de súbito asaltado.


Todo por adorar más de lo permisible.
Todo porque un cigarro se asienta en una boca
y en sus jugosas sedas se humedece.
Porque una camiseta incitante señala
de su pecho, el escudo durísimo,
y un vigoroso brazo de la mínima manga sobresale.
Todo porque unas piernas, unas perfectas piernas,
dentro del más ceñido pantalón, frente a mí se separan.
Se separan.

(Indicios vehementes, 1985)

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Festividad del dulcísimo nombre

Yo te elegía nombres en mi devocionario.


No tuve otro maestro.
Sus páginas inmersas en tan terrible amor
acuciaban mi sed. Se abrían, dulcemente,
insólitos caminos en mi sangre
–obediente hasta entonces– extraviándola,
perturbando la blancura espectral
de mis sienes de niña cuando de los versículos,
las más bellas palabras, asentándose iban
en mi inocente lengua.
Mis primeras caricias fueron verbos,
mi amor sólo nombrarte
y el dolor una piedra preciosa
en el tierno clavel de tu costado herido.
Flotaba mi mirada en el menstruo continuo
del incensario ardiente y mis pulsos,
repitiendo incesantes arrobada noticia,
hasta el vitral translúcido, se elevaban.
La luz estremecíase con tu nombre,
como un corazón era saltando entre los nardos
y el misal fatigado de mis manos cayendo,
estampas vegetales desprendía
cual nacaradas fundas de lunarias.

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Párvulas lentejuelas entre el tul,
refulgiendo, desde el comulgatorio
señalaban mi alivio.
Y anulada, enamorada yo
entreabría mi boca, mientras mi cuerpo todo
tu cuerpo recibía.

(Devocionario, 1986)

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Martyrum Omnium

Queridos compañeros de la infancia,


lecturas prohibidísimas,
cuando toda la casa sucumbía
al ardor del verano –detrás de las persianas
la siesta había invadido y deshecho
y ningún albedrío velaba en la penumbra–
rehusando la prudencia yo os buscaba.
En mi regazo todos, puntual asistía
a la cruel peripecia del martirio.
Seductoras palabras: garfios, escorpiones,
erizados flagelos, pez hirviente…
mi cabeza inclinada en ellas zambullía
su turbio sobresalto,
se manchaba del púrpura más vivo
demandando tan alto privilegio
de rodar cercenada salpicando baldosas.
Hasta que, al fin, mi frente
al premioso designio de los sueños
rendía su salario
y feroces legiones venían a matarme.
Chocaban sus escudos,
de barnizado cuero las cintas golpeando
los más hermosos muslos que jamás había visto

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y las flotantes capas desde los rudos hombros
henchían su carmín.
Y esperaba que en el momento justo
cuando la espada hendiera su liso resplandor
en mi virginal pecho, el concierto de ángeles
exacto irrumpiría y un diluvio de luz
del cuarto borraría las paredes
sin que se dividiera la muerte del arrobo.
No me atreví jamás
a mirar en el Año Cristiano
sin tener junto a mí la colcha azul celeste,
adecuado atavío para abrazar la palma
y la doble azucena que, seguro,
esa tarde sin falta alcanzaría.

(Devocionario, 1986)

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Mayo

Terribilis est locus iste…


GEN., 28, 17

No era el miedo un pájaro aterrado


entre oscuras paredes,
ni el nocturno chirriar de la madera,
ni la luna, de pronto, en el armario hundiéndose,
ni el viento agazapado en las cortinas.
Era el miedo un vértigo exquisito
ante el altar purísimo de mayo
y olía a madreselvas y alhelíes.
Era un mantel de almidonado hilo
con ángeles tañendo entre vainicas.
Era mi madre abriendo su libro de prodigios
con resuelto fervor
y era su voz tan clara como un trozo de espejo
clavándose en la tarde:
«Cuenta Alfonso María de Ligorio…»
Sobresaltado el ánimo, del relato pendientes,
hasta de respirar nos reprimíamos.
Las rodillas contra la firme estera se estriaban.
Sancionada por la muda aquiescencia
de la celeste imagen –con la música suelta

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de un azul desvaído, tan ondulada y dura
como el mar la melena
y esos hermosos ojos de extremada dulzura–
la lectura, abrumándonos,
sus turbios vericuetos desplegaba.
Nunca Poe, ni Bécquer, ni el mismo Lovecraft
pudieron compararse a la voz de mi madre
describiendo piadosa y minuciosamente
castigos ejemplares y horrores deliciosos.

