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LIBRO I: El origen del mal

¿Es Dios el autor del mal?

Evodio le pregunta con mucha curiosidad a Agustín quien es


el autor del mal; no obstante, Agustín primero le hace unas
aclaraciones. Hay dos tipos de males:

1. El que está hecho por el hombre


2. El que sufre el hombre
Es indudable que pongamos en el mal a Dios, puesto que la
perfección no puede obrar mal. Si algún hombre sufre un
mal, esto no es para nada injusto. Nadie es
castigado injustamente. 

El mal es hecho por alguien y ese alguien no es Dios porque


este castiga las malas acciones. En todo caso, las malas
acciones son siempre hechas con la voluntad. 

Evodio acepta todo esto con muy buena gana, pero se


pregunta a todo este respecto que, si Dios no es el causante
del mal, entonces ¿quién nos enseñó a pecar? Agustín le
pregunta si aprender es un mal o un bien, a lo que Evodio
responde naturalmente que es un bien porque si se
aprendieran cosas malas, entonces el aprendizaje no sería un
bien. De hecho, de acuerdo con Agustín, el ser humano
aprende a evitar el mal y no a hacerlo. Obrar el mal es
alejarse del aprendizaje.

Sin embargo, Evodio ahora tiene otro modo de pensar


diciendo que puede aprenderse tanto el bien como el mal.
Pero para aprender se debe ser inteligente, y ser inteligente
es bueno; por lo tanto, para aprender se necesita ser bueno
(inteligente) y no malo (ignorante). 

¿Qué debemos creer acerca de Dios?

Evodio insiste en preguntar quién es el autor del mal, a lo


que Agustín le comenta su breve interés por los maniqueos,
filosofía que finalmente abandonó por considerarla llena de
fábulas y que estaba alejada de la verdad. 
Si se quiere buscar el origen del mal se debe atender a una de
las premisas más claras del Salmo 13,1; 52,1:

''Ni si credideritis, non intelligetis''


(Si no creéis, no entenderéis)

Es muy fácil asociar el origen del mal a Dios, pues todos los
seres humanos están hechos de almas y el alma es algo
hecho por Dios. Evodio dice que es justamente esa duda la
que quiere resolver, pero Agustín le dice por ahora que la
única obra de Dios ha sido el Hijo (Jesús), pues todo lo
demás fue creado de la nada. 

La concupiscencia, el origen del mal

Para empezar Agustín le dice a Evodio qué entiende él por


mal para empezar la discusión. Evodio dice que el mal se
presenta en ejemplos como el adulterio, los homicidios y los
sacrilegios.
En el caso del adulterio, este está prohibido por la ley no
porque esté en contra de la ley, sino porque la ley prohíbe lo
que es malo. Sin embargo, ¿qué pasaría con un hombre que
deja que su mujer cometa adulterio? ¿se le podrá condenar a
ese hombre que permite que exista el delito? En la lógica de
esos tiempos no sería un crimen, pues el hombre permite que
se le dañe y sin embargo lo que hace es tremendamente
reprobable. Entonces, en ese sentido el adulterio no sería un
mal a la luz de las leyes (siempre y cuando el hombre esté
dispuesto a permitirlo).

Así, no todo lo que las leyes dictan sería un mal y, de hecho,


se han condenado a hombres por sus buenas acciones. Ahí
Agustín le deja a Evodio el ejemplo de Jesús quien fue
condenado. Por lo tanto, el adulterio no sería malo por efecto
de las leyes, sino más bien sería malo por la libídine de los
hombres y mujeres. 
Primera objeción: El homicidio cometido por miedo

Dicha pasión que lleva al hombre a cometer adulterio,


homicidio y sacrilegio es llevada por la pasión y la pasión es
intrínsecamente concupiscencia. 

¿Habrá alguna diferencia entre la concupiscencia y el miedo?


Evodio dice que son dos cosas distintas porque el hombre se
entrega a la concupiscencia, mientras que con el miedo
escapa de una situación. ¿Qué pasaría con el hombre que por
temor mata a otro? tendríamos que decir que es un acto
deplorable, pero por otro lado el hombre quiere vivir sin
temor. Por lo tanto, no toda pasión es mala porque el miedo,
al ser una pasión nos libra del mal de otros hombres.

