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Volume I
Volume II
vii
a b b r e v i at e d c o n t e n t s
Volume III
INDEX I1
viii
VOLU M E C ONT EN T S
Volume I
ix
volume contents
x
volume contents
xi
volume contents
xii
volume contents
CHAPTER 4 PROCUREMENT
Introduction252
An overview of the tendering process 254
(i) Generally 254
(ii) Pre-qualification 254
(iii) Tender list 255
(iv) Design contest 255
(v) Tender submission 256
xiii
volume contents
xiv
volume contents
xv
volume contents
xvi
volume contents
xvii
volume contents
xviii
volume contents
xix
volume contents
Victoria554
(i) Payment schedule 554
(ii) Form and content 554
(iii) Valuation of work 555
(iv) Time for issue 555
(v) Failure to pay amount due 556
Queensland556
(i) Payment schedule 556
(ii) Form and content 556
(iii) Time for issue 558
(iv) Failure to issue a payment schedule in time 558
Western Australia 559
South Australia 559
(i) Payment schedule 559
(ii) No payment schedule/failure to pay scheduled amount 560
Tasmania561
(i) Payment schedule 561
(ii) Time for service of payment schedule 561
(iii) Consequences of failing to pay the amount due 561
Australian Capital Territory 562
(i) Payment schedule 562
(ii) Consequences of no timely payment schedule
or non-payment of scheduled amount 563
Northern Territory 563
Singapore564
(i) Payment response 564
(ii) Failure to serve a timely payment response 565
Entitlement to payment/form of payment 566
(i) Generally 566
(ii) Adequacy of work performed 567
(iii) Certificate as condition precedent 568
(iv) Absence of certificate no bar to recovery 570
(v) Invalid certificate 573
(vi) Payment on account 573
(vii) The effect of default by contractor or supplier 574
(viii) Amount payable 575
(ix) Form of payment 576
(x) Project bank accounts 576
(xi) Withholding 578
(xii) “Pay-when-paid” clauses 580
(xiii) Discount for prompt payment 585
(xiv) Time at or by which payment is to be made 585
(xv) Deliberate refusal to pay 587
Notification and time bar provisions 588
(i) Introduction 588
(ii) When does a contractual provision operate as a time bar? 590
xx
volume contents
xxi
volume contents
CHAPTER 7 VARIATIONS
Introduction646
Varied work 647
(i) Generally 647
(ii) Different quantities 648
(iii) Alternative materials 649
(iv) Instruction to correct defective works 650
(v) Instruction to change work methods 650
(vi) Instruction to comply with legislative
requirements651
(vii) Extensions of time, acceleration and disruption 651
(viii) Concessions 652
Variation instruction 652
(i) Need for express power to instruct variations 652
(ii) Express power to instruct variations 653
(iii) Request by contractor for variation instruction/requirement
to issue a variation instruction 654
(iv) Timing of instruction 654
(v) Form of variation instruction 655
(vi) Submission of quotation for work by contractor 655
Limits of the power to direct variations 656
(i) General scope of the variations power 656
(ii) Increases in the volume of work 657
(iii) Omissions 658
(iv) Instruction beyond scope of variations power 661
(v) No power to instruct variations after practical completion 662
(vi) Variation preventing completion of work within time
allowed by contract 662
Variations where contract formalities are not followed 663
(i) Introduction 663
(ii) Need for a written instruction 664
(iii) No consequence if notification not given 665
(iv) Absence of written variation instruction no bar to recovery 666
(v) Disagreement over whether work is a variation 669
(vi) Work outside of the contract 669
Mutual abandonment 670
xxii
volume contents
Volume II
xxiii
volume contents
xxiv
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compras para mandarlas a la casa de la señora, esta le preguntó si era
cierto que se había hecho propietario de la finca donde estaba la
tienda, y como el encajero le contestara que sí, la parroquiana
aparentó alegrarse mucho diciendo:
—Precisamente estoy muy descontenta del cuarto en que vivo y
deseo mudarme. ¿No viven en este principal los de Muñoz? ¿No se
van de Madrid? Pues si dejan la casa yo la tomo.