(Devocionario, 1986)

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La anunciación del ángel

A Pablo García Baena

Muriérame yo, gladiador, arcángel, verte avanzar


abierta la camisa, tenue vello irisado
por tu pecho de cobre.
Brazos, venas,
latido, curva, élitros de insectos
bajo el músculo o velas de navío.
Muriérame yo en ellos, cautiva la cintura,
amenazante dardo presentido,
pálido acónito,
igual que una fragancia, preciso, me traspase.
Muriérame yo en tu ancho hombro
doblada mi cabeza. Empapado y oscuro
indeciso resbala por tu frente el acanto
y mi mejilla roza, y cubre y acaricia.
Muriérame yo, sí, pero no antes
de saber qué me anuncia este desasosiego,
rosa o gladiolo o en mi vientre ascua.
No antes que, febriles, mis dedos por tus ropas
desordenándolas las desabotonen,

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se introduzcan y lleguen
y puedan contemplar, averiguarte,
con su novicio tacto.

(Devocionario, 1986)

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Sálvame

Mis ojos, por tu cuerpo reclamados,


de su hermosura avisan, amplio torso devastan
y en la estrecha cadera contiénense aturdidos.
Sin indulgencia alguna muestran al labio hambriento,
de cerezas mordientes, la semilla
y al igual que mis dedos el más ardiente roce
de tu piel se presagia, de la amatista intrusa
e irisado pezón, en mi confusa lengua
avívase su tacto.
Las feroces punzadas de un turbador augurio
procura apaciguar mi inasaltado vientre,
pero es vano el combate del que ya ha sido herido.
Y es un abismo el goce, el anhelo locura,
es tu nombre invocado amarga extenuación
y tu cuerpo inminente rigurosa medida
de mi infierno.
De este insaciable afán dicen que has de salvarme.
Pero lo cierto es que enfebrecida aguardo
y que puedo morir antes de que me toques.

(Devocionario, 1986)

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Llámame

Paraíso sin ti, ni imagino ni quiero.


Julio Aumente

Yo aguardo la señal para reconocerte.


Cada noche, mientras tiembla el invierno
y abatida la lluvia se derrama
y el frío elige calles y restalla cordeles,
indóciles cabellos de pronto destrenzados,
yo aguardo la señal.
Y te busco incesantemente, y en la música entro:
acolchada la puerta se cierra tras de mí,
la sombra me golpea y mis ojos insisten,
suelta lanza dispersa y confundida.
Por el esbelto nardo y el armonioso alerce,
sauce, flor, el oro se desnuda,
gráciles piernas, bosques, enramadas:
dime, serpiente, dónde tus anillos.
Irresistible seductora mía, sin ti mi rostro
es fervoroso girasol anclado, es alabanza inerte,
no selva trastornada, no subterránea herida
ni belleza.
Sin deseos, sin sed, sin perseguido abismo,
sin que me aceches y ofrezcas y arrebates,

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qué jardín, dime tú, qué jardín
se podría llamar paraíso o delicia.
Mi tentación hermosa,
cada noche te busco, cada noche.
Y aguardo la señal, transida ya de ti
para reconocerte y entregarme.

(Devocionario, 1986)

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Rosa mystica

Dilatare, aperire. Tanquam rosa fragans mire.