¿Qué pasaría si un siervo mata a un señor? la ley castiga al


hombre que mata a conciencia e incluso por concupiscencia.
Sin embargo, si dicho siervo vivió en el temor por el señor
¿no sería una forma de justicia que lo matara? El hombre
bueno es aquel que vive sin miedo; pero también hay dos
tipos de concupiscencia:
Concupiscencia del hombre malo: matar por resguardar sus
bienes. 
Concupiscencia del hombre bueno: matar por su seguridad
e integridad.

El mal puede proceder de los dos, pero con la diferencia que


uno estaría justificado y el otro injustificado. 

Segunda objeción: La muerte del agresor injusto

Agustín y Evodio acuerdan decir que el soldado debe matar a


su enemigo, así como el hombre debe dar muerte al
ladrón que lo dañará. En todo caso, el soldado no tendrá
ningún problema en matar a su enemigo, pues la ley le ha
permitido hacerlo. Es así como, para Evodio, la ley siempre
permite males menores para evitar los mayores. 

De alguna manera, Evodio justifica la acción de dar muerte a


los malvados diciendo que así se evitan males mayores.
Matar al enemigo estaría justificado al ser un mal menor. No
obstante, San Agustín le pregunta que cómo podría Evodio
justificar a alguien fuera de la ley. Además, la ley si bien
puede dirigir un pueblo, no puede controlar lo que es
considerado mal por la providencia. Una cosa sería respetar
las leyes humanas y otra las leyes de Dios.

La ley eterna es moderadora de la vida humana

Agustín le pide a Evodio hacer una distinción entre ley


temporal y ley perenne:

Ley temporal: ley justa que se modifica a través del tiempo.


Ley eterna (o inmutable): ley justa que no se modifica a
través del tiempo

La segunda sería por supuesto la ley de Dios, mientras que la


primera sería una ley humana. Obviamente, la ley temporal
extrae sus propios principios de la ley eterna o inmutable.
Por lo tanto, la verdadera ley que guía o debería guiar a los
hombres es la ley eterna e inmutable, mientras que la
primera es sólo una modificación de la segunda. 
¿Qué es mejor? ¿Vivir o saber?

¿Sabrá el ser viviente que está viviendo? Evodio responde


que quien sabe que vive tiene que vivir primero para saberlo.
Pero San Agustín advierte que esto no siempre es así, pues
los animales no tienen razón, pero viven; por lo tanto, no
todo ser viviente sabe que existe. 

El ser humano sabe que existe porque tiene la razón, en


cambio, quienes no la tienen no pueden saber que es la
existencia ya que sólo usarán el instinto. Para Agustín, la
experiencia no significa nada sin la razón y, además, la
experiencia no es totalmente buena, pues podemos
experimentar cosas tanto malas como buenas y en cambio la
razón siempre es buena. 
El hombre necio y el hombre sabio

Todos los animales se procuran placeres y además se alejan


de los dolores. Nosotros los seres humanos compartimos
algo de eso, sumado a que tenemos la razón que puede
controlarlos. 

Los hombres sabios son aquellos que pueden controlar todos


sus sentidos y a la vez todas sus pasiones. Por lo tanto, la
razón siempre será la mejor en la mente del hombre, mucho
más que las pasiones que regularmente lo llevan a la ruina. 

Razón y pasión 

La mente y por lo tanto la razón es lo más poderoso del


mundo inteligible. Evodio y Agustín acuerdan que la razón
está por sobre la pasión, así como ningún vicio puede
superar a ninguna virtud; siempre será preferible la virtud
antes que el vicio. 

Podríamos decir que San Agustín desarrolla la siguiente


dicotomía:

Razón - Pasión
Inteligencia - Sentidos
Sabiduría - Necedad
Alma - Cuerpo
Virtud - Vicio
Justicia - Injusticia

Por supuesto que un hombre sensato va a elegir las primeras


del lado izquierdo y no las del lado derecho. 

Cuando la mente se entrega a cuestiones pasionales

Aunque la razón es invencible con las pasiones, el hombre


sigue (algunas veces) cayendo en éstas últimas a pesar de
contener la razón en su interior ¿por qué recurre a ellas? Este
lo hace cuando quiere que el placer se vuelva cómplice con
su mente por medio de la voluntad y el libre albedrío. 