—Mucho me alegraré —replicó el héroe—. Pero me figuro que m
principal será pequeño para quien tanto lujo tiene y a tanta gente
recibe en sus tertulias.
—¡Oh!, no... Pienso reducirme mucho y vivir más para mí que para
los otros —dijo la dama con mucha gracia—. Estoy cansada de
poetas, de mazurcas y de chismes políticos. El gobierno ha principiado
a mirar con malos ojos mis reuniones, a pesar de que mi absolutismo
pasa por artículo de fe. Ya sabe usted lo que es Calomarde y toda esa
gente: van de exageración en exageración... Están ciegos. El pode
absoluto es como el vino, una cosa muy buena y un vicio, según el uso
que de él se haga. No lo dude usted, esa gente está borracha, y
mientras más bebe y más se turba, más quiere beber. El año comienza
mal, y según dicen, las conspiraciones arrecian, y el gobierno no se
para en pelillos para ahorcar.
—No faltará tampoco quien amanse y dulcifique —dijo Cordero
apoyando sus codos en el mostrador para atender mejor a un tema tan
de su gusto—. La reina...
—¡Oh, sí, la reina!... —exclamó la dama con ironía—. Sus
dulcificaciones, de que tanto se ha hablado, son pura música. Ya lo ve
usted, ha fundado un Conservatorio por aquello de que el arte a las
fieras domestica. Me hace reír esto de querer arreglar a España con
músicas. Al menos el rey es consecuente, y al fundar su escuela de
tauromaquia, cerrando antes con cien llaves las universidades, ha
querido probar que aquí no hay más doctor que Pedro Romero. Eso
es, dedíquese la juventud a las dos únicas carreras posibles hoy, que
son las de músico y torero, y el rey barbarizando y la reina
dulcificando, nos darán una nación bonita... ¡Ah!, me olvidaba de otra
de las principales dulcificaciones de Cristina. Por intercesión de ella
¡oh alma generosa!, se va a suprimir la horca para sustituirla
¡enternézcase usted, amigo Cordero!..., para sustituirla con e
garrote... No sé si en el Conservatorio se creará también una cátedra
de dar garrote... con acompañamiento de arpa.
Don Benigno se rio de estas despiadadas burlas; mas lo hizo po
pura galantería, pues siendo entusiasta admirador de la joven y
generosa reina, no admitía las interpretaciones malignas de su
parroquiana.
—Ello es, querido don Benigno —añadió esta—, que yo he
determinado quitarme de en medio. Presiento no sé qué desgracias y
persecuciones. Deseo una vida retirada y oscura. No más tertulias, no
más versos dedicados a bodas reales, embarazos de reinas y
nacimientos de princesas, no más murmuración ni secreteo sobre lo
que no me importa. Si su casa de usted me gusta, a ella me vengo y
en ella me encierro... Decidido, señor de Cordero.
—Como buena y cómoda no hay otra en Madrid.
—Yo quisiera verla.
—Lo haré presente al señor de Muñoz y de seguro me dará permiso
para que usted la vea.
—No, no se moleste usted —dijo la dama observando con atención
el rostro de Cordero, por ver si se turbaba—. ¿No son iguales todos
los pisos?
—Todos enteramente iguales.
—Pues enséñeme usted el entresuelo, donde usted vive... Pero
ahora mismo. Tengo prisa. Quiero decidir de una vez.
Levantose resueltamente, dirigiéndose a alzar la tabla del mostrado
para pasar a la trastienda. De aquel modo brusco y ejecutivo hacía ella
todas sus cosas.
—No hay inconveniente, señora —dijo Cordero, manifestando más
bien agrado que contrariedad—. Pero la señora me permitirá que no la
acompañe, porque tendría que dejar la tienda sola. El chico no está.
—No faltaba más sino que también conmigo gastara usted
cumplidos. Quédese usted..., subiré sola, ya sé el camino..., por esta
escalerilla...