Cuando al débil aviso


de incontenible llanto se derrumba la rosa
imántanse mis dedos,
en enredados pétalos insertándose,
y desmedidamente recorren tu recuerdo.
Del lóbulo de seda el néctar se rebosa,
la incendiada espiral rodea mi caricia,
mil veces consentida, reconocida al tacto,
sometida hasta la extenuación.
Hasta que la fragancia,
henchida llamarada, memoria que a mis ojos
te devuelve, es de nuevo aprendida.
Sucumbiendo al perfume, persistente aguijón,
me asombro de tenerte tan cercano,
recuperado ángel subiendo hasta mi boca.
En mi lengua tu nombre se desborda de pronto,
labio tierno, tan dulce mordedura
anuncia su regalo entre mis dientes.

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Desorden perpetrando: rosa, beso, delirio,
en mi piel se trastornan dilatándola.
Dedo, insistencia, pétalo,
recreación cometida en la suavidad tanta.

(Yesterday, 1988)

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Ianua Coelli

Hic sunt, qui cum mulieribus non sunt coinquinati.


Apocalipsis. Juan 14, 1

Cómo no he de acechar tus guardados umbrales


si hasta el jazmín atisba desde las celosías
y la noche empinándose a la torre más alta
indaga en las almenas que celan tu secreto.
Fugitivos mis ojos intentan descubrir,
burlar la precaución, descorrer
de la turbia penumbra las cortinas,
vigilar como una enredadera,
como invisible aliento introducirme
–prohibida ciudadela– hasta llegar a ti.
Rendida te susurro suavemente,
me aproximo al dintel llamándote, buscando
qué disfraz, qué consigna, qué argucia, qué soborno
me abriría las puertas de tu reino.
Arcángel centinela,
si tu espada arrogante arrebatar lograra,
si mi sangre en su inflamada hoja
convergiera los pórticos sellados
rasgaría.
Fundiendo mi ternura por las lisas paredes

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–queridísima espalda que el delicado aceite
solícito suaviza– llegaría a la última
estancia de tu amor.
Entre tus dulces muslos hundiéndome,
engastándome, concelebrando al fin
los misteriosos juegos, de la sabrosa fruta
yo mordiera, dejándote en el hombro
el broche de mis dientes.

(Yesterday, 1988)

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Calvin Klein, underdrawers

Fuera yo como nevada arena


alrededor de un lirio,
hoja de acanto, de tu vientre horma,
o flor de algodonero que en su nube ocultara
el más severo mármol travertino.
Suave estuche de tela, moldura de caricias
fuera yo, y en tu joven turgencia
me tensara.
Fuera yo tu cintura,
fuera el abismo oscuro de tus ingles,
redondos capiteles para tus muslos fuera,
fuera yo, Calvin Klein.

(Yesterday, 1988)

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Hubo un tiempo
en el que el tiempo no era fluir:
era una trenza de arena que se peinaba invariablemente.
Sus tres cabos se enlazaban, se apretaban entre sí diferencia-
dos e inseparables.
Nada se postergaba. Nada se anteponía:
era un tiempo predestinado por un singular decreto, una héli-
ce girando, confundiéndose en una rueda brillante e invisible.
No era una edad ni una condición, sino el tiempo sin tiempo
de la felicidad perfecta. Del acuerdo. De la inmóvil y sin me-
dida duración del arrebato.
Era un punto único y misterioso en donde, convergía el tiem-
po de la memoria, de la profecía y de los ángeles.

(Punto umbrío, 1995)

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Aun la escritura deja atrás sus renglones desatando su incon-
tenible estela:
impronta que reseca su lacada herida;
sentimientos que se alejan hasta desvanecerse, hasta abismar-
se, veloces, en las ráfagas nubladas del principio.
Conforme crece se empequeñecen sus vagones de carga
perecedera: imágenes que se convierten en reflejo;
consignas que acumulan sus escombros, que domestican sus
significados hasta que dejan de ser.
Irreversiblemente, las palabras, mientras avanzan, mientras se
abren camino en el vacío, mientras su máquina demoledora
persigue los instantes,
van empapando, absorbiendo el agua de la clepsidra.
Van acortando el lápiz, acelerando su consunción, al intentar
organizar la pervivencia.
Van desposeyéndose, transformándose, escapando en tanto
apresan y precisan y detienen.
Pues seguir no es sino dejar atrás, pasar la llana al compás de
los péndulos, ahondar la saeta en el último tramo, fingiendo
desdeñar, o desmentir, el pacto que liga la fragilidad a la exis-
tencia.