Para Evodio es difícil pensar que un hombre que ya está en


el lado de la sabiduría y la razón baje a las profundidades de
las pasiones por su propia voluntad. 

El castigo de las pasiones (voluntad, fortaleza y templanza)

Todos queremos una vida recta y feliz y para eso debemos


seguir la buena voluntad. Los hombres que son apegados a
los bienes materiales son justamente los que no tienen esta
buena voluntad porque su voluntad está unida a cosas que se
destruyen, no a cosas eternas. 

Ahora, este hombre que resiste los placeres del cuerpo no


será necesario solamente una buena voluntad, sino que
también necesitará fortaleza para alejarse de estos. También
deberá ser mesurado y prudente ante la adquisición de
bienes. Por otro lado, dicho hombre también necesitará lo
que es opuesto a la concupiscencia que en este caso sería
la templanza. Finalmente, para que dicho hombre esté
completo y libre de todo vicio y maldad, necesitará
la justicia. Estas por supuesto, no son más que las cuatro
virtudes cardinales que Platón explicó en su libro La
República.

Lo que quiere decir San Agustín con todo esto, es que la


voluntad es tanto la herramienta para alcanzar la felicidad
como también es la herramienta para ser infelices, pues los
que usan la voluntad para las cosas malas será débil,
irascible, imprudente e injusto.  

Todos deseamos la felicidad, pero muy pocos la


consiguen

Si todos los hombres pueden y desean ser felices ¿por qué


sólo algunos lo logran? Esta palabra es lógica porque si
todos tienen la voluntad de ser buenos como de ser malos,
entonces, ¿la gente es miserable por su propia voluntad? 

El hombre de mala voluntad no quiere una vida


bienaventurada, no porque no la quiera en sí, sino que los
medios para alcanzarla le son despreciables. En cambio, el
hombre de buena voluntad quiere la vida bienaventurada y la
alcanza a través de los medios apropiados, por eso siempre
será más felices que el hombre de mala voluntad.

Ley eterna y ley temporal

La vida bienaventurada se dará como premio al hombre de


buena voluntad. Ese hombre obviamente amará las cosas
eternas y no las temporales que están sujetas a la
modificación. Los infelices son aquellos que viven
miserablemente porque se siguen por las cosas perecibles y
los placeres del cuerpo, todas estas cosas son temporales. 

Luego Agustín le comenta las características que hacen que


el hombre se entregue a la mala voluntad:

1. Los bienes del cuerpo que son la belleza, la salud


perfecta, la agudeza de los sentidos, la fuerza entre otros. 
2. La libertad para hacer y deshacer
3. La familia y los bienes materiales
Las leyes temporales no castigan a los hombres que se
procuran bienes, pero si castiga a los hombres que se
procuran bienes de forma injusta. Obviamente, los hombres
al estar atorados en la adoración de sus bienes, una vez que
un hombre o una ley injustos y temporal se los quita estos se
sienten miserables e infelices. 

En cambio, cuando el hombre se acerca a las leyes eternas y


adora las cosas eternas, entonces nunca podrá sufrir mal y
será feliz, ya que no podrá lamentar ninguna pérdida de
cosas que no perecen. Por otro lado, Agustín reconoce
también que las cosas y placeres del cuerpo se pueden
utilizar siempre y cuando sean para el bien y no para el mal. 

Origen del mal moral


Pareciera ser que todo el origen del mal existe nada más ni
nada menos que en el hombre mismo. 

Cuando este se dirige a los placeres verá su miseria y su


infelicidad, pues la razón no tiene nada que ver con la
voluntad del hombre, a menos que esta voluntad vaya hacia
ella. La razón al ser perfecta no puede volcarse a los
placeres, pues ya no sería ni divina ni perfecta si lo hiciera.
Por lo tanto, lo único que nos queda es decir que es el
hombre el origen del mal cuando utiliza su voluntad para
las cosas más viles. 

Antes de retirarse, Evodio le pregunta algo realmente


importante que está relacionado con la responsabilidad del
mal, ya que si el hombre es el responsable del mal y Dios
creó al hombre, entonces Dios es el responsable del mal,
pero esto lo dejan para la segunda parte de este libro. 