—¡Sola!... ¡Cruz!... —gritó don Benigno desde el primer peldaño.
La dama subió con ágil pie por la escalera, la cual era tan estrecha
que en la angostura de las paredes se le chafaron a la señora las
huecas mangas de jamón, y el chal de cachemira se le resbaló de los
hombros.
En aquel mismo momento, Crucita estaba limpiando jaulas y
soplando la paja del alpiste, sin parar un momento en su conversación
con todos los pájaros, la cual era un lenguaje compuesto de
suavísimas interjecciones cariñosas, de voces incomprensibles cuyas
variadas inflexiones no expresaban ideas, sino un vago sentimiento de
arrullo o los apetitos y anhelos del instinto. Era aquella charla como los
rudimentos o albores de la palabra humana cuando el hombre, pegado
aún a la naturaleza por el cordón umbilical de la barbarie, desconocía
las relaciones sociales. ¡Oh, qué dato para aquel filósofo que tenía en
don Benigno el más entusiasta de sus admiradores! Oyendo hablar a
doña Crucita con los habitantes enjaulados de su selva de balcón
Rousseau habría comprendido mejor el estado feliz y perfecto de
hombre, y su amigo Voltaire se habría puesto de cuatro pies para
practicar, no de burlas, sino de puras veras, las teorías del autor de
Contrato.
Doña Cruz era una mujercita seca y bastante vieja, muy limpia
fuerte y dispuesta como una muchacha, lista de pies y manos, con la
cabeza medio escondida dentro de una escofieta que parecía alzarse
y bajarse con el mover de la cabeza, como las moñas o tocas de
ciertas aves. Para mirar daba a la cara un brusco movimiento lateral, lo
mismo que los pájaros cuando están azorados o en acecho. Fuera po
la asociación de ideas o por verdadera semejanza, ello es que al verla
daban ganas de echarle alpiste.
Interrumpida en lo mejor de su faena, doña Cruz se escandalizó, se
asustó, aleteó un tanto con los bracitos flacos, miró de lado, graznó un
poquillo. Al mismo tiempo, dos, tres o quizás cuatro perrillos se
abalanzaron a la dama ladrando y chillando, rodeándola de tal modo
que, si fueran mastines en vez de falderos, la dejarían malparada. La
cotorra y el loro ponían en aquel desacorde tumulto algunos
comentarios roncos que aumentaban la confusión. La dama expresó e
objeto de su subida al entresuelo; mas como Crucita no podía oírla
fuele preciso alzar la voz, y con esto alzaron la suya los perros
mayaron los gatos, se enfadaron cotorra y loro, y los pájaros
prorrumpieron en una carcajada estrepitosa de cantos y píos. Mientras
más gritaba la turba zoológica, más se desgañitaba doña Cruz
diciendo: «¿Qué se le ofrece a usted? ¿Por quién pregunta usted?». Y
a cada subida del diapasón de la vieja, más elevaba el suyo la señora
mientras don Benigno desde la escalera gritaba sin que le escucharan
«¡Cruz! ¡Sola!», armándose tal laberinto que sin duda hubiera parado
en algo desagradable si no se presentara afortunadamente la Hormiga
a desvanecer aquella confusión, inponiendo silencio y enterándose de
lo que la dama quería.
Sorprendida y algo cortada estaba Sola ante aquel brusco modo de
ver casas, y pasado el asombro primero, dio en sospechar que otra
intención distinta de la manifestada tenía la dama. Aunque esta le
inspiraba miedo, por figurársele que su presencia le anunciaba alguna
trapisonda, quiso disimular su temor. Tan bien lo consiguió que la
señora empezó a sorprenderse a su vez de hallar en la protegida de
Cordero un semblante tan festivo, un ánimo tan sereno, y ta
disposición a la complacencia, que dijo para sí con despecho y
tristeza: «O esta disimula mejor que yo, o no hay aquí hombre
escondido ni cosa que lo valga».
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