(Punto umbrío, 1995)

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Por qué mi carne no te quiere verbo,
por qué no te conjuga, por qué no te reparte,
por qué desde las tapias no saltan buganvillas con tus signifi-
cados y en miradas de azogue no reverbera el sol dando de ti
noticia, ni se destapan cajas con tu música y su claro propósi-
to, y ningún diccionario ajeno te interpreta.
Por qué, por qué, Amor mío, eres mapa ilegible, flecha deso-
rientada, regalo ensimismado, en su intacto envoltorio, pala-
bra indivisible que nace y muere en mí.

(Punto umbrío, 1995)

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Qué será ser tú.
Este es el enigma, la atracción sobrecogedora de conocer, el
irresistible afán de echar el ancla en ti, de poseerte.
Qué será la perplejidad de ser tú.
Qué, el misterio, la dolencia de ser tú y saber.
Qué, el estupor de ser tú, verdaderamente tú y, con tus ojos,
verme.
Qué será percibir que yo te ame.
Qué será, siendo tú, oírmelo decir.
Qué, entonces, sentir lo que sentirías tú.

(Punto umbrío, 1995)

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Como si una linterna me arrancara de en medio de la noche,
así me descubriste, así me señalaste.
Así horadaste mis silencios escarpados y troquelaste las fron-
teras de mi isla.
Nombrándome me expones, me sitúas en el ojo de la diana.
No hay lugar para el ardid, no hay escondite.
Soy blanco paralizado, centro de tu voluntad, destino de tu
atención y tu advertencia.
¿A qué esperas?
No rehúyo la luz.
Hágase en mí lo que tu dardo indica.

(Punto umbrío, 1995)

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El taller

Adentrarse en memoria y diccionario como ruedo de noria;


atrapar el raudal y verterlo en la página.
Mesa de relojero donde las constelaciones se estructuran
bajo una lupa atenta.
Escoger cada pieza con fervor, con el íntimo convencimiento
de acertar.
Con artesana paciencia insertar, suprimir, alterar el orden de
todas las formas posibles ensayando engranajes y sistemas.
Se dará por hallada su auténtica forma cuando la sorpren-
dente maquinaria pruebe, tantas veces como sea preciso, que
funciona por sí misma.
Sólo entonces, el diminuto cosmos, quedará inaugurado.

(Llenar tu nombre, 2008)

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Inspiración

Horas y horas ensayando versos,


recitándotelos,
tratando de encontrar el cabo de la magia.
Acertar con la vara que vomita confetis
o una espiral de pólvora,
o el ramo de las flores artificiales
o el sable o la sombrilla.
Horas y horas ensayando versos
recitándotelos,
golpeando bastones en rocas o en chisteras
sin que la liebre salte.
No vale, para que funcione el truco,
cuantas veces se intente
ni las instrucciones aprendidas
ni el naipe en la manga
ni la destreza en el escamoteo;
y aunque es imprescindible tener fe,
no es garantía tampoco.

(Llenar tu nombre, 2008)

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El concepto

Las lenguas son telares, entramados


que crean la estructura de las letras,
la estructura del pájaro y del bosque,
del volcán y la fruta, del glaciar y el desierto:
la estructura del mundo.
Se pronuncia, se concibe, se crea el mundo.
Se configura tu reino inextinguible,
el cielo de tu siempre nueva aurora,
la vibración que mide tu potencia,
y hace de lo narrado por los atlas
territorio existente, perceptible y concreto.

(Llenar tu nombre, 2008)

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Forma

Las palabras por lo que por ellas mismas son.