LIBRO II: VOLUNTAD, RAZÓN Y SENTIDO


Con la libertad podemos pecar ¿por qué nos la ha dado
Dios?

De Dios recibimos la voluntad de pecar al dejarnos con el


libre albedrío. De lo contrario, si estuviéramos sin libertad
no podríamos pecar. 

Dios puede darnos el castigo cuando obramos mal, mientras


que puede premiarnos si hacemos el bien. Ahora ¿es
exactamente así? ¿el castigo nos viene directamente de Dios?
para Agustín no es precisamente así, pues el hombre hace el
mal desde el libre albedrío y no desde Dios. 

El libre albedrío fue dado para vivir rectamente, no para


pecar. ¿Pero cómo? ¿Acaso no es debido a la libertad del
libre albedrío que podemos pecar? No, el libre albedrío no
fue hecho para que el hombre pueda pecar; fue dado para
hacer el bien porque de otro modo ¿cómo podría castigarse
a un hombre por pecar si el libre albedrío le da esa
capacidad? por lo tanto, el libre albedrío se ha hecho para
hacer el bien. 

Cuando un hombre peca Dios le dice: 

''¿Por qué no usaste del libre albedrío para hacer el bien?''

Por otro lado, sin el libre albedrío ¿cómo sería el hombre


capaz de obrar bien? Sin el libre albedrío no habría obra
buena ni mala en el mundo, pues la voluntad es lo que hace
el bien y el mal. 

Quien vive, quien existe y quien entiende

Agustín le pregunta a Evodio si él realmente existe a lo que


responde naturalmente que sí. Por lo tanto, si existe vive y si
vive entiende; una conclusión bastante obvia pero que
servirá incluso para probar la existencia de Dios.

¿Cuál de esas tres verdades es la mejor? para Evodio la más


importante es el entender, pues el que vive ciertamente
existe, pero no por eso entenderá. Veámoslo de la siguiente
manera las características de tres seres y sus verdades:

Animal salvaje: existe y vive


Cadáver: existe
Hombre: existe, vive y entiende

El hombre es entiende porque tiene la facultad de la razón


que además le hace entender su entorno. Los sentidos no
pueden sentirse a sí mismo, ni mucho menos verse, por lo
tanto, la razón les debe dar sentido a las cosas que los
sentidos percibe. 

El sentido común (o sentido interno)

Este sentido interno es el que nos hace huir de las cosas


como también abrazarlas. Ahora, este sentido interno es
inferior a la razón ¿por qué? porque este sentido también es
común a las bestias porque ellas también huyen y abrazan las
cosas según la situación. 
Sin embargo, Evodio sostiene que este sentido interno es
sólo para los humanos y no para los animales, eso se debe a
que los animales no pueden juzgar sus sentidos. Los únicos
que pueden juzgar dichos sentidos son los humanos y más
específicamente el sentido interior humano. 

Razón y sentido interior

La razón está por, sobre todo, pero no por sobre Dios. El


sentido interior comanda los sentidos exteriores, mientras
que la razón comanda los sentidos internos. La razón puede
verse modificada de alguna manera, pero el único que se
mantiene siempre tal cual es Dios. 

Convergencia en sentidos

¿Podrá ser que todos sintamos exactamente lo


mismo? Agustín nos dice que, a pesar de tener nuestros
propios sentidos, las cosas que percibimos son las mismas y
nos entregan las mismas impresiones.
Con el sentido del gusto quizás sea diferente, no por el gusto
que se tenga, sino más bien por la cantidad de comida de un
alimento. Si estoy compartiendo con alguien más un tipo de
alimento, la cantidad que sentiré yo no será la misma que la
de mi compañero.  

Sin embargo, con el tacto es distinto. Si yo toco una parte de


mi cuerpo en específico, quien quiera tocar esa parte no
podrá sentir lo que yo siento, puesto que esa parte estará
ocupada por mi tacto. Esto quiere decir que hay partes que
podemos percibir internamente, pero otras que podemos
percibir ''comúnmente''. 