Por cómo están escritas.
Por cómo suenan.
Contemplarlas.
Pronunciarlas.
Sin atender a su sentido.
Sin perderse por sus múltiples ideas.
Sin entrar en sus controvertidas significaciones.
Sin vincularlas a símbolos o recuerdos.
Vacías.
Íntegras.
Inscritas en el ahora eterno de la calma.
Soltar sus sílabas,
las ondas de sus sílabas
como pequeños mundos
traspasando el espacio,
y sentir el temblor
de un amoroso y vulnerado silbo.

(Llenar tu nombre, 2008)

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Poesía

Tú no pones distancias.
Tú no estás por encima de las cosas.
Tú, lejos de elevarte sobre ellas,
las sumerges en ti, o quizá te inmersionas, no lo sé.
Lo cierto es que tú estás en las cosas,
fluyes, irradias, emanas
y a la par te disuelves:
no sigues un sendero paralelo a las cosas.
Incesante corriente,
pasión sin recinto establecido,
nota que prolonga en el valle
sus círculos de vibración y calma,
así transverbera tu energía
la sustancia de todos los secretos.

(Llenar tu nombre, 2008)

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Emily Dickinson

En tu habitación. Día tras día, en tu minúscula habitación.


Minúsculos poemas limándose, afinándose, haciéndose.
Arrancando las envolturas de las palabras.
Descarnando la verdad de los huesos.
Fielmente y con amoroso rigor, balas certeras iban cargando
el fusil de tu alma.
En la esquina, vigilante aguardaba a que lo tomasen y lo lleva-
sen consigo
A que algún nadie lo volviese contra sí y disparase su muni-
ción imperecedera.
Día tras día, seguía blanco tu vestido de algodón,
seguían los lirios, blancos,
seguían blancas las paredes.
De esa ciega blancura, tan sólo el papel, quedaba eximido.

(Llenar tu nombre, 2008)

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Sunt lacrimae rerum

Qué ha sido de tu hermano, de tu hermana, imágenes tuyas,


sangre tuya, tus iguales en estirpe. Qué has hecho de tus hijos,
de tus hijas, de tu linaje y tu herencia.

Qué has hecho de ti, disfrazando la existencia para no ver su


desamparo, narcotizándola para no sentir su crueldad, em-
bruteciéndola para no reconocer el fracaso del mundo. Te
has desprendido de la familia humana como un fragmento
aborrecido que no encuentra donde asirse. Un fragmento de
contradicciones y dilemas; así, así eres tú.

Qué haces anegándote en anhelos que jamás serán colmados,


confundiendo la justicia con la recompensa que crees mere-
cer; la injusticia, con tu resentimiento; suplantando el dolor
de vivir por el ansia de lo que no posees, encerrándote en el
rencor por lo que no consigues. Pretendes hacer coincidir lo
que encuentras con lo que buscas. Pero ignoras lo que buscas.

Desconoces que todo cuanto llamas tuyo ha sido arrebatado


a otros, pues ves tus manos limpias. Han sido los demás, dices.
Han sido los demás los asesinos, los salteadores, los que han
violentado la inocencia, dices. Te has ocultado las huellas de su
depredación y no sabes nada de lo que han hecho, dices. Tus

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ojos no conocen las lágrimas de los humillados, los olvidados
y los desposeídos. El asesino y la víctima son los demás, dices, y
tú te crees a salvo. Pero tu ignorancia es tu crimen.

Sin embargo, si un destello de conciencia se instalara en ti,


pudiera suceder que el sufrimiento fuera revelado y, como la
noche, se desplegara el espanto y el terror. El terror de ser de la
misma sustancia del que mata y del que muere. El espanto de
identificarse con la angustia de los demás, con los crímenes de
los demás, con la indigencia y la vergüenza de todos. Saberte
en el todo.

Qué ha sido de mi hermano, de mi hermana, imágenes mías,


sangre mía, mis iguales en estirpe. Qué he hecho de mis hijos,
de mis hijas, de mi linaje, de mi herencia. Qué ha sido de mí.
Qué he hecho de mí.

(Deudas contraídas, 2016)

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Efectos muy personales

En primera fila; detrás de la barrera, presencio el holocausto o


la catástrofe.

Las voces de la tragedia chillan a través de mí; pugnan, se apri-


etan, se empujan, se inflan como las faldas de los derviches, me
sacuden, me recorren, alcanzan mis dedos y los accionan como
los guantes de una marioneta.

Palabras, espacio y caracteres se alinean hormigueando. Palabras


hábilmente escogidas para la denuncia o la condolencia. Frases
que esperan la señal para teclear su metralla. Es mi deber.

La voluntad sabe obedecer sin involucrarse. Interviene, corrige,


espolea. Incita concertando munición, maniobra y propósito.
Contorsionará la memoria, manipulará la semántica y los víncu-
los; la entrenada sintaxis trazará su servicial diagrama.

Tras mi parapeto, elaboro imprecaciones y conjuros sobre todo


lo malo que acontece.

Pero, entretanto e imperceptiblemente, se abrirá paso la im-


postura con sus pasos de fieltro.

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Porque estoy detrás de la barrera protectora de las hipótesis. Una
pantalla me aísla de todo contacto, de toda experiencia.

Mis dedos no pueden separar los labios del dolor para introducir
mi mano en el costado ajeno. No puedo sentir cómo la sangre
palpita junto a la mía, transfusionándose, transustanciándose,
transfigurándose en una única y desquiciante crecida.

Lo que está frente a mí no es sino la visión virtual de un mundo


extraño; y yo no soy sino un clamor más que se une al coro de
farsantes.

O de ingenuos.

(Deudas contraídas, 2016)

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A pie de obra

La indignación está a punto de manifestarse.

¿Sobre qué cimientos se asentará la primera piedra?

¿Sobre qué verdad se construirá el recinto?

La verdad envuelta en el reiterativo discurso del dolor, reacti-


vada por la persistencia de las consignas, distorsionada por el
afán de escribir; enmarañada entre contradicciones y dilemas.

¿Es lícito mirar por los prismáticos? ¿Es lícito acercar obsce-
namente la lupa? ¿Es lícito entrometerse y desgarrar el sufri-
miento para que la poesía se manifieste? ¿Es lícito valerse de él
para crear otra cosa distinta de la que es?

La andanada de interrogantes como maniobra de distracción.


Como método para dispersar y confundir. Como una turbu-
lencia a la medida. Como todas las posibles variaciones de una
música disonante y atronadora.

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Excusas para desviar trayectorias y revelaciones; para evitar
responder, para impedir hacer diana debajo de la línea de flo-
tación.

Es mejor detenerse en la elección de las palabras que penetrar


hasta el subsuelo de la conciencia.

Los sísmicos embates de la duda me empujan y me aturden; la


culpabilidad me señala con su duro anatema como el punzón
al hielo.

Soy una algarabía de contendientes. Una algarabía de nom-


bres surgidos de la ética convenida y la piedad falseada. Un
anhelo de autenticidad, de realidad extendida y trascendida
que me haga partícipe. Un péndulo.

Porque en mí no existe otro motivo que el pensar en mi pro-


pio pensar. Mi percepción se ha
extraviado entre fogonazos deslumbradores, mi conciencia
es un fraude de razonamientos donde prevalece mi omnipre-
sente ombligo: sus reclamos sobre el sangriento amanecer de
cada día.

(Deudas contraídas, 2016)

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Arrebatadas (I)

¿Qué ha sido de nuestras hijas? ¿Dónde están?

Qué cripta resiste impenetrable a radares, brújulas y ovillos;


a la acción de las plegarias; a la misericordia del tiempo que
excava rutas para el alivio y la respuesta.

¿Qué las arrebató de nuestro cada día?

Qué extraño poder las mantiene parapetadas, imperceptibles


a nuestros ojos; inmunes a las sílabas que las nombran, a los
anclajes que a despecho de la desesperación se lanzan en todas
las direcciones.