Pero esto en realidad también pasa con la alimentación


porque la parte que yo he comido y tragado, nadie podría
probarla. Por lo tanto, hay cosas que podemos percibir y
sentir privadamente, mientras que hay otras que se hacen
comúnmente. 
Los números son superiores a la inteligencia
Los números no son percibidos por los sentidos, sino más
bien por la razón. La razón o la mente puede comprender los
números por unidad y los sentidos también los percibe, pero
solamente por pluralidad. 

Agustín quiere decir que el cuerpo no puede concebir ni


reducir todo a una unidad, sólo puede ver pluralidad pues
pareciera ser que no estamos hechos para concebir la unidad
a no ser por nuestra mente. Sin embargo, los números son
mejores que la inteligencia puesto que nuestra mente no
puede abarcarlos a todos en la mente, así como tampoco
puede imaginarse la vida sin ellos. 

Sabiduría y felicidad

Cuando uno más yerra en la vida, mucho más se aleja en el


camino de la felicidad. Todos sabemos cómo ser más sabios
y sólo constara en que nos instruyamos sobre la verdad y los
principios de cada cosa. Como todos saben cómo llegar,
quien empieza a errar por el camino hacia la felicidad está
ignorando la sabiduría (y lo hace voluntariamente). 
Es natural que incluso antes de ser sabios queramos la
felicidad para nosotros. Algo en nuestro interior nos dice que
busquemos la felicidad y nadie renegaría de ser sabio. El
hombre solamente será dichoso al encontrar la verdad y no
antes. 

La sabiduría es como el sol, alumbra a todos los bienes


materiales, pero ella en sí misma es una. Por lo tanto, si
queremos alcanzar la felicidad, la cual está más allá de los
bienes materiales entonces debemos alcanzar la sabiduría (el
sol).
Sabiduría y número

Para Evodio la sabiduría es mucho más valiosa y superior


que el número porque hay más calculadores y matemáticos
que hombres sabios. 

San Agustín nos dice que los números están en todas partes


hasta en las cosas más pequeñas de este mundo. Sin
embargo, rebatiendo a Evodio, Agustín dice que la noción de
unidad está en todos nosotros, y es por eso por lo que hasta
los hombres más necios pueden contar, y, en consecuencia,
se prefiera mucho más la sabiduría a los números. 

El filósofo le dice a Evodio que no se deje convencer por


esos hombres que dicen que la sabiduría es más que los
números, pues los hombres en general prefieren el oro a la
luz de una vela. Para Agustín la sabiduría y el número
son exactamente la misma cosa, además de ser
inconmutablemente verdaderos. 

La verdad está por encima de nosotros

La verdad está por encima de todas las cosas que conocemos


en el mundo. Sin ella no podríamos juzgar por lo tanto está
por encima de nosotros y no nosotros encima de ella. Por
supuesto, nadie puede cuestionar la verdad en las cosas; por
ejemplo, 2 + 2 siempre serán 4 y nadie podrá cambiar esa
realidad. De este modo, la verdad también estaría más allá de
la inteligencia. 
Con mucha más razón el hombre que abrace la verdad será
feliz, puesto que no hay hombre que le guste la falsedad.
Aparte, la verdad y la sabiduría no se pueden perder,
mientras que los bienes materiales, que todos hemos reunido
por nuestra voluntad, si perecen. 

¿Quién puede estar por encima de nosotros y ser superior a


nosotros? Nadie más que Dios y por lo tanto tendremos que
decir que Dios es la verdad eterna. Sólo Dios es quien puede
dar forma y perfección a los seres una vez que los crea y no
de manera contraria. Es decir, los seres con forma no pueden
darse forma a sí mismos, debe haber una perfección más allá
de ellos que se las de.

La libertad del hombre


Evodio está de acuerdo con todo lo dicho por Agustín sobre
Dios, admitiendo que él gobierna por sobre todas las cosas
del universo. 

La discusión se vuelve a averiguar si dentro de los bienes


podemos contar la libertad del hombre. Ya habíamos dicho
que el libre albedrío se lo dio Dios al hombre para que
hiciera el bien, pero Agustín añade además que el mismo
libre albedrío es un bien. 

Esto se debe a que la voluntad del libre albedrío es lo único


que nos lleva al bien. Sin él el hombre no podría actuar
nunca correctamente, pero si el libre albedrío sirviera para el
mal, entonces todo mal estaría permitido lo que va en contra
de lo que quiere Dios para nosotros. 