Pues qué sino una cruel magia puede hacer que una muchacha
deje de estar sobre el mundo, que no acuda nunca más a donde
se la espera, que hayan sido selladas todas las líneas de fuga para
que no sea encontrada, ni descubierta, ni reconocida, y sus
huellas se pierdan en un laberinto inmenso, en un torbellino
de angustia sin descanso.

Disueltas en la nada.

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Diluidas como estrellas de nieve.

Como soplos.

Como se extingue la onda de un sonido en el desierto.

Sin sombra ni sangre que las siga: pura ausencia. Menos que
cosas.

Menos que sombras.

El prestidigitador las escamoteó de la escena,


dividió con sierra silenciosa la caja de las lágrimas,
accionó el mecanismo de la angustia
y mostró el vacío.
Todo el vacío.

(Deudas contraídas, 2016)

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Mobiliario urbano

Hay un sofá en la acera. Un colchón, una cuna abandonados


en la acera. Sillas y otros muebles; cajas de cartón y bolsas de
basura agazapadas en la acera. Hay hombres y mujeres volcan-
do su desaliento sobre la acera. Y una familia con ojos espec-
trales, desencajados, extraviados en la desesperación.

Hay furgonetas azules orillando las aceras. Hay un cordón de


policías cercando las aceras. En los balcones de los alrededo-
res hay gente mirando hacia la acera, hacia esa parte de la acera
donde las personas y sus cosas se juntan, derrotadas.

Hoy no se pudo.

Hay un cerrajero frente a la puerta de una casa vacía.

Blindando la puerta de la casa vacía como se sella una cápsula


esterilizada, como se preserva la inviolabilidad de una tumba,
como se precinta el escenario de un crimen.

Algún día su casa también será blindada, sellada, preservada,


precintada.

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Como las casas de todos los cerrajeros, de todos los policías,
de todos los jueces, de todos los empleados de los bancos. Y
las de los directores de los bancos. Como las casas de todos los
empleados del gobierno. Y las de los gobernantes.

Sí, se quedarán vacías.

Poco a poco la ciudad se irá llenando de casas vacías.

Centenares, miles, millones de casas vacías como cascarones


huecos, como carcasas.

Al cabo de un tiempo, el número de casas vacías será incalculable.

Y ya no quedarán aceras bajo el cielo para tanta existencia a la


intemperie.

(Deudas contraídas, 2016)

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Atrévete y sucederá

Imagina la oscuridad.
El horror dispara sus minutos a la velocidad de la metralla.
Las sirenas crecen como aullidos de chacales,
los gemidos retumban entre los escombros, clavan sus esquir-
las.
Imagina tus lágrimas como bayonetas,
desahuciadas de todo consuelo, de toda piedad.
Refugios rebosando de miedo, temblando de miedo
mientras los cadáveres elevan sus montañas,
mientras los bombardeos gotean constelaciones en las aceras.
Imagina el aire entrándote, invadiéndote de muerte.
Se pulverizan árboles y bibliotecas;
se desgarran cuerpos y muros,
se mutilan recuerdos y palabras;
se siembran minas, terrores y esqueletos de pájaros.
Imagina la orfandad de las cosas. El llanto de las cosas.
Imagina cómo los héroes se envuelven en capas escarlatas.
Cómo los verdugos despliegan alfombras escarlatas.
Cómo las víctimas se ahogan en manantiales escarlatas.
Y cómo el espanto, la venganza y el odio ganan batallas en tu
corazón sobrecogido
Estás en medio del recinto inexpugnable del pánico.
Y eres tú quien orquesta los crímenes.

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Porque has sido tú.
Tú, que eres capaz de imaginar,
de sentir todo lo que imaginas,
de fabricar todo lo que sientes,
de construir realidades con los sueños
quién ha dado vida al horror.
Por eso, atrévete a cambiar la estructura
del mundo
y donde dices temor di esperanza
porque las lágrimas también son de alegría.
Porque la sangre también es nacimiento.
Porque la belleza también es sobrecogedora
y el amor un potente estallido.
Por eso, atrévete.
Apacigua tu mente,
ilumina tus ojos,
imagina justicia,
imagina consuelo,
imagina bondad.