Por lo tanto, ¿qué será mejor? ¿vivir sin eso que nos hace
obrar correctamente? ¿o vivir sin aquello? Evodio responde
que siempre será mejor vivir con el libre albedrío.
Recordemos que la razón es totalmente buena y que
ningún hombre malo puede modificar eso, pues lo divino no
se puede modificar. 
Las clases de bienes

Dios fue quien hizo los grandes bienes de este mundo en


estos se clasifican en tres:

Grandes bienes: Virtud


Medianos bienes: Libertad
Pequeños bienes: Cuerpos y materiales

La voluntad o libertad del ser humano es un bien común del


que pueden disponer todos. Cuando dicha voluntad se aparta
del bien común se vuelve pecadora y mala ¿cómo se aparta
del bien? cuando piensa en sí misma y no en el bien común. 

Una de las formas en que puede llegarse a esta voluntad


privada es apropiarse de los bienes de los demás, pues ahí no
se está pensando en los otros. Así, Dios distribuye las cosas
en su lugar dando las cosas a cada uno según sus méritos. 
Por lo tanto, el mal no consiste en lo que anhelan las almas
pecadoras, más bien el mal radica en la aversión de los
bienes inmudables el cual se lleva a cabo volitivamente. 

La voluntad hacia el mal

Pese a toda la explicación anterior de San Agustín, a Evodio


sigue rondando la misma pregunta ¿Por qué algunas veces el
hombre escoge el mal a pesar de que el libre albedrío es
bueno? De Dios no puede venir el mal, puesto que no hay
bien que no proceda de Dios. 

Todo lo que sea medida, número y orden pertenece a Dios


porque si estas tres cosas se sustraen entonces no quedaría
absolutamente nada. Por lo tanto, el mal tendría que
producirse de la nada, aunque el mal es un movimiento
potestativo del hombre. 

LIBRO III: PRESENCIA Y EXISTENCIA


El movimiento culpable de la maldad

Si el mal pertenece al libre albedrío, entonces el mal estaría


fuera de culpa porque pertenecería a la naturaleza del
hombre. Sin embargo, ¿pertenece verdaderamente a la
naturaleza? Pensemos. 

Agustín apuesta que la inclinación del hombre hacia el


mal no es natural, y, por lo tanto, dicha inclinación sería
netamente por voluntad. Aquí Agustín va en contra de lo
dicho por Platón cuando éste decía que ''el mal era
involuntario'', Agustín dirá que el mal es una voluntad del
hombre y por consiguiente no es natural. Finalmente, el
hombre no es exculpado del mal pensando en que es natural
a él. 

Libertad del hombre y la presencia de Dios


Mucho se discute este tema incluso en nuestros tiempos
donde la presencia de Dios se considera nula, o que, si en
realidad existe la presencia de Dios, entonces éste no hace
nada para salvar a la humanidad. 

Evodio se pregunta lo siguiente, si Dios está presente,


entonces sabe que el hombre peca y, por lo tanto, el hombre
peca necesariamente. ¿Por qué? porque bajo la presencia de
Dios no debería pecar, entonces, como no debería pecar Dios
hace que el hombre peque necesariamente. 

Según la opinión de Evodio, todo se hace por necesidad de


Dios, es decir, unos son necesariamente felices y tristes bajo
la potestad de Dios. Sin embargo, Agustín nos dice que esas
cosas son las que pasan por voluntad no por necesidad. Ser
feliz o triste no es una necesidad, sino que más bien una
voluntad. Las cosas necesarias serían la muerte y el
envejecimiento. 

Nuestra voluntad refiere a todas las cosas que están en


nuestro poder modificar. Eso es lo que nos hace libres, pues
pretender manejar lo que no podemos no es vivir libre.
Finalmente, somos libres bajo la presencia divina y somos
libres al usar la voluntad con las cosas que sí podemos
manejar. 

La predicción de Dios y el mal

Así concluimos que nada nos obliga a pecar y que no hay


necesidad para ello; es sólo nuestra propia voluntad la que
nos lleva a pecar. 

A Evodio le parece que la libertad del hombre es


incompatible con la presencia de Dios, es decir, no se puede
pecar y tener a Dios para ver ese pecado al mismo tiempo,
siendo que Dios es divino. 