(Deudas contraídas, 2016)

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Ana Rossetti (San Fernando, 1950) es una escritora prolífica
y polifacética. Cuenta de ello lo dan siete poemarios, siete
plaquettes, una novela, un libreto de ópera, diversas obras de
teatro y numerosos libros de cuentos para niños, adolescentes
y adultos de su autoría. Isleña de origen, es vecina del barrio de
Malasaña mucho antes de que estallara la movida. Ha viajado
por medio mundo desde Los Ángeles hasta el Sahara dando
a conocer su literatura. Por su incansable labor ha merecido,
entre otros galardones, la Medalla de Plata de la Junta de An-
dalucía y el Premio Meridiana que otorga el Instituto Andaluz
de la Mujer.

Carmen Medina Puerta (Granada, 1992) es leridana de aco-


gida. Estudió Filología Hispánica en la ciudad de la Alhambra
y, actualmente, trabaja en la Universitat de Lleida, donde lleva
a cabo una tesis doctoral sobre la representación del erotismo
en la producción literaria de Ana Rossetti.

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Títols publicats

1. Francisco Fortuny. 1995


2. Enric Sòria. 1995
3. Juan Manuel Villalba. 1995
4. Víctor Obiols. 1995
5. Luis Alberto de Cuenca. 1995
6. Álvaro García. 1995
7. Francesc Parcerisas. 1996
8. Vicente Gallego. 1996
9. Joaquín Marco. 1997
10. Álvaro Salvador. 1997
11. Francisco Brines. 1997
12. Francisco Díaz de Castro. 1997
13. Carlos Marzal. 1997
14. Alfonso Sánchez. 1998
15. Roberto Fernández Retamar. 1998
16. Antonio Jiménez Millán. 1998
17. José María Álvarez. 1998
18. Luis García Montero. 1999
19. José Antonio Mesa Toré. 1999
20. Felipe Benítez Reyes. 1999
21. Ángeles Mora. 1999
22. Javier Egea. 1999
23. Joan Margarit. 2000
24. Feliu Formosa. 2000

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25. Eloy Sánchez Rosillo. 2000
26. Antonio Cabrera. 2001
27. Manuel Vilas. 2001
28. Marta Pessarrodona. 2001
29. Narcís Comadira. 2001
30. Lara Cantizani. 2002
31. Miquel de Palol. 2002
32. Jacobo Cortines. 2002
33. Luis Muñoz. 2002
34. Lorenzo Oliván. 2003
35. José María Micó. 2003
36. Hèctor Bofill. 2003
37-40. Jordi Jové. Inscrita en mi alfabeto. Antología poética. 2004
41. Sebastià Alzamora. 2005
42. Joaquín Ríos. 2005
43-44. Félix Grande. 2006
45. Jordi Julià. 2006
46-47. Xavier Rodríguez Baixeras. 2006
48-49. Isabel Escudero &Agustín García Calvo. 2007
50. Ch. Baudelaire; P. Rovira (trad.). Vint-i-cinc flors del mal. 2008
51. Mahalta. VI Festival Internacional de Poesia de Lleida 2011
52. Sergio Gaspar. 2012

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Nova etapa

53. Amaral. 2017


54. Josep Espunyes. 2017
55. M. Carme Rafecas. 2018
56. Pau Riba. 2018
57. Antònia Vicens. 2018
58. Jordi Virallonga. 2019
59. Zoraida Burgos. 2019
60. Xiaohai (小海). 2019
61. Juan Carlos Elijas. 2019
62. Blanca Llum Vidal. 2019
63. Lorna Crozier. 2019
64. Chus Pato. 2020
65. 25 anys /años Versos. 2020
66. Jaume Arnella. 2020
67. Ana Rossetti

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Amb
aquesta antologia de
la poesia d’Ana Rosetti,
iniciativa i obra de Carmen
Medina Puerta, impresa el
22 d’octubre de 2020, celebrem el 40è
aniversari de la publicació del primer
poemari rosettià:
Los devaneos de Erato

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