Agustín dice que Dios no puede obligar a un hombre a pecar,


así como tampoco otro hombre podría obligar a pecar a otro.
Dios no obliga a nadie a pecar y también puede predecir que
alguien peca. De este modo, Dios no es autor de todo lo que
prevé, pero sí es autor de castigar posteriormente a quien
hace el mal. 

Dios y los pecadores

¿Podríamos decir que sería mejor no haber existido al ser el


hombre susceptible de sufrimiento? Se puede pensar
fácilmente que o el hombre sufre y es miserable
irremediablemente, o es mejor que no exista. 

Agustín dice que pensar de esa forma sería


una iniquidad, pues el hombre al desear ser como otros
seres superiores no tiene más que el pecado de la envidia. 

¿Sería preferible no existir o ser desgraciado?

Muchas personas dicen querer no existir si van a ser


desgraciados, pero quien dice que no quiere ser desgraciado
es porque quiere existir. Sólo quiere dejar de ser desgraciado
y para eso sólo basta la voluntad. 
La miserabilidad, dice Agustín, sólo depende del mismo
hombre y de nadie más: su voluntad lo hará libre de ser
desgraciado. 

La tendencia innata al ser

En efecto, si un hombre pudiera elegir entre no existir y tener


una vida desgraciada, probablemente elegiría la primera pues
nadie quiere ser desgraciado en la vida. 

Sin embargo, aquel desdichado siempre tendrá la


oportunidad de ser más de lo que es, a causa de la voluntad.
Puede ser que no sea mejor que los bienaventurados, pero
será mejor que la materia y los animales que no conocen la
felicidad y que nunca podrán. Sólo la voluntad podrá
concedernos la felicidad (así como también la
miserabilidad). 

Por otro lado, la persona que prefiere no existir a ser infeliz,


entonces no le queda más remedio que ser un miserable,
pues al no ser no será nada y en este sentido será inferior a
las cosas materiales que sí existen. 

El suicidio

Es incluso absurdo querer no-ser, pues es inferior a todo lo


existente y además nadie puede elegir no-ser porque ya lo
estaría transformando en algo, y el no-ser no es algo, sino
que nada. En otras palabras, quien elige nada está eligiendo
nada (1). 

Error en el concepto de suicidio

Es claro que quien se suicida está queriendo decir ''nada''',


pero ¿es realmente así? El suicida, cuando piensa en la
muerte, no está deseando la nada, al contrario, desea ser algo
después de la muerte. Ya deseé estar en paz o cualquier otra
cosa, no quiere no ser nada. Si quiere ''descansar'' de este
mundo entonces está eligiendo algo y de ese algo espera otra
cosa. 
¿Por qué el suicidio no está libre de la nada? porque el
suicidio significaría dos cosas: reposo o movimiento. Estos
dos conceptos son necesarios para existir y no se puede dar
sin existencia. Por lo tanto, si el suicida quiere morir
encontrará ese reposo. 

El suicida no quiere llegar al aniquilamiento total (porque es


imposible llegar a la nada), sino más bien quiere el
descanso. 

Pecado y orden

Si los pecados existen y son probables en el hombre al


elegirlos ¿podríamos decir que los pecados contribuyen al
orden perfecto del universo? Si decimos que Dios lo dispuso
todo en orden, entonces los pecados sí contribuyen al orden. 

Sin embargo, Agustín nos dice que los pecados no son


necesarios para el orden universal. Los pecados no son seres
como los humanos, sino más bien estados alterados de éste.
Si el hombre eligiera el pecado por su voluntad, entonces ahí
existiría el desorden. Por lo tanto, no es que los pecados sean
los que contribuyan (porque entonces estaría bien cometer
pecados), sino que son las mismas almas las que
contribuyen. 

El hombre tiene dos orígenes del pecado: 


1. Por pensamiento
2. Por influencia ajena

El más terrible de los dos es el primero, aunque tampoco


exime del todo al segundo. Es así como la primera
persuasión al pecado la inició el diablo para que el hombre
finalmente fuera expulsado del Edén. 

Todas las criaturas contribuyen al orden

Absolutamente todas las criaturas contribuyen al orden y sus


pecados no alteran en nada el orden establecido. Toda
criatura que peca no lo hace con libertad, sino que con
voluntad pues el ser humano es libre cuando hace las cosas
que puede y debe.
San Agustín comenta que la bondad de las cosas está en su
naturaleza. La naturaleza en sí es pura bondad y es
incorruptible, ya que proviene de la sustancia divina que es
Dios. Eso sí, lo que sí puede ser corrupto son las cosas que
van en contra de la naturaleza: los llamados ''defectos''. 

No toda corrupción es reprobable

La violencia que ocupará el juez para castigar al malhechor


será justa en la proporción de su mal acto cometido. No
podemos decir que los ojos son corruptos porque no pueden
resistir la luz del sol directamente. Aunque si los sentidos se
pueden corromper, hay contextos en los que no se les puede
culpar. Por lo demás, los órganos de los sentidos no son
viciosos, pueden ser corruptos, pero no viciosos. El único
que
puede ser vicioso es el hombre. 

Dios no es cómplice del pecado


Si decimos que el autor del pecado es Dios, entonces
estamos justificando todos los pecados de todos los
pecadores pues bien se pueden excusar diciendo ''Dios es
todopoderoso y un hombre no puede hacer nada contra
él''. San Agustín insiste en que el pecado y el mal del hombre
se origina de su propia voluntad. 

Evodio pareciera aún no estar convencido del todo sobre el


origen del mal. Agustín nos dijo ya que la causa era
justamente la voluntad del hombre, sin embargo, lo que
Evodio quiere saber el origen de dicha voluntad pecadora. 

Agustín le dice a Evodio que, si es así, entonces ¿más


adelante preguntaría sobre el origen del origen de la
voluntad? Eso sería ridículo pues ninguna investigación (en
opinión de Agustín) puede ir de origen en origen hasta el
infinito. En esa instancia, el santo de Hipona le recuerda un
extracto de Timoteo 6:10
''La raíz de todos los males es la avaricia''
¿Qué quiere decir San Agustín con esto? que Evodio no
debería investigar más allá de lo que debe. Ahora, si Evodio
va y ve que la causa de la voluntad de pecar es tal, entonces
tendríamos que decir que la voluntad del hombre no es la
que peca, sino que otra cosa. ¿Podríamos sostener algo así
entonces?

La obra de Dios como lo mejor

Los hombres nacen con ignorancia, pero esto no debería ser


considerado algo malo, pues Dios, así como les dio la
ignorancia, también les dio la oportunidad para crecer y
entender el entorno que les rodea. De hecho, nadie tiene
excusa de ser ignorante por largo tiempo porque está claro
que el hombre puede quitársela a través del estudio de las
cosas. 

Ningún ser fue creado inútilmente, pero ¿qué podemos decir


de los recién nacidos que mueren en un parto o poco después
del mismo? sin duda es una respuesta difícil para Agustín.
Estos sufrimientos se deben a la pecaminosidad de los padres
que lo engendraron, así mientras más pecaminoso sea el
padre, sus descendientes heredarán como es de esperar las
atrocidades. 

Los animales también se ven expuestos al sufrimiento y


distintas vejaciones. San Agustín las justifica diciendo que
como todo animal mortal son susceptibles a este tipo de
sufrimiento. No podemos pretender que los animales no
sufran, pues es una condición natural a todo ser vivo (2).

El primer estado del hombre

Ni el primer hombre (Adán) ni todos los hombres que


vinieron después nacieron sabios o ignorantes. Todos ellos
nacieron con un estado intermedio entre estos dos conceptos,
pues no podemos decir que el niño es ignorante, así como
tampoco sabio. La naturaleza los deja en un estado
intermedio que luego van desarrollando poco a poco. 

Por otro lado, contestando de otro modo la pregunta que


hacía Evodio ¿Cuál es el origen de la voluntad mala del
hombre? Agustín en este último apartado nos dice que, si
bien es la voluntad y nada más, quizás ésta pueda ser movida
por las imágenes o estímulos que recibe del entorno. Si
pudiéramos hablar de un origen, el hombre para hacer el mal
debe tener una imagen de lo que va a hacer, y esta imagen no
la da más que los sentidos. 